Hunter

Hunter


Capítulo 13

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Capítulo 13

ISOBEL

Isobel avisó que no iría a trabajar al día siguiente porque estaba enferma.

¿Era una cobarde? Sí. ¿Pero podría enfrentarse a Hunter después de lo que pasó anoche? Eso era un gran no.

Además, era sábado y «trabajar» solo significaba estar de guardia para emergencias, por lo que no era como si estuviera perdiendo horas en la clínica. Simplemente no podía soportar estar encerrada en la cabina de la camioneta con Hunter por horas y horas el día de hoy. Mañana era su día libre y para el lunes ya estaría lo suficientemente bien como para volver a tratar con él.

Dios, ¿por qué se había rendido ante Hunter anoche cuando la besó? Todavía no entendía qué demonios había estado haciendo.

Lo odiaba.

Era un imbécil.

Pero el sexo era tan caliente.

Había oído sobre el «sexo de odio», pero ciertamente nunca lo había experimentado. Y no podía cambiarlo ahora. Entonces, sí, habían tenido sexo increíble y devastador. El tipo de sexo que cambiaba toda tu visión de la vida. Justo como esa primera noche.

¿Y qué? ¿Y qué si ella había actuado completamente desvergonzada y cachonda más allá de toda imaginación mientras estaban en eso? Se le puso el rostro rojo cuando pensó en algunas de las cosas que le había pedido que hiciera.

Nunca en su vida le había pedido a una de sus parejas que le hiciera esas cosas antes. Claro, había fantaseado con eso muchas veces mientras se masturbaba, pero expresarlo de verdad en voz alta…

Y, sin embargo, de alguna manera con Hunter, la última persona en la tierra en la que debería confiar sus deseos más profundos y oscuros, todo le había salido de la boca sin tapujo.

Metió la cara en la almohada y apretó las piernas.

Había leído que algunas personas estaban genéticamente predispuestas a tener comportamientos adictivos. Tal vez solo estaba intercambiando una obsesión por otra. En lugar de adicta a la comida, se había convertido en ninfómana. Lo que significaba que Catrina tenía razón y su ADN estaba predeterminado para arruinarla si se trataba de comida o sexo…

Dios, ciertamente no estaba pensando en comida. No, desde que había llegado a casa anoche, todo lo que podía hacer era reproducir cada momento del sexo sucio y sudoroso contra la parte trasera del bar. Se había masturbado hasta dormirse la noche anterior.

Y esta mañana se despertó igual de caliente. Aun así, masturbarse no era nada en comparación con la plenitud de la gruesa pene de Hunter llenándola. Apretó las piernas aún más.

Se volvería loca si pasaba todo el día en la cama obsesionándose con eso. Se incorporó para sentarse y luego balanceó las piernas al costado de la cama.

Se vistió y volvió a arreglarse el pelo con una cola de caballo. Se había duchado cuando llegó a casa la noche anterior para deshacerse del olor de Hunter.

Como siempre, se demoró frente al espejo no más de lo absolutamente necesario después de cepillarse los dientes y asegurarse de que la cola de caballo estuviera recta. Se dio la vuelta y bajó las escaleras.

—La Bella Durmiente se despierta —dijo Reece desde el estudio cuando llegó al pie de las escaleras.

—Cuento equivocado, idiota —dijo Liam—. Obviamente es Blancanieves. Mira sus colores. Piel pálida y cremosa. Labios de capullo de rosa. Pelo largo y negro.

—¿Eso nos convierte en los siete enanos? —preguntó Reece.

—Qué bueno saber que les enseñan matemáticas a los chiquillos hoy en día —intervino Mack—. Hasta donde tengo entendido, somos cinco.

Jeremiah le dedicó una sonrisa sarcástica.

—Pero sí eres el vivo retrato de Feliz.

Mack le sacó el dedo del medio y luego se metió huevos revueltos en la boca.

—Vamos, niñitas. Pueden cotillear y trenzarse el cabello en otro momento. Los compartimentos no se limpiarán solos.

