Lily

Lily


Capítulo 2

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En verano, la Casa Salem tenía un ritual que todo hombre de aquella parte de San Francisco conocía bien. Cada noche, a las seis y media en punto, seis de las chicas salían al porche de la casa. Conversaban un rato entre ellas, e incluso en ocasiones tomaban el té, pero hacían caso omiso de los hombres que pasaban por la calle. A las siete en punto, las chicas volvían a entrar. Era la señal de que la Casa Salem abría oficialmente sus puertas en esa jornada.

Zac volvió a agarrar a Lily, esta vez no de un codo, sino de los dos, y comenzó a empujarla de nuevo.

—No es una casa de… residencia.

—Pues parece una residencia.

—Pero no lo es.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo he estado… porque lo sé. Además, está llena.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque un lugar como ese siempre está lleno un viernes por la noche.

Lily miró por encima del hombro a las hermosas muchachas, vestidas con lindos trajes.

—Parecen muy agradables.

—A ellas les pagan para que se muestren agradables.

—Tal vez podría conseguir trabajo allí.

Zac la empujó todavía más.

—Tú no necesitas un trabajo. Vas a regresar a Virginia en el primer tren.

—No puedo. —Lily movió la cabeza con inocente obstinación—. No tengo suficiente dinero.

Zac estaba preparado para esa respuesta.

—Yo te compraré el billete.

—No puedo permitir que hagas eso. No es apropiado.

—Demonios, eso es mucho más apropiado que la idea de que trates de conseguir un empleo en esa posada para señoritas.

—Tampoco es apropiado maldecir. Papá dice que eso es señal de un corazón sin principios y un intelecto limitado. —Antes de que Zac pudiera pronunciar la mordaz respuesta que le llegó enseguida a los labios, Lily continuó hablando—. Ya sé que eso no se aplica a ti. Todo el mundo dice que eres tan astuto como una comadreja.

—¿Quién fue el desgraciado que dijo eso? —Zac había alzado la voz, irritado—. Y no me digas que estoy diciendo groserías otra vez. Ya lo sé.

—Uno de tus hermanos. No recuerdo cuál. Rose dijo que tú solías ser un pequeño demonio. También dijo que no habías cambiado mucho.

En aquella ocasión, Zac se arrepintió de haber asistido a la reunión familiar desde el momento en que cruzó la puerta. Sus hermanos se habían pasado la mayor parte del tiempo criticándolo e insistiendo en que debería cambiar de carácter y de estilo de vida. Por lo visto, cuando finalmente se marchó, estaba tan furioso que hizo todo tipo de comentarios imprudentes ante la jovencita y remató la faena con una más que imprudente invitación a visitarlo.

—Hay que aprender de las experiencias. Por ejemplo de la mía. —Zac hablaba ahora con un tono a medio camino entre lo pedagógico y lo humorístico—. Nunca vayas a reuniones familiares, a menos que quieras que tus defectos sean el plato principal del desayuno, la comida y la cena y que todo el mundo se dedique a hablar de ellos con todo detalle y sin ahorrarte ni un reproche.

Lily no tuvo más remedio que reír.

—No creo que a tus hermanos les haga mucha gracia que tengas una taberna.

Zac se rio entre dientes.

—A Monty sí le haría gracia, si Iris se lo permitiera.

—Iris me agrada —dijo Lily—. Y también me agrada Monty.

Zac la miró y tuvo un estremecimiento. Volvió a sentir un escalofrío, pero esta vez la culpa no era del fresco aire marino. El nombre de Lily resonaba en su cabeza. Le atraía y le daba miedo.

—Por aquí. —Zac encaminó a Lily hacia lo alto de unas escaleras que subían por una calle muy empinada—. La posada de Bella Holt está allá arriba.

