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EL AGUJERO Y EL GUSANO » EL AGUJERO Y EL GUSANO

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Pues eso es lo que ha pasado en este caso. Hay productos que no pueden ser exportados sin provocar un escándalo desproporcionado. Lo que funciona en unas viejas culturas, dentro de cuyos límites ciertas conductas son válidas e incluso alentadas o aceptadas, no puede ser trasplantado a otras más recientes donde esas conductas serán entendidas de otro modo. Como una ofensa o un atentado a las costumbres del lugar. Entiéndame, no estoy justificando lo sucedido, que por otra parte sigue sin aclararse. Sólo le digo que DK es un libertino digno de una novela de Sade y como tal lo que le estaba permitido en Francia, a pesar de todo, no podía esperar que se lo toleraran en la puritana América. Ni más ni menos. Lea a Sade y verá el prototipo a que responde el personaje. Hay muchos ejemplos más. Las culturas y sus productos específicos no son exportables. Las culturas con tanto pasado como la nuestra menos aún. Los americanos son los únicos en la historia en haber creado una cultura que se puede exportar a todas partes sin causar conflictos. Ésta, si me preguntan, les diría que es otra prueba de su dominio mundial, de su imperialismo incontinente. Europa ha sido derrotada de nuevo en sus aspiraciones hegemónicas. El delito sexual de que se le acusa, incluso el crimen, escúcheme bien, estaría legitimado si hubiera servido para devolverle al viejo continente la primacía en el mundo. Con esto, naufraga nuestra última esperanza de mantener una posición dominante en el nuevo siglo. Al no ser así, la operación podría considerarse un completo fracaso. No lo puedo ver de otro modo. Lo siento.

BELL HOOKS (a.k.a. Gloria Watkins), feminista afroamericana y ensayista

Un descampado en Harlem, Nueva York. Bell Hooks está sentada en un cajón de madera rodeada por todo tipo de desechos y residuos. Televisores rotos, piezas de coches, trozos de paredes demolidas, tablones, latas, etc. La toma es un plano general abarcando el descampado y a Bell Hooks y todos los desperdicios que la rodean y, en cierto modo, la entristecen. Bell Hooks habla de frente a la cámara.

Bell Hooks: A las feministas de clase alta, blancas y adineradas, les molestará lo que voy a decir. Pero no es lo mismo, no puede ser nunca lo mismo, que un bruto viole a una putita blanca que invierte en bolsa y se viste en la Quinta Avenida, a que se viole a una trabajadora afroamericana, se prostituya o no, es lo de menos. La raza y la clase lo son todo, desde luego, pero la raza es más importante en este caso. Y eso lo sabía el violador. Me preocupa que mis colegas blancas y anglosajonas no sepan reconocer esto. El violador no habría hecho lo que hizo si la víctima no fuera una presa fácil, por el color de su piel y la inferioridad de su posición, y el crimen pudiera quedar impune a los ojos de la sociedad. El color de la piel es el detonante del crimen y, al mismo tiempo, la eximente automática. El criminal, un europeo decadente, sabía lo que hacía al abusar de un sujeto que estaba, en gran parte, desprotegido por la ley. En clara situación de inferioridad social. Como ve, el sexo no fue determinante en lo que pasó.

PHILIP ROTH, novelista

Sigue aguardando con impaciencia, sentado en el mismo barril metálico sobre el hielo del lago, que algún pez incauto muerda su cebo en cualquier momento. Nada parece indicar que eso vaya a ocurrir antes de que acabe de hablar.

