Lily

Lily


Capítulo 7

Página 9 de 33

7

—¿Ese es el pichón? —le susurró Lily a Dodie al ver que Zac se dirigía hacia un hombre que desde luego le pareció demasiado furioso como para estar a punto de contraer matrimonio.

—Sí, ese es el maldito desgraciado —dijo Dodie—. Lo siento, se me olvidó que no te gustan las malas palabras.

—No había oído ninguna mala palabra hasta que conocí a Zac.

—No me lo puedo creer. ¿Estás bromeando?

—En mi pueblo, los hombres nunca maldicen cuando están en presencia de una mujer. En todo caso, nunca lo hacen frente a mi madre ni frente a mí. Papá lo tiene prohibido. Dice que maldecir es un hábito propio de una mente pequeña y un vocabulario limitado.

—En este caso es más que apropiado, y me quedo corta en los calificativos del tipejo. —Dodie señaló al hombre que estaba discutiendo con Zac.

—Pero, si es un hombre tan malo, ¿por qué queréis que se case con Josie?

—Yo no quiero eso. Yo creo que ella debería pegarle un tiro, dar al bebé en adopción y olvidarse de todo el asunto. Pero san Zac no lo va a permitir. Dice que cualquier muchacha que se quede embarazada debe casarse con el padre de la criatura. Dice que no hay nada peor para un chico que crecer sin padres.

Lily se preguntó qué podrían haber hecho los padres de Zac para que pensara eso. Había oído muchas historias sobre el padre de los Randolph. Su padre, el reverendo, solía ponerlo como el paradigma del mal ejemplo. Según él, si el demonio alguna vez había venido a la tierra, había sido en la persona de William Henry Randolph. Por eso, Lily pensaba que había sido mucho mejor para Zac no conocer a su padre.

—¿Es que Zac lamenta el no haber tenido padres?

—Seguramente. —Dodie respondió sin apartar la mirada del lugar donde se desarrollaba la discusión, que al parecer amenazaba con tornarse violenta—. Aunque tiene tantos hermanos que no entiendo cómo pudo notar que sus padres no estaban presentes.

Lily conocía bien la historia de los hermanos de Zac. También sabía que ellos lo habían malcriado, pero eso no era lo mismo que tener unos padres propiamente dichos.

—¿Dónde está Josie?

Sin mirar a la muchacha, Dodie respondió a su pregunta.

—La mandé para arriba. No quería que viera cómo tenían que obligar al príncipe de sus sueños a portarse decentemente.

—¿Ella sí quiere casarse con él?

—No ve la hora. Hasta que él no aparecía, ella no era capaz de hacer nada. Míralo. He visto a mejores especímenes salir de las alcantarillas después de un aguacero. ¿Puedes entender que esa idiota haya perdido el seso por semejante patán?

Lily sí podía entenderlo. Si ella amara lo suficiente a un hombre como para dar a luz a su hijo, querría casarse con él. Aunque tuviera sus defectos.

—¿Cómo se llama?

—Cat Bemis. —Al pronunciar su nombre, el tono de Dodie dejaba muy claro que no le agradaba—. ¿Tú querrías casarte con ese hombre?

Lily no tenía el más mínimo deseo de casarse con el señor Bemis, pero podía ver que tenía cierto atractivo. Era un hombre alto, musculoso y joven. En ese momento estaba iracundo, pero no parecía mezquino. Probablemente no le gustaba que lo obligaran a hacer nada, ni siquiera algo que quizá sí quisiera hacer en el fondo. Lily, con toda su ingenuidad, había ido aprendiendo algunas cosas de la vida, por ejemplo, que a la mayoría de los hombres no les gusta que les obliguen a nada.

—Madre mía —exclamó Dodie—. Se dirigen a la oficina. Eso significa que Zac está a punto de echar el resto.

—¿El resto? ¿A qué te refieres? —Lily temió que se tratase de algún recurso violento.

—Creo que le ofrecerá un préstamo lo suficientemente generoso como para que se instalen en alguna parte.

—¿Y por qué ha de ser tan desprendido? —Lily estaba asombrada—. ¿Por qué le preocupa tanto lo que le ocurra a esa chica?

—No lo sé. ¿Por qué no se lo preguntas a él? Si obtienes una respuesta, será más de lo que hemos conseguido nunca las demás.

—No, por favor, nunca se lo preguntaría.

—¿Por qué?

