Lena

Lena


Capítulo 5

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Capítulo 5

 

—¡Vístete! —gritó Max haciendo que abriera los ojos de pronto— Hoy eres mía —y desapareció.

 

Esa afirmación la hizo volar. Se levantó de la cama, no sin dificultad, habían pasado ya unos días sin embargo, seguía algo dolorida. Después de lo que pasó esa tarde, no habían vuelto a hablar del tema, como si no hubiese existido, ni una sola mención a que ella usara la palabra de seguridad. Pero a pesar de no haberlo hablado, algo sí había cambiado, sobre todo en la actitud de ellos. Abrió el armario y del interior sacó uno de los pocos vestidos que tenía. Después de asearse un poco, entró en la cocina, donde ya olía a café.

 

—Heit no ha dormido aquí —informó Max— y John se ha ido hace ya unas horas, tenía algo que hacer.

 

Lena se sintió mal, ¿dónde estaba Heit? ¿Estaba enfadado con ella? Desde esa tarde apenas la había mirado.

 

—¡Lena! —Max estaba frente ella intentando llamar su atención— Hoy he pedido el día libre en la tienda, podemos dar un paseo, ir a comer, de compras… ¿Te apetece?

 

No pudo evitar su sorpresa, y su rostro, siempre tan expresivo, la delató. Max sonrió satisfecho ante esa reacción de felicidad. Por un momento, había temido que ella no quisiera o no le apeteciera. Aún no habían hablado de lo que había pasado y no sabía muy bien, cómo comportarse con ella.

La mañana pasó muy deprisa, al principio Lena se sentía algo incómoda, un poco fuera de lugar, pero Max se portaba con ella de manera tan natural, que pronto empezó a olvidar quien era ella y quien él. Se sentaron en una terraza al sol, por suerte el invierno empezaba a quedar atrás, los días poco a poco iban siendo algo más largos y ya se notaba el calor. Primavera. La estación favorita de Lena desde que tenía uso de razón. Le gustaba los días calurosos y las noches frescas, y el estallido de luz y color previos al sofocante verano.

La mano de Max por momentos sujetaba la suya, el chico hablaba y reía, ella lo miraba casi embelesada, vistos desde fuera, eran como cualquier pareja de enamorados de ese bar, una pareja normal.

 

—¿Eres feliz? —soltó con su habitual espontaneidad.

 

La pregunta quedó suspendida en el aire ante el asombro de Lena, que por un momento, no supo ni cómo responder. ¿Era feliz? Ni siquiera se lo había planteado, jamás había sentido nada por nadie comparable a lo que sentía por ellos tres. Haría cualquier cosa por los chicos.

 

—Yo…

—Lena… —Max sujetó su mano entre las suyas y la acercó hasta sus labios, depositando un beso en la punta de sus dedos. El corazón de Lena dio un vuelco— Lo que pasó el otro día… —ella negó con la cabeza— Yo…

—Max —dudó un poco, no sabía muy bien cómo encarar el tema, a pesar de llevar desde ese día intentando pensar en ello— no pasó nada.

—¿Por qué dejas que él te trate así?

—¿Heit? —un inoportuno camarero que dejó las bebidas en la mesa, propició el pretexto perfecto para soltarse de Max, no quería que el temblor de su pulso pudiera delatarla — Yo… la verdad es que… no lo sé —resopló.

—Me cuesta mucho entenderte Lena, en realidad, no sé ni si quiero hacerlo.

—Tú me has preguntado si soy feliz… —susurró buscando sus ojos— Mi respuesta es sí —dijo ganando convicción a cada palabra que dejaba libre—. Mi vida no ha sido nada fácil hasta llegar aquí, aunque no te lo creas, me han llegado a tratar peor de lo que Heit podría hacerlo jamás. No tenía nada y ahora os tengo a vosotros, a los tres. No puedo explicarlo porqué ni yo misma lo entiendo, es una locura, pero…

—Pero…

—No quiero perder lo que hay entre nosotros.

—Es una locura —le confirmó él y ella sonrió— ¿Por eso la dijiste, la palabra de seguridad?

—Estabais a punto de… y no sabía cómo detener eso… Yo… lo habría aguantado Max, deberías haberlo hecho.

—No podía —dijo con un gran pesar en la voz, como si de un momento a otro, fuera a romper a llorar.

 

No se había equivocado con Max, bajo toda esa fachada, se escondía un hombre tierno y encantador, capaz de enamorar a cualquier mujer.