Roth: Ya lo he explicado en alguna novela anterior y siento que no he sido bien entendido, más bien al contrario. Fui polémico, recibí ataques por ello, los asumí como parte del debate. No me asusta la verdad, aunque no coincida con mis opiniones al respecto. ¿Cómo puede uno decir «No, esto no forma parte de la vida», puesto que siempre lo hace de manera fatal? El contaminante del sexo, la corrupción redentora que contrarresta la idealización de la especie y nos hace siempre conscientes de la materia que somos. Es posible que no nos guste lo que vemos ahí representado de modo tan gráfico. Es posible que no sea la idea de nosotros mismos que la cultura nos ha enseñado a cultivar y perfeccionar. Pero es así, lo siento. No sabemos nada, ni siquiera podemos estar seguros de saber lo que sabemos. Por Dios, soy un escritor realista, no un constructor de fantasías pueriles, que son las que dominan hoy el mercado literario y vuelven la comprensión de estas cosas aún más complicada y estúpida de lo que ya es. Cuando pienso en mi circuncisión, también pienso en ella como en una violación de la intimidad de mi cuerpo, pero no hago un drama de ello y eso que era un niño cuando me la infligieron. Más bien la veo como el medio más eficaz de ingresar en la realidad. Como el modo traumático en que alguien aprende, quizá por primera vez, lo que es la realidad. Lo que es la vida, cuáles son sus fundamentos y lo que cabe esperar de ella, sin especiales ilusiones, perdiendo radicalmente la inocencia. La realidad es la que mancha y degrada nuestros sueños más sublimes, pero la realidad es lo que tenemos, por más sucia que nos parezca, la realidad es nuestro único patrimonio fiable, los sueños ni siquiera nos pertenecen, son falsos, hipócritas, infundados, como los valores y los ideales de los rabinos y los sacerdotes, esos falsos valores con que juzgamos todo el tiempo la realidad de la vida sin entender sus leyes. La indecencia, la obscenidad, la impureza, la corrupción, el compromiso, la inmoralidad, eso es la vida, eso es la realidad, aunque no nos guste reconocerlo. No olvide esto. Así va todo lo demás. También en política, por si le interesa conocer mi opinión en estos momentos críticos.

STEVEN SHAVIRO, profesor del Wayne College, teórico y ensayista

Un estadio de béisbol profesional. Shaviro está sentado en el graderío vacío flanqueado por sus dos hijas, dos niñas afroamericanas de corta edad. Por la basura y los restos esparcidos en las gradas se comprende que la entrevista tiene lugar al final de un intenso partido, cuando el público ha desalojado ya el estadio. Shaviro lleva una gorra de pitcher en la cabeza y juega a pasarse la pelota de una mano a otra mientras habla. Lo hace a toda prisa, entrecortándose, nervioso, como si no estuviera cómodo, o tuviera demasiados escrúpulos o prejuicios, al hablar de este escabroso tema. Hay momentos de la toma en que cuesta escuchar con nitidez lo que dice. Plano general en contrapicado filmado, sin cortes, desde abajo del graderío.

Shaviro: Pondré el énfasis en lo más importante para mí. El hecho de que ella sea negra y él blanco, ella inmigrante y el extranjero, ella ilegal y él con pasaporte diplomático internacional, ella guineana y él francés. Toda esta confrontación binaria, con matices coloniales indudables, no es caprichosa ni arbitraria sino enormemente significativa. Y no sólo por razones geopolíticas, una inmigrante ilegal africana forzada por un mandatario europeo en territorio norteamericano. Parece una alegoría contemporánea, lo sé, y otros podrían analizarla así, con profusión de gráficas ideológicas y derroche de esquemas narratológicos. No seré yo quien lo haga, no me interesa en absoluto esta perspectiva, viciada de antemano, no es esto lo que más me importa en este asunto. El régimen de esclavitud no desapareció hace más de cien años como dicen los manuales escolares de historia. Se transformó en otra cosa, mutó como un virus y sigue vigente como tal en nuestros barrios y en nuestros guetos. Y un europeo VIP ha venido, con toda su arrogancia continental y su incontinencia sexual, a meter el dedo en la llaga señalando cómo todos nuestros mecanismos de control tienden a encubrir esta realidad con una apariencia de multiculturalismo y buenos sentimientos que se ha derrumbado con este escándalo vergonzoso. Los americanos deberíamos sacar conclusiones que nos conciernen más que a los europeos. No hay más que mirar los esfuerzos y la preocupación de las autoridades americanas por salvar la cara, por quedar bien, por demostrar que ellos están haciendo bien su trabajo para proteger a la pobre gente de los desmanes de los poderosos. Y cuando digo todos no me refiero sólo al juez y al fiscal o a los abogados de la defensa. Me refiero también a los periodistas que han elegido su lado antes incluso de saberlo todo sobre el caso. Es todo muy hipócrita, ¿sabe? Una comedia inmoral teñida, para colmo, de sensibilidad

