Igor

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Capítulo dos

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Capítulo dos

Había sido un día aterradoramente largo. A Emerson le dolían el cuello y los brazos, pero estaba más que satisfecha, ya que había logrado capturar muy buenas imágenes para el catálogo de ropa para el que la acababan de contratar.

Hacía nada que se había mudado a Menlo Park, en el corazón de Silicon Valley, para montar su propio estudio fotográfico. Antes de venir, pensaba que en cuanto se instalara allí le lloverían las ofertas laborales, pero, a decir verdad, nada era tan inmediato; la cosa no estaba funcionando tal como ella esperaba que lo hiciera y las cuentas por saldar eran muchas.

Se había trasladado allí siguiendo el consejo de su amiga Camile Braxton; ésta era una experta en proyecciones, y fue la que realizó el estudio de mercado en la zona.

Hasta hacía poco más de dos meses, Emerson había estado trabajando como

freelance para una agencia en Los Ángeles y, aunque le iba bien, no era para nada lo que había soñado para su carrera profesional; por eso, animada por su mejor amigo, Cristiano, empezó a fabular con una agencia propia.

Él era un brasileño al que conoció en la biblioteca de la Universidad de Illinois, en Chicago, donde ella se pasaba horas leyendo después de asistir a sus clases de fotografía. Allí, ambos se descubrieron compartiendo la misma pasión y nunca más se separaron. Por tanto, a través del impulso de Cristiano, Emerson se encontró invirtiendo los ahorros de toda su vida en la creación de Pixel Factory.

El personal con el que contaba, y que conformaba su equipo de trabajo, era perfecto, y se consideraba afortunada de disponer de profesionales de excelencia, tanto a nivel personal como laboral, que cubrían todas las áreas.

Ella era la fotógrafa principal y productora; Cristiano, su asistente de producción y fotografía, y ambos, conjuntamente, desempeñaban el cargo de directores de arte y se encargaban de gestionar todos los aspectos técnicos y organizativos de la producción, así como de presupuestar, planificar, coordinar y contratar al personal necesario para cada producto en particular, cuidando de que todo se adaptase perfectamente a la estética general acordada con el cliente.

Gabrielle, una hermosa morena de ojos negros que Emerson había conocido en un trabajo que se llevó a cabo en unos escenarios naturales de Estocolmo, y con quien construyó una hermosa amistad cuando regresaron a Norteamérica, era la encargada de desempeñarse con soltura como escenógrafa y ambientadora, y Emerson confiaba ciegamente en ella para esa tarea; también contaba con la ayuda de Xavier, su exnovio, que actuaba como técnico y se encargaba de toda la parte de iluminación; aunque no fuese algo común de ver, ambos mantenían una estrecha relación de amistad, a pesar de haber sido pareja un tiempo atrás, y él no dudó cuando le propuso sumarse a su proyecto. Entre el personal fijo de la agencia también contaba con la presencia de Jordan —la pareja de Cristiano desde hacía tres años—, en maquillaje, y la de Piper, en peluquería, una profesional de la hostia que conseguía resultados espectaculares con el cabello de cualquiera de las modelos. Por último, estaba el equipo de

making of, los encargados de la posproducción, y esa función estaba a cargo de su amiga de secundaria, Abby, junto con Blake, un profesional que había propuesto ella y que se había unido al equipo hacía poco.

El contrato que había conseguido con la marca de ropa HC era el único con el que contaban por el momento, pero tenían mucha confianza en que pronto llegarían otros más, pues esperaban que ésa fuera la puerta que les abriría la oportunidad de que más marcas eligieran sus servicios al ver su trabajo.

Cristiano y Jordan ya se habían marchado, al igual que el resto del personal. Ella estaba terminando de ordenar su equipo; habían sido una mañana y una tarde muy agitadas, pero, aunque el trabajo había resultado francamente arduo, Emerson estaba segura de que, a partir de esa labor, la suerte de Pixel Factory cambiaría y muy pronto más empresas los contratarían para llevar a cabo sus campañas publicitarias a nivel de imagen.

Estaba acabando de recoger algunas cosas en el

set y apagando las luces mientras se tomaba una Coca-Cola bien fría cuando su móvil comenzó a sonar. Miró la pantalla y descubrió que era su hermana.

