Iris

Iris


Capítulo 25

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—Te digo que ese oro era mío.

—Y yo te digo que no te creo —respondió Joe.

Él la había llevado a una pequeña y rústica cabaña oculta en uno de los valles boscosos que drenaban las montañas de Laramie, y donde nacían los riachuelos Sybille y Chugwater. Iris supuso que aquel sitio debió de pertenecerle a algún cazador hacía unos cuantos años, cuando aún había castores en la región. Parecía que hacía mucho tiempo que nadie la habitaba. No creía que Carlos supiera de la existencia de aquel cobertizo. Estaba segura de que nadie en el Círculo Siete lo conocía.

—Todo el mundo sabe que los Randolph tienen oro —dijo Joe—. ¿De qué otra manera pudieron haberse enriquecido tan rápido?

—Trabajando duro, algo que deberías tratar de hacer si vives el tiempo suficiente.

—¿Por qué habría de hacerlo cuando todo ese oro esta a mi disposición?

Iris golpeó una desvencijada mesa con el puño de su mano.

—No hay ningún oro —frustrada, negó con la cabeza—. Monty te matará, y si él no lo hace, Hen lo hará.

—A Hen le importas un bledo.

—Puede que así sea, pero los Randolph siempre se mantienen unidos. Deberías haberte dado cuenta cuando fueron a perseguir a Frank y a los cuatreros. Todos ellos vendrán a buscarte ahora.

Joe echó su mano hacia atrás para pegarle.

—Si llegas a tocarme, si dejas la más mínima marca en mí, Monty te matará a golpes.

Ella tuvo el placer de ver retroceder a Joe.

No le preocupaba realmente que él le hiciera daño. Todo lo que él quería era el dinero. Monty se enfurecería si él llegaba a herirla, y era menos probable que un Monty furioso le diera oro.

Pero ese oro no existía, de modo que Monty tendría que hacer otra cosa. Era esa otra cosa la que preocupaba a Iris. No tenía ninguna duda de que Monty o Hen matarían a Joe. Tenía que impedirlo. Este hombre no le importaba en absoluto, pero sí le importaba Monty. No quería que ahora que estaba tan cerca de cumplir sus sueños, él terminara en una cárcel por asesinar a un hombre. Esto sería casi tan terrible como si eso le ocurriera a Hen. Este hecho siempre se interpondría entre Monty y ella.

Tenía que encontrar la manera de huir de Joe. Pero ¿cómo? Él no la dejaba sola ni un segundo. Pero tendría que hacerlo para regresar al rancho a averiguar si Monty le había dejado el dinero. En ese momento ella huiría. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde.

* * *

Betty no alcanzó a decir más de tres frases cuando Monty salió corriendo al corral para buscar su caballo.

—Detenlo —le dijo Fern a Madison—. Si se marcha en ese estado, alguien resultará herido.

—Haga lo que haga, a ese tal Joe no le va a ir nada bien —dijo Madison, siguiendo a su hermano—. Espera, yo iré contigo —le gritó a Monty.

—Entonces será mejor que te des prisa. No pienso esperar a nadie.

—Tienes que esperarme, ¡maldición! No estoy tan acostumbrado a ensillar caballos como tú.

Monty arrojó una manta y una silla de montar sobre un bayo de aspecto sumiso.

—¿Puedes cincharla?

—Claro que puedo —dijo Madison, cogiendo la manta y la silla de montar del lomo del bayo. Miró los caballos que estaban en el corral y se dirigió hacia uno pardo—. Y tal vez pueda incluso poner la silla de montar, pero nunca lograré que ese haragán se mueva tan rápido como tu montura.

Las carcajadas que lanzó Monty lograron mitigar un poco su preocupación.

—Ten cuidado. Muerde.

—Yo también muerdo. ¿No lo sabías?

—Pensé que sólo hacías a la gente pedazos con tu lengua.

