Lena

Lena


Capítulo 4

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Capítulo 4

 

Todo había sucedido muy rápido, ella estaba en el sofá leyendo un libro, cuando todo se había precipitado aunque por suerte, después el tiempo se había aliado con ellos ralentizándose. Lena en ese instante sentía que ya no podía más, todo su cuerpo, sus músculos… toda ella pedía a gritos detener esa espiral de sexo y descontrol, su cabeza le instaba a detener todo eso, pero no podía, no quería. Sintió las manos de John aferrándola por la cintura, marcando el ritmo en el que, a horcajadas sobre su cintura, quería que se moviera. Los dedos de Max se enredaron entonces en su pelo, obligándola a alzar la cabeza, sus ojos se cruzaron un instante, antes de atrapar su sexo con los labios y succionarlo con fruición. 

Iba a desfallecer en cualquier momento. Pero a la vez, no quería perderse nada, ni un detalle, quería vivirlo todo con tanta intensidad como fuera capaz.

Sus pezones estaban siendo fuertemente castigados por Heit, ese punto de dolor, hacía que todo fuera más real. Incrementó el ritmo de la mamada y un gruñido gutural escapó de la garganta de Max. Ya no recordaba las veces que cada uno de ellos se había corrido, las que ella misma se había rendido al placer.

Esa maratoniana sesión de sexo empezaba a llegar al final, durante horas ellos habían disfrutado de su cuerpo, por turnos o a la misma vez, el salón se había convertido en un auténtico lupanar. Sus abotargados sentidos después de la ingesta de alcohol, mezclado con el cansancio, hacían que en ese momento, todo a su alrededor diera vueltas sin parar. No se dio cuenta, hasta que su espalda chocó contra la pared, que John se había levantado con ella asida con las piernas a su cadera. Cada nuevo envite, hacía que su espalda rebotara contra el hormigón por encima de su hombro, pudo ver como los otros chicos se habían dejado caer en el sofá. Solo quedaba John, que la penetraba con fuerza, como si le fuera la vida en ello, el chico enterró el rostro entre su enmarañado cabello y mordió su cuello con fuerza. No sería la única marca de dientes que tendría Lena al terminar. Dos fuertes embestidas más y se vació en su interior.

Cuando los pies de Lena rozaron el suelo, supo que sus piernas serían incapaces de sostener el liviano peso de su cuerpo. Se dejó caer poco a poco, apoyada con la espalda en la pared hasta sentarse, echó para adelante la cabeza y cerró con fuerza los ojos. Escenas de lo que en ese salón durante horas había sucedido, se reprodujeron con total claridad.

Les costó un buen rato, recuperar la normalidad de sus aceleradas respiraciones y el desacompasado ritmo de sus corazones. El primero en alzarse fue Max, tenía los brazos cansados y las piernas doloridas, así que no quería imaginar cómo se sentía Lena, a la que miró durante un instante. Marcas en sus muñecas y tobillos, evidenciaban el rato que había permanecido atada a la mesa. Se arrastró como pudo hasta la salida del salón, quería ser el primero en darse una reconfortante ducha.

 

—Tráeme una birra —gruñó Heit desde algún punto inconcreto del sofá.

—No soy tu jodida criada —respondió.

—Cierto… ¡Lena!

 

Max miró a la chica, que hizo el esfuerzo de intentar levantarse, pero estaba claro que eso le iba a costar. Dudó si echarle una mano, pero finalmente se perdió por el pasillo con el punto de mira en una muy merecida ducha.

 

—Ya voy yo —dijo John levantándose del suelo, donde llevaba un rato tendido.

—Déjala a ella, es la que se lo ha pasado mejor de todos.

 

John la miró y no pudo evitar esbozar una sonrisa. La verdad era que Lena había estado muy entregada durante toda la tarde, y realmente sí pareció disfrutar. Aunque ahora estuviera agotada, su cara era de satisfacción. Le tendió la mano para que se levantara y palmeó con fuerza su culo para hacerla mover.

 

—Tráeme una a mí también.

 

Por la noche, en la intimidad de su habitación, Lena no puedo evitar repasar mentalmente todo lo que había sucedido, y casi sin quererlo, se durmió con una dulce sonrisa en los labios.

Cuando ese lunes por la mañana Heit pasó de largo de su puerta, se le encogió el corazón. Lena se incorporó en la cama apoyando la espalda contra el cabezal y con la mirada fija en esa puerta que, desde hacía ya más de tres meses, jamás se cerraba. Ya no lo necesitaba. Ahora necesitaba que estuviese siempre abierta, como había aprendido a estar siempre que ellos la necesitaban. Fuera para lo que fuese. Por eso, ver pasar de largo a Heit le partió el corazón. Era como el ritual que daba inicio a la semana, pues todos y cada uno de ellos sin excepción, se había colado entre sus sábanas. Lo que al principio le había resultado extraño, molesto e incluso humillante, había dado paso a otro tipo de sentimientos, desembocando en una auténtica necesidad de él.