No tenía ganas de hablar con ella; la verdad era que últimamente sólo la contactaba para quejarse de su marido, y Emerson no entendía por qué continuaba con él y seguía soportando sus infidelidades.

Finalmente, y ante la insistencia de ésta, cogió la llamada con resignación, pues su hermana podía ser muy obstinada y estaba convencida de que no dejaría de hacer sonar su teléfono hasta que ella contestara.

—Emers, ¡se acabó! ¡¡Esta vez se acabó para siempre!! —chilló su hermana tan pronto como descolgó. Estaba hecha un mar de lágrimas y no le decía nada más, sólo lloraba al otro lado de la línea.

—Cálmate, no solucionas nada llorando. ¿Qué es lo que te ha hecho ahora? —le preguntó con hastío.

—He salido de casa como todas las mañanas, con Owen, para dejarlo en el colegio de camino al trabajo y, cuando estaba llegando, me he dado cuenta de que nos habíamos olvidado su mochila.

El sobrino de Emerson era muy parecido a su padre y no le hacía nada fácil la vida a su hermana; el niño se pasaba todo el día enganchado a un móvil que le había comprado su papá, jugando y viendo vídeos en YouTube.

Interrumpiendo el relato, la hermana se arrancó otra vez a llorar, sin poder seguir con la explicación. La fotógrafa puso los ojos en blanco y aguardó paciente a que se tranquilizase y continuara.

—Emers, es un desgraciado, un malnacido.

«Vaya novedad», pensó, pero se mantuvo en silencio, resignada, esperando a que prosiguiera.

—Estaba en nuestra cama, follándose a la nueva vecina. Ya te dije que esa zorra iba a traernos problemas, lo supe en cuanto la vi. Fíjate: si en vez de bajar sola del coche hubiese entrado con Owen, el niño hubiese visto a su padre enterrando su polla en esa puta.

«Como si el niño no os oyera discutir», pensó Emerson, y continuó escuchando.

—Voy a dejarlo.

—¿Lo harás? ¿Qué quieres que te diga, hermana? Has dicho tantas veces eso que ya me cuesta creerlo.

—Por supuesto que lo haré. Se ha acabado para siempre; ésta no se la perdono.

Emerson se sentía fastidiada; su hermana parecía no tener orgullo, y la verdad era que no creía nada de lo que le estaba diciendo, ya que no era la primera vez que ella encontraba a su marido con otra mujer en la cama… En realidad, las otras veces no había sido en su propia cama, pero para el caso era lo mismo.

—El problema es que se niega a irse de casa, y yo no quiero ir a casa de mamá y papá con mis problemas.

—¿Entonces?

—No sé qué hacer. No quiero seguir viviendo bajo su mismo techo, pero no veo opción.

—Múdate a otro sitio que te quede cerca del trabajo y del colegio de Owen, no puedes seguir perdonándolo. ¿Con cuántas mujeres te ha engañado ya, que sepamos? No puedo creer que aún permanezcas ahí, junto a él —le manifestó, claramente encabronada—. A ver, hermanita, encima eres tú quien abona los gastos de la casa y paga su comida y sus vicios, además del techo que tiene sobre su cabeza… ¿Para qué te sirve ese inútil? Si ni siquiera su polla es exclusivamente tuya. Él no trabaja; vete de ahí, busca otra casa y que Dios lo ayude, ese hombre es una mierda.

—Pero es el padre de mi hijo y…

—No me vayas a decir que todavía lo amas; no quiero escuchar eso. ¿Sabes?, no quería llegar a decirte esto, pero no me dejas opción: no me llames más si no es para decirme que estás viviendo con mi sobrino en otro sitio, lejos de ese tipejo que es un vividor y que, además, no es ejemplo de nada para el niño.

—No seas desconsiderada con tu hermana, Emerson.

—No soy mala contigo, lo que pasa es que estoy cansada de que no tengas orgullo, de verte sometida a un hombre que no sirve para nada. Eres una mujer inteligente, tienes un buen empleo, eres gerente en uno de los más prestigiosos bancos de Chicago, y no entiendo que no tengas las suficientes luces como para darte cuenta de que a su lado estás perdiendo el tiempo, la vida se te está yendo.

Mereces ser feliz, así que haz algo para serlo.

—Eres muy dura conmigo. No lo estoy pasando bien, te he llamado porque… ¿a quién quieres que le explique lo que me pasa? No quiero irle con problemas a mamá, ella tiene ya bastante con la enfermedad de papi.