 

—Lo sé —sonrió con timidez— y eso te hace el buen hombre que sé que eres.

 

La tarde terminó con un agradable paseo de vuelta al apartamento, lo hicieron en silencio, disfrutando de su mutua compañía. Como dos jóvenes normales de su edad.

 

Sintió un gran alivio cuando John soltó el amarre de sus muñecas, a esas alturas, ya enrojecidas. No es que no le gustara que la ataran, de hecho, adoraba la sensación de saberse a su total voluntad, de abandonarse a él, dejarle hacer. Se alegraba de que todo hubiera vuelto a la normalidad. El cuerpo de John cayó casi a plomo sobre el colchón, parecía haberse desmayado por el esfuerzo realizado durante horas. Lena lo miró con disimulo, ese tatuaje de un dragón en el centro de su espalda, su pelo revuelto, ese respirar con pesadez… Era un sueño, un príncipe, su príncipe. Pocos minutos después parecía totalmente dormido, sino hubiese sido por la carcajada que soltó de pronto y que sobresaltó a la propia Lena, que sentada sobre la cama abrazando sus piernas, acariciaba con disimulo la piel enrojecida de sus tobillos.

 

—Ha sido brutal —confesó él dándose la vuelta y dejando la espalda sobre el colchón—. Me encantas —y besó su muslo izquierdo, que era lo que más cerca tenía.

 

Lena lograba ponerle a mil, con esa mezcla explosiva de sumisión y lascivia, a veces se preguntaba quien mandaba realmente allí, si ellos o ella. Alzando la mano atrapó su brazo y tiró con fuerza, para que se recostara a su lado.

 

—Mañana hace seis meses que te mudaste aquí —susurró mientras la acomodaba sobre su pecho.

—¿Seis? —Lena rememoró ese primer día, ese primer contacto con el hombre que ahora abrazaba su cuerpo, si había accedido a esa locura, sin duda había sido por él.

—Deberíamos celebrarlo, seguro que los chicos están de acuerdo conmigo.

 

Lena remoloneó entre sus brazos y se apretó más contra su pecho, le gustaba escuchar el sonido arrítmico de su corazón. John bostezó y miró el reloj de la mesilla por encima del hombro de Lena, ella se dio cuenta de eso e inició el gesto de levantarse, había llegado el momento en que era desterrada a su habitación, pero en ese momento John la apretó un poco más para impedir que se moviera.

 

—Pasa la noche conmigo —le susurró besando después la curva de su cuello.

—Cla-claro —tartamudeó sin poder evitar esconder su emoción— John… puedo… —dudó un poco— ¿Puedo decirte algo?

—Dispara.

—Creo que te quiero.

 

John escuchó la confesión de Lena y no pudo evitar sonreír con tal afirmación. Besó de nuevo su pelo, y la atrajo más hacía sí.

 

—Buenas noches pequeña —susurró antes de dormirse.

 

Hacía tiempo que no dormía tan bien. La luz empezó a colarse por entre las rendijas de las cortinas, Lena observó como esa luminosidad se difuminaba por toda la habitación, dotándola de un halo casi mágico. John dormía con placidez a su lado, alargó la mano casi con temor y acarició su pelo revuelto. Tenía unas facciones perfectas, unos labios carnosos que invitaban a ser besados, y cuando se torcían en esa sonrisa enloquecedora, a Lena le costaba hasta respirar. Jamás una sonrisa había significado tanto para ella, hasta el punto de hacerle perder la razón y renunciar a su propia voluntad. Todo por esa sonrisa y esos ojos, que la invitaban a soñar con que cualquier cosa podía suceder.

 

—Buenos días —la voz pastosa de John llegó hasta ella sorprendiéndola.

 

El chico se giró sobre sí mismo y se estiró cuán largo era en el colchón, aún estaba desnudo y Lena no pudo evitar llevar la mirada a su miembro, totalmente endurecido y casi de forma inmediata se relamió.

 

—Hay que joderse —soltó John mirándola con picardía—. Eres insaciable.

—Lo siento.

—No te disculpes —rio entonces al mismo tiempo que la empujaba con delicadeza fuera de la cama— prepara café.

—Sí Amo —susurró con voz ronca, cargada de erotismo.

 

Desapareció por el hueco de la puerta. John saltó al suelo con energías renovadas, ese iba a ser un buen día, estaba seguro de ello. Tomó del armario unos vaqueros desgastados y se arriesgó con una camiseta de manga corta, a pesar de que los días aún eran frescos. Cuando llegó a la cocina, se dio cuenta de que era el último en aparecer. Max le dedicó una mirada de complicidad a la que simplemente respondió con una sonrisa.

