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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 13. Los numerales indios, El Sánscrito. El Vedanta

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Capítulo 13

LOS NUMERALES INDIOS, EL SÁNSCRITO. EL VEDANTA

En el año 499 d. C. el matemático hindú Aryabhata calculó π como 3.1416 y la duración del año solar como 365,358 días. Por la misma época, concibió la idea de que la tierra era una esfera que giraba sobre su propio eje y se desplazaba alrededor del sol. Pensaba, además, que la sombra de la tierra sobre la luna era lo que causaba los eclipses. Dado que Copérnico no «descubriría» algunas de estas cosas hasta casi mil años después, resulta difícil no preguntarse si el revuelo provocado por la llamada «revolución copernicana» estaba realmente justificado. En la Edad Media el pensamiento indio estaba muy por delante del europeo en varias áreas. En esta época, los monasterios budistas de la India tenían tantos recursos que actuaban como bancos e invertían sus excedente financieros en empresas comerciales.[1284] Detalles como éste aclaran por qué los historiadores se refieren a la reunificación del norte de la India bajo los Guptas (c. 320-550) como una era dorada. Esta dinastía, en conjunción con el reinado de Harsha Vardhana (606-647), abarca el período que hoy se considera la era clásica de la India. Además de los progresos realizados en matemáticas, esta época fue testigo del surgimiento de la literatura en sánscrito, de la aparición de formas de hinduismo nuevas y duraderas, entre ellas el vedanta, y del desarrollo de una espléndida arquitectura religiosa.

Al igual que con los mauryanos antes que ellos (véase el capítulo 8), la economía de los Guptas se fundaba sobre las ricas vetas de hierro de las colinas Barabar (al sur de la moderna Patna, en Bihar). La coronación de Chandra Gupta I, quien no tiene relación con el Chandragupta que fundó la dinastía mauryana, tuvo lugar en Pataliputra, en febrero de 320, cuando adoptó el título sánscrito de Maharajadhiraja, «Gran Rey de Reyes», y para conmemorarlo acuñó moneda. Gracias a una serie de conquistas militares y alianzas matrimoniales, Chandra Gupta (y su hijo Samudra, «experto en un centenar de batallas») erradicaron a nueve reyes en el norte de la India, a once más en el sur, y obligaron al pago de tributos a otros cinco en la periferia del imperio: veinticinco clanes rivales habían sido avasallados. No obstante, el clasicismo gupta no alcanzaría su apogeo hasta el reinado del hijo de Samudra, Chandra Gupta II (c. 375-415). Su hazaña más espectacular, en caso de que haya ocurrido en realidad, se recoge en una obra de teatro escrita en sánscrito algún tiempo después, quizá en el siglo VI. El drama cuenta que el hermano mayor de Chandra, Rama, un hombre débil, accedió a entregar a su esposa a un rey Shaka que lo había humillado en el campo de batalla. El astuto Chandra se disfrazó y tomó el lugar de la mujer y, tan pronto como pudo entrar en el harén del rey extranjero, le mató y escapó. La historia puede tener algo de cierto, ya que por las monedas acuñadas en la época sabemos que los Shakas fueron derrotados por los Guptas en el 409 (esto es, durante el reinado de Chandra Gupta II), con lo que éstos se hicieron con el control de los puertos de la costa occidental de la India y, con ello, ganaron acceso al lucrativo tráfico del mar Arábigo. Luego se sucedieron nuevos matrimonios, con los que el territorio sobre el que los Guptas gobernaban de forma directa o tenían influencia llegó a abarcar toda la India moderna, con excepción de los extremos suroeste y norte. En términos del territorio que consiguieron controlar, los Guptas han sido probablemente la dinastía más exitosa de toda la historia de la India.[1285]

El reinado de Chandra Gupta II está mejor testimoniado que la mayoría. Se lo describe en una importante inscripción realizada en una columna en la ciudad de Allahabad; existe además una vívida y detallada descripción de la época gracias al diario de un peregrino budista chino, Faxian; y, por otro lado, se cree que Kalidasa, «el Shakespeare indio», probablemente escribió sus dramas y poemas en esta época. Por último, fue entonces cuando apareció un nuevo tipo de documento que resultaría de gran ayuda para los historiadores.

Empecemos con este último hecho. En los primeros siglos después de Cristo, emergió una especie de escrituras para las tierras que evolucionó hasta convertirse prácticamente en un género literario. En un principio se las escribía en hojas de palma, pero como éstas apenas duraban, las escrituras empezaron a grabarse, en ocasiones en las paredes de las cuevas, pero con cada vez más frecuencia en láminas de cobre. Estas escrituras o sasanas registraban la donación de tierras, usualmente por parte del rey. Este hecho las hacía muy valiosas y por ello se las conservó. Algunas se mantuvieron ocultas, otras se ensamblaron en la estructura misma de las casas o granjas, de forma similar a como en las antiguas civilizaciones de Oriente Próximo las deidades primitivas se incrustaban en las paredes de las casas. Cuando las inscripciones eran inusualmente complicadas, las escrituras podían abarcar varias láminas, y se las conservaba juntas mediante un anillo metálico.[1286] Sin embargo, lo que las hace tan interesantes desde un punto de vista histórico es que eran mucho más que simples expedientes comerciales: las escrituras empezaban con panegíricos del donante real que, pese a las inevitables exageraciones retóricas, constituyen un valioso documento para los historiadores ya que permiten establecer qué reyes vivieron en un período determinado y reconstruir los detalles políticos y sociales de sus reinados. Por otro lado, estos textos terminaban amenazando con graves castigos a quien violara lo estipulado en la escritura (el subvertir las sasanas se equiparaba, por ejemplo, al asesinato de diez mil vacas de Varanasi, «un sacrilegio de dimensiones inimaginables»).[1287] Sin estas láminas de cobre nuestro conocimiento de los Guptas sería mucho menor.