Saltó de la cama, cuando escuchó la puerta de la calle cerrarse con gran estruendo. Se quedó plantada frente su dormitorio mirando en esa dirección, apretando los labios con fuerza para retener en su interior los sollozos que empezaban a escapar. Heit se había marchado sin siquiera decirle nada. No se dio cuenta que Max a su vez, la observaba a ella desde el otro lado del pasillo.

Era preciosa. Cualquiera diría, a esas alturas, que uno ya estaría harto de follar siempre con la misma chica. Max fijó sus ojos en la parte baja de su espalda, en la delgada tira negra que rompía la palidez de sus muslos, ascendió la mirada a esa camiseta fina de tirantes bajo la que se adivinaba la desnudez de Lena. Uno de los requisitos era ir escasa de ropa, siempre accesible. Parecía absurdo, pero después de todo ese tiempo seguía excitándole. Puede que incluso más que al principio.

 

—¿Y el café?

 

John estaba plantado frente a Lena, Max tuvo que pestañear un par de veces para obligarse a regresar a la realidad. Observó a la chica correr hacía la cocina, entonces su mirada se cruzó con la de su amigo, parecía tan extrañado como él mismo, del comportamiento de Heit de esa mañana. John alzó los hombros mostrando así su desconcierto, y se encerró en el baño.

 

—Mierda —gruñó Max—. Joder no tardes mucho eeeehhh, me estoy meando —recordó que era a donde se dirigía, cuando se había topado con Lena y su tanga. Ese pensamiento no ayudó.

 

Lena les vio desayunar sumida en ese mar brumoso en que la había dejado Heit. Era malo tenerle cerca, era cruel, rudo y disfrutaba humillándola, pero… Lena no pudo evitar sentir qué, la indiferencia de esa mañana había dolido más que los azotes o el sexo salvaje que a veces practicaban. Cuando John se despidió de ella y cerró la puerta tras de sí, no pudo evitar llorar.

Después de ordenar la cocina y organizar el salón, volvió a su habitación. De entre los cajones de la mesilla de noche sacó un grueso de papeles, no recordaba la última vez que había repartido algún currículo, o la última llamada de teléfono que había respondido. Resopló dejándose caer en la cama, cerró los ojos y se puso a pensar. Lo hacía muy a menudo los últimos días, daba vueltas y más vueltas a toda la situación, a lo que estaba viviendo desde hacía más de tres meses, pero lo peor, venía cuando terminaba alzándose de la cama con la certeza de que no tenía ni idea de en qué punto se encontraba. Había sucumbido a sus instintos más primarios, relegando la razón a ese recóndito lugar donde se emparedan las cosas que a uno le molestan.

No pensaba, solo actuaba. Movida por todo lo que ellos le hacían sentir, que no necesariamente tenía por qué ser bueno. Había aprendido que el dolor, ese que todo el mundo rehuía, a ella le hacía sentir llena de vida.

Max fue el primero en regresar, como casi cada día. Cuando él llegaba, la casa se llenaba de sonidos de toda clase. El abrir y cerrarse de un cajón, podía parecer un derrumbamiento cuando era Max el que lo realizaba. Pero a veces también llenaba la casa de melodía, cuando sentado en el salón, sacaba su guitarra y se ponía a tocar. La primera vez que le vio rasgar las cuerdas del instrumento se sorprendió, no parecía la clase de chico que sabía de música. Al principio ella escuchaba sin osar interrumpir, ni siquiera se atrevía a aparecer en el salón, pero con los días, ese momento se convirtió en algo de los dos. Se sentaba mirándole en silencio, escuchaba cada acorde, cada canción que tocaba que a veces reconocía y otras no. Cuando John o Heit llegaban a casa, ella se levantaba y Max la veía desaparecer en dirección a su habitación, mientras enfundaba de nuevo la guitarra. Jamás tocaba delante de nadie, pero Lena era diferente, ella era especial, y cuando se sentaba y le escuchaba, él se sentía algo más cerca de ella, de un modo incluso más íntimo que en el propio sexo. Descubrió que había canciones que hacían que su tersa piel se erizara, otras sin embargo, ayudaban a que su mente divagara, y mientras él desgranaba las notas de una nueva canción, la mente de Lena se evadía lejos de ese lugar, puede que a un tiempo pasado, o bien podría ser a un futuro, Max no se atrevía a preguntarle, por miedo a que no le gustaran las respuestas. Le asustaba pensar en todo lo que ella había vivido hasta llegar allí, y le atemorizaba que soñara con un futuro lejos de ellos, un futuro sin él.

Ese día concreto no fue diferente a otros, se sentó en el sillón y de pronto los primeros acordes inundaron el salón. Lena parecía mucho más ausente de lo normal, más pensativa, o puede que algo apagada, ¿triste? Sí, sumida en una profunda tristeza.

 

—¿Todo está bien? —se atrevió a preguntarle dejando a un lado el instrumento.