eurotrash. A nadie le importa el sufrimiento real de esa mujer negra, la vida que puede llevar, el mundo en que se mueve a diario, lo que ha padecido en su trabajo o en su país hasta llegar aquí, sin hablar de cómo vive aquí, en qué condiciones, con qué medios, en qué situación legal. Todo lo que la gente que ve la televisión y vota a los candidatos de los dos partidos principales y al alcalde y al fiscal del estado, todo lo que esa gente quiere saber, la buena gente del pueblo, es que se está haciendo lo correcto sin escatimar recursos. Que el sistema está funcionando bien. Que la gente por la que votan está empeñada en hacer justicia. Quieren lavar su mala conciencia. A menudo me pregunto si no haría falta que violaran y maltrataran con más frecuencia a más negros y negras de este país para que podamos comprender lo que hemos hecho con ellos, lo que estamos haciendo con ellos, lo que nuestras instituciones y nuestros políticos pero también las empresas y las corporaciones y los ciudadanos blancos de este país le están haciendo a esta gente sin que casi nadie lo denuncie. Es una idea provocativa, pero parece la única forma de que la gente se dé cuenta de una vez del mundo en el que vive, de los privilegios de que disfruta y de la marginación, la miseria y la explotación a las que ese nivel de vida condena irremediablemente a otros. Nadie quiere enterarse de nada. Ése es todo el problema.

SLAVOJ ZIZEK, filósofo, teórico del psicoanálisis y crítico cultural

Es cada vez más evidente, por el clima de tensión que se respira en el quirófano, que la intención de la puesta en escena es señalar la imposibilidad de la operación, o la necesidad de suspenderla antes siquiera de haberla iniciado. Zizek simula ser el responsable del equipo quirúrgico que toma las decisiones y vigila las constantes médicas del paciente, pero en realidad está mucho más concentrado en desentrañar las claves del extraño caso por el que se le ha preguntado que en controlar o dirigir las tareas de sus colaboradores.

Zizek: Véalo en todo su ridículo, por tanto, como yo lo hago mentalmente, contémplelo por un momento en la plenitud de su despojamiento, siendo él quien es para nosotros, no para él mismo, es evidente, como le he dicho, que ya no es para sí mismo lo mismo que para los demás que lo observan desde fuera. Ese hombre desnudo, ese hombre que ha desnudado su cuerpo para mejor desnudar su alma ante ella, transformada por la fantasía de él en objeto de una pasión absoluta, preso de una voluntad ciega de poseerla. Ese hombre es, en ese momento álgido, víctima de una erección, sí, porque el hombre es víctima de sus erecciones, no es dueño de las mismas, por así decir, al contrario de lo que creen mis amigas feministas eslovenas y americanas, no me canso de discutir sobre este punto con ellas, encuentro estos debates muy estimulantes. Intelectualmente hablando. No me malinterprete, por favor. El hombre es vasallo y no señor feudal de sus erecciones, esto, si me permite una digresión cultural necesaria, nos permitiría releer el código caballeresco medieval en los términos adecuados. La dama objeto de adoración no es lo decisivo para el caballero sino los dictados terminantes de la espada, por eso la necesidad de darle un nombre a la misma, de distinguirla entre los objetos que lo acompañan, ya me entiende. De hecho, es la espada misma la que, como un ventrílocuo, transforma al caballero, al noble, al señor, en servidor de sus fines, en canalizador de sus ardores, como un muñeco que versifica las locuciones inmundas del deseo más profundo expresado por aquélla. Lea la poesía amorosa provenzal en esta clave y entenderá muchas más cosas que están en la sombría trastienda de la cultura occidental. Verá, yo soy esloveno, y allí a las cosas las llamamos por su nombre, sin idealizarlas ni ocultarlas con tanto esmero como hacen ustedes. No le hablaré de la Mona Lisa porque no viene a cuento, pero sería pertinente al caso, créame. Leonardo entendía estos dilemas y aporías mejor que ningún artista de su tiempo. Volvamos por un instante a la habitación del hotel, disminuyamos la intensidad de la luz a la manera de Lynch hasta lograr un claroscuro revelador y concentrémonos en la situación. Ese hombre víctima de su erección se enfrenta entonces al objeto fantasmático de su deseo y por una vez en la historia éste, por instinto, sabe repeler la agresión en los mismos términos en que ésta se produce, situándose al margen de la ley. De modo fantasmático, de modo simbólico, conjurando las fuerzas descomunales que se han desatado en esa habitación, creando un sumidero sensacional, un vórtice digno de Poe, ríase usted de

Poltergeist, una fantasía sexual de la peor especie para consumo de la clase media reaganiana. Esa mujer, ella sola, como una heroína antigua, pienso en Antígona, precisamente, desafiando toda ley natural, logra reconducir esas fuerzas desatadas hacia el vacío del que proceden, hacia la nada que las engendró, las conjura al tiempo que las consuma, las consuma y las conjura, todo a la vez, ya sabe, con la ayuda de esa anatomía vejada sólo en apariencia, en superficie, por el desarmado agresor...

