Lily

Lily


Capítulo 24

Página 26 de 33

24

Aunque viviera mil años, Lily nunca escucharía una voz que la alegrara más. El guardia soltó a Kitty y se volvió para atacar a Zac.

Pero Zac estaba preparado y le propinó un poderoso gancho en el estómago que hizo que el sicario se doblara de dolor. Luego, un golpe seco a un lado de la cabeza con la culata de una pistola lo dejó tumbado sobre el muelle. Zac sacó del bolsillo una pequeña pistola y se la entregó a la señora Thoragood.

—Vigílelo. Si trata de levantarse, dispárele.

Parecía que la buena señora hubiera cogido una serpiente, pero no soltó el arma.

Zac se volvió entonces hacia Lily.

—Agarra a Kitty y huid hacia la ciudad. Hay peleas por todo el muelle y el alboroto pronto llegará al Hechicera del Mar.

Zac dio media vuelta sin esperar a ver si Lily hacía lo que le había dicho. Y por supuesto, no lo hizo. Abrazó a Kitty, que parecía a punto de desmayarse, pero sintió que no podía dejar solo a Zac, después de que había arriesgado su vida para rescatarla a ella y a sus amigos.

—Quiero que me entregues a ese hombre inmediatamente. —Zac miraba, amenazante, al capitán, señalando a la vez a Jack Lofton—. Déjalo ir y respetaremos tu barco.

El capitán miró a Zac con unos ojos que mostraban claramente sus ganas de matarlo.

—Mejor haremos otra cosa. Te encadenaré con él, para que no se sienta solo. —De pronto se puso a gritar hacia el interior del barco—. ¡Todos a cubierta! ¡Tenemos aquí aun idiota que cree que se va a llevar a uno de nuestros marineros!

El capitán Borger bajó por la pasarela en dirección a Zac. Seis hombres subieron corriendo a la cubierta desde las entrañas del barco y salieron por distintas puertas.

Zac también lanzó unos gritos.

—¡Asa! ¡Ahora!

El ruido que sacudía el muelle seguía en aumento, pero al Hechicera del Mar no llegó ninguna turba de jugadores armados con pistolas, tal como esperaba Zac.

—No me obligues a disparar. —Mientras gritaba, Zac miraba, preocupado, a su alrededor—. Alguien puede morir.

—Y no seré yo —dijo el capitán.

De pronto el tahúr vio a Lily y palideció.

—Llévate a Kitty de aquí. Verá a su marido en cuanto yo termine con este gusano gigante. —Zac le entregó a Lily su pistola—. Si me pasa algo, dispárale. Y tira a matar, sin pensarlo. Si no lo haces, terminarás convertida en la diversión privada de algún hijo de puta con una imaginación perversa.

Lily aceptó el arma. Estaba dispuesta a lo que fuera para evitar que Zac acabara muerto o secuestrado. Dispararía, vaya si lo haría, al capitán Borger antes de permitir que algo así sucediera. Levantó el arma y la apuntó hacia el primer hombre que bajaba por la pasarela.

—No se acerque más. No voy a permitir que una pandilla de ladrones cobardes ataque a mi esposo.

—¡Esa es mi chica! —Mientras decía esto, Zac esquivaba un primer ataque de Borger—. Mantén el cañón apuntando directamente a sus corazones.

Con un movimiento fulgurante, propinó un golpe a Borger en la mandíbula y se alejó antes de que el hombre pudiera replicar.

Ezequías, que por fin había vuelto en sí, estaba muy alterado.

—¡Es un boxeador! Mantente lejos de su alcance —le gritó a Zac—. Tal vez puedas matarlo a golpes, pero procura que no te ponga las manos encima. Te aplastaría.

—Lo sé, gracias. —Con otra acción rápida como el rayo, volvió a alcanzar al capitán, esta vez en el estómago, y de nuevo se puso a salvo de un salto hacia atrás—. Tienes que estar listo para golpearlo en la cabeza si yo no consigo pararlo.

—¿Con qué lo puedo golpear?

—¡Piensa en algo! En el momento estoy demasiado ocupado para ayudarte a buscar. —Zac golpeó a Borger en el ojo y alcanzó a esquivar un poderoso puñetazo que iba dirigido a su cabeza, pero al moverse con tanta rapidez perdió el equilibrio y cayó de rodillas.

—¡Cuidado! —Lily había visto con espanto que Borger se aprestaba a atacar a un indefenso Zac. Pero este se incorporó a tiempo de ponerse otra vez a buen recaudo. Volvió a dar órdenes a su esposa—. No dejes de vigilar a esos malditos perros que están en el barco. —Asestó un nuevo golpe a Borger, ahora en la garganta, y esta vez el hombre cayó como un bulto inerte.