—Esta mañana Heit se marchó sin decirme nada, sin…

 

La mención de su amigo lo puso en alerta y le enfureció a la vez. No entendía a Heit, estaba siendo innecesariamente cruel con ella, pero si se detenía a pensarlo un poco, mucho menos entendía a Lena.

 

—Oh, ya entiendo, te falta un polvo —escupió con su habitual brusquedad.

 

Lena levantó la cabeza ante el comentario de Max, no eran las palabras en sí, esas podía esperarlas, no se caracterizaba por saber elegirlas con demasiada fortuna, fue el tono lo que la cogió desprevenida, esa mezcla de rabia e indignación. Le miró a los ojos, tan oscuros como una noche sin luna, quiso decirle algo, pero no dejó que las palabras salieran de entre sus labios, que ahora se mantenían apretados. Observó con resignación, como él guardaba el instrumento en la funda, tan solo había tocado una canción, dudó unos instantes, no sabía si levantarse y dejarle solo o quedarse ahí, dudó aún un poco más hasta que fue a ponerse en pie, pero Max la empujó ligeramente haciendo que volviera a caer sobre el sofá. Entendió que era lo que pretendía y no dijo nada, ni se movió, salvo por un casi imperceptible separar de piernas.

Un destello de duda cruzó la oscura mirada del chico, Lena observó como todo su cuerpo, su muy bien definido físico se tensaba, sus dos manos se tornaron puños y entonces por un momento, temió que la fuera a golpear. La lucha interna a la que se veía Max sometido en ese momento era titánica, solo él podía ser consciente de cuán difícil era. Se obligó a respirar, sentía rabia y esa se volvía poder, control… y esa autoridad le excitaba. Le excitaba mucho, seguramente demasiado. Bajó la vista hacia ella, tomada por sorpresa, su largo pelo se desparramaba sobre su rostro, alzó la mirada. Sí, en ella podía verse temor, pero a su vez algo parecido a la excitación.

El corazón del chico se aceleró como los compases en una canción de heavy metal, y cuando Lena humedeció sus labios de manera casi instintiva, Max supo que no podía aguantar y se lanzó sobre ella, atrapando entre besos sus carnosos labios. La besó con pasión, fundiéndose en ella, mientras sus manos agarraban sus mejillas, que poco a poco se iban encendiendo en color y temperatura.

Ninguno de los dos escuchó el chasquido metálico de la puerta, ni el caer del maletín de Heit sobre el suelo. Cuando el recién llegado traspasó la puerta del salón les sorprendió en una espiral de pasión, ambos abducidos por el poder de los besos, Max parecía entregado a ellos, disfrutándolos como un niño paladea su caramelo. Para Heit los besos eran una debilidad, demasiado dulces, demasiado tiernos e intimistas. El sexo tenía que ser solo sexo y los labios servían para algo mejor que para besar. Sus miradas de cruzaron en ese momento y Max se apartó como un resorte de ella.

 

—Por mí podéis seguir.

 

Max se levantó y se recolocó la ropa.

 

—No quisiera interrumpir los planes que tuvieras con ella.

—Para nada —respondió Heit con indiferencia— la verdad es que empiezo a aburrirme de esto.

 

Esas palabras se clavaron en el corazón de Lena, que sintió una punzada de verdadero dolor, y no pudo evitar una mueca de desilusión, puede que de tristeza.

 

—Me voy a ir al gimnasio —gruñó molesto Max—. Necesito descargar tensión.

—Como quieras —rio entonces Heit, consciente que había logrado con su comentario molestarlos a ambos—, aunque por mí no hace falta, de verdad…

 

Lena observó como Max se perdía hacia el fondo del pasillo, a su vez Heit lo hizo tras la puerta de la cocina, se alzó del sofá donde aún estaba medio tendida, se sentía abrumada. Por un lado, le ardían las mejillas y sentía el calor en el interior de sus muslos, por otro un nudo en la boca del estómago. Dudó un poco ¿ir tras Max para terminar lo que había empezado?, ¿seguir a Heit y demostrarle que ella podía darle todo lo que podía desear? Ahí estaba, de pie y aturdida, sin saber qué hacer. Pero Max decidió por ella, cuando salió del apartamento dando un sonoro portazo.

 

—Puta nenaza —siseó Heit desde el quicio de la puerta de la cocina, Lena se sobresaltó al escuchar su voz— y tú —dijo con tono despectivo—, eres una perra con suerte, está claro que Max no sabe ser un buen dueño.

 

Lena volvió a perder la mirada en la puerta por donde había desaparecido el aludido, y de pronto, como empujada por una mano invisible, se giró y dio un par de pasos hacia Heit. Cada vez que sus profundos y azules ojos se clavaban en ella, no podía evitar ese pequeño escalofrío que recorría todo su cuerpo. Era, sin lugar a dudas, el más atractivo y oscuro de los tres. Ese bulbo del cual no había descubierto ni la primera capa.

