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EL AGUJERO Y EL GUSANO » EL AGUJERO Y EL GUSANO

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sympátheia), padecer juntos, lo bueno y lo malo, lo sano y lo enfermizo, lo normativo y lo perverso, compartir afectos y emociones, sentir en comunidad, etc. Como usted sabe, nos conocemos hace tiempo, éste es el significado del matrimonio, tal y como fue instituido desde el comienzo de la civilización, sea en su variante civil o laica como en su variante sacramental. Esa distinción ahora mismo me parece, sin embargo, secundaria. Si la mujer hubiera sentido, así fuera de manera intuitiva, que ese hombre, a pesar de toda la violencia y la degradación que descargó sobre su cuerpo, si hubiera podido saber que ese hombre, en su fuero interno, tenía la intención de casarse con ella después de todo, tenía la intención, repito, al menos admitía la posibilidad, al menos reconocía las consecuencias y la potencialidad del acto, nada más que eso, de tomarla en matrimonio, de hacerla su compañera en el sentido señalado como pacto sexual en el Génesis, si hubiera recibido esta información en ese momento de manera inequívoca, con toda la confusión creada por la situación, a pesar del desafuero de él, estoy segura de que ella habría reaccionado de otro modo muy distinto a posteriori. Un modo menos vengativo, menos vindicativo, si lo prefiere. Así que este caso es mucho más que un simple caso de abuso y violación. No caigamos de nuevo en la vulgaridad periodística de reducirlo todo al vocabulario trivial del día. Hay mucho más implicado aquí de lo que parece a simple vista. Los representantes de una cultura y una civilización como las nuestras, atravesando una profunda crisis de los principios morales que les dieron origen, deberían preguntarse por qué esa mujer no pudo expresar con claridad, para hacerse entender por el mayor número de gente posible, los mismos que anhelaban escuchar ese mensaje para poder aplicarlo en sus vidas diarias, esa carencia total de amor de la que fue víctima flagrante. Ese totalitarismo pornográfico de que fue objeto parcial en aquellas sórdidas circunstancias. Y todo el problema, como no me cansaré de insistir, viene causado por una gravísima falta de lenguaje. Por una trágica imposibilidad lingüística, ni más ni menos.

MICHEL ONFRAY, filósofo y ensayista

La plaza de la Concordia en París. Un plano general establece las coordenadas del lugar antes de centrarse, mediante el montaje de planos sucesivos, en la figura de Onfray acogido a la sombra del obelisco que preside el perímetro de la plaza. Onfray está de pie, con la espalda apoyada en la verja negra y dorada que protege al obelisco de los intrusos. La mayor parte del tiempo Onfray mantiene los brazos cruzados, otras veces los extiende al frente para orquestar con precisión las líneas de su discurso. La toma dominante es un plano medio de Onfray contra el pedestal del obelisco que, mediante un zoom sutil por su lentitud, acaba ciñéndose a un primer plano del rostro de Onfray. Su cuerpo oculta deliberadamente los jeroglíficos dorados que decoran esa parte inferior del monumento. Durante su discurso, Onfray pasa de la serenidad al entusiasmo y hasta a la rabia verbalizada sin apenas modificar el gesto afable de su rostro.

Onfray: No habrá nunca una sentencia judicial que haga justicia en un caso como éste. Se hace necesaria una revisión histórica como yo la he hecho en muchos de mis libros para llegar a entender este asunto en toda su complejidad. Puede parecer un caso banal, banalizado incluso por el poder mediático propagandístico, pero sin esa perspectiva histórica e ideológica se arriesga uno a no entender nada fuera de los parámetros de la