Volvamos ahora a la inscripción de Allahabad, acaso la más famosa de toda la India. Está realizada en un tipo de escritura conocida como gupta brahmi, pero se compone de versos y prosas en sánscrito.[1288] Los testimonios más tempranos del alfabeto en la India son del siglo III a. C., cuando dos formas, la kharosthi y la brahmi, aparecen completamente desarrolladas en las inscripciones de Ashoka. La escritura kharosthi, que se lee de derecha a izquierda, estaba confinada al noroeste de la India, a áreas que alguna vez habían estado bajo dominio persa. Era una adaptación del alfabeto arameo y desapareció en el siglo IV d. C. La escritura brahmi, que se lee de izquierda a derecha, sirvió de cimiento a todos los alfabetos indios y también a los de todos aquellos países en los que la influencia de la cultura india fue dominante: Birmania, Siam, Java. Aunque se sabe que deriva de algún tipo de alfabeto semítico, su evolución exacta se desconoce.[1289] Hasta la invención de la imprenta, el sánscrito se escribía en los distintos alfabetos regionales, pero, tras su introducción, los caracteres del devanagari, un alfabeto del norte del país, se convirtieron en estándar. En un principio, el material de escritura más común eran las hojas de palmera, y consecuencia de ello es que los manuscritos más antiguos se han perdido y que la mayor parte de la literatura en sánscrito que se conserva procede de siglos más recientes.[1290] Chandra Gupta, al parecer, pretendía que la inscripción de Allahabad fuera un equivalente de los Edictos de Ashoka. Aunque actualmente se encuentra el Allahabad, es probable que la columna estuviera antes en Kausambi, una antigua y distinguida ciudad río abajo en la cuenca del Ganges, donde se han encontrado ejemplos anteriores del arco. Gracias a las inscripciones de la columna tenemos información sobre las campañas y conquistas de los Guptas y de cómo Chandra distribuyó cien mil vacas entre los brahmanes que lo apoyaban.[1291] Después de que la inscripción se tradujera a las lenguas occidentales en el siglo XIX, se le etiquetó como «el Napoleón indio».

A Faxian, el peregrino budista chino que nos dejó un diario de su visita a la India en el siglo V, por la época en que se derrotó a los Shakas, lo que vio en el territorio de los Guptas le pareció cercano a la perfección. Señala que pudo viajar a lo largo del Ganges con absoluta seguridad para recorrer los lugares vinculados a la vida de Buda.[1292] «La gente es muy rica y no hay impuesto de capitación u otras restricciones oficiales… Los reyes gobiernan sin necesidad de aplicar castigos corporales; los criminales son multados suave o severamente de acuerdo a la circunstancia. Y a los rebeldes reincidentes sólo se les corta la mano derecha. Los miembros del séquito personal del rey, que le cuidan a derecha e izquierda, cuentan con salarios fijos. En todo el país no se mata a ningún ser vivo y la gente no bebe vino, ni come ajo o cebolla…».[1293] El viajero encontró que había gremios muy influyentes, que dirigían la formación de los artesanos y controlaban la calidad de los artículos producidos, así como su precio y distribución.[1294] Los líderes de los distintos gremios se reunían con regularidad, como ocurre en las modernas cámaras de comercio.[1295] No obstante, descubrió que Kapilavastu, el lugar de nacimiento de Buda, estaba abandonado, «como un gran desierto» sin «rey ni pueblo». El palacio de Ashoka en Pataliputra estaba igualmente en ruinas.[1296] No obstante, el budismo todavía contaba con bastante apoyo popular en la India. Faxian halló centenares de estupas, algunas de tamaño colosal, así como monasterios muy bien dotados que albergaban a miles de monjes. Aunque el palacio de Ashoka hubiera sido abandonado, en Pataliputra Faxian fue testigo de la celebración de una fabulosa festividad anual en la que en una procesión desfilaron unas veinte estupas provistas de ruedas y cubiertas de plata y oro.

Fue entonces cuando despegó el sánscrito. Como hemos visto en capítulos anteriores, fue el «descubrimiento» de esta lengua y de su relación con el latín y el griego en el siglo XVIII lo que dio origen a toda la disciplina de la filología comparada. Volveremos una vez más sobre ello en el capítulo 29, pero unos cuantos ejemplos nos permitirán mostrar de forma rápida las coincidencias entre el sánscrito y otras de las lenguas denominadas «indoeuropeas». La palabra deva, «dios», sobrevive también en nuestras palabras «deidad» y «divinidad». La palabra que en sánscrito designa los huesos, asthi, proviene de la misma raíz que el latín os y, a través de él, de nuestro adjetivo «óseo». Anti significa en sánscrito «en frente de», al igual que ante en latín y en castellano. «Rápido» es maksu en sánscrito y mox en latín. «Estornudar» es nava en sánscrito y niesen en alemán.

