Iris

Iris


Capítulo 14

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14

El sol de mediodía se abatía en la pradera con despiadada violencia. Una cuadrilla reducida mantenía el hato pastando hacia el norte, mientras todos los demás hombres se encontraban reunidos en el centro de aquella extensión de terreno cubierta de pasto. Una brisa perezosa apenas mecía una hierba que se volvía cada vez más quebradiza y menos suculenta con cada día caliente y seco que pasaba. Cuando el último hombre finalmente llegó, Monty dijo a Hen:

—Dinos qué viste.

Monty parecía una persona diferente cuando asumía el papel de jefe, y a Iris no le gustaba ese cambio. Escuchaba sin hacer ningún comentario, sin mostrar ninguna emoción, sin lanzar una sola mirada en dirección a ella. Parecía completamente absorto en el problema. Ella no quería que su ganado muriera de sed en medio de aquel territorio indio, pero tampoco le gustaba que la ignoraran del todo.

—¿Hay al menos un riachuelo que tenga suficiente agua para todo el hato? —preguntó Monty a Hen.

—No.

—¿Las vacas pueden sobrevivir sin agua? —preguntó Iris.

—No podrán sobrevivir ciento sesenta kilómetros —le respondió Frank.

—¿Los riachuelos tienen suficiente agua para la mitad de nuestro hato? —preguntó Monty.

—Tal vez.

—¿La corriente es lo bastante fuerte para que vuelvan a llenarse en veinticuatro horas?

—Posiblemente.

—¿A quién le importan los hatos que están detrás de nosotros? —preguntó Frank.

Monty hizo como que no lo había oído.

—Dividiremos el hato y mantendremos las dos partes al menos a un día de distancia. Incluso a dos si es necesario.

Hen lanzó una maldición que hizo que Iris se sonrojara, luego se marchó sin decir palabra.

—¿De qué servirá eso? —preguntó Reardon.

—Eso dará a los riachuelos el tiempo suficiente para volver a llenarse antes que pase la segunda mitad del hato —dijo Iris, complacida de entender algo acerca de todo aquello antes que ninguno de los hombres.

—Con un poco de suerte —añadió Monty—. Frank y yo nos haremos cargo del primer hato. Salino y Carlos llevarán el segundo. Hen cabalgará delante todos los días para buscar los sitios en los que haya más agua.

—Eso nos dará tiempo para discutir nuestros planes para el rancho —dijo Carlos, a todas luces deseando tener la oportunidad de estar con Iris sin que Monty los estuviera vigilando.

—Iris y Reardon vendrán conmigo —señaló Monty a Carlos.

—¿Por qué? —preguntó Carlos. Sus ojos brillaban de rabia.

—Porque mi deber es cuidar de Iris, y porque no confío en Reardon.

—Yo sí confío en Joe, y… —empezó a decir Carlos.

—De cualquier forma, vendrán conmigo —dijo Monty, y luego fue a buscar a su hermano.

—¡No lo hagas! —suplicó Iris de manera apremiante cuando Carlos quiso seguir a Monty—. Te está permitiendo que compartas la responsabilidad de encargarte de un hato. Lo harás mejor si no tienes que preocuparte de mí y si Reardon no está cerca para distraerte.

—Pero…

—Si quieres aprender todo lo necesario acerca de las vacas, ésta es la mejor oportunidad que tienes de hacerlo. No encontrarás mejores maestros que Monty y Salino. —Iris vaciló, pero luego decidió decírselo—. Tengo intención de pedirte que seas mi capataz cuando lleguemos a Wyoming.

—¿Yo? ¿Cuándo lo has decidido? ¿Por qué?

—Lo he estado pensando. Puesto que somos hermanos, me pareció que era lo más lógico. ¿Te gustaría?

Una tardía sonrisa iluminó los rasgos de Carlos.

—Por supuesto que me gustaría.

—Muy bien. Entonces haz todo lo que Monty te ordene. Sé que te saca de quicio, pero cuento con que él nos enseñe a los dos a hacer bien nuestros trabajos.