doxa dominante. La de nuestros periodistas a sueldo de los políticos y nuestros sociólogos manipuladores, nuestro tahúres de las estadísticas. Por otra parte, no me ha sorprendido nada, llevo años denunciando la perpetuación de valores que se manifiestan aquí. DK es un hijo privilegiado de la revolución, el vástago burgués y adinerado de la revolución francesa. Un miembro terminal de la familia, sin duda, pero no menos miembro por ser terminal, si ve lo que quiero decir. En este sentido, sus actos repiten con fidelidad abyecta el ideario aristocrático feudal de la clase que supo perpetuarse, a pesar de las decapitaciones, en el orden nuevo instaurado por la revolución. Una falsa revolución que no es otra cosa que una farsa de revolución. Una farsa falsamente revolucionaria. La verdadera revolución fue usurpada por este sucedáneo republicano que hemos padecido en los últimos doscientos años. Los valores estamentales de la aristocracia francesa, impresos en sus genes desde el turbulento período medieval al menos, fueron transfundidos a la burguesía coronada del siglo diecinueve. Mire usted, esos valores inicuos distinguen entre clases para mejor clasificar en la sociedad, transformada así en un campo de concentración, entre los sujetos que pueden dominar y los que pueden ser dominados, en todos los ámbitos, los que ordenan y los que obedecen, los que tienen y poseen dinero y patrimonio y los que no poseen más que sus manos. Por herencia, por familia, por matrimonio. Esa clasificación también diferencia, no podía ser de otro modo, entre el fuerte y el débil, el amo y el esclavo, el depredador y la víctima, el violador y la violada, o las violadas, como es el caso, etc. El mundo es mío, sería su emblema más notorio, todo el mundo me pertenece en propiedad y puedo hacer con él lo que me apetezca. Puesto que se trata también de apetito y de pulsión, no se olvide este detalle, la economía libidinal está en juego igualmente en este escenario patológico del orden social y las clases dirigentes. Pero, claro, nadie es tan ingenuo de esperar que estos rasgos y atributos se den hoy en sujetos implacables, en sujetos que exhiban públicamente su crueldad o su desaprensión. No. La apariencia pública que adoptan hoy estos individuos, el disfraz mediático que han hecho suyo, es sonriente en cuanto aparecen en televisión o en prensa, populista en cuanto se trata de ganar votos o el favor de la masa, neoliberal en lo económico, y socialdemócrata en cuestiones que afectan a la moral y las costumbres, así como a las políticas sociales con las que se pretende paliar en algo el infortunio de los desfavorecidos. Sí, éstas son, expuestas de manera grosera, no tengo tiempo de matizar mi perfil, las trazas tras las que encubren su avidez insaciable por el poder y el dinero y los cuerpos de los otros, que les deben ese servicio, y si encima reciben a cambio un estipendio, por ridículo que sea, deberían mostrarse agradecidos, qué menos se puede pedir. La parte subalterna que está abocada a sufrir esta ley del más fuerte debe conformarse a sus padecimientos, a su desgracia, a su frustración, no hacer de ello un motivo de queja, de protesta o de rebeldía. Esta, sobre todo, debe ser sojuzgada sin piedad en cuanto se manifiesta. Por todos los medios, y pongo el énfasis en los medios en el doble sentido de la palabra, pues son los medios los encargados de la propaganda y la disuasión en nuestro tiempo. Me imagino la enorme, pero enorme, sorpresa de DK al ver la reacción hostil de la chica violada...

LADY GAGA, cantante y performer artística

Una clase en un instituto de secundaria de Estados Unidos. Una gran bandera americana, de colores brillantes, cuelga de una pared lateral del aula. Gaga está impartiendo una lección científica a un grupo de unas quince chicas adolescentes. En la pizarra está escrita con grandes trazos de color rosa la ecuación de la energía: E=mc². Gaga la ha escrito nada más comenzar la clase, antes de sentarse en la mesa del profesor, de donde no se mueve en toda la toma. Gaga viste como un hombre, con traje de chaqueta gris y corbata negra, y se peina el pelo teñido de rojo como un hombre, exhibiendo un flequillo provocativo. La cámara enfoca la escena desde el fondo de la clase, con lo que entran en el plano todas las alumnas, que se mantienen inmóviles como maniquíes o muñecos de tamaño natural. Quizá lo sean, el plano secuencia no dura lo bastante para averiguarlo.

Gaga: Este caso, con toda su crueldad sexual, me recuerda poderosamente algo que una vez leí en un libro sobre Einstein. Cuando las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas. Cuando son ciertas, no se refieren a la realidad. ¿O era al revés? No me acuerdo con exactitud del orden de la fórmula, pero puedo aplicarle la propiedad conmutativa para que dé igual el orden de los factores, todo el mundo lo entiende, ¿verdad? Encima o debajo, por delante o por detrás, de lado, boca abajo o a cuatro patas, ¿de qué estoy hablando? Si yo entiendo lo que dice, todo el mundo puede entenderlo igual, es así de fácil. Es un axioma democrático. Es como aquello de Freud: si sueñas con sexo, no es el sexo lo que te preocupa, es tu cuenta bancaria o el estado de salud de tu madre o de tu padre, o el tiempo que hará mañana, o cuántos vestidos eres capaz de poseer en tu vestidor. Si no lo haces, si no sueñas nunca con sexo, sólo sueñas con flores o con nubes o con triángulos escalenos o isósceles, o con muebles viejos, deteriorados, donde un hombre muy viejo viene a sentarse de vez en cuando para rascarse la nariz, entonces, cariño, deberías preocuparte. Deberías preocuparte mucho. Te lo digo yo, te lo dice tu amiga Gaga. Así funciona la cosa. Porque lo llamen violación, no creo que lo sea. No lo creo en absoluto. Si lo hubieran llamado amor, o amistad, o ternura, o matrimonio, entonces yo hablaría de violación y de violencia sin problemas.

