Igor

Igor


Capítulo tres

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Capítulo tres

Fue un día de entrenamiento muy arduo, y estaba en exceso agobiado. La presión por no fallar lo tenía nervioso, y eso lo contrariaba más aún, pues él no era un tipo de pensar mucho en los resultados, simplemente salía a buscarlos por naturaleza. Sin embargo, por varios motivos que no podía precisar, esa vez no lo sentía así… Era el regreso al

underground después de todo el lío con los rusos y la chica de Viggo, así que la lucha del próximo fin de semana era muy importante y no podía desatender su estado físico.

Durante ese parón, habían tenido que buscar otros sitios donde llevar a cabo los combates, ya que estaban en el punto de mira de la justicia después de que el FBI y la DEA desembarcaran en sus recintos para desmembrar a la

bratva instalada en Chicago; lógicamente, tuvieron que dejar pasar un tiempo para regresar a las luchas clandestinas, con el fin de acallar las voces y que todo se calmara; por eso, y para no quedar fuera de

training, empezaron a participar en torneos secretos en otras ciudades. Pero por fin el

underground regresaba a Atherton, así que la expectación era máxima.

Se sentía contrariado, y no sabía a ciencia cierta por qué; lo único que tenía claro era que no quería quedarse a cenar en la casa esa noche; necesitaba despejar su mente, salir, tomar el aire, cambiar de ambiente.

—¿Sales? ¿Acaso… tienes alguna cita? Vas muy arreglado.

—¿Arreglado? —Se encogió de hombros y tocó el cuello de su prístina camisa negra—. Lo dices sólo porque no llevo puesta ropa deportiva. Perdóname por traicionarte, Agatha, pero hoy he decidido cambiar tu comida por otra. —Abrazó a la rolliza cocinera y le dio un beso en la mejilla. Todos en la casa adoraban a aquella mujer—. Me voy a cenar fuera… Ziu está de un humor que apesta, sólo espero que su rehabilitación termine pronto, porque ya no se aguanta más su mal genio. Nix y Ezra se han ido de… putas, y Viggo y Zane son un empalago con sus mujeres.

—Por lo visto tu humor no está mejor que el de Ziu. Ve, ojalá conozcas a alguien que te ponga de rodillas como le pasó a Viggo, así aprenderás a no burlarte de la gente enamorada.

—Eso no es para mí, el amor apesta.

Se montó en su Porsche 911 Carrera, de color amarillo, y partió hacia un pequeño restaurante italiano donde se comía muy bien. No quería ir al centro de Menlo Park, y mucho menos aún a Palo Alto ni a San José; por eso eligió ese sitio, puesto que el lugar estaba ubicado en una zona más tranquila.

* * *

Tenían casi todas las imágenes seleccionadas y editadas, y estaba segura de que el catálogo quedaría fenomenal y HC estaría muy pero que muy conforme con el resultado obtenido. Ese día les habían enviado un preliminar de las fotos y se habían mostrado muy entusiasmados. Las dos semanas que restaban de trabajo serían intensas y duras, pero era la única forma de poder entregar el encargo a tiempo. Emerson no era ajena a por qué la habían elegido, y todo se resumía a los plazos de entrega, ya que al parecer Pixel Factory había sido la única agencia que había accedido a entregar el trabajo en tan corto período de tiempo, y no era extraño, pues no tenían otra producción en desarrollo que impidiera que pudieran hacerlo para cuando sus clientes lo necesitaban, pero también era consciente de que ese catálogo les abriría otras puertas; en fin, en realidad tenía enormes esperanzas de que así fuera.

Estaba saliendo del estudio cuando su teléfono sonó. Miró la pantalla y comprobó que se trataba de su hermana.

—¡Joder! Esta mujer va a volverme loca.

Puso los ojos en blanco. Ésta había insistido durante todo el día, pero, como no quería que sus problemas la desconcentraran en el curro, la había estado evitando; de todas formas, estaba casi segura de que no era más que para decirle que finalmente lo intentaría una vez más con el idiota de Kevin.

Desestimó la llamada.

—No estoy para cabrearme sabiendo que mi hermana no tiene dignidad y que ha perdonado una vez más a ese inútil.

Miró la pantalla de su móvil y, aunque se sintió culpable por ignorarla, cerró los ojos y entonces marcó el número de su mejor amiga.

—Hola, Vic —la saludó en cuanto descolgó.