En ese momento una serie de gritos hicieron que Lily levantara la vista. Una de las embarcaciones estaba en llamas y el reflejo del incendio iluminaba el cielo nocturno. Gracias a esa fuente de luz, la joven pudo ver la sed de venganza y la furia que se reflejaba en los ojos de Borger, que se recuperaba. Pero antes de poder enfocar su vista de nuevo en la pasarela, el primer tripulante en poner un pie en el muelle trató de quitarle la pistola. Lily logró evitarlo, pero solo por un momento. Ezequías intentó acudir en su ayuda, pero fue golpeado casi de inmediato. Lily oyó un feroz grito de Zac y un tremendo golpe, contundente y seco. Solo se dio cuenta de lo ocurrido cuando el hombre que la tenía agarrada la soltó y cayó al suelo. Había recibido un impacto en la base del cráneo. Justo en ese momento, Asa White y sus hombres rodearon la embarcación y acabaron con toda resistencia en cuestión de segundos.

—Está muy bien esto de aparecer cuando yo ya he hecho todo el trabajo… —Zac hablaba entre jadeos. Luego agarró a Lily y la acercó a él—. ¿Estás bien? ¿Ese hombre te ha hecho daño?

—Estoy bien. Tenemos que liberar a Jack. ¿Podemos soltar también a los demás?

—Perfecto, preocúpate por ellos, a mí no hace falta que me preguntes si estoy bien. Solo tuve que pelear con dos hombres del tamaño de una montaña y en lo único en lo que piensas es en Jack Lofton y los otros desgraciados.

—Porque veo que estás bien.

—No del todo. —Zac alzó las manos para que Lily las viera—. Fue como golpear un muro de ladrillo.

Lily dejó caer la pistola, que por fortuna no se disparó, y agarró las manos de Zac.

—Estás sangrando. ¿Te duele mucho?

—Por supuesto que duele.

—Pobrecillo. En cuanto regresemos a la cantina te las lavaré con agua templada y te pondré unas vendas.

Pero Lily no había previsto que Zac reaccionaría como todos los demás hombres: primero piden consuelo y cuando lo obtienen, ya no saben qué hacer con él.

—No es tan terrible como parece. Estaré bien. Primero tenemos que sacarte de aquí. A ti y a tus amigos.

—No olvides a Jack.

—¿Cómo podría olvidarlo, si no haces más que pronunciar su nombre junto a mi oído?

Zac miró a su alrededor. La batalla había terminado. Alguien había bajado al muelle a los hombres capturados por los forajidos. Asa había encontrado las llaves y les estaba quitando las cadenas uno por uno. Zac recogió las pistolas que había dejado en el muelle y la que le había dado a la señora Thoragood.

—Levántenlos. —Miró a Sarah Thoragood y a Julie Peterson, señalando a Harold y a Ezequías—. Tenemos que salir de aquí. Toda esta zona está a punto de arder.

El incendio se propagaba, en efecto, de barco a barco, imparable. Kitty abrazó a su marido cuando este bajó tambaleándose por la pasarela. Él ya era feliz, pero los demás desdichados parecían perdidos.

—No podemos abandonar a estos hombres aquí —dijo Lily.

—Ezequías y el señor Thoragood se los pueden llevar a la iglesia —dijo Zac—. Alimentarlos, darles ropa y dejarlos dormir veinticuatro horas seguidas.

Sarah Thoragood protestó.

—No tenemos capacidad para alojar a tantos hombres.

Zac volvió a sentir sus viejas ganas de estrangularla.

—No creo que se queden por mucho tiempo. Todos deben de tener familia.

Ezequías puso las cosas en su sitio.

—Pueden quedarse todo lo que necesiten. Nadie será rechazado.

Sarah y Harold Thoragood se miraron, pero ninguno se atrevió a contradecir al joven y poco agraciado hombre de Dios.

Zac se puso en marcha.

—Bueno, vamos. Tenemos que darnos prisa.

Por todas partes había hombres corriendo. Lily vio barcazas atestadas que se deslizaban en silencio por el agua.

Miró a su marido con aire interrogador.

—¿De dónde salieron todos esos hombres?

—Del Rincón del Cielo y de docenas de cantinas más. Se enteraron de que tú estabas en peligro y vinieron a ayudar.

—Pero ya estamos a salvo. ¿Por qué siguen entrando en los barcos?

—Muchos hombres han desaparecido en la zona de Barbary Coast, muchos hermanos y amigos de estos hombres. Esta noche intentarán encontrar a todos los que puedan.