Heit la observó con curiosidad contenida como caminaba de manera casi sugerente y con las mejillas encendidas. Sin duda Max había hecho el trabajo previo, pues la chica estaba, bajo su criterio, caliente como el sol en verano y totalmente mojada. Podía olerla desde ahí. Su rostro se torció en esa sardónica media sonrisa, que no podía evitar poner cuando estaba a punto de hacer algo malvado y divertido a la vez. Cuando ella estaba a punto de rozarle, simplemente la empujó para quitársela de encima, lo hizo con desprecio, como si le diera asco siquiera tocarla.

 

—Lo decía en serio —susurró— me aburres —y dejó que esas palabras flotaran en el aire y se clavaran en su interior. Los ojos de Lena se humedecieron—. Creo que hoy voy a cederte a alguno de ellos…

—Pe-pero… —titubeó.

—¿Te he dicho que me hables?

—No señor.

 

Lena alzó la mano para rozar su antebrazo y él se la sacudió de encima con un simple manotazo.

 

—Amo, déjeme…

 

La puerta se abrió, John entró de manera sonriente como cada tarde cuando volvía de la facultad. Le gustaba llegar a casa, darse una ducha, relajarse y… Lena. Pero ese día se podía notar la tensión en el ambiente, aunque no supo discernir si era sexual u hostil. Con Heit podían ser cualquiera de las dos, y con una intensidad parecida.

 

—Que bien que llegas —el tono de Heit era jocoso, tomó a Lena del brazo zarandeándola y la empujó en dirección al recién llegado— a ver si puedes encargarte tú de ella, la muy perra anda necesitada.

—¿En serio? —sonrió burlón John acogiendo a Lena entre los brazos.

—Venga Lena, menea tu culo para John, puede que él si quiera terminar, lo que Max ha dejado a medias.

—No —respondió ella apartándose. La negación escapó de entre sus labios sin control, y cuando lo hubo hecho supo que era su sentencia. Los ojos de Heit se iluminaron de pura ilusión.

—¿Qué has dicho? —la retó caminando un paso en su dirección.

 

Lena dudó un instante, pero algo dentro de ella se removió, no podía soportar su rechazo.

 

—He… he dicho que… que no.

—¡Vaya! Tenemos a una perrita desobediente, qué graciosa —el desdén de sus palabras era más que evidente.

—Venga Lena déjalo —le advirtió John tomándola del brazo, para intentar evitar que hiciese algo de lo que pudiera arrepentirse.

 

Pero Lena estaba totalmente fuera de sí, y a pesar de sentir miedo, se zafó de John y caminó de nuevo en dirección a Heit, esperando que no volviera a repudiarla. No podría soportar un nuevo rechazo por su parte. Pudo ver, sin lugar a dudas, como Heit disfrutaba con eso, era una manera más de ejercer su poder sobre ella, y Lena sintió como la rabia crecía en su interior.

 

—Vete a tu habitación —gritó él lleno de ira.

—Vete tú a la mierda —espetó ella de pronto. Sin más. Cinco palabras cargadas de intención y frialdad.

 

Dolió. Cuando la mano de John se estampó en su mejilla le dolió. No la bofetada en sí, sino que hubiese sido él quien se la propinara. John, su John… Lena rompió a llorar, como jamás en su vida había llorado, pues a su alrededor su nuevo mundo se había desquebrajado por completo. Sintió miedo, un terror aciago que no sabía muy bien de donde salía pero que para su sorpresa, nada tenía que ver con su integridad física, sino con que ellos decidieran romper el contrato, dejarla. No temía perder el techo bajo el que ahora dormía. Lo que verdaderamente le asustaba, era perderles a ellos. ¿Cómo había podido hablarle así a Heit? Porque se lo merecía, Heit era un gilipollas. ¡No! él era su amo, le debía obediencia… la mente de Lena se tornó un torbellino de pensamientos, sentimientos, sensaciones… Si ellos decidían castigarla estaban en su derecho. Heit le había dado una orden y ella habría tenido que obedecer. Ella era suya…

 

—Lo siento —consiguió decir entre sollozos.

 

Heit no podía creer que Lena hubiera reunido el valor suficiente para responderle, si John no se hubiera adelantado, él mismo la habría golpeado. Y no habría sido un simple bofetón. Sus manos se cerraron en dos puños, tragó la bilis que subía por su garganta y dio un paso hacia esa insolente.

 

—Vete a tu habitación —atajó John.

 

Lena asintió con un golpe de cabeza y huyó por el pasillo, Heit vio como la muy ladina se escapaba como una rata cobarde. John se interpuso en su camino.

 

—Debe ser castigada.

—Está bien.

—Lo digo en serio —gruñó Heit— esa puta desagradecida —dijo alzando la voz para que ella lo escuchase— maldita zorra… Esto es culpa vuestra —susurró clavando la mirada en John— es nuestra sumisa, nuestra esclava… es…

—Es lo que cada uno queremos que sea Heit, tú disfrutas humillándola, yo prefiero follármela sin más. ¿Qué tiene de malo?

