Iris

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Orlewen » Capítulo 15

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Los primeros meses de su retorno a la mina, en sus ratos libres, Orlewen se veía con Jain. Mientras la mayoría de sus brodis desconfiaban de él y lo veían como un espía de los pieloscuras, porque no podían entender que hubiera renunciado voluntariamente a su puesto de capataz, Jain lo aceptaba sin ningún problema. Era un recién llegado, quizás por eso la historia de Orlewen no le ocasionaba dificultades. Le advirtieron que no era uno de ellos, pero él no hizo caso.

Jain era un experto en jugar con el lenguaje, crear palabras. Podía nombrar catorce tipos de oscuridad en la mina, desde la dipduister (oscuridad-profunda) hasta la ligtedduister (oscuridad-con-mucha-luz), pasando por la desalmaduister (oscuridad-con-miedo) y la desencarnaduister (oscuridad-en-la-que-crees-que-vas-a-morir). A Orlewen le fascinaba su uso del lenguaje y quería seguir su ejemplo y articular las variedades del silencio en las minas, pero al final todos los silencios le remitían a Xlött y volvía al silencio-de-Xlött-cuando-está-presente. Jain se reía y le decía que el Dios lo limitaba.

Pese a ser un recién llegado, Jain sabía muchas leyendas de las minas. Decía que las había aprendido de su padre biológico, también minero. Un día le contó un mito sobre sus orígenes:

Cuentan las leyendas que la riqueza de las minas las descubrió uno de nos, del clan de los lánsès. Había recibido el llamado del verweder. Debía caminar por el trazo de su clan siguiendo las instrucciones del himno. Esas instrucciones lo llevaron de Kondra a los cerros y montañas en las afueras de Megara. Llegó la noche y hacía frío, quiso hacer un fuego al pie duna de las montañas. El fuego iluminó una veta. Siguió caminando, mas cuando se encontraba con miembros de su clan les contaba lo que había visto. Fueron llegando a la montaña. Aviones militares que sobrevolaban la zona pa mantener la exclusión ordenada desde Afuera tiempo atrás vieron una actividad inusual en las montañas. Desde los aviones se pudo ver el interior de las montañas. Al poco tiempo llegaron técnicos y patrullas militares.

Los de Afuera no querían involucrarse con una región en torno a la cual había tantas prohibiciones, de modo que se licitó la explotación de las montañas. La licitación fue ganada por una compañía que, con el poder de sus armas, no tardó en obligarnos a dar cuatro años de nosas vidas al servicio de las minas.

Al establecerse en la isla, la compañía descubrió el culto de Xlött. Apenas se iniciaron los trabajos en las minas hubo múltiples accidentes. Un sacerdote cristiano llevó a cabo el exorcismo de la montaña. Ese mismo sacerdote, impresionado por las estatuas en honor a Malacosa en las galerías de interior mina, sugirió que se enterrara una efigie de Xlött nun hueco en la galería más profunda del subsuelo.

Y así es como creemos nau que Xlött vive en las profundidades de la montaña.

Palabra de Xlött, dijo Orlewen, e inclinó la cabeza.

La relación se iba haciendo seria cuando un día Jain contó que un sueño turbulento de la noche anterior le pidió entregarse al verweder. Lo dijo sin cambiar el tono, como si fuera algo del día-a-día, lo que se esperaba de él. Partiría esa misma noche. Caminaría siguiendo los trazos marcados por el clan del dragón. No tenía miedo a que los chitas fueran tras él cuando descubrieran su fuga.

Orlewen vio el mundo desde Jain, entendió qué significaba entregarse al verweder, y temblequeó. Comenzaba a darse cuenta del significado profundo de su pacto con Xlött. Una metáfora que tenía, a su pesar, un lado muy literal. Nada era gratuito. El don que había recibido, la intensa posibilidad de ser los otros, era parte de ese pacto. La ofrenda que debía devolver.

Orlewen rogó que el verweder no le tocara pronto, tenía muchas cosas por hacer. Luego se sintió mal porque acababa de lamiar. Debía estar preparado para lo que viniera. De eso se trataba el pacto.

Se despidió de Jain con una mezcla de alegría y resignación. No lo volvió a ver nunca más y extrañó su vocabulario versátil para nombrar lo que ocurría en las minas y en el campamento. Hubo momentos en que se sintió invadido por Jain y delante de él apareció el paisaje agreste por el que deambulaba, el turbio follaje de los árboles, los senderos cruzados por márìws. Así supo que había logrado burlar los controles rigurosos de SaintRei. Así burló él, Orlewen cuando Jain, los controles rigurosos de SaintRei.

El verweder le llegó a Jain a la vera de un arroyo de aguas turbulentas color esmeralda. Orlewen supo de ese morir que era no morir. Su garganta se le fue cerrando, una explosión de fuego aparecía delante de sus ojos, la tela delgada de una zhizu lo envolvía, protectora. Escuchaba un zumbido acariciador, el murmullo de un oleaje que venía de muy lejos para llevárselo.

En la noche vino el desencarnarse, dijo

Y me guiaba más cierto que la luz

Del mediodía más cierto me guiaba

Hacia quien yo esperaba y sabía.

Nada se comparaba al éxtasis, a la entrega del verweder.

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