Iris se quedó mirando a Carlos mientras éste se marchaba. Esperaba haber logrado calmarlo, pero no tuvo tiempo de ver cómo eran recibidas sus palabras. Un creciente alboroto atrajo su atención hacia Hen y Monty. Se encontraban demasiado lejos para entender lo que decían, pero estaban gritando.

No le cabía la menor duda de que estaban discutiendo por su culpa.

—Debemos separar los hatos y dejar que ellos se ocupen de sus condenadas vacas —estaba diciendo Hen, furioso con su hermano—. Hemos funcionado muy bien solos.

—No podemos dejar a Iris con esos hombres.

—Tú no puedes dejar a Iris. Yo podría hacerlo en un abrir y cerrar de ojos.

—Eres un farsante, Hen —dijo Monty, furibundo—. Eres tú quien siempre actúa como un condenado santurrón cuando hay una mujer cerca, cuidas tus modales, haces bonitos cumplidos, te portas como si fueras una mosquita muerta. Soy yo quien, según tú, soy maleducado y desconsiderado.

—Esa es la manera como trato a las damas. Pero estamos hablando de Iris.

Monty de inmediato montó en cólera. Su hermano gemelo y él habían disentido en muchas cosas a lo largo de sus vidas, pero Monty no podía recordar cuando había estado tan cerca de querer estrangularlo. Agarró a Hen de la pechera y lo sacudió con fuerza.

—Sé que no te agrada Iris, pero nunca vuelvas a hablar así de ella.

—Diré lo que me dé la gana —le gritó Hen, sin inmutarse siquiera con la amenaza de su hermano.

—No podrás hacerlo si yo te rompo la crisma primero.

—Muy propio de ti. No haces más que amenazar a la gente con darle una paliza.

—Y tú siempre la amenazas con matarla.

—Yo no amenazo —dijo Hen—. Lo hago.

—Supongo que eso significa que no soy tan sanguinario como tú —dijo Monty, soltando a su hermano y apartándolo de un empujón—, pero soy igual de terco. Iris vendrá con nosotros hasta que pueda convencerla de coger un tren que la lleve a Wyoming.

—Será mejor que lo hagas pronto —dijo Hen, arreglándose la camisa—. Ya ha causado demasiados problemas.

Monty quiso negar esta acusación, pero se dio cuenta de que aunque Iris no era la responsable de todos sus problemas, cada uno de ellos había empezado con ella.

—Ocúpate de encontrar suficiente agua —dijo Monty—. Yo cuidaré de Iris.

—Pues será mejor que esta vez la vigiles mucho mejor de lo que lo has hecho hasta ahora —tras decir esto, Hen se marchó gritando a Zac que le trajera un caballo del corral.

—¿Hay más problemas? —preguntó Iris, acercándose a Monty.

—No. Hen sólo estaba desahogándose —alzó la vista para mirar el cielo despejado—. Reza para que llueva, para que caiga al menos un buen aguacero.

El siguiente día amaneció caluroso y tranquilo. Las ondulantes colinas, cubiertas de una gruesa hierba que no se movía en lo más mínimo, se perdían en la distancia. El sol empezaba a salir en el cielo completamente despejado para esparcir su calor en una tierra que no ofrecía resistencia alguna. Los pájaros agitaban sus alas con fuerza para buscar el desayuno antes de que el calor del día se volviera sofocante. Iris oía a los ratones correteando por la quebradiza hierba, pues ellos también se apresuraban a buscar comida antes de que los halcones, que volaban por el cielo, pudieran descubrirlos y convertirlos en su desayuno. En una loma lejana, un berrendo solitario observaba el hato alejarse del lugar en el que había pasado la noche y dirigirse pastando hacia el norte. Un grupo de vacas se agrupó mugiendo en torno a los carromatos de los terneros, cuando los vaqueros guardaron en ellos a sus pequeñas crías para emprender el viaje. Aquel día era más crucial que nunca que viajaran en los carromatos. Monty tenía la intención de cubrir tanta distancia como fuera posible.