Más que la mayoría de los lenguajes, el sánscrito encarna una idea: la de que los sujetos especiales deben tener un lenguaje especial. Se trata de una lengua de más de tres mil años de antigüedad. En un principio, fue la lengua del Punjab, pero luego se difundió hacia el este. Como reseñamos en el capítulo 5, actualmente se discute si los autores del Rig Veda fueron arios procedentes de fuera de la India o indígenas de la región, pero lo que nadie pone en duda es que poseían un idioma de gran riqueza y precisión y una tradición poética cultivada.[1297] Como también señalamos en esa ocasión, las familias de los sacerdotes eran las encargadas de custodiar esa poesía litúrgica, familias que finalmente evolucionarían hasta convertirse en la casta de los brahmanes. Esta poesía se desarrolló durante varios siglos antes del año 1000 a. C., tras el cual la principal evolución se evidencia en la prosa, dedicada a asuntos rituales. Esta prosa sánscrita era ligeramente diferente a la poesía, y tiene huellas que delatan influencias orientales. Por ejemplo, el uso de la l reemplazó al uso de la r, un cambio fonético que también se observa en China. En cualquier caso, en aquella época la poesía y la prosa sánscritas eran orales. Que cambiara un poco era inevitable, pero las familias que tenían la tarea de preservar este material desarrollaban una capacidad mnemotécnica asombrosa y ello contribuyó a que los cambios fueran mucho menores de lo que cabría esperar, en especial si se lo compara con las lenguas vernáculas habladas por el resto de la población. La literatura sánscrita preclásica se divide en los Samhitas del Rig Veda (1200-800 a. C.), los textos en prosa de los brahmanes (interpretaciones místicas del ritual compuestas entre 800 y 500 a. C.) y los Sutras, instrucciones detalladas sobre el ritual (600-300 a. C.).[1298]

Después, en algún momento del siglo IV a. C., Panini compone su Gramática. La importancia de los gramáticos para la historia del sánscrito no tiene comparación en ninguna otra lengua del mundo. La preeminencia que alcanzó esta actividad se deriva de la necesidad de preservar intactos los textos sagrados de los Vedas: según la tradición, cada palabra del ritual tenía que pronunciarse de forma exacta. No sabemos prácticamente nada de la vida de Panini más allá del hecho de que nació en Salatura, en el extremo noroeste de la India. Su Astadhyayi consta de cuatro mil aforismos que describen, con abundante detalle, la forma de sánscrito que utilizaban los brahmanes de la época. Su obra tuvo tanto éxito, que la forma del idioma que describió quedó establecida para siempre, después de lo cual vendría a ser conocida como samskrta, «perfecta».[1299] El logro de Panini no reside exclusivamente en su esfuerzo por exponer el sánscrito de forma completa, sino en los efectos que esto tuvo sobre la evolución del lenguaje en la India. Para entonces el lenguaje «ario» existía en dos formas. Mientras el sánscrito era el lenguaje del estudio y el ritual, preservado por la casta de los brahmanes, el prácrito era el lenguaje de la vida cotidiana. Ahora bien, aunque ambas denominaciones no empezarían a usarse hasta mucho más tarde, la distinción ya existía en la época del Buda y Mahavira, y desde la época de Panini, y gracias a su Gramática, sólo la lengua vernácula evolucionó de forma normal. Se trata de una situación curiosa y en extremo artificial que no tiene equivalente en ningún otro lugar. Lo que resulta aún más curioso es que, pese a que la brecha entre el sánscrito y el prácrito se ampliaba con el paso de los siglos, ello no tuvo consecuencias negativas para el primero. De hecho, si algo puede decirse al respecto es que ocurrió todo lo contrario. Por ejemplo, gracias a las inscripciones realizadas en el reinado de Ashoka sabemos que durante la época mauryana el lenguaje de la administración era el prácrito. Sin embargo, en los siguientes siglos éste empezó a ser reemplazado de forma gradual por el sánscrito hasta que en la época de los Guptas éste ya era la única lengua empleada en la administración. Un cambio equivalente ocurrió entre los budistas. En un principio, según el mismo Buda, los textos y escrituras debían preservarse en la lengua vernácula, una forma de indoario medio, conocida como pali. Sin embargo, en los primeros siglos después de Cristo, los budistas del norte se distanciaron del pali y tradujeron las antiguas escrituras al sánscrito, idioma en el que asimismo compusieron nuevos textos. Y aunque en una fecha mucho más tardía, lo mismo ocurrió en el caso de los jainitas.[1300] La lenguas «modernas» de la India —el bengalí, el hindi, el gujarati, el maratí— sólo empezaron a registrarse hacia finales del primer milenio después de Cristo.[1301]

Más o menos por la época en que Panini compuso su Gramática la alfabetización empezó a ser general en la India. Tras esto, durante cerca de doscientos años, la mayoría de los textos escritos en sánscrito fueron de carácter religioso, y después del siglo II a. C. empiezan a aparecer textos seculares: poesías, dramas y obras de naturaleza científica, técnica o filosófica. En este momento, todo hombre de letras debía saber de memoria el Astadhyayi. Aprenderlo era un proceso lento y prolongado, pero demostraba su educación.[1302] Con el paso del tiempo, las reglas establecidas por Panini se aplicaron de forma más estricta en un intento de preservar la pureza del lenguaje del conocimiento y de lo sagrado. Sin embargo, como en ocasiones ocurre, la rigurosidad no entorpeció la creatividad sino que la estimuló, con lo que entre el año 500 d. C. y 1200, la literatura sánscrita vive su edad de oro, protagonista indiscutible de la cual es Kalidasa, el más famoso de los autores del período. Es importante señalar aquí que la tradición clásica india es fundamentalmente secular y que, por lo general, se distingue la «literatura» (kavya) de las escrituras religiosas (agama) y los trabajos de los estudiosos (sastra).[1303]