 

—Vivimos en un mundo dónde los listos se hacen los tontos y los tontos van de listos —gruñó Heit dejando el móvil a un lado y fijó entonces la mirada en Lena, vestía simplemente una camiseta de John, un tanga blanco, y estaba totalmente despeinada. Era preciosa.

—Qué profundo —bromeó Max.

 

Heit volvió a dirigir la mirada hacia la chica y bufó molesto, más consigo mismo que con otra cosa.

 

—Una nespresso, vaselina y podríamos deshacernos de ella.

—¿Me la chuparías tú cuando tuviera ganas de una mamada? —inquirió con descaro Max.

—Ni lo sueñes, que asco —gruñó.

—¿Hoy es el día? —preguntó John sentándose frente a Heit.

—Sí.

—¿Tráfico de esclavos? ¿De armas? ¡Armas! Eres un señor de la guerra…

—Qué gilipollez —espetó John—. ¿Tú ves a este sujetando algo más grande que un revólver?

—Cierto— Max cogió una de las manos de Heit y la observó con detenimiento—. Es demasiado delicado.

 

Lena observaba desde al lado de la encimera, le gustaba verles así, divertidos, desenfadados, distendidos, con sus bromas y sus risas. A punto habían estado de echarlo todo a perder, pero por suerte, poco a poco todo parecía haber vuelto a la normalidad. Ella tenía su propia teoría sobre el posible empleo de Heit. Blanqueo de dinero, esa era su hipótesis pero no sabía si podía o no, participar en el juego. Así que se mantuvo callada viéndoles reír, sirvió el café con la sensación de que ese iba a ser un gran día.

 

—Pues suerte en tú presentación o lo que sea —le dijo John antes de que Heit abandonara la cocina.

—Como salga bien… —dijo este frotándose las manos solo de imaginarlo— Esta noche cenamos fuera, hasta podemos llevarnos a la mascota —soltó antes de desaparecer.

 

Le encantaba decir esas cosas, era divertido. Le gustaba ver como en los ojos de Lena cruzaba la sombra de la rabia, y como luchaba consigo misma para no decir nada. Repasó que tuviera todo lo necesario dentro de ese viejo maletín, regalo de sus padres y salió del apartamento.

 

—Hoy va a ser un gran día —exclamó mientras bajaba los escalones de dos en dos.

 

En la cocina los chicos seguían elucubrando sobre cuál era exactamente la función de Heit, en esa gran empresa en la que se suponía que trabajaba. La verdad era que todo lo referente a su trabajo seguía siendo un gran misterio.

 

—Empiezo a decantarme por algo de la mafia, blanqueo de dinero o algo por el estilo —soltó Max y Lena asintió—. ¡Ves! Lena me da la razón.

—Te da la razón como a los tontos.

—Me da la razón porque la tengo. Todo encaja.

—Si tú lo dices… Voy a salir —cambió de tema John—, ¿quieres venirte conmigo? —ofreció a Lena—. Puedo dejarte en el centro repartiendo currículos y te recojo a la hora de comer.

 

Lena dudó, hacía semanas que había desistido de buscar empleo o puede que lo que realmente ocurriera, era que no deseaba encontrarlo.

 

—Venga vístete —la animó Max.

 

Sonrió y corrió por el pasillo para no hacerle esperar, pasar la mañana en el centro no le hacía especial ilusión, pero comer con John era una «cita» que la hacía enormemente feliz.

 

Sentada en la terraza de ese bar, viendo la gente pasar, jugó a imaginar qué oscuros secretos escondían tras esas fachadas de pura felicidad. En secreto se preguntó que, si alguien la viera a ella, ¿qué pensaría? ¿Podría alguien imaginar, con solo mirarla todo lo que estaba sucediendo a su alrededor?, ¿en su interior? Porque Lena era consciente que el mayor cambio había sido dentro de ella. No era la misma que había llegado a ese apartamento meses atrás. Miró el pliegue de papeles que tenía sobre la mesa. A su lado una pareja hablaba en susurros, intimidad solo rota de vez en cuando, por alguna carcajada de la chica. Lena se levantó de la silla con el vaso de cartón reciclado en la mano derecha, y se acercó hasta la papelera más cercana donde lo arrojó, junto con todos los currículos.

