Hunter

Hunter


Capítulo 2

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Capítulo 2

HUNTER

—Es bueno verte fuera de casa, Hunter —dijo Bubba, echándole un vistazo a Hunter mientras le entregaba una cerveza.

Hunter simplemente asintió sin hacer ningún comentario. Detestaba visitar el pueblo justo por eso: esa cara de lástima que todos ponían cuando le hablaban, incluso a pesar de que ya había pasado un año. Pero beber solo en casa era aún más deprimente, por lo que helo aquí.

La semana anterior se cumplió un año desde que Janine lo dejó. ¿Cómo iba la frase de aquella película que le gustaba: «Empéñate en vivir o empéñate en morir»? Era de Sueño de fuga, una película sobre prisioneros. Últimamente, se sentía como uno en casa. Estaba cansado de estar encerrado allí solo. Estaba cansado del silencio. Antes, la tranquilidad de la vida en el campo lo relajaba. Era pacífico.

Pero este año lo único que oía era la ausencia de su voz. Hombre, siempre se estaba quejando de algo. Que el agua caliente se acababa muy rápido. Que había demasiados mosquitos en la primavera. Que la entrada de gravilla hacía que su auto siempre estuviera sucio, a pesar de que no necesitaba ir a ningún lado con el auto bonito.

Es gracioso que las cosas que más te molestaban de una persona son las que más extrañas al final.

O quizá él era un completo idiota. Sensible. Nostálgico.

Lo que más extrañaba de ella probablemente era el calor de su cuerpo en la cama junto a él por las noches. La forma en que él se volteaba y le besaba la nuca y, sin importar cuán malhumorada hubiera estado ese día, ella se relajaba. Cómo le abría las piernas y le agarraba el culo para que entrara en ella.

Incluso cuando querían matarse el uno al otro, aún podían comunicarse de esa manera. Al final del día, parecía ser lo único que los unía. Los silencios sepulcrales durante toda la tarde darían paso a una sesión de sexo salvaje en la noche. Las mordidas y los rasguños reinaban mientras ella lo llevaba al límite. Se aferraba a él por tan solo un segundo luego de su clímax mutuo, como si aún hubiera esperanza o un futuro para ellos.

Pero luego lo soltaba tan pronto como terminaban; a veces incluso se iba a dormir en el sofá, como si no pudiera soportar estar a su lado por un momento más.

Él nunca logró entenderla. Pero jamás pudo preguntarle por qué lo hacía; por qué seguía yendo a la cama todas las noches para después irse con tanta repulsión de inmediato. Al principio pensó que era porque lo amaba. Pero con el tiempo supo que era para castigarlo. Otro recordatorio de que, si bien llevaba el anillo que él le dio en el dedo, jamás sería completamente suya.

El teléfono de Hunter vibró en su bolsillo y lo sacó para saber quién lo llamaba. Nunca se tiene una noche libre cuando eres el único veterinario de animales grandes en dos condados.

La palabra «Mamá» brillaba en la pantalla y Hunter arrugó la cara. Si había algo peor que las caras de lástima de las personas del pueblo, era la rutina que ponía su mamá para alegrarlo. Tenía buenas intenciones, claro que Hunter sabía eso. Pero solo podía manejar cierta cantidad de alegría forzada en una semana y ya había pasado la mayor parte del domingo en casa de sus padres. Dejó que el teléfono siguiera repicando, pues su mamá sabía que si terminaba en el buzón de voz luego de un par de pitidos era porque había rechazado la llamada.

Cuando finalmente dejó de vibrar, negó con la cabeza. Salir esta noche no le estaba sirviendo de mucho. Aún seguía pensando en Janine al igual que lo hacía en casa. Y estos taburetes eran jodidamente incómodos.

Colocó la cerveza otra vez en la barra y se giró en el taburete para poder sacar su billetera del bolsillo trasero cuando vio que la puerta del bar se abrió.

Y entonces entró la mujer más hermosa. Tenía el pelo largo y negro recogido en una cola de caballo impecable. Su cara era perfecta: tenía forma de corazón, una piel de porcelana, grandes ojos azules y labios rosados.

A diferencia de la mayoría de las mujeres en el bar, no llevaba ropa para llamar la atención. Vestía una camiseta oscura con vaqueros que no eran muy apretados, pero sí lo suficiente para dejar ver que tenía curvas en los lugares correctos. También, a diferencia de las demás personas en el bar, Hunter no sabía quién era. Lo que no era común en un pueblo tan pequeño como Hawthorne, que apenas era un mísero punto en el mapa.