—Porque a los hombres no les gusta que les hagan preguntas, en especial sobre ellos mismos.

—Pues se tiene merecido un buen interrogatorio. Le dije que no trajera aquí a esa muchacha, que iba a causar problemas, pero él insistió en darle trabajo.

—¿Fue Zac quien la trajo aquí?

—Por Dios, claro. El recoge a todos los desamparados que encuentra. La mitad de las chicas que están arriba llegaron aquí porque él las encontró cuando habían caído en desgracia. Las trae aquí, les da un empleo y a mí me toca instruirlas. Lo único que les pide es que se porten bien.

—Qué hombre tan extraño… ¿Hay alguna explicación para ese comportamiento?

—No podría decírtelo con exactitud. Se ocupa específicamente de cada chica, a su modo hasta con delicadeza. Por raro que suene, si no supiera que Zac se pasa las noches jugando con los tipejos que vienen a parar a este lugar, diría que tiene algo de predicador.

Lily no tuvo más remedio que reír. Si Dodie pensaba que Zac tenía algo que recordaba remotamente a un predicador, no había visto nunca a un predicador de verdad. Su primo era demasiado apuesto, demasiado encantador, demasiado alegre. Jugaba y permanecía levantado hasta el amanecer. Según su padre, también hacía otras muchas cosas, pero nunca le había explicado exactamente cuáles, pues se limitaba a decir que esas cosas lo conducirían directamente al infierno.

Lily pensó que sería una pena que un hombre tan atractivo fuese devorado por el fuego del infierno. Lo cierto era que el réprobo tenía muchas facetas que su padre y la misma Dodie desconocían. Un hombre que se tomaba tantas molestias para cuidar a una mujer desamparada no podía ser tan malo, ni siquiera aunque durmiera durante el día y por las noches hiciera quién sabe qué cosas. Zac no solo estaba interesado en lo que pudiera ser de Josie y su bebé, sino que estaba dispuesto a hacer algo al respecto. ¿No se sorprendería su padre al descubrir que un jugador hacía de buen samaritano?

Sencillamente, no lo creería.

Pero Lily sí lo creía. No podía olvidar lo que el guapo tahúr la había ayudado. Es verdad que al principio no quería hacerse cargo de ella, pero desde el momento en que le habló de los planes de su padre de casarla con Ezequías, Zac no había vuelto a decir ni una palabra sobre su proyecto de devolverla a Virginia.

Por muy cerca que estuviera de las puertas del infierno, Lily estaba convencida de que Zac nunca llegaría a entrar.

En ese momento la muchacha decidió que la Providencia la había mandado a San Francisco para salvar a Zac Randolph y aceptó la misión con tanta solemnidad como si se la hubiese encargado el mismísimo arcángel San Gabriel.

Zac se levantó de la mesa con gesto contrariado. En las últimas cinco noches no había ganado ni para pagar la cena. Si su peor enemigo le hubiese escogido las cartas, no habría tenido peores manos.

—¿Finalmente te abandonó la suerte? —Chet Lee, autor de la impertinente pregunta, odiaba a Zac y no hizo ningún esfuerzo por ocultar la felicidad que eso le proporcionaba.

—Eso parece. —Zac se quedó mirando la montaña de fichas apiladas frente a Lee—. Pero así como yo estoy pasando por una racha de mala suerte, tú pareces tener una especialmente buena.

—Sí. —Chet sonreía con maligna satisfacción—. Y eso casi me convence de que aquí de verdad se juega limpio… pero solo casi…

Tras aquel comentario sarcástico, la expresión de todos los de la mesa se volvió muy seria.

—Siempre afirmas eso cuando estás perdiendo. Cuando no te va bien, en vez de insinuarlo como ahora, lo aseguras. —Zac lo miraba con aire impasible—. Estoy seguro de que no tardarás en hacerlo de nuevo.

—No tendré que hacerlo mientras juegue contigo, pues frente a ti no corro peligro de perder.

En ese momento, Zac esbozó una sonrisa, pero nada cordial, sino amenazante.

—Conozco a los de tu clase, Chet. No soportas la idea de perder. Vienes aquí solo porque sabes que me puedes ganar de vez en cuando porque juego limpio.

—Claro, como aquella vez en…

—Esta mesa queda cerrada por hoy, muchachos. Chet va a cambiar sus fichas por dinero y se irá a casa con sus ganancias.

