Joy

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1975 » Capítulo 27. Junio 4, miércoles

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Junio 4, miércoles

Jerry White terminó de dictar en su grabadora un breve informe. Se sentó enseguida frente a la máquina de escribir y se dispuso a pasarlo. A las once se encontraría con Mr. Murdock, que había venido de Langley. Se reunirían en el Hilton y allí le entregaría el informe. Aquel perro viejo era un maniático de la letra impresa. «Sabe cubrirse y le gustan las cosas por escrito», pensó White.

Eran las nueve y media. En quince minutos Jerry White pasaría el informe. Tenía tiempo de sobra. Puso el papel y fijó los márgenes. Detestaba hacer aquello, pero jamás ponía en manos de su secretaria los informes confidenciales a sus superiores. De pronto, pareció cambiar de idea. Se puso de pie y se dirigió al gran espejo dispuesto a sus espaldas. Contempló su figura aún esbelta a los cincuenta y siete años. Se atusó un poco las puntas de su bigotico blanco y apretó un botón, también blanco. El espejo giró sobre un eje vertical y descubrió un pequeño bar. Era, sin duda, el bar de un connaisseur: tres botellas panzonas del inconfundible Napoleón Courvoisier, dos botellas de cristal de Lalique opaco, la una con scotch y la otra con bourbon; Canadian Club, whisky irlandés, ginebra Beefeater’s, Bacardí White y Dark Label, vermouth Noilly Prat, jugo de lima, y varios pousse-café, como el Benedictine, Cherry Heering, Drambuie, etcétera.

De las tres botellas negras de Napoleón, Mr. White cogió la del medio; la que contenía realmente el Napoleón de cuarenta años, y se sirvió un trago generoso en una copa panzona. Las otras dos botellas negras, que también eran de Napoleón Courvoisier, contenían en realidad Courvoisier VSOP (doce años) y Courvoisier Tres Estrellas (seis años), cuyos precios y calidades eran obviamente inferiores a los del Napoleón. White administraba aquellos licores según la categoría en que ubicara a sus invitados. Era muy estricto en no echar jamás perlas a los cerdos.

Jerry White, que en realidad se llamaba Jeremiah White, era de origen puritano, como muchos hombres impuros de su país. Había nacido en Filadelfia, pero su familia por ambas ramas procedía de Nueva Inglaterra. En su niñez pasó necesidades, pero desde muy joven supo batirse en la vida como un tigre. Completó la carrera de Medicina y parte de sus estudios se los costeó trabajando como chivato y rompehuelgas en Chicago y Detroit, en los años de la crisis. En aquel peligroso trabajo demostró valentía y resolución, y fue entonces cuando consiguió sus primeros protectores. Su buena presencia física le permitió también realizar una exitosa carrera por las alcobas de algunos magnates de la industria automovilística. Claro que aquello lo hacía por necesidad, por cálculo. Monógamo convencido, en el sentido amoroso siempre fue un verdadero puritano.

Se graduó como médico en 1936, pero nunca ejerció. De inmediato, ingresó en las filas del Partido Republicano e hizo política hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Fue condecorado en dos oportunidades.

La caída del Tercer Reich constituyó una victoria por la que él también había peleado y la celebró con sincera alegría; pero no dejó de sentir, según sus propias palabras, «que había una gran dignidad en aquella caída». Le impresionó, sobre todo, la «gallardía dramática, la solemne altanería de algunos de los reos de Nürenberg». Con el correr del tiempo, aquella simpatía se convertiría en devoción.

En 1946 había ingresado al servicio exterior y fue funcionario de las embajadas norteamericanas en Londres, Bonn y Buenos Aires. En esos años se preocupó por adquirir un gran conocimiento de las cosas mundanas y lo logró. Se convirtió en un buen causeur de cocteles diplomáticos, y en un entendido en generalidades. Era lo que se consideraba un tipo de éxito. Era además, muy bien parecido.