Aparentemente todos los demás también se habían interesado en ella, porque la mitad del bar había volteado a verla.

Mierda. Hunter conocía ese sentimiento. Y lo odiaba.

Se volvió hacia la barra y bebió otro sorbo de la cerveza olvidada. Estuvo a punto de buscar la billetera otra vez cuando la mujer se sentó en el taburete a su lado.

Se congeló, con las manos en el tarro de cerveza. ¿Lo había visto y fue a sentarse junto a él específicamente o simplemente había escogido un asiento al azar en la barra?

La miró por el rabillo del ojo, pero ella ni siquiera le echó un vistazo. Claro, sigue soñando, estúpido.

Aun así, no sacó la billetera.

La mujer miraba a todos lados en la barra. Bubba estaba sirviendo los tragos esta noche, junto con Jeff. Jeff estaba en el otro extremo de la barra, haciendo el ridículo como siempre mientras Cherry y Lacey lo oían, embobadas. Cherry estaba recostada sobre la barra con un escote tan pronunciado que estaba seguro de que Jeff podía verle el ombligo.

La extraña sonrió y negó un poco con la cabeza al ver la escena, como si le divirtiera de alguna forma. Bubba finalmente terminó de mezclar unos tragos y se los entregó a Mary, la mesera de esta noche, para luego dirigirse hacia la mujer.

Bubba era tan bien conocido como su bar. Un hombre grande, barrigón, con una larga barba gris y un tatuaje de motociclista en los nudillos que era su propia carta de presentación.

Pero la mujer no parecía sentirse intimidada por él. Simplemente le sonrió cuando se volteó y le preguntó:

—¿Qué te sirvo, muñeca?

Dudó por un momento, como si hubiese estado a punto de ordenar algo antes de cambiar de parecer. Inclinó la cabeza un poco, mostrando la larga curvatura de su cuello.

—¿Qué cervezas tienen?

Bubba le nombró varias cervezas y ella escogió una IPA oscura.

Hunter bebió unos sorbos de su cerveza para hacer ver que estaba en lo suyo mientras Bubba le servía un gran tarro de cerveza oscura a la chica. Bebió un largo trago y se relamió la espuma de los labios al final.

Hunter tragó grueso y desvió la mirada.

—Ah, era justo lo que necesitaba —dijo luego de otro sorbo largo—. ¿Todavía está abierta la cocina?

—Hasta las diez —respondió Bubba—. ¿Qué te traigo?

Se mantuvo en silencio por un momento y luego exclamó, como si de una confesión se tratara:

—Mataría por una hamburguesa.

—Así me gustan. Cerveza y hamburguesa, saliendo en un minuto. —Bubba se volteó y caminó hacia el extremo de la barra que conectaba con la cocina para preparar la orden. Hunter no podía evitar buscarla con la mirada mientras ella se acomodaba en el taburete y bebía otro sorbo largo de su cerveza.

Pero luego no pudo verla más, pues Larry le bloqueó la visión recostándose sobre la barra entre Hunter y la mujer. Larry tenía casi cincuenta años y había sido maestro de la escuela secundaria antes de que lo despidieran por llegar borracho a clases.

—Estoy de acuerdo con Bubba —balbuceó Larry, notablemente borracho. Olía como una maldita cervecería—. Es sexi ver a una mujer que sabe cómo pedir una cerveza: con mucho para lamer.

Hijo de…

—Soy Lawrence.

La mujer no le dio respuesta. Hunter imaginó que le puso una cara de «Vete al diablo, no estoy interesada».

—Con que acabas de llegar al pueblo —insistió Larry, metiéndose entre Hunter y la mujer aún más—. Es un pueblo pequeño. Todo el mundo se conoce. Así que cuando aparece una hermosura como tú… pues, se te para el corazón. Se te para de golpe, si es que me entiendes.

Muy bien, ya fue suficiente.

Pero la mujer parecía ser completamente capaz de cuidarse por sí sola.

—Oye, oye, oye —la oyó Hunter decir. Aún no podía verla porque Larry la tapaba, pero por la forma en que Larry se inclinaba hacia ella, la estaba arrinconando—. No estoy interesada. Será mejor que te alejes. Ahora mismo. —Su voz era firme y clara.