Esto es lo que decía Einstein, que sólo soñaba con nubes, o con comerse un sándwich y unos cacahuetes y alguna vez con la lluvia y con pájaros volando al atardecer hacia no se sabe dónde, según decía su mujer, que era la que más sabía de matemáticas de los dos, con tristeza y pesar, cada vez que le preguntaban por los sueños de Einstein. Mi marido no sabe nada de sueños. ¿Alguna pregunta al respecto, chicas?

CATHERINE BREILLAT, directora de cine

Una playa nudista. Dunas, pinos, sombrillas y tumbonas como únicos accesorios frente al azul veraniego del mar. Breillat pasea vestida de la cabeza a los pies por entre la multitud de bañistas que ocupan el lugar. Lleva las manos enfundadas en unos guantes negros de piel y una pamela sobre la cabeza, con un lazo rojo y un velo de gasa que protege su rostro de los rayos del sol, la molestia de los insectos y la mirada ajena. La cámara la sigue todo el tiempo, en un plano secuencia, mientras camina por la playa entre los bañistas, alejándose de la orilla, hasta trepar al promontorio de una duna, y al llegar arriba se detiene y la toma, en un juego de campo y contracampo, se cierra con ella contemplando el horizonte marino desde esa atalaya. El último plano, una vertiginosa combinación de zoom y travelling, termina en alta mar, hacia donde Breillat parecía estar mirando con excesiva inquietud.

Breillat: No me hablen de abuso, no me hablen de violación. Como si fueran excepciones. El abuso y la violación son las constantes en las relaciones humanas, qué hay de especial en ello, y la norma en las relaciones entre hombres y mujeres desde la antigüedad. Mi más viejo proyecto, como sabe, versaba sobre esto, sobre el caso de Lucrecia y Tarquino, en la Roma antigua. Quería adaptarlo a nuestro tiempo, siguiendo el ejemplo de Pasolini, para ver todo lo que pasaba ahí. La violencia del hombre, la pasividad de la mujer, la inversión de papeles desde el momento en que mediante esa pasividad la mujer hacía suya la misma violencia que padecía y se la devolvía al hombre, multiplicada. Se habla siempre del postcoitum del hombre. Sé lo que significa. Significa decepción, significa claudicación, significa autoconciencia de la ridiculez de su asalto y su derroche de energía. Nunca se habla del postcoitum de la mujer. ¿Qué significa el postcoitum de la mujer? Se lo diré. Significa conciencia de su poder, significa plenitud, significa autoestima. La mujer que ha conseguido doblegar la violencia del hombre, incluso cuando esta violencia se ejerce contra ella, es una mujer satisfecha, es una mujer realizada, es una mujer que ha cumplido con su más alto destino biológico. No me malentienda, no justifico la violación ni el abuso. Sólo explico lo que pueden significar para sus actores o para quienes, como espectadores, lo ven desde el otro lado, sabiendo en todo momento que les concierne, que se está hablando de ellos, que no es algo ajeno a sus vidas o sus experiencias. De modo que no vuelva a preguntarme por la violación de esa mujer sin preguntarme por lo que pudo significar para ella traicionar ese sentimiento de grandeza, ese sentimiento de poder que logró dejándose forzar por DK. Al poner el asunto en manos de la policía estaba traicionando una verdad que no puede ser juzgada en los tribunales, ni dirimida en un juicio ni resuelta con la cárcel. Es una verdad que sólo el arte, y el cine muy en particular, puede representar convenientemente. Aunque ella no quisiera de antemano lo que le pasó, si esto se prueba alguna vez, tenga por seguro que en algún momento posterior, con el empoderamiento que da el haber atravesado la experiencia sin perecer en ella, ella lo quiso, en su fuero interno dio su consentimiento, asintió sin dudar a la violencia de que era víctima. ¿Qué fue, sin embargo, lo que la llevó a denunciar? Eso no me lo pregunte, eso lo sabe usted, como lo sabe la sociedad mejor que nadie. Es la necesidad de ocultar la verdad, la necesidad humana de encubrir los afectos y las pasiones que nos mueven de verdad y no lo que se nos dice que debemos sentir o juzgar en cada momento. Ésa es toda la cuestión. La violación fue sólo el medio para que esto se manifestara de nuevo como lo ha hecho tantas veces antes. Como una verdad intolerable, una verdad obscena, pero una verdad que, si supiéramos o pudiéramos entender, nos haría más completos de lo que somos. Menos medrosos ante el sexo, menos tímidos. Sobre todo las mujeres. Pero ahí está la cultura y ahí están las instituciones, organizadas para tapar esto, para que esto no se sepa. Ése fue todo el escándalo de mi película

