Lily

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Capítulo 25

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Fern Randolph miraba a Lily con los ojos como platos.

—Daisy me dijo que eras preciosa, pero no que fueras absolutamente despampanante. Me alegra tener por fin en la familia a alguien que pueda darle a Iris un poco de su propia medicina.

Cuando la criada anunció que la señora Randolph estaba en la sala y quería verla, Lily y Bella estaban jugando a las cartas. Parecía lo único que hacía últimamente. Había pedido a Bella que le enseñara algunas sutilezas del juego. Lily supuso que la visitante debía de ser Daisy, la esposa de Tyler. No quería ver a nadie todavía, pero no podía negarse a ver a Daisy, con lo amable que había sido con ella.

Se quedó desconcertada cuando una mujer que nunca había visto la saludó con el calor propio de una vieja amiga.

—Soy Fern Randolph. Fue una estupidez no darme cuenta de que probablemente pensarías que era Daisy.

—Lo siento. Debí reconocerte, pero han pasado más de cuatro años y…

—Pamplinas. ¿Por qué ibas a acordarte de una mujer vieja, casada y rodeada de una horda de chicos?

Solo en ese momento Lily recordó que Fern era la madre de cinco enérgicos muchachos y que estaba casada con Madison, cuyo extraordinario parecido con Zac era desconcertante.

—Debería recordar a toda la familia de Zac.

—No puedes. Hasta George se olvida a veces de algún sobrino o alguna sobrina. Somos una tribu demasiado numerosa.

—Me refiero a los mayores.

Lily se preguntaba con nerviosismo por qué habría ido a verla Fern, quien pareció leerle el pensamiento.

—Ya sé que te estás preguntando qué hago aquí. Madison ha decidido trasladar sus oficinas principales a San Francisco. Yo me adelanté para buscar una casa. Casi me desmayo cuando Daisy me dijo que Zac se había casado. ¿Por qué no avisasteis a nadie? La familia se va a morir de curiosidad.

Lily palideció de miedo. Ya se había negado a recibir a la señora Thoragood y a Ezequías porque no sabía qué decirles. Le daba pavor entrar en explicaciones con Daisy. Y ahora estaba aún más perdida frente a Fern.

—Querida, veo que lo que te preocupa es eso que he dicho de que la familia se va a morir de curiosidad. Tienes que acostumbrarte a esta familia. Cuando te habitúas, no es tan mala. Te pueden hacer cualquier pregunta, por extraña o personal que sea. Aunque te parezca mentira, en ese terreno los hombres son peores que las mujeres.

—No sé cómo empezar a explicar el lío que he armado.

—Querida, cualquier mujer que se case con Zac tiene ante sí una tarea sobrehumana. Así que es normal que cometas un error de vez en cuando. Realmente no he debido venir aquí sin antes arrinconar y decirle cuatro frescas a esa egoísta criatura en su famosa taberna.

—No es culpa de Zac. —Lily estaba decidida a no dejar que su familia culpara a Zac por lo que ella había hecho—. Se portó como un perfecto caballero desde el principio. Soy yo la que cometió todos los errores.

—¿Estamos hablando de la misma persona?

La joven pareció irritarse un poco.

—Dices los mismos tópicos que todos los demás. Supones que si pasó algo malo tuvo que ser por culpa de Zac. Pero él en nada pudo influir para que yo no tuviera el buen sentido de quedarme en el lugar al que pertenecía. Ni siquiera tuvo la culpa del matrimonio, que fue una imposición, y menos aún de que su mujer no sea ni la mitad de inteligente de lo que pensó que era. Cualquier otro me habría tirado al mar.

Fern se quedó mirando a la joven, sin tratar de responder nada, como si quisiera dejar que se desahogara. Lily prosiguió.

—Siento mucho reaccionar de esta manera, pero todo el mundo dice las cosas más horribles de Zac. No pretendo decir que sea perfecto, pero al parecer nadie ve la bondad que hay en él.

—¿Y tú sí?

—No entiendo cómo nadie más puede hacerlo.

—Probablemente porque él se mantiene lo más alejado que puede de todo el mundo, familia incluida.

—Si todo el mundo lo trata igual que lo hicieron aquella vez en Virginia, no lo culpo por mantenerse alejado.

—Creo que hemos empezado con mal pie. —Fern empezó a levantarse—. Tal vez debería marcharme.

Lily se puso de pie enseguida, con cara de consternación.

—Por favor, no. No sé qué me pasa. Nunca suelo comportarme así, ni siquiera cuando las cosas están terriblemente mal.

Aún algo reticente, Fern volvió a acomodarse en la silla.