Larry movió su cuerpo de repente como si ella lo hubiese empujado, pero estaba firmemente aferrado a la barra y apenas se desplazó.

—¿Qué? —preguntó Larry con un tono cada vez más desagradable—. Solo estoy siendo amigable, no seas una…

Hunter no se podía aguantar más.

—Te dijo que no estaba interesada. —Hunter jaló a Larry por la parte trasera del cuello de la camisa, ahorcándolo, y lo desequilibró de tal forma que se cayó hacia atrás y aterrizó sobre su trasero. Hunter estaba de pie entre Larry, con su cara enrojecida, y la mujer que aún estaba sentada en el taburete detrás de él—. Vete de una buena vez antes de que llame a Marie —lo amenazó Hunter. Larry palideció y le costó ponerse de pie—. Y pide un taxi o la llamaré de todas formas.

Larry asintió y se fue trastabillando a su mesa.

Larry era inofensivo la mayor parte del tiempo, pero no había nada que Hunter odiara más que los hombres que no respetaban a las mujeres.

Se giró para disculparse con la mujer y ella subió la mirada sorprendida, casi avergonzada. ¿Acaso le estaba mirando el trasero? Hunter contuvo una sonrisa.

—Disculpa el mal rato.

Ella agitó una mano y bebió un gran trago de su cerveza. Parece que fue demasiado grande, pues se ahogó inmediatamente y escupió cerveza por toda la barra.

Hunter se acercó y le dio un par de golpecitos en la espalda.

—¿Estás bien?

La chica tosió, pero luego asintió y tomó una servilleta para limpiarse la boca y, después, limpió discretamente la barra.

—Estoy bien —jadeó cuando finalmente pudo respirar por la nariz otra vez. Bebió otro sorbo de cerveza para calmar lo que quedaba del ataque de tos. Luego hizo una mueca—. Supongo que no te puedo pedir que ignores la parte en que me volví la fuente de cerveza particular del bar. No he estado en público en un tiempo y parece que estoy un poco oxidada. —Sonrió, burlándose de sí misma, y Hunter no podía recordar la última vez que vio a alguien tan encantadora o adorable.

—Entonces… —continuó ella cuando el silencio fue lo suficientemente largo para ser incómodo. Mierda. Conversar. Se suponía que tenía que conversar con ella. Debería decir algo inteligente. Cautivador.

Pero no sabía qué decir.

—¿Es Marie su esposa? —preguntó.

Le tomó un segundo caer en cuenta de lo que le estaba preguntando y finalmente negó con la cabeza, esbozando una sonrisa.

—Ya quisiera él. No, es la alguacil.

—Oh. —Se veía un poco sorprendida—. ¿Supongo que Lawrence ha tenido unos cuantos encontronazos con la ley?

Hunter volteó los ojos.

—Creo que pasó más noches en el calabozo que en su casa el año pasado. Marie estaba tan cansada de arrestarlo que comenzó a reproducir death metal toda la noche a todo volumen en la comisaría y, si no supongo mal, eso debe ser el mismísimo infierno si tienes una resaca. —Sonrió—. Ahora, Larry casi siempre se va a casa antes de descontrolarse.

»Soy Hunter, por cierto. Hunter Dawkins. —Estiró la mano, pero la bajó al último segundo—. Disculpa, no quiero que pienses que soy otro cretino del bar que quiere coquetear contigo. —Señaló por encima del hombro con el pulgar—. Mejor te dejo con tu cerveza.

Fue a tomar su cerveza, listo para levantarse e irse.

—No. —Ella le puso la mano en el antebrazo brevemente antes de quitarla casi de inmediato.

Sintió un cosquilleo en el brazo donde lo tocó. ¿Cuándo fue la última vez que lo tocó una mujer? Pensó un par de veces en tener una aventura después de lo de Janine, pero no valía la pena hacerlo en un pueblo tan pequeño. Hawthorne no era exactamente un lugar donde se podía tener un romance de una noche de forma anónima.

—Está bien —le sonrió—, no me molesta tener compañía. Mientras sea alguien que sepa respetar el espacio personal, claro está —comentó con una sonrisa—. Me llamo Isobel.

—¿Te traigo otra, Hunter? —preguntó Bubba, señalando el tarro de cerveza casi vacío.

