Legacy

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Capítulo XXII

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CAPÍTULO XXII

Corazón dividido

BUENO, dime, ¿reunió Temerson el valor suficiente para sacarte a bailar?

Era la primera vez que mi hermana y yo nos encontrábamos a solas después del cumple años de Semari, sentadas en mi sala. Habían pasado ya cinco días. Yo estaba en el sofá, y ella, en un sillón, al lado.

—No —se rió Miranna—. Pero Perdic, su hermano de ocho años, sí lo hizo.

Me reí con ella, pues me imaginé la cara que debía de haber puesto Temerson al ver que su propio hermano le pedía a su admirada princesa si quería bailar, mientras que él no podía elaborar una frase entera cuando se encontraba a su lado.

Miranna y yo estábamos pasando la tarde juntas, bordando los pañuelos que teníamos que ofrecer antes del torneo. El cielo de mitad de octubre estaba gris y nublado, y los troncos que crepitaban en el fuego eran necesarios para eliminar el frío del ambiente.

Era una tradición que la princesa que estuviera en edad de cortejo eligiera un acompañante para el torneo y para la cena, y que le hiciera llegar la invitación la noche antes enviándole un pañuelo bordado por ella personalmente. A Miranna y a mí siempre nos habían dado libertad para hacer el bordado que quisiéramos. Desde que cumplí los quince años, siempre había bordado mi nombre, simplemente, en una esquina del pañuelo. El diseño de Miranna era más elaborado y creativo, puesto que bordar le gustaba más que a mí.

—Bailé con Perdic un par de veces —continuó Miranna con ojos brillantes al recordar la fiesta—. Es un chico muy dulce, aunque es mucho más valiente que su hermano. Zayle, que se pasó casi toda la velada con Perdic, también me pidió bailar, lo cual hizo reír a Semari. Al final fui yo quien le pidió a Temerson ese baile.

—Y, por supuesto, él se ruborizó y aceptó —bromeé.

Nuestra conversación fue bruscamente interrumpida por mi padre, que entró intempestivamente en la sala.

—¡Ah, veo que están aquí mis dos hijas! ¡Excelente! Espero no interrumpir nada —dijo en tono muy animado.

—En absoluto. —Repuse, devolviéndole la sonrisa—. Ven con nosotras, padre.

Él se sentó en el sofá y, fijándose en lo que estábamos haciendo, sonrió de oreja a oreja.

—Ah, los pañuelos. ¿Quién será el afortunado que recibirá el tuyo, Miranna? ¿Quizás el mismo chico que el año pasado? Era muy agradable, si recuerdo bien —dijo, y guiñó un ojo.

Miranna se ruborizó.

—No —repuso ella. Se daba cuenta de que su padre ya estaba pensando en posibles pretendientes, a pesar de que no podría casarse hasta cumplir los dieciocho años—. Pensaba enviarle el mío a lord Temerson.

—¿No es el chico que elegí para que te acompañara en el picnic?

Ella asintió con la cabeza y él rió con satisfacción.

—Excelente. Procede de una buena familia. ¡Realmente, tengo buen ojo para esos temas!

Entonces se dirigió a mí y me dio unas palmaditas afectuosas en el dorso de la mano.

—Te interesará saber que Steldor va a tomar parte en la exhibición de lucha del torneo. Cannan ha organizado una falsa batalla entre su hijo y lord Kyenn para mostrar a la gente algunas de las técnicas de lucha de los cokyrianos.

—¿Por qué Steldor? —pregunté. De repente, sentí miedo por Narian.

Mi padre interpretó mi pregunta de forma equivocada.

—Sólo te verás privada de tu acompañante por un corto periodo de tiempo. ¿Cómo podemos negarle una oportunidad así al mejor luchador de Hytanica, especialmente cuando él se ha ofrecido voluntario para ayudar en la celebración del evento?

Lo miré, inexpresiva, y mi padre miró a Miranna, como si le pidiera con la mirada que lo ayudara a aliviar mi ansiedad. Estaba completamente convencido de que el motivo de mi preocupación era que no podía soportar estar lejos de Steldor.

Miranna se encogió de hombros y no dijo nada, así que mi padre volvió a tomar la palabra, aunque con el ánimo un poco más temperado por mi reacción.

—Bueno, hay otro tema del que tenemos que hablar. Me di cuenta de que las cosas fueron bastante bien entre tú y Steldor durante el cumpleaños de Semari. Fue un regalo extraordinario el que te hizo, y me hizo feliz que lo aceptaras. Además, tú madre y yo nos sentimos muy animados al ver que bailabais juntos.