—Voy a castigarla por su insolencia —repitió.

—Me parce bien, así que lo que tú decidas haremos.

 

Las horas pasaron lentas en esa habitación. Desde que Max había vuelto del gimnasio, algunos gritos se habían alzado sobre el creciente cuchicheo de voces. Lena medía la estancia a grandes zancadas visiblemente nerviosa, se sentía como un preso esperando su condena. ¿Iban a golpearla? Lo merecía. Ellos, los amos, merecían su respeto. Se maldijo una y mil veces por haber osado ser tan insolente, para justo después reprenderse por la locura que significaban sus pensamientos. Era pura contradicción. Debería irse de ese piso, y a la vez, deseaba no marcharse nunca. Les necesitaba. De vez en cuando, reunía el valor suficiente para aventurarse un par de pasos más allá del espacio que delimitaba su dormitorio. Intentaba, aunque sin éxito, escuchar lo que en la cocina los chicos discutían. Las voces de Heit y Max eran las que más se alzaban, pero a pesar de escuchar palabras sueltas, no podía saber con certeza lo que allí hablaban.

En la cocina, John observaba la escena en un discreto segundo plano. Veía absurda tal discusión, pero sabía que con sus dos amigos eso era inevitable. Siempre habían sido como la noche y el día, y cada pequeña desavenencia suya, podía terminar en una batalla dialectal y casi siempre sin una resolución. Pero en ese caso era diferente…

—No, esto es una puta locura, no voy a castigarla por haberle hablado mal a Heit, si te ha respondido te jodes… Azotarla está mal—sentenció Max.

—Te la tiras en contra de su voluntad, no vayas ahora de digno.

—No me toques los cojones Heit… —amenazó—. Di algo John, ¡joder! —imploró mirándole.

—Lena le ha faltado el respeto y debe ser castigada.

—No puedes hablar en serio —exclamó Max llevándose las manos a la cabeza.

—Max, firmamos un contrato, sé que es una locura, pero ella accedió, las normas son las normas… Creo que hemos sido muy permisivos con Lena yo el primero, no quiero echar balones fuera, pero ella accedió al juego de la sumisión… Siempre puede negarse.

—No contéis conmigo —gruñó antes de abandonar la cocina.

 

De Heit podía esperarlo, pero ¿John? Se había vuelto total y completamente loco si terminaba accediendo a eso. Él era el primero que disfrutaba ejerciendo control sobre ella, la verdad era que todo ese rollo de la sumisión y el bondage resultaba muy excitante, pero tenía claro que era un juego, puede que un juego poco habitual, pero un juego al fin y al cabo. ¿Y si ella se negaba? ¿Qué harían? ¿Echarla? Resopló y pasó ambas manos por su rostro. ¿Cómo iban a echarla del piso?

 

—Tienes que hacerlo —la voz de Lena le sorprendió cuando ya alcanzaba su habitación— Por favor Max…

—¿Estás loca? —exclamó y de un empujón la metió de nuevo en su habitación, entrando él también y cerrando la puerta tras de sí.

—Amo…

—Déjate de amo y de pollas…

—Max, por favor.

—¿Sabes lo que están hablando en la cocina?, ¿me estás pidiendo que te azote? —Lena asintió— ¿Es que en esta casa nos hemos vuelto todos locos?

—Si no lo haces será mucho peor. He hecho mal al desobedecer a Heit, y merezco ser castigada.

—Lena —dijo él tirando de su mano y sentándola a su lado en el colchón, donde se acababa de dejar caer— esto es un juego, puedes pedirnos que paremos en cualquier momento, si tú quieres todo esto puede terminar, y por mis muertos te juro que nadie va a echarte de esta casa…

—Por favor, amo… debo ser azotada.

—Lena, no lo entiendo —sintió una total desazón en medio de su pecho, realmente ella le pedía que la castigara. Si eso era un juego, habían llegado demasiado lejos.

—Si no lo haces, Heit será mucho más cruel… Por favor.

—¡Niégate joder! —exclamó— Es un juego, un puto juego… di que no.

—Por favor…

 

Max salió de la habitación sin decir nada, no podía hablar, apenas pudo llegar a la habitación sin marearse. Todo estaba fuera de control, se les había ido de las manos o realmente todos habían enloquecido, todos menos él.

 

Esa misma noche, el ambiente de ese salón podría haberse cortado con un cuchillo. Lena tragó saliva, sabía que iba a doler, no era la primera vez que la azotaban en esa casa, pero en esa ocasión era diferente.

 

—Es normal que tengas miedo —susurró John adivinando sus pensamientos— pasará rápido, solo tienes que aguantar.

—No tengo miedo, confío en vosotros.