—Prefiero una Coca-Cola. Gracias, Bubba. —Tenía que manejar de regreso a casa. Hunter se giró hacia Isobel con una pregunta en los ojos—. ¿Y qué te trae a nuestro pueblito? Es verdad que no vemos muchas caras nuevas aquí.

—Trabajaré en el refugio para caballos de Mel durante el verano.

Por supuesto.

—Debí suponerlo —asintió Hunter—. Las pocas caras nuevas que vemos suelen ser personas que vienen a eso. Seguro te divertirás. Mel y Xavier son excelentes personas.

—¿Los conoces? —Obviamente había captado su atención. Luego negó con la cabeza—. Supongo que todos se conocen aquí.

—Es cierto —rio Hunter en concordancia—. Pero, a decir verdad, soy el padrino de su segundo hijo. Tiene dos años y medio.

—¿De verdad? Vaya, qué genial. Así que los conoces personalmente.

Hunter asintió. Mel y Xavier habían sido muy comprensivos, tanto cuando aún estaba con Janine y… después de ello. Intentaba visitar la granja para pasar el tiempo siempre que podía. Era imposible estar triste con dos chiquillos inquietos que corren por todos lados y hacen mil preguntas por minuto.

—Son buenas personas —repitió.

Isobel apoyó los codos en la barra, con la cabeza ligeramente inclinada a un lado mientras lo veía. Sus ojos azules eran brillantes, pero con tenues sombras que se ocultaban en ellos.

Se preguntaba cuál era su historia. No había hecho más que sonreír desde que comenzó a hablar con ella, pero era como si pudiera sentir una capa de tristeza justo por debajo de la superficie. Era difícil describirlo, pero la hacía incluso más bonita. Obviamente era una mujer fuerte que no tenía miedo de alzar su voz, pero tenía una especie de fragilidad al mismo tiempo.

—Hacen un trabajo increíble —dijo—. Me enteré de su refugio gracias a un entrenador de caballos que conozco de Nuevo Hampshire. No dejaba de elogiarlos. ¿Es cierto que ahora tienen veinticinco caballos que han rescatado en la granja?

—Más —le contestó Hunter—. Algunos de los caballos que logran rehabilitar se dan en adopción, pero normalmente tienen un número constante de al menos treinta caballos en el establo.

Se le abrieron los ojos con admiración.

—¿Así te enteraste de la casa de rescate? —preguntó Hunter—. ¿Por tu amigo entrenador?

—Sí. Me lo contó hace un tiempo. Siempre creí que trabajar aquí era una oportunidad increíble, pero que jamás tendría el tiempo para hacerlo. —Se le nublaron los ojos por un momento y bajó la mirada antes de volver a sonreír y encogerse de hombros—. Y bien, finalmente tengo el tiempo y me pareció apropiado venir.

Hunter entrecerró los ojos, se preguntaba qué pasaba por esa adorable cabeza.

—¿Nuevo Hampshire, dijiste? ¿Eres de allí?

Pero antes de que le pudiera contestar, Jake apareció y los interrumpió, con una cerveza en la mano.

—Oye, Hunter. —Hizo un gesto hacia la mesa de billar—. Connor ya se va, si quieres jugar la próxima ronda.

—Oh. —Hunter miró de reojo a Isobel y luego volvió la mirada a Jake, intentando comunicarse telepáticamente con él. «Vamos, hombre, vete ya». Hunter quería darle un golpe en la cabeza. ¿Es que no veía que estaba hablando con una mujer hermosa?

Pero Jake se quedó allí parado, hasta que Hunter finalmente le dijo:

—No pasa nada. Pueden seguir jugando ustedes.

—Claaaaaro —respondió Jake, echándole un vistazo a Isobel como si hubiera entendido a lo que se refería. Y no pudo hacerlo de forma discreta.

Hunter sintió que le ardían las mejillas cuando Jake le guiñó el ojo y se giró, alejándose al fin. Pero cuando se volvió hacia Isobel, ella solo sonreía mientras bebía su cerveza.

—Aquí tienes, dulzura. A la brasa como Dios manda. —Bubba colocó la hamburguesa frente a Isobel.

Le agradeció a Bubba y tomó la hamburguesa, pero pausó y miró a Hunter.

—Disculpa, ¿se ve mal si me como esto frente a ti?

Hunter agitó una mano.

—Para nada. Ya yo comí.

—Ah, gracias a Dios, muero de hambre.

