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Segunda parte. La chica que rompe el cristal » June

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Acabo de llegar a casa cuando Thomas llama a la puerta. Se queda ahí plantado más de media hora, soltando una docena de excusas distintas para que le abra. Dice que está muy arrepentido; que no quería hacerme daño; que solo pretendía impedir que yo desobedeciera a la comandante Jameson para que no me metiera en problemas; que intentaba protegerme.

Me siento en el sofá junto a Ollie, con la vista perdida. No soy capaz de detener los disparos que resuenan una y otra vez en mi cabeza.

Thomas siempre ha sido muy disciplinado, y lo de hoy no ha sido distinto. No dudó ni por un segundo en obedecer a la comandante. Ordenó que se llevara a cabo la masacre igual que si fuera una patrulla rutinaria antipeste o un turno de vigilancia en un aeropuerto. ¿Qué es peor, que siguiera las órdenes ciegamente o que ni siquiera sospeche que debería pedirme disculpas por haberlo hecho, en vez de por empujarme?

—June, ¿me oyes?

Me concentro en rascar a Ollie detrás de las orejas. Los diarios de Metias siguen esparcidos por la mesa, junto a los álbumes de fotos de nuestros padres.

—Estás perdiendo el tiempo —le grito.

—Por favor, déjame entrar. Quiero verte.

—Nos veremos mañana.

—No me quedaré mucho rato, te lo prometo. Perdóname, June, te lo pido por favor.

—Hasta mañana, Thomas.

—June…

—¡He dicho que nos veremos mañana! Silencio.

Intento distraerme acariciando a Ollie. Al cabo de un rato, me acerco a la puerta y acerco el ojo a la mirilla. El rellano está vacío.

Cuando estoy segura de que se ha marchado, vuelvo al sillón y me quedo ahí tumbada una hora más. Mi mente divaga, pienso en lo que ha sucedido en la explanada. En Day encadenado, en sus insultantes acusaciones sobre la peste y la Prueba, y luego vuelvo a pensar en Thomas. El Thomas que sigue las órdenes de la comandante Jameson sin cuestionarlas es una persona distinta de la que se preocupaba por mi seguridad cuando me interné en el sector Lake. Hasta hace no tanto, Thomas era un chico torpe pero educado, especialmente conmigo. Puede que sea yo la que ha cambiado. Y sin embargo, vi como Thomas mataba a la madre de Day y luego contemplé cómo abatían a la multitud a tiros, y en las dos ocasiones me abstuve de intervenir. ¿No me hace eso tan culpable como Thomas? ¿Nos exime de culpa obedecer órdenes? ¿Puede equivocarse la República en sus decisiones?

Y lo que dijo Day… Me enfurece pensar en ello. Mi padre trabajaba en esos laboratorios. Metias estuvo bajo las órdenes de Chian y supervisó las Pruebas. ¿Por qué motivo íbamos a envenenar y matar a nuestro propio pueblo?

Suspiro, me incorporo y abro uno de los diarios de Metias.

La primera entrada habla de una semana agotadora que Metias pasó haciendo servicios de limpieza cuando el huracán Elías arrasó Los Ángeles. Leo la siguiente: trata sobre su primera semana en la patrulla de la comandante Jameson. La tercera es muy corta, apenas un párrafo en el que Metias se queja porque le han tocado dos turnos de noche seguidos. Eso me hace sonreír. Recuerdo sus palabras: «Soy incapaz de mantenerme despierto», me contó después de su primera guardia nocturna. «¿De verdad creerá la comandante que podemos vigilar después de haber pasado la noche en vela? Estoy tan cansado que si el canciller de las Colonias hubiera entrado tranquilamente en la intendencia de Batalla, yo no me habría dado ni cuenta».

Noto una lágrima que rueda por mi mejilla y la limpio rápidamente. Ollie gime a mi lado. Hundo los dedos en el pelo blanco y espeso de su cuello, y él apoya la cabeza en mi regazo con un suspiro.

A veces, Metias se preocupaba por bobadas…

Sigo leyendo, pero los ojos me pesan. Las palabras empiezan a mezclarse y dejo de distinguir lo que pone. Finalmente, dejo el diario a un lado y me quedo dormida.