—Amiga, nos hemos leído el pensamiento, estaba pensando en ti.

—¿Cómo están mis bebés?

—Malcriados por su madre postiza.

—Oh, Dios, cómo los echo de menos.

Emerson se refería a sus cuatro perros —un pomerania, un dachshund y dos mestizos que había sacado de la calle y adoptado— y a

Cordelia, una cerdita de raza american mini pig.

—No veo la hora de que las cosas vayan mejor para poder traerlos conmigo, pero de momento me es imposible; la casita que tengo alquilada es tan grande como un pañuelo, y allí no quepo más que yo.

—No te preocupes, Emers; te prometo que los cuido como tú.

—Lo sé, y te lo agradezco muchísimo —dijo mientras cerraba la puerta de su estudio.

—¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!, déjame en paz. ¿Acaso te has vuelto loco?

Su teléfono voló por los aires y Victoria se quedó hablando sola mientras oía el grito de su amiga. A partir de ahí, también se quedó profundamente preocupada.

—Maldita zorra, tú le has llenado la cabeza para que me deje. Debes de estar muy feliz, ¿no es cierto?

—Kevin, suéltame, me estás haciendo daño en el brazo. ¡Maldito desgraciado!

Su cuñado había aparecido de la nada, sorprendiéndola, y le estaba doblando el brazo hacia atrás, arrinconándola contra la puerta del estudio mientras Emerson forcejeaba en vano por zafarse de él.

—Abre la puerta de nuevo.

—No lo haré. Vete de aquí, estúpido. Eres un inútil. Si finalmente mi hermana te ha dejado es porque eres un mierda, y me alegro de que por fin se haya dado cuenta de ello… No te equivoques, no ha sido por lo que yo le haya podido decir.

—Zorra estúpida, nunca me has querido porque te rechacé cuando nos conocimos.

—No sé qué película te has montado en esa cabeza hueca que tienes, pero tú nunca fuiste para mí ni siquiera material para echar un polvo. En esa fiesta donde desgraciadamente conociste a mi hermana, yo ni te miré, por eso fuiste a por ella.

Emerson le soltó un escupitajo en la cara y dejó caer su bolso al suelo para aporrearlo con la otra mano, pero su cuñado no estaba dispuesto a dejarle hacer, así que la aprisionó con su cuerpo, aplastándola más contra la puerta. Luego la agarró de una muñeca y le dijo:

—Convertiré tu vida en un infierno si Arya no vuelve conmigo. Te hago responsable de que ella me haya echado, y te juro que voy a arruinarte.

—Aquí tú eres el único culpable, porque no puedes mantener tu bragueta cerrada. Gracias a Dios que ella por fin ha abierto los ojos y se ha alejado de ti. Te has cargado la gallina de los huevos de oro; ahora tendrás que salir a trabajar para mantenerte, basura, por eso estás tan desesperado.

Él aflojó su agarré sólo para cruzarle la cara de un bofetón.

En ese momento, una fuerza poderosa lo alejó de Emerson, arrojándolo al suelo como quien tira un papel.

—¿Qué te pasa? Idiota…, cobarde… ¿Por qué no te atreves a golpearme a mí? Eres muy macho con una mujer… Levántate y mídete conmigo, a ver qué tan macho eres en realidad.

Kevin se puso de pie y le lanzó un puñetazo que sólo se encontró con el aire, pues aquel hombre que había intervenido lo esquivó; inmediatamente, el poderoso puño de ese tipo salió disparado y aterrizó en el estómago de Kevin, dejándolo doblado, sin aire y tosiendo.

—Pídele disculpas. —Lo cogió por el pelo, obligándolo a que mirara a Emerson—. Pídele disculpas, te he dicho —le exigió, en ese instante apretando su cuello.

—Vete, Kevin —gritó Emerson, tocándose el rostro allí donde le había pegado—. Lárgate y no te atrevas a volver por aquí.

El musculoso hombre lo soltó, haciendo que éste rebotara contra la pared.

—Si vuelves —lo señaló con un dedo—, cabrón hijo de puta, te juro que te destrozaré a golpes.

Mírame bien y no olvides mi cara y lo que te estoy diciendo, porque, si te atreves a regresar, no será sólo un puñetazo lo que te llevarás de mi parte —sentenció aquel desconocido que había intervenido.

Su pose era atemorizante, y su porte más aún, pues su físico no podía pasar desapercibido para nadie.

