Lazarus

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Tras hablar con Verner Sandén, su jefe, Saga se sienta en el sillón con el teléfono en la mano presa de una especie de embriaguez nerviosa. Él la ha escuchado atentamente, solo la ha llamado «querida» una vez y se ha mostrado de acuerdo con ella en casi todos los puntos del análisis.

Tras exponer su plan, Saga se ha quedado en silencio unos segundos, y entonces él le ha dado el visto bueno para que organice un pequeño equipo. Además, ha puesto a su disposición un grupo de agentes de las fuerzas especiales y un francotirador experimentado.

«Estoy agitadísima y bastante cansada…, pero quizá podamos poner fin a todo esto, ojalá podamos salvar a mi padre y a Valeria», ha concluido Saga.

Se pone de pie y regresa a la cocina.

El cielo parece aclararse al otro lado de las cortinas cerradas.

Cuando la policía llegó a la residencia de ancianos, ya hacía rato que Jurek y el Castor habían abandonado el edificio.

No es seguro que la operación de esta noche tenga éxito, Saga podría estar totalmente equivocada, debe tenerlo presente, pero en este momento siente un alivio enorme por el mero hecho de tener un plan.

Va a preparar una emboscada que podría ser abortada y disiparse en cuestión de segundos, como una nubecilla de humo, si las circunstancias cambiasen.

Pero con un poco de suerte irá un paso por delante de Jurek, y si lo consigue, serán los últimos instantes de su vida.

Saga estará ya en la cantera, junto con el francotirador y el equipo de asalto, cuando Jurek se ponga en contacto con ella para comunicarle el lugar y la hora de su próximo encuentro.

Ella le seguirá la corriente, y si él se deja ver, lo neutralizarán allí mismo.

Saga enciende el ordenador y examina las imágenes vía satélite y de dron. Se trata de un área inmensa, con grandes desniveles.

Contempla el largo edificio gris que alberga las viviendas de los trabajadores extranjeros; forma una estrecha franja entre el bosque y el pozo de arena.

Debajo están los búnkeres.

Vuelve a llamar a su jefe y le explica que necesitará dos francotiradores más.

Verner le asegura que el equipo estará listo con suficiente margen de tiempo.

Saga mete el ordenador y un cojín del sofá con bordados dorados en una bolsa de nailon azul de IKEA, recoge en la cocina la taza de Juego de tronos y desenchufa el cable de la lámpara de pie.

Es plena noche cuando Nathan Pollock y Saga se aproximan al punto de encuentro en la estrecha carretera al oeste de Rotebro.

El teléfono de Nathan emite zumbidos a cada mensaje de Veronica. Le acaba de enviar un corazón rojo.

—He firmado todos los papeles —dice él.

—Bien.

—La verdad es que no sé por qué me puse tan pesado.

La iglesia del siglo XII reluce como una joya blanca en la oscuridad, flanqueada por los campos dormidos y el lago oscuro.

Las fuerzas especiales ya están allí.

Desde la distancia, los vehículos negros brillan como gotas de tinta. Nathan se desvía por un camino lleno de baches, sigue a lo largo del muro del cementerio y sobrepasa las señales que advierten de maniobras militares.

Es medianoche, y si Jurek repite el patrón de las noches anteriores todavía tienen tiempo de sobra para ocupar sus posiciones.

Unas pocas farolas iluminan el aparcamiento desierto.

Nathan permanece sentado en el coche mientras Saga sale a saludar al equipo.

Le estrecha la mano a cada uno de los seis miembros de la unidad de intervención, el oficial al mando y los técnicos de la científica. Luego se acerca a los tres francotiradores, que se mantienen un poco apartados de los demás.

Dos de ellos proceden del grupo de operaciones especiales de Karlsborg. Tienen unos treinta años y van vestidos de paisano. Linus, alto y rubio, le sostiene la mirada al saludarla, mientras que Raul, con sus profundas cicatrices en las mejillas, se tapa la boca con la mano izquierda al sonreír.