Deambuló por los pasillos del centro comercial hasta que, tal y como habían quedado, John la recogió. Cuando lo vio de lejos caminar hacia ella se estremeció. Era el hombre perfecto, de hecho a su manera, los tres lo eran, y ella se estaba volviendo completamente loca. Sintiendo tantas cosas y todas a la vez. John llegó a su altura con una sonrisa pintada en el rostro, como siempre besó sus labios y se enredó en su cintura, Lena jugó a imaginar entonces qué era lo que debía pensar el resto, y solo podía ser una cosa, solo cabía una posibilidad, cuando el mundo la mirara en ese instante solo podía pensar que ella era la mujer más afortunada del mundo.

 

—¿Te ha cundido el día? —le susurró él bajando la cabeza y acariciándole el lóbulo con su aliento.

—Bastante —se sintió mal por mentir y a punto estuvo de decirle la verdad, que no quería encontrar un trabajo que hiciera que la situación entre ellos, entre los cuatro, cambiara—, sí, bastante —reafirmó. Sabía que mentirles estaba mal y traía consecuencias, pero no sabía si la verdad sería mucho peor.

—Pues venga, para casa —sonrió de medio lado de un modo tan seductor que a Lena se le olvidó respirar—. Max curra de tarde y de Heit no se sabe nada aún, tenemos el apartamento para nosotros solos —le susurró guiñándole el ojo.

 

John era como un caramelo relleno, duro, pero con un interior cremoso. Parecía dar una de cal y una de arena, lo que hacía que la relación con él fuese para Lena, una montaña rusa en la que nunca podía estar segura de si se encontraba subiendo o ya a punto de caer. Solía castigarla si hacía algo «mal», aunque no con la rudeza de Heit, pero al igual que Max, también era dulce y se preocupaba por ella.

Lena terminó de abrocharse el sostén bajo su atenta mirada, que seguía desnudo sobre su cama donde habían pasado las últimas horas.

 

—Nos hemos olvidado de comer —soltó él mirando el reloj— y casi que se nos pasa la hora de la merienda.

—Puedo preparar algo… —se ofreció Lena terminando de vestirse.

 

El sonido de algo estampándose contra la pared hizo que la frase muriera en sus labios, John se alzó de la cama como un resorte y tal como había venido al mundo salió de la habitación, a tiempo de ver a Heit pateando la banqueta que hacía las veces de estantería de chaquetas y demás piezas de ropa, sin ubicación específica.

 

—Joder qué asco —exclamó Heit girándose de golpe— vístete quieres, no tengo por qué estar viéndote la polla.

 

John rebufó, fue a contestarle pero prefirió callar. Cuando Heit tenía un mal día solía pagarlo con todo y con todos, agradeció que Max trabajara hasta tarde, pues en días como ese solían engancharse. Así que no hizo caso y simplemente se tapó sus partes nobles con una de las manos.

 

—No ha ido bien —no fue una pregunta sino una afirmación, cosa que encendió más al chico que lo fulminó con la mirada.

—¡Tengo pinta de que haya ido bien! ¡Joder! —volvió a chillar— ¡Mierda! —gritó entonces golpeando con el puño una de las paredes.

 

John sabía que el único modo de que se calmara era dejarle hacer, apartándose de su camino de furia. Cuando se hubiera desahogado rompiendo un par de cosas, volvería ser el mismo de siempre, que no se caracterizaba por tener mucho mejor humor, pero al menos no golpeaba ni chillaba, o no tanto.

 

—¿Toda la tarde follándotela? Eso es lo que necesito yo, echarle un buen polvo.

—Heit… —John dudó un poco, no quería enfurecerlo más, sin embargo, bajo ningún concepto permitiría que Lena se acercara a él en ese estado.

—Había en juego millones… ¡Millones! —volvió a exclamar— ¿Dónde está?

—Será mejor que te calmes.

—¡Estoy muy calmado!

—Sí, ya lo veo…

 

John retrocedió un par de pasos hasta quedar frente a su habitación e hizo un gesto a Lena, para que no saliera de allí y cerró la puerta después dejándola sola dentro.

 

—¡Esto es una auténtica mierda! ¡La he cagado John! He metido la pata hasta el fondo…

—Seguro que podrás arreglarlo, siempre lo arreglas todo…

—¡Ahí te he visto! —exclamó golpeando ambas manos.

—No hay nada que no puedas solucionar, ¿recuerdas cómo conseguimos este piso? —dijo guiñándole un ojo.