Romance X. No fue otro. La verdad sigue siendo patrimonio de la cultura y ésta, por su propia naturaleza evasiva, tiende a preferir las mentiras legales y los mitos fomentados por la policía y los jueces, esos moralistas de moral y salud mental más que dudosas, antes que a los actores que somos en la representación de los deseos humanos. No es que no me sienta solidaria con la víctima, o por un momento pueda parecer que me siento más cómplice del agresor. Es que cuestiono el papel de víctima de la víctima y cuestiono el papel agresivo del otro. El sexo es la comedia suprema que nos otorgaron los dioses, lea a Aristófanes, si no me cree, y no debemos malbaratarla con ideas dignas de monjas y monaguillos de la modernidad. Como tal comedia, ahí se representa lo que somos, lo que queremos, lo que buscamos. DK y esa mujer negra, cada uno con su pasado y su posición social innegables, fueron tan buenos intérpretes de su propia comedia como cualquier otra pareja de amantes en la negra noche de los dormitorios humanos. Así que, al revés de sus otros colaboradores, me niego a recurrir a la sociología o a la economía o a la psicología para explicar lo sucedido. Si me apura, ni siquiera la antropología tendría gran cosa que decir en este incierto caso. No, de verdad, no creo que se haya inventado la ciencia que podría dilucidar un caso como éste. Una ciencia no, desde luego, pero un arte sí, el cine. Deme dos cuerpos dispuestos a todo y un poco de presupuesto para recrear el escenario, un escenario esencial, un decorado básico, y tendrá ante los ojos, con todo su artificio, un pedazo de verdad humana desnuda. No sabría decir más por ahora.

JUDITH BUTLER, profesora de la Universidad de Berkeley, feminista y ensayista

Una sala de striptease. Butler se sienta en primera fila frente al escenario donde hay tres chicas desnudas bailando. Una rubia esquelética y dos morenas esculturales. Hay algunos hombres en otros puntos alrededor del escenario. Suena música todo el tiempo, música tecno y alguna canción pop, y la cámara enfoca a Butler de perfil mientras mira a las chicas que bailan y se desnudan. En un momento dado una de las chicas morenas se acerca a donde está Butler, se agacha ante ella y ésta aprovecha para deslizar un billete de cien dólares en sus braguitas mientras se vuelve hacia la cámara con gesto pícaro y le guiña un ojo al espectador.