LA CRÓNICA DE LA BAHÍA

San Francisco, 27 de julio

Un hecho único en la historia de San Francisco tuvo lugar anoche, a lo largo de los muelles situados cerca de la calle Clay. Un gran número de hombres, al parecer procedentes principalmente de las cantinas y los salones de juego ubicados cerca de la avenida Pacífico, atacaron alrededor de dos docenas de embarcaciones en las que se sospechaba que había hombres secuestrados a la fuerza en los antros de Barbary Coast. La turba atacó a la tripulación de los barcos, liberó a los retenidos y luego prendió fuego a las naves conocidas por emplear mano de obra esclava. Sus capitanes fueron obligados a observar el espectáculo, antes de ser arrojados a la bahía.

Aunque es política de este diario deplorar la violencia, este reportero se alegra de ver que por fin se hace algo para combatir esta terrible práctica de secuestrar a los visitantes desprevenidos que llegan a nuestra ciudad y condenarlos a vivir encadenados al fondo de un barco.

Nadie parece saber quién o qué fue lo que inició los sucesos de la noche pasada. Pero se rumorea que una mujer bajó a los muelles para exigir que liberaran a su esposo. No se ha podido confirmar ese rumor, pero varios testigos de los hechos recuerdan a una deslumbrante mujer rubia. Nadie ha podido identificarla.

Lily no estaba muy contenta.

—¿Por qué nos vamos a mudar al hotel? A ti no te gusta vivir allí. Nunca has querido estar lejos del salón.

—Debido a esto. —Desde el vestidor, arrojó el periódico a Lily.

—Ya lo he leído y no veo por qué…

—Tú nunca ves nada. —Zac asomó la cabeza por la puerta del vestidor, que estaba vaciando sistemáticamente—. Desde el momento en que pusiste un pie en esta ciudad, no has entendido nada de lo que he tratado de decirte.

—Por Dios Santo, Zac, el diario no dice nada que no haya ocurrido. Me enorgullecería que ellos supieran que contribuí a poner fin a esas prácticas tan abominables.

—¿Ves? Eso es exactamente lo que quiero decir. A ti no te importa que tu nombre ande de boca en boca por media ciudad, en cientos de tabernas y salones de juego. A ti no te importa que la mitad de los hombres de la Costa Oeste te reconozcan por la calle. Probablemente, si tuvieras ocasión te detendrías y les preguntarías por sus esposas o les rogarías que trajeran a sus hijos a la cantina para poder abrazarlos durante una o dos horas.

—No puedo evitar que me gusten los bebés, y no me da vergüenza conocer o ser conocida por cualquier hombre, siempre y cuando sea decente y…

Zac, perdida la paciencia, elevó el tono de voz.

—¡Ese es el problema! No son hombres decentes. No son honorables. Tú no deberías conocerlos, ni a ellos ni a sus hijos.

—Pero tú los conoces.

—Yo soy hombre.

—¿Y qué tiene eso que ver?

—Mucho. Piensas que una mujer puede hacer todo lo que puede hacer un hombre. Estás acostumbrada a actuar con seguridad, porque en Salem todo el mundo te conoce y te cuida, y esperas que aquí suceda lo mismo. Pero no es así. Aquí lo más probable es que se aprovechen de ti. La mitad de esos hombres estarían dispuestos a cortarte la garganta solo para vender la ropa que llevas puesta. ¿Te imaginas lo que te habría hecho el capitán Borger de haberte capturado?

—Habrías ido a rescatarme.

Era inútil explicar cualquier cosa a Lily. Podía volver loco al más pintado, porque simplemente lo veía todo bajo una luz distinta. Hasta ese momento le había resultado imposible convencerla de que su idea de la vida en San Francisco estaba equivocada en algunos aspectos. Estaba convencida de que tenía razón y como era muy obstinada no era posible sacarla de sus errores. Zac había hecho todo lo posible para hacerla entrar en razón, sin éxito. Así que ya no tenía alternativa. Tendría que mudarse al hotel con ella, y procurar que saliera poco de allí. Tal vez si Lily nunca volvía a acercarse al salón, podrían salvar la vida. Porque tras los sucesos del puerto sus vidas estaban en peligro, especialmente después de lo que había publicado la prensa.

Zac tenía que convencerla.

—Tenías razón cuando dijiste que no era apropiado que un hombre y su esposa vivieran en lugares separados. Deberíamos habernos mudado al hotel tan pronto como nos casamos.