—Ponle un punto final a este tipo. Desde que te casaste con él que lo padeces, es hora de decir basta. Múdate de esa casa, déjalo, que se arregle, o que encuentre a otra estúpida que lo mantenga, pero deja de ser tú esa estúpida.

—No soy una estúpida.

Emers puso los ojos en blanco.

—Se trata de que no sé estar sola. Emerson, yo no soy como tú.

—Tú eres más fuerte que yo, ya que estoy segura de que yo no hubiera sido capaz de soportar todo lo que tú soportaste por tener una familia. Prométeme que te irás de ahí de una buena vez.

—Lo haré. —No sonó muy convencida; las palabras salieron de su boca, pero para complacer a Emerson y que no la siguiera regañando—. Mañana mismo buscaré apartamento. Si no te hubieras ido tan lejos… Te extraño.

—Yo también te echo de menos. Nos veremos para el cumpleaños de papá. Le prometí a mamá que me tomaría ese fin de semana, ya que justo cae en sábado este año, así que iré a Chicago.

—¿De verdad? Tengo ganas de verte.

—No hace tanto que no nos vemos, estuvimos juntas en Año Nuevo.

—Lo sé, pero nunca creí que mi hermana pequeña tendría el valor de volar del nido para ir tras sus sueños; a veces pareces más madura que yo. Primero te fuiste a Los Ángeles, y ahora a Menlo Park.

Incluso, por tu profesión, has recorrido casi todo el mundo. No entiendo por qué no consideraste poner tu agencia aquí en Chicago.

—Porque Camile estudió el mercado y éste es mejor lugar.

—Acabo de oír el sonido de la puerta de entrada, creo que él ha llegado. Me iré esta noche a un hotel, no me quedaré aquí ni un minuto más, te prometo que se ha acabado.

—Me parece perfecto. Llámame y mantenme al tanto, no te dejes convencer.

—No lo haré. Gracias por escucharme.

—Cuídate.

Emerson colgó la llamada y se tocó la frente. Realmente no podía creer que su hermana, otra vez, quizá estuviera barajando la idea de quedarse en la misma casa junto a ese inútil; por más que le había asegurado que se iría, no tenía tanta confianza en que de verdad lo hiciera.

Tras un arrebato de ira, gritó de forma amarga hasta que sintió que le dolía seriamente la garganta; lo más probable era que su voz, al día siguiente, sonara ronca como la de un camionero.

—No puedo creer que Arya sea tan estúpida, no entiendo que malgaste su vida al lado de una persona que nunca la ha amado. Lo cierto es que… ella nunca ha sabido elegir a sus parejas, siempre la han atraído tipos idiotas que se han encargado de romperle muy a menudo el corazón.

Continuó apagando las luces y luego se dirigió a su oficina, donde recogió su portátil para meterlo en su bolsa. Se puso la chaqueta y la cerró, y seguidamente envolvió su cuello con un fular, considerando que la temperatura fuera debía de ser bastante baja. Se colgó su bolso al hombro y, tras coger las llaves, se preparó para salir de allí. Agitó la cabeza en un intento de deshacerse de los acontecimientos por los cuales estaba pasando su hermana; necesitaba olvidarse de sus problemas, ya que con el correr de los años había aprendido a no involucrarse más de la cuenta, pues con ella nunca se sabía… y lo más probable era que terminara perdonando a Kevin nuevamente.

Salió del estudio y lo cerró con llave. De inmediato, comenzó a caminar hacia donde estaba aparcado su Austin Healey Sprite del 66, un clásico descapotable del fabricante de automóviles británico que había heredado de su abuelo, el cual adoraba y cuidaba como su mayor tesoro, al igual que lo había hecho él.

El estudio fotográfico estaba ubicado en la calle Alameda de las Pulgas, en Menlo Park; en la misma manzana había un gimnasio donde impartían yoga, y Emerson, al salir, se quedó mirando el lugar con curiosidad. El barrio era una zona comercial muy elegante, como toda la ciudad.

«Tal vez podría apuntarme para ir a clase después del trabajo. En Los Ángeles lo hacía, así que…

¿por qué no? Hallar el equilibrio tras un arduo día laboral es todo lo que necesito.»

