Legacy

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Capítulo XXI

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CAPÍTULO XXI

El mayor pecado

ME HABÍA quedado casi sin apetito, pero me uní a las personas que se encontraban en la mesa de servicio y dejé que me llenaran el plato de comida, pues habría sido de mala educación rechazar un banquete tan bien preparado. Cuando me alejé de la mesa vi a Steldor y a Galen, y todas mis esperanzas de que mi pretendiente no hubiera asistido a la fiesta se vinieron abajo. Estaban en un extremo de una de las largas mesas y no hacían caso de los platos llenos de comida que tenían delante. Galen, que llevaba una camisa blanca y un pantalón negro, se pasaba una daga de una mano a otra, un gesto que yo asociaba a Steldor. Éste se encontraba al lado de su amigo, sentado con un pie sobre el banco y un brazo encima de la rodilla. Llevaba un jubón negro de piel que dejaba al descubierto la camisa blanca y un pantalón negro. La curiosidad por las armas que se me acababa de despertar hizo que percibiera que llevaba una espada de plata en un costado. La empuñadura era de piel negra atada con hilo de plata y estaba adornada con rubíes, lo cual le hubiera dado un aire sofisticado de no ser por la amplia cazoleta de púas, que delataban su peligrosidad. La vestimenta de color negro hacía juego con sus rasgos sombríos y le daba una apariencia misteriosa e inquietante. A pesar de mi sentimiento de desagrado hacia él y de mi bajo estado de ánimo, me dejaba sin aliento. Justo entonces me miró e, inmediatamente, apartó la vista. Aunque me gustaba pensar que yo sentía demasiada indiferencia hacia él para que eso me importara, esa reacción me sorprendió y me gustó saber que yo ejercía cierto poder sobre él.

Mantuve la cabeza alta y me dirigí por uno de los pasillos de entre las mesas hasta la mesa principal en la que mi familia iba a cenar. Mis padres ya se habían sentado y los sirvientes los atendían. Calculé la ruta para pasar lo más lejos posible de la mesa en que se encontraban Steldor y Galen y no tener que mantener una conversación con ninguno de los dos. A pesar de todo, mi estrategia falló.

Galen se alejó de Steldor y empezó a caminar hacia mí por el mismo pasillo por el que iba yo, pero en dirección opuesta, así que no tenía manera de esquivarlo sin que fuera evidente que ésa era mi intención. No conocía bien a Galen, pero no difícilmente podría tener buena opinión de un amigo de Steldor. Mientras se acercaba iba jugueteando con la empuñadura de su espada: al llegar a mí, se inclinó con respeto y su cabello, de un castaño ceniciento, se deslizó hacia delante con el movimiento.

—Princesa Alera, ¿os puedo acompañar hasta la mesa?

No confiaba en él, pues sabía que esa repentina muestra de atención debía de tener un propósito oculto. Pero accedí y le permití coger mi plato y que lo llevara por mí. El recorrido hasta la mesa era corto, así que lo que tuviera que hacer o decir tendría que ser rápido.

—¿Qué tal estáis pasando la tarde? —preguntó Galen con cordialidad.

—Me alegro de tener un respiro en mis deberes habituales. —Incapaz de reprimir la alegría que sentía por mantenerme lejos de Steldor, continué—: Me parece que la celebración está siendo muy entretenida, y la compañía, de momento, muy agradable.

Galen comprendió la indirecta y su tono se hizo más serio al llegar a la mesa. Nos detuvimos a unos pasos de donde mi padre estaba sentado.

—Me temo que Steldor siente más bien lo contrario, mi señora, pues no podrá pasarlo bien hasta que sepa que está perdonado.

No podía creer lo que acababa de oír. ¿De verdad Steldor era demasiado cobarde para acercarse a mí y disculparse? ¿O se trataba de un acto de arrepentimiento impropio de él? O quizás era que sospechaba que me negaría a escucharlo, pero que no ignoraría tan fácilmente a Galen. Fueran cuales fueran los motivos de Steldor, sabía que me estaba manipulando, por lo que fruncí el ceño.

Galen dio mi plato a un sirviente, que lo dejó en la mesa. Luego metió la mano en un saquito que llevaba colgado del cinturón y sacó un impresionante collar de plata con un colgante. Lo depositó sobre el dorso de su mano y, moviéndola, hizo que el brillo de la plata recorriera todo el collar hasta detenerse en el colgante de zafiro con forma de lágrima. El collar era hermoso, caro y hacía perfecto juego con mi vestido. Me maravillé de que mi antiguo pretendiente hubiera conseguido tamaña proeza. Quizás había comprado varios collares con distintos colgantes para tener el que hiciera juego con mi vestido. O tal vez alguien le había informado de qué iba a ponerme. Sabiendo el gran atractivo que tenía para la gran mayoría de las mujeres, no tenía ninguna duda de que habría podido seducir a mi doncella para que ésta le informara de qué vestido pensaba ponerme.