Ese argumento pareció convencer más que los otros a la muchacha. Le dedicó una resplandeciente sonrisa. Zac se sintió como un criminal por no ser capaz de decirle que quería irse al hotel con ella, no porque fuera lo apropiado, sino porque la amaba con tanta desesperación que no podía concebir la vida lejos de ella.

—Ahora será mejor que vayas a despedirte de todas las chicas. No volverás a verlas.

—¿Por qué?

—Porque no vas a volver aquí.

—Pero seguramente…

—No creerás que me voy a mudar al hotel para que puedas seguir viniendo aquí, ¿verdad?

—Pero no hay razón para que deje de trabajar aquí.

—Sí, sí la hay. Estoy a punto de presentarte en sociedad, cosa que debí hacer en el primer momento. Y esa gente no te dejará pisar su casa si se entera de que te pasas media vida en una taberna con salón de juego.

—¿Y a ti si te dejarán entrar?

—Los hombres ricos pueden hacer muchas cosas que les están vedadas a las mujeres.

—En especial si son bien parecidos.

—Sí, eso ayuda.

—Supón que esa gente no me gusta. ¿Tendré que aguantarla?

—Te gustará. Además, Fern y Madison llegarán en cualquier momento. Fern te puede llevar a todas partes. Esa mujer conoce a todo el mundo.

—Creí que tú estarías conmigo.

—Voy a estar contigo, pero no puedo acompañarte todo el tiempo.

Lily se resignaría con más facilidad si le prometía que estaría junto a ella a cada instante, pero eso era algo que no podía hacer. Todavía tenía que encargarse del negocio. De hecho, en aquel mismo momento ya debería estar en el salón.

—Ten más cuidado, estás arrugando toda la ropa. —Dos enormes montones de ropa ya se habían derrumbado uno sobre otro y el tercero amenazaba con irse igualmente al suelo—. Con ropa arrugada no te dejarán entrar en sociedad.

Zac rio, miró el montón de ropa y se encogió de hombros.

—Más tarde me encargaré de ordenar todo esto. Ahora tengo que vestirme. Ya debería estar abajo.

Mientras el hombre se ponía una corbata muy elegante, la chica siguió con sus protestas.

—No puedo sentarme todo el día en el hotel sin hacer nada. Eso sería… no sé lo que sería, un desastre en todo caso.

—No te preocupes. Pronto tendrás millones de amigas nuevas. Irás a distintos lugares y harás todo tipo de cosas con ellas. —Zac se ajustó la corbata y comenzó a cepillarse el pelo.

—Hablo de hacer algo útil, no de pasarme el día de compras o hablando sobre los asuntos ajenos. Quiero trabajar, no cotillear.

—Pregúntale a Daisy. Ella sabe…

—Daisy está demasiado ocupada para preocuparse por mí. Por favor, Zac, ¿por qué no puedo seguir ayudando en la cantina? Era muy feliz haciéndolo.

Zac se dio la vuelta y la miró con tal severidad que Lily se sobresaltó.

—No vas a regresar al salón y punto. —Pasado un instante su expresión se suavizó—. Ya sé que será difícil para ti al principio, pero pronto estarás tan ocupada que apenas podrás creer que alguna vez te quejaste por no tener nada que hacer. —El apuesto tahúr sonrió y la besó en la mejilla—. Tengo que irme corriendo.

—¿Quieres que te espere despierta?

Zac la tomó entre sus brazos y la volvió a besar.

—No. Llegaré tarde, como siempre. Lo que quiero es que tengas preparado el equipaje. Quiero que estemos en el hotel antes del mediodía.

Cada vez que estaba en brazos de Zac, Lily se convencía de que las cosas iban a funcionar. Su marido tenía una manera tan maravillosa de estrecharla contra su cuerpo que por unos momentos Lily se sentía verdaderamente suya y no le cabía ninguna duda de ello.

Los besos le gustaban todavía más a la joven. Su esposo solía comenzar besándola de manera juguetona en los párpados, mordiéndole el lóbulo de las orejas, mordisqueándole el cuello con los dientes. Pero nunca pasaba mucho tiempo antes de que los labios de Zac encontraran la boca de Lily y el beso que comenzaba lento y lánguido se convertía rápidamente en un encuentro ardiente que los dejaba sin aliento, mientras sus cuerpos se apretaban uno contra otro y las lenguas bailaban sinuosamente, embistiendo, probando, explorando.

—Ahora me tengo que ir. —Zac se separó de ella, alterado como siempre—. Duerme bien. Regresaré alrededor de las seis de la mañana. —Antes de irse le hizo un guiño.