—El recorrido de hoy será fácil —dijo Monty cuando detuvo su caballo junto a Iris—. Pero en dos o tres días la cosa empezará a ponerse dura.

—Crees que lograremos llegar sin ningún percance —preguntó Iris. Confiaba en Monty, pero la posibilidad de perder casi todo lo que tenía la asustaba terriblemente.

—Lo lograremos —le aseguró Monty antes de alejarse al galope.

Iris no podía recordar haber sentido nunca tanto calor en aquella época del año. Al mediodía, el sol se cernía sobre ellos como si estuvieran en Texas en pleno mes de agosto. No servía de nada decirse a sí misma que había hecho calor durante las últimas semanas, que sólo lo notaba ahora porque le preocupaba la falta de agua. El mero hecho de pensar en eso la hacía sentir sed.

El día transcurrió sin mayores complicaciones. El ganado se encontraba en muy buena forma y no le importó seguir avanzando una vez que oscureció. Pastaron durante más de una hora antes de que los vaqueros los llevaran a acostarse.

—Recorrimos cerca de cuarenta kilómetros hoy —anunció Monty a su cuadrilla—. Quiero que durmáis todo lo posible. No os quedéis despiertos contando historias o jugando a los naipes. Tampoco perdáis el tiempo escribiendo cartas. Es probable que en un par de días no podáis dormir ni un segundo.

La advertencia de Monty sólo sirvió para que Iris permaneciera despierta mucho después de que todo el mundo se hubiera quedado dormido. Durante semanas no había podido descansar pensando en la manera de doblegar a Monty, y preocupada por la posibilidad de que él la abandonara. En aquel momento le inquietaba que ni siquiera su ayuda fuese suficiente.

* * *

El ganado estaba perezoso e irritable. Su incesante mugir y el polvo que levantaba hizo que a Iris le diera un terrible dolor de cabeza. Animales sedientos continuamente trataban de separarse del hato y era necesario obligarlos a regresar. Iris ya había usado seis ponis. Algunos hombres habían usado todos los caballos de los que disponían.

—Está haciendo que se esfuercen demasiado —le dijo Frank a Iris al tercer día—. La mitad de esos animales tendrá las patas tan doloridas que no podrá llegar al río Canadian.

—Monty espera encontrar suficiente agua en el río Washita. Dice que pueden llegar allí.

—La última vez que pasé por ese lugar había arenas movedizas.

—No hay necesidad de preocuparse por eso esta vez —dijo Monty, acercándose por detrás—. No hay suficiente agua.

—Tal vez deberías esperar que la haya —dijo Frank en un tono de voz desafiante.

—Lo que yo espere no cambiará las cosas —le contestó Monty—. Voy a ir a ver cómo se encuentra el otro hato —agregó, volviéndose hacia Iris—. Si Hen llega antes de que yo regrese, dile que me espere.

—No confío en él —dijo Frank cuando Monty se marchó—. No creo que sepa lo que está haciendo.

Iris estaba harta de la constante letanía de quejas que Frank lanzaba contra Monty. Sabía que era producto de los celos, pero cada vez le resultaba difícil escucharlo y seguir confiando en él. Casi podía ver cómo el sufrimiento del ganado empeoraba a medida que pasaban las horas. Suponía que Monty estaba haciendo todo lo posible, pero se preguntaba si eso sería suficiente.

—Yo también estoy preocupada —le dijo a Frank—. Estoy arriesgando todo lo que tengo. ¿Qué harías tú?

Frank pareció intimidarse ante aquel desafío tan directo.

—Buscaría otra ruta —farfulló Frank, a quien la pregunta había cogido desprevenido.

—Hasta que no hayas encontrado esa otra ruta y no estés seguro de que hay otra manera de lograr que este hato llegue vivo a su destino, quiero que hagas todo lo que Monty ordene. ¡Todo! —le repitió Iris—. ¿Te queda claro?