Mi padre se volvió a animar hablando del tema y sus ojos marrones parecieron chispear.

—Creo que ha llegado el momento de hacer saber en todo el reino que tú y Steldor os vais a casar. He hablado con el sacerdote sobre la ceremonia de noviazgo, y he acordado que tenga lugar durante los próximos días para que el compromiso se pueda dar a conocer en el torneo.

Me quedé boquiabierta del asombro. No me podía creer que él supusiera que mi relación con Steldor era tan buena como para comprometerme con él. Él aceptaría de buen grado la idea, pero yo no podía soportar ni pensar en ello, tal como se puso en evidencia por la urgencia que me entró por salir de la habitación.

—No puedo —balbuceé, con la esperanza de no parecer tan angustiada como me sentía.

Mi padre frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir, Alera?

—Quiero decir que… no puedo. No me puedo prometer con Steldor. No…, no estoy convencida de que éste sea el hombre con quien me debería casar.

Se hizo un tenso silencio. El único sonido que se oía era el chisporroteo del fuego de la chimenea.

—¿Por qué no? —preguntó mi padre, exasperado.

Busqué la manera de expresar mis sentimientos, pues sabía que el mero hecho de decir que yo detestaba a Steldor no lo descalificaría como candidato. A pesar de que sabía que me arriesgaba a enojar a mi padre y que pondría en peligro la opinión que él tenía de mí, lo único que se me ocurrió fue decirle una cosa que solamente le había confiado a mi hermana.

—Me siento… atraída… por otra persona.

—¿Te sientes atraída por otra persona? —repitió él con incredulidad mientras jugueteaba con su anillo, agitado—. ¿Quién es esa persona?

—No quiero decirlo. Pero que me sienta atraída por otra persona indica que Steldor no es la pareja ideal para mí.

Deseé no parecer poco respetuosa, pero mi padre no se tomó bien mi respuesta.

—Esto es absurdo, Alera. Si no deseas decirme quién es ese joven, entonces debo deducir que es alguien a quien yo no daría mi aprobación; y en ese caso, no se te permitiría casarte con él. A no ser que ese otro hombre posea las cualidades necesarias para ser mi sucesor, que te sientas atraída por él o no es irrelevante. Debes casarte con un rey.

—Te lo suplico, padre. Dame un poco más de tiempo.

Me miró un momento con desaprobación, pero luego soltó un largo suspiro.

—De acuerdo. Pero espero que lo emplees de forma sensata. Faltan seis meses para tu cumpleaños y para el día en que te vas a casar, así que debemos tomar una decisión en lo que respecta a tu marido. —Entonces, me reprendió con aspereza—: Y, para ser justos con Steldor, no está bien que aceptaras un regalo tan espléndido si tienes el corazón dividido.

Se puso en pie para marcharse, pero se giró hacia mí por última vez. La atípica seriedad de su rostro le hacía parecer más viejo, y me di cuenta de que el cabello cobrizo se le había vuelto gris. En ese momento comprendí por qué sus expectativas estaban puestas de forma tan firme en mi cumpleaños. Los dieciocho años eran la edad en que una mujer se casaba, y también era lo más pronto que un sucesor podía ser coronado. Parecía que, conmigo, mi padre estaba dispuesto a seguir la tradición.

—Alera, a pesar de esa otra persona, debes concederle a Steldor el honor de ser tu acompañante durante el torneo y la cena que se celebrará antes.

Mi padre salió por fin de la habitación, aunque su paso era menos alegre que el que había mostrado al entrar. Cuando el eco de sus pisadas se desvaneció, los pensamientos se me acumularon en la cabeza a una velocidad frenética. Pero, extrañamente, el que me acosaba más era el de la demostración de lucha que mi padre había mencionado. ¿Por qué se habría ofrecido Steldor para llevarla a cabo? La opinión que tenía de Narian no era ningún secreto para mí, y dudaba que lo fuera para el capitán. Seguro que Cannan había confiado en su hijo de buena fe, pero yo no podía imaginar que el motivo por el que Steldor quisiera participar en esa lucha simulada fuera completamente inocente.

Observé a Miranna, que se retorcía un rizo con gesto nervioso. Supe que ella pensaba algo similar.

—Ahora esos dos hombres se van a pelear por ti de verdad —dijo.