No sabemos mucho más sobre los orígenes de Kalidasa de lo que sabemos sobre los de Panini. Su nombre significa «esclavo de la diosa Kali», lo que sugiere que pudo nacer al sur de la India, en lo que luego se convertiría en Bengala, donde Kali, la esposa de Shiva, contaba con un gran número de seguidores. Al mismo tiempo, ciertas características de las obras de Kalidasa indican que podría ser un brahmán de Ujjain o Mandasor (muchos detalles delatan un profundo conocimiento del fértil valle del Narmada, en la región de Malwa). Al igual que en el caso de Sófocles, sólo se conservan siete de los clásicos sánscritos de Kalidasa. Aunque principalmente era un poeta lírico, también fue autor de epopeyas y obras de teatro. Su trabajo más conocido es el poema Meghaduta (Mensajero de las nubes), en el que un amante intenta enviar a su amada un mensaje utilizando una nube pasajera, al comienzo de la temporada de lluvias. Durante el curso del poema, la nube va flotando desde las Vindhyas, la cadena montañosa sagrada de la meseta del Decán, hasta los Himalayas, recorriendo un paisaje de hermosos ríos, magníficas montañas y delicados palacios, que cambia y revela los sentimientos de la nube. No obstante, la obra más evocadora de Kalidasa es el drama Shakuntala. En ella, el rey Dushyanta encuentra a una hermosa ninfa durante una salida de caza. El monarca queda tan cautivado por ella, que abandona a su esposa y a su corte. Tras consumar su unión con la ninfa, el rey finalmente regresa a su corte y con el tiempo se olvida de ella. Después, cuando el hijo del rey y Shakuntala, la ninfa, llegan a la capital, Dushyanta se niega en un primer momento a reconocer al niño. Lo que sobresale en esta historia, que, a fin de cuentas, desarrolla una trama muy simple, es el engañoso realismo de los diálogos de Kalidasa, la cambiante humanidad de sus personajes y la capacidad de encontrar belleza por doquier. La forma en que Kalidasa entiende y describe a los personajes, la manera en que éstos evolucionan (para bien o para mal) en sus obras, prefigura los dramas de Shakespeare.[1304]

Los Guptas tenían su propia teoría sobre el drama, que describe Bhamaha (¿siglo V?), el primer crítico y teórico literario del que tenemos noticias, aunque su propuesta es en realidad una adaptación de una tradición mucho más antigua, el Natyasastra de «Bharata» (el mítico «primer» actor). Según el Natyasastra, el drama se inventó para describir los conflictos que surgieron después de que el mundo abandonara la época dorada de la armonía.[1305] La principal idea del Natyasastra era que existían diez tipos de obras teatrales —las piezas para la calle, los dramas arcaicos sobre los dioses, las danzas, etc.— que exploran las ocho emociones más importantes: el amor, el humor, la vitalidad, la ira, el miedo, la pena, el asco y el asombro. El propósito del drama era ofrecer a su público distintos tipos de apreciación estética (el objetivo del dramaturgo no era simplemente inducir a los espectadores a identificarse con los personajes). El drama «debe mostrar al público lo que significa ser sensible, cómico o heroico, estar furioso o inquieto, sentir compasión, horror o maravilla». Además de ser una experiencia placentera, el teatro debía ser instructivo. Bhamaha amplió este análisis a toda la literatura.

La superioridad y brillantez de la literatura india de este período quedan confirmadas por el hecho de que sus ideas y prácticas se difundieron por todo el sureste asiático. Es posible encontrar Budas de estilo gupta en Malaya, Java y Borneo.[1306] Se cree que las inscripciones en sánscrito, que aparecen en Indochina desde los siglos III y IV, constituyen un indicio de los comienzos de la alfabetización en esta región y «casi todos los estilos de escritura preislámicos del sureste asiático son derivados del gupta brahmi».[1307]

Bajo la dinastía de los Guptas el templo hindú se desarrolló hasta convertirse en la forma arquitectónica clásica de la India. Es difícil exagerar la importancia del templo hindú. El mundo tiene una gran deuda con el arte de la India, algo especialmente cierto en el caso de China, Corea, el Tíbet, Camboya y Japón, pero su influencia también resulta visible en Occidente. Philip Rawson, del Museo Gulbenkian de Arte Oriental en la Universidad de Durham en el Reino Unido, lo describe de la siguiente forma: «Ciertos símbolos e imágenes que aparecen luego en el arte histórico posterior surgieron por primera vez en las esculturas en miniatura y en los sellos del valle del Indo. Ejemplos de ello es la deidad itifálica sentada con las piernas cruzadas en tanto “señor de las bestias”, la muchacha desnuda, la figura que baila y cuya pierna se levanta en diagonal sobre la otra, el toro sagrado, el corpulento torso masculino, el “árbol de la vida” e innumerables tipos modestos de monos, mujeres, ganado y carreras modelados en terracota».[1308]

Tradicionalmente, el hinduismo no establecía ninguna edificación permanente en la que debieran realizarse sus rituales. Los hindúes tenían la libertad de efectuar sus ofrendas en cualquier lugar del campo en el que los dioses tuvieran a bien manifestar su presencia.[1309] Sin embargo, durante el siglo II d. C. el hinduismo empezó a evidenciar una alianza con la teoría india de la monarquía, en la que los reyes adoraban a deidades individuales con miras a vincularse a su poder sobrenatural. La evolución de la arquitectura de piedra hindú y de los templos excavados en la roca fue consecuencia de este proceso, aunque sólo tuvo lugar en espacios muy particulares que por un tiempo se convertían en ciudad capital de la dinastía. Los brahmanes mencionaban estos sitios en sus textos sagrados, los Puranas, para crear leyendas y atraer así a los peregrinos, quienes a su vez construían nuevos templos. Así surgieron los complejos de templos que constituyen una característica de la vida religiosa india y de la arquitectura del país.