Detrás de ellos está Jennifer Larsen, de la policía de Estocolmo, vestida de negro y con el pelo castaño y brillante recogido en una gruesa trenza. Lleva una venda elástica en la mano derecha.

—¿Podéis venir un momento? —dice Saga.

—Adonde quieras —dice Linus sonriendo.

—Perfecto —dice Saga sin devolverle la sonrisa.

—Tú solo dinos a quién hay que disparar —dice Raul.

—Voy a necesitar un poco de tiempo para preparar mi equipo y la balística —dice Jennifer.

—¿Cuánto tiempo?

—Como mínimo veinte minutos.

—Después de mis instrucciones tendrás al menos media hora.

—Muy bien.

Los tres francotiradores siguen a Saga y se reúnen con el resto del grupo. Toda la zona que rodea la iglesia medieval está en completo silencio.

La luna se refleja en la superficie de hielo del lago.

Hasta ahora, Jurek ha propuesto nuevos puntos de encuentro cada noche para evitar emboscadas. Si Saga está en lo cierto y Jurek se esconde en la cantera, el plan podría tener éxito.

Cuando se ponga en contacto con ella, Saga le dirá que ya sabe dónde se encuentran los restos de su hermano, pero que antes del intercambio necesita una prueba de que su padre está vivo.

Es perfectamente razonable.

Lo que Jurek ignora es que hay francotiradores apostados fuera de su escondite. En el mismo instante en que asome la cabeza, uno de los tres tiradores tendrá tiempo suficiente de neutralizarlo.

Lo único que puede pasar si Saga está equivocada respecto al escondite es que tengan que abortar la operación.

Más peligroso sería que los francotiradores fallaran o que Jurek solo saliera herido y consiguiera escabullirse.

En ese caso, las fuerzas especiales irrumpirían en el edificio.

Pero si Jurek escapa y su padre no está allí, probablemente nunca sabrá dónde se encuentra. Habrá perdido todo el crédito.

Lo mismo sucederá si él los descubre, si los detecta a través de algún sistema de alarma o cámaras de vigilancia camufladas.

Pero es la única oportunidad que tiene Saga.

Nunca habría puesto en marcha la operación si las condiciones no hubiesen sido así de buenas.

Reúne al equipo en un círculo, reparte mapas del pozo de grava y revisa meticulosamente la posición de los francotiradores. Si Jurek Walter sale de alguno de los barracones, debe hallarse forzosamente en la línea de tiro. Luego muestra al grupo de asalto el camino de acceso, los puntos de encuentro, las rutas de entrada para las eventuales ambulancias y el lugar donde podría aterrizar un helicóptero.

Mientras resume la táctica operativa, piensa en las palabras de Joona acerca de olvidar toda consideración y cualquier norma a la hora de tratar con Jurek Walter. Lo único que cuenta es matarlo. Ya lidiarán después con las posibles consecuencias.

—Entonces, ¿no quieres que disparemos al otro tipo, al grandote? —pregunta Linus.

—No hasta que haya sido neutralizado el objetivo principal.

—¿Neutralizado?

—Debéis actuar igual que en una toma de rehenes —aclara Saga, consciente de su tono febril—. No podéis titubear, no podéis fallar, solo tendréis una oportunidad.

—Vale —dice Linus, y levanta las manos.

—Escuchadme bien… Para eliminar cualquier duda llegado el momento crítico, quiero dejar bien claro que la orden de neutralizar significa que el disparo debe ser letal.

Se hace un silencio sepulcral en el corro que la rodea. Un viento frío sopla desde el cementerio y levanta las hojas heladas del suelo.

—En el fondo no es una operación compleja —continúa Saga suavizando un poco la voz—. Los pasos a seguir están claros, todos habéis recibido instrucciones sucintas, y si algo sale mal, abortamos… Yo estaré junto al francotirador número 1, o sea Jennifer, y mantendremos un estricto silencio de radio hasta la orden definitiva.

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