Durante los siguientes días empezaron a regresar los heraldos que habían salido unas semanas antes a anunciar por todo el reino la semana de fiestas y la celebración del torneo. Desde los reinos de alrededor llegaron comerciantes que instalaron sus puestos en la ciudad. Todos los que deseaban ofrecer mercancías durante las fiestas debían registrarse ante el administrador de la feria y pagar un impuesto para que se le asignara un lugar donde trabajar. Las posadas empezaron a llenarse y el negocio de las tabernas se disparó cuando la excitación ante el evento llegó a su punto álgido.

El primer día de la feria amaneció frío y claro. Miranna y yo nos abrimos paso por entre la multitud hasta la zona en que habitualmente se organizaba el mercado. Desde allí, las tiendas se extendían hasta el complejo militar y el palacio, al norte. Halias, alegre, y Destari, con aire triste, nos acompañaron, pero esta vez llevaban uniforme e iban a nuestro lado, puesto que el riesgo de que se produjeran robos era mayor dada la multitud que se había reunido.

Mientras deambulábamos por las tiendas, los gritos de alegría, las risas, los chillidos y las conversaciones formaban una enorme algarabía. De vez en cuando, y por encima del barullo general, se oían los tonos melódicos de los trovadores y los músicos. Ladeé un poco la cabeza, pues me pareció distinguir un acento cokyriano. ¿Estaba Narian por allí cerca? Era posible, ya que estaba viviendo en la ciudad desde la celebración del cumpleaños de Semari; sin embargo, no lo vi por ninguna parte. El espectáculo de la feria era igual de impresionante que el barullo que ésta generaba. Había una gran variedad de mercancías a la venta: se podía comprar lana, algodón, seda y lino de una miríada de colores, y algunas telas estaban entretejidas con hilo de oro o de plata. También había una gran diversidad de cáñamos para hacer redes, cuerdas para arcos, pieles y cueros repujados. Los vendedores de especias estaban ocupados en servir especias raras como canela, pimienta, cardamomo, cúrcuma y granos de mostaza para sus ansiosos clientes, igual que hacían los proveedores de aceites exóticos, de figuras de ébano, libros caros, ropas extremadas y alfombras lujosas.

Entre los pasillos de las tiendas estallaban las típicas escaramuzas y alguna que otra pelea; los guardias de la ciudad, que patrullaban la zona en gran número, las controlaban rápidamente. Para que la feria fuera un éxito era importante proteger las mercancías de posibles daños y robos, así como reforzar la seguridad de los vendedores y de los compradores.

Lo mejor de la feria eran los espectáculos, aunque no cabe olvidar la variada selección de tentadores platos de comida que se ofrecían. Reíamos al ver los números de los acróbatas y los malabaristas, y nos quedábamos boquiabiertas ante los faquires que tragaban espadas y fuego. Los olores de los guisados, pasteles de carne y otros platos nos despertaban el hambre, y los dulces desconocidos, los quesos raros y los sabores suntuosos como el del chocolate nos alimentaban el alma.

Esa noche volvimos a palacio muy fatigadas pero eufóricas, con los sentidos desbordados por todas las imágenes, los sonidos y los olores de ese día. Estábamos decididas a volver a gozar de esa experiencia, y los días siguientes siguieron la rutina del primero, puesto que ver la fiesta en todas sus dimensiones requería mucho tiempo. Cada mañana nos despertábamos preparadas para enfrentarnos al reto de ese día, y por la noche caíamos exhaustas en la cama.

A medida que la semana avanzaba, aumentaba el número de visitantes. Las tabernas estaban llenas y algunos residentes de la ciudad ganaron un dinero extra alquilando las habitaciones de sus casas; además, el Rey permitió que los viajeros montaran tiendas en los descampados cercanos al palacio o fuera de los muros de la ciudad. La mayoría de estos últimos visitantes habían acudido para participar en el torneo que se iba a celebrar el último día del Festival de la Cosecha. Muchos jóvenes, atraídos por los generosos premios en dinero o de otra clase que se ofrecía a los ganadores, llegaron desde lo largo y ancho del mundo para participar en las competiciones y poner a prueba sus habilidades y, en muchos casos, su valentía.

El día antes del torneo, no fuimos a la feria, pues debía supervisar los últimos preparativos para la cena que se tenía que celebrar antes del torneo. Mi madre lo había vuelto a dejar todo en mis manos, lo cual era un alto honor para mí, pues implicaba un cierto reconocimiento en relación con mis habilidades. Mi tarea principal consistía en planificar el menú y las diversiones de la velada.