 

Heit sonrió, aunque ni por un segundo sus nervios se habían calmado, sentía la sangre bullir en sus venas, como si fuese ponzoña lo que le recorriera por dentro. Estaba furioso porqué se le habían anticipado, él que presumía siempre de ir un paso por delante de los demás, le habían disparado con su propia arma. Y nada podía enfurecerle más que sentirse un completo estúpido, que era cómo le habían hecho sentir. Necesitaba gritar, romper, golpear… Buscó con la mirada a Max, pero supuso que no estaba en el apartamento, pues de haber sido así ya habría salido a soltar alguna de sus tonterías.

 

—Voy a vestirme.

—Eso tío, un poco de decoro —gruñó.

 

Lena aguardaba tras la puerta, escuchando ¿asustada? Negó con la cabeza, nunca había visto a Heit tan… ¿Enfadado? No, así no era como estaba, Heit estaba desesperado, perdido y decepcionado consigo mismo. Él era mucho más de lo que se podía ver en la superficie, todos ellos lo eran, y Lena había aprendido a mirar un poco más allá.

 

—Joder que cabreo lleva —dijo John entrando en la habitación y cazando del suelo sus calzoncillos— será mejor que no te dejes ver mucho, quédate aquí si quieres —ella negó con la cabeza—. Sshhhh pequeña, te lo digo en serio.

—Necesita desahogarse.

—Sí, contra una pared, no contra ti —John atrapó sus mejillas entre las palmas de las manos— Lena, lo digo en serio —y besó la punta de su nariz.

—Para eso estoy aquí, ¿no? Satisfacer vuestras necesidades.

—No digas gilipolleces —la reprendió.

—Heit me necesita.

—Ya, pero… —empezó— Mira, no voy a decirte lo que tienes que hacer, aunque si fueras medianamente lista, te quedarías aquí escondida.

—De ser medianamente lista, me habría largado de esta casa hace hoy exactamente seis meses.

—Touché —reconoció John terminando de ajustar la camiseta a su cuerpo. La miró y se apartó de la puerta, dejándole el paso libre. Si quería salir, al fin y al cabo, ella tenía razón—. Te va a hacer daño —la advirtió cuando pasó por su lado.

 

Pero ella no dijo nada y simplemente salió, dejándole plantado en la habitación.

 

Heit estaba en la cocina, para mayor desgracia suya se habían terminado las cervezas. Gruñó de desagrado, cuando tuvo que coger un refresco para calmar su sed. El día iba a peor, no tenía pinta de…

 

—Mejorar —susurró cuando la vio aparecer—. Vaya, ¿has venido a traerme las zapatillas como la buena perrita que eres? —Lena no dijo nada, había aprendido a base de golpes, que con Heit era mejor bajar la mirada y dejarle hacer—. Eres una perra consentida —escupió con desdén.

 

Heit dejó la lata sobre la encimera y pasó por su lado sin tan siquiera rozarla, dirección a su habitación. La furia recorría sus venas y se evaporaba por todos los poros de su piel. Lena sintió su tensión, cómo todo su cuerpo caminaba rígido hasta el final del pasillo, sus manos se habían tornado puños durante un instante, acumulando todo ese mal estar en su interior, como si tuviera miedo a explotar de pronto. ¿De explotar contra ella? Desapareció tras la puerta del dormitorio. Lena dudó un instante, antes de dirigir sus pasos hacía allí. Su cabeza le decía que no se acercara, su corazón le exigía hacer algo por él. Golpeó con los nudillos y esperó a qué él hablara, pero al no obtener respuesta se atrevió a entreabrir.

 

—Amo Heit —susurró con temor.

 

Heit estaba tirado en la cama con la cabeza hundida entre los almohadones.

Sus hombros temblaron un instante, antes de volver a la rigidez habitual.

 

—¿Qué mierda haces aquí? —masticó cada palabra, que salió teñida de rabia contenida.

—Si necesita algo Amo…

—Una puta máquina del tiempo, ¿tienes una? —ella negó con la cabeza.

—Pero si yo puedo hacer algo por…

—Desaparece.

—No.

—Lena, no me toques los cojones, hoy no… No quiero…

 

Lena caminó un par de temblorosos pasos en su dirección, él se levantó de la cama y la observó sorprendido, ella se arrodilló ante él, bajando la mirada, totalmente sumisa y a su merced, él tenía el control, al menos en esa habitación él estaba al mando. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, le gustaba tener el control.

Alzó la mano y la descargó contra el rostro de ella.