Lily notó que la temperatura de la habitación bajaba cuando Zac salió de ella. Su vida de fiel esposa se reduciría muy pronto a la participación en fiestas a las que no quería asistir, un rápido beso de buenas noches y hacer el amor por las mañanas, cuando ella estaba medio dormida y él exhausto.

Zac la deseaba, pero no la amaba. No la amaba de verdad. Era hora de que dejara de engañarse. Cada vez que sucedía algo que parecía unirlos más, se hacía la ilusión de que Zac sí la amaba, o de que estaba a punto de comenzar a amarla. Sin embargo, a juzgar por lo que acababa de decir, estaba claro que su marido seguía empeñado en mantenerla alejada de él.

Cuando acudió al muelle a buscarla, cuando luchó con tanta ferocidad para protegerla, Lily creyó que eso significaba que Zac la amaba. Pero ahora se daba cuenta de que esos actos no eran más que un despliegue de caballerosidad sureña. Lily debería haberse dado cuenta antes. Toda su vida había visto lo mismo. Su padre habría hecho lo mismo. Zac decía que la estaba protegiendo, pero en realidad lo que quería era que ella y la taberna ocuparan dos lugares separados de su vida. Lily lo quería todo de él, pero él solo le ofrecía una parte.

Zac era tan testarudo y necio como su padre, el predicador, aunque ciertamente lo disimulaba mejor. Cuando su padre le sonreía, siempre parecía estar perdonándola, a punto de corregirla por haber cometido algún desliz. Cuando Zac le sonreía, ella sentía ganas de cometer unos cuantos deslices.

Tal vez eso era lo que la había impulsado a casarse con él: era un hombre irresistible. Sí, esa era la razón, y no el muy loable propósito de salvar su alma. Lily no podía pensar en eso ahora sin sentirse avergonzada. Veía claro que su primo nunca había querido tener una esposa. Nunca había querido casarse. El hecho de que estuvieran casados no había cambiado su conducta lo más mínimo. Ahora Lily ni siquiera estaba segura de que tuviese que cambiarla, porque era parte de su personalidad, de su encanto.

La joven, obstinada e ingenua virginiana estaba hecha un lío.

¿Qué sabía ella sobre la mejor manera de salvar el alma de la gente? No tenía derecho a creer que sabía lo que era lo mejor para nadie. Estaba estropeando su propia vida, de modo que mal podría enderezar la de otros.

Solo había una salida. Puesto que no la amaba, tenía que abandonar a Zac. Debía divorciarse de él. No podía negarle la oportunidad de encontrar a una mujer a la que pudiera amar por completo, que no lo volviera loco.

Era una decisión desoladora, terrible, pero no podía prolongar aquella falsa situación por más tiempo. Había llegado a ese matrimonio por el camino equivocado y a causa de las razones equivocadas. Debían separarse, por muy enamorada de Zac que estuviera, o precisamente por ello. Pero no sabía si resistiría la separación, y eso le indicaba que era más egoísta de lo que imaginaba.

Por su mente cruzaron de inmediato visiones de Zac feliz, en los brazos de una hermosa mujer morena. Lily vio niños corriendo por una casa enorme con vistas a la bahía y a Zac orgullosamente sentado en medio de todo ello. Era demasiado. Con un gemido ahogado, se dejó caer sobre la cama.

Después de llorar durante varias horas, se levantó, se lavó la cara y se sentó a pensar. Siguió atormentándose.

Zac caminaba por el pasillo arrastrando los pies. Estaba más cansado de lo normal. Tenía que encontrar a alguien que le ayudara con la cantina. Tal vez pudiera convencer a Dodie de que volviera. Ciertamente no podía confiar en nadie para que se ocupara de Lily. Cada vez que encargaba su cuidado a alguien, era un desastre.

Y además tenía que encontrar a Windy Dumbarton. Quizá había llegado el momento de contratar a un detective privado. Con tantos cambios en su vida, no tenía tiempo para andar de aquí para allá por San Francisco buscando en todos los antros. Sentía la acuciante necesidad de que el matrimonio quedara adecuadamente registrado. Sencillamente, no era capaz de enfrentarse a Lily para explicarle que tenían que repetir la boda porque él la primera vez le jugó una mala pasada, un truquito infame.

El hombre entró en la habitación sin encender ninguna luz. Se desvistió rápidamente. Quería dormir unas pocas horas antes de mudarse al hotel. El traslado sería duro, entre la renuencia de Lily y las explicaciones que seguramente le pediría Daisy. Zac le había enviado un mensaje diciendo que iban para allá, pero una nota nunca era suficiente para aquella mujer que siempre tenía que saberlo todo.