[Zizek se inclina en ese momento hacia la mesa de intervenciones para fisgar con gran nerviosismo por debajo de la sábana a la altura de los genitales del paciente y luego parece más calmado, incluso sonriente.] ¿Lo va entendiendo mejor? Ella logra así, invocando poderes innombrables, dominar esas potencias subyugadoras y las disipa con el mismo gesto, sumiendo al actor principal de la escena en una vacuidad insoportable. La cosa se ha esfumado, según parece, se ha eclipsado, ha salido por la ventana o ha escapado por el conducto del aire acondicionado, cualquiera sabe, y ya sólo la fuga, la huida a toda velocidad del lugar de los hechos puede salvarlo, según lo entiendo, de ser engullido, de desvanecerse o desaparecer también en la vorágine...

ROSI BRAIDOTTI, profesora de Humanidades en la Universidad de Utrecht y teórica del feminismo

Una piscina pública cubierta. Braidotti está sentada en el borde de una piscina olímpica con los pies sumergidos en el agua hasta las rodillas. Lleva puesto un bañador negro y un gorro de nadadora en la cabeza. Respira hondo antes de hablar, como si lo hiciera justo después de practicar unos largos en la piscina. De hecho, la piel de sus hombros y cuello se muestra humedecida. La toma se hace desde dentro de la piscina enfocando en plano medio a Braidotti. Mientras habla no mira nunca a la cámara, volviéndose a derecha y a izquierda para observar a otros bañistas y nadadores situados fuera de campo. Por detrás de ella pasan en algún momento mujeres y hombres en bañador o con albornoces de distintos colores.

Braidotti: Mire usted, el sujeto femenino, frente al masculino, es nomádico, esto es, fragmentario, parcial, contradictorio. Al estar arraigado en el cuerpo de la mujer y los flujos del deseo, las situaciones que experimenta las vive desde una multiplicidad de puntos de vista. Por lo que cabe pensar, en este caso, que la víctima pudiera al mismo tiempo participar y no participar de la violación, participar y no participar del abuso de que fue objeto, con independencia de que hubiera o no una promesa económica en la relación. Ése es el truco o la trampa en que suele caer el violador potencial que existe en todo hombre. La parte de la mujer que accede, o parece acceder, a la violación de que es víctima no es necesariamente más fuerte o verdadera, califíquela como quiera, que la parte que se resiste o rechaza, en el mismo momento de padecerla o en un momento posterior. Si quiere que se lo diga con simplicidad, abusando de las palabras y los conceptos, todo acto sexual es una violación hasta que se demuestre lo contrario. Es decir, después de todo acto sexual es la mujer, con sus gestos y su actitud, la que dicta sentencia. Ése es el riesgo que todo hombre debe aprender a superar y la ventaja que el juego de los sexos ha concedido a la mujer para compensar su aparente debilidad y marcar su diferencia en el seno de la cultura. Es lógico pensar, en este contexto, que la prostitución de la mujer es la solución provisional creada por el hombre, por cobardía, para no afrontar ese desafío, no porque no quiera violar, eso es lo que más desea en el mundo, ese impulso ha nacido con él, sino porque no quiere asumir el papel de violador ante la sociedad. La pérdida de prestigio o de estatus que conlleva. La cesión de ese poder definitivo a la mujer, que siempre decide en un sentido o en otro, o bien aceptar la degradación de que es objeto con miras al matrimonio o a la procreación, o bien denunciar al violador sin más historias, como es el caso.

