Joy

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1975 » Capítulo 28. Junio 4, miércoles

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Junio 4, miércoles

Denis Woods salió de la ducha y se disponía a ver el juego de pelota entre los Medias Rojas de Boston y los Cardenales de Saint Louis, cuando sonó el timbre de la puerta. Era un mensajero de All America Cables que le traía un telegrama de Europa. Denis salió a recibir el sobre en bata de baño y el muchacho se fue encantado con su medio dólar de propina.

El texto del telegrama decía:

PLEASE QUOTE THIRTY THREE TWENTY ONE HOMESTEAD TYPE STOP NAMES QUALIFIED OPERATORS REQUIRED CORAL GABLES STOP BUSINESS ACCEPTABLE IF MARKET CONDITIONS OKEYED HOMESTEAD STOP NORTH TWENTY FIVE TYPE AVAILABLE FOR EIGTHY ONE TWENTY SIX AND EIGTHY GREETINGS

WARREN

Warren era el mayor Alba Granados, sobrino de Paco Granados, su viejo amigo y compañero de luchas. Uno de los números que siempre aparecía en la primera línea de los cables de Warren, significaba que aquel texto debía leerse por la secuencia 21.

Denis abrió una pequeña agenda y fue disponiendo las palabras del texto conforme al patrón escogido, en aquel caso para una extensión de treinta y ocho palabras. De ellas solo trece mantenían su verdadera significación, y por la secuencia 21, ocupaban los siguientes lugares:

twenty five eighty one twenty six eighty Homestead Coral Gables if names qualified.

El número 33 (thirty three), de la primera línea indicaba que las veinticinco palabras restantes (en realidad veintiuna, porque Denis sabía que cuatro eran de relleno, para reforzar el carácter comercial del texto), debían combinarse por la clave 33, basado en un sencillo sistema de transportación de términos en las páginas de un diccionario.

Todas las claves del SCC se basaban en principios casuísticos, para evitar toda posible aplicación de mecanismos lógicos, o matemáticos, que corrían el riesgo de ser desentrañados por los cerebros electrónicos del enemigo. Entre Denis y Warren funcionaban veintisiete secuencias y cincuenta claves, todas ellas casuísticas e irracionales, como para atormentar a cualquier criptógrafo. Para la clave 33, se utilizaba un falso Webster, editado por Joseph Devlin en 1943, y completamente fuera de circulación en los Estados Unidos. De ese mismo diccionario el SCC poseía otro ejemplar en La Habana. Para los nombres propios se usaban mecanismos de conmutación silábica, que ya estaban previstos en las claves.

Cuando Denis concluyó todas las operaciones de la clave 33, pudo leer:

FIND LARGE CITRUS GREENHOUSE ALONG 2581 2680 IMAGINARY LINE PARTICULARLY BETWEEN HOMESTEAD AND CORAL GABLES STOP IF POSSIBLE PRODUCE NAMES OF HIGH QUALIFIED SCIENTISTS WORKING RECENTLY THERE STOP GREETINGS

WARREN

O sea:

BUSCA GRANDES INVERNADEROS DE CÍTRICOS A LO LARGO DE LA LÍNEA IMAGINARIA 2581 2680 ESPECIALMENTE ENTRE HOMESTEAD Y CORAL GABLES PUNTO SI ES POSIBLE OBTÉN NOMBRES DE CIENTÍFICOS QUE HAYAN TRABAJADO ALLÍ RECIENTEMENTE PUNTO SALUDOS

WARREN

Denis miró un mapa de los Estados Unidos y comprendió enseguida que las cifras 2581 y 2680 correspondían a dos puntos geográficos: el primero en la intersección de los 25º N con los 81º W, y el segundo en los 26º N con los 80º W. Entre esos dos puntos estaba la línea que él debía explorar.

Además, la penúltima palabra «saludos», significaba, urgentísimo.