—¿Y las cosas están terriblemente mal en este momento?

—Peor que nunca.

—Se me da bien escuchar. Tras vivir en la misma casa con seis hombres Randolph, se aprende a escuchar de maravilla.

Lily sonrió. La visitante siguió hablando.

—Vas a tener que dar una explicación en algún momento. Cuando se divulgue tu nombre, habrá muchísimos comentarios.

—No entiendo.

—Estoy segura de que no se te ha escapado que todas las cuñadas de Zac tenemos nombre de flor. Él lleva años huyendo de lo que llama las «mujeres flor». Todo el mundo querrá saber cómo lo atrapaste a pesar de tu nombre.

—Pues lo atrapé de mala manera.

—Esa afirmación exige una explicación.

Así que Lily le contó todo lo ocurrido, desde el principio hasta el final, sin guardarse nada.

—Así que, ya ves, la verdadera culpable soy yo. Si no hubiese estado tan absurdamente segura de que conocía la respuesta a todo, nada de esto habría ocurrido.

—Debo decir que lamento que Rose no esté aquí para oír esto. Ella conoce a Zac mucho mejor que yo.

—Zac le tiene miedo. Y también teme a George.

Fern se rio.

—Rose y George son, probablemente, las únicas personas en el mundo a las que Zac ama sin reservas. Se mantiene alejado de ellos porque no quiere hacerles daño. —La mujer se quedó callada por un momento, mientras parecía dar vueltas a algo en su mente. Por fin siguió—. No estoy segura, claro, pero por lo que me has contado, es bastante posible que sí te ame.

Los ojos de Lily se llenaron de lágrimas que enseguida se secó con gesto tímido.

—Zac no me ama. Dice que me ama, pero no es verdad. No me ama realmente. Ni siquiera quiere estar casado.

—Ah, de eso no tengo dudas. Zac ha peleado contra cualquier clase de control de su vida desde que lo conozco, probablemente desde que nació. Pero si es cierto que ha hecho la mitad de lo que me has contado, está claro que sí te ama. Conozco a los hombres Randolph y conozco a Zac lo suficiente como para saber eso.

Lily no quería que Fern plantara en su corazón una semilla de esperanza. Quería que le dijera que todo estaba terminado, que no había esperanza y que cuanto antes regresara a Virginia, mejor le iría a todo el mundo. Eso era triste, pero lo podía sobrellevar. Mal, pero podía. Lo que no podría soportar era que alimentaran sus esperanzas para que el tiempo las volviera a aplastar. Así que trató de explicarse.

—En todo caso no sería la clase de amor que yo necesito. No quiero cambiar su vida. Pensé en hacerlo, supongo que toda mujer considera la posibilidad de hacer que su hombre se parezca más a lo que ella querría, pero entendí que a él no le gustaría. Zac tiene que dejarme entrar en su vida y no me refiero solo al salón. Me refiero a todo. Trata de obligarme a vivir en un mundo aparte. Me dice lo que debo hacer, lo que tengo que pensar, dónde he de vivir, quiénes deben ser mis amigos. Eso no es un matrimonio. Es como si fuera mi dueño. Así es como mi padre trata a mi madre. Juré que eso nunca me pasaría a mí. En parte, hui de Virginia por eso.

—¿Has tratado de hablar con Zac, de decirle lo que sientes?

—Sí, pero él nunca oye lo que no quiere oír. Ya ha tomado una decisión sobre cómo deben ser las cosas y nada de lo que yo diga parece poder hacerle cambiar de opinión.

—Ese comportamiento es el típico de los Randolph de principio a fin. Podría contarte cientos de historias sobre Madison… Pero tú ahora no estás interesada en las cosas de mi marido. Te diré, por resumirlo, que todos los hombres de esa familia están convencidos de que tienen la respuesta para todo.

—¿Qué debo hacer?

—Primero, estar segura de que lo amas lo suficiente como para soportar eso el resto de tu vida. Ellos no cambian, puedes creerme. Es posible que amen a sus esposas a más no poder, pero siguen siendo los mismos animales testarudos, egoístas y sabelotodo que antes de que nosotras los atrapáramos.

—Dicho así, parece algo horrible.

—Querida, estoy casada con el más terco de todos y tengo cinco hijos que son iguales que él. No cambiaría ni un solo minuto del tiempo que he pasado con Madison por nada del mundo, pero hay ocasiones en las que daría casi cualquier cosa por ser lo suficientemente fuerte para darle una buena paliza.

—Con frecuencia siento lo mismo con respecto a Zac.

—Madison y él son muy parecidos.

—¿Cómo logras hacer lo que quieres cuando él está decidido a no dejarte?

