Lily

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Capítulo 8

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Lily se bajó del tranvía en la calle California y cruzó la vía empedrada hacia la acera entarimada. Ya se había torcido un tobillo una vez y desde entonces tenía mucho cuidado para que eso no volviera a pasar.

Nunca se cansaba de contemplar el paisaje de la bahía, las montañas que se veían a lo lejos y la ciudad descendiendo por las colinas hasta la costa. Sin embargo, solo tenía que volver un poco la cabeza para ver Barbary Coast, la parte fea de San Francisco.

Lily se encontraba ya bastante cerca de la mujer cuando se fijó en ella. Parecía estar discutiendo con un hombre, y también parecía bastante asustada. El hombre no le estaba haciendo daño, pero era obvio que quería que ella hiciera algo que no deseaba hacer. La mujer no dejaba de negar con la cabeza, tratando de alejarse. Pero él la perseguía, tratando de acariciarle la mejilla, de tocarle el brazo. Ella huía de ese contacto, aparentemente movida por un sentimiento de repulsión y de temor.

Lily nunca supo de dónde sacó valor para intervenir. El caso es que lo hizo. Ni lo pensó, simplemente actuó.

—Hola, Susan. —La muchacha abrió los ojos con asombro—. Mamá se preguntaba dónde estarías. Es hora de comenzar a preparar la cena. Papá y los chicos volverán a casa de los muelles en cualquier momento.

El hombre miró a Lily, olvidando momentáneamente a la pobre chiquilla. Lily se asustó un poco por lo que vio en aquellos ojos. El tipo se dirigió a ella de inmediato.

—¿Por qué no olvidas a tu familia y te vienes conmigo? No deben de ser muy divertidos si te obligan a ir vestida de negro.

Lily agarró la mano de la chica y comenzó a caminar alejándose del hombre tan rápidamente como podía. La otra mujer parecía confundida y asustada, pero la seguía.

Al igual que el hombre.

—Me llevaré a las dos. —El tipo corría para cortarles el paso—. Tengo un amigo que pagará buen dinero por una palomita como tú.

—No soy una palomita. —Lily procuró hablar con firmeza—. Como puede ver, no tengo ni una pluma. No hago gorgoritos, ni vuelo, ni picoteo en el suelo en busca de gusanos. —Lily no redujo el ritmo de sus pasos.

Como vio que el hombre no las dejaba en paz, Lily comenzó a buscar un refugio a su alrededor.

—Venga vamos, divirtámonos un poco. Una chica como tú podría tener cualquier cosa que deseara.

—Ya tengo lo que quiero —dijo Lily—. Al menos, lo tendré cuando deje de molestarnos.

Una fea e inquietante expresión apareció en la cara del hombre. Lily no creía que se atreviera a atacarlas a plena luz del día en la calle Kearny, pero no estaba segura. Por enésima vez deseó que Zac no acostumbrara a dormir todo el día. Daría lo que fuera por ver su cuerpo espigado y poderoso avanzando por la calle.

Pero no había esperanzas de que apareciera su primo. En ese momento se estaría levantando, si es que no seguía dormido. Solo de ella dependía, por tanto, llevar a esa chica a salvo hasta casa de la señora Thoragood. Una vez allí, estaba segura de que el ministro podría controlar la situación.

El hombre les cortaba el paso.

—Déjeme pasar.

Lily trató de pasar por un lado, pero el hombre se volvió a mover para impedirlo. Nunca había tenido que tratar con alguien así en Salem. No tenía ni idea de qué hacer, excepto echar a correr. Pero no podía hacerlo si el hombre seguía cortándoles el paso. Optó por seguir hablando.

—Si no se mueve, vamos a llegar tarde. Si no llegamos pronto a casa, papá y los chicos vendrán a buscarnos. Y cuando se enfadan no son muy agradables.

La amenaza hizo que el hombre dudara un poco y Lily aprovechó el momento para seguir, pero no pasó mucho tiempo antes de que el hombre volviera a cerrarles el paso.

—Me juego lo que sea a que en realidad no tenéis padre. Y también apuesto a que no sois hermanas. Lo que queréis es atrapar a un pez más gordo. Pero no será esta noche, chicas. Esta noche os vais a tener que conformar conmigo.