Denis sabía que Fernando jamás usaba el término si no mediaba una necesidad. Se quedó un momento pensativo; luego se puso de pie y comenzó a caminar por la sala, con los brazos cruzados. El juego iba cero a cero en el segundo inning. Ya no le interesaba verlo. Apagó el televisor y puso en la radio un programa de música. Se sentó en una mecedora y encendió un cigarro; pero notó que tenía hambre. Fue a la cocina y se preparó un sandwich de atún, rodajas de huevo duro y mostaza en cantidades libérrimas. El atún y el huevo duro los incluyó porque estaban a mano. Lo que a él le interesaba era el sabor de la mostaza y que el sandwich fuera bien gordo.

Cuando estaba destapando la botellita de lager volvió a oír aquellas notas, después de tantos años:

Con el Vito, Vito, Vito

Con el Vito, Vito va…

Y prosiguió con su versión preferida, que le brotó incontenible y visceral:

Va toda la flor de España

la flor más roja del pueblo.

Los recuerdos se le agolparon en aquel momento como un alud. «¡Habla, Gallego, cabrón! Mira que si no me lo dices ahora, te las arranco; te juro que te las arranco. ¿Dónde los escondiste? ¡Tráeme la pinza, Bebo!». Y el Dañino te decía: «¡No seas tan bruto, Gallego! Mira que la Fiera te deja sin uñas; y te las va a arrancar p’atrás, pa’ que sufras más. ¡No seas tan cuadrado, Gallego! ¿Dónde tienes a la gente escondida? ¿Dónde está Granados?». Y tú: «¡Vete a la mierda!». Y la Fiera: «De verdá qu’es el gallego más bruto qu’he visto». Y tú: «Pero no soy asesino, maricón ni lameculos». Y la Fiera: «¡Voy pa’ti, Gallego! Vamos a ver si eres tan guapo». Y tú: «Ja, ja, ja: mira qué susto tengo». Y la Fiera, enfurecido de verdad: «¡Aguántenlo, aguántenmele las patas, amárrenlo ahí, tú por atrás, Dañino!». La pinza te cogió la uña del dedo gordo, y a ti, Gallego, te dio por ponerte a cantar El Vito con la letra del Ejército Republicano: «Con el Quinto, Quinto, Quinto, / con el Quinto Regimiento / va toda la flor de España / la flor más roja del pueblo». Y ellos: «¿Vas a hablar, Gallego, cabrón?». «Con el Quinto, Quinto…». Tú nunca te lo explicaste, pero en aquel momento hasta tenías ganas de que te arrancaran las uñas. Era tanta tu rabia que no sentías deseos sino de apabullar a aquellos miserables con tu hombría. Era tanta tu rabia que no sentías dolor. Recordaste aquellos Miura, que siempre te impresionaban tanto, pues cuanto más hondo les enterraban la pica en la cerviz, en vez de retroceder ante el dolor, embestían con mayor furia. Tú eras un Miura. El dolor se te hacía rabia. «¡Cosa más grande! Le tengo arrancada media uña, y canta el gallego, animal…». «… va toda la flor de España / la flor más roja del pueblo». Y el Bebo: «Démosle guiso ya, Fiera». «Pero antes le voy a sacar todas las uñas». Cuando la pinza ya te había desgarrado casi todo el dedo gordo halando la uña hacia atrás, tú, Rafael Navarro Díaz, alias el Gallego, alias Denis Woods, te empezaste reír a carcajadas y a decirle a la Fiera que no te hiciera cosquillas que te iba matar de risa. Y en verdad que tú no sufrías. No sentías dolor: sentías la infinita alegría de saberte capaz de morir con dignidad, sin doblegarte en ningún momento. Y la Fiera: «¡Me cago en tu madre, gallego de mierda! A mí nadie me tira