Al principio, Zac se sorprendió por la facilidad con la que Lily subía las empinadas escaleras colina arriba. De hecho, llegó arriba por delante de él. Luego recordó que Salem está en las montañas. Desde luego, la chica sabía caminar cuesta arriba. Probablemente tuviera problemas para andar por terreno llano.

Lily, cuando se detuvo frente a los escalones que llevaban a la casa de Bella, habló con una ancha sonrisa.

—Esto no es ni remotamente tan bonito como la casa en la que estaban esas mujeres en el porche.

En nada similar, en efecto, a la Casa Salem, la posada de Bella Holt era una construcción alta, de madera, que tenía tres pisos y un sótano, construida en estilo italiano, con cornisas llamativas. Una ventana en arco de medio punto, que probablemente pertenecía a la vez a dos habitaciones, se proyectaba hacia afuera a la misma altura de la escalera empinada que subía desde la calle. Pintada en tonos tristes, no tenía una apariencia muy atractiva.

—En ninguna parte está escrito que las posadas deban ser bonitas. —Zac empezó a subir los escalones que llevaban a la entrada principal—. Sobre todo si están destinadas a señoritas. Las señoritas no quieren llamar la atención. No deben llamar la atención.

—Una cosa es no llamar la atención y otra muy distinta cultivar la fealdad —dijo Lily.

Zac tuvo ganas de reír, pero se contuvo.

—Yo en tu lugar no le diría eso a Bella. Está bastante orgullosa de su casa. Además, no tienes, derecho a decir esas cosas. Al fin y al cabo, vas de negro de los pies a la cabeza, como una…

La chica lo interrumpió.

—Papá dice que los colores brillantes y los vestidos elegantes llevan a una frivolidad peligrosa. Dice que eso anima a las jovencitas a pensar mucho en la apariencia física y no prestarle suficiente consideración a la vida espiritual. Y dice que, además, eso alienta a los jóvenes a hacer lo mismo.

—¿Y eso es malo?

—Por supuesto. Una persona no puede pensar solo en sí misma sin volverse absolutamente egoísta.

Zac notó que aquellas palabras iban dirigidas a él.

—Desde luego, no siempre estoy de acuerdo con papá. Está convencido de que la gente que se permite cualquier clase de diversión está en manos del demonio. ¿Tú crees eso?

—¡Maldición, no! Si todo el mundo pensara eso, mi negocio se hundiría.

—Papá dice que…

—Prefiero que no me sigas hablando de lo que dice tu padre. —Zac dio unos golpecitos en la puerta—. Es muy parecido a lo que dice Jeff.

—A mí me agrada Jeff.

—Bueno, no te agradaría tanto si siempre te estuviera diciendo que eres una vaga y una inútil que va a terminar abandonada en un callejón, afligida por una enfermedad vergonzosa.

—No, no creo que eso me agradara, desde luego.

El hombre sintió un ramalazo de simpatía por Lily, que se desvaneció en cuanto ella remató la frase.

—Aunque fuera cierto.

—Bueno, pues no lo es. —Irritado, se preguntó si no sería mejor ponerla en el tren esa misma noche.

—Claro que no es cierto. Solo quería decir que a nadie le gustaría oír eso aunque fuera cierto. No es agradable.

Zac empezó a sentir que aquella conversación le alteraba más de la cuenta por alguna extraña razón, de modo que se sintió bastante aliviado cuando la criada de Bella abrió la puerta.

El tahúr entró sin ningún preámbulo.

—Esta es mi prima. Necesita una habitación para pasar la noche.

La chica miró fijamente a Zac, con ojos desorbitados y llenos de curiosidad. El hombre ignoraba si se habría creído que Lily era su prima. Probablemente no. Sin duda, había muchos hombres que llegaban allí diciendo que estaban buscando alojamiento para primas, sobrinas, hermanas, hijas y cuñadas.

—Si tiene la bondad de esperar en el salón, avisaré a la señora Holt de que está usted aquí.