Se dio cuenta de que Lily no estaba en la cama en cuanto se metió entre las sábanas. Estiró la mano y solo tocó una sábana fría.

Se levantó y encendió la lámpara. La habitación estaba vacía. Su ropa ya no estaba amontonada sobre las sillas y el sofá.

Miró en su armario. Todo estaba debidamente puesto en su sitio. Todo, excepto la ropa de Lily. Todas las cosas de su mujer habían desaparecido.

Zac salió corriendo de la habitación y cuando iba por la mitad del pasillo se dio cuenta de que iba desnudo. Maldiciendo, regresó al cuarto, se echó encima una bata y prácticamente corrió hasta la habitación de Kitty. Llamó a la puerta sin ninguna consideración por las numerosas chicas que dormían en las habitaciones cercanas, muertas de cansancio. De pronto recordó que Kitty ya no vivía en la cantina.

Así que volvió a maldecir y corrió nuevamente por el pasillo hasta encontrar la habitación de Lizzie de Leadville.

—Largo de aquí —gritó una voz iracunda al oír los golpes en la puerta.

—Abre. Soy Zac.

Como la puerta no se abrió de inmediato, Zac volvió a golpear.

—Un momento, calma, ya voy.

La puerta se abrió apenas unos centímetros y desde dentro lo miró una cara paliducha que llevaba el pelo envuelto en una redecilla de color púrpura.

—¿Qué sucede? ¿Se está quemando la cantina?

—Lily no está en la habitación. ¿Sabes adónde ha ido? ¿Sabes si ya se marchó para el hotel?

Poco a poco Lizzie logró espabilarse y, cuando lo hizo, su expresión se endureció.

—No, no se ha ido al hotel. Se fue a la posada de Bella. Lily te ha abandonado.

Las botas de Zac resonaban con fuerza sobre las tablas de la acera. Apenas podía creer que, después de todo lo que había hecho por ella, la chica lo hubiese abandonado. Se convertiría en el hazmerreír de San Francisco. El sofisticado mujeriego, rechazado por una jovencita ingenua e inocente llegada de las montañas. Sería la comidilla de la ciudad durante muchos meses. Quizá años.

Todo porque quería que se mudara al hotel y para presentarla en sociedad como su esposa. Después de aparecer sin invitación alguna y atraparlo hasta llevarlo al altar… ¡Qué más querría la endemoniada muchacha!

Quería quedarse en el Rincón del Cielo. Quería trabajar, sentirse útil, y nada más le importaba.

Pronto descubriría que había más cosas importantes en la vida. Y cuando lo hiciera, se sentiría muy mal. Tendría que volver junto a Zac, arrepentida, suplicante, y él la recibiría, por supuesto, pero antes la haría sufrir un poco. Nadie trataba a Zac Randolph como si fuera un zapato viejo.

Ni siquiera la mujer que había logrado conquistar sus pensamientos, lo mismo durante el sueño que en la vigilia.

Bella se puso furiosa cuando la despertaron en mitad de la noche. Miró al tahúr con aire hostil.

—¿Qué estás haciendo aquí? Ya sabes que no admito hombres en mi casa por las noches.

—Ya ha amanecido. Son casi las siete. ¿Ves? El sol ya brilla en el cielo.

—Bien, ya lo veo. Pero eso no explica tu presencia aquí. ¿Qué quieres?

—Lo sabes de sobra. Quiero ver a Lily.

—No seas absurdo. Está dormida. —Bella entrecerró los ojos—. Además, ¿por qué debería permitirte verla? Tienes que haber hecho algo realmente horrible para hacerla huir de esa manera.

—Dejemos una cosa muy clara desde el principio. —Zac no estaba de humor para tolerar las intromisiones de Bella en su vida—. Veré a mi mujer te guste o no. Ya sea en tu salón, para tener una conversación civilizada y tranquila, o en su habitación, aunque intentes evitarlo chillando como una loca. Elige.

—No quiere hablar contigo.

—Yo sí quiero hablar con ella. Se marchó dejando muchas preguntas sin respuesta.

—Pero no puedes andar por ahí maltratando a la gente, obligándola a mudarse contra su voluntad o…

—No la estoy maltratando, es mi esposa.

—No creo que ella vea las cosas así.

—Eso nos incumbe solo a nosotros, no a ti. Ahora, ¿vas a pedirle que baje o tendré que subir?

Cuando Bella dio unos golpes en su puerta, Lily estaba acostada pero no dormida. No había podido pegar ojo en toda la noche.

—Zac está abajo.

No la sorprendió. Lo estaba esperando.