guapería». La lluvia de golpes y patadas fue terrible. Con la misma pinza de la que colgaba todavía la uña con pedazos sanguinolentos de carne desgarrada, la Fiera te golpeó el rostro y te hizo esa cicatriz que aún tienes en el pómulo. Los tres te dieron sin piedad, hasta que perdiste el conocimiento y paraste de reír y cantar. Pero oías voces; la del Bebo, de la Fiera, de Krause, el verdugo de Montpellier, que también te había torturado salvajemente. «Pongámosle un trapo ahí, para que no nos cague todo el piso», decía el Bebo; y la Fiera: «Sí, qu’el coronel después se encabrona». Al rato te echaron un cubo de agua en la cara, pero tú ya no estabas allí: Madrid, Guadalajara, el Ejército del Ebro… «El soldado Rafael Navarro Díaz, condecorado por su heroica acción en el combate de Poblo de Mataluco…». Luego la Sierra de Gandols, el combate de Villalba de los Arcos… Se te agolpaban los recuerdos, pero no podías abrir los ojos. La hinchazón debía ser enorme. Luego los Pirineos, los maquis. «¿De qué tú te ríes, Gallego?» oías que te preguntaban. Y tú delirabas en francés: «Même sans couillons je serai toujours plus brave que toi». «Was hat er gesagt?», ladraba Krause. Si no estalla la bomba que pusieron los maquisards, ese día Krause te capa, Rafael. «Parle, cochon! Oú les as-tu cachés?». «Mañana sigue el baile, Gallego: si no sueltas dónde escondiste a esa gente, mañana va abajo la uña del otro dedo». «Je m’en fous». «¿Qué está diciendo?». «S’enloqueció pal carajo. ¿No ves que ya lo descojonaste, Fiera? Debimos darle guiso». «Vive la France!». «¡Mira pa’eso!». «Du, Schweinehund!». Golpes de Krause. Golpes y más golpes sobre la nariz, los labios… «¿Sigues tirando guapería, Gallego? Mira que yo sí me vuelvo a remangar y t’entro otra vez a piñazos». «Arriba los pobres del mun…». La patada en el estómago produjo un vómito violento. «¿No te dije que te ibas a cagar, tú?». «Es que me jode que sea tan respondón». Y después te tuvieron más de una semana sin torturarte y tú te preguntabas qué habría pasado. Los dolores en el pie y la cabeza te hacían desear que vinieran cuando antes a rematarte. Y un día, se te apareció el coronel en la celda. Venía todo vestido de blanco: «Estamos seguros de que tú tienes escondidos a Paco Granados y a los otros terroristas…». Que sí, que la cosa estaba clara, y además, las declaraciones de Angelito y Alberto coincidían… En verdad, tú no tenías cómo negar las pruebas: tú habías conseguido las armas, el dinero, las casa para los tres que se escaparon. Pero nadie más que tú conocía la casa: por eso no te mataban. Y tú, lo que querías en aquel momento era que te mataran de una vez. ¿Y el coronel era tan bruto que creía que después de lo que te habían hecho tú ibas a hablar? ¡No hombre, no! Tú no ibas a hablar. Que lo supiera bien. Te volvió a coger la rabia y te pusiste soberbio. Vaya, que sí, que honestamente tú sabías dónde estaban los tres. Y el coronel: ¿entonces…? Y tú: entonces nada; entonces que no te jodiera más el coronelito de pacotilla, coronelito de mierda, coronelito torturador, mequetrefe, marioneta y el coño de su madre. Y el coronel muy tranquilo: no, no, claro. Él sabía que los comunistas fanáticos, adoctrinados por Moscú, no hablaban pero quizá…