Miró el resto de los comercios de por allí y, en silencio, se sintió agradecida de descubrir justo en la esquina un Starbucks; eso significaba que su desayuno y su dosis diaria de cafeína estaría claramente solucionada. En diagonal al estudio, entre otros tantos establecimientos, vio un restaurante mexicano, enfrente una hamburguesería, un restaurante italiano y… más allá, una pizzería. Ciertamente, la zona era bastante concurrida, pues había un movimiento fluido de gente durante todo el día, aunque no tanto como en el centro de la ciudad, que estaba muy cercano.

Empujó la puerta del estudio de yoga y entró. Se dio cuenta de inmediato de que el sitio era enorme; desde fuera no lo parecía tanto. Admiró el local; el espacio estaba ambientado siguiendo el estilo zen, así que al instante experimentó cierta calidez y paz en el ambiente que la invitó a querer quedarse allí.

La recepcionista estaba ocupada atendiendo a otra persona; por tanto, decidió esperar cómodamente en uno de los sillones que estaban dispuestos en la recepción. Cuando la joven se desocupó, se dirigió a ella.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Emerson se acercó y se apoyó en el mostrador.

—Estoy interesada en inscribirme a clases de yoga, así que quisiera saber los horarios para ver si puedo compaginarlos con los míos —le contestó.

La chica, al instante, cogió unos folletos y se los entregó mientras comenzaba a explicarle el funcionamiento.

—Abrimos los siete días de la semana, y tenemos horarios amplios. Puedes escoger tenerlos fijos o no; si optas por los fijos, puedes cancelar tus clases con una hora de antelación en caso de que te surja algún inconveniente. Aquí tienes todas las tarifas —le señaló con un lápiz el folleto—; además, tú eliges cómo deseas pagar, ya que puedes escoger entre diferentes cantidades, según hagas pagos anuales, mensuales, semanales o incluso por clases sueltas. También debes saber que, por un extra, también puedes acudir a clases de pilates y de meditación.

»Aquí contamos con los mejores profesores y siempre tratamos de adaptarnos a las necesidades de nuestros clientes. El centro ofrece, además, una amplia gama de tratamientos complementarios, como reeducación postural global (RPG), fisioterapia, liberación miofascial, masaje ayurvédico… así como los servicios de un nutricionista. En fin, nuestro programa es muy completo. Otra actividad que te ofrecemos son las clases de barre, que consisten en combinar el movimiento y la técnica del ballet con la precisión del pilates y el estiramiento del yoga. Tienes una primera clase gratuita, de lo que elijas, para que veas cómo es el ambiente y nuestra modalidad de trabajo. Sólo tienes que avisarnos para poder ubicarte en la que haya sitio. Contamos con un bar con comida sana, un salón biblioteca donde puedes pasar el tiempo que desees, además de una tienda dedicada al yoga y al bienestar del cuerpo en la que podrás adquirir varios de nuestros productos. Por otro lado, los vestuarios están equipados para que puedas darte una buena ducha después de tus prácticas. Una vez que te hagas socia, podrás descargarte nuestra app, para que cojas las clases que desees en los horarios que te resulten más convenientes, y eso, además, te dará acceso a todas nuestras instalaciones.

—Guau, desde fuera no parece que este sitio cuente con todo esto. La verdad es que ya quiero quedarme; estoy bastante estresada, así que creo que esto es lo que necesito, apuntarme a todo para lograr que mi cuerpo vuelva a equilibrarse. ¿Sabes?, soy de aquí al lado, de la agencia Pixel Factory.

—Oh, el nuevo estudio de fotografía. Encantada, mi nombre es Peighton —le dijo la muchacha, estirándose para darle un beso.

—Emerson, un placer. Como te decía: la mudanza me ha dejado superestresada; vivía en Los Ángeles… Allí practicaba yoga, así que necesito urgentemente retomar las clases.

—Bueno, déjame darte la bienvenida a Menlo Park, entonces.

—Muchas gracias, me encanta este lugar.

—Ésta es una ciudad muy tranquila, y la población limítrofe, Atherton, es un pueblo muy residencial.

—Sí, es un sitio fascinante; las mansiones de Atherton son increíbles. ¿Hace mucho que trabajas aquí?

—Soy la dueña del negocio.

—Felicidades, entonces. Has logrado montar un sitio exquisito; se nota la buena energía en cuanto pones un pie aquí dentro.