Por mucho que viniera de las montañas, Lily sabía bien que los hombres de San Francisco esperaban de las mujeres lo mismo que los hombres de cualquier otra parte. De pronto vio la carnicería en la que Zac había tratado de conseguirle un trabajo. No recordaba el nombre del carnicero, pero sí que era un hombre grande y que tenía una maravillosa colección de cuchillos bien afilados. Después de agarrar con fuerza la mano de la muchacha, entró corriendo en la carnicería.

El hombre las siguió.

El carnicero estaba ocupado con un cliente, pero Lily no creía que pudiera esperar.

—Ya estoy de vuelta. He encontrado a Susan caminando por ahí como si no tuviera nada que hacer.

El carnicero se quedó paralizado, con el cuchillo levantado a punto de cortar un trozo de carne. Miró a Lily con la boca abierta, pero esta no esperó a que el carnicero reaccionara. Dando un tirón a la otra chica, se apresuró a cruzar el mostrador y desaparecer a través de una puerta que llevaba a la parte trasera de la carnicería.

En todas las mesas, apilados en recipientes o colgando de ganchos que pendían a su vez de las vigas del techo, parcialmente desmembrados, había pollos, conejos, pavos, patos y gansos. Los animales más grandes: una vaca y un cordero, según supuso Lily, colgaban dentro de lo que parecía un cuarto frío. Del techo pendían interminables ristras de salchichas. Y sobre un mostrador reposaban hígados, mollejas y otras vísceras que Lily no quiso identificar.

Una mujer muy atareada hasta ese momento levantó la vista de su trabajo, sobresaltada.

—Perdónenos por irrumpir de esta manera —dijo Lily—, pero a esta jovencita y a mí nos está persiguiendo un hombre que insiste en que nos marchemos con él con el fin de hacer cosas que preferiría no tener que explicar.

—No hay necesidad de pedir disculpas. —La mujer tenía cara de haber entendido enseguida y parecía tener ganas de ayudar—. ¿Dónde está ahora ese tipo?

—En la parte de adelante.

—No os preocupéis. Mi esposo se encargará de él. Podéis esperar aquí hasta que se vaya.

Pero Lily no quería esperar. Estaba acostumbrada a ayudar a su madre a preparar la carne fresca, pero aquel lugar le revolvía el estómago. Todo parecía horrible, rojo, ensangrentado y estaba segura de que se pondría mala si tenía que permanecer allí un minuto más. La otra chica parecía pensar lo mismo.

—¿Podemos usar la puerta trasera?

—Claro. Por el callejón se sale a la calle Grant.

—Gracias —dijo Lily.

Lily se aseguró de que nadie las seguía y luego interrogó a la muchacha a la que acababa de salvar.

—¿Adónde ibas?

—Estaba buscando trabajo cuando ese hombre empezó a seguirme.

—¿Cuánto llevas en la ciudad?

—Tres días. He preguntado en una docena de lugares, pero nadie quiere darme trabajo.

—¿Qué sabes hacer?

—Cualquier cosa.

Lily sabía lo que eso significaba: nada. Esa chica era exactamente igual que ella.

—Voy a llevarte con el reverendo Thoragood. Él te ayudará.

Lily tenía la intención de seguir la calle Grant hasta la calle Washington y llegar por ahí a la iglesia que estaba sobre la plaza Portsmouth. Todo iba según lo planeado hasta que llegaron a la calle Washington y comenzaron a doblar hacia el este. En ese momento oyeron que alguien gritaba.

—¡Ahí está!

Lily levantó la mirada para ver a un hombre desconocido que se dirigía hacia ellas. Corrieron. El hombre que antes había querido secuestrarlas salió de repente de un callejón que estaba a poco más de una calle. Ya no podían seguir hacia la iglesia.

—Sígueme —dijo Lily—. Rápido.

La otra muchacha estaba horrorizada.

—¿Adónde vamos?

—A la cantina de mi primo. ¡Corre!

—Pero yo no quiero ir a una cantina. —La muchacha se detuvo.

—¿Entonces prefieres que ellos te atrapen?

Ahora había tres hombres. Lily se dio cuenta de que estaban en serio peligro.

—No.

—Entonces sígueme.

Tomaron la calle Jackson y doblaron por un callejón.

Corriendo cuanto podían, salieron a la calle Pacific, a dos calles de distancia del salón de Zac.

—Deprisa. —Lily miraba hacia todas partes—. Ya estamos llegando a la cantina.

