Legendary

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La isla de los sueños » Capítulo 8

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No. Tella no había sido invitada al palacio pero, si Scarlett estaba en la lista, ella también debería. Legend estaba jugando con ella. Debió eliminarla de la lista de invitados después de su conversación con Nigel.

Tomó aliento profundamente, negándose a ponerse nerviosa, aunque creía que todos los criados del ala podían oír el martilleo de su corazón. Sería muy fácil que el guardia que la había escoltado hasta allí la echara a la oscuridad de la noche. Nadie se daría cuenta de inmediato, ya que Tella desaparecía por voluntad propia a menudo y se había separado de Scarlett y del resto de sus conocidos nada más llegar a Valenda.

—Mi hermana está aquí —insistió—. Podría compartir su habitación.

—Eso sería inaceptable —contestó la gobernanta, con mayor rigidez que antes.

—No entiendo por qué habría de importar —dijo Tella—. Si acaso, mi hermana lo preferiría.

—¿Y quién es tu hermana? ¿Se trata de una reina con la quinta parte del mundo en sus manos?

Tella se contuvo para no decir algo que solo habría conseguido que la echaran de allí más rápido.

—¿Y en alguna de las otras alas? —preguntó con dulzura—. Debe haber alguna habitación vacía en un palacio tan grande.

—Aunque haya habitaciones, si no estás en la lista de invitados, no puedes quedarte.

Al oír sus palabras, el guardia se acercó. Su armadura resonó en el exquisito vestíbulo.

Tella tuvo que controlarse para no elevar la voz. En lugar de eso, fingió que le temblaban los labios y que sus ojos se humedecían.

—Por favor, no tengo otro sitio adonde ir —suplicó, esperando que la mujer tuviera un corazón en alguna parte bajo su vestido almidonado—. Solo tienes que buscar a mi hermana y permitir que me quede con ella.

La gobernanta apretó los labios mientras examinaba a Donatella en todo su patético esplendor.

—No puedo dejar que te quedes aquí, pero puede que haya un catre libre o algún rincón en los dormitorios de los criados.

El guardia que tenía a su espalda se rio con disimulo.

Tella se sintió aún más desanimada. ¿Un rincón en el dormitorio de los criados?

—Disculpa. —La voz grave retumbó justo a su espalda, como un pincel áspero acariciándole la nuca.

El estómago se le revolvió y se le hizo un nudo.

Solo la voz de una persona le provocaba ese efecto.

Dante se detuvo despreocupadamente a su lado, como una silueta de un nítido negro azabache, desde su perfecto traje oscuro a la tinta que tatuaba sus manos. La única luz provenía del brillo de sus ojos divertidos.

—¿Hay algún problema con tu habitación?

—En absoluto. —Tella deseó que sus mejillas no se sonrojaran por la vergüenza y esperó que no hubiera oído la conversación—. Se trata solo de una pequeña confusión, pero ya se ha resuelto.

—Qué alivio. Creí que la había oído decir que iba a alojarte en los dormitorios de los criados.

—Solo si hay espacio —dijo la gobernanta.

Tella podría haberse puesto verde por la mortificación, se la podría haber tragado aquel suelo de lapislázuli; pero, para su sorpresa, Dante, que normalmente disfrutaba riéndose de ella, ni siquiera curvó las comisuras de la boca. En lugar de eso, dirigió toda la fuerza de su brutal mirada a la gobernanta.

—¿Sabes quién es esta joven?

—Le ruego que me disculpe —dijo la gobernanta—. ¿Quién es usted?

—Yo superviso a todos los intérpretes de Legend. —La voz de Dante contenía más arrogancia de lo habitual, un tono que hacía que Tella fuera incapaz de saber si estaba diciendo la verdad o inventándose una mentira—. No vas a alojarla en el dormitorio de los criados.

—¿Por qué? —preguntó la gobernanta.

—Porque es la prometida del heredero al trono del Imperio Meridional.

La mujer frunció el ceño con cautela. Tella habría hecho lo mismo, pero de inmediato cubrió su desconcierto con la expresión altanera que imaginaba que debía tener la prometida de un heredero real.

Por supuesto, ella ni siquiera sabía quién era el heredero. Elantina no tenía hijos y sus herederos eran asesinados con mayor rapidez de lo que la noticia tardaba en llegar al antiguo hogar de Tella en Trisda. Pero a ella no le importaba quién fuera su falso prometido, siempre que eso evitara que tuviera que dormir en un rincón.

Por desgracia, la gobernanta todavía parecía escéptica.

—No sabía que su alteza tenía una nueva prometida.