Como ocurría en la Grecia clásica, el templo hindú era considerado la casa de una deidad, la construcción albergaba un icono en su interior y la gente podía allí realizar ofrendas y orar. Cada edificio estaba dedicado a un dios específico, que con frecuencia era alguna manifestación de Vishnú, Shiva u otros. (Como en las epopeyas, los dioses principales tienden a ser adiciones de otros cultos, deidades locales, espíritus de la naturaleza, etc.). Los primeros templos tenían un diseño tripartito. En la parte exterior había un porche, a menudo decorado con esculturas en relieve de la deidad en distintas escenas mitológicas. El interior lo formaba una gran sala cuadrada, el deambulatorio o mandapa, donde los fieles podían congregarse y, en ocasiones, danzar.

Éste daba a una tercera área, el santuario (el garbha-griha, «casa-útero»). Por lo general, los templos se construían con bloques de piedra, unidos sin emplear mortero, y todo el complejo se alzaba sobre un rectángulo enlosado, que pretendía representar el cosmos en miniatura, lo que hacía al templo análogo al cielo. A partir de este comienzo tan simple, los templos crecieron hasta convertirse en estructuras exuberantes y vistosas y, en algunos casos, en verdaderas ciudades. Más tarde, muchos templos pasaron a estar rodeados de una serie de anillos concéntricos, que formaban recintos cerrados y tenían enormes puertas para acceder de uno a otro, y a ser considerados «ejes del mundo», representaciones simbólicas del mítico monte Meru, lugar central de la cosmología sagrada hindú.[1310] A los complejos religiosos se asociaban escuelas de arquitectura.

Es evidente que la iconografía de los templos indios se origina en un conjunto de supuestos diferentes de los del arte cristiano, pero constituye un sistema no menos cerrado e interconectado. En general, las imágenes hindúes son bastante más arcaicas que las cristianas, y en muchos casos son aún más antiguas que el arte griego. Los mitos de los grandes dioses —Vishnú y Shiva— representados en los grabados se repiten cada kalpa, esto es, cada cuatro mil trescientos veinte millones de años. Habitualmente, los dioses están acompañados de vehículos o se los asocia a ellos: Vishnú a una serpiente o culebra cósmica (símbolo de las aguas primigenias de la creación), Brahma a un ganso, Indra a un elefante, Shiva a un toro. El ganso, por ejemplo, fue elegido porque ejemplifica la doble naturaleza de todas las cosas: nada sobre la superficie del agua sin estar atado a ella.[1311] Lo que los practicantes de yoga aspiran alcanzar es el sonido de la respiración del ganso, y de hecho el ritmo de la respiración yoga se denomina «el ganso interior».[1312] El elefante, que tradicionalmente lleva a Indra, recibe el nombre de Airavata, el ancestro celestial de todos los elefantes y símbolo de las nubes del monzón, portadoras de lluvia.[1313] Como los elefantes son el vehículo de Indra, el rey de los dioses, los elefantes pertenecen en la tierra a los reyes.[1314]

El objeto más básico y común vinculado a los santuarios de Shiva es el lingam o falo, una forma del dios que se remonta al culto de las piedras en el período Neolítico (véase supra, capítulo 3). Las leyendas hindúes cuentan complejos mitos sobre los orígenes del gran lingam, que surgió del océano y se abrió con violencia para revelar a Shiva en su interior. Lo que recuerda vagamente la leyenda de Afrodita en la mitología griega.

Una de las figuras más conocidas del arte indio es la de Shiva representado como un dios danzarín, Nataraja, con cuatro manos y rodeado de un anillo de fuego. Éste constituye un buen ejemplo del funcionamiento de la iconografía india. Shiva, el bailarín divino, vive en el monte Kailasa con su hermosa esposa Parvati, sus dos hijos y su toro, Nandi. Esta forma de vida familiar se venera a través del lingam. Como bailarín divino, los pasos de Shiva hacen que el universo deje de existir y al mismo tiempo crean uno nuevo.[1315] (La danza en la tradición india es una antigua forma de magia, con la que se puede provocar trances, pero también es un acto creativo que puede elevar a quien la ejecuta a una personalidad superior).[1316] La más alta de las manos derechas de Nataraja usualmente porta un tambor, para llevar el ritmo. Esto evoca el sonido, el vehículo del habla, a través del cual se obtiene la revelación. En la India, el sonido se vincula al éter, el primero de los cinco elementos y aquel a partir del cual se engendran todos los demás. La mano izquierda más alta lleva una lengua de fuego, el elemento de la destrucción y una advertencia de lo que vendrá. Mientras la segunda mano derecha hace un gesto de «no temas», la segunda mano izquierda apunta al pie levantado, símbolo de la liberación de la tierra y, por tanto, de la salvación. La figura danza sobre un demonio, no meramente para demostrar su victoria sobre él, sino para señalar la ignorancia del hombre, pues la conquista de la verdadera sabiduría proviene del triunfo sobre el demonio. El anillo de llamas no es sólo fuego sino luz, y simboliza tanto las fuerzas potencialmente destructivas exteriores como la luz de la verdad. Este resumen de ningún modo agota los múltiples significados de esta figura (su pose en sí, por ejemplo, simboliza «el torbellino del tiempo»), pero evidencia los complejos engranajes de la iconografía india, algo fundamental para entender los templos del país.