El sonido de la cremallera del pantalón de él rompió el silencio.

 

—A tragar que está salado.

 

Unas horas después, Heit dejó que el agua caliente de la ducha terminara de disipar su mal humor, mañana sería otro día y no dejaría que su desliz marcara el resto de su carrera, que sin duda no había hecho más que empezar.

En ese mismo instante Max miró el reloj, había salido tarde, demasiado. Subió los escalones de dos en dos hasta la puerta del apartamento. Estaba cansado, una ducha y dormir, en sus planes no entraba ni cenar, no tenía hambre, odiaba el turno de tarde. Cuando entró, le llamó la atención que las luces del salón estuvieran apagadas y que la casa pareciera sin vida, a esas horas solían estar todos cenando. Dejó caer la mochila al suelo, al lado de la puerta y dio su habitual grito de bienvenida al que nadie respondió. Tras la puerta del baño se escuchaba el sonido del agua correr, maldijo por sus adentros, le tentó la posibilidad de golpear la puerta hasta que Heit o John, el que fuese saliera, pero decidió pasar de cena, de agua y tumbarse en la cama.

 

—Pero qué… —dijo al encender la luz.

 

Lo primero en lo que se fijó no fue en Lena, replegada sobre sí misma a los pies de la cama de Heit, lo primero que vio fue el desorden, la silla en el suelo, las cosas de la mesa esparcidas por doquier y su cama desecha. ¿Habían follado en su cama? El repaso general paró entonces en esa mujer hecha ovillo. 

 

—¡Lena! —corrió a agacharse a su lado y la recogió entre sus brazos—Hostias Lena… ¡John! —gritó entonces— Venga nena, arriba.

 

Cargó con ella hasta su habitación mientras volvía a vociferar el nombre de su compañero. Lena tenía marcas en su cuerpo desnudo, estaba despeinada, sudada y bien podía ser que cubierta de otras cosas, en las que Max de nuevo prefirió no pensar. Un hilillo de sangre ya reseca, cruzaba en diagonal desde su labio a todas luces hinchado, hasta perderse por la mandíbula, y en sus nalgas se apreciaban las marcas de los recientes azotes. La dejó con delicadeza sobre el colchón.

 

—¿Qué ha pasado? —inquirió Max cuando vio entrar a John.

—Que Heit estaba cabreado, lo de esta mañana ha salido mal.

—Maldito hijo de…

—¡Frena! —dijo John interponiéndose— Advertí a Lena que no se acercara a él y pasó de mí, ella fue a buscarlo.

—Y una mierda —gruñó mirando hacia la cama donde la chica parecía dormitar—. ¿Y tú no has hecho nada?

—¿Qué querías que hiciera? Le dije que se quedara conmigo y eligió irse con él. Voy a por el botiquín y un paracetamol.

 

Max se sentó al lado de la chica, apartó con cuidado el mechón de pelo que cubría parte de su rostro y lo coloco tras su oreja. Se levantó con todo el cuidado que era capaz y cogió del armario una toalla, que humedeció con agua del botellín que había en la mesilla. Se sentó de nuevo y empezó a limpiar su rostro. Ella sollozó entonces, pero no se despertó.

 

—Está bien ¿no? —le preguntó a John que se había sentado al otro lado de la cama.

—Cansada y dolorida, nada más —aunque por un momento dudó que a Heit no se le hubiera ido de las manos, pues tenía algunas contusiones en la espalda.

 

Max siguió resiguiendo la curva de su cuello con la toalla hasta que logró eliminar el rastro de sangre reseca. Después fue John quien con unas gasas, curó algunas de las heridas y con la ayuda de ambos la incorporaron para que se tomata un analgésico, que la ayudara a descansar.

 

—Hoy será mejor que duermas aquí —le sugirió John, más por el temor de que él y Heit coincidieran solos en la misma habitación, que por otra cosa.

—Voy a atizarle igual —advirtió—. Puede que un poco más flojo por no pillarme en caliente, pero la hostia se la va a llevar de todas formas puesta.

—Me parece perfecto.

—Lo digo en serio John…

—Si ves que le cuesta dormir puedes darle otro, te dejo aquí el bote —dijo ignorando su ultimo comentario—. Si me necesitas llámame.

 

Cerró la puerta de la habitación de Lena una vez hubo salido de ella y no dudó un instante, hacia dónde dirigir sus pasos. Heit estaba tumbado en la cama, el pelo aún húmedo había creado un pequeño charco en ella. No alzó la mirada de su tablet cuando John entró. Puede que sí lo hubiese hecho, si el que entrase hubiese sido Max.