MICHEL ONFRAY, filósofo y ensayista

Rehuyendo la frontalidad dramática de la toma a que se lo mantiene sometido, Onfray mira a derecha y a izquierda mientras habla con calma profesoral dejando que el objetivo de la cámara acote cada vez más el espacio que los separa, haciendo desaparecer el contexto inicial de coches y peatones alrededor de la plaza de la Concordia, reducido a escucharse como ruido de fondo en la banda sonora, y fijando su imagen superpuesta al obelisco que entra íntegro en plano justo detrás de él.

Onfray: Me ha dicho usted que otros invitados a dar su opinión en su película se han atrevido a mencionar a Sade. Desde luego, el sentimiento feudal de la vida viene de ahí, y Sade es el eslabón perdido en el traspaso de poder entre una clase y otra. Eso por descontado. Pero Sade es el miembro degenerado de una especie en vías de extinción, un avatar formateado en un tiempo superado por la historia, del mismo modo que DK es un avatar, también degenerado sin duda, formateado por la historia del siglo veinte, con todas sus vicisitudes sociales y políticas, ya en vías de superación. Sade al menos creía en la reclusión y el encierro, en la clandestinidad de las sociedades secretas para llevar a cabo estos crímenes e infamias. Hoy no hace falta eso, todo el sistema es su campo de experimentación, las corporaciones son los nuevos libertinos depravados y los crímenes y las transgresiones se cometen a la vista de todos, diariamente, sin necesidad de recurrir al amparo de castillos amurallados de acceso escabroso situados en el fondo remoto de la Selva Negra. No se equivoque conmigo, no crea que, por decir esto, se me puede tildar de antisemita vulgar. Eso dijeron algunos para desacreditarme cuando ataqué a Freud. Yerran y encima me difaman con estereotipos vulgares. Hay temas tabú, no le descubro nada, motivos intocables. Sepa que en esta casta no todos los miembros son judíos, ni siquiera la mayor parte de ellos pertenece a esa etnia de cultura milenaria contra la que no tengo nada en particular. Esta gente goza, como los vampiros de las leyendas y las películas, de una vitalidad colectiva indefinida y perpetuamente renovada que no depende de las circunstancias históricas para aparecer o preservar su poder y su influencia. Se adaptan a su tiempo, mutan al ritmo de la historia y se metamorfosean a voluntad para no perder sus privilegios y posesiones. Adoptan el ideario requerido para ello, la plusvalía ideológica de sus operaciones, y conforman su conducta pública a las nuevas condiciones impuestas por los imperativos del tiempo. No nos engañemos, estos sujetos son muy hábiles en el control y la gestión del escenario mundano, aunque las circunstancias puedan suponerles pérdidas ocasionales de individuos de gran valor estratégico. Volvemos otra vez al caso particular. El error de DK lo condena a él solo, por desgracia, no a una clase entera. Los miembros de ésta sobrevivirán a su manera, ya verá. Temamos a los avatares que se están formateando en estos momentos, los vástagos de los vástagos de los vástagos de este linaje perverso que se remonta como un árbol genealógico hasta el origen de los tiempos, cuando, como proclamaba el ingenuo Rousseau, la tierra fue repartida entre algunos y nacieron de la nada, de donde no había nada similar, como en un nuevo Génesis, la propiedad y los propietarios. De ahí viene todo el mal, no se equivoque, no de la diferencia sexual, un subproducto menor de esa injusta distribución de la riqueza. Todo el resto de la historia es una consecuencia lógica de ese proceso de reparto entre los que lo tenían todo y los que se quedaron sin nada. Ésta es mi particular genealogía de la moral, revisada si quiere para la ocasión. Una mitología de propietarios y hacendados confeccionada con el fin de conservar el patrimonio acumulado por los siglos de los siglos...

HAROLD BLOOM, catedrático emérito de literatura de Harvard, crítico literario y ensayista

Una sala de conciertos vacía. Un rápido montaje de planos medios y primeros planos hasta descubrir, en plano medio, a Bloom, solo en el escenario, sentado en un taburete, rodeado de los demás instrumentos vacantes, sosteniendo con esfuerzo un violonchelo entre los brazos. Con la mano derecha sujeta el arco y con la izquierda pulsa algunas cuerdas mientras habla, el sonido no interfiere en sus palabras. No mira a cámara en toda la toma sino al voluminoso instrumento, agachando a menudo la cabeza para examinar algunos aspectos de su configuración con más detalle. Sólo cuando recita de memoria los últimos versos, con tono pomposo, levanta la cabeza con orgullo y la cámara lo enfoca en primerísimo plano.