—Oye, ahora que lo pienso…, la verdad es que necesito unas fotografías, porque ya es hora de renovar todo nuestro sitio web y nuestra publicidad. Tal vez podríamos intercambiar el trabajo por tus clases.

—Realmente sería fantástico.

—Además, como justo te estás instalando, sería una forma de que nuestros clientes conocieran tu trabajo, y así te estarías promocionando.

—Agradezco tu generosidad, Peighton; no tienes idea de la ayuda que será eso para mí.

—Me lo imagino. Sé lo duro que es arrancar un negocio en un sitio nuevo y abrirse camino en el mercado, no creas que Ch’i —el nombre del centro de yoga, que en chino es una palabra que se utiliza para indicar la fuerza de la vida— siempre ha sido así; al principio el local nos quedaba grande, y todo eran más sueños que resultados, pero por suerte, después de tres años, nos hemos hecho muy populares en la ciudad, y además cogemos clientes de Atherton también, ya que, por supuesto, les queda más cerca que ir hasta Palo Alto o San José.

—Créeme que sé de lo que estás hablando, pero confío en que muy pronto Pixel Factory también será más resultados que sueños. He llegado hasta aquí por todo esto que indicas; tengo una amiga que ha hecho un estudio de mercado y por eso he desembarcado aquí con mi agencia.

—Estoy segura de que muy pronto el trabajo de tu estudio fotográfico será muy conocido en la ciudad, y que tendrás muchos clientes. Estamos en el corazón de Silicon Valley, así que estoy convencida de que tu negocio funcionará muy bien. ¿Quieres recorrer las instalaciones?

—Me encantaría.

Emerson salió superemocionada de Ch’i; además, Peighton le pareció muy agradable y quedó claro que se habían caído muy bien, así que quedaron en salir juntas alguna vez por el centro de Menlo Park.

Se montó en su descapotable y no tardó en llegar al lugar donde se alojaba, una pequeña casita en el 1100 de Castle Way; se trataba de un barrio muy tranquilo, con casas muy bonitas y calles arboladas.

La propiedad estaba en un callejón sin salida, así que estacionó en la entrada privada de su vivienda.

Ésta estaba ubicada al fondo de la casa principal y la había conseguido a través de quien les había alquilado a Jordan y Cristiano la suya, que encontraron a través de Airbnb, una aplicación que ofrece alojamientos, tanto casas completas como habitaciones, ya sea a corto o a largo plazo.

Cuando Emerson contactó con la propietaria, Maggi, y ésta le envió por correo electrónico las fotografías del lugar, se enamoró inmediatamente del jardín, pues las hortensias le hicieron recordar mucho su casa de la infancia; por ese entonces ella y su familia vivían con sus abuelos, pues aún no se habían mudado a Ravenswood.

Accedió a la casita de huéspedes que ocupaba y arrojó el bolso sobre el sofá, se quitó las zapatillas deportivas de una patada y, con la idea de proveerse de un poco de luz artificial para iluminar el ambiente, buscó a tientas el interruptor y encendió la lámpara que estaba junto al sillón. Se dirigió hacia la pequeña cocina, abrió la puerta de la minúscula nevera situada bajo la encimera y cogió una botella de agua, que bebió con deleite. Después de eso, empezó a quitarse la ropa y se dirigió al baño para darse una ducha. Estaba exhausta y le hubiese encantado darse un baño; añoraba su bañera en el apartamento que ocupaba en Los Ángeles, pero debía adaptarse a su nueva situación económica. Por el momento necesitaba adecuarse al pequeño lugar que sus finanzas le permitían alquilar, ya que, hasta que el negocio no empezara a funcionar como esperaba que lo hiciera, no podía pensar en vivir en un sitio más grande.

Tras ducharse, se colocó una bata y anduvo hasta la cocina del estudio, donde se preparó una ensalada; luego cogió un vaso, se sirvió jugo de arándanos y lo dispuso todo sobre una bandeja. Se preparó para meterse en la cama para cenar y trabajar un rato desde su portátil; quería echarle una ojeada al material que había capturado esa tarde durante la sesión de fotos.