John deambuló un poco por la desorganizada estancia, el pulcro de Heit y el cerdo de Max compartiendo el mismo habitáculo. No deberían haber sorteado las habitaciones, solo había enrarecido la convivencia y dificultado más las cosas. Se sentó a su lado.

 

—¿Qué? —bufó dejando la tablet al lado.

—Te has pasado.

—Es tu opinión.

—Es una evidencia.

—Ella me ha buscado.

—Lo sé. Ella quería que te desahogaras, que te sintieras mejor. ¿Te sientes mejor?

 

Heit fue a responder, abrió la boca y la volvió a cerrar. Dudó. Por segunda vez en mucho tiempo se quedaba sin argumentos, la primera había sido durante la nefasta reunión. Se levantó de la cama tal como había hecho John, ambos se miraron un segundo.

 

—Encaja el golpe —le advirtió John y acto seguido estampó su puño en la mandíbula de Heit, que se tambaleó contra el escritorio haciendo caer diversos libros al suelo.

—Joder… —gritó Heit. Se levantó aturdido, pero no dijo nada más, solo lo miró de frente y cerró los ojos cuando intuyó un nuevo golpe de John, directo a la ceja. La sangre empañó su mirada —¿Ya? —preguntó y el sabor a sangre se coló dentro de su boca.

—Suficiente.

—Pegas como una nenaza.

—Si quieres le digo a Max que termine él… —Heit negó con la cabeza.

—Gracias —le susurró Heit antes de que le dejara solo en la habitación, consciente de que de algún modo John le había salvado de algo peor.

 

Le dolía la mano. No era de los que solucionaba las cosas con violencia, a decir verdad era la primera vez que golpeaba a alguien, para defenderse siempre había contado con la inestimable ayuda de Max, el mismo que en ese instante abría la puerta de la habitación de Lena, para saber qué estaba ocurriendo. John sacudía la mano entumecida y Max lo miró sin poder evitar la sorpresa.

 

—No te vas a llevar siempre tú la parte divertida —dijo John al pasar por su lado.

—¿Le has dado fuerte? —John asintió— ¿Seguro?

—Seguro —afirmó—. Tema zanjado.

—Eso ya lo veremos.

—Asunto zanjado —repitió John.

—Zanjado, pero no olvidado —gruñó a regañadientes— y eso te tiene que valer —advirtió antes de que él protestara.

 

El apartamento quedó a oscuras. Ni un solo sonido que rompiera esa aparente paz. Heit pasó la noche en vela, observando el techo de su habitación, pensando y trazando un nuevo plan, una nueva estrategia para lograr compensar su error. Había subestimado al adversario, algo sin duda impropio de él. En ningún momento pensó en Lena o en lo que en ese colchón había ocurrido, y solo el dolor de su ceja le hacía distraerse de su propósito.

Al otro lado del pasillo, en la puerta que quedaba frente a esa habitación, John maldecía el momento en que había evitado que Lena se marchara. Si la hubiese dejado ir ese primer día, ahora todo sería distinto, menos excitante y morboso pero más tranquilo y apacible seguro. Le dolía la mano. Se durmió pensando en ese dolor, pero en lo divertido que había sido pegar a Heit, bueno no a él sino pegar a alguien en general. Una nueva experiencia, ahora entendía porque a Max le gustaba tanto meterse en peleas.

Lena se movía inquieta entre las sábanas. Sentado a su lado Max no perdida detalle de cada movimiento, cada quejido, cada gesto que pudiera delatar dolor. Veló su sueño hasta que salieron los primeros rayos de sol. Hacía tiempo que no veía amanecer al menos, no sin estar bajo los efectos del alcohol. Se levantó y se acercó a la ventana, el verano estaba cerca y se preguntó qué pasaría entonces con ella, con todos. Estaba claro que algo no funcionaba con el acuerdo, al principio todo era nuevo y divertido, someterla, follársela, ver como los otros lo hacían… era todo un juego. Pero de un tiempo a esa parte no era así, algo había cambiado, aunque no sabía exactamente el qué.

El murmullo de Lena hizo que se girara hacia la cama, donde bajo la maraña de sábanas se escondía el menudo cuerpo y tuvo claro, que si algo fallaba en esa ecuación era Heit.  Él era la manzana podrida en esa relación a cuatro.