—Steldor me ha pedido que os de esto como muestra de su afecto y de su deseo de corregir su relación con vos. —Galen mostró el collar de tal forma que todo el mundo pudiera apreciar su esplendor—. Se sentiría honrado si os lo pusierais esta noche, pero si decidís no hacerlo, aceptará vuestra decisión con humildad.

Contemplé las alternativas. Si me ponía el collar, Steldor daría por sentado que todo estaba perdonado; si me negaba, me dejaría sola para el resto de la noche. Tomé la decisión y miré a Steldor un momento, para comunicarle que tenía intención de rechazarlo antes de dejárselo claro a su amigo; pero dudé un momento, sin encontrar las palabras. Steldor no se había movido y estaba solo. Tenía una mano encima de la mesa, a su lado, y repiqueteaba con los dedos en ella con gesto ausente. No tenía una expresión altiva, ni tampoco su actitud era arrogante. La verdad es que tenía un aspecto vulnerable, como si de verdad estuviera preocupado por cómo iba la conversación con Galen. De repente, sentí una compasión inesperada. Steldor tenía algunas cualidades, lo cual me había pasado por alto la mayoría de las veces, pues me costaba ver más allá de su actitud intolerable. Pero ahora que ese aspecto de su personalidad estaba atenuado, casi deseé hacer las paces con él. «Después de todo, podríamos hacer una buena pareja —me dije a mí misma, imaginándonos juntos—. Si hubiera alguna forma de que no fuera tan egocéntrico…».

Volví a dirigir mi atención en Galen. Mi padre me guiñó un ojo. Inmediatamente me di cuenta de lo listos que habían sido esos dos amigos. Lo habían planificado todo. A Galen le hubiera sido igual de sencillo darme el collar antes de que yo llegara a la mesa, o hacerlo después, en cualquier momento durante la tarde, pero en lugar de eso esperaron a que estuviera delante de mi padre. Sabía que él había oído nuestra conversación. Si rechazaba el regalo de Steldor, no sólo estaría decepcionándolo a él, sino también al Rey.

Me mordí el labio, pues sentí un nudo de rabia en el estómago. Asentí con la cabeza y me di la vuelta para que Galen pudiera abrocharme el collar por detrás. Volví a mirar a Steldor, que había dirigido su atención hacia mí, y vi que el rostro se le había iluminado. También vi, consternada, que volvía a adoptar su típico aire condescendiente.

—Gracias, mi señora —dijo Galen, y me pareció ridículo que expresara gratitud de parte de su amigo—. Steldor apreciará enormemente vuestro gesto. —Tras decir esto, regresó a su mesa.

Sin volver a mirar a ninguno de los dos comandantes de campo, tomé asiento a la izquierda de mi madre. Mi padre me estaba dirigiendo una amplia sonrisa y mi madre se giró hacia mí para admirar el collar.

—Tiene un gusto excepcional —comentó con su habitual tono de voz cantarín—, y no sólo con las joyas.

Asentí con la cabeza y empecé a comer las verduras que tenía en el plato. Al cabo de poco rato vi que Koranis, pálido, se acercaba a nuestra mesa, pero no vi a Narian. ¿Qué habría pasado entre padre e hijo cuando se quedaron solos en el patio de delante? Parecía que Narian, por lo menos, no iba a participar en la fiesta. La verdad era que ya no estaba segura de si lo quería ver, pues la muestra de armamento había sido terrible. Recordé lo que había sucedido durante las dos últimas horas y me pareció que la velada se escapaba de mi control.

Después de comer un poco más, me excusé de la mesa y salí de la tienda mientras los músicos se preparaban para tocar. Busqué a Miranna y a Semari con la vista y las encontré sentadas en un banco, al lado de la pista de baile. A juzgar por el color rosado de sus mejillas, debían de estar chismorreando. El tema de su conversación se me hizo evidente al ver que miraban con expresión anhelante en dirección a un grupo de jóvenes que estaban sentados a la sombra y entre los cuales se encontraba Temerson. Su hermano estaba con él, aunque ahora el chico estaba acompañado por Zayle, el hermano pequeño de Semari. Por las bromas que se dirigían el uno al otro, era evidente que se habían hecho amigos.