Zac se dio cuenta de que a Lily tampoco le gustaba la apariencia del interior de la posada. Miraba aquí y allá con cierta aprensión, como si temiera que en cualquier momento saltara algo desde detrás de los tétricos muebles. Desde luego, a él no le gustaba mucho aquel lugar. Era demasiado oscuro y triste. Aquellos sillones acolchados, aquellos fúnebres paños que cubrían los aparadores, los aterradores cuadros que parecían observar adustamente a las visitas desde las paredes… Se diría que, más que un alojamiento, Bella dirigía una funeraria.

—Yo que tú me sentaría —le dijo Zac a su prima—. Nunca se sabe cuándo aparecerá Bella. Puede tardar siglos en considerar que está presentable.

Lily no se movió.

—No me gusta este lugar. Es oscuro y desolado y tiene una apariencia maligna.

—Pues yo creo que es la clase de lugar que tu padre aprobaría.

—Tal vez, pero soy yo la que se va a quedar aquí, y no me gusta.

Zac eligió un sillón y se sentó.

—Primero tienes que conocer a Bella. No es la mujer más simpática del mundo, pero probablemente tiene muchas en cosas en común contigo.

—Si fue ella quien eligió los muebles de este lugar, te puedo asegurar desde ahora mismo que no tenemos nada en común. ¿No podemos ir a otro sitio?

—No hay muchos sitios donde se pueda alojar una jovencita soltera y respetable. —Zac trataba de resultar convincente, aunque en el fondo le daba la razón a la chica—. Y no menciones otra vez esa casa donde viste a las mujeres bonitas. Si quieres saberlo, es un lugar al cual acuden los hombres cuando no tienen una esposa en casa.

Lily lo miró en silencio durante un momento.

—¿O al que van cuando tienen en casa una esposa a la cual no quieren recurrir? —La chica lo miraba casi con ansiedad, visiblemente sorprendida.

—Sí, también eso, claro. —A Zac le sorprendió y le inquietó que la inocente puritana captase el sentido de sus palabras de manera tan rápida—. Ahora siéntate y deja de hacer tantas preguntas.

Pero Lily no se sentó. Hizo un lento recorrido circular con los ojos por el salón, sometiendo cada cosa a un cuidadoso escrutinio. Zac estaba harto de ver aquella estancia, pero se sorprendió siguiendo con la mirada a Lily, que se movía, austera y hermosa, por el salón.

Por mucho que afirmara que estaba harta de su pesado padre y que quería tener un poco de diversión, Zac sabía muy bien qué clase de muchacha era. Su idea de la diversión y de la alegría de la vida no tenía nada que ver con lo que se estilaba en San Francisco. Desde luego, no era el tipo de mujer a la que le gusta un hombre durante un tiempo y luego le gusta otro, cuando el primero desaparece o se marcha. No, una jovencita como Lily, una vez que se enamorara de un hombre, lo amaría para siempre.

Y esas son las mujeres más peligrosas del mundo: fieles, amorosas, virginales. Zac estaba más decidido que nunca a que aquel peligro rubio se marchara de la ciudad a la mayor brevedad posible.

Pero mientras sus ojos la seguían alrededor del salón, cayó en la cuenta de que hasta ese momento casi no se había fijado en ningún otro aspecto de su apariencia física, aparte del rostro y el pelo. El resto de la muchacha, pese a la ropa de luto, era igualmente agradable a los ojos. Por mucho que el santurrón de su padre se empeñara en vestirla de negro, era imposible ocultar que tenía un cuerpo muy tentador. Sin ninguna duda, se dijo el tahúr, los chicos de las montañas lo habrían notado.

Lily tenía una cintura delgada, de aquellas que despiertan en un hombre el deseo de poner sus manos alrededor de ella. Por alguna extraña y fascinante razón, la visión de la cintura atraía la atención hacia el pecho, un busto difícil de pasar por alto, al menos para Zac, que enseguida pensó en la suavidad y la tibieza que debían de tener aquellos senos. Sin poder evitarlo, se imaginó besándole los pezones, excitándolos, excitándose.

