Lazarus

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Saga quita la llave de la puerta y se la cuelga al cuello, tapa el ojo de la cerradura con cinta aislante, cubre también la ranura del correo y luego se dirige al baño.

La luz de la lámpara cae oblicua sobre su rostro concentrado. Una arruga pronunciada le atraviesa el entrecejo, la falta de sueño ha hecho que su piel se vea casi transparente.

El sudor ha oscurecido el cuello de la camiseta de manga corta que lleva debajo de la chaqueta.

Ya ha inspeccionado el piso. Es lo primero que ha hecho al llegar a casa.

Ahora va hasta la cocina y abre uno de los cajones. El papel con la dirección de Hasselgården aletea un poco cuando ella se desplaza y mueve el aire.

Saca dos sólidos cuchillos de cocina, entra en el dormitorio y engancha uno con precinto en la parte posterior de la puerta.

Jurek y ella se han visto dos veces. Podría haberlo matado la primera vez si hubiese escondido mejor la pistola, o si hubiese advertido que entraba en su casa.

Es posible incluso que notara su presencia estando dormida, a través de los párpados, y hubiera hecho caso omiso. Últimamente se había acostumbrado a dormir con Randy y no estaba tan alerta como antes.

Saga pega el otro cuchillo a un lado de la taza del váter, luego retrocede para comprobar que no se ve y apaga la luz del baño.

El teléfono está encima de la cómoda del recibidor. No ha recibido más mensajes.

Los ojos le arden de cansancio cuando regresa a la sala de estar y agarra la lámpara de pie. Las sucias huellas de sus propios zapatos recorren todo el suelo de madera. Coloca la lámpara en el recibidor, la enciende y la orienta hacia la puerta, con el fin de deslumbrar a un posible intruso.

Los pensamientos se agolpan en su cabeza, las imágenes se van solapando, incesantes.

Los muertos en la residencia de ancianos, la cara atemorizada de su padre.

Tenía el ojo izquierdo lastimado, un poco caído.

Se movía como un moribundo.

Con el corazón encogido, Saga se obliga a contener el llanto, no serviría de nada. Si no puede dormir, tendrá que aprovechar el tiempo, concentrarse, pensar.

Se sienta en el sillón con la pistola en la mano y la bolsa con la munición a sus pies.

Vuelve a echar un vistazo al teléfono, pero la pantalla sigue apagada. Deja la pistola en el reposabrazos y se limpia el sudor de la palma de la mano en los pantalones.

En realidad debería intentar dormir, tal vez buscar las pastillas de morfina que tiene guardadas.

Eso la calmaría.

Jurek no va a ponerse en contacto esta noche. Sabe que ella no obtendrá información sobre los restos de su hermano antes del día siguiente.

Saga aferra de nuevo la pistola y clava la mirada en la puerta de la calle.

Unas burbujas de aire han quedado atrapadas bajo la cinta americana.

Cierra los ojos despacio, reclina la cabeza sobre el respaldo y percibe la luz a través de los párpados.

En cuanto detecta el menor cambio, vuelve a abrir los ojos de inmediato.

No puede evitar pensar que no era necesario asesinar al personal del turno de noche, podían haberlos atado, encerrado. Debe de haber sido cosa del Castor. Jurek no disfruta matando, le resulta indiferente.

Jurek solo lo haría para aterrorizarla, para recordarle lo peligroso que es y la amenaza que supone para su padre si ella no le consigue la información sobre su hermano.

Nota que le tiemblan las manos cuando vuelve a comprobar una vez más que el teléfono está cargado y el volumen al máximo.

Son las cinco y media.

A Joona no le gustaría el modo en que está manejando la situación. Le diría que matara a Jurek a la primera oportunidad, aunque le costase la vida a su padre.

Pero para ella eso es imposible.

No puede permitirse esa opción.

Joona diría que por cada segundo que Jurek siga vivo, el precio a pagar irá en aumento. Que él no se detiene hasta que lo has perdido todo.

Tal vez esté equivocada, pero Saga tiene la sensación de que ella y Jurek vuelven a estar sentados ante un tablero de ajedrez.

Ella estaba intentando atraerlo a base de abrir una brecha en su propia defensa.

Al menos ese era el plan.

Pero ¿qué obtenía a cambio?

Algo tiene que ser, puesto que no es posible mover una pieza sin dejar una casilla vacía.

Tiene la sensación de haber pasado por alto un detalle fundamental, algo que ha rozado con la punta de los dedos, algún factor que podría vincularse con otro.

De repente el cansancio ha desaparecido y se siente muy despierta.

Jurek se las había arreglado para dirigir la conversación hacia su madre, a pesar de la línea roja que ella misma se ha impuesto.

No dejaba de ser curioso lo fácil que había sido.