Destilaba fuerza sin proponérselo; aun vestido, se notaba que su cuerpo era una conglomeración de músculos.

Kevin comenzó a alejarse trastabillando y, antes de subir a su coche, gritó:

—Esto no quedará así, zorra; me las vas a pagar. Sabes que no hablo en vano.

—Está bien, basta ya, no le hagas caso, ya se va, no vale la pena que sigas golpeándolo… Es un maldito cobarde, como has dicho; no te ensucies las manos con esa basura —rogó Emerson mientras forcejeaba con aquel hombre, que estaba enajenado y quería ir a por Kevin para continuar dándole su merecido antes de que éste se marchara.

Finalmente, el cuñado de Emers se montó en su automóvil y se alejó haciendo rechinar los neumáticos, como quien huye despavorido.

En ese momento el desconocido se dio media vuelta y miró de cerca a la fotógrafa, cogiéndola por el mentón y revisando su pómulo y su ojo.

Había mostrado toda su crudeza, pero ahora su toque era delicado y considerado.

—¿Estás bien? Necesitas ponerte hielo de inmediato o en unos segundos tu ojo tendrá bastante mal aspecto.

Emerson quedó obnubilada mirando a ese extraño, como suspendida en el aire o seducida por la fuerza sobrenatural que ese hombre emanaba. Su vigor era indiscutible; ella lo había podido comprobar cuando le sacó de encima a Kevin con excesiva facilidad.

—¿Estás bien? —volvió a preguntarle, pero Emers no le contestó.

«La inmensidad del sentimiento que me rodea me hace temblar, y no puedo hablar; estoy atónita mirándolo… Sé que él lo nota, pero no creo que sepa el verdadero motivo por el que lo miro así. Estoy segura, además, de que no me ha reconocido. Yo era una niña escuálida con

brackets por ese entonces cuando nos presentaron, y por supuesto él no tenía puesta su atención en mí, yo era invisible para él en esa época… pero, ahora, continúa mirándome con curiosidad. No, me mira con preocupación, está revisando si estoy bien, y yo no puedo salir de mi aturdimiento, no logro hablar, pero sé que él lo está achacando al mal momento que he pasado con Kevin. Sigo mirándolo idiotizada y, aunque sé que se trata de él, me sigo diciendo que no es posible que después de tanto tiempo vuelva a verlo. Al igual que yo, está mucho más maduro… mucho más atractivo de como lo guardaba en mi memoria. Aunque se ve diferente, aún puedo reconocer en sus facciones al muchacho rebelde que era por aquellos días. Está más grande en todos los sentidos, su cuerpo exuda poder. Lleva puesta una camisa negra ajustadísima, de esas que son de spandex, y puedo notar cada uno de sus enormes músculos. Su cuerpo es perfecto, más de lo que lo era antes. Debo calmarme, debo respirar profundamente… Necesito contestarle y no seguir quedando como una tonta.»

—¿Estás bien? ¿Me oyes?

—Eh… eh… sí-sí, es-estoy bi-bien —contestó Emerson, tartamudeando, y se aclaró la garganta—, gracias a ti. De verdad te agradezco que hayas intervenido.

Igor se agachó y recogió las llaves, el bolso y el móvil que a Emerson se le había caído cuando Kevin la había atacado.

—Toma, creo que tu teléfono se ha estropeado con la caída. —La pantalla estaba rota y se había apagado—. ¿Quieres entrar y tomar algo para que te tranquilices? ¿Necesitas que te acompañe? —Le frotó los hombros; ella temblaba y sus dientes estaban castañeteando—. Si lo prefieres, cruzamos y tomamos un café ahí enfrente, o en el Starbucks de la esquina. Comprendo que tal vez dudes de entrar con un desconocido, pero sería bueno que te pusieras hielo en el pómulo.

—Estoy bien, no te preocupes. Puedes irte, de verdad, yo… —Se masajeó la frente. Seguía estando perpleja, tanto que había pasado por alto el dolor en el pómulo—. Me las puedo apañar sola, ya has hecho más que suficiente por mí. —Emerson miró hacia todos lados, para cerciorarse de que Kevin ya se había ido.

—Aún estás tiritando. ¿Vives lejos?