—También hago eso. No quiero que se piense que soy unidimensional.

—No has cambiado en nada.

—Tú tampoco. Por eso voy contigo.

—Pues será mejor que traigas una pistola.

—¿Para qué? Como tú mismo lo acabas de señalar, mi lengua es mi mejor arma. La tuya son tus puños.

—Será mejor que resolvamos esto antes de que Hen regrese. Sabes muy bien cuál es el arma que él prefiere.

La expresión de Madison se hizo adusta.

—¿Crees que dispararía a matar?

—No vacilará ni un segundo —dijo Monty. Luego se subió a su montura de un salto y se acercó a la verja del corral, que uno de los vaqueros le abrió. Madison salió detrás de él.

—¿Crees que conseguirán traerla? —preguntó Betty a Fern.

—Sí. Sólo espero que no maten a nadie cuando intenten rescatarla.

—¿Crees que lo harían?

—Sin duda —le aseguró Fern—. No vacilarán ni un segundo.

* * *

Carlos se quedó mirando fijamente a Monty. Estaba completamente pálido.

—No sé dónde está Joe. No puedo creer que haya hecho algo así. Le dije que… —la voz de Carlos se fue apagando.

—¿Qué le dijiste? —le preguntó Monty.

Carlos no le respondió.

—Dímelo, o te haré hablar a golpes.

Madison puso su mano en el brazo de Monty para intentar contenerlo, pero Monty la apartó con una sacudida.

—Es la costumbre —dijo.

—¿Qué le dijiste a Joe? —volvió a preguntar Monty—. Teniendo en cuenta todo lo que Iris ha hecho por ti, lo menos que puedes hacer es ayudarnos a encontrarla.

—Es por el oro —dijo Carlos—. Joe quiere el oro.

—¿Qué oro? —preguntó Monty.

—El que robó tu padre.

El número y la variedad de maldiciones que Monty profirió sorprendieron incluso a Madison.

—No hay ningún oro —dijo Madison—. Nunca lo ha habido. ¿Por qué no acaban de una vez por todas con ese rumor?

—Nosotros lo vimos —dijo Carlos—. Tú le pagaste a Frank con monedas de oro.

—Ése era el dinero de Iris —explicó Monty—. Ella tenía miedo de que el banco se lo quitara si lo dejaba en Texas, así que lo convirtió en oro. Tuvo tres mil dólares atados con una correa alrededor de su cintura durante casi todo el viaje a Wyoming.

Carlos silbó.

—Pero Joe creyó…

—No importa lo que él creyera. Se equivocó. Ahora dime qué le dijiste.

—Le dije que yo no quería tener nada que ver con eso. Habría estado más que contento trabajando para Iris como un simple vaquero. Cuando ella dijo que también quería darme la mitad de su hato, le dije a Joe que no debía tocarla. Le dije que compartiría todo con él.

—Eso fue muy generoso de tu parte. Ese hombre es un estafador.

—Sé que no es fácil quererlo, pero Joe ha sido un buen amigo —parecía que Carlos estuviera tratando de decidir si debía decir lo que tenía en mente—. Me ayudó a salir de un apuro. Le debo la vida.

—Muy bien. Que te secuestre a ti. Eso no tiene nada que ver con Iris. Tenemos que encontrarla.

—Tiene que tenerla en algún lugar del rancho —dijo Carlos—. No hemos estado en ninguna otra parte.

—No podemos hacer nada hasta mañana en la mañana —dijo Madison.

—¡No creerás que pienso dejar a Iris en manos de ese hombre toda la noche!

—Ya imagino que no quieres hacerlo —dijo Madison—, pero puesto que no conoces la región y en poco tiempo será muy difícil ver por donde vas, no veo qué otra alternativa te queda. Lo mejor que podemos hacer es traer a todos nuestros hombres a primera hora de la mañana y empezar a buscarla de manera sistemática.