—Es un secreto —respondió Dante sin dudar—. Creo que planea anunciar el compromiso en la fiesta, así que te recomiendo que no digas nada. Estoy seguro de que ya has oído hablar de su carácter.

La mujer se quedó inmóvil. Después, miró a Dante y a Tella. Estaba claro que no confiaba en ninguno de los dos, pero su miedo al temperamento del heredero debía sobrepasar su buen juicio.

—Comprobaré de nuevo si hay alguna habitación disponible —dijo—. Estamos llenos, debido a la celebración, pero quizá no haya venido alguien a quien esperábamos.

En cuanto la mujer se marchó, Dante se giró hacia Tella, acercándose para que ningún criado curioso pudiera oírlo.

—No te apresures a darme las gracias.

Tella suponía que le debía un poco de gratitud. Aun así, el intercambio le provocó la intensa sensación de que Dante le había hecho lo contrario a un favor.

—No tengo claro si acabas de salvarme o de lanzarme a una situación aún más desafortunada.

—Te he conseguido una habitación, ¿no?

—También me has conseguido un prometido con mal carácter.

Dante elevó una comisura de sus gruesos labios.

—¿Preferirías haber fingido que eras mi prometida? Pensé en decir eso, pero no creí que fuera la mejor opción ya que… ¿Qué fue lo que le dijiste a tu hermana? —Se golpeó la suave barbilla con un dedo—. Ah, sí, que mis besos son horribles, de los peores, y sin duda muy lejos de algo que desees repetir.

Tella notó que el color abandonaba su rostro. ¡Por el amor de Dios! Dante era un auténtico sinvergüenza.

—¡Nos estabas espiando!

—No fue necesario. Habláis muy alto.

Tella le habría dicho que no lo decía en serio (él tenía que saber que no lo había dicho en serio), pero lo último que quería era alimentar su orgullo.

—Entonces, ¿esto es una venganza?

Él se acercó un poco más. Tella no sabía si la diversión había abandonado su mirada o si acababa de convertirse en algo más profundo y oscuro y un poco más peligroso. Le rozó intencionadamente con los dedos cálidos la longitud de su clavícula y ella se quedó sin respiración. Aun así, no se apartó, ni siquiera cuando la miró fijamente a los ojos, acercándose tanto que pudo sentir el azote de sus pestañas.

—Digamos que ahora estamos en paz. —Movió los labios hasta la comisura de su boca.

Entonces, justo antes de hacer contacto, se apartó.

—No deseo repetir algo que fue tan desagradable para ti.

Sin otra palabra, Dante se alejó. Sus hombros amplios temblaban como si se estuviera riendo.

Tella estaba furiosa. Después de lo que Dante acababa de hacer, se encontraban lejos de estar en paz.

La gobernanta regresó varios segundos después con una sonrisa más tensa que una costura nueva.

—Parece que tenemos una suite disponible en la torre dorada de Elantina.

Tella se tragó un gemido. Puede que Dante, después de todo, le hubiera hecho un favor.

Después de las numerosas ruinas de la ciudad, la torre dorada de Elantina era el edificio más antiguo del Imperio. Se rumoreaba que sus muros estaban construidos con oro macizo y que había todo tipo de pasadizos secretos para que los monarcas se escabulleran. Muchos creían que no solo era una réplica de la Torre Perdida de la Baraja del Porvenir, sino que se trataba de la torre de verdad, con magia latente escondida en su interior.

—Normalmente, no se permiten invitados en la torre —dijo la gobernanta mientras conducía a Tella desde el ala zafiro a un patio de cristal, donde grupos de personas elegantemente vestidas paseaban bajo arcos opalescentes y árboles de vidrio con hojas de plata. Tella, que desconocía la cultura palaciega y había crecido en una Isla Conquistada, se preguntó si serían parte de la corte de Elantina o algunos de los otros invitados que la gobernanta había mencionado.

—No se te permite aceptar visitas —continuó la gobernanta—. Ni siquiera la de tu prometido.

Tella le habría dicho que jamás se le ocurriría dejar entrar a un joven en su habitación, pero probablemente era mejor no amontonar demasiadas mentiras, no fuera que terminaran derrumbándose.

Al otro lado del patio solo había un par de puertas que conducían a la torre dorada, tan impresionantes y pesadas que fueron necesarios tres guardias para abrir cada una de ellas.

Tella no se dio cuenta de que el guardia de la cochera todavía la seguía hasta que el hombre se detuvo mientras ella y la gobernanta atravesaban las puertas. O la noticia de su compromiso se había extendido con rapidez por el palacio o aquella gobernanta era tan importante como ella misma se creía. Tella esperaba que fuera lo segundo, sabiendo que, tan pronto como el heredero descubriera su ardid, seguramente sería expuesta y expulsada del palacio… O algo peor. Hasta entonces, había decidido disfrutar de la charada.