Hubo un tiempo, después de que acabara sus estudios, en que ella y Cristiano formaron el dúo perfecto para buscar la siguiente fiesta o una posibilidad de ligue; por ese entonces su vida transcurría despreocupada después de tanto estudiar, pero en ese momento ambos habían sentado cabeza y atrás habían dejado los días de andanzas compartidas. Jordan, además, había conseguido milagros con Cristiano, pues él, en la actualidad, sólo pensaba en regresar a su casa y acurrucarse a su lado, y ella estaba dedicada de pleno a su carrera.

Abrió el programa de edición y se puso a retocar algunas fotografías. Bajó la cabeza y se perdió durante unas cuantas horas en el trabajo. Desde que había madurado y había abandonado la vida sin sentido que llevaba antes, el tiempo en el curro consumía cada día de su vida, quizá por eso sus últimas relaciones habían fallado estrepitosamente, pues ella se había vuelto una obsesiva volcada en su profesión. Emerson no era la típica chica que vivía preocupada por conocer a alguien, enamorarse y formar una familia; ésa no era su meta principal, pues estaba perfectamente bien siendo una mujer independiente y soltera.

Transcurridas algunas horas, se dio cuenta de que los ojos le dolían mucho. Se quitó las gafas y se frotó las cuencas de los ojos; luego se estiró y, de la mesilla de noche, cogió las gotas oftálmicas y puso una en cada uno. De inmediato, miró la hora en el lateral inferior de la pantalla de su ordenador, para comprobar que realmente era muy tarde, así que despejó la cama, se levantó a lavarse los dientes y, después de ir al baño, regresó para ponerse a dormir.

* * *

Su día comenzó siendo una carrera que debía sortear si quería salvar la mañana.

Lo cierto era que Emerson odiaba llegar tarde a cualquier lado, pero la noche anterior se había acostado tan tarde que había olvidado poner la alarma y, por tanto, se había quedado dormida.

En ese momento lidiaba con el hecho de vestirse rápidamente para llegar al trabajo; corría por su casa recogiendo ropa que ponerse, fastidiada por no tener ni siquiera tiempo para darse una ducha matutina. Se había despertado gracias a Cristiano, pues él ya había llegado al estudio y le había extrañado mucho que ella no estuviera allí, ya que por lo general era la primera en hacerlo. Además, conocía muy bien su obsesión por la puntualidad, así que la llamó y eso fue lo que la alertó de la hora que era.

Se colocó un pantalón blanco desgastado de cintura baja, una camiseta sin mangas en gris melange, zapatillas deportivas All Star negras y una chaqueta de chándal gris; luego metió rápidamente algunas cosas en su bolso y corrió por todas partes sosteniendo el teléfono entre la oreja y la clavícula mientras recogía el resto de sus pertenencias.

—¿Puedes calmarte, Em? No hay nada de malo en llegar un poco más tarde; ayer nos fuimos todos y tú te quedaste trabajando, así que no quiero ni saber a la hora que te fuiste.

—No, no, pero todos me estáis esperando para empezar con la edición; anoche estuve adelantando algo de eso.

—¿Te das cuenta? Por eso te has quedado dormida, estabas exhausta.

—Cuelgo, ya casi estoy lista. Me lavo los dientes y salgo.

De camino hacia la salida, se colocó un gorro de lana gris para completar su atuendo y cogió una chaqueta de cuero por si por la noche refrescaba. Cuando salió a la calle, se encontró con su vecina y casera, que estaba arreglando el jardín.

—Buenos días, Emerson. Pareces apurada.

—Buenos días, Maggi. Sí, lo estoy, me he quedado dormida.

—Conduce con cuidado, tesoro; minuto más, minuto menos, eso no es más importante que tu

integridad física.

—Tienes razón, lo haré.

Empezó con una búsqueda desenfrenada dentro del bolso, pero las llaves de su coche no aparecían.

Terminó vaciando todo el contenido en el suelo, bajo la atenta mirada de la dueña de la casa. Estaba a punto de recogerlo todo de nuevo y salir corriendo hacia dentro, pues era obvio que, con las prisas, las había dejado olvidadas, pero en ese momento Maggi le preguntó:

—¿Qué se te ha perdido?

Al querer contestarle, Emerson se dio cuenta de que tenía las llaves sostenidas entre sus labios; se sintió una absoluta despistada.

—Oh, Dios, no sé qué tengo en la cabeza, buscaba las llaves.

Las dos rieron a carcajadas.

Luego Emerson se marchó.

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