—No quiero ir a una cantina. —La muchacha empezaba a resultarle irritante a Lily—. Esa es la clase de lugar que he estado tratando de evitar.

—Esta cantina es diferente. Zac te cuidará. A él no le gusta que los hombres se aprovechen de las mujeres.

—¿Y por qué?

—No lo sé muy bien, no creo que él mismo no sienta la tentación de aprovecharse, pero no permitirá que otros lo hagan.

—¿Pero él no…?

—Estarás más segura que en cualquier otro lugar de la ciudad. Zac es un caballero sureño. No lo puede evitar, pero…

En ese momento los hombres dieron vuelta a la esquina, vieron a Lily y a su amiga y comenzaron a correr hacia ellas.

Lily agarró la mano de la muchacha.

—Corre como si tu vida dependiera de ello. Porque depende de ello.

Las dos muchachas pasaron corriendo como locas frente a los ojos de hombres asombrados, atravesaron calles llenas de gente, obligaron a varios cocheros a detener sus caballos y rodearon carrozas y diligencias. Sin embargo, los perseguidores se estaban aproximando.

—Nos van a atrapar —aulló la muchacha.

—Solo nos falta media calle.

Cuando la muchacha comenzó a quedarse rezagada, la agarró de la mano y empezó a tirar de ella. Estaban a solo unos metros del callejón contiguo al Rincón del Cielo, cuando la muchacha se agarró el abdomen y gritó que no podía dar un paso más.

—¿Cómo prefieres morir: haciendo el esfuerzo de dar estos últimos pocos pasos o atacada por esos hombres?

Las palabras de Lily incitaron a la muchacha a recorrer los pocos metros que faltaban. Enfilaron el callejón a todo correr y desaparecieron por la puerta trasera, justo en el momento en que los hombres llegaban a la entrada del callejón.

Lily cerró la puerta tras ella, entró en la taberna tambaleándose y se desplomó en la primera mesa que encontró.

El local parecía en ese momento una colmena llena de actividad. Innumerables mujeres jóvenes vestidas con ropa de colores brillantes que dejaba al descubierto gran parte de las piernas y el pecho se apresuraban a preparar las mesas. Otras mujeres con faldas más largas y escotes más profundos estaban preparando sus puestos de juego para el comienzo de la jornada. Un par de mujeres con tacones altos y medias de red ensayaban un baile con el acompañamiento de un aburrido pianista. Los cantineros sacaban brillo a los vasos y hacían la última verificación de los inventarios.

—Llegamos justo a tiempo. —Lily casi no podía hablar, por la excitación y la fatiga—. Abren dentro de unos diez minutos. —Mientras la muchacha no dejaba de protestar, Lily la arrastró por todo el salón hasta encontrar a Dodie, que estaba hablando con un cajero sobre la cantidad de efectivo con el que contaban para esa noche.

—Pensé que Zac te había dicho que no volvieras nunca más. —Dodie dejó ver con claridad que no parecía muy contenta por la aparición de Lily.

—No tenía intención de hacerlo, pero no tuve otra opción. Encontré a un hombre molestando a… Ay, por Dios, olvidé preguntarte cómo te llamas.

—Julie, Julie Peterson.

—¿Traes a una chica aquí y ni siquiera sabes cómo se llama? —Dodie parecía cada vez más enfadada.

—No sabía adónde podía llevarla. Unos hombres nos están siguiendo.

—Tres hombres —añadió Julie.

—Tú me dijiste que Zac detestaba a los hombres que maltrataban a las mujeres.

—¿Y qué se supone que podemos hacer con ella? Abrimos en menos de cinco minutos.

—Tú cuidaste a Josie. Pensé que también podrías hacerte cargo de Julie.

Dodie entornó los ojos.

—Este local es lo que se ve, no un hogar para chicas extraviadas.

—No es una chica extraviada y tampoco quiere convertirse en una chica extraviada.

—No puedo encargarme de esto ahora —dijo Dodie—. Siéntate en un rincón, escóndete en un armario o debajo de una mesa. Haz lo que quieras, pero desaparece. Tengo que abrir la cantina.

Julie se encogió al ver la hosca impaciencia de Dodie. Parecía a punto de salir huyendo por la puerta, pero Lily no tenía intención de dejar que Julie saliera corriendo, ni de permitir que Dodie hiciera caso omiso de ellas. Estaba a punto de decirle eso a la ayudante de su primo, cuando Zac apareció en lo alto de las escaleras.