 

Ambos se miraron unos instantes, John sintió una ligera punzada en la boca del estómago y se dio cuenta que sus manos temblaban. Lena caminó hacia donde Heit esperaba. Parecía feliz, y por un segundo, eso la hizo feliz a ella. John se acercó y la recostó sobre el sofá, la despojó de la ropa interior, aprovechando el momento para acariciar sus muslos.

 

—Esto va a doler—susurró Heit a su espalda.

 

Lo peor fue el ruido de la fusta rompiendo el aire. Ese momento previo al golpe en sí, la anticipación al dolor. Lena contuvo la respiración, hasta que el grito hizo que soltara todo el aire de sus pulmones. Los ojos se le llenaron de lágrimas y todo su cuerpo se estremeció.

 

—U- uno —susurró con los dientes apretados, sintiendo el dolor en sus nalgas y sus mandíbulas.

 

Heit enloqueció con eso, no solo había accedido al castigo, sino que encima Lena estaba contando los fustazos. No lo entendía, siempre había sido capaz de calar a la gente, pero Lena le tenía total y absolutamente desconcertado. El segundo fue peor. Más airado, más certero y ella ya sabía que debía esperar. Dolor. Así que se replegó un poco, incluso antes de notar el cuero sobre su piel.

 

—Dos —dijo con un hilo de voz para el desquicie de Heit.

 

A pesar de que había decidido disfrutar del momento, las ansias fueron aún mayores, descargó los tres golpes restantes de manera furiosa, alzando el brazo y volviéndolo a hacer descender con toda la fuerza que le era posible, sin importar siquiera donde se estrellaba la fusta. Se apartó para observar su obra y sintió, al ver la piel enrojecida de la chica, como todo su ser reaccionaba, y más cuando algo llamó su atención. Volvió a acercarse a Lena y llevó uno de sus dedos a su hendidura que penetró con total facilidad.

 

—¡Joder! —exclamó aún con el dedo en el interior de ella haciéndolo girar— eso sí que no me lo esperaba, estás mojada como una perra —le escupió con desdén.

 

Lena apretó un poco más la cara contra el cojín que había estado mordiendo para no gritar, y cuando Heit introdujo un dedo en ella enrojeció de ira. No contra ellos, ni contra él, sino contra ella misma pues tenía razón. Desde el primer golpe, y a pesar del dolor, su cuerpo había reaccionado de tal modo, que no lo podía controlar. Le dolía, claro que sí, pero también estaba sumamente excitada y el dedo de Heit moviéndose en su interior no hacía más que aumentar dicho estado de locura.

A su espalda él se apartó, con el dedo en alto en señal de triunfo y pasó el testigo a John que se situó tras ella y desde esa posición miró a sus compañeros, los ojos de Heit tenían un brillo especial, no así Max, más alejado y mirando hacia otro lado, con el cuerpo en tensión, como si estuviera a punto de estallar.

La piel de Lena estaba enrojecida en su totalidad, John caviló un poco antes de decidir dar el primer azote, que procuró bajara un poco por la pierna, donde parecía que estaba mejor.

 

—Sigue contándolos si quieres— le instó John, consciente que puede que eso fuera lo que lo hacía más soportable para ella.

—U-u-uno… —farfulló.

 

El siguiente golpe subió un poco hacia sus riñones. A pesar de intentar no hacer extremada fuerza, la piel de Lena reaccionaba igual.

 

—Dddddoss.

 

John respiró profundamente, no quería hacerle daño, pero a la vez, no podía evitar que todo eso le excitara de sobre manera. Titubeó un poco antes del tercer golpe, que fue algo más rudo que los anteriores.

 

—Trreessss…

—Dale las gracias a John —susurró Heit agachándose al lado de ella— está siendo muy misericordioso contigo.

—G-gra-gracias John.

 

Eso le encendió, los dos últimos golpes, si bien no fueron tan rabiosos como los de Heit, no se quedaron atrás. Cuando el sonido del último azote rompió el silencio del salón, la fusta cayó de sus manos y no pudo evitar mirar, entre horrorizado y sumamente excitado, como las nalgas de Lena estaban al rojo vivo. Se acercó a ella, que sollozaba en silencio, con el rostro enterrado entre los almohadones, y con delicadeza colocó la mano sobre su irritada piel, notando el calor que desprendía. Sus nalgas ardían y esa sensación le provocó, se imaginó haciéndoselo por detrás y esa perversión le aterró, porque temió no poder refrenar ese impulso. Se apartó de ella con rapidez, desconcertado y apabullado de todo lo que Lena y esa situación despertaba en él.

 

—Tu turno —anunció Heit que, habiendo recogido la fusta del suelo, la tendía ahora en dirección a Max—, disfrútalo.

 

¿Cómo podía alguien disfrutar con eso? Max notó como ese trozo de madera quemaba entre sus manos. Observó el pequeño cuerpo de Lena, tan expuesto, tan rojo, tan frágil. No era más que una niña, una chica que había tomado una muy mala decisión. Resopló angustiado. Cuando John se hizo a un lado tuvo una perspectiva mejor del estropicio que sus dos «amigos» habían causado en su bonito cuerpo. Se acercó a ella y agarrándola con delicadeza de las caderas, cambió su posición, procurando que no tuviera que soportar tanto su propio peso.

