Igor

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Capítulo veinticinco

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Capítulo veinticinco

Grayson condujo durante toda la noche sin parar más que para reponer combustible, hasta que por fin llegó a la casa en la playa, en Santa Mónica, sitio que pertenecía al equipo de luchadores. Ellos tenían unos caseros que cuidaban de la propiedad cuando no la utilizaban, así que, sin importarle la hora que era, ni si los despertaba, aporreó la puerta de éstos hasta que lo atendieron y les pidió la llave.

Abatido y sin entender del todo lo que estaba pasando, no hacía más que sentirse defraudado.

Arya Campbell era la mujer que lo había aplastado, y ahora también su hermana.

—¿Cómo he podido ser tan estúpido? ¿Cómo no la he reconocido?

Se tocó la cabeza, mientras hacía memoria, y se dio cuenta de que en verdad Emerson no se parecía en nada a la mocosuela que él había conocido quince años atrás. Ella era prácticamente una niña en ese entonces, y en la actualidad se había convertido en toda una mujer; una mujer que le había mentido desde el primer momento, cuando la encontró. Recordó ese día, y a su mente llegó la expresión de Emerson…, ella estaba asombrada y no le contestaba; él pensó que se debía al episodio con el cuñado, pero no…, en ese instante se acababa de dar cuenta de que lo estaba reconociendo.

—¡Maldita perra!

Había odiado con demasiada fuerza a Arya durante toda su vida, por haber matado sus ilusiones y a su hijo, y de pronto resultaba ser la hermana de la mujer de la que estaba perdidamente enamorado.

Se dejó caer en el sofá de la sala y cerró los ojos mientras se sostenía la cabeza. Todo parecía una jodida pesadilla de la que no se podía despertar.

De pronto empezó a reírse cuando se percató de que había estado preocupado por la salud del viejo Klein, que no era más que el viejo Campbell.

—¡Racista hijo de puta! —gritó, sabiendo que nadie podía oírlo porque estaba absolutamente solo, como había estado la mayor parte de su vida.

Se puso de pie y buscó algo para beber en la barra; odiaba el whisky, pero cogió la botella de Johnnie Walker que había allí. Dilucidó que seguramente Viggo la había dejado, ya que él era quien tomaba esa porquería, pero, como necesitaba algo fuerte para adormecer sus pensamientos, pensó que eso podría funcionar. Bebió directamente del morro hasta terminarla y, en algún momento de la noche, se durmió.

Cuando despertó al día siguiente, casi no podía abrir los ojos. La luz cegadora del día entraba por los ventanales que daban a la playa y no había manera de detenerla. Su cabeza estaba a punto de estallar. Se encontró con que la mitad de su cuerpo estaba en el suelo y, la otra mitad, en el sofá. Le costó varios intentos ubicarse, pero finalmente recordó dónde estaba. La víspera bebió hasta caer desmayado, pero, tras haber despertado, comprobó que la mierda que había pasado el día anterior no había desaparecido. Se puso de pie y, sosteniéndose de las paredes, se arrastró hasta el baño, donde llevó su resacoso culo. Allí se quitó la ropa que llevaba puesta y se metió bajo la ducha.

Cuando salió, decidió que tenía que dejar de parecer un despojo humano, y se prometió a sí mismo que no iba a permitir que nuevamente una Campbell lo destrozara.

Cogió su móvil y se puso a revisarlo. Tenía varias llamadas perdidas y mensajes de voz de la hipócrita, que no pensaba escuchar; también le había enviado algunos de texto, que borró sin leer. No pensaba, ni por casualidad, darle la oportunidad de que se explicara, pues lo que había oído en el despacho era más que suficiente para él.

Mientras se cambiaba, sintiéndose un gran idiota por haber huido tan lejos, decidió que debía regresar y continuar con su vida; no iba a permitir que ella le robara nada.

No obstante, no pudo dejar de recordar los últimos días que había pasado junto a Emerson… Sentía como si, cada momento que había compartido a su lado, fuera lo mejor que había vivido en toda su vida, pero rápidamente se dijo que sólo era la emoción de creer que estaba encontrando algo nuevo y verdadero. Se tocó el pecho y sintió el dolor de las mentiras. Respiró profundamente y puso su mejor cara de póquer, decidiendo que esa vez era definitivo, nunca más volvería a confiar en una mujer.

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