Sobreviven una docena de templos de la era gupta en Sanchi, Nalanda, Buddh Gaya y otros lugares en Madhya Pradesh, Uttar Pradesh y Bitar. Con todo, es en Aihole y Badami, a unos trescientos veinte kilómetros al sureste de la moderna Mumbai, que «un derroche de obras arquitectónicas y escultóricas» marca el surgimiento auténtico de la nueva forma. En Aihole, unos setenta templos están decorados con inscripciones de la poesía de Ravikirti, en una de las cuales se encuentra la primera referencia a Kalidasa cuya fecha conocemos. A éstos les siguieron los grandes templos tallados en la roca en el principal puerto de los Pallavas, Mamallapuram, hacia la mitad de la costa oriental (los Pallavas son una dinastía más tardía, estamos ahora a finales del siglo VII y comienzos del siglo VIII). Excavadas en una colina de granito, las «siete pagodas» de Mamallapuram se encuentran entre los mejores ejemplos de la escultura-arquitectura del sur de la India. Buena parte del arte de Camboya y Java, incluido Angkor y Borobudur, fue hindú-budista.[1317]

Una dinastía algo posterior, los Rashtrakutas, favoreció el desarrollo de Ellora, a unos trescientos cincuenta kilómetros al noroeste de Mumbai. Allí hay una pared rocosa de dos kilómetros de largo que durante mucho tiempo había tenido templos rupestres. En esta pared de roca, Krishna I, el rey Rashtrakuta, empezó a excavar el que se convertiría, sin duda, en el más admirable monumento de este tipo en el mundo. Kailasa, como se lo denominó, fue tallado en la roca completamente por todas sus caras (es una estructura exenta) y tiene el tamaño de una catedral, con sus celdas para los monjes, escaleras, santuarios, recintos y portales directamente excavados en la roca. Como señala con propiedad John Keay, aunque esto parezca arquitectura es en realidad escultura. Las inscripciones del lugar insinúan que incluso los dioses quedaron impresionados por la obra y que el mismo escultor comentó admirado: «¿Cómo pude crear esto?». El templo-escultura también arroja alguna luz sobre los motivos de los Rashtrakutas. Los hindúes creen que el monte Kailasa, en los Himalayas, es el hogar terrenal de Shiva. Al extraer de la roca viva el templo de Kailasa en Ellora, los Rashtrakutas pretendían situar la montaña sagrada en su territorio, recrear la geografía sagrada de la India en los límites de su provincia.[1318]

Sin embargo, la concentración de templos más grande del subcontinente la encontramos en Bhuvaneshwar, la capital de Orissa. Orissa y Khajuraho nunca sucumbieron por completo al islam, y en este último lugar sobreviven veinticinco templos de los ochenta que en su momento llegó a haber agrupados alrededor de un lago.[1319] Algunos tienen salones para danzas separados del templo principal, y todos están adornados con elaboradas figuras escultóricas en relieve, muchas en posturas eróticas y todas profundamente sensuales. Es importante señalar que, desde un punto de vista iconográfico, estas tallas eróticas pretenden representar los placeres que proveerán las muchachas celestiales —llamadas apsaras— después de esta vida (aunque éste es un tema muy polémico, objeto actualmente de numerosos estudios). Muchos críticos consideran estas figuras como el logro más elevado del arte indio. Además de estas delicadas esculturas, los templos están cubiertos de pinturas y tapices con joyas incrustadas, la mayor parte de las cuales han sido presa de los saqueadores.

Los templos de Orissa son probablemente los más impresionantes de todos: superan los doscientos, pero en su momento fueron muchos más. Los más antiguos se construyeron en el siglo VII, los más recientes en el XIII. Los templos, con largas estrías verticales y numerosas vetas horizontales, forman un grupo compacto y denso que abruma al espectador, y es posible que la idea del complejo haya sido en su momento una respuesta a la invasión islámica de la India. Al parecer, estos complejos fueron respetados por los invasores musulmanes sólo porque estaban ubicados en lugares remotos, por lo que pronto fueron abandonados a la jungla. Serían redescubiertos en el siglo XIX por un tal capitán Burt, quien «halló el lugar obstruido por los árboles y con su elaborado sistema de lagos y canales de agua cubierto por la vegetación e imposible de recuperar. Como ocurrió en el caso de Angkor Wat, en Camboya, una construcción algo posterior “descubierta” por una atenta expedición francesa, el lugar había estado deshabitado durante siglos y la jungla se había encargado de destruir con avidez el simbolismo sagrado de su compleja topografía».[1320] Desde entonces, los análisis de las inscripciones han resucitado parte de la historia chandela, y el estudio de la iconografía ha revelado la importancia de estos lugares para el culto de Shiva.

Para muchas personas, el templo más fascinante así como el más bello de toda la India es el que construyeron en Tanjore lo reyes chola a principios del siglo XI. Los chola era un pueblo dravídico (sur de la India) que había ocupado el delta del Kaveri desde tiempos prehistóricos. Kaveri experimentó un renacimiento desde el año 985, cuando el rey Rajaraja I decidió, hacia el final de su reinado, conmemorar sus logros con la construcción de un templo en Tanjore. Erigido en unos quince años, éste es quizá el templo más alto del país, con una altura de más de sesenta metros y coronado por una cúpula de ochenta toneladas.[1321] Además de ostentar una importante inscripción, el templo está decorado con raras pinturas chola de la mitología de Shiva y las bailarinas celestiales. El santuario principal cuenta con un lingam enorme, lo que evidencia que está dedicado a Shiva. El templo fue el centro de un formidable complejo, y en sus ceremonias pudieron llegar a participar quizá hasta quinientos brahmanes y un número similar de músicos y bailarinas. La gente de centenares de kilómetros a la redonda donaba dinero al templo, así como las aldeas, que ofrecían diezmos.[1322] Los chola produjeron bronces famosos, muchos del tipo mencionado antes, con Shiva como Nataraja, Señor de la Danza, rodeado por un círculo de fuego.