A Monty no le agradaba el plan, pero no tenía nada mejor que proponer. La idea de que Iris pasara la noche a merced de Joe le enfurecía tanto que casi no podía pensar con claridad, pero se dijo que si alguna vez iba a aprender a actuar con prudencia y calma, aquella era la oportunidad. No podría ayudar a Iris si trataba de resolver este asunto estrellándose estrepitosamente contra el mundo.

—De acuerdo, pero será mejor que estés listo al amanecer —dijo Monty, y luego se marchó a todo galope.

—Si Joe se pone en contacto contigo durante la noche, ten mucho cuidado con lo que dices —le advirtió Monty a Carlos.

—¿Qué quieres decir?

—No le digas que no nos has visto. Podría estar vigilándonos. Dile que no sabes qué estamos haciendo. Podrías decirle incluso que crees que hemos ido a buscar el dinero. Después de todo, nadie guardaría esa cantidad de oro en una casa. Puedes decirle que lo mejor para todos sería que soltara a Iris. Si lo hace, prometo que no le haremos nada.

—¿Y si se niega a hacerlo?

—Ningún hombre que le haya hecho daño a una mujer Randolph ha vivido para contarlo.

—Iris aún es una Richmond —dijo Carlos, algo desafiante.

—Ya es como si fuera una Randolph. Dile eso a tu amigo. Quizás también quieras susurrarle una palabra de advertencia al oído.

—¿Y qué palabra es esa?

—Hen.

* * *

—Esto sabe asqueroso —dijo Iris. Apartó el plato de comida grasienta que Joe Reardon le había dado.

—Entonces cocina tú.

—No sé cocinar —dijo Iris. Sólo cuando estas palabras salieron de su boca comprendió que eso ya no era verdad. No sabía cocinar muchos platos, pero podía hacerlo—. ¿Qué tienes? —le preguntó Iris levantándose.

—Tocino, un poco de harina, carne seca, judías… No sé. Mira tú misma.

Mientras Iris echaba un vistazo a la comida que Joe había cargado en un saco sobre la silla de montar, intentó recordar todo lo que Betty le había enseñado. Nunca había preparado un guiso, pero había visto a Betty hacerlo.

Encontrar una olla y ponerla sobre el fuego resultó ser un problema mucho mayor que cocinar. Cuando el agua empezó a hervir, echó unos trozos de carne seca y dos patatas en rodajas. Añadió sal y unos tomates secos. Recordó unas cuantas cosas que había visto hacer a Tyler, de modo que también agregó algunas especias. A los veinte minutos el olor hizo que se le hiciera agua la boca.

—No estaba nada mal —dijo Joe, terminando su porción antes de que Iris hubiera siquiera empezado a comer—. De ahora en adelante puedes encargarte de la cocina.

Iris estuvo a punto de reírse de las ironías de la vida. Nunca le habían permitido cocinar. Ni siquiera las personas que la querían se habían arriesgado a comer lo que ella preparaba. Ahora que era la prisionera de un hombre al que no le importaba si vivía o moría, sólo si podía sacarle dinero, se veía obligada a cocinar.

—¿Puedes ir a buscar un pavo?

—¿Qué demonios quieres hacer con un pavo?

—Cocinarlo. Llevo mucho tiempo deseando que alguien cace uno.

—No hay pavos en Wyoming.

—Tampoco había vacas hace unos pocos años. Es posible que ahora haya.

—¿Estás loca? —exclamó Joe—. Nunca he oído a nadie insistir tanto en que le traigan un pavo.

—A Monty le gustan los pavos. Quiero aprender a prepararlos para él.

—Perfecto. Dile que me entregue el oro, y tú podrás cocinar todos los pavos que quieras.

—No he hecho más que decirte que ese oro no existe.

—Ya veremos. Ahora será mejor que duermas un poco.

Joe dio muestras de querer irse a dormir en aquel mismo instante.