Bloom: No tengo mucho tiempo, se lo dije al teléfono, estoy muy ocupado ahora en dominar este instrumento del demonio antes de morir, me consume desde hace un año el anhelo irrefrenable de emular a Pau Casals, y además no me interesa mucho el caso, se lo repito, como comprenderá no es mi tema. Sólo le diré una cosa. Todo lo que existe en el universo está en Shakespeare. No es una hipérbole. Y todo lo que concierne a este caso está en

La tragedia de Julio César. Hágame caso mientras le queden fuerzas. Lea esta obra con detenimiento y sabrá por qué pasó lo que pasó, quién urdió la conjura, quién ejecutó la conspiración, quiénes fueron los actores y los comparsas del drama criminal. El móvil no lo encontrará en Shakespeare, sin embargo, no se moleste en buscarlo ahí. No está, por mucho que exprimamos las metáforas y las alegorías con que el divino Will siembra sus parlamentos de minas semánticas. No lo encontrará, no se moleste. Ni pretenda reconocer en esta trama vulgar a ningún Bruto, no lo hay, por desgracia. Sólo resentidos, intrigantes y miserables advenedizos reunidos en torno de otro cadáver político apuñalado a traición por los que creía sus amigos, colegas y aliados. Réplicas de Casio, a uno y otro lado del Atlántico, repetidas al infinito como ecos de pasos en una galería de mármol. Tampoco busque a ningún Marco Antonio, contra todo pronóstico no existe tal noble personaje en esta obra maestra de la confusión. Shakespeare tiene sus límites, lo reconozco, y la realidad política aún más. Pero no lo dude, entonces como ahora, César los supera a todos, detractores y defensores, en potencia dramática y comprensión del insondable patetismo del alma humana, sacrificando su preciosa vida por el ideal del imperio. César es el libre artista de sí mismo, en su vida y en su muerte, un actor genial. La decadencia y la ruina nos acechan a todos, es hora de retirarse del escenario de la vida. Ya sólo nos aguarda la llegada de lo fatal. Escuche bien sus palabras y medite a fondo en el significado del primero y el último verso en especial: «Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte; los valientes nunca prueban la muerte sino una sola vez; de todos los prodigios que hasta ahora oí, el más extraño me parece que los hombres teman, viendo que la muerte, inevitable fin, ha de venir cuando quiera venir.» El resto es silencio.

TODD HAYNES, director de cine

Una lavandería pública. Haynes está sentado frente a una batería de lavadoras automáticas mientras espera a que concluya el programa de lavado de ropa. Un plano general tomado desde el fondo del establecimiento, con lo que Haynes aparece de perfil contra el escaparate del local por el que se ven letreros luminosos y una calle nocturna en la que de vez en cuando pasa gente indistinguible. Otros hombres están sentados, en la misma actitud, en otras sillas detrás de Haynes provocando un efecto de multiplicación de figuras superpuestas como el de dos espejos enfrentados. El rumor de las máquinas es apenas perceptible. Durante su intervención Haynes, que se muestra muy tranquilo y relajado, incluso en los momentos álgidos de su discurso, se limita a mirar al frente, a la puerta de la lavadora salpicada por la abundante espuma. El único movimiento que realiza mientras habla, cada tanto, es cruzar y descruzar las piernas. Al terminar sus palabras, la toma se mantiene durante un minuto y medio más para grabar cómo Haynes se levanta del asiento, camina hacia la lavadora sin prisa, la abre y comienza a sacar ropa limpia y a meterla en una bolsa azul de deporte que durante toda la toma ha estado tirada al pie de la batería de lavadoras, justo enfrente de él. Fundido en negro.