Butler: Hay un grandísimo problema performativo en todo esto, ¿no cree? No pretendo vulgarizar mis teorías, pero es así, no me juego nada por decirlo en este contexto. Detrás de todo este caso están todos los casos similares en que la imposibilidad del hombre para abandonar el papel cultural que se le ha atribuido choca con la infinita mutabilidad genética de la mujer. La violación es el síntoma masculino de un fracaso ontológico. No creo que esa violencia sea la clave de nada más que de esa impotencia para cambiar, de esa inoperatividad de la masculinidad para asumir otros roles que los predefinidos por esta cultura que ellos mismos han creado para reproducir hasta la náusea sus valores y creencias primarias. No sé lo que dirán mis ilustres colegas en este documental, pero este caso me recuerda otros que conozco y que a menudo han tenido lugar en departamentos universitarios y despachos de profesores. No es tanto un problema de poder ni de lenguaje. Es un problema de representación. El hombre quiere la tragedia, quiere el drama, y lo único que consigue, lance tras lance, es una comedia de situación. Una comedia sin apenas diálogo donde siempre hay una mujer dispuesta a ser otra cosa que se ve bloqueada en todo momento en sus aspiraciones al cambio. Toda la violencia que se desencadena contra ella no es más que un reflejo devastador de todo lo que no funciona en las relaciones porque no hay un acuerdo establecido sobre el tipo de representación que queremos llevar a cabo. El día en que alguien defina esa representación con otros papeles, abriendo la posibilidad de nuevas escenas y situaciones, veremos cómo reaccionan los que no quieren participar en ella. Sabemos lo que puede pasar. Mire toda esta desnudez, mire toda esta farsa del cuerpo desnudo y excitante. Estas mujeres están aquí mostrando su cuerpo al desnudo, sin tapujos, bailando para hombres que quieren que ellas les hagan creer que todo sigue igual, que nada ha cambiando desde que sus madres les enseñaron el camino que había que seguir para sentirse hombres. Que ellas se quiten la ropa o se muestren desnudas no vale para otra cosa que para confirmarles lo que ya saben. Enseñarles que no quieren que nada cambie en realidad. Así es como disfrutan. La pereza del hombre es la gran enemiga del deseo de la mujer, y no lo entienda sólo literalmente, veo su sonrisa esquinada a pesar de la escasa luz, sabe de lo que hablo por lo que veo, no, entiéndalo mejor en términos de representación. Es como un actor que saliera al escenario e impusiera a todos los demás los diálogos y los gestos que le convienen para seguir siendo el protagonista indiscutible de la obra. Eso es lo que es. Por más aburrida que le parezca, quiere una y otra vez la misma obra, quiere una y otra vez los mismos papeles, con tal de ser el dueño incuestionable del teatro y la representación que se escenifica en él. Y le puedo asegurar que el señor DK eso es lo que quería en aquel caso. Que la negra le sirviera como habían servido en el pasado mujeres similares a sus amos, como desagüe y como retrete. A nadie le gusta sentirse tratado como tal, desde luego, aunque sé que hay gente que paga por verse reducido a ese estado de abyección. Estos hombres que ve aquí se estimulan creyendo que lo que de verdad quieren es ver desnuda a la mujer, ver cuantas más mujeres desnudas mejor, al alcance de la mano. Pero se engañan. Lo que quieren es seguir viendo a la mujer reducida al mismo papel, una y otra vez. Un papel que ni siquiera a ellos les produce placer. Es sólo una excusa para perpetuar un orden de cosas determinado, nada más. Que estas pobres chicas se presten a ello para satisfacer esa necesidad ya nos debería dar que pensar. Es patético y bochornoso a la vez, pero así es. Lo patético y lo bochornoso forman parte de la representación, sobre todo si es el cuerpo de la mujer el que lo encarna del modo más humillante para sus ambiciones y deseos. Los hombres no saben lo que es. Así que no me pregunte qué pienso de lo sucedido en relación con un hombre particular y una mujer particular. Pregúnteme qué hacemos aquí las mujeres, cuál es nuestro nivel de implicación en el juego, para qué o en nombre de qué, en definitiva, aceptamos esta infamia y muchas otras cosas peores. La respuesta no tardará en salir de su boca, ya verá, a poco que se esfuerce, usted misma podría contestar a su pregunta.

CAITLÍN R. KIERNAN, escritora de terror, fantasía y ciencia ficción

El cementerio de Swan Point en Providence, Rhode Island. Kiernan, una mujer de facciones angulosas y larga melena rubia caída sobre los hombros, está sentada en el suelo entre monumentos funerarios, flores y tumbas. La toma es en plano medio y Kiernan nunca mira a la cámara de frente mientras habla, con timbre viril y expresión circunspecta, como si se sintiera intimidada por ésta o necesitara evadir la mirada para poder hablar sin complejos.