—¿No vas a ir a ver si Monty está cerca?

—No vendrá esta noche aunque tenga el oro. Hablará con Carlos primero para cerciorarse de que te encuentras en nuestro poder.

—Carlos no te ayudará. Le dirá a Monty dónde estás.

A Iris no le pareció nada reconfortante la risa de Joe.

—Carlos y yo planeamos esto juntos. No creerás que se dejó engañar por esa representación del hermano perdido, ¿verdad?

—No te creo. Ayudará a Monty.

—No podría hacerlo aunque quisiera. No conoce este lugar.

Iris creía realmente que Carlos no sabía nada respecto a aquella cabaña. Joe era la clase de persona que no confiaría en sus amigos. Pero no podía creer que Carlos ayudara a Joe a secuestrarla. Ni siquiera por cien mil dólares en oro.

Sin embargo, ¿qué sabía ella respecto a Carlos? Monty le había dicho que tuviera cuidado, que lo conociera antes de confiar en él, pero ella no lo había escuchado. Le había alegrado tanto encontrarse con Carlos de nuevo, había estado tan dispuesta a creer que él quería restablecer su relación tanto como ella, que se había confiado a él. Pero no podía estar segura de que la ayudaría a ella, y no a Joe. Dejando de lado el asunto de los diez mil dólares en oro, Carlos y Joe habían sido amigos durante mucho tiempo. Probablemente habían tenido que enfrentarse juntos a muchas situaciones de vida o muerte. ¿No le debía más lealtad a Joe que a ella?

A lo mejor, pero aunque la mitad de cien mil dólares era mucho más de lo que ella podía ofrecerle, no creía que Carlos la traicionara. Estaba segura de que él quería sentar cabeza, hacer algo con su vida. Recordaba todas las noches que se habían quedado conversando después de la cena, los ratos que habían pasado planeando lo que harían con el rancho, las cosas que querían hacer cuando éste finalmente empezara a ser rentable.

No, era posible que a Carlos le hubiera tentado la idea al principio, pero estaba segura de que Joe estaba obrando por cuenta propia. Carlos ayudaría a Monty.

Los ronquidos de Joe rompieron el hilo de sus pensamientos. Estaba dormido, pero sabía que se despertaría enseguida si ella intentaba escabullirse.

Estaba preocupada por Monty. No era la clase de persona que pensaba detenidamente los problemas, y mucho menos cuando estaba furioso. Él actuaba primero y luego se preocupaba por las consecuencias. Quizás Madison pudiese convencerlo de que no merecía la pena arruinar su futuro por matar a Joe Reardon. No, Madison no parecía un hombre indulgente. Fern tendría que intentar persuadir a Monty. Ninguna mujer que fuera esposa y madre valoraría la venganza más que la seguridad de su familia. Sólo esperaba que Monty la escuchara.

* * *

Carlos caminaba de un lado a otro de la pequeña cabaña. Después de proferir todas las imprecaciones que conocía por lo menos media docena de veces, se había concentrado en darle a Joe todos los apelativos que podía recordar. Finalmente, tras agotar todas las maldiciones de su vocabulario, consideró sus sentimientos.

No quería que Joe secuestrara a Iris. Le había tomado verdadero cariño. Le agradaba tener una hermana. Ella le agradaba.

Le había guardado rencor durante todos aquellos años en que Helena lo había mantenido alejado de su casa, pero sabía que esto no había sido culpa de Iris. Ella lo había acogido sin hacerle una sola pregunta acerca de dónde había estado o qué había hecho. Había tenido fe en él desde el principio, se había puesto de su parte en contra de Monty, y luego había compartido su herencia con él. No estaba obligada a hacer ninguna de estas cosas. Lo había hecho porque era su hermano, porque quería tener una familia a la que querer, porque era demasiado decente para heredar el dinero de un hombre que no era su padre mientras su verdadero hijo se encontraba en la miseria. Se preguntó si él habría sido igual de generoso.