—¡Aún no he terminado! —Furioso, Chet se puso de pie con tanta rapidez que volcó la mesa. Todas las fichas y todos los naipes rodaron por el suelo y se dispersaron en todas direcciones.

En las otras mesas se detuvieron las partidas, mientras los jugadores observaban los miles de dólares en fichas que habían acabado en el suelo. Lo único que evitaba que se lanzaran a cogerlas era la presencia de Zac y la aparición de dos enormes guardas que salieron de la nada para agarrar a Chet Lee, uno por cada lado.

—¡Maldito hijo de puta! —Chet casi echaba espuma por la boca—. Eres tan cobarde que no eres capaz de pelear con tus propias manos.

Zac lo miraba con sorna.

—Como todo buen ciudadano, pago para que se lleven la basura.

Zac nunca había pensado prohibirle la entrada a aquel rival de forma permanente. Era mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Chet comenzó a forcejear para zafarse. Uno de los guardaespaldas, que le llevaba por lo menos una cabeza, le retorció el brazo por la espalda hasta que finalmente se quedó quieto.

—Está armado. —El guardaespaldas miraba a Zac—. Lo estoy notando.

El dueño del local sintió que se le helaba la sangre. El resto de la taberna, o más bien del mundo, pareció desaparecer de su vista. Ahora solo veía a Chet y a los hombres que lo rodeaban. Él no permitía las armas en su local. Ningún dueño de cantina podía permitir que sus clientes estuvieran armados. La mezcla del alcohol y el juego con las armas era peligrosísima.

—Parece que eres incapaz de seguir las reglas más elementales, Chet. —Mientras hablaba, Zac registraba la chaqueta del apresado, que forcejeó con más vigor que antes. Pero los guardaespaldas lo mantuvieron en su lugar.

—La tiene en la espalda —dijo el guardia que había detectado el arma.

Le quitaron la chaqueta y vieron que llevaba un ingenioso arnés, invisible de frente, en el que iba enfundada una pequeña pistola. Zac agarró el arma. Solo tenía dos balas, poco, pero suficiente para matar a dos hombres… Y acabar con el negocio de Zac.

—Dadle sus fichas, chicos. —Zac tiró la chaqueta a Chet—. Y acompañadlo hasta la salida.

—Todas las fichas están por el suelo —dijo uno de los jugadores—. ¿Cómo vamos a saber cuáles son las de cada uno?

Zac miró hacia el suelo y una enorme sonrisa se dibujó lentamente en su rostro.

—Mira lo que has hecho. —Miraba a los ojos a Chet—. Lo has revuelto todo, así que ahora nadie sabe lo que es de cada uno. Dividid las fichas de forma equitativa entre todos, no hay otra solución.

—¡Pero la mayor parte de ese dinero es mío! —Chet Lee estaba fuera de sí.

—Lo sé, pero nadie sabe exactamente cuánto es lo tuyo. —Zac usaba de repente un tono de voz engañosamente amable—. Lo único que se me ocurre hacer es dividir las fichas por igual entre todos los jugadores. Yo no me llevaré ninguna, pues ya había perdido las mías.

Chet forcejeó un poco más para tratar de zafarse, pero estaba en terrible desventaja con los dos forzudos.

—Acompañadlo hasta la salida, le diré a uno de los cajeros que le lleve el dinero.

Zac dio la espalda a Chet Lee y se alejó.

—¡Te mataré por esto! ¡Es la última trampa que me haces!

Mientras lo sacaban a rastras del salón, siguió insultando a Zac y prometiendo que lo mataría.

—No puedo aceptar ese dinero —dijo uno de los jugadores—. No me quedaban más de cien.

—Quédatelo. Regálalo a una obra de beneficencia o enciende tus cigarros con los billetes. —Zac ya había perdido todo interés en aquel asunto.

Otro de los hombres se interesó por el expulsado.

—¿Qué vas a hacer con Chet?

—Olvidarlo lo más rápido que pueda.

—Pero ha dicho que te matará.

—Muchos hombres se emborrachan y amenazan a todo el mundo. Pero cuando recuperan la sobriedad se olvidan de todo. Chet lleva amenazando con matarme desde Virginia City.

—¿Qué sucedió allí?

—Le gané las acciones que tenía en una mina de oro. Y resultó que la mina valía cerca de un millón de dólares.

Otro de los jugadores resopló.

—¡Maldición! Yo también habría querido matarte.