—No, mi casa queda muy cerca de aquí. —Volvió a tocarse la frente al darse cuenta de que Kevin había dado con su paradero y lo más probable era que también supiera dónde vivía—. Espero que no sepa…

Se frenó, interrumpiendo la frase; no quería que él pensara que estaba pidiendo su ayuda.

—Termina la frase.

—No, está bien, no importa.

—Tienes miedo de ir a tu casa y que esté allí esperándote, ¿eso ibas a decirme?

Emerson se quedó callada.

—¿Quién era? ¿Un novio despechado?

—¡No! —replicó demasiado vehemente—. Válgame, Dios, no tengo tan mal gusto. Es… es… mi excuñado, y me culpa de que mi hermana lo haya dejado debido a mis consejos.

—¿Y eso es cierto?

—¡Por supuesto que no! Es decir, sí la he instado de mil maneras distintas para que lo dejase, pero el tipo se lo merece. Él la ha cagado millones de veces, sólo que le es más fácil echarle la culpa a los demás y no hacerse cargo de sus propios actos.

Igor asintió y luego le tendió la mano.

—Me llamo Grayson, no nos hemos presentado.

Ella miró su mano, luego sus ojos, y comprendió que, definitivamente, era él… Grayson King, el antiguo novio de su hermana Arya.

Inmediatamente se vio en la encrucijada de facilitarle su verdadero nombre… o no; pensó que tal vez era preferible que le mintiera. No creía que él tuviera un buen recuerdo de nadie de su familia.

Aunque ella era una cría por aquel entonces, estaba segura de que King no habría olvidado el desprecio que sufrió por parte de los Campbell, incluso casi podía asegurar que, en cuanto descubriera quién era ella, se mostraría arrepentido de haber intervenido para salvarla de su excuñado.

—Emers —le dijo, dándole el diminutivo de su nombre, a la vez que también le tendía la mano para presentarse formalmente, tal y como él había hecho.

Llenó sus pulmones de aire y contuvo la respiración, sintiéndose incapaz de alejarse de él, del magnetismo que Grayson siempre le había transmitido. Habían pasado un montón de años, pero al parecer eso para ella no había cambiado.

De pronto sus recuerdos la transportaron a cuando su hermana salió con él. King sólo era un pandillero al que su familia despreciaba.

«Aún me acuerdo de cuando fue a pedirle permiso a papá para salir con Arya y él lo humilló y lo echó a la calle como a un perro sarnoso. Incluso mi hermana se burló de sus sentimientos; ella lo había ilusionado, pero nunca había sentido nada verdadero por él. En realidad, lo había usado para llamar la atención del chico que le gustaba y, cuando finalmente logró la información de los actos delictivos de la pandilla de la que Grayson formaba parte, se la pasó a Marlon, el joven por el que verdaderamente babeaba, también un pandillero, pero contrario a los Mickey Cobras, y según Arya el amor de su vida.

Años más tarde, Marlon murió en un enfrentamiento entre pandillas. ¿Recordáis que antes he afirmado que mi hermana nunca tuvo muchas luces para elegir de quién enamorarse?»

Emerson estudió a Grayson en silencio, esperando que finalmente él la reconociera, pero no lo hizo, pues ella, en el momento en el que Arya y él fueron novios, sólo tenía trece años, y lógicamente tenía un aspecto muy diferente al actual… Antes era una niñata sin formas, un ser insignificante para que él le prestara atención; además, King no tenía más ojos que para Arya Campbell.

Aún podía recordar la molestia que le causaba cuando él besaba a Arya. Emerson siempre había tenido un enamoramiento por Grayson; él parecía distinto al resto de los pandilleros…, su piel morena siempre había resaltado el azul de sus ojos, y ella había sido testigo de sus salidas de incógnito con su hermana, puesto que ésta la usaba de tapadera para que su padre no sospechase que iba a encontrarse con él, ni con ningún otro chico. Así es que Emers, muchas veces, había tenido que ladear la cabeza y apartar la mirada para no ver cómo sus ligues le metían mano y, en ocasiones, algo más.

Su padre siempre había sido muy rígido; eran otros tiempos, y por aquel entonces no se vivía con tanta libertad como lo hacían los adolescentes en la actualidad, pero para Arya eso nunca había sido un impedimento para hacer lo que había querido. Además, vivían en casa de su abuela, en un barrio donde los delincuentes eran el común denominador entre los habitantes del lugar, y su padre siempre estaba alerta para que los pandilleros no corrompieran a sus princesas.