Era muy raro que Zac, en materia de mujeres, tuviera que recurrir a la simple imaginación. No necesitaba consolarse con ensoñaciones: siempre tenía a mano lo que deseaba. Cuando Bella llegó, tenía el pulso alterado por sus eróticos pensamientos.

La dueña de la pensión no parecía muy feliz de verlo.

Y pareció todavía más contrariada al ver a Lily. Cuanto más de cerca la miraba, más contrariada parecía.

—Ellen me ha dicho que estás buscando una habitación para tu prima. —Bella analizó a Lily con mirada penetrante—. ¿Esta es la prima de la que hablas?

Bella descubrió rápidamente que había cometido un error al decir eso.

—La Biblia dice «no juzguéis y no seréis juzgados». —Lily pronunció la cita con marcada severidad.

—Si no juzgara —respondió Bella, sin retroceder un ápice—, quién sabe qué clase de mujeres se colarían en mi alojamiento.

—Por mi parte, no tengo ningún temor a encontrar malas compañías. —Lily, todavía tenía una expresión tensa—. No creo que sean muchas las que pasen su examen.

Las palabras de Lily parecieron satisfacer parcialmente a Bella, pero todavía no lo suficiente como para aceptarla sin reservas.

—Tendrá que perdonarme que no sea tan abierta como usted quisiera, pero su primo siempre anda rodeado de personas poco recomendables.

Al tahúr le irritó la actitud rígida y moralista de la posadera. Ella sabía muy bien que las chicas que trabajaban en su salón eran honestas y trabajadoras. Ella misma había trabajado allí.

—No hay que juzgar a Zac por las compañías que frecuenta ni a las mujeres por los empleos que desempeñan —dijo Lily—. Supongo que muchas de ellas no han tenido muchas oportunidades, y harán lo que pueden hacer.

Bella lanzó a Zac una mirada muy poco cariñosa. Todavía parecía desconfiar de la recién llegada, pero hizo un esfuerzo por sonreír, pues se dijo que eso sería lo más inteligente. Era mejor no irritar más de la cuenta a Zac, que al fin y al cabo sabía demasiado. A mucha gente podría interesarle saber a qué se dedicaba la señorita Bella Holt antes de abrir la posada. Por tanto, suavizó un poco más su actitud.

—Lo que dice es muy cierto. Pero debe usted entender que, en mi posición, tengo que ser muy cuidadosa con las personas a las que alojo.

—Estoy segura de que es así, pero también estoy segura de que Zac la respeta demasiado como para aprovecharse de su buena fe.

El hombre estuvo a punto de soltar una carcajada. Qué lista era su primita. Con aquellas palabras, seguro que había acabado con las reservas de Bella.

—Me llamo Lily Sterling. —La joven virginiana estaba dispuesta a no soltar las riendas de la conversación—. Acabo de llegar y llevo aquí apenas unas horas. Estoy segura de que Zac me habría reservado una habitación de haber sabido que venía, pero mi carta se perdió en Virginia City. De modo que estaba menos preparado para mi aparición que usted. Me gustaría mucho que me proporcionara una habitación, si no tiene inconveniente. ¿Me puede preparar un cuarto?

—Mis cuartos siempre están listos —respondió Bella, con aire un poco altanero—. Siempre están tan limpios y ordenados como el que más. No creo que, en eso, les superen ni siquiera los lujosos hoteles del centro.

—Con una habitación modesta me sobra —dijo Lily.

—Dale la habitación grande de delante —terció Zac—. No quiero que nadie pueda decir que coloqué a mi prima en un cuartucho diminuto.

—Yo no tengo ningún cuartucho diminuto. —Bella había saltado enseguida, feliz de tener la oportunidad de desahogar, al menos en parte, su irritación con Zac—. Pero ese que dices te costará un poco más.