—En primer lugar, procuro saber muy bien qué quiero y lo que voy a hacer una vez que lo obtenga. Luego se lo cuento a Madison. Puede que él grite y amenace, pero nunca se atreve a detenerme de verdad. Si puedes lograr que alguna otra persona se oponga a que lo hagas, mejor, porque entonces tu marido se sentirá obligado a apoyarte contra los intrusos. En esos casos, aunque piense que yo no debo hacer algo, defenderá mi derecho a hacerlo contra viento y marea.

—Pero eso no tiene sentido.

—Los hombres rara vez piensan de manera racional cuando se trata de cosas de mujeres. Se les dan bien los números, saben construir cosas, pero si no nos tuvieran a nosotras para que les ayudáramos, nunca serían capaces de encontrar su ropa interior.

Lily se rio a pesar de su melancólico estado de ánimo.

—Eso no me parece que sea aplicable a Zac.

—Dale un poco de tiempo. Por lo que dice, ya tiene una mujer que hace todo el trabajo por él.

—Sí, la tenía. Se llama Dodie, pero renunció.

—¿Ya no la tiene?… Mejor, así se desmoronará antes. Y cuando lo haga, tú estarás ahí para recoger sus restos, para hacer lo que él es incapaz de hacer.

Lily no quería que Zac se desmoronara, y tampoco se veía capaz de resolver los problemas de su marido. Si quería ser su esposa, no podía seguir causándole tantos problemas. Tenía que dar satisfacción a alguna de sus necesidades. Al decirse esto, la muchacha pensó en la cantidad de horas que habían pasado haciendo el amor y se sintió ligeramente culpable por pensar en ese tipo de necesidades. Pero esos habían sido los únicos momentos en que se había sentido parte de él de verdad, los únicos momentos en que no habían discutido, en los que él no parecía querer apartarla de su vida.

—Supongo que he cometido el error de esperar a que él tomara todas las decisiones, pero, cuando las he tomado yo, siempre he terminado armando un lío.

—No te preocupes por eso. Tú eres su esposa. Tienes derecho a causar problemas.

—Pero no quiero hacerlo.

—No seas tonta. Él te causará un problema tras otro, de la mañana a la noche, durante el resto de tu vida. Así que es justo que le hagas pasar unos cuantos momentos difíciles. Además, así espabilará, estará más atento a ti. Y a la larga te respetará más.

—No lo entiendo.

—No pierdas tu tiempo tratando de entender las cosas del amor y el matrimonio. Ya te dije que los hombres son criaturas muy tontas. Suelen decir que nosotras somos incomprensibles, pero en realidad los que se comportan de forma absurda son ellos, y creo que en el fondo lo saben, aunque no lo admitirán.

Desde luego, pensándolo bien, había que reconocer que Zac tenía algunas ideas ridículas. Hasta Dodie pensaba lo mismo. Sin embargo, Lily no creía que su marido fuera consciente de ello.

—¿Estás segura de que no te quieres mudar al hotel? Daisy está muy preocupada por ti.

—Será mejor que me quede aquí. Mi negativa a ir no tiene nada que ver con Daisy. Si me voy al hotel, Zac pensará que he cedido. Además, tengo la intención de conseguir un empleo para ganarme la vida hasta que decida qué voy a hacer.

Fern se puso de pie.

—Bueno, pues no te demores demasiado en tomar tu decisión. Rose y George vendrán a San Francisco en otoño y no quiero ni pensar en las cosas que harán si la situación no está clara en ese momento. Casi siento pena por Zac.

—Pero ellos solo son el hermano y la cuñada de Zac.

—Son como los padres de Zac. Ellos fueron los que lo criaron. Yo creo que Rose considera a Zac su hijo mayor.

Lily no sabía, por supuesto, en qué condiciones sentimentales había crecido Zac, pero tenía muy claro que a esas alturas no necesitaba una madre. Jamás consentiría hacer algo por imposición, ni siquiera de una madre. Lily ya había tomado parte en un complot para obligarlo a hacer algo contra su voluntad. Nunca más volvería a hacerlo, ni creía que su marido y primo volviese a dejarse atrapar de tan mala manera.

—Aunque las cosas estén confusas ahora, debes venir a visitarnos a Daisy y a mí. Te prometo que no meteremos las narices donde no nos han llamado. Ahora eres parte de la familia, así que tenemos todo el derecho del mundo a preocuparnos por ti.

—Ese es el problema. En el fondo no soy parte de la familia. Hasta ahora, mi matrimonio no es más que un documento sin significado alguno. Si Zac no decide que me quiere tener en su vida, que me necesita, seguiré siendo una intrusa.