—Ahí está Zac. —Lily soltó un suspiro de alivio—. Él se encargará de todo. —Miró sonriente a Julie—. Ya verás.

Dodie dio media vuelta para mirar hacia las escaleras y una chispa de picardía brilló en sus ojos.

—Zac, cariño, ven aquí. —De repente usaba un tono horriblemente empalagoso—. Betty la Pastorcita acaba de traerte una adorable ovejita extraviada.

En ese momento se oyó un fuerte golpe en la puerta principal.

—Y a menos que me equivoque el lobo ya está en la puerta.

Con solo echar un vistazo, Zac se dio cuenta de que Lily estaba otra vez metida en problemas. No era difícil llegar a esa conclusión. Al verla acompañada de una muchacha que parecía completamente aterrorizada, no había razones para pensar que esta vez las cosas iban a ser distintas. Zac tuvo la tentación de dar media vuelta y dejar que Dodie se ocupara del asunto, pero vio algo en la mirada de su prima que hizo que bajara las escaleras un poco más rápido.

Desde el fondo de su mente una voz le advirtió que podía estar hundiéndose cada vez más y más en un pozo sin fondo, pero Zac se había pasado la vida haciendo caso omiso de las voces de alerta, interiores y exteriores. Además, para colmo, Lily estaba particularmente hermosa ese día. Zac se daba cuenta de que sonreía de manera estúpida, sin poder evitarlo, mientras llegaba a los últimos peldaños de la escalera y atravesaba el salón en dirección a la muchacha con nombre de flor.

Iba a tener que hacer algo con la maldita reacción que le producía la presencia de Lily. La sonrisa estaba bien, pero no sucedía lo mismo con la extraña sensación que tenía en el pecho. Era como si tuviera una burbuja de aire en el corazón. O tal vez fuera en el pulmón izquierdo. No le parecía que fuese cosa del estómago. Demonios, no sabía muy bien dónde se localizaba. Nunca había sido un gran experto en anatomía.

Lily siempre quería que hiciera algo que no quería hacer, y cuando se lo pedía, lo hacía siempre medio disculpándose, con un tono tan encantador que era prácticamente imposible negarse.

Zac hizo caso omiso de los golpes en la puerta, que seguían sonando, ya casi atronadores.

—Estás increíblemente apuesto esta noche. —Lily nunca se mordía la lengua—. ¿Pretendes seducir a tus clientes para que pierdan todo su dinero?

El inesperado cumplido de Lily le pilló por sorpresa. Iba elegante, en efecto, con camisa blanca, corbata también blanca y chaleco igualmente blanco, y chaqueta negra de corte formal. Se vestía así una o dos noches por semana, convencido de que de esa manera daba un toque de clase al Rincón del Cielo. Sus clientes parecían agradecerlo, pero nunca hubiera esperado recibir un elogio de Lily.

Sin embargo, el piropo de una chica no debería haberle importado tanto. La población femenina de todos los sitios donde había vivido había empleado toda clase de palabras y frases exaltadas para describir su apariencia física. Las palabras «increíblemente apuesto» no deberían haber causado tanta agitación en el estanque de su autoestima. Pero lo cierto era que habían levantado una enorme ola, un auténtico maremoto. Hasta se sintió mareado. No era normal, debía de estar incubando alguna enfermedad.

—No creo que hayas venido para hablar de mi apariencia. —Zac habló haciendo un esfuerzo supremo para mantener la compostura—. ¿De qué se trata esta vez? Dodie, ve a ver quién es el idiota que está en la puerta.

Lily miró con aprensión hacia la puerta principal.

—Te presento a Julie Peterson. —La muchacha, que observaba a Zac como si nunca antes hubiese visto un hombre, movió tímidamente la cabeza—. Necesita un trabajo y un lugar donde vivir.

—¿Por qué la has traído aquí?

—La iba a llevar a casa del señor Thoragood, pero se interpusieron en nuestro camino.

—¿Quién se interpuso en tu camino?

—Esos. —Lily señaló a los tres hombres que Dodie acababa de dejar entrar y que avanzaban con paso decidido hacia ellos.

El personal del salón seguía tranquilamente con sus preparativos.

—¡Tienes a mi palomita! —El que vociferaba era uno de los recién llegados—. Entrégamela.

Unas cuantas chicas hicieron una pausa en sus quehaceres para observar qué sucedía.