Hunter rio y ella le dio una gran mordida a la jugosa hamburguesa. Aparentemente estaba rica, porque dejó caer la cabeza hacia atrás extasiada mientras masticaba.

Y ahora Hunter sentía los vaqueros apretados porque, maldición. Era lo más sensual que había visto en un buen tiempo.

Tenía los ojos cerrados y estaba perdida en la sensual experiencia de comer la hamburguesa. Hunter observó la delicada columna de su garganta mientras masticaba y tragaba. Bajó la mirada por su garganta, pasando por el cuello de su camiseta y hasta sus redondas…

Mierda.

Subió los ojos rápidamente hacia su cara, para encontrarse que ella estaba viendo cómo se la comía con los ojos. Maldición.

Sintió que le quemaban las mejillas y desvió la mirada para observar el resto de la barra. Pero pudo ver, por el reflejo de Isobel en el espejo, que sus mejillas parecían dos tomates mientras lo veía discretamente por encima de su hamburguesa, aparentemente entretenida ante su bochorno.

Todo lo que sentía en ese momento… Dios, tenía tanto tiempo sin sentirlo que apenas podía reconocerlo. Atracción. Así se sentía la atracción. Casi no podía creer que estaba allí sentado, hablando y coqueteando con esta hermosa mujer.

Ella terminó de tragar su bocado.

—Entonces este bar es como el de Cheers. Donde todos se conocen por nombre. —Le dio otra mordida a la hamburguesa y Hunter no pudo evitar sonreír con timidez.

—Sí. Pues, así son los pueblitos. —No lograba separar sus pensamientos de Janine—. O los amas o los odias.

—Siempre me han gustado —dijo Isobel, acercándose como si hubiera detectado su repentino cambio de humor e intentara traerlo de vuelta al momento con ella—. Mis mejores recuerdos son del pueblo donde vivía en Nuevo Hampshire.

Claro.

Porque ella no era Janine. Esta chica creció en un pueblo de Nuevo Hampshire, no en un distrito caro de Manhattan. Janine solía regodearse de ser del Soho como si fuera un país extranjero exótico. Hunter se despabiló y volvió a relajarse.

Continuaron conversando cómodamente mientras ella se comía la hamburguesa. Se enteró de que le encantaba trabajar con caballos y le contó sobre todas las personalidades de los caballos con los que trabajó en el establo de Nuevo Hampshire. Se emocionaba al hablar de cada uno de ellos y Hunter no podía apartar la mirada de ella. Mencionó que se estaba tomando un descanso de la universidad, pero notó un rastro de nostalgia en sus ojos y lucía incómoda, así que decidió no ahondar en el tema.

—Siento que he estado hablando sin parar —dijo y tomó un sorbo de su cerveza. Solo había bebido la mitad y había comido un poco más de la mitad de la hamburguesa antes de colocarla en el plato y dejarla de lado—. Háblame de ti.

Hunter se encogió de hombros, apenado. ¿Qué podía decir? ¿Que era el veterinario del pueblo que pasaba los días con el brazo metido hasta el codo en el culo de las vacas y los caballos, y que a duras penas lograba pagar las facturas mensuales para que no le cortaran la electricidad? Él sabía perfectamente lo poco impresionante que era.

Además, al final, ¿para qué hacerlo? No era como si fuera a tener una relación con esta mujer, incluso si era tan perfecta como parecía. No estaba seguro de estar listo o si en algún momento lo estaría. Y ella solo estaría allí durante el verano. Lo último que necesitaba era involucrarse con otra mujer que no podía esperar para deshacerse de él.

Pero, al mismo tiempo, la idea de despedirse de ella y volver a su casa vacía… La idea de pasar otra noche solo en su fría cama…

Maldición, sentía que podría matarlo, especialmente luego de pasar la noche hablando con esta brillante y adorable mujer y recordar lo que se sentía ser un hombre real, un hombre vivo.

Y justo cuando pensaba todo esto, se dio cuenta que Isobel tenía los ojos clavados en sus labios. Como si estuviera pensando en cómo se sentiría besarlo. Se le calentó la sangre de tan solo pensarlo.

A la mierda. Decidió dejar de lado lo precavido y la racionalidad.

—¿Isobel?

—¿Sí? —Quitó los ojos rápidamente de sus labios.

Se veía acalorada cuando sus ojos se encontraron.