—Muy claro —dijo Frank, sorprendido de la reciedumbre de su orden—. Pero a lo mejor no ha pensado usted en algo. La mayor parte de su ganado se encuentra en el segundo hato. Si hay agua en los riachuelos, el primer hato se la beberá. Es decir, las vacas de Monty. Piense en eso un momento.

Iris se volvió hacia el ganado. Recorrió con la mirada todas las vacas que pudo, y vio siempre la misma marca: el Círculo Siete, la marca de los Randolph. ¿Dónde estaban sus vacas? ¿Por qué no se encontraban en el primer hato? Sabía que debía haber una explicación para ello. Monty no habría dividido el hato de aquella manera. Se lo preguntaría esa misma noche.

Los pocos hombres que tuvieron la suficiente suerte de no estar de turno aquella noche holgazaneaban en torno a la fogata inventando historias, jugando a las cartas y fumando. Todos se encontraban terriblemente desaliñados. Debido a la escasez de agua, no se habían afeitado ni lavado desde hacía mucho tiempo. El polvo y la suciedad se adherían a sus ropas y a los pliegues de su piel. El pelo, que no se cortarían en los dos meses siguientes, ya les llegaba al cuello. Por otra parte, tampoco olían muy bien.

Hen no fue al campamento aquella noche, y Monty tampoco había vuelto.

—Me pregunto por qué no habrá regresado Monty —dijo uno de los vaqueros.

—Probablemente quería comer en su carromato de provisiones —apuntó uno de los chicos, a quien obviamente no le había gustado la cena—. He oído decir que su hermano es un estupendo cocinero.

—La comida no puede ser el motivo de que no haya regresado —dijo el cocinero—. Ese hombre comería piel de búfalo seca si tuviera que hacerlo.

—Estoy de acuerdo en que habrá tenido sus razones para no venir, pero ¿cuáles serán? —preguntó el primer hombre—. Ha estado junto a la señorita Richmond todo el tiempo, como si ella fuera un zapato y él los cordones.

—Probablemente es a causa de las condiciones en que encontró el otro hato —sugirió el cocinero.

—No. Confía en ese tal Salino como si fuera su mano derecha.

—Pues yo no confío en él —dijo el segundo hombre—. No me agrada.

—Sólo estás enfadado porque despidió a Clem.

—No tenía ningún derecho.

—A lo mejor, pero el caso es que lo hizo.

—Chicos, será mejor que vayáis a buscar vuestros caballos. Aún no se ha tumbado ni un solo animal.

El hato siguió dando vueltas una hora más antes de que algunas vacas intentaran acostarse. No obstante, los mismos hombres que continuamente se quejaban de que tenían sed, las mantenían despiertas.

—No tardaremos en perder el control de los animales —predijo Frank—. Sabía que esto pasaría.

Nadie respondió a Frank. Iris tuvo que hacer acopio de toda su fe para seguir creyendo que Monty llevaría el hato a un lugar donde hubiera agua antes de que muriera de sed. Se requirió de mucha energía para mantener la vacada en el sitio en que pasaría la noche. Desesperadas por encontrar agua, las vacas intentaban constantemente regresar al último lugar en el que recordaban haber tenido el precioso líquido.

—A partir de mañana, tendremos que obligarlas a que sigan dirigiéndose hacia el norte, aunque tengamos que enlazarlas —había dicho Monty antes de marcharse aquella mañana—. Nunca regresarían vivas a río Rojo.

Cuando Iris finalmente se acostó, más cansada de lo que había estado en toda su vida, no logró dormir. El ruido proveniente del hato le recordaba continuamente que no había agua y que Monty no había regresado.

Sabía que él no la había abandonado. Aquel era su hato. Era posible que la dejara a ella, pero nunca a sus vacas.

* * *

—Ya es hora de levantarse. Quiero emprender camino antes del amanecer.

Iris luchó contra el sueño que le embotaba el cerebro, y contra el agotamiento que hacía que le pesaran las extremidades. Monty había regresado.