Ella había creído tener la situación bajo control, limitándose a rechazar las mentiras que él vertía sobre su madre, pero había acabado confesándole que su madre era bipolar.

No es que importe gran cosa, pero ha sido una revelación innecesaria.

A veces se sentía como una mariposa que él intentara atrapar; a veces, como si ya la tuviese metida en un frasco de cristal.

Jurek Walter es listo.

La había alimentado con una serie de suposiciones falsas antes de sugerir que su madre le había hecho daño.

Simplemente estaba adivinando, y ahora Saga se lo ha confirmado.

Cada conversación con Jurek es un peligroso juego de malabares.

Saga se frota la cara con fuerza.

Tiene que pensar.

Los recuerdos de la conversación se van debilitando minuto a minuto.

Jurek se había mostrado frío cuando había llamado perro a su hermano gemelo, lo cual formaba parte de su estrategia, quería ver cómo reaccionaba ella ante esa dureza, Saga está convencida de ello. Al hablar de las casas, sin embargo, parecía sincero. Había comentado que algunos lugares ejercen una atracción magnética que hacen que vuelvas a ellos una y otra vez.

—¡Joder! —masculla entre dientes, levantándose del sillón.

Eso era algo que valía la pena recordar.

Pero las imágenes de los cadáveres le impiden aún pensar en términos estratégicos.

Echa un último vistazo a la puerta y vuelve a la cocina, deja la pistola en la encimera y abre el frigorífico.

Le preguntó por su hermano justo después de que él la indujera a hablar del trastorno de su madre.

¿Y qué había recibido a cambio?

Jurek estaba casi obligado a darle algo.

Saga arranca un tomate cherry de la rama, se lo mete en la boca, muerde y siente la ácida explosión.

Ella lo había provocado acusándolo de haber descuidado a su hermano enfermo, asegurándole que había visto la miseria en que vivía cuando registraron los viejos barracones de los trabajadores en la cantera de grava.

Había sido ahí, en ese momento.

De repente, a Jurek le había salido un tono burlón al oír que los técnicos habían registrado hasta el último rincón de la cantera.

«A los técnicos no se les escapa nada», había dicho como con ironía, como si quisiera decir que en realidad se habían perdido lo más importante.

Saga retira el film de plástico de un plato con restos y empieza a comer con los dedos mientras intenta repasar toda la conversación una vez más.

Jurek sabía que Joona había encontrado a su hermano siguiendo el rastro de la huida de la familia del cosmódromo de Léninsk y el trabajo del padre en la cantera.

Saga mastica la pasta fría, traga y se echa unos trozos de pollo frito a la boca; saben a limón y ajo.

El Castor se había colocado detrás de Jurek para ayudarlo a aflojar las correas.

Había hablado de las prótesis, de cómo uno acaba adaptándose a sus limitaciones.

«Un desprecio gratuito por la debilidad», piensa Saga, y de repente ve la imagen del Castor dejando la prótesis en el fregadero y el hilo de arena cayendo del encaje.

Lo había visto, pero no lo había entendido.

Jurek vive en el pozo de arena, en la cantera, es la única respuesta posible.

«Ha estado allí todo este tiempo», se dice.

Con dedos vacilantes, deja el plato vacío en el fregadero y saca de la nevera el envase de falafel del día anterior. Mastica deprisa y muerde la punta de una guindilla.

«La cantera es el lugar magnético —piensa—. Fue allí donde todo empezó y terminó, donde murió su padre y donde murió su hermano gemelo».

Así que al decir que a los técnicos no se les escapaba nada había querido decir todo lo contrario.

Tiene que haber algún otro refugio que no llegaron a encontrar. Tal vez más profundo, debajo de los que la policía científica había examinado.

Saga no puede evitar sonreír.

Eso podría encajar.

Vuelve a repasar la conversación mientras come un poco de hummus seco y hojas de lechuga, bebe zumo directamente del envase, se limpia las manos pringosas en los vaqueros y luego va hasta la mesa, le da la vuelta al papel y escribe los puntos esenciales, empezando por la arena que ha visto caer de la prótesis.

Jurek no se ha ido de la lengua, pero en conjunto puede que haya revelado algo.

Asegura que ha vivido con su hermano aunque no se halló el menor rastro de él ni en la casa ni en el búnker.

El escondite perfecto. Jurek sabía que la policía no daría nunca con la habitación secreta, puesto que ya habían buscado en su día con todos los recursos a su disposición.

La pared de cemento que Saga ha visto detrás de su padre podría ser parte de un refugio antiaéreo de la Guerra Fría.

Y al terminar la conexión, Jurek había dicho: «Ahora la oscuridad ha vuelto a caer sobre él».

No había mencionado ninguna tumba.

Saga está casi segura de que su padre se encuentra en la cantera de grava de Rotebro. Corre al recibidor y coge el teléfono de la cómoda.

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