Zac odiaba a los hombres de aquella clase. Ante ellos, casi sentía vergüenza del sexo masculino. El hombre estiró la mano para agarrar a Lily, pero corrió a esconderse detrás de Zac y arrastró a Julie con ella.

Genial. Él siempre había querido ser un escudo humano.

—Yo no tengo palomas. —Zac le miraba torvamente—. Creo que es imposible domesticarlas.

El tipo no hablaba, rugía.

—No te quieras pasar de listo conmigo. Conozco a los de tu clase.

—Dudo mucho que sepas algo de los de mi clase. —El apuesto dueño de la cantina hablaba con total calma, pero su mirada no era tan tranquilizadora—. O acerca de las mujeres decentes. Creo que eres un ignorante, si crees que puedes agarrarlas así como así en la calle.

Más empleados iban suspendiendo lo que hacían para prestar atención. Algunos incluso se acercaron para ver mejor. Zac detestaba aquello. Odiaba sentirse como si fuera un artista de circo.

—Deja de hacer tu numerito y apártate de mi camino —dijo el fulano que acosaba a Lily y Julie.

—Te aconsejo que te marches antes de que te saque por la fuerza.

—¿Vas a arrugar tu bonita ropa? —El hombre soltó una carcajada llena de desprecio—. No podrías sacar por la fuerza ni a un gato. Entrégame las palomitas o yo mismo las agarraré.

Zac dejó escapar un suspiro. Esta parte de sus obligaciones como dueño de cantina, la de hacer frente a los camorristas, le resultaba muy penosa.

—No te las voy a entregar. Ni a ti ni a nadie, así que supongo que tendrás que tratar de agarrarlas. ¿Lo harás solo o siempre necesitas ayuda para someter a una mujer?

El hombre se puso rojo de la rabia.

—Te haré tragar esas palabras.

—No tengo hambre. —Zac hablaba con rabia contenida.

Para ese momento ya estaban rodeados de un corrillo de curiosos, que observaban con gran interés. Uno de los guardaespaldas se abrió paso hasta el centro.

—¿Quieres que lo saquemos de aquí?

Los acompañantes del hombre parecían más que dispuestos a salir por sus propios medios. Zac se dirigió a ellos.

—¿Por qué no os vais a tomar el aire mientras soluciono este asunto rápido?

—¿Tú? ¿Te vas a encargar de mí? —El hombre parecía terriblemente ofendido.

—Dodie, vete preparándome una taza de café. No voy a tardar mucho con este.

El hombre estaba tan furioso que se abalanzó contra Zac de manera ciega y Zac lo esquivó con facilidad.

—¿Por qué no te quedas quieto y peleas, maldito chulo? —El hombre echaba espuma por la boca.

—Es por mi bonita ropa, ¿recuerdas?

—Tu ropa no es lo único que voy a destrozar.

El tipo atacó por segunda vez, y Zac volvió a apartarse a tiempo, pero en esta ocasión logró propinar al hombre un puñetazo en la sien que le hizo tambalearse. Tras darse la vuelta con dificultad, volvió a acometerle. Zac sacó su puño y un solo golpe en la garganta dejó al tipo en el suelo y luchando por llevar aire a sus pulmones.

El asunto se acabó tan rápidamente que fue casi decepcionante.

—Ahora, antes de que me enfade de verdad —les dijo Zac a los otros dos—, coged a vuestro amigo y largaos de aquí. Si me entero de que cualquiera de vosotros trata de molestar otra vez a una mujer, no seré tan benevolente. —Miró a sus empleados—. Y vosotros, volved a trabajar. Prácticamente ya es hora de abrir.

Los guardas levantaron al hombre del suelo y lo llevaron hasta la puerta. Sus amigos los siguieron sin protestar.

—Aquí está tu café. —Dodie le alargó una taza a Zac.

—Olvida el café. —Zac e hizo una mueca de dolor—. Creo que me he roto la mano. Ese tío tiene una cabeza tan dura que parece de acero.

Lily se había quedado demudada, inmóvil como una estatua, al parecer conmocionada por la rápida y brutal confrontación.

—Déjame ver. —Lo dijo como si estuviera saliendo de un trance. Tomó la mano de Zac y le extendió cuidadosamente los dedos, moviendo cada uno de ellos para asegurarse de que no estuviera roto—. Creo que solo tienes un golpe. Eso es lógico. Lo golpeaste muy fuerte. —Por el tono de su voz, estaba claro que seguía muy impresionada.