—Se las acababa de ganar a un pobre idiota que tenía esposa y siete hijos. Así que yo se las devolví.

—¿Le devolviste las acciones? —Asombrados, varios de los presentes habían preguntado lo mismo al unísono.

—Bueno, le devolví algunas acciones. —Zac sonreía, pese a su íntima contrariedad por una situación que podría haber sido bastante peligrosa—. El exceso de codicia no es bueno.

Bella Holt se hallaba en lo alto de las escaleras, con las manos en las caderas y una expresión de censura en el rostro, cuando Lily llegó hasta la entrada principal de la casa. La prima del tahúr se volvió entonces hacia los tres hombres que la habían acompañado desde el trabajo hasta la posada.

—Estoy segura de que no me habría pasado nada por venir hasta aquí sola, pero han sido muy amables por acompañarme.

—No hay problema —dijo uno.

—Me alegra haberlo hecho —dijo otro.

—Me encantará seguir acompañándote a casa todos los días —dijo el tercero.

—Vayan a ocuparse de sus asuntos. —Bella, que estaba a mitad de la escalera, había decidido poner fin a aquel ridículo espectáculo.

—Solo quieren ser amables conmigo. —Lily empezaba a subir los veinte escalones que separaban la casa de la calle.

—Sé de sobra lo que en realidad pretendían hacer. —Bella movió la cabeza con pesar—. Y no voy a permitir que lo hagan frente a mi casa.

Lily dijo adiós a los hombres con la mano antes de entrar. Ellos también se despidieron agitando las manos, pero ninguno se movió un milímetro mientras ella estuvo a la vista.

—No puedes andar por la calle seguida por un grupo de hombres, como si fueras una pastora con su rebaño. La gente comenzará a hablar. No quiero ni imaginar lo que diría la señora Thoragood.

—Solo les permití que me acompañaran porque usted me dijo que no era seguro que una mujer anduviera sola por la calle. Zac me dijo lo mismo, así que supuse que era cierto. Y no creí que fuera buena idea que me vieran regresando a casa con un solo hombre.

—Eso es verdad, pero…

—Así que permití que los tres me acompañaran. —Lily, al parecer estaba bastante complacida con su juiciosa decisión—. De esa manera nadie me puede acusar de comportarme de manera imprudente con ninguno.

Bella dejó escapar un gruñido.

—Querida, tres hombres no son mejores que uno.

—No veo por qué no.

—La cuestión es que son hombres, lo mismo dan tres que doce que uno.

—Nunca permitiría que me acompañaran más de tres o cuatro hombres. No cabrían en la acera.

Zac acababa de ganar su tercera gran mano de la noche cuando Lily entró en la cantina. Al verla, experimentó la más extraña mezcla de sentimientos. Se sintió contento, irritado, aliviado y consternado, todo al mismo tiempo. Nunca había sido presa de emociones tan contradictorias.

Miró sus cartas. Otra mano ganadora. La necesitaba. Desde la llegada de Lily hasta esa noche, casi no había ganado ninguna mano. ¿Por qué tenía que aparecer ahora? ¿Estaría dispuesta a arruinarle?

Pero entonces Lily lo miró con aquellos ojos azul claro y el resentimiento desapareció. Con un suspiro apenas audible, el apuesto tahúr puso sus cartas sobre la mesa y se levantó.

En cuanto estuvo en pie se dio cuenta de que todos los hombres que estaban a quince metros a la redonda miraban fijamente a Lily, como si no hubiese otras mujeres en el salón, como si fuese la única mujer del mundo. En todo el salón las ruedas siguieron girando sin que nadie les prestara atención, los cajeros detuvieron sus cuentas y las frases quedaron a medio decir.

De repente, todos los impulsos protectores y posesivos que habían sido inculcados a los Randolph desde hacía varias generaciones llegaron a su ánimo, relinchando, encabritados, liberados de un largo cautiverio. Zac sintió que tenía que sacar a Lily de la cantina lo más rápido posible. Entretanto, si cualquier hombre se atrevía, aunque solo fuera a rozarla involuntariamente, lo arrojaría a la calle sin la menor consideración.

Agarró a su prima del brazo y la empujó hacia el cuarto que él y Dodie usaban como oficina.

—Te dije que no volvieras por aquí.

—No he tenido más remedio que hacerlo. —Lily hablaba con cierta fatiga mientras trataba de seguir las largas zancadas de Zac—. Te escribí dos veces. Esperé un poco, pero no apareciste.