La cena se debía celebrar en el comedor del Rey, en el segundo piso, y a ella asistirían aproximadamente cuatrocientos invitados. Los asistentes eran los hombres, y acompañantes, que habían pagado el impuesto para participar en el torneo. En la estancia cabían, por lo menos, mil personas. Se habían dispuesto diez mesas de roble tan largas como la habitación. Tres docenas de candelabros iluminaban la estancia, y numerosas lámparas de aceite colgaban del techo con unas largas cadenas. En uno de los extremos de la sala se había preparado una mesa de forma perpendicular al resto para que la ocupara la familia real y sus escoltas. La decoración era mínima, puesto que esa cena era menos formal que la mayoría de las ofrecidas por la casa real. En general, el estado de ánimo era muy bueno, el vino corría con alegría, las fanfarronadas eran escandalosas y la diversión era abundante.

La noche del banquete, Miranna y yo esperábamos la llegada de nuestros acompañantes en la habitación de estudio del segundo piso, que también hacía la función de sala, mientras Destari y Halias esperaban fuera, en el pasillo. Yo llevaba un vestido de terciopelo color burdeos de canesú acordonado que se abría en una amplia falda; el color hacía juego con mis largas trenzas oscuras. El vestido de Miranna, de terciopelo de un color azul profundo, era del mismo tono que sus ojos, se ceñía a la cintura y tenía una falda con mucho vuelo.

Al cabo de poco tiempo llegaron Steldor, con aire seguro y resplandeciente con su jubón negro con hilo de oro, y Temerson, asustado e incómodo en su jubón de color marfil. La tradición dictaba que los hombres que habían sido ornados con los pañuelos debían llevarlos a la vista de alguna manera. Steldor había atado el que le había enviado alrededor de la empuñadura de su espada. Temerson no llevaba espada; al principio no detecté de qué manera llevaba el pañuelo de Miranna, pero al final vi que estaba atado en su muñeca izquierda.

Steldor dio el primer paso, lo cual le pareció bien a Temerson. Me besó la mano igual que hacía siempre. Prescindiendo de charlas triviales, me ofreció su brazo.

—¿Me dispensáis el honor?

Asentí con la cabeza, insegura de qué podía esperar de él, pues la última vez que nos habíamos visto, dos semanas antes, no nos habíamos separado en buenos términos. Salimos de la habitación y recorrimos el pasillo en dirección al comedor seguidos por Miranna, Temerson y nuestros guardaespaldas. Durante el trayecto pensé en el comportamiento poco típico de Steldor, pues no me había halagado con ligereza ni había intentado mantener una conversación. Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos en cuanto se abrió la puerta del comedor y el ruido de los escandalosos invitados llegó a mis oídos. Avanzamos por el centro de la sala en dirección a la mesa principal mientras el ruido se iba mitigando a nuestro paso y todo el mundo inclinaba la cabeza en señal de respeto. Ya habían empezado a servir vino y cerveza, pero el banquete no empezaría hasta que no llegasen los reyes. Steldor, con todo el encanto del que fue capaz, apartó la silla para que me sentara y me sirvió una copa de vino tinto.

Entonces oímos el sonido de una trompeta procedente del extremo más alejado de la sala y supimos que mis padres estaban a punto de entrar, precedidos como siempre por Lanek. Me reí al darme cuenta de que el enorme ruido de los invitados no había permitido que se oyera el anuncio de la llegada de mis padres y que Lanek había tenido que recurrir a las trompetas.

—Todos en pie. El rey Adrik y la reina Elissia —anunció Lanek.

Todo el mundo permaneció en silencio y en pie, esperando la entrada de los reyes. Mi jovial padre saludó a sus invitados en cuanto entró, y mi madre avanzó serenamente a su lado. Una docena de guardias de elite los siguieron en una fila de dos y se colocaron detrás de la mesa principal, junto a Halias y a Destari; el azul real de sus uniformes añadió colorido a las paredes forradas de madera de cerezo. Cannan, Kade y unos cuantos guardias de palacio se habían colocado, vigilantes, por todo el perímetro de la sala. Mi padre subió a la plataforma sobre la que se encontraba la mesa, se colocó delante de su silla y abrió la fiesta.

—¡Que empiece la fiesta! —proclamó animadamente con una jarra de cerveza en la mano.

Los invitados profirieron gritos de alegría y los criados empezaron a servir la comida en los platos. El banquete duró muchas horas y en él se sirvieron muchos platos. Mi padre no había escatimado en gastos, y las bandejas rebosaban de patas de cordero, de ternera, de pollo, de cerdo y de buey, todo acompañado de verduras y con una gran variedad de panes. De postre se sirvieron barquillos de azúcar, naranjas, manzanas, peras y quesos. El vino y la cerveza se sirvió en grandes cantidades.