—Era difícil obligarle a marcharse sin usar argumentos convincentes. —Tenía la incómoda sensación de que Lily le reprochaba que hubiera provocado la pelea, a pesar de lo corta que había sido.

—No. No tuviste opción.

El tono seco con que lo dijo reveló a Zac que, en efecto, la pelea no le había gustado. ¿Y qué esperaba? Hubiera sido absurdo que la muchacha buscara refugio en una taberna y pidiera amparo a un tahúr con la idea de que este dialogara beatíficamente con los camorristas. Al parecer, no comprendía que no le había quedado más remedio que atizarle dos puñetazos al tipo aquel. Esa no era la clase de cosas que la gente aprendía en Salem, Virginia. Allá la gente aprendía a comer tripa de cerdo, a cocinar zarigüeyas y a casar a sus hijas con hombres que se llamaban Ezequías.

¿Qué se podía esperar de una mujer que probablemente nunca había visto nada más violento que una guerra de almohadas?

—¿Qué quieres que haga por tu amiga? —Zac señaló a Julie Peterson. No tenía sentido preocuparse por lo que Lily pensara de él. Eso solo reforzaba su convicción de que San Francisco no era el lugar adecuado para ella.

—Déjala quedarse aquí. Dale un empleo.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—No tienes que fingir que no tienes corazón. —La actitud de la prima pareció suavizarse un poco—. Dodie me contó que te gusta hacerte cargo de jovencitas con problemas.

—Dodie habla demasiado.

—Entonces deberías levantarte más temprano para vigilarme más —terció Dodie, con sonrisa burlona y las cejas levantadas.

El tahúr le lanzó una mirada de odio y se volvió hacia Julie.

—¿Qué sabes hacer?

La muchacha estaba demasiado asustada para responder.

—No le tengas miedo —dijo Lily—. Esos rugidos son puro espectáculo. No es un león, es un corderito.

Dodie casi suelta una carcajada.

—Un corderito que reparte buenos puñetazos —dijo Zac. Miró a Lily—. Dodie y tú buscaos algo que hacer. Preparad café, arreglad las camas, destilad whisky, qué sé yo. Cualquier cosa, pero dejadme a solas con la señorita Peterson.

—Vamos. —Dodie tiró de Lily—. Estas cosas las hace mejor solo. Los de su clase siempre se apañan mejor solos.

Lily miró a uno y otro, pero dejó que Dodie se la llevara.

—Ven aquí y siéntate. —Zac empujó delicadamente a Julie y la condujo hasta una mesa que estaba lo suficientemente lejos como para brindarles un poco de privacidad, pero también lo suficientemente cerca para que ella pudiera ver a todo el mundo, mientras seguían con sus preparativos. Zac no quería que la pobre chica se sintiera amenazada—. Quiero que me cuentes con exactitud lo que sucedió desde el momento en que saliste de tu casa hasta que cruzaste por esa puerta. Y no omitas nada. ¿Quieres tomar algo?

La muchacha negó con la cabeza.

—Muy bien, comienza a hablar.

No se trataba de nada nuevo. Zac ya había oído esa misma historia muchas veces: padres muertos, un tío que quería demostraciones de afecto que superaban lo normal, un pretendiente igual de malo. Ella estaba decidida a salir de su pequeño pueblo mientras sus condiciones físicas le ofrecían aún la oportunidad de tener algo mejor en la vida.

Zac se preguntó cuántas chicas habrían fracasado en ese intento, desapareciendo para siempre. Hacía lo que podía, o incluso más. Pero como Josie se había ido, quedaba espacio para una más.

—Está bien, ya no pienses más en eso. Ya se acabó. Ahora, veamos si podemos encontrar algo que puedas hacer.

Zac podía ver la angustia y la duda en los ojos de la muchacha. No estaba segura de querer trabajar en una cantina. El tahúr pensó que seguramente era una chica tan mojigata como Lily. Probablemente se desmayaría si le pedía que usara un vestido que no le llegara hasta la barbilla. En fin, ya encontrarían algo.

Poco rato antes Lily le había mirado como no lo había hecho ninguna mujer, y aunque sabía que al final se iba a arrepentir, no podía resistir la tentación de satisfacer los deseos de su prima. Este era un nuevo papel en la vida para él, pero no le disgustaba del todo.

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