—Cuando se trata de la familia, el dinero no es problema. —Zac tragó saliva. Era la primera vez en toda su vida que pronunciaba una frase en defensa de la familia.

Bella, a la que no se le escapó ese detalle, sonrió como un gato satisfecho tras cazar al ratón.

—¿Esa maleta que está en el vestíbulo es lo único que tiene? —Miró a Lily.

—No. También tengo un baúl que fue a parar a Sacramento por error y una maleta más grande que todavía está en el muelle del ferry.

—¿Cómo dices? —Zac tuvo que agarrarse en el borde de la silla para recuperarse de la sorpresa.

—No esperarás que una mujer respetable se vista solo con lo que cabe en una maleta, ¿verdad? —Bella parecía más tranquila tras saber que Lily tenía mucho equipaje—. Toma asiento —le dijo luego a la joven—. Le pediré a Ellen que te traiga un café. ¿Quieres comer algo?

—La verdad es que no he comido nada. Con la excitación de la llegada y el deseo de encontrar a Zac, ni me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sin probar bocado.

—Tenemos un poco de asado de cerdo. Lo calentaré, y puedes tomarlo con patatas y pan.

—¿Está segura de que no es inconveniente?

—¿Qué inconveniente va a tener, si se lo pagaré como Dios manda? —dijo Zac.

Bella le dedicó una sonrisa forzada. Zac, a su vez, se dijo que tendría que tener una charla con ella tan pronto como pusiera a Lily de regreso a Virginia.

Bella se dirigió a Lily.

—Arregla con Zac lo del equipaje. Enseguida te traigo la cena. Luego tendrás que marcharte —agregó, dirigiéndose a Zac—. No permito la presencia de hombres en mi casa por la noche.

En cuanto Bella salió de la estancia, Zac habló con tono de reproche.

—No me habías dicho que tenías más equipaje.

—Puede que sea la honesta y austera hija de un predicador, pero no por ello tengo que ir por el mundo con tres trapos. Poseo un poco más de ropa de la que cabe en una maleta.

Zac se dijo que se trataba de una maleta más bien grande, en la que cabían más de tres trapos, pero decidió no discutir sobre ello. Era mucho más importante convencer a Lily de que regresara a Virginia.

—Es magnífico que la otra maleta esté todavía en el muelle. Así lo único que tendrás que hacer es pedir que la vuelvan a subir al ferry. Le pediré a Dodie que averigüe los horarios del barco. Si no lo consigue, Tyler debe de conocerlos. Cuando diriges el hotel más grande de la ciudad, tienes que saber las horas de llegada y salida de cada tren, cada barco y cada diligencia que pasa por San Francisco.

—No tengo ninguna intención de regresar a Virginia mañana. —Lily, al decir esto, había alzado la barbilla con un gesto de obstinación que al hombre le resultó alarmante.

—Pero no te puedes quedar en San Francisco. —Zac estaba llegando al límite de su paciencia—. Y no vayas a comenzar otra vez con la cantinela de que yo te invité. Cualquier persona con dos dedos de frente se habría dado cuenta de que yo estaba enojado y no sabía lo que decía. Además, a nadie se le ocurre salir pitando para San Francisco por una simple invitación dicha por decir. —Zac sacudió la cabeza—. A estas alturas ya podrías estar muerta.

—Pero no lo estoy.

—Te ruego que entres en razón. Y no pongas esa cara de consternación. No te va a servir de nada. Por Dios, muchacha, ¿acaso no conoces mi reputación? Soy la última persona a la que deberías acudir en busca de protección. ¿No oíste lo que dijo Jeff?

—Pero tú dijiste que nada de eso era cierto. Dijiste que…

—Claro que lo negué, ¡cómo iba a aceptarlo! ¿Piensas que podría permitir que ese mojigato cabeza de alcornoque me tilde de vago sin que yo lo acuse de mentiroso? Yo también tengo un poco de orgullo.