—¿Le has dicho que no quiero verlo?

—Claro que lo hice, pero Zac nunca escucha lo que no quiere oír. Me temo que vas a tener que bajar. No se va a marchar sin verte.

Lily habría dado cualquier cosa por no tener que hablar con Zac en ese momento. Sabía que era una actitud cobarde, pero había necesitado mucho coraje para marcharse de la cantina y no sabía si todavía le quedaba suficiente valor para enfrentarse a Zac.

La joven se levantó con un suspiro. ¿A quién quería engañar? Se habría sentido desolada si su esposo no hubiese ido en su busca en cuanto descubrió que se había marchado. Lo cierto es que se había pasado toda la noche esperando aquel momento.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Bella.

Lily agarró su bata.

—Esto es algo que debo hacer sola. Lo que tengo que decirle puede hacerle mucho daño.

—No puedes hacer daño a Zac Randolph. No tiene sentimientos.

Lily se envolvió en la bata y se aseguró muy bien el cinturón.

—Sí, sí tiene sentimientos, lo que pasa es que los mantiene muy bien escondidos. La gente así es más difícil de conmover, pero una vez que lo haces, resulta más vulnerable que nadie.

Bella se encogió de hombros.

—No creo que tengas razón, pero supongo que tú lo conoces mejor que yo.

—Tal vez lo conozca un poco más, pero creo que no lo conozco lo suficiente.

Lily se sentó y comenzó a cepillarse el pelo. Fueran cuales fueran las circunstancias del encuentro, no pensaba presentarse ante él hecha un asco.

Lily abrió la puerta y pasó al salón de la pensión de Bella, el de los pesados muebles y la decoración sombría. Era como entrar en una funeraria. Muy apropiado, pues estaba a punto de anunciar la muerte de su matrimonio.

Sintió que el corazón le latía un poco más rápido cuando vio a Zac. Era tan apuesto que todavía le resultaba más difícil abandonarlo. Sin embargo, no podía dejarse distraer por la apariencia de Zac. No se trataba del deseo que aquel hombre despertara en ella, lo que importaban eran los sentimientos de Zac. Lo que de verdad sentía por ella.

No podía juzgar cabalmente el estado de ánimo de Zac. No iba vestido con la pulcritud habitual. Tenía los ojos rojos y los párpados hinchados, pero no creyó que fuera por el disgusto, sino porque había estado despierto toda la noche en un salón lleno de humo.

Se miraron en silencio durante lo que pareció una eternidad. Zac fue quien al fin rompió el silencio.

—¿No vas a decir nada?

—Estaba esperando que tú hablaras primero.

—¿Por qué? Tú fuiste la que huyó.

—Pensé que así serías feliz, que las cosas serían más fáciles.

—No te entiendo. ¿Por qué te fuiste?

Lily tenía que decirle la verdad, era una obligación moral que había contraído con aquel hombre que la había acogido y soportado durante semanas. En realidad, ella era la culpable de todo desde el principio. Tenía el deber de ser sincera con quien había sido tan bueno y paciente con ella.

—Me he marchado porque tú no me amas.

—Sí, sí te amo.

Zac pareció sorprenderse un poco al oír sus propias palabras. Lily supuso que hablaba por hablar, que se le había escapado la afirmación. Pero el hombre las repitió.

—Yo sí te amo.

—No, no me amas. Nunca me has amado. Has tratado de ocultarlo, fingiendo que te gusta tenerme cerca, que te gusta… bueno, ya sabes a lo que me refiero, pero hasta una estúpida campesina descubre la verdad después de un tiempo.

—Me gusta tenerte cerca. Me gusta tratar de hacer un bebé contigo.

—Tal vez, pero eso no es lo mismo que amar.

—¿Por qué no? Estamos casados. Te he presentado a mi familia. Planeo llevarte a fiestas, presentarte en sociedad. Todo eso prueba que te amo.

Zac no lo entendía. Pensaba que amar era decir unas palabras, seguir unas rutinas. No entendía que el amor era algo que tenía que salir del corazón, no de la cabeza.

—Vamos a casa y no discutamos más por tonterías.

—No.

—¿Por qué no? Si te quedas aquí, todo el mundo pensará que algo va mal.

—Tal vez eso no sea tan malo. Tal vez haya llegado la hora de dejar de fingir.

—No estamos fingiendo. Estamos casados.

—Quizá sea mejor que finjamos que eso nunca pasó.

Zac se puso pálido al recordar que aún no había encontrado a aquel predicador bribón que debía registrar el matrimonio. Ella naturalmente, no entendió por qué palidecía su esposo.