Liam y los gemelos le devolvieron el saludo de un dedo. Nicholas seguía comiendo su desayuno, observando en silencio como siempre. Isobel le dio una palmada en la espalda.

—Buenos días Nick.

—Hola Iz. ¿Has salido con tu doctor Hunter esta mañana?

Ella lo miró bruscamente.

—Él no es mi doctor Hunter.

Nicholas no dijo nada. Enarcó las cejas un poco antes de seguir comiendo.

Mierda. Estaba actuando como una loca. Trató de modular la voz para sonar normal cuando dijo:

—No, me quedaré en casa. Pensé en pasar tiempo con Bright Beauty y llevar a uno de los otros a pasear.

Beauty y ella habían fraternizado mucho en las últimas dos semanas. Cuando Isobel quería alejarse del ruido de la casa y los estridentes gritos de los chicos, se escapaba al granero y pasaba una o dos horas acicalando a Beauty y charlando con ella. Era una yegua de naturaleza amable y el estricto régimen de descanso y masajes parecía aliviarle el dolor a medida que se le curaban los ligamentos. Nunca podría volver a competir, pero no había razón para no poder tener una vida larga y saludable.

Pasar tiempo con los caballos la hacía sentir tranquila y serena, como siempre lo había hecho. Los animales eran mucho más sencillos que las personas. Los mirabas a los ojos y no tenías que preguntarte en qué estaban pensando.

«Mírame, Isobel. Tu clímax me pertenece».

Tragó saliva mientras ponía un panecillo en la tostadora y levantaba la tapa de la bandeja de huevos revueltos. Se sirvió una cucharada pequeña.

Sí, prefería a los animales que a la gente.

—Entonces, la pelirroja del bar y tú parecían estar llevándose muy bien anoche —inquirió Liam. Isobel levantó la vista justo a tiempo para ver que a Jeremiah se le sonrosaba la cara.

—Mencioné que estaba estudiando historia y ella dijo que amaba Game of Thrones. Así que nos pusimos a hablar.

Liam se echó a reír.

—Sabe que no es historia de verdad, ¿no?

A Jeremiah se le enrojeció la nuca cuando se levantó a recoger su tostada.

—George R. R. Martin dijo que se basó en la Guerra de las Rosas. Esa es historia de verdad. Hablamos un poco de eso.

Liam hizo una mueca.

—Por amor a Dios, no me digas que aburriste a la chica sensual con una lección de historia. Hombre, que estaba buscando bajarte los pantalones.

Jeremiah lo miró fijamente.

—Las mujeres no existen solo para eso.

Liam agitó el tenedor en un gesto de «tal vez sí, tal vez no».

—Discutible con esa mujer en particular. La camisa que llevaba apenas merecía el nombre. Era más como un bikini extravagante. Y te estaba montando la pierna como un perro en celo mientras tú la aburrías con esa oscura historia inglesa.

El panecillo de Isobel estuvo listo. Lo tomó y esparció una fina capa de queso crema sobre él, luego se sentó a la mesa entre Nicholas y Jeremiah. Reece y Liam estaban al otro lado de la mesa.

Jeremiah ya estaba enfurecido.

—Me dio su número.

Liam se rio.

—Por supuesto que lo hizo. —Liam se reclinó en la silla con las manos detrás de la cabeza—. Las mujeres de este pueblo están necesitadas y nosotros somos penes frescos. —Luego hizo una mueca y miró a Isobel—. Sin ofender.

Ella se rio y levantó las manos.

—No te preocupes. Por favor, continúa con tu fascinante explicación. Siento que es mi deber como mujer escucharte.

—Bueno, usemos a la pelirroja como ejemplo. Hay muy pocas opciones en un pueblo de este tamaño. Comienza a follar con chicos desde la secundaria. ¿Y tiene qué? ¿Veintidós, veintitrés años? Si fue a la universidad, puede que haya probado el buen sexo. Aun así, por alguna razón, terminó regresando a este lugar. O tal vez nunca fue a la universidad y ha estado aquí todo el tiempo. De cualquier manera, ese pene triste de la secundaria ya la debe tener cansada.