—Pero…

—No empieces a poner peros. Yo soy un jugador. Dirijo un salón de juego y una cantina. Confraternizo con los peores elementos de la sociedad. Tu madre probablemente se cambiaría de acera para evitar encontrarse con las mujeres a las que les doy trabajo.

—Pero si yo no hago nada vergonzoso, nadie podrá…

—No hace falta que hagas nada, basta con que se lo parezca a alguien y empiecen las murmuraciones En cuanto te asocien conmigo, se acabó tu reputación.

—¿De verdad eres tan terrible?

Zac, sorprendido por la ingenuidad de la pregunta, estalló en una carcajada.

—Supongo que para convencerte he pintado una imagen espantosa de mí mismo.

—Sí, así es. —Lily sonreía con cierta inseguridad.

—No soy un criminal, no, pero no soy una compañía recomendable para ti. Ahora, por favor, sé una buena chica, tómate la cena, duerme bien esta noche y a primera hora de la mañana te pondremos en el ferry para cruzar hasta el otro lado de la bahía y montarte en el primer tren.

Lily lo miró fijamente a los ojos.

—Tendría que ser la tonta que crees que soy, y una redomada cobarde, para tras hacer caso omiso de los deseos de mi familia y viajar a cuatro mil kilómetros de distancia, dar media vuelta y volver con el rabo entre las piernas al primer día. Te agradezco que me hayas encontrado alojamiento. Sin embargo, si te quieres deshacer de mí, no es necesario que intentes meterme en el ferry y en el tren. No te molestaré, yo puedo defenderme por mi cuenta.

—¿Es que no has prestado atención a nada de lo que te he dicho? —Zac empezaba a darse cuenta de que había pinchado en hueso.

—Claro que sí. Piensas que no sé cómo defenderme en San Francisco y crees que si me ven en tu compañía se arruinará mi reputación.

—¿Y eso no te parece suficiente?

Lily sonrió.

—Cuando decidiste convertirte en tahúr, ¿tu familia estuvo de acuerdo?

—¿Bromeas? Hicieron todo lo que pudieron para detenerme. George llegó incluso a quitarme mi asignación mensual. Tuve que huir.

—¿Y alguna vez te arrepentiste de hacer lo que hiciste?

—Nunca.

—Entonces deberías saber exactamente cómo me siento yo.

—Pero, al contrario de lo que me pasaba a mí, tú no buscas hacer nada deshonroso.

—Lo que importa es que mi familia pensará que sí lo es. De hecho, creo que me encuentro en una situación muy parecida a la tuya de hace unos años.

—Pero tú eres mujer.

—Me alegra que lo notes.

—No quieras pasarte de lista conmigo. Los hombres pueden hacer muchas cosas que están vedadas a las mujeres.

—Eso ya lo sé, pero lo cierto es que ya estoy aquí.

Y lo mínimo que puedo hacer es tratar de salir adelante. Si soy un fracaso total, prometo que regresaré a casa.

Zac la miró con desconfianza.

—No te creo.

—No confías mucho en la gente, ¿verdad?

—No. Eso solo trae problemas.

—¿Incluso con las mujeres?

—En especial con las mujeres.

—Bueno, pues en mí sí puedes confiar. Quédate tranquilo. Ocurra lo que ocurra, no espero que te hagas cargo de mí.

Zac resopló con furia.

—¿Ves? A eso es exactamente a lo que me refiero.

—No te entiendo. —Lily lo miró, confundida.

—Dices que no esperas que me haga cargo de ti, pero sabes muy bien que voy a tener que hacerlo.

—No, no es cierto.

—¿Qué clase de canalla sería si te diese la espalda y permitiera que te ocurriera cualquier cosa? Soy un jugador, no un maldito bastardo ni un cobarde.