Haynes: Me pregunta usted por la escena del hotel. Como guionista, como director, la verdad es que no sabría responderle. Se me escapan algunas cosas, podría imaginarlas, pero eso no creo que sea lo interesante, ¿verdad? Si tuviera que guionizar algo a partir de estos motivos sería, más bien, una escena posterior que encuentro mucho más relevante. Cierto tiempo después. El acusado ha pasado varias noches en una celda, ha recuperado la libertad de manera provisional, se le concede una cierta libertad de movimientos, puede vivir en un apartamento mientras espera el desarrollo de las investigaciones, y es entonces cuando empieza lo más interesante. Yo no sé, ni puedo saber, ni creo que nadie pueda averiguar nunca lo que pasó entre ellos, hay tantas implicaciones que no acabaríamos nunca, ¿comprende? Pero sí soy capaz de ver a ese hombre tan obsesionado con lo sucedido, tan obsesionado por la víctima, que un día decide comprar algo por internet. Busca en e-bay o en un dominio similar un uniforme de camarera de hotel, no es el de su víctima, aunque él fantasee que puede serlo, lo importante es acertar con la talla. Cuando llega el paquete se las arregla para recibirlo él. Imagino su cara al desenvolverlo, imagino su cara al ir separando una por una las piezas de ese uniforme, imagino lo que se está diciendo aunque no pueda mostrarlo. Le veo examinar cada pieza del uniforme como si fuera un fetiche que ocultara un secreto demasiado perturbador. Desplegándolo pieza por pieza encima de una mesa, observándolo durante horas, sin saber qué hacer, o planeando qué uso darle, hasta que llega el momento supremo en que decide ponérselo. Decide vestirse como su víctima. De hecho lo hace. Pasa horas a diario así vestido, cada vez que se queda solo, mirándose en el espejo para comprobar cómo le sienta y, sobre todo, cómo se siente vestido así. Parece que está descubriendo algo significativo, algo de importancia vital, no lo sabemos, no olvide que no hay voz en off, no hay una voz narrativa que pueda informarnos de lo que siente, de lo que piensa, sólo podemos verlo así vestido una y otra vez. Y un buen día decide gastarle una broma a su mujer. Ésta lo acepta mejor de lo que parece. Ella entiende que él necesita un tratamiento de este tipo para curarse o simplemente para entender lo que ha pasado con él. En un momento dado, deciden llevar la experiencia más lejos. Dan una fiesta y él, vestido de camarera de hotel, se dedica a atender a sus invitados. Muchos de éstos no le ven la gracia a la situación, incluso la entienden como una broma de mal gusto. Pero precisamente como broma, cosa que no es, es como consiguen engañarlos a todos. Ya sabe usted que la ironía, la distancia, llámelo como quiera, es lo que preserva la existencia de los códigos sociales, en cuanto alguien toma éstos más en serio de lo normal tienden a derrumbarse y a dejar de funcionar como estaba programado. Ésta es la clave de todo el cine de Buñuel y de

El ángel exterminador en particular, ¿no cree? Yo lo veo así. De modo que DK, vestido como su víctima, pasa entre los invitados por un bromista consumado, un tipo con un sentido del humor indignante, desde luego, pero aprobado por todos debido a las difíciles circunstancias por las que atraviesa en su vida. La fiesta es un completo éxito, los invitados quieren repetir, es la mejor prueba, y veremos varias fiestas en el curso de los días siguientes. DK ya no se reprime y se pasa el día así vestido, en todo momento, mientras está en casa, con o sin gente. Por lo que dice, podemos imaginar que lo que lo trastorna ahora es volver a vestirse como lo había hecho antes del incidente. Vestirse como un hombre con chaqueta y pantalón le empieza a parecer raro, incongruente. Falta, no obstante, un punto decisivo. Esa fase ha sido superada y un día DK, que está solo, se pone a prueba de manera definitiva. Uno de los empleados afroamericanos del

catering que le trae la comida a casa dos veces al día se separa de sus compañeros y se las arregla para esconderse en la casa y, aprovechando que DK se ha quedado solo y lleva puesto el uniforme, lo fuerza a hacer las mismas cosas y otras distintas. Abusa de él así vestido y lo viola analmente. Cuando su mujer vuelve lo encuentra boca abajo en la cama, en un estado de shock considerable. Pero la violación, al contrario de lo que creía, sólo consigue que DK se identifique aún más con su papel y cuando el empleado negro, infatuado por la falta de denuncia, vuelve a aparecer, DK se deja hacer sin resistirse. Finalmente, se establece tal relación entre ellos que la mujer tiene que intervenir. Una noche, cuando vuelve a casa y los sorprende a los dos en la cama, la mujer se enfrenta a ellos, DK se enfrenta a ella, los dos hombres le expresan su desprecio, su deseo de seguir siendo amantes y de prescindir de ella en la relación, y entonces la mujer va en busca de la pistola que guardaba en la cocina para defenderse y mata a tiros al empleado del

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