Day aparece en mis sueños. Me agarra de la mano y el corazón me late con fuerza por su contacto. El cabello le cae sobre los hombros como una cortina sedosa. Tiene un mechón empapado en sangre escarlata y una mirada de dolor en los ojos.

—Yo no maté a tu hermano —susurra mientras me abraza—. Te lo prometo. No pude hacerlo.

Cuando me despierto, me quedo quieta un rato tratando de digerir las palabras que ha dicho Day en mi sueño. Dirijo la mirada hacia el ordenador. ¿Qué pasaría realmente la noche en que Metias murió? Si Day le lanzó el cuchillo al hombro, ¿cómo es posible que acabara en su pecho? Solo de pensarlo se me encoge el corazón. Miro a Ollie.

—¿Quién querría hacer daño a Metias? —le pregunto, y él me devuelve la mirada con ojos tristes—. ¿Y por qué?

Me levanto del sofá, enciendo el ordenador y busco el informe forense. Cuatro páginas de texto, una de fotos. Decido examinar las fotos de cerca: la comandante Jameson me dio solo unos minutos para examinar el cuerpo de Metias, y yo no los aproveché como hubiera debido. Pero ¿cómo iba a concentrarme en esa situación? Jamás puse en duda que lo hubiera matado Day.

Abro las primeras fotografías y las amplío a pantalla completa. La cabeza me da vueltas al mirarlas. La cara sin vida de Metias vuelta hacia el cielo, su pelo desparramado en torno a la cabeza. El brillo de la sangre de su camisa. Tomo aire, cierro los ojos y me digo a mí misma que debo concentrarme. He sido capaz de leer el texto del informe, pero es la primera vez que me atrevo a mirar las fotos. Tengo que hacerlo. Vuelvo a abrir los ojos y observo su cuerpo. Ojalá hubiese examinado sus heridas cuando tuve la oportunidad.

Primero me aseguro de que el cuchillo está clavado en el pecho. Hay manchas de sangre en la empuñadura, y la hoja ni siquiera se ve.

Entonces miro el hombro de Metias. Por la tela de la camisa se extiende una mancha viscosa de sangre. No puede ser toda del pecho, ahí tiene que haber otra herida. Amplío más la foto, pero se ve demasiado borrosa. Tal vez tenga un corte en el hombro, pero no puedo verlo desde este ángulo.

Cierro la imagen y pincho en otra.

Entonces me doy cuenta de algo: todas las fotografías están tomadas desde el mismo punto. Apenas se distinguen los detalles del hombro, ni siquiera del cuchillo. Frunzo el ceño: como estudio de la escena de un crimen, resulta bastante pobre. ¿Por qué no hay un primer plano de las heridas? Navego por el informe otra vez en busca de alguna página en la que estaba e intento encontrar sentido a todo esto.

Puede que las demás fotos sean información clasificada. ¿Y si la comandante Jameson pidió que las retiraran para ahorrarme sufrimientos? Sacudo la cabeza, eso es una estupidez. Si fuera así, ni siquiera me habría enviado el informe. Me quedo mirando la pantalla y finalmente me atrevo a concebir otra posibilidad.

¿Y si la comandante intentara ocultarme algo?

No, no puede ser. Me incorporo y vuelvo a abrir la primera foto. ¿Por qué iba a ocultarme los detalles del asesinato de mi hermano? La comandante adora a sus soldados. Estaba indignada por la muerte de Metias, incluso organizó su funeral. La llenaba de orgullo tenerlo en su patrulla; fue ella quién le hizo capitán.

Sin embargo, me extraña mucho que el fotógrafo hiciera unas fotos tan deficientes.

Examino el problema desde todos los ángulos, pero siempre llego a la misma conclusión. Este informe está incompleto. Me paso la mano por el pelo, frustrada. No lo entiendo.

De repente me fijo en el cuchillo. La imagen está pixelada y es casi imposible distinguir los detalles, pero me viene a la mente un recuerdo que me revuelve el estómago. La sangre de la empuñadura es oscura, pero tiene una mancha todavía más oscura encima. Al principio pienso que es un dibujo del mango, pero luego me doy cuenta de que las marcas se ven por encima de la sangre, Son negras, espesas e irregulares. Intento recordar cómo era el cuchillo.

Esas manchas negras parecen de grasa de fusil. Como la marca que tenía Thomas en la frente cuando le vi esa noche.

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