Daisy y Fern encontraron a Zac en su oficina. El pobre tahúr se sintió como un conejo acorralado cuando Fern cerró la puerta y se guardó la llave en el bolso.

Por si no estaban claras, la mujer expuso sus intenciones.

—No me voy a arriesgar a que te escapes antes de que digamos lo que tenemos que decir.

—Tienes que hacer algo con respecto a Lily —añadió Daisy sin preámbulo alguno—, y tienes que hacerlo pronto. Es espantoso que esa pobre criatura esté viviendo sola, trabajando en una tienda de ropa, cuando tiene un marido perfectamente establecido, que debería estar cuidando de ella.

Zac siempre se había sentido aterrorizado cuando las mujeres unían fuerzas contra él, en especial si las enemigas eran sus cuñadas, pues a ellas no podía insultarlas ni echarlas a empujones de su oficina. Toda su familia se pondría furiosa. Tampoco podía ofrecerles asiento y conversar tomando unas copas, pues resultaría inapropiado. De modo que solía resolver el problema huyendo, pero esta vez Fern había aprendido la lección y tenía a buen recaudo la llave de la puerta.

Estaba atrapado.

—Lo he intentado. —Sentía la garganta seca y consideró la posibilidad de tomarse un coñac, pero enseguida desistió. Probablemente Fern y Daisy irían luego a decirle a Rose que Zac ahora, encima, además de jugador era bebedor—. Ella no me quiere ver. Dijo que nada había cambiado, de modo que no tenía sentido hablar.

—Entonces eres tú quien debe hacer algunos cambios.

—¿De qué lado estáis?

—Del lado de Lily.

—Genial. Mi propia familia está en mi contra.

Daisy sonrió con aire un poco malicioso.

—Yo no tengo ningún parentesco directo contigo, así que no me salgas con eso. Además, ella me contó lo que tú querías que hiciera: esperabas que se quedara sola día tras día, o que se fuera con un montón de desconocidos, mientras tú seguías divirtiéndote como siempre.

¿Divirtiéndome? Yo tengo un negocio y así es como me gano la vida.

—Entonces déjala ayudarte.

—No quiero que ella me ayude. No es un trabajo adecuado para una mujer como Lily.

—¿Tú la amas?

—Claro que la amo. Me paso la vida diciéndole que la amo, pero ella no me cree.

—Pero yo te pregunto si la amas de verdad.

—¿Qué quieres decir con eso de que si la amo de verdad?

—¿Ella es lo único en que piensas día y noche? ¿Has perdido el apetito? ¿No puedes dormir, ni quedarte quieto, ni concentrarte en el trabajo?

—Claro que no. ¿Qué clase de idiota creéis que soy?

Se quedó pensativo. En realidad, últimamente no había sido el mismo de siempre. Cualquiera de las chicas podría atestiguar que estaba algo así como distraído. Y en cuanto al sueño… Pero nunca había pensado que todo eso fuera a causa de Lily. Estaba preocupado por ella y le molestaba que no quisiera verlo, pero…

Fern interrumpió sus pensamientos.

—Supongo que ese es el meollo del asunto. No puedes decir que amas a Lily si no te sientes completamente desgraciado porque te dejó.

—No dije que no me sintiera desgraciado. —Zac no podía confesar fácilmente semejante debilidad—. Pero mi vida no ha terminado.

Íntimamente se preguntó si, en realidad, no estaría acabado sin su Lily.

Dodie estaba perpleja.

—¿Estás tratando de convencerme de que regrese para administrar la cantina?

—Lo haría si pudiera —respondió Zac—, pero por ahora lo único que quiero es que supervises las cosas mientras yo estoy ausente.

Se había sentido aliviado al ver que su vieja amiga estaba sobria. De hecho, tenía mucho mejor aspecto que en las últimas semanas.

—¿Y adónde tienes que ir, dejando huérfano tu querido negocio?

—A buscar a Windy Dumbarton para que legalice el matrimonio.

—Esa es la primera cosa decente que has hecho en mucho tiempo. ¿Cómo está Lily?

—Bien, supongo. Sigue sin querer verme.

—Tal vez quiera verte cuando regreses.

—¿Por qué?

—Has cambiado. No lo suficiente, pero Lily tampoco pide mucho. Será mejor que te des prisa, de todas maneras. No sé cuánto tiempo estará dispuesta a esperar a que entres en razón.

—Hablas como Daisy y Fern.

—Sabias mujeres.