Cuando la cena terminó, empezó la diversión. Los acróbatas se abrieron paso por entre las mesas, y los malabaristas empezaron a actuar en uno de los extremos de la sala, entre nuestra mesa y las otras; más tarde, cantantes y músicos los sustituyeron.

Durante la cena, Steldor desempeñó el papel de acompañante solícito: me llenaba la copa de vino, me servía dulces, comentaba los trucos y bromas más hábiles e identificaba a algunos de los hombres que le parecía que iban a ser los mejores contrincantes del día siguiente. No se mostró fanfarrón ni engreído, cosa que yo nunca habría creído posible, sino que se limitó a divertirse con los espectáculos y con las bromas de los invitados. Fuera por el vino o por su cambio de actitud, me di cuenta de que estaba gozando de la fiesta y quizás, incluso, de su compañía.

Justo cuando parecía que se habían abierto demasiados barriles de cerveza y los invitados amenazaban con iniciar las competiciones en la misma sala, mi padre se puso en pie. Las trompetas volvieron a sonar para llamar la atención hacia él.

—Señores, márchense y descansen, pues el sol pronto nos despertará y empezarán los juegos del torneo —anunció, indicando que el banquete había llegado a su fin.

Entonces él y mi madre abandonaron la sala seguidos primero por Steldor y por mí y, luego, por Miranna y Temerson; los guardias de elite salieron detrás. Mientras me alejaba, sentí desvanecerse el alboroto de los invitados.

En cuanto llegamos a la habitación de estudio, Temerson se inclinó en una reverencia y se marchó. Me giré hacia Steldor, esperando que hiciera lo mismo.

—También debemos levantarnos temprano, así que os deseo buenas noches —le dije de forma bastante brusca.

—Creo que podéis hacerme compañía un momento más. —Su suave voz y sus ojos oscuros delataban cierto tono divertido y, por primera vez en esa noche, me sentí incómoda.

—No debemos estar juntos sin carabina —objeté, retorciéndome los dedos de las manos.

—Solamente deseo unos minutos, y vuestro guardaespaldas se encuentra fuera, en el pasillo.

Miré a mi hermana con la esperanza de que me ayudara, pero lo único que hizo fue dirigirme una sonrisa de ánimo y salir de la habitación. Me quedé sola con Steldor, que me observó un momento. Luego me cogió una mano y se rió al ver que me sobresaltaba al notar su contacto.

—¿De verdad os aterroriza tanto estar a solas conmigo?

No respondí, así que él continuó:

—Parece que habéis pensado un poco en la conversación que tuvimos en la casa de campo del barón Koranis. Estoy seguro de que estaréis de acuerdo en que el tiempo que pasamos juntos es mucho más placentero cuando no me oponéis una resistencia continua.

Lo miré fijamente. La habilidad que tenía al culparme de los problemas que había entre los dos me dejaba sin habla. Mientras me esforzaba por encontrar una respuesta, él me acarició el largo y liso pelo.

—¿Os puedo dar un beso de buenas noches? —preguntó, pillándome de nuevo por sorpresa. Me di cuenta de que mi expresión delataba mis sentimientos mezclados.

—Sólo un beso, os lo prometo —dijo, burlón—. No espero nada más.

Tal vez pensara que mi resistencia a estar a solas con él se debía a mi falta de experiencia con los hombres. Aunque eso era cierto en parte, parecía no darse cuenta de que no me gustaba ni me despertaba confianza. Decidió no corregir ese malentendido. Después de todo, se dirigía a mí de forma cortés.

Asentí con la cabeza y él me tomó el rostro entre las manos con delicadeza. Su agradable olor me inundó. Entonces unió sensualmente sus labios a los míos.

—Que durmáis bien, princesa —dijo luego, apartándose de mí—. Volveré para acompañaros al torneo mañana por la mañana. —Se inclinó con una reverencia y se marchó.

Estaba desorientada, pues no había esperado tanta ternura por su parte; me sentía muy inquieta: el beso y el contacto con él me habían gustado.

—Buenas noches, Destari —murmuré, saliendo al pasillo, donde él me estaba esperando.

Al volver a mis aposentos me sentí extraña por haber pasado un rato agradable con Steldor. Aunque fuera a regañadientes, tenía que admitir que podía ser una buena compañía. Por desgracia, no estaba segura de que el Steldor con quien había pasado aquella velada fuera el mismo Steldor con quien me casaría si mi padre se salía con la suya.

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