—El otro hato está en peores condiciones que éste —explicó Monty mientras Iris se ponía las botas. Había dormido con la ropa puesta. No había agua suficiente para que se lavara la cara.

—Los riachuelos no están recuperando el agua.

—Los animales están desesperados de sed —dijo Iris.

—Entonces te imaginarás como se encuentran los otros. Tenemos que conseguir que esta manada llegue a su destino y regresar antes de que perdamos la otra.

La manada de Iris.

—¿Y el río Washita?

—Hen dice que apenas hay suficiente agua para hacer que esta vacada siga avanzando. A la segunda no le quedará nada.

El día estaba más caluroso que nunca. Aunque sólo había un hilillo de agua en el Washita, era casi imposible obligar al ganado a salir del río y seguir andando por la caliente y polvorienta llanura. Monty conducía el ganado y la cuadrilla sin clemencia alguna. Llegaron al río Canadian una hora después del anochecer. El río tenía poca agua, pero había suficiente para el segundo hato si lograba llegar allí.

—Cruzad el río mañana y mantened el ganado allí hasta que yo llegue con el segundo hato —dijo Monty a Frank. Luego le gritó a un vaquero que le trajera un caballo nuevo.

—¿A dónde vas? —le preguntó Iris.

—Al lugar donde se encuentra el otro hato —dijo Monty—. Me llevo la mitad de tu cuadrilla.

—¡Diantre, no! —objetó Frank.

—¿Necesitas más de seis hombres para retener un hato que no se marcharía de este río ni aunque hubiera un fuego en la pradera dirigiéndose hacia aquí? —le preguntó Monty.

—Por supuesto que no —reconoció Frank, bajando la guardia.

—Llévate a todos los hombres que necesites —le dijo Iris—. La mayoría de mis vacas están en ese hato. Yo iré contigo.

Monty abrió la boca para oponerse, pero cambió de opinión.

—Prepárate para salir en cinco minutos.

Al principio Iris no pudo entender cómo había hecho Monty para elegir a los hombres que irían con él. Sólo cuando todos estaban sobre sus monturas comprendió que había escogido a aquellos en los que no confiaba. Si Frank quería robarle el ganado, no habría nadie para ayudarlo.

Iris se preguntó por qué había dudado de Monty. Todo habría sido mucho más fácil si él se hubiera tomado la molestia de explicarle las cosas, pero lo importante era que siempre salía a defenderla. Era una tonta al permitir que sus temores, o las constantes quejas de Carlos y Frank, la hicieran desconfiar de él. Monty era la única persona que nunca le había fallado.

Pero tenía que preguntarle. Tenía que saber.

—¿Por qué hay tantas vacas mías en el segundo hato?

—¿Crees que las dejé ahí a propósito?

—Sé que no lo hiciste. Sólo me lo preguntaba.

No quiso decirle que Frank había sembrado la desconfianza en ella. Le avergonzaba reconocerlo.

—En un viaje como éste, las vacas se acostumbran a tener ciertos compañeros —le explicó Monty—. Después de un tiempo encuentran un orden que siguen a lo largo de todo el camino. El novillo que estaba a la cabeza de mi hato fue directamente a la parte delantera, de modo que mis vacas se pusieron en fila detrás de él. Las tuyas quedaron detrás.

Una vez más se había probado que sus temores eran infundados.

Pero no todos sus miedos desaparecieron. El hecho de enfrentarse a la posibilidad real de perder el hato le hizo comprender el significado de encontrarse desamparada. Antes entendía la palabra. Ahora entendía su significado, y éste la aterrorizaba. Sólo el hato se interponía entre ella y el desamparo total, y el hato, hiciera lo que hiciera, era muy vulnerable. No había ninguna garantía, ninguna red de seguridad ni para éste ni para ella.

Iris estuvo a punto de ser corneada por una vaca furiosa. Habría jurado que se trataba de la misma bestia que había intentado matarla la vez anterior.

No se detuvieron ni un segundo a la hora de las comidas. Los hombres comían sobre sus monturas o no lo hacían en absoluto. Los vaqueros usaron tantos caballos que Iris se preguntó si habría suficientes en la caballada.