Zac recordó entonces las dos notas arrugadas que debía de llevar en el bolsillo de una prenda que estaría en alguna parte de su armario. Las había leído, pero había decidido que era mejor no ir a verla. Solo le pedía que fuese a verla. No parecía que se tratase de algo que Bella no pudiera resolver.

—He estado muy ocupado.

—¡Venga ya! Sencillamente no quisiste molestarte en aparecer. Probablemente pensabas que te iba a causar más problemas. Y no te equivocabas.

—¿Qué has hecho esta vez?

—Yo no he hecho nada.

Zac podía ver que Lily estaba perturbada y rezó para que el problema no fuese serio. Estaba ansioso por regresar a su querida baraja y su adorado tapete verde.

—Entonces, ¿por qué dices que estabas a punto de causarme problemas?

—Porque he perdido el empleo que tenía. —Lily pareció estar al borde de las lágrimas.

Zac se sorprendió a sí mismo extendiendo los brazos y pasándole un brazo por la espalda.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que has hecho mal? —Zac esperaba sentirse como un hermano mayor que consolaba a su hermana, pero no había nada de fraternal en los sentimientos que se agitaron dentro de él al contacto con el cuerpo de su prima. Se llevó a Lily hasta un asiento y, cuando la chica se hubo sentado, se apartó. No confiaba en sí mismo.

—Nada, no he hecho nada malo. Al menos, yo no pienso que haya hecho nada malo.

—¿Es que no te dijeron por qué te despedían? —Zac retrocedió hasta poder sentarse en la esquina del escritorio.

—La señora Wellborn dijo que había atraído demasiados clientes nuevos a la tienda.

—Pero qué demonios… Eso es razón para subirte el sueldo, no para echarte. Qué locura. Esa señora del demonio debería dar saltos de alegría.

—Eso fue lo que pensé. Bueno, no podría saltar, porque la señora Wellborn tiene casi setenta años, pero sí pensé que estaría complacida. Sin embargo, en lugar de eso dijo que acabaría espantando a sus otros clientes.

Lily se secó los ojos con un pañuelo. Zac comenzó a levantarse, pero luego lo pensó mejor. Cruzó los brazos sobre el pecho y se esforzó en permanecer quieto.

—Fueron los hombres, ¿me entiendes?

—No, no lo entiendo. —No obstante, debería haberlo entendido. Cualquier cosa que tuviera que ver con Lily estaba destinada a involucrar a los hombres tarde o temprano.

—Bueno, todos esos hombres que no dejaban de entrar a la tienda a comprar cosas para sus esposas o sus hijas o sus madres. La señora Wellborn dijo que ella no creía que esos hombres tuvieran hijas ni madres, y ciertamente ninguna que necesitara tanta ropa interior como ellos estaban comprando. Dijo que normalmente no le molestarían las ventas extraordinarias, pero que no creía que yo me quedara mucho tiempo con ella, y que cuando me marchara aquellos hombres desaparecerían.

Lily hizo una pausa y levantó la vista para mirarlo, como si esperara que él dijera algo. Zac se puso de pie, rodeó el escritorio y se sentó en la silla.

—Sigue.

—Vino a decir que todos esos hombres estaban espantando a las señoras que son sus clientes normales, y que a sus clientes normales no les gustaba ver a esos hombres grandes y burdos poniendo las manos sobre todas las prendas que ellas pretendían ponerse en sus cuerpos. Yo dije que pensaba que los hombres recién llegados parecían bastante decentes, pero ella dijo que se trataba de una cuestión de principios. Aceptó que trabajara el resto del día, pero dijo que no debía regresar.

Zac tuvo el inesperado deseo de hacer una visita a la señora Wellborn y cruzar con ella unas cuantas palabras bien escogidas. Pero desistió por dos razones. En primer lugar, porque nunca había sentido el impulso de proteger a una mujer con la intensidad con la que quería proteger a Lily. Eso le confundía y le hacía sentirse intranquilo. No era lo mismo que sentía con respecto a Josie y las otras chicas. Siempre había detestado ver que maltrataran a las mujeres, pero este sentimiento iba mucho más allá de eso. Era irracional, tanto que quería hacer daño a esa anciana solo porque había herido los sentimientos de Lily. Por tanto, para no cometer un gran error, no podía presentarse ante la mujer.