Empezaba a anochecer y encendieron las antorchas que, con o sin ayuda de la luna, iban a inundar la pista de baile con su halo romántico. Los músicos empezaron a tocar; varias parejas se colocaron en el suelo de madera y comenzaron a danzar a su ritmo. Me quedé a un lado, conformándome con admirar los elegantes movimientos de las parejas, igual que había hecho en la fiesta en honor de Narian. Vi que mi madre llegaba a la pista y se colocaba en medio de los bailarines, acompañada de mi bullicioso padre. Me pregunté si Temerson tendría el valor de pedirle a Miranna que bailase con él, o si sería ella quien tendría que tomar la iniciativa. Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por una voz demasiado familiar y muy poco agradable.

—¿Me haríais el honor de bailar conmigo, Alera?

Steldor acababa de llegar a mi lado, pero tenía la mirada fija en la escena que se desarrollaba delante de nosotros.

—Creo que no —contesté, cortante.

Estaba decidida a no mirarlo, y puesto que tenía que imaginar cuál habría sido su reacción a mi indecorosa negativa, intenté visualizar su rostro ensombrecido por la frustración. Galen se había disculpado por él, después de todo, y se suponía que yo le había perdonado. Entonces, ¿por qué me mostraba tan fría?

—¿Aceptáis mi generoso regalo y me negáis un simple baile? —preguntó.

No tuve respuesta a eso. El collar era magnífico y extravagante, y puesto que lo había aceptado, no podía, en verdad, negarme a bailar con él. Pareció que me leía el pensamiento. Me tomó de la mano sin decir nada.

Era un bailarín excelente. Se movía con tanta facilidad y elegancia que me era difícil estar a su altura. Tal vez hubiéramos bailado con mayor facilidad si me hubiera sentido más alegre de estar en sus brazos.

Aunque empezamos a bailar como meros conocidos, Steldor pronto se dio cuenta de que muchos ojos nos observaban, así que decidió confirmar públicamente nuestro noviazgo. Me atrajo hacia él y yo me puse tensa. Él continuó bailando con la misma elegancia que antes, pero mis movimientos eran cada vez más torpes.

—He sabido que últimamente habéis venido varias veces de visita. —Soltó, y me pareció detectar cierto tono celoso en su voz, sin duda debido a que había llegado a la conclusión de que mis visitas se debían a Narian. Por supuesto, él no sabía que su propio padre me había dicho que pasara todo el tiempo que pudiera con el hijo mayor de Koranis—. Decidme —pidió, mientras continuábamos desplazándonos por la pista de baile—, ¿no os cansáis de hacer de niñera?

—Sólo cuando estoy con vos —repliqué, indignada por esa manera de burlarse de Narian.

Me miró con la cabeza ladeada y con una expresión que no era ni de enojo ni de diversión, sino más bien de consternación. La música terminó y yo me di la vuelta para marcharme, contenta por haber dado ese último golpe, pero él me puso los brazos en la cintura.

—No tan deprisa. Tenemos que instaurar alguna especie de tregua.

Los músicos empezaron a tocar otra pieza, y Steldor y yo bailamos de nuevo. Sus elegantes movimientos se veían continuamente obstaculizados por mi resistencia, pues me incomodaba la presión que ejercía con una mano sobre mi espalda.

Sin más preámbulo, Steldor se lamentó:

—No os comprendo. Parecéis completamente contraria a mí, y ni siquiera sé qué he hecho para merecer tal resentimiento.

No podía creer lo que acababa de oír.

—¡Besasteis a mi hermana!

—¡Antes de eso! —exclamó, como si lo que yo acababa de decir fuera irrelevante. Pero bajó el tono de voz, consciente de que estábamos rodeados de gente—. Desde el día que nos conocimos, sólo habéis mostrado desagrado hacia mí. ¿Qué pude haber hecho hace tanto tiempo que os ofendió?

Recordaba perfectamente mi primera impresión sobre Steldor, pues mi opinión al respecto no había cambiado mucho a lo largo de los años. Cuando nos conocimos, yo tenía diez años, y él, trece; pero Steldor ya poseía el ego de un joven gallito.

—No es por nada que hicierais —susurré, intentando no delatar mi enojo tal como había hecho en el jardín, después de la celebración en honor de Narian—. Es solamente… ¡cómo sois!

—¿Qué significa eso? —preguntó Steldor completamente desconcertado.

Estaba segura de que nadie antes había tenido el valor de decirle que su carácter tenía defecto alguno.

—Es vuestra actitud —le recriminé, y la rabia que tantas veces había sentido contra él salió a la superficie—. La manera en que camináis, la manera en que habláis…, incluso la manera en que respiráis.