 

—¿Estás bien? —susurró cerca de su oído, ella asintió con un simple movimiento de cabeza— Puedo no hacerlo— pero ella no respondió.

 

A pesar de que John no había imprimido demasiada fuerza en sus cinco latigazos, la piel de Lena se había roto en alguna de las zonas, soltando pequeños hilitos de sangre.

Max sostuvo entre sus manos esa fusta que, como por arte de magia y sin que él hubiese hecho nada para ello, empezó a quemarle. Era una sensación extraña pero real, ardía, sostener la madera hacía que todo él prendiera. A su espalda Heit se impacientó, lo supo por el chasquido de su lengua y no pudo soportarlo más. Él no era así, esa no era la clase de hombre que quería ser.

 

—¡Ni de coña! —exclamó y quedó patente el tono de enfado grabado en su voz. Se giró, arrojando la fusta contra un atónito Heit.

—Quedamos en que…

—Me importa una mierda en lo que quedáramos. No voy a hacerlo.

 

Max se giró para ayudar a Lena a alzarse, pero antes de poder alcanzarla, alguien le agarró a él y tiró con fuerza de su brazo.

 

—¡Tienes que hacerlo!

—¡Lo único que voy a golpear, es a ti como no me sueltes! —bramó furioso.

 

La situación se tensó de pronto, si es que había estado relajada en algún momento. Max empujó a Heit y este, hizo el conato de ir a golpearle, pero John se interpuso entre ambos con ambas manos alzadas, intentando calmar los ánimos.

 

—¡Eres una puta nenaza! —exclamó Heit.

—¿Por no querer pegarle? —inquirió Max más sorprendido que otra cosa— ¿Se puede saber que clase de tara mental tienes tú?

—Venga Max —rogó Jonh y cuando fue a tocarle, este se sacudió con violencia, haciendo que John cayera al suelo.

—¡Maldita sea! —profirió que de nuevo se lanzó hacía adelante, con clara intención de golpear a Max.

 

Las voces habían ido in crescendo, así como los ánimos de todos, que se habían crispado hasta pisar la delgada línea, que jamás les permitiría volver atrás. Lena lo sabía, y también era consciente, de que no podía permitir que eso ocurriera.

 

—¡Intragástrico! —gritó con todas las fuerzas que pudo y una vez dicha esa palabra, rompió a llorar, presa del mayor desconsuelo que había sentido en su vida— Intragástrico —repitió con un hilo de voz.

 

De pronto, los gritos cesaron y todo a su alrededor se detuvo. Los chicos se miraron entre ellos sin entender que acababa de pasar, desconcertados. Heit observó a Lena, que se había medio incorporado y los miraba con el rostro desencajado y los ojos llenos de lágrimas. Ninguno de los tres atinó a saber qué hacer, ni si quiera se atrevieron a parpadear, mientras el silencio solo se rompía por el llanto de ella, que se clavó en sus oídos y se introdujo en su organismo, invadiéndolos por dentro.

Lena acababa de decir su palabra de seguridad, haciendo que todo se detuviera. Con una sola palabra, había logrado que todo a su alrededor, a punto de salirse de control, se detuviera de pronto.

 

—Lena… —susurró Max qué, siendo el que había quedado más cerca de ella, alargó la mano para rozarla.

 

No supo qué hacer cuando Max rozó su brazo, solo sintió más ganas de llorar y parecía, que había pasado de prometerse no hacerlo nunca, a verter lágrimas a todas horas. Vio el desconcierto en la mirada de todos y como el silencio se había condensado a su alrededor, ninguno de ellos parecía poder reaccionar hasta que John se movió, la ayudó a incorporarse, parecía que las piernas no quisieran responderle, la alzó con delicadeza para llevársela del salón, mientras ahí plantados, un nuevo duelo se forjaba. Sin movimientos ni palabras, pero si las miradas fuesen armas, Max y Heit posiblemente estarían entonces mal heridos.

Ya en el baño, John abrió el grifo del agua caliente e introdujo a Lena bajo la trayectoria del agua, viendo que parecía no poder sostenerse, no le quedó más remedio, que entrar en la bañera con ella. Pronto empezó a notar como la ropa mojada se pegaba a su cuerpo.

 

—Puede que te escueza un poco —le anunció con voz temblorosa antes de que su mano llena de jabón, se acercara a sus nalgas castigadas.