Carlos se sintió como un canalla por haber considerado siquiera el plan de Joe, pero en ese instante tomó la decisión de hacer algo al respecto. Sólo que no sabía dónde había llevado Joe a Iris. Y durante un buen rato no se le ocurrió por dónde empezar a buscar. Luego recordó que Joe había mencionado haber visto una cabaña abandonada cuando regresaba de vender la caballada. Carlos no sabía dónde estaba la cabaña, pero conocía el camino que Joe había tomado. Si él había llevado a Iris a ese lugar, no le cabía ninguna duda de que encontraría sus rastros.

Carlos ensilló su caballo deprisa y fue a buscarlos. Quería encontrar a Joe antes de que lo hiciera Monty. En realidad ya no confiaba en él, pero al menos merecía tener la oportunidad de cambiar de opinión antes que uno de los Randolph lo matara.

* * *

—Deberías ir a dormir —aconsejó Madison a Monty—. Necesitarás estar descansado mañana.

—Estaré bien. Permanecer despierto toda la noche no es nada comparado con las jornadas de veinte horas que tengo que pasar sobre un caballo.

—Ella no corre ningún riesgo —le aseguró Fern a su cuñado—. Joe no gana nada haciéndole daño.

—Si no supiera eso, ya habría salido a buscarla con todos los hombres de este lugar. —Monty se levantó de la silla haciendo un gran esfuerzo—. Voy a dar un paseo.

—Iris no querría que fueras a buscar a ese hombre ahora. Tampoco querría que fueras solo.

—¿Por qué?

—Porque podrías matarlo.

—¿Y qué?

—Arruinarías tu futuro, y también el de Iris. Ella preferiría darle ese dinero antes que permitir que eso ocurriera.

—¿Cómo lo sabes?

—Eso es lo que cualquier mujer haría. Ese secuestrador no es importante. Tampoco lo es la venganza. Ella sólo está pensando en ti, en el futuro de vosotros dos juntos. Está rogando que no hagas nada que lo haga peligrar.

Monty se quedó en silencio un momento.

—Supongo que tienes razón. Estás hablando exactamente como lo haría Rose. Pero no puedo quedarme aquí.

—¿Quieres un poco de compañía? —le preguntó Madison.

—No.

—¿Cinco minutos?

—De acuerdo.

—¿Crees que irá a buscarla? —preguntó Betty cuando los hermanos se marcharon.

—Por supuesto. De lo contrario no sería un Randolph —respondió Fern—. Sólo estaba tratando de dejarle saber lo que a Iris le gustaría que hiciera.

—¿Crees que te escuchó?

—Lo dudo. No sería un verdadero Randolph si lo hubiera hecho.

Monty y Madison caminaron en silencio durante tres minutos. Era una noche fría, y el cielo estaba completamente despejado. La luna y las estrellas bañaban el paisaje con una blancura lechosa que lo hacía parecer de otro mundo. El suelo pedregoso crujía bajo sus pasos, haciendo un fuerte ruido en la noche. Un caballo dio un resoplido, un búho pasó volando con un silencioso batir de alas.

—¿George sabe que has comprado ese rancho? —preguntó Madison.

—Sí. Le envié un telegrama cuando pedí dinero.

—No tenías que hacerlo.

—Sí, sí tenía que hacerlo.

—¿Por qué?

—Alguna vez, hablando con Salino, me quejaba de que no sabía por qué todo el mundo se preocupaba tanto por mi temperamento. Dije que Hen andaba por ahí disparándole a la gente y que nadie se preocupaba por eso.

—¿Qué dijo Salino?

—Dijo que sí se preocupaban, que se preocupaban mucho. Dijo que la diferencia era que a Hen no le importaba lo que la gente pensara de él, pero que a mí sí, que me importaba sobre todo George. Dijo que era la aprobación de George lo que estaba tratando de conseguir, así como también la mía propia.