Kiernan: No tengo mucho que decir que no se haya dicho ya por otras voces más autorizadas quizá. Mi experiencia es levemente distinta. Yo fui violada todos los días de mi vida durante veinticinco años por mi propio pene hasta que decidí cortármelo y cambiar de sexo. Desde entonces, no pasa día sin que lo eche de menos, como si fuera un hijo perdido en alguna guerra lejana. Quizá por esa razón escribo desde muy joven historias fantásticas en las que detrás de cualquier presencia terrorífica está ese pene, antes o después de prescindir de sus servicios, como en mi temprano relato «Amnesia Carolingia», escrito poco después de la operación a la que me sometí. Es una historia muy gótica y grotesca en la que se plantea la violación reiterada de una mujer felizmente casada por el fantasma de su padre muerto muchos años atrás. Vengo una vez por semana a pasear por este hermoso cementerio donde está enterrado el ser humano que más admiro después de mi madre. Su madre, como hacía la mía, tenía tendencia a vestirlo con ropa de niña. Imagino que por ello nunca se sintió cómodo con su cuerpo, como me pasaba a mí. Tengo la sensación de haber realizado el ideal con el que sólo pudo soñar. Por muchas razones, no todas sociales o culturales, asumirse como mujer debía de resultarle imposible. Me siento obligada con él y lo visito con frecuencia. Además colecciono epitafios, muchos de ellos son conmovedores, otros sólo pretenciosos. A menudo vengo sola, otras veces me acompaña Emma, mi novia, para comprobar sin nostalgia cómo acaba todo, tumba por tumba, panteón por panteón, el destino final de todo ese semen inútil derramado a lo largo de los siglos por otros penes como el mío para impedir la catástrofe, la inevitable desaparición de la especie. ¿Y me pregunta usted por el destino melodramático de un solo hombre y de una sola mujer? Es ridículo. Por favor, seamos serios.

SLAVOJ ZIZEK, filósofo, crítico cultural y teórico del psicoanálisis

En el mismo quirófano dotado de la mejor tecnología de última generación, Zizek se muestra visiblemente nervioso y alterado, dando vueltas mientras monologa en torno a la mesa de intervenciones donde el equipo médico se afana en los preparativos de una operación que no se percibe como inminente. Más bien parecería suspendida o paralizada en estos momentos.

Zizek: La enfermedad de la mujer puede o no ser congénita, heredada o cultural, como prefiera, pero existe en la medida en que alguien la reconoce, alguien la intuye, alguien reacciona a esa intuición con violencia o agresividad, en unos casos, con dulzura y cariño, en otros. Así es. Si ese alguien está desnudo y además tiene una erección en el momento clave de hacerse esa pregunta, ¿diremos por eso que el falo, como en una mala interpretación del

Parsifal de Wagner que leí hace tiempo, buscó sanarla? ¿Buscó curarla, acabar con la enfermedad y el mal infeccioso que descubrió radicado en ella? El reconocimiento de la enfermedad forma parte, como sabe, del código mediante el cual alguien, para justificar sus acciones terapéuticas, asigna una determinada patología al cuerpo que pretende curar. No hay enfermedad en un cuerpo si no hay una mirada enferma anterior que la diagnostica como tal para poder justificar las acciones emprendidas sobre ese cuerpo con el pretexto de sanarlo de todo mal. Ése es el secreto de la medicina y, muy especialmente, del psicoanálisis, pero también de la guerra de Irak, todo se relaciona, como ve. La locura está en ambas partes, es compartida, aunque el enfermo no lo sepa, o el médico se engañe a propósito, si no fuera de ese modo no habría juego, no habría vínculo, el pacto entre el paciente y el enfermo no acabaría de funcionar. Y no me diga que lo habitual es que no funcione, porque esto es otro mito. ¿A qué llamamos funcionar?, se preguntará usted. Depende de lo que cada uno entienda por tal, desde luego. Lo que la gente piensa que no funciona, como la familia o el Estado, es lo que mejor funciona de todo, así que ya ve usted. No hace falta que las cosas parezcan funcionar para que funcionen realmente. La enfermedad es una fantasía, no se olvide del papel de las fantasías en nuestras relaciones, en nuestras vivencias y experiencias. En todo el contingente de lo que hacemos, en definitiva. De ahí a decir que estamos ante el caso clásico de la mujer histérica y el falo sanador no hay más que un paso, un paso fácil que no estoy dispuesto a dar sin desviarme por un momento. Hay algo más importante en todo esto. Dígame, en cambio, quién era él en el momento del acto. Dígame quién era ella, quién era él en relación consigo mismo, con su identidad subjetiva, o lo que él creía tal, y quién era ella para sí misma, o lo que ella hasta entonces tomaba por tal. Y luego trate de entender quién era ella para él, qué representaba para él, y quién era él para ella, lo mismo, ya ve...