 

Mientras con el brazo izquierdo mantenía sujeta a la chica, con la mano derecha enjabonaba delicadamente su piel. No entendía lo que acababa de ocurrir, no entendía a Lena, por más que lo intentara era incapaz de seguir la lógica mental que imperaba en la cabeza de esa chica. Intentó con todas sus fuerzas, desterrar todo eso de su mente y centrarse en lo que tenía entre manos, pero estaba confuso y encendido como nunca y no quería terminar haciendo algo, de lo que se arrepintiera, pues lo que le pedía el cuerpo era cogerla con fuerza y no dejarla ni respirar. El calor de sus nalgas, tan lastimadas, traspasaba la tela de su pantalón, cosa que jamás pensó que pudiera ponerle tan a tono. Ver su piel enrojecida… Se obligó a apartarse de ella y buscó dentro de su agitada mente, algo en lo que pensar, se centró en el dolor que debía sentir, y en que tenía que curarla un poco para que se recuperara antes.

 

—Venga, vamos —tiró de ella para ayudarla a salir y apagó el grifo— ¿Puedes caminar? —ella asintió.

 

El dolor que sentía la aturdía, miró a John, la camiseta blanca se pegaba a su torso, y a pesar de que no llevaba el pelo demasiado largo, algún mechón caía sobre su cara llegando a rozarle los ojos, esos inusuales, tan profundos, tan transparentes, como si fueran incapaces de mentir. Notó cómo él la guiaba asida de la mano, dejando la marca de las pisadas mojadas en el camino hacia la habitación.

 

—¿Cómo está? —Max se encontraba esperando en el pasillo.

—Bien —respondió John y se hizo a un lado, cuando Max cogió a Lena en brazos—. Llévala a su cama, ahora voy.

 

Cuando entró en el salón ahí estaba Heit, sentado en una silla cerca de la ventana, sorbía un refresco y fumaba un cigarrillo, a pesar de que, en esa casa, estaba prohibido fumar, prohibición que últimamente todos incumplían. John arrugó la nariz, no le gustaba el olor a tabaco, pero pensó que no era el mejor momento para decirle nada.

 

—Estás empapado —la afirmación de Heit, llegó entre calada y calada mientras John cogía un par de cosas, para curar las nalgas de Lena—. Ha sido divertido.

 

John dejó uno de los botes sobre la repisa del mueble, mientras metía las tijeras en el bolsillo de su pantalón.

 

—Sí —respondió en un bufido, no lo podía negar, aunque la palabra «divertido» no habría sido la que él hubiera elegido, sumamente excitante se adecuaba mejor—. Tienes que hablar con Max, es solo una tía…

—Es solo un objeto —rectificó el chico aplastando el cigarrillo en un improvisado cenicero.

—Lo que tú digas —gruñó Jon—. Es una tía, es un objeto, es solo algo pasajero —dijo remarcando las dos palabras— en algún momento se marchará…

—Bla bla bla —hizo mofa Heit poniéndose en pie— las tías van y vienen, los colegas son para siempre, es eso ¿no?

—Me alegra que lo entiendas —no pudo evitar usar el mismo tono de condescendiente que había usado Heit hacía un momento.

—¿Y ahora qué? —preguntó Heit aunque no esperaba una respuesta— ¿Qué mierda hacemos ahora?

—No… no lo sé —dudó John y después de decir eso abandonó el salón.

 

Heit tomó el último trago de refresco y fue a la cocina a tirar la lata, en el fondo del apartamento se escuchaban cuchicheos. Se sentó en uno de los taburetes que separaba la cocina del salón. Él no tenía tan claro que Lena fuera a marcharse, al menos no en breve. El brillo de sus ojos cada vez que era sometida la delataba, había descubierto una faceta suya que seguramente desconocía, pero estaba claro que ella ahora disfrutaba con eso. En el fondo, pensó entonces Heit, le habían hecho un favor. No había titubeado ni una sola vez y durante la tarde, había encajado los golpes sin apenas gimotear, es más, ¡los había contado! Lena era un misterio indescifrable y no había cosa que le jodiera más, que aquello que no podía comprender, pues si no entendía algo, era fácil ser cogido por sorpresa. Necesitaba anticiparse y Lena, se lo impedía una y otra vez, cuando pensaba que iba a tirar hacía un lado, ella cambiaba, le sorprendía y aparecía por otro. Era caótica en su proceder y eso le tenía desorientado. Había aguantado los golpes, cada uno de ellos, y de pronto: Intragástrico. Curiosa elección de palabra. Y con ese pensamiento y más perdido que en cualquier otro momento de su vida, cogió la chaqueta y abandonó el piso.

 

La noche no fue especialmente fácil para Lena. Se despertó incontables veces, cada vez que algo rozaba su amoratada piel. No había podido verse, pero estaba segura que sus nalgas estaban en carne viva, al menos así lo sentía ella. Y a pesar del cansancio, durmió poco y mal. En su mente se reproducían una y otra vez los azotes, el sonido del cuero rasgando el aire, el momento exacto en que se estrellaba en su piel, la lacerante punzada de dolor que nacía ese entonces en el punto en concreto donde había impactado, y de ahí se expandía por todo su cuerpo. Dolor. Jamás habría pensado que podría ser tan excitante. ¿Se estaba volviendo loca? ¿Siempre había sido así?

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