—Parece que tienes un capataz muy listo.

—Sí, pero George nunca dará su aprobación incondicional a nadie. No puede. No es propio de él. Siempre habrá algo más que yo podría haber hecho, otra manera de hacerlo mejor, algo que dije o hice que no se ajusta a lo que él considera que es correcto.

—¿En que cambiará las cosas el hecho de tener tu propio rancho?

—No cambiará nada, al menos no para George. Nunca seré como él, y ya es hora de que deje de intentar serlo. Dirigiré este lugar, y haré todo lo que pueda por complacer a George y a todos vosotros, pero haré lo que me dé la gana en mi rancho. No digo que será mejor, pero será igualmente bueno. Ya lo verás.

—Estoy seguro de que así será, pero ésa no es la razón por la que has salido a caminar a medianoche con el frío que hace.

—No. He estado tratando de convencerme de ser sensato, de esperar hasta que amanezca. Esto es lo que George me aconsejaría. Pese a que no es lo que él mismo haría, es lo que me diría que debo hacer. Bueno, pues no voy a hacerlo, ¡maldita sea! Voy a ensillar a Pesadilla y a dirigirme hacia esas colinas. No sé lo que conseguiré saliendo esta misma noche, pero sé que no puedo esperar hasta mañana. Si algo le pasara a Iris mientras yo me encuentro acostado en una cama, nunca me lo perdonaría.

—No puedo decir que estés obrando mal. Recuerdo la vez en que me metí en el ojo de un tornado por seguir a Fern. Mirándolo ahora, parece una locura, pero en aquel entonces pensé que era lo único que podía hacer. Sin embargo, como no estoy acostumbrado a cabalgar ni en ésta ni en ninguna otra cadena de colinas de noche, esperaré a que salga el sol. Te veré en la casa por la mañana.

Madison miró a su hermano ensillar su caballo y alejarse al galope. Se sentía algo culpable por no ir con él, pero no había decidido quedarse en el rancho simplemente para cuidar de Fern o porque había estado llevando una vida demasiado fácil durante mucho tiempo. Estaba convencido de que Monty no encontraría a Iris de noche. Serían las pesquisas del día siguiente las que revelarían la información necesaria. Puesto que Monty se había marchado, Madison tendría que encargarse de organizar la expedición de búsqueda.

Esto le molestaba. Odiaba este tipo de cosas, pero no podía culpar a Monty. Si se tratase de Fern, habría salido a buscarla aunque hubiera tenido que hacerlo a pie.

* * *

Iris se despertó con la sensación de que algo andaba mal. Casi de inmediato recordó que Joe Reardon la había secuestrado y la había llevado a una cabaña que se encontraba en las estribaciones de las colinas, pero ésta no era la causa de su desasosiego.

Algo más sucedía, pero no podía entender de qué se trataba.

Los ronquidos habían cesado. Se quedó escuchando un momento, pero no oía nada, ni siquiera el sonido de una respiración pausada. ¡Joe se había marchado! Había ido a ver si Monty había llevado el oro a Carlos. Era una tonta al haberle creído y haberse quedado dormida. No sabía qué la había despertado, pero estaba agradecida.

Iris buscó a tientas sus botas. Había dormido con la ropa puesta. Para su sorpresa, Joe había dejado la puerta abierta. Sabía que ésta no tenía cerradura, pero habría creído que él apoyaría un tronco contra ella para cerciorarse de que no pudiera escapar.

¡Su caballo! Se había llevado su caballo pensando que eso le impediría marcharse. Pero Joe Reardon se equivocaba.

La idea de tener que deambular por esas colinas de noche, incluso a caballo, la atemorizaba terriblemente. Marcharse a pie era una locura, pero no pensaba quedarse en aquel lugar. No le cabía ninguna duda de que Monty iría a buscarla en cualquier momento. Debía encontrarlo antes de que él se encontrara con Joe. Debía impedir que hubiera una pelea. No le importaba que Joe huyera. Lo único que le importaba era que Monty no corriera ningún peligro.