—La mitad de San Francisco sabe que estamos casados. Este ya no es tu lugar.

—Estoy cómoda aquí. No creo que pudiera ser feliz con la clase de gente que tú quieres que frecuente.

—No lo sabrás hasta que lo intentes. Además, no todos son iguales.

—Tal vez debas olvidarte de mí, dejarme sobrevivir por mi cuenta.

—Durante mucho tiempo te dejé a tu albedrío, y fue un fracaso. Parece que lo has olvidado.

Zac tenía razón. Se había metido en muchos líos y tuvo que acudir a él para que los solucionara.

Lily lo miró con angustia.

—¿Por qué has venido?

Zac parecía desconcertado.

—¿Me abandonas y luego me preguntas que por qué vengo a buscarte? ¿Acaso tú no irías a buscarme en una situación igual? ¿No tratarías de saber por qué huía?

—Sabes que te amo desde el principio. Pero tú…

—Está bien. Admito que no te he dicho que te quiero tres o cuatro veces cada hora, y que no me he comportado todo el rato como si fueras la única persona que existe en el mundo. Pero eso no significa que no te ame. Y no es razón para desaparecer sin decir una palabra. Nunca dije que sería el mejor marido del mundo, pero no merezco un trato semejante.

—Tienes razón. Mi vida se ha convertido en un lío sin solución.

Lily se puso de pie y se quedó detrás del sofá. Necesitaba pensar con claridad. Clavó la mirada en la alfombra, pues no podía concentrarse si miraba a Zac.

—Me fui porque no vi otra salida. Todo este caos es mi culpa. Vine aquí sin ser invitada. Esperaba que te hicieras cargo de mí, aunque insistía en cuidarme sola. Quería que te casaras conmigo, aunque sabía que no me amabas. Nunca hice lo que me pediste. No he hecho más que desafiar a todo el que ha tratado de ayudarme, desde mi padre y Ezequías hasta la señora Thoragood.

—No tienes por qué seguir haciéndolo.

—Lo sé, pero no puedo regresar a la cantina ni irme para el hotel.

—¿Qué vas a hacer?

—No lo sé, pero tengo que decidirlo por mí misma.

—¿Y cuánto tiempo necesitarás para eso?

—No lo sé.

—¿Qué se supone que debo hacer yo?

—Olvidarte de que me has conocido.

—No puedo hacerlo. Es lo único que no puedo hacer.

—¿Por qué no? Eso es exactamente lo que has estado tratando de hacer desde que llegué a San Francisco.

—Solo al principio, y fue imposible. Pienso constantemente en ti.

—Ni siquiera estamos hablando de lo mismo. Tú estás hablando de trabajar juntos, ocupar el mismo espacio, sentirnos físicamente atraídos.

—Eso es mucho.

—Tal vez lo sea para un hombre, pero no para una mujer.

Zac parecía confundido, incluso un poco indignado. No sabía de qué estaba hablando Lily.

—Nunca has entendido a las mujeres. Sabes cómo seducirlas, cómo halagarlas, cómo hacer que permanezcan a tus pies mientras te interesan, pero nunca has sabido nada sobre los sentimientos femeninos. Trabajaste con Dodie durante años y nunca te diste cuenta de que estaba enamorada de ti.

—Desde el primer momento le dije que…

—No estoy hablando solo de cómo hacer que una mujer se sienta bonita y deseada. Eso es importante, pero el amor es mucho más que eso. Una mujer quiere sentirse necesitada, sentir que su hombre no puede vivir sin ella, sentirse parte de él. Una mujer quiere que su marido comparta con ella toda su vida, no solo una parte. Quiere sentirse apreciada, valorada porque puede darle a su marido algo que no puede darle ninguna otra mujer en el mundo. Una mujer quiere que sus sentimientos y sus opiniones sean importantes para su marido.

—Lo son.

—Zac, desde que llegué aquí, nunca me has preguntado qué pienso ni has escuchado ni una palabra de lo que he dicho. —Lily no tuvo más remedio que hacer una pausa hasta tranquilizarse—. No, olvida lo que acabo de decir. Eso no era lo que quería contarte. No estoy tratando de echarte la culpa, Dios me libre. Solo trataba de explicar por qué me fui. Sé que no puedes amarme solo porque yo quiera que lo hagas. Tal vez me quieras un poco, a tu manera. Pero yo deseo más. Necesito más. Y tú no me lo puedes dar. Así que tengo que tomar una decisión.

—¿Y yo no te puedo ayudar a tomar esa decisión?

—No. Esto es algo que tengo que hacer sola.

Ir a la siguiente página

Report Page