Al contrario de lo que decían las historias, el interior de la torre no era dorado; era viejo. Incluso el aire olía a antiguo, lleno de historias olvidadas y palabras obsoletas. En la planta baja había viejas columnas de piedra formadas por pilares rotos y capiteles decorativos tallados para parecer una mujer con dos caras, todo iluminado por las crepitantes antorchas negras que olían a incienso y hechizos.

Desde allí, la gobernanta la condujo planta tras planta, cada una más vieja que la anterior. La puerta ante la que se detuvieron finalmente parecía tan vetusta que Tella creyó que, con solo tocarla, se caería de sus bisagras.

No me extraña que no alojen a los invitados aquí.

—Habrá un guardia apostado en tu puerta en todo momento. —La gobernanta hizo sonar la campanilla que llevaba alrededor del cuello para llamar a un centinela con una impresionante armadura metálica blanca—. ¡No me gustaría que le ocurriera algo malo a la prometida del heredero!

—Por alguna razón, no creo que eso sea cierto —dijo Tella.

La sonrisa de la gobernanta regresó y se extendió por su rostro con lentitud, como una mancha.

—Al menos eres más lista de lo que pareces. Pero si de verdad estás prometida con el heredero, entonces no es a los guardias de su majestad a quienes deberías temer.

—En realidad no creo que deba temer nada.

Tella cerró la puerta, dejando a la mujer en el pasillo antes de que pudiera decir otra palabra afilada o de que a ella se le escaparan más cosas que no debía contar.

No era inteligente molestar a los criados. Por supuesto, tampoco era prudente mentir diciendo que era la prometida de un heredero real. Tendría que devolvérsela a Dante.

Aunque debía reconocer que le había conseguido una habitación fantástica. La torre era una reliquia desvencijada, pero sus habitaciones eran maravillosas.

La luz de la luna atravesaba las ventanas cubriéndolo todo con un resplandor de ensueño. Alguien había dejado una bandeja de dulces de buenas noches sobre una de las delicadas mesas de cristal de la sala de estar. Tella tomó una galleta con forma de estrella y se la comió mientras caminaba junto a dos chimeneas de piedra blanca y entraba en un lujoso dormitorio cubierto de alfombras de un azul glorioso, a juego con el pesado dosel que colgaba de la tentadora cama. Solo quería tumbarse y dormir hasta olvidar todos sus problemas.

Pero primero tenía que escribirle a Scarlett para que supiera que estaba…

Dos voces doblaron la esquina.

Tella clavó los ojos en una puerta agrietada en un rincón de la habitación que seguramente conducía al baño.

Oyó los susurros de nuevo. Criadas, que probablemente no sabían que ella estaba allí. Una voz era ligera y aguda; la otra, cálida y suave, y ambas voces la hacían pensar en un pajarillo hablando con un rollizo conejo.

—Si te digo la verdad, a mí ella me da pena —dijo la chica conejo.

—¿Es que tú no querrías ser la prometida del heredero? —gorjeó el pajarillo—. ¿Lo has visto?

—No me importa qué aspecto tenga. Es un asesino. Todo el mundo sabe que había diecisiete personas entre él y el trono de la emperatriz Elantina. Después, uno a uno, los herederos fueron muriendo de un modo horrible.

—Pero eso no significa que el actual los haya asesinado.

—No lo sé —murmuró el conejo—. He oído que ni siquiera es de estirpe noble, pero ha asesinado a tanta gente que el verdadero heredero no se atreve a presentarse.

—¡No seas ridícula, Barley! —La chica pájaro graznó una carcajada—. No deberías creer todos los rumores que oyes.

—¿Y qué hay del rumor de que asesinó a su última prometida?

Ambas doncellas se callaron de repente.

En el tenso silencio, Tella creyó oír la ronca risa de la Muerte. Rechinó como el metal oxidado serrando un hueso, el mismo sonido que la había recibido cuando saltó de aquel horrible balcón durante Caraval, como una horripilante bienvenida a un reino espantoso. En aquel momento, le sirvió como un escalofriante recordatorio de que una vez había sido propiedad de la Muerte, y de que ahora quería recuperarla.

Iba a matar a Dante. Lentamente. Con sus propias manos.

O puede que utilizara sus guantes para hacerlo: le rodearía la garganta con las prendas de raso y después usaría sus manos desnudas para terminar el trabajo. No solo le había proporcionado, el muy canalla, un prometido falso con mal carácter: había elegido a un asesino. Tella habría apreciado lo bien pensada que estaba su malvada venganza si ella misma no hubiera sido su víctima.

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