Un suspiro enojado brotó de Emerson.

—Te estoy incomodando. Pareces cabreada.

—No, no… No es eso. Estoy cabreada por toda esta situación.

—Tal vez no he debido meterme… Os he visto mientras estacionaba mi coche —le explicó, señalando su deportivo de color amarillo—. Al principio sólo me habéis parecido una pareja que discutía…, pero, cuando he sido testigo de que empezaba a empujarte y zarandearte… y luego cuando te ha golpeado… no me he podido contener ante el maltrato. Lo siento, nunca aprendo.

—Gracias una vez más, Grayson. —Ella tocó su brazo, y fue como tocar un trozo de madera—. Él estaba trastornado. Me ha asustado mucho. Si no hubieras intervenido, no sé qué hubiera podido pasar.

—Definitivamente debes ponerte hielo ahí. —Flexionó las piernas para quedar a su altura y observarla mejor, y luego pasó su pulgar por el pómulo y también por el ojo de Emerson—. Se te está hinchando.

—Lo haré; en cuanto llegue a casa… lo haré.

Miró su móvil dañado, que sostenía en una mano, y pensó en voz alta.

—Maldición, mi amiga tiene que estar muy asustada. No sé cómo aún no ha enviado aquí a la policía… Estaba hablando con ella cuando mi teléfono ha volado por los aires, no dudo de que ha oído mi grito.

—Toma, llámala con mi móvil y así la tranquilizas. ¿Te sabes el número?

—Creo que sí.

—Hazlo, entonces.

Habló rápidamente con Vic y le explicó, lo más rápido que pudo y sin demasiados detalles, lo que había ocurrido. No quería hablar de más frente a Grayson, así que le prometió que, apenas repusiera su móvil, esperaba que al día siguiente, la volvería a llamar.

—Muchas gracias; la verdad que has hecho tanto por mí que me siento en deuda contigo. No te robo más tiempo, ya me voy —expresó cuando le devolvió el teléfono.

—No es nada, de verdad. ¿Estarás bien?

—Sí, por supuesto.

Era más que obvio que Emers no había aceptado su invitación a tomarse un café, aunque se estaba

muriendo de ganas de hacerlo, pero él no había insistido más, así que pensó que lo mejor era alejarse antes de que se diera cuenta de quién era en realidad y la despreciara.

Se puso de puntillas —ya que Grayson seguía siendo un hombre tan alto como recordaba, aunque en ese instante, por su complexión física, le pareciera más colosal todavía—, dispuesta a despedirse.

«

Meus Deus! —a menudo ella y Cristiano, cuando elogiaban a un hombre, invocaban a Dios utilizando el portugués—, parece cincelado a mano —pensó—. Cada músculo de su cuerpo está marcado y definido, y eso se puede advertir con tan sólo mirarlo, aunque haberlo tocado ha hecho que mis rodillas temblaran», caviló mientras apoyaba una de sus manos en su pecho, aprovechando la oportunidad de palparlo. Se estiró y, con osadía, afirmó su palma sobre la camisa, sintiendo el calor que su cuerpo irradiaba. Se aproximó a él lentamente para disfrutar más del contacto y le dejó un beso en la mejilla; sus labios se posaron para apreciar el contacto de su piel y el roce de su barba de pocos días, la cual llevaba muy bien recortada…, incluso se impregnó del aroma de su perfume, una esencia cautivante y embriagadora. Grayson olía a madera mezclada con ese almizcle de sudor inconfundible que emanaba de su piel, y que la hizo recordar más el pasado, cuando ella sólo tenía acceso a eso, a robarle un beso sin que él ni siquiera la mirara.

Lo observó detenidamente mientras se alejaba… Su ropa cara, de marca, y los pantalones negros de vestir, estilo pitillo, le quedaban de fábula. Concluyó que nunca había visto a un hombre al que, aun llevando ropa, ella pudiera advertirle los cuádriceps, delimitando sólo con la vista el músculo vasto medial, el lateral y el medio, incluso también podía observar el recto lateral y el femoral.

«¡Joder, se ve muy ardiente, está guapísimo!»

Emerson notó que se le calentaba la entrepierna, y de inmediato supo que sus bragas estaban húmedas. Grayson segregaba poder y belleza, y ella se estaba licuando con sólo mirarlo; incluso sintió la necesidad de cruzar las piernas, pero se contuvo.

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