Iris

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Orlewen » Capítulo 16

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Llegaban los fenglis —el shabào-el aullador-el secador— y todo se paralizaba. Los irisinos se encerraban en el campamento a esperar a que se fueran. Un granuloso tejido de sha cubría la luz, como si se hubiera hecho la noche durante el día. Orlewen probó: fengliduister (oscuridad-cuando-el fengli). Se asomaba a la puerta y el fengli lo vencía. La boca se le llenaba de sha. Los que escondían paideluo o jün entre sus provisiones se echaban a viajar sin ceremonias. Los que no, bebían baranc hasta caer dormidos y roncar con la espalda contra el camastro. Algunos tenían Qïs de segunda mano y aprendían a usarlos, sacudiéndose con juegos y holos a pesar de que no estaban en su idioma. Otros sufrían al descubrir que ese trabajo en interior mina que tanto lamiaban les hacía falta. Extrañaban caminar por esas galerías penumbrosas, sentir que Xlött brincaba junto a ellos. Extrañaban la energía del subsuelo. Una energía negativa tan abrumadora que llegaba a transformarse en positiva. Zama, ya convertido en qaradjün, hacía ofrendas a Xlött, les decía que extrañaban los socavones porque se sentían dueños de ellos.

Ki es dominio pieloscura, abajo es de nos. No siempre fue así. Tenemos que acordarnos de q’esto es noso dominio tu. Ésa es nosa misión.

Se escuchaban toses roncas en el campamento y a Orlewen le dolía cada una de ellas. La enfermedad de la mina ya anidaba en el minero y era cuestión de tiempo. El polvillo mineral que flotaba en las galerías era responsable de los pulmones dañados. Y sufría. Decían que la culpa era de la lluvia amarilla, que había envenenado las montañas de la región. Pocos mineros se libraban de la enfermedad. Habían nacido con la lluvia a campo descubierto, habían sobrevivido a ella y ahora los desbarataba en un agujero lodoso.

Venían irisinos a visitar a Zama, algunos le decían que estaban con el tembleque desde hacía meses y él les pedía que no mintieran. Otros contaban que habían recibido la orden del verweder y él los desarbolaba: no mientan, plis. Ellos querían morir, lo cual era diferente, Xlött no se había pronunciado todavía. Quería hacer ceremonias con el paideluo para tranquilizarlos, pero para eso necesitaba estar a cielo descubierto. Para caer a las estrellas. Para el hemeldrak. El abismo del cielo era más profundo que el de la tierra. Allá arriba imperaban los guardianes, los hurens. Las altas constelaciones te arrobaban con sus himnos, te enseñaban a vivir sin vivir en ti, te hacían morir por no morir. Rechazaba a quienes probaban jün o paideluo por su cuenta. El jün y el paideluo no se consumían así. Había que respetarlos, de otro modo habría castigo. O simplemente todo aquello que convocaban no se aparecería.

Muchas maneras de que se manifieste la fe, dijo. La de Iris a través de las plantas.

Se llegó a un acuerdo con los pieloscuras. En el campamento se aceptaría el consumo de paideluo y jün sólo si había ceremonia ritual de por medio. Zama se alegró de esa victoria. Era cuestión de tiempo para que los pieloscuras descubrieran las bondades de las plantas. Quizás ya las habían descubierto y por eso no se iban de Iris. Aparentaban quedarse por las minas, pero en verdad lo hacían por las plantas. Aparentaban rechazar a Xlött, pero en verdad estaban tomados por él. No debía sorprenderse. Xlött era mucho más fuerte que el Dios pieloscura. El Dios de ellos era apenas un demiurgo de Xlött, sólo que no lo sabían.

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