Zac guardó unas cuantas prendas en una maleta. No podía soportar la separación más tiempo. Extrañaba a Lily más de lo que se había imaginado que sería posible echar de menos a alguien. Tenía que recuperarla, pero primero debía asegurarse de que el matrimonio fuera legal. No tenía sentido arreglar todo lo demás para que después le estallara aquel estúpido asunto en la cara. El detective privado había fracasado. Solo él, Zac, podía encontrar a Windy Dumbarton, aunque tuviera que buscarlo en todos los bares y las cantinas que había al oeste del Misisipi.

Pero pensando en todas las cosas que quería hacer por Lily, en todas las promesas que se proponía hacerle, cayó en la cuenta de que Lily tal vez no quisiera regresar. De pronto su mano se quedó en el aire, mientras sacaba una camisa de un cajón.

No quería que Lily se marchara. Quería estar casado con ella. Le gustaba tenerla cerca y no solo cuando estaban en la cama. Ella le hacía sentirse mejor. Hacía que todo pareciese bueno a su alrededor.

Eso era amor. Tenía que ser amor.

Si no quería que Lily estuviera en la taberna, era porque la amaba. Quería que ella solo conociera a la mejor gente porque la amaba. Zac no entendía por qué Lily no podía comprender todo eso. ¿Qué otras cosas podía haber?

Pero en el fondo tenía la impresión de que sí había más cosas, aunque fuera incapaz de descubrirlas. Y sabía Lily no iba a regresar hasta que diera con ellas, hasta que aprendiera lo que significa el auténtico amor.

Pues bien: estaba dispuesto a descubrirlo. No iba a renunciar tan fácilmente. Es posible que fuera una criatura terca y egoísta, pero no era tan estúpido como para no darse cuenta de que nunca encontraría a nadie como Lily.

La joven virginiana se dijo que era estúpido tratar de hablar con Zac, y más estúpido todavía tratar de hablar con él mientras la cantina estaba abierta. Él nunca había logrado olvidarse lo suficiente de las cartas como para escucharla y no podía esperar que las cosas fueran distintas ahora.

Pero tenía que hablar con Zac. Tenía que averiguar si sus sentimientos habían cambiado.

Al principio había ido a verla casi todos los días. Una mañana incluso se había despertado temprano para poder atraparla en la tienda. Cuando Lily lo vio acercarse, le pidió a la señora Wellborn que le dijera que había salido y luego se escondió en la trastienda. Ahora llevaba casi una semana sin verlo.

No hacía más que pensar si debía a Virginia, pero siempre acababa llegando a la conclusión de que no podía hacerlo. Amaba a aquel hombre imposible y eso nunca iba a cambiar. No tenía sentido pensar que podría irse a cualquier otro lugar, casarse con otro y establecer un hogar como si tal cosa. Zac Randolph o nadie, tal era el dilema. Nunca se casaría con un hombre al que no amara.

Siempre estuvo convencida de que no podría vivir con un hombre que no la amara con la misma intensidad con que ella lo amaba, pero lo ocurrido la semana anterior, el cese de las visitas de Zac, la había obligado a cuestionarse muchas cosas. Era hora de despertar y enfrentarse a la realidad. ¿No era mejor tener media hogaza de pan que no tener nada?

La duda era dolorosa, pues planteársela significaba que estaba a punto de ceder. Significaba que aceptaba que Zac nunca la amaría como ella quería que la amaran, que nunca encontraría la felicidad que deseaba con tanta desesperación.

Pero ¿su vida no sería más desgraciada sin él? Desde luego, llevaba hundida en la miseria toda la semana. Pese a que en realidad se trataba solo de siete días, había sido la época más larga y sombría de su vida. Un montón de veces cada día se había sentido tentada de ir a buscarlo y decirle que estaba dispuesta a aceptarlo bajo cualquier condición.

Su padre siempre había dicho que no debería aceptar nada que no fuera lo mejor. Su madre le había dicho que era esencial tener capacidad de amoldarse, de ceder, de llegar a acuerdos en todas las facetas de la vida. Lily no sabía cuál de ellos tenía razón. Quizá, en parte, la tuvieran los dos.

Quizá, se decía, tuviera que buscar una solución completamente nueva.

¡Ah, si Zac la amara! Dicho así, parecía una cosa tan sencilla.

Haría lo que él quisiera, siempre y cuando la dejara estar con él. Ese era el único punto en que no iba a ceder. Zac tenía que dejarla entrar en su mundo, en su vida, plenamente. Sabía que no iba a ser fácil convencerlo de que cambiara de opinión, pero tenía que convencerlo.

De eso dependía algo más que su felicidad. Ahora existía la posibilidad de que estuviera embarazada y, si lo estaba, eso lo cambiaría todo.

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