En 1951 se casó con Catherine Laffitte, dama del patriciado de New Orleans, a quien conoció en el Louvre. La adoró desde el primer instante. Era una mujer exquisita, egresada de la Sorbonne, poseedora de lo que él consideraba «una gran cultura literaria y artística» y que se esforzó durante años por dar a Jerry el barniz verdaderamente chic de que carecía en su época de éxitos mundanos. Además, el contacto con la familia Laffitte, le descubrió «todo un mundo heroico y admirable» que quiso hacer suyo. Llegó a comprender, al igual que Henry de Montherlant, que para preservar la belleza de unas manos de mujer, sus antepasados debieron azotar durante generaciones a sus esclavos negros, en las plantaciones del sur.

Allan Dulles lo reclutó para la CIA en uno de sus viajes a Londres, en 1956, cuando Jerry tenía treinta y ocho años. Trabajó en el Río de la Plata, Guatemala, Cercano Oriente, Egipto y Grecia. Cuanto más viajaba menos conocía los pueblos del mundo; cuanto más viajaba, mayor desprecio sentía por todo lo que no fuera nórdico o francés.

Su vuelta al área latinoamericana se produjo en el 65, cuando la crisis de Santo Domingo. Entre 1965 y 1975 había dirigido siete sistemáticos y dieciocho operativos de la CIA, en Santo Domingo, Brasil, Cuba, Puerto Rico y Colombia.

El plan Joy había sido idea suya, de cabo a rabo, y él, íntimamente, lo consideraba su obra maestra. La sutileza de las palomas también había sido idea suya, aunque en realidad debía al azar, el haberse enterado del descubrimiento del doctor Van Vermeer. Lo demás lo había hecho Dick con su cámara fotográfica y sus genitales.

Cuando Jerry White pudo conocer a fondo el descubrimiento de Van Vermeer y Hunt, su colaborador, en menos de setenta y dos horas elaboró los lineamientos generales del plan Joy.

(Joy era en realidad el nombre de un perfume de Jean Patou, que valía treinta dólares el cuarto de onza en los Duty-Free Shops de los aeropuertos internacionales y que su mujer usaba a mansalva, desde el año 1963. Jacqueline, su hija, no había heredado aquel exquisito sentido del perfume que siempre poseyó su madre. Él nunca le dijo nada, porque no era chic hacerlo, pero desaprobaba que su hija fuera capaz de ponerse a veces, por la mañana un Cabochard de Grès, un Femme de Marcel Rochas, perfumes solemnes, y para una noche de gala, aparecerse con un juvenil Miss Dior, o un Débutante de Versailles. Nunca tendría esa niña el savoir faire de su madre. Por su parte, él solo usaba Vetiver de Carven).

Cuando estaba en los preparativos del plan, recibió un día una carta de su mujer, a la sazón en San Francisco, y el papel perfumado le había sugerido de inmediato el charming contraste de Joy-Tristeza.

Aquel mediodía del cuatro de junio de 1975, Jerry White debía informar a su jefe, Randolph Murdock, sobre la marcha del plan Joy. Cuando terminó de mecanografiar el informe, se puso los espejuelos, encendió un Camel y comenzó a leer:

OPERATIVO RS-347.086/H - Joy - 27 We

SISTEMÁTICO área: T: 2 0 5

Fase A: Hasta el momento se han logrado todos los objetivos. El enemigo ha hallado el Myzus persicae y está haciendo exactamente lo que nosotros queremos. La segunda etapa de la fase A, podrá comenzar con toda probabilidad en la primera semana de julio, junto con el inicio de los injertos.

Fase B: Se ha realizado ya un setenta y seis por ciento del trabajo preparatorio, que se espera esté terminado para fines de junio. Por esa fecha podrá iniciarse la etapa final, coincidente con la brotación de julio. La contaminación total de la isla puede asegurarse para principios de agosto, y se espera que los efectos no comiencen a notarse sino a fines del año 1977.

Mientras la Seguridad cubana siga la línea iniciada con la paloma 47, tendremos asegurado el éxito del plan. Todo indica que están perfectamente desinformados.

ASUNTO VAN VERMEER: El doctor Anton Van Vermeer ha pedido la liquidación de su contrato y manifiesta el deseo de retirarse durante un par de años a vivir en Europa. Estimo que su tarea con nosotros ha sido cumplida lealmente y que se le puede autorizar lo que pide, manteniéndolo, desde luego, bajo vigilancia fotodocumental durante por lo menos dos años.

Jerry White hizo un gesto de complacencia y estampó su firma al pie del documento.

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