* * *

Monty dejó descansar su caballo en el jardín de la cabaña de Iris. Ahora que ya estaba allí, ¿qué pensaba hacer? Carlos no se encontraba en casa, y no había nadie en la barraca que pudiera decirle adónde había ido. Echó un vistazo al suelo de la salida del corral. Una ligera escarcha había empezado a formarse en la tierra. Cuando la luz de la luna cayó sobre los cristales de hielo desde el ángulo adecuado, pudo ver las tenues huellas dejadas por unos cascos. Un caballo. Tenía que ser Carlos. Nadie más habría salido tan tarde en la noche.

Monty siguió las huellas. Éstas eran más claras en los lugares en los que los cascos del caballo habían hecho que la escarcha se desprendiera de la hierba. Monty no sabía si Carlos había salido a ayudar a Joe o a Iris, o si simplemente se había involucrado en todo aquello por su propio bien. Ni siquiera sabía si Carlos tenía alguna idea de dónde estaba Iris. Pero aquella era la mejor oportunidad que tenía de encontrarla y no pensaba dejarla pasar.

Decidiría qué hacer respecto a Carlos cuando lo encontrara.

* * *

Iris nunca había sentido tanto frío en su vida. Recordaba la nieve en San Louis, pero no sentir aquel frío que le calaba hasta los huesos. Los dientes le castañeteaban sin control. Se había puesto un abrigo para ir al Círculo Siete, pero aquel día había hecho sol. El abrigo no era lo bastante grueso para las noches de finales de otoño en Wyoming.

Empezó a caminar más deprisa, esperando que esto le impidiera sentir tanto frío. Seguía un camino apenas visible que se encontraba al pie de las estribaciones de las montañas de Laramie. No sabía a dónde conducía, pero estaba segura de que la llevaría a algún rancho. Además, era más probable que Monty siguiera un camino a que intentara cruzar las inexploradas colinas. Wyoming no era en absoluto tan llano como Kansas o Nebraska, pero sus amplios espacios abiertos parecían tan ilimitados como los de Texas.

Un espeluznante bramido hizo que Iris se parara en seco. Más adelante, no muy lejos de ella, vio a un oso pardo sobre su presa. Su pelaje estaba manchado de sangre y enseñaba sus relucientes colmillos al gruñir. No parecía contento en lo más mínimo de que Iris hubiera interrumpido su comida.

Mirando desesperadamente a su alrededor, Iris vio un pequeño pino Contorta a menos de cinco metros de distancia. Sus ramas llegaban al suelo. Corrió al árbol, se lanzó entre sus ramas y empezó a treparlo tan rápido como pudo. Había subido cerca de tres metros cuando oyó el gruñido justo debajo de ella. El oso se había parado en dos patas apoyándose contra el árbol y seguía enseñando los colmillos al lanzar su fiero bramido.

El pino Contorta había crecido bajo las ramas de un altísimo pino Oregón. Tiempo después Iris nunca logró explicar cómo hizo para pasar de un árbol a otro, pero cuando vio que el oso empezó a trepar el pequeño pino, supo que ésa era la única manera de escapar. Subiéndose a una gruesa rama, Iris se arrastró por ésta hasta llegar al tronco del Oregón. Rápidamente subió tan alto como pudo.

El oso aparentemente decidió que tenía demasiada hambre para seguir a Iris en aquel momento. Se bajó del árbol y regresó al lugar donde se encontraba su presa. Pero de vez en cuando dejaba de comer, miraba a Iris y gruñía, como advirtiéndole que no se atreviera a bajar.

No había necesidad de que se molestara tanto. Iris no tenía ninguna intención de abandonar su privilegiada posición.

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