[Zizek hace una pausa para mesarse el pelo con las manos sin reparar en que lleva gorro y sus manos están enguantadas y no es un gesto higiénico en ese contexto; se mira entonces las palmas de las manos con sorpresa.,

como si actuaran contra su voluntad, y luego mira otra vez debajo de la sábana para cerciorarse de que el cuerpo sigue ahí, intacto, dispuesto aún a ser operado.] Ya me ha oído decir más de mil veces al día que el sexo es patológico y que eso que la vulgata mediática denomina relación sexual no existe, es imposible. Cómo puede entonces haber violación donde ni siquiera hay relación sexual, donde ni siquiera cabe imponer un esquema ético kantiano que pudiera ser vulnerado con alevosía por alguno de los implicados. Veo más bien una situación en que la mujer humilde se transforma en el objeto que en la fantasía del sujeto masculino representa la mujer fatal. El fetiche absoluto que surge para saciar y destruir el deseo mismo que lo engendra. Se lo diré de otro modo. Un hombre que ha tenido a todas las mujeres que ha querido, de todas las razas y edades, un día, de buenas a primeras, se encuentra en la mejor disposición psíquica para toparse con la némesis de sus fantasías de poder. El objeto absoluto que su fantasía llevaba buscando desde que, sin saberlo, identificó el patrón sexual de su conducta. Ese hombre lo tiene ahí, delante, para otro cualquiera sólo sería una camarera de hotel normal y corriente, todos hemos visto las imágenes en televisión, no hay nada en los atributos de esa mujer que pueda hacernos pensar en un impulso irresistible. Una compulsión violenta de poseerla. A nosotros no, por supuesto, no es nuestro caso, por fortuna, pero sí a la identidad subjetiva que en la fantasía de él reconoció en ella la identidad fantasmática fundamental. Insisto en esto, la identidad fantasmática de ella en la fantasía de él. Una fantasía que podía o no incorporar rasgos de poder, pero también sumisión, deseo de sumisión, en grado extremo además, de una pasividad sádica en su extremismo servil. Sin este componente no narrativo de la experiencia, este ingrediente puramente fantástico, no cabe entender nada de lo que pasó allí. Es obvio que para él ella era eso, la cosa insobornable por la que merecía la pena perderse y condenarse. Para ella, por lo visto, no podemos estar seguros, él representaba todo lo contrario, el sujeto aborrecible en grado superlativo al que había que rechazar a toda costa. Ese sujeto con el que nunca establecería ningún tipo de negociación íntima, ni tan siquiera fantasmática, mucho menos económica. El dinero ofrecido a cambio es un accesorio que sólo serviría para racionalizar el incidente, por eso es necesario dejarlo a un lado en el análisis clínico de lo sucedido...

CHANTAL THOMAS, ensayista y escritora

Las ruinas de un castillo medieval. El castillo provenzal de Lacoste, donde la familia Sade tuvo su residencia durante siglos. El castillo se encuentra en muy mal estado de conservación. Thomas está sentada en unas piedras grises, rodeada de las murallas en ruinas y de explanadas de césped y matorrales. Lleva unos shorts y un polo blancos y unas gafas de sol de montura de pasta y cristales negros. La secuencia combina planos medios y planos generales. Mientras habla, Thomas juguetea con los pies con una anilla de hierro clavada en una de las piedras. Al acabar, se levanta e intenta levantar la piedra tirando de la anilla, aunque también parece que trata de arrancar la anilla férrea de su adhesión a la piedra. Es un gesto ambiguo que dura en plano no más de cuarenta segundos.

Thomas: He venido aquí muchas veces en mi vida, con colegas y con admiradores, y siento en el decreciente latido de estas piedras vetustas, en el curso de los últimos veinte años, lo digo por si quiere algo de precisión cronológica, que algo se muere en la cultura, algo desaparece en la creación cultural. Algo languidece y pierde vigor con los años, ya ve, y va muriendo poco a poco, un proyecto, un espíritu, un patrimonio que nadie reivindica ya, no sé nombrarlo con exactitud, pero lo siento, siento el pálpito de las piedras que me lo dicen. O quizá sí sabría decirlo, pero me da miedo hacerlo, enfrentarme a ello. Verá, el marqués de Sade, prototipo cultural francés, nunca ha sido bien visto en los Estados Unidos. No me extraña lo que ha pasado. ¿Se imagina a uno de los libertinos de Sade yéndose de vacaciones a Nueva York y sumergiéndose en los ambientes sexualmente más avanzados de la ciudad? Sería un escándalo inmediato, inaudito.

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