Arqueó una ceja en tono irónico, para que me explicara mejor.

—De verdad, Alera, ¿la manera en que respiro?

—¡Incluso ahora os mostráis increíblemente condescendiente! —A pesar de que hablaba cada vez más apasionadamente, conseguí controlar el volumen de mi voz—. Tratáis a los demás como si estuvieran por debajo de vos…, a Miranna, al guardia del mercado, a Temerson, a Narian ¡y a mí! Ni siquiera os podéis disculpar vos mismo, así que perdonadme si soy un poco desagradable.

Intenté apartarme, pero él me sujetó, enojado. Me sentí atrapada. Su fría mirada era inquietante. A medida que crecía mi incomodidad, también aumentaba mi decisión de irme de la pista de baile. Permanecí tensa entre sus brazos mientras él continuaba intentando bailar conmigo.

—¡Maldita sea, Alera, ni siquiera me dejáis que os lleve! —exclamó con una voz baja cargada de rencor.

Hizo un gesto con la mano señalando la distancia que yo insistía en mantener entre ambos.

—¡Este baile es un ejemplo de toda nuestra relación! ¡Sois «un poco desagradable», Alera! Nada de lo que hago os parece bien, nada es bueno ni correcto, ni puede serlo. Por lo menos, mi arrogancia está justificada por mis actos: soy capaz de hacer las cosas que aseguro ser capaz de hacer, así que no fanfarroneo, sino que constato los hechos. ¡Vos, por el contrario, os oponéis a mí sin ninguna razón! Es mejor ser justificadamente arrogante que llevar la contraria de forma irracional. Si no tuviera que casarme con vos para acceder al trono, tal como desea vuestro padre, no aguantaría vuestra compañía, y no creo que muchos hombres sean capaces de hacerlo.

La segunda danza terminó, pero Steldor no me soltó la mano. Fingiendo una expresión alegre, me condujo fuera de la pista de baile.

—Bueno, ¿no me vais a acompañar a la mesa? —dijo, con una amabilidad forzada.

Herida por sus críticas e incapaz de rechazar su oferta para demostrar que sus afirmaciones eran ciertas, permití que me acompañara hasta la mesa sin apartar el brazo que me acababa de pasar por la cintura. Esperé a que me trajera una copa de vino. Odiaba que, en parte, tuviera razón acerca de cómo me había comportado con él. No dejaba de darle vueltas a la cabeza para encontrar la forma de escapar de la situación en que me había metido. Cuando Steldor volvió a mi lado, vi, enormemente aliviada, que Miranna se acercaba por detrás de él y le daba unos golpecitos en el hombro.

—Lord Steldor, ¿os gustaría bailar? —preguntó en un tono demasiado dulce.

Nos miró con gesto molesto. Sin duda se daba cuenta de que Miranna había venido para rescatarme. Tuve miedo de que rechazara la invitación.

—Por supuesto, podéis bailar con Mira. Después de todo, os dará más datos para que podáis compararnos —dije, provocándolo—. Vamos a ver, habéis flirteado con las dos y nos habéis besado a ambas. Supongo que también os debe de interesar bailar con las dos.

—Un caballero siempre satisface los deseos de una dama, incluso aunque eso le permita hacer ese tipo de comparaciones —respondió él. Inmediatamente dirigió la atención hacia Miranna—: Vuestra petición es un honor —le dijo, inclinándose ante ella y ofreciéndole el brazo.

Aunque me sentí aliviada al ver que se alejaba, me había quedado sin palabras ante su desfachatez al insinuar que tanto mi hermana como yo habíamos buscado sus atenciones. Empecé a sentir un desesperado deseo de marcharme de la fiesta, así que localicé a Destari y le indiqué que informara a los mozos de que debían preparar uno de los tres carruajes reales. Les di las gracias a los anfitriones por su hospitalidad. El barón había recuperado su pose y se daba importancia. Finalmente fui a buscar a mis padres para hacerles saber que regresaba a palacio. Mi padre se mostró decepcionado, pero no puso ninguna objeción. Poco después, y en gran parte gracias a que Miranna insistió en que Steldor bailara con ella, regresaba sola a casa en un carruaje. Destari cabalgaba a mi lado y varios guardias nos seguían detrás.

No habíamos recorrido mucho trecho cuando oí el sonido de un caballo que se aproximaba a medio galope. Destari hizo un gesto al chófer para que detuviera el carruaje. Sólo fui capaz de distinguir algunas palabras, así que no pude identificar de quién se trataba, pero empecé a tener miedo de que Steldor me hubiera seguido. Mi inquietud se disipó al cabo de un momento, cuando mi guardaespaldas volvió.