Una inesperada tormenta de lluvia dejó bastante agua en el riachuelo al que llegaron un par de horas más tarde, después del anochecer, para impedir que el ganado se rebelara. Pero aquella noche las vacas se negaron por completo a acostarse. Permanecieron de pie todo el tiempo, inquietas, berreando, pregonando su sufrimiento.

Los hombres no se aperaron de sus caballos ni un instante.

—Ve a dormir un poco —le ordenó Monty a Iris justo después de la medianoche—. Mañana será aún peor.

—No puedo irme a acostar mientras todos los demás se quedan trabajando.

—Ellos están acostumbrados. No serás muy útil mañana si yo tengo que pasar la mitad del día mirando por encima de mi hombro para cerciorarme de que no te hayas desmayado.

—¿Por qué no tomas una taza de café conmigo? —le preguntó Salino cuando Monty se alejó.

—Hace demasiado calor para tomar café —dijo Iris bruscamente—. Además, no necesito que tú también me cuides.

—Alguien tiene que hacerlo. No servirá de mucho que Monty y tú os peleéis todo el tiempo.

Iris podía ver por qué todo el mundo quería tanto a Salino. Decía la verdad pura y simple de tal manera que no era posible negarla, pero tampoco era posible enfadarse con él por manifestarla.

—A veces me pone tan furiosa que podría bufar —dijo Iris echando humo mientras hacía que su caballo girara hacia la fogata.

—Él perturba a muchas personas de la misma manera, hasta que comprenden que ésa es su forma de ser.

—¿Qué? Ser grosero, cruel, desconsiderado, arrogante…

—Hace nueve años que trabajo con él —dijo Salino—. No puedes decirme nada acerca de ese hombre que yo no sepa.

—Entonces tal vez tú puedas decirme si tiene sentimientos.

—Muchos.

—No estoy hablando de las vacas —dijo Iris con enfado—. Me refiero a algo que un ser humano pueda reconocer.

Salino se rió a carcajadas. Parecía estar divirtiéndose tanto que Iris no pudo evitar sonreír también.

—Parece que estuviera oyendo hablar a Rose cuando llegó al rancho. Ahora ya lo conoce mejor.

—Bueno, pues yo no pienso casarme con uno de sus hermanos y esperar nueve años para descubrir si hay algo que me gusta de él.

Tan pronto como llegue a Wyoming, no pienso verlo nunca más.

—Creía que estabas enamorada de él.

—¿Qué te hizo pensar semejante cosa? —preguntó Iris, mirándolo sorprendida.

—Los chicos han estado haciendo apuestas —dijo Salino—. Piensan que tú podrías ser la mujer que logre atraparlo.

—¡Atraparlo! —chilló Iris—. Si yo lo atrapara, lo devolvería de inmediato.

—Es una verdadera pena. No me cabe duda de que él si está enamorado de ti.

—¡Enamorado de mí! —Iris se dio cuenta de que empezaba a sonar como un eco, pero las cosas que Salino le estaba diciendo hacían que su cabeza diera vueltas—. En mi vida me ha tratado nadie de una manera tan grosera.

—Pero insistes en estar con él, así que supongo que eso no te molesta demasiado. Sé que a Monty no le molesta que estés a su lado. Además, él no se está comportando como suele hacerlo. Nunca lo había visto tan nervioso ni tan malhumorado. Ésa es una señal inequívoca.

Esta vez Iris había quedado demasiado aturdida para repetir las palabras de Salino. Simplemente se quedó mirándolo mientras la cabeza seguía dándole vueltas.

Salino la ayudó a desmontar cuando llegaron al campamento, y luego le dio una taza de café. Él sólo bebió dos tragos de su taza antes de arrojar el resto al suelo.

—Quédate aquí un momento —dijo mientras le pasaba la taza a Tyler—. Será mejor que vaya a ver a los chicos para asegurarme de que no se quedan dormidos sobre sus monturas.

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