Cuando tú viste entrar en la celda a tus dos hijos, de once y trece años, descalzos, mirándote con ojos despavoridos, comprendiste de golpe lo terrible de tu situación. Quisiste morir en ese mismo instante. Hiciste ademán de adelantarte para abrazarlos, pero el guardia que los traía se te interpuso. Tú le viste la pistola terciada por delante en el cinto. Fue una fracción de segundo. La mejor solución era que tú mismo te mataras en el acto. Era la única forma de salvar a los niños, pobres angelitos, de la tortura. Y si manoteabas la pistola del guardia, quizá… Tu zarpazo se produjo con increíble exactitud. Un resto de rabia hizo que antes de darte el tiro le dispararas al coronel, pero erraste. Al otro guardia, en cambio, se la metiste en la misma frente y cayó a un lado agarrándose la cabeza. En otra fracción de segundo, cambiaste de idea: ¡Manos arriba, coronel! Ya no querías matar al coronel ni matarte tú. El coronel más pálido que su dril cien, alzó las manos. Tú mismo lo desarmaste y lo obligaste a morder el caño de tu pistola. Ya no sentías dolor en el pie ni en la cabeza. «Muerde aquí, coronel; muerde». Todo ocurrió en cinco segundos, quizá siete, o diez. Cuando vinieron los demás, ametralladoras en mano, el coronel iba caminando hacia atrás y haciendo gestos expresivos con las manos, para que nadie se interpusiera. Siguió mordiendo el caño escaleras arriba en una posición de lo más ridícula. Los guardias lo miraban boquiabiertos, impotentes. Lo hiciste cruzar dos patios y saliste al parqueo interior, adonde estaba el carro del coronel. Lo hiciste arrodillarse como un perro. En un momento en que quiso decir algo, el caño le llegó hasta la úvula e hizo una arcada. Ya no intentó hablar. Ahora las órdenes las dabas tú, ¡qué carajo! Él creía estar en manos de un loco furioso. ¿Cómo te arriesgaste a pedir asilo en la embajada de los Estados Unidos? Bueno, al fin y al cabo era tu embajada. El FBI informó enseguida: «Navarro Díaz, Rafael, nacido en Brooklyn, Nueva York, el 1ro. de marzo de 1916. Comunista desde 1934, voluntario rojo en la Guerra Civil Española, combatiente de la Resistencia Francesa entre 1940 y 1943 en Arles, Montpellier y Marsella. Dasaparecido en 1944». Volvías a aparecer catorce años después, más rojo y peligroso que nunca; pero si no te ponían en tu país sano y salvo, el escándalo que ibas a formar en la embajada iba a ser del carajo, y el embajador se acobardó, o quizá prefería evitar que se difundiese la noticia de que en la embajada de los Estados Unidos se había metido un revolucionario con dos niños y un rehén de la dictadura. El batistato consideró que lo mejor era echarle tierra al asunto y no dejar que la cosa trascendiera. Decidieron deportarte, con tus dos hijos. Regresaste a los Estados Unidos como repatriado. Tu mujer, Teresita, vieja combatiente contra el machadato, a quien conocieras en México, había muerto en el 55.

Rafael Navarro Díaz había ingresado en Seguridad del Estado en 1961 y desde esa época actuaba con el nombre de Denis Woods. Tenía entonces cuarenta y cinco años y Seguridad no había esperado grandes proezas de su parte. Sin embargo, su condición de hablante nativo del inglés y sus buenas relaciones con el ambiente político y comercial de la Florida le habían servido para realizar una fecunda tarea de información, y sobre todo de enlace.

Nunca se infiltró en los círculos de contrarrevolucionarios cubanos; ni se relacionó en directo con la CIA, pero tenía contactos personales con gente de ambos grupos. Ya contaba casi sesenta años. Era un comerciante próspero, exportador de maquinaria agrícola y propietario de un taller de montajes eléctricos. Gozaba de una magnífica salud. Pelo blanco, cejas negras, rostro enjuto, ojos como dos carbones. Era delgado, nervioso y de estatura media. Comía y bebía como un joven.

Nadie hubiera imaginado quién era aquel hombre, que desde hacía unos años, anunciaba su retiro a una finca que había comprado en California.

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