 

—Buenos días —susurró volviendo a su lado—. ¿Estás bien?

 

Ella asintió algo entumecida, no recordaba cómo había llegado a su habitación, y por un segundo no supo lo que había pasado, hasta que los fríos ojos de Heit volvieron a su recuerdo haciéndola estremecer.

 

—Me duele un poco la cabeza.

—¿Solo la cabeza? Has tenido suerte entonces —Max la observó unos instantes, sentía una enorme curiosidad por saber qué era lo que pasaba por su mente.

—¿Podrías darme otra de esas? —preguntó Lena señalando el frasco de analgésicos de la mesilla de noche.

—¿Por qué?

 

Lena dudó.

 

—Porque me duele la cabeza —dijo sin pensar en que esa respuesta y el tono, podrían ser considerados una posible falta de respeto.

—No, por qué sigues aquí.

—No… no lo entiendo.

—Lena, eres una tía lista, muy guapa… ¿Qué mierda haces soportando todo esto?  ¿Eres adicta al dolor o alguna de esas cosas raras?

 

¿Lo era? No podía negar que todas esas cuestiones y algunas más, rondaban su cabeza los últimos tiempos. Sentía placer en el dolor, sentía placer cuando era sometida, cuando les complacía, cuando follaban, cuando le hablaban, cuando…

 

—Creo que no —dijo entonces.

—¿Crees?

—No lo sé… Una vez que sabes que no te rompes, solo te sientes vivo comprobando hasta donde puedes aguantar.

—No puedes estar hablando en serio —exclamó Max levantándose de la cama, para instantes después volverse a sentar a su lado—. ¿Se puede saber qué pasa por tu cabeza? ¿Por qué sigues aquí? —repitió de nuevo esperando que le diera una respuesta, que él fuese capaz de comprender.

—Supongo que porque os quiero.

—¿Qué nos quieres? Hablas de… ¿Amor?

 

Lena alzó los hombros, no sabía qué debía responder a eso.

 

—Sé que no es muy normal, pero… lo normal es solo algo a lo que uno se acostumbra.

—¿Quieres decir que estás enamorada de mí? —Lena asintió bajando un poco la mirada— ¿De John? —Lena volvió a asentir— De Heit —esa vez el tono no era una pregunta, sino que escapó de entre sus labios como una sentencia, una afirmación lapidaria que amenazó con atragantarle.

—Ssssssí —dijo aún sin ser capaz de alzar la mirada.

—Lena yo… No sé qué decir.

—Pues no digas nada —sonrió con timidez.

—¿Quién te ha hecho tanto daño como para pensar que esto es amor? —dijo señalando las marcas de sus muñecas y los arañazos de sus muslos. Iba a volver a hablar, cuando la aparición de John les interrumpió.

—Buenos días —saludó dejando la puerta abierta, como estaba habitualmente—. ¿Cómo está?

—Pregúntale a ella —dijo Max aún aturdido por la confesión de la chica.

—Cierto —John dirigió entonces la mirada a Lena, que estaba inusualmente sonrojada, supuso que debido al malestar—. ¿Te encuentras mejor? ¿Me dejas que mire si tienes fiebre?

—Estoy bien —susurró bajando de nuevo la mirada.

 

John rozó su frente para asegurase de que no tuviera fiebre y examinó las heridas de sus muslos, tobillos y muñecas.

 

—Tengo que salir, pero podéis llamarme si necesitáis algo.

—¿Y Heit? —preguntó Max, sin evitar el tono de desdén al pronunciar el nombre de su «amigo».

—Ha salido. Max, ayúdala a lavarse un poco y deberías comer algo —añadió mirando entonces a Lena.

—No te preocupes, yo me encargo de ella.

—Bien. Oye Max… —con un gesto le indicó que saliera de la habitación.

 

Lena se incorporó como pudo en el colchón, pegando la espalda al cabezal de la cama. Estaba dolorida y amoratada, seguía desnuda y sentía como el interior de sus muslos estaban pegajosos. Intentó alcanzar a escuchar lo que fuera hablaban, pero ellos se habían alejado un poco. Sabía que Max estaba enfadado, incluso esa apreciación se quedaba corta, sin embargo John se mantenía impasible como siempre. ¿Qué pasaría con ella si Max le decía al resto lo que le había confesado? ¿Sentían ellos lo mismo?

Notó un fuerte pinchazo en medio del pecho, ¿y si ellos no la querían? Necesitaba desesperadamente que ellos también la quisieran.

 

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