—Lord Narian está aquí y pide veros, princesa.

Asentí con la cabeza, desconcertada pero no sin agrado. Destari me ayudó a bajar del carruaje. Caminé hasta donde se encontraba Narian, que había bajado de un impresionante corcel gris y se encontraba a cincuenta metros del carruaje. Me di cuenta de que en todo momento observaba a los guardias que estaban conmigo.

Aunque sabía que debía ser precavida con él después de lo que había presenciado unas horas antes, mi reacción fue muy distinta. Estaba muy contenta y alegre. Su presencia me provocaba un cosquilleo.

—¿Paseamos un poco? —me invitó Narian, todavía con las riendas en las manos. Parecía que no quería hablar delante de los guardias.

—Sí —murmuré. Después, le dije a Destari—: ¿Me traéis una de esas lámparas? —Hice un gesto hacia las lámparas de aceite de la parte delantera del carruaje y él cogió la que le quedaba más cerca—. Volveremos dentro de poco. —Prometí en cuanto me la dio, indicando que no quería que nos siguiera.

No se opuso, y di por supuesto que se debía a la gran confianza que Cannan había demostrado hacia Narian al permitirle conservar sus armas.

—Supongo que nuestros encuentros y vuestras lecciones han terminado —dijo Narian en cuanto estuvimos un poco lejos de los demás.

—Me han retirado el permiso —contesté, incapaz de ocultar mi decepción, pero me di cuenta de que el tono de mi voz imitaba el suyo.

Él se detuvo y soltó una carcajada. Su caballo se removió, inquieto.

—Olvidé que… necesitáis permiso para todo.

Me giré hacia él, sin saber cómo responder e incapaz de leer su expresión. Levanté la lámpara para poder verle el rostro, pero me pareció inescrutable.

—Sé que no estáis familiarizada con el tipo de armas que llevo —continuó, por primera vez incómodo con el tema que abordaba—. Una vez os pregunté si le teníais miedo a Steldor, y quizás hubiera debido preguntaros si me tenéis miedo a mí.

No necesité mucho tiempo para responder.

—El sentido común me dice que debería tenerlo, pero no lo tengo.

—Yo nunca os haría daño, Alera.

Me miró con sus impresionantes ojos azules un momento e, inmediatamente, apartó la mirada, como si hubiera dicho algo inadecuado.

—Aparte de lo de tirarme de un caballo —bromeé.

Percibí un brillo divertido en sus ojos, y su caballo relinchó, como si captara la broma. Narian le dio una palmada en el cuello e hizo un gesto para indicarme que siguiéramos paseando.

—¿Qué tal está todo con vuestro padre? —pregunté cuando hubimos dado unos pasos.

—Koranis tiene miedo de su propio hijo —dijo Narian con desdén—. Tal como habéis oído, quiere que el capitán de la guardia me enrole en la academia militar. Hasta ese momento tengo que trasladarme a su casa de la ciudad. Esta noche me marcho con el capitán. Koranis incluso ha querido supervisar mis maletas, porque teme que no me lleve solamente mis cosas. —Me miró de reojo y con una expresión menos precavida—. Por supuesto, esto significa que viviré más cerca de palacio.

No contesté, pues no sabía qué había querido decir, pero el corazón empezó a latirme más deprisa. Esperaba que se explicara, pero, en lugar de eso, cambió de tema.

—Parece que esta noche habéis disfrutado de la compañía de Steldor.

Ya no me sorprendió que me hubiera visto con Steldor ni que averiguara mis sentimientos, pues me estaba acostumbrando a la agudeza de sus observaciones.

—Nunca disfruto de la compañía de Steldor.

—Entonces, ¿por qué lo aguantáis? —A pesar de que mi tono de voz había sido despreocupado, reaccionó con tono de confusión y frustrado.

—La verdad es que no tengo elección —dije, segura de que reconocería lo difícil que era mi situación.

—Siempre hay elección.

En esas palabras no había ni rastro de compasión. Volvíamos a acercarnos al carruaje y no tenía ni idea de qué conclusión sacar de ese encuentro.

—Estoy segura de que Steldor ya se habrá dado cuenta de mi ausencia, así que será mejor que continúe hacia palacio antes de que me siga.

—Le resultará difícil, pues he tomado prestado su caballo.

—¿Prestado?

Meneé la cabeza mientras él montaba al poderoso animal. No podía creerlo.

—Buenas noches, princesa —dijo Narian con una sonrisa, y desapareció galopando en la oscuridad en dirección a la casa de Koranis.

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