Los templos hindúes de la India constituyen una de esas espléndidas obras que nunca se han abierto camino en la mente de Occidente para ser consideradas equivalentes intelectuales y artísticos de, digamos, la arquitectura clásica griega. Y sin embargo, es indudable que están a la par de los logros helénicos, y al igual que ellos fueron concebidos como obras escultóricas y arquitectónicas a un mismo tiempo.[1323] Lo principal aquí es captar que tanto los templos como la escultura reflejan un conjunto de cánones formales ideales. Aunque los supuestos que subyacen a estos cánones no son occidentales, éstos siguen unos principios y proporciones sagrados que se transmitieron de generación en generación. Por encima de todo, la noción occidental de «clasicismo» no incorpora la exuberancia erótica y sensual que es ingrediente esencial del clasicismo indio. Pero no debemos olvidar en ningún momento que la naturaleza sensual del arte indio no es mundana. Su propósito es recordar a los fieles lo que les espera en el cielo y subrayar las deficiencias y la inconstancia de la belleza y los placeres terrenales. Y esto es de algún modo a lo que apuntaba Platón. En cualquier caso, la cuestión es que el arte y arquitectura indios desafían la idea misma de clasicismo.

El esplendor de los Guptas no se limitó a la India. Durante su reinado, naves indias se embarcaban en el puerto de Tamralipti, en Bengala (entonces llamada Vanga), para exportar pimienta, principalmente, pero también algodón, marfil, artículos de latón, monos y elefantes, a lugares tan apartados como China, y traer de vuelta sedas, almizcle y ámbar. (Todavía no existía el comercio del té o el opio). Y de la misma forma en que antes la India había exportado el budismo, ahora exportaba el hinduismo y la cultura en sánscrito. El reino hindú de Funan (en la actualidad Vietnam) estaba gobernado por el brahmán Kaundinya, y Bali, partes de Sumatra y Java también se convirtieron en «islas de hindúes». Es probable que la alfabetización haya alcanzado a esta zona del mundo con la llegada del sánscrito.[1324]

Sin embargo, el dominio de los Guptas no perduró. La quinta generación de la dinastía, Skanda Gupta, fue la última. Poco después de ascender al trono en el año 455, los hunos aparecieron en gran número en su frontera noroeste y el costo de la resistencia agotó el tesoro del reino. Tras la muerte de Skanda en 467 el imperio decayó con rapidez, y poco antes del año 500 Toraman, el líder huno, había tomado el Punjab, y su hijo se haría luego con el control de Cachemira y la llanura del Ganges. Hacia mediados del siglo VI el esplendor de los Guptas se había desvanecido por completo. Tras medio siglo de fragmentación, en 606 surgió una nueva línea posterior de Guptas, no emparentada con el clan imperial. El gobernante más destacado de esta nueva dinastía fue el primero, Harsha Vardhana, que se esforzó por volver a unificar todo el norte de la India. Como en el caso de Chandra Gupta I, su brillantez fue reconocida y registrada en su época, tanto por un brahmán de la corte, Bana, que escribió una versión hagiográfica de su vida, el Harsha Carita, como por un nuevo peregrino budista procedente de China, Xuan Zang, quien nos dejó un relato más perspicaz. Su viaje, Tras los pasos del Buda, lo llevó a la India de Harsha entre 630 y 644.

Aunque Harsha consiguió expandir su imperio, hoy se lo recuerda por el hecho de haber sido al mismo tiempo poeta y guerrero, por haber salvado a su hermana cuando estaba a punto de arrojarse a la pira funeraria de su marido y, sobre todo, por las importantes innovaciones religiosas y filosóficas que tuvieron lugar durante su reinado. Fue durante este período cuando aumentó la popularidad del hinduismo (en detrimento del budismo), que asumió entonces su forma «clásica» de culto, llamada puja. En ésta los fieles realizan ofrendas (frutas, dulces y otras delicias) a las esculturas y demás imágenes de los dioses que reposan en los templos, y ejecutan determinados rituales secretos, todos relacionados con el «poder femenino» o shakti, lo que luego se conocería como tantra. El tantra es casi con certeza una forma de culto muy antigua, vinculada a la antigua diosa madre, pero cómo y cuándo desarrolló su carácter orgiástico es algo que no está claro. Las creencias básicas del tantrismo difieren notablemente de las ortodoxias budista e hinduista y su popularidad, sostienen algunos académicos, avala su antigüedad. La creencia fundamental es que sólo se puede venerar de verdad a la diosa madre a través del coito (maithuna). Con el tiempo esto llevó a las relaciones sexuales en grupo, a menudo en los campos de cremación, supuestamente «contaminados». Estos episodios estaban asociados al quebrantamiento de otros tabúes, como el de comer carne o beber alcohol.[1325]

El tantra también influyó (algunos dirían «infectó») al budismo, lo que en el siglo VII tendría expresión en una tercera forma, tras el hinayana y el mahayana, el vajrayana («vehículo del rayo»). Esta creencia introdujo como divinidades más poderosas a un conjunto de mujeres sabias conocidas como taras, las consortes de los Budas y Bodhisattvas, «más débiles».[1326] En otras palabras, el hinduismo tántrico y el budismo tántrico exaltan ambos el principio femenino, al que consideran la forma más elevada del poder divino.