En segundo lugar, tampoco podía ir a insultar a la buena señora, porque no quería ponerse en ridículo. Si atacaba verbalmente a una anciana porque había despedido a Lily por ser demasiado hermosa, quedaría como un idiota, o lo que es peor, como un enamorado.

A pesar de lo extraños que le resultaban los sentimientos que experimentaba en ese preciso momento, estaba seguro de que no se había enamorado. Decididamente Lily despertaba sus deseos físicos, sí. Pero no estaba enamorado. Es posible que no tuviera mucha experiencia en los temas afectivos, pero sabía que las cosas que quería decirle a Lily, lo que quería hacerle, no eran las cosas que se le dicen y se le hacen a una mujer que quieres convertir en tu esposa.

—Debiste pedir ayuda a Bella.

—La señora Wellborn es amiga de Bella y temo que ahora crea que le hizo una mala jugada a la anciana al convencerla de que me contratara.

—Tonterías. Vamos a ver a Bella ahora mismo. Aclarar todo este asunto no debe llevarnos más de unos minutos.

Sin embargo, les ocupó un poco más de tiempo.

—No me niego a ayudarla a encontrar otro trabajo. —Bella se defendía como gato panza arriba—. Pero tenemos que esperar unos pocos días hasta que las cosas se calmen.

—¿Qué cosas tienen que calmarse? —Zac estaba a punto de perder la paciencia—. Casi no tuvo tiempo ni de empezar a trabajar.

Bella lo miró con aire de reproche.

—Pero sí le dio tiempo a relacionarse con hombres.

—Imposible, eso es una… por Dios, no digas mentiras de ese calibre. Lily no sabría cómo relacionarse con un hombre, así que ya me contarás cómo podría hacerlo con muchos.

—Pregúntale si no ha prestado atención a sus historias. Pregúntale si no se ha dejado ver en público en compañía de varios hombres.

Lily decidió intervenir en su propia defensa.

—Yo no puedo prohibirles que me hablen, en especial cuando me están haciendo una compra. Y en cuanto a ser vista en público con ellos, un joven me vio cuando estaba almorzando. El pobre está pasando por una situación particularmente difícil. No podía darle la espalda cuando lo único que pedía era que lo escuchara.

Bella meneó la cabeza.

—Pero eso acabará con tu reputación.

Zac llegó definitivamente a la conclusión de que la respetabilidad no le sentaba bien a Bella. La había convertido en una santurrona y una mojigata.

—Papá diría que una persona no debe preocuparse por su reputación siempre y cuando esté trabajando por el bien de la humanidad.

—Es posible que eso esté bien en Salem —dijo Zac—, pero no hay muchos hombres que se preocupen por el bien de la humanidad en San Francisco. Y puedes estar segura de que si tu amigo te abordó en la calle, no se trata precisamente de uno de esos pocos.

El tahúr hizo una pausa y luego se dirigió a Bella.

—Ahora que eso ha quedado claro, no veo por qué no puedes comenzar a buscarle otro trabajo de inmediato.

—Pues por culpa de la señora Wellborn. Le ha estado contando la historia a todo el que ha querido oírla. En pocos días el asunto se habrá olvidado y entonces podremos intentarlo de nuevo.

—Pero necesito trabajo. —Lily casi sollozaba al hablar—. No puedo permitir que Zac lo siga pagando todo.

—No te preocupes. Esperaré hasta que puedas pagarme —dijo Bella.

—No puedo hacer eso —protestó Lily.

—Entonces tendrás que regresar a Virginia. —Inmediatamente, Zac se dio cuenta de que sus palabras no habían sonado muy convincentes, ni siquiera para sus propios oídos.

—Olvídate de eso, no voy a regresar. —Lily alzó la voz, alterada—. Ya te he dicho muchas veces por qué. Y quisiera que no volvieras a mencionarlo. Te estás poniendo un poco pesado con ese tema.

—¿Yo me estoy poniendo pesado? —A Zac le habían puesto muchos calificativos, algunos bastante desfavorables, pero nadie lo había tachado nunca de pesado, ni le habían tratado como si fuera un chiquillo caprichoso que lloriquease por algo que no podía obtener.

—Cierra la boca, Zac. —Bella sonreía, visiblemente complacida por la regañina que la muchacha había propinado al jugador.

—Supongo que no tengo otra opción que pedirte que me permitas posponer el pago de lo que te debo —dijo Lily con renuencia—, pero tienes que aceptar que te pague intereses.

Ir a la siguiente página

Report Page