Era todo o nada. Ella o lo abofetearía y le diría hasta del mal que se iba a morir. O no. Pero el que no arriesga, no gana, ¿no?

Hunter se acercó y bajó la voz hasta un susurro.

—Mira, no suelo hacer esto, pero que no te dé miedo de mandarme a volar… —Se llevó la mano hasta la nuca y se quedó en silencio, con una mueca en el rostro—. Dios, eso sonó muy mal. —Quizás no iba a poder hacerlo después de todo.

Pero entonces, Isobel le colocó una mano en el muslo.

—No, continúa.

Los intensos ojos azules de ella se encontraron con los suyos otra vez y el brillo que vio en ellos le dio la confianza para decir lo demás rápidamente.

—Me siento solo. Y tú eres hermosa, divertida y perfecta y me gustaría llevarte a casa esta noche.

Ella dejó de respirar por un segundo. Mierda, había metido la pata. Seguramente ya había levantado la mano e iba darle una bien merecida bofetada en tres, dos, uno…

—Está bien.

Fue apenas un suspiro y luego le apretó el muslo con la mano que tenía sobre él.

Hunter pestañeó. Espera, ¿qué? ¿En serio?

Examinó los brillantes ojos azules varias veces, pero ella no desvió la mirada. Se quedó congelado en su asiento por otro momento hasta que finalmente reaccionó y se puso en movimiento.

Se levantó y sacó de un golpe la billetera para dejar un par de billetes de veinte dólares en la barra.

—Yo invito.

Cuando Isobel intentó protestar diciendo que ella podía pagarse su propia comida, él solo la tomó de la mano y la colocó detrás de él para salir del bar. Ella rio.

—Está bien, está bien, el acto cavernícola fue un poco sexi. Pero puedo caminar por mi cuenta. —Se movió para soltarse de su agarre.

Pero entonces se congeló y dejó de caminar. Cuando Hunter se volvió para ver qué pasaba, ella le alzó la mano izquierda y la colocó entre ambos.

¿Qué estaba…?

Le señaló el cuarto dedo donde claramente se veía el bronceado que había dejado el anillo de matrimonio.

—¿Por casualidad se te olvidó que dejaste tu alianza en la guantera antes de entrar al bar?

Hunter retrocedió y todas las personas que estaban sentadas cerca de ellos inmediatamente dejaron de conversar.

Mierda. No había pensado en cómo se vería eso. Apenas se lo había quitado hace poco, pero estaba acostumbrado a que todo el mundo supiera lo que había pasado.

—Me dejó el año pasado.

Ahora sentía que todo el bar se había quedado en silencio. Todos los estaban mirando. Miraban a Hunter. Con «la cara» que siempre le hacían. Maldición, podía sentir su lástima como una manta pesada que lo asfixiaba.

—Mierda. —Isobel se cubrió la boca con una mano—. Lo siento. —Hunter dio un paso atrás al ver lástima en su rostro también. Ella hizo una mueca cuando vio su reacción—. Lo siento —repitió—, es solo que mi exnovio y mi… —Bajó la mirada, tomó un respiro profundo y volvió a sonreír—. Olvídalo. Fue un placer conocerte.

Luego hizo a Hunter a un lado para salir.

Espera, ¿qué? No, él no quiso…

—¿Qué haces allí parado? —le gritó Bubba—. Ve tras ella, idiota.

Claro. Hunter salió rápidamente para buscar a Isobel.

El aire nocturno estaba helado mientras la buscaba por la calle. No la veía por ningún lado.

—Maldición —se quejó mientras trotaba hacia el estacionamiento trasero.

Exhaló un suspiro de alivio cuando la vio inclinada sobre la puerta de un Toyota Corolla, golpeándose la cabeza contra la ventana mientras susurraba:

—Tonta, tonta, tonta, tonta…

—¿Isobel?

Dio un gritito y se volteó para mirarlo.

—Por Dios, qué susto me diste.

—Disculpa. —Mantuvo las manos arriba—. Yo soy quien debe disculparse. Entiendo perfectamente que hayas asumido eso. —Señaló hacia el bar detrás de él con el pulgar—. Nos acabamos de conocer.

—No, discúlpame —le contestó—, no debí asumir…

—Deja de disculparte —replicó. Y entonces, ya que no podía pasar otro segundo más sin tocarla, se inclinó, acorralándola con las manos en ambos lados del auto, y la besó.

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