Lily se rio. Tenía una risa ligera y cantarina, pero esta vez a Zac, muy enfadado, no le quedaban ganas de acompañarla en su regocijo.

—Primo, estás lleno de caballerosidad sureña.

—No estés tan segura. Soy cualquier cosa menos un caballero, pero no soy capaz de darle la espalda a un pariente, eso es todo.

—Puedes borrarme de tu lista de parientes indefensos. Estoy segura de que la señorita Holt me ayudará a encontrar un empleo.

—Y toda la ciudad sabrá que te abandoné.

—No le contaré a nadie que te conozco. ¿No acabas de decir que eso puede disminuir mis posibilidades de conseguir trabajo?

Zac la miró casi con odio.

—¿Por qué siento que no debo confiar en ti?

—No tengo ni idea, tú sabrás.

Lily le sonreía con expresión inocente y modesta, lo cual le inspiró a Zac todavía más desconfianza.

—Mañana volveré y seguiremos hablando de esto —dijo Zac, antes de darse la vuelta y salir.

Lily parecía frágil, se decía el tahúr mientras bajaba los peldaños de la puerta principal, pero también daba la impresión de ser una chica muy decidida. Eso era lo que pasaba cuando tenías un padre que estaba convencido de que cada idea que se le ocurría contaba con la bendición divina. Era lógico que esa actitud se contagiara a su familia.

Zac tenía que admitir que nunca había visto a una criatura tan adorable, incluso vestida de negro. ¡Y ese pelo! Le recordaba una imagen que había en la capilla de la escuela a la que solía asistir. El director de la escuela había obligado a Zac a ir a los servicios religiosos a pesar de sus airadas protestas. Así que se pasó muchas horas observando a aquel ángel y pensando en cosas que no tenían nada de angelicales.

Lily le causaba más o menos el mismo efecto.

Zac se estremeció. Le gustaba su vida tal como era. Le gustaba dormir cuando quería, donde le daba la gana y todo el tiempo que deseaba. Le gustaba que le prepararan la comida a su gusto y se la sirvieran a cualquier hora del día. Le gustaba tener a las mujeres que deseara. También le gustaba tener un armario y un espejo para él solo.

Tal vez sería mejor no ver a Lily al día siguiente, alejar las tentaciones. Quizá sería mejor enviar a Dodie.

Pero no. Con la suerte que tenía, aquellas dos eran capaces de tramar algo que acabaría llenándole la cabeza de canas. Lo mejor sería adoptar una actitud muy firme, incluso imperativa, para que la aparición regresara a su casa.

De todas maneras, era una pena que Lily no se pudiera quedar por lo menos uno o dos días. A Zac le gustaba su manera de hablar lenta y sin prisa, la forma en que arrastraba las vocales un poco más de lo normal. Con el ruido y la energía que abrumaban permanentemente en la cantina, escucharla tenía un maravilloso efecto relajante.

O tal vez el estado de tranquilidad que le invadió con su llegada fuese resultado de la visión de aquella maravillosa escalera real, la primera de su vida. Tal vez estaba confundiendo las cosas. O no. Lo cierto es que había levantado los ojos y había visto a una mujer que parecía un ángel y temió que Dios hubiese decidido que, después de conseguir aquella mano suprema, ya no le quedaba nada más que hacer en este mundo.

Zac dobló la esquina, vio las luces y oyó los ruidos que salían de las tabernas y los salones de juego, y la sensación de entusiasmo un poco irracional que conocía tan bien comenzó a vibrar de nuevo en su interior. Sus dudas se disiparon cuando empezó a sentirse otra vez como el Zac de siempre. Tenía que ser la combinación de Lily con la escalera real. Eso había puesto en peligro su habitual equilibrio. Pero la partida de cartas ya se había acabado y Lily se marcharía pronto. Y todo volvería a la normalidad.

Pero, por alguna razón, en el fondo eso tampoco le parecía la solución perfecta.

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