El culto del tantra se convirtió en secreto y reservado debido a que sus prácticas resultaban inaceptables para los ortodoxos, aunque su íntima conexión con el yoga contribuyó a hacerlo popular. El yoga se practicaba porque el control de la respiración y del cuerpo eran componentes esenciales para la apropiada realización del maithuna. Y el yoga, en tanto sistema de pensamiento, emerge en este momento como una serie de creencias más codificada y organizada con la aparición de los «ocho pasos» del «yoga real» o raja yoga: el autocontrol, la observancia de la conducta adecuada, el ejercicio de las posturas correctas (asana), el control de la respiración (prana), la abstinencia, la estabilización de la mente, el logro perfecto de la meditación profunda (samadhi) y la libertad absoluta del kaivalya.[1327]

Pero el yoga es sólo una de las seis escuelas de filosofía hindú clásica que emergieron en tiempos de Harsha Vardhana. Estas seis escuelas se agrupan por lo general en tres parejas. Al yoga, por ejemplo, se lo vincula con el samkhya o «escuela de los números», que también puede tener un origen muy antiguo. Según la filosofía samkhya, el mundo se componer de veinticinco principios básicos, veinticuatro de los cuales son «materia» (prakriti) y uno solo purusa (hombre, espíritu o yo). En este sistema no hay creador, ni seres divinos, toda la materia es eterna y no engendrada. Toda la materia posee tres cualidades en diferentes grados: o bien es más o menos veraz, más o menos apasionada o más o menos oscura. La mezcla de estas cualidades determina lo virtuoso o noble que es algo, lo inerte, cruel, fuerte o brillante, etc.[1328] Las veinticuatro formas de la materia evidencian cierta evolución, ya que el prakriti «engendra» la inteligencia (buddhi), de la que surge lo que denominaríamos sentido del yo (aham kara), lo que da lugar a la mente (manas). De la mente surgen los cinco sentidos y de ellos, los cinco órganos de los sentidos y los cinco órganos de la acción. Bajo toda la materia subyacen los cinco elementos: éter, aire, luz, agua y tierra. El purusa, el sentimiento de ser un individuo con su propio espíritu, conlleva la idea de que toda la gente es igual pero al mismo tiempo diferente. La salvación se consigue únicamente cuando la persona comprende la separación básica entre el purusa y el prakriti, lo que permite al espíritu dejar de sufrir y alcanzar su completa liberación. El misticismo de esta concepción coincide de forma clara con las creencias platónicas y gnósticas de Grecia y Alejandría.[1329]

Los otros dos pares de filosofías hindúes clásicas son los conformados por el nyaya/vaisesika y el purva-mimansa/vedanta. La filosofía (o visión, darshana en hindi) nyaya significa «análisis» y enseña la salvación a través del conocimiento de dieciséis categorías lógicas. Estas categorías incluyen el silogismo, el debate, la refutación, la objeción, la disputa, etc. Asociado con el nyaya, el vaisesika significa «características individuales» y se le conoce como el «sistema atómico» indio, ya que su premisa básica es que el universo material es el resultado de las interacciones de los átomos individuales que conforman los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. El vaisesika también postula la existencia de entidades no atómicas (dravyas), como el alma, la mente, el tiempo y el espacio. También en este sistema es el conocimiento perfecto el que conduce a la salvación, momento en el que el «yo» es liberado de la materia y, por tanto, del ciclo de la muerte y el renacer. Al igual que el yoga, el nyaya es un sistema de comportamiento o una forma de pensar, mientras que el vaisesika, como el samkhya, es un conjunto de explicaciones sobre cómo se organizan la mente y la materia y cómo difieren una de otra.[1330]

Purva-mimansa («primera indagación») era una forma de fundamentalismo que consideraba el Rig Veda como una verdad literal y, por tanto, insistía en que la salvación sólo podía ser alcanzada a través de una recreación precisa del sacrificio de Soma.[1331] El énfasis en el ritual, así como la ausencia de nuevas ideas, parece haberle hecho perder muchos partidarios con el paso del tiempo. Ocurre lo opuesto en el caso del vedanta («el fin de los Vedas» y lo que algunas veces se denomina «indagación posterior», uttara-mimansa), que se ha convertido en el sistema filosófico más influyente de la India al desarrollar muchas formas secundarias que han llamado la atención de un amplio abanico de pensadores e intelectuales a lo largo de los siglos, y no sólo en la India. A diferencia del purva-mimansa, el vedanta utiliza como punto de partida las especulaciones de los Upanishads, no el sacrificio védico, y busca sintetizar todas las escrituras hindúes, aparentemente contradictorias. El vedanta postula la existencia de un «Alma Absoluta» en todas las cosas.

El maestro vedanta de más éxito, y la segunda persona más reverenciada en la historia de la India después de Buda, fue Shankara (c. 780-820). Shankara fue un brahmán que durante su breve carrera vagó desde su Kerala natal hasta los Himalayas desarrollando su idea de que nuestro mundo es una ilusión (maya) y que la única realidad es Brahma o Atman, el alma o espíritu del mundo.[1332] La doctrina más famosa de Shankara es el advaita (literalmente «no segundo» o, como diríamos nosotros, monismo). El advaita afirma que nada en el universo fenoménico es real, pues todo es emanación secundaria del «ser absoluto y primordial», la «entidad neutra e impersonal» conocida como Brahma, la cual posee tres atributos: el ser (sat), la conciencia (chit) y la felicidad (ananda). Según Shankara, Brahma era inmutable y eternamente estable, algo que para los occidentales resulta muy místico, algo así como un cruce entre el Uno platónico y el Motor Inmóvil aristotélico.[1333] Todo lo demás en el universo era en cierta medida irreal y por ello estaba sujeto al cambio. En los humanos este cambio adopta la forma del samsara, la transmigración.

En uno de sus poemas, Kalidasa menciona un aspersor giratorio para refrescar el aire. Durante la antigüedad y la Edad Media, el ingenio indio sólo estaba por detrás del chino, algo que se evidencia también en el hecho de que hacia el siglo I los médicos del país hubieran perfeccionado veinte cuchillos para diferentes procedimientos quirúrgicos. Al mismo tiempo, sus matemáticos concibieron la noción de rasi, un «montón» de números, algo que recuerda una antigua idea egipcia que puede considerarse el ancestro del concepto algebraico de x, en el sentido de cantidad desconocida.

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