Sonrió ampliamente y extendió los brazos.

»Luego venimos nosotros al pueblo. Un montón de bastardos atractivos con nuestros penes nuevos y resplandecientes. Es como cuando llega la feria. Todos quieren montarse en las atracciones.

—Y, a pesar de eso, te fuiste a casa solo. —Jeremiah se tocó la barbilla, fingiendo perplejidad—. Lo que es impactante con una lógica tan infalible como esa.

Liam agitó la mano despectivamente.

—No me estaba esforzando anoche. Solo salí para sentirme osificado.

—¿Osiqué? —preguntó Reece.

Liam miró alrededor de la mesa y, al ver la expresión insípida de todos, explicó.

—Osificado. Ya saben, alumbrado, hecho mierda, achispado, amonado.

—¿Amonado? —Isobel se echó a reír—. Por Dios, esa es mi nueva palabra favorita para emborracharse.

Liam solo sonrió.

—¿Ven? No se pueden resistir al acento. Si hubiera querido encontrarme un agujerito anoche, lo habría hecho sin mayor problema.

—¿Encontrar «tu» agujerito? —Isobel se atragantó, doblándose.

—Algunos estamos tratando de comer decentemente —refunfuñó Nicholas, fulminando a Liam con la mirada.

—Oye, solo le estoy dando a mi público lo que quiere —contestó Liam.

Nicholas se terminó su tostada y se levantó.

—Pues, lo que deberías estar haciendo es comer. El juego de los Dodgers y los Yankees comienza a las cuatro.

Liam puso los ojos en blanco.

—¿Qué será de mí si me pierdo el primer cuarto de un montón de hombres gordos esperando a que les arrojen una pelota?

Nicholas no parecía entretenido.

—Son entradas. Y me gustaría verte decirle eso a Clayton Kershaw en la cara mientras te lanza una bola rápida de ciento cincuenta kilómetros por hora.

—¿Y por qué haría eso… —Liam empujó su silla hacia atrás y se puso de pie, con una sonrisa falsa—, …si puedo pasar el día viviendo el glamoroso estilo de vida de palear mierda de caballo?

—Ah, claro —dijo Reece después de que terminó de beber el resto de su jugo de naranja—. Es día de compost.

—Una cosa en la que nunca pensé cuando soñaba con trabajar en una granja de caballos… —Liam negó con la cabeza, encogiéndose de hombros—, era la cantidad de mierda que eso implicaba.

Isobel también arrugó la nariz. Había aprendido del último «día de compost» que a quien le tocaba trabajar con el compost terminaba oliendo a, pues, a mierda. ¿Y cómo no, si pasaban horas en el cobertizo de compostaje rastrillando las cosas que estaban en las primeras etapas para airearlas? La segunda parte era mejor: podían utilizar la moto a cuatro ruedas para llevar el compost terminado y esparcirlo sobre los campos como fertilizante.

—Solo otra razón por la que me encanta tener el trabajo de niñero. —Sonrió Reece—. Que se diviertan. Voy a ir rápido a Colorado para abastecerme de mis… remedios herbales.

Isobel negó con la cabeza en su dirección. Al parecer, a Xavier y Mel no les importaba que encendiera un porro de vez en cuando, siempre que lo hiciera fuera de la casa y después de que los niños estuvieran en cama.

—Eso aún no es legal aquí, ¿verdad? —preguntó.

—No. No lo es. —La voz de Jeremiah sonaba fría mientras miraba a su hermano—. Sabes que, si te detienen con esa mierda, podrías pasar hasta un año en la cárcel.

—Relájate, hombre. Siempre estás tan estresado todo el tiempo. Cuando regrese, puedo hornear unas galletas que te relajarán hasta la médula —habló Reece suavemente—. La tiendita a la que voy está justo al otro lado de la frontera y tiene la mejor híbrida llamada Blue Dream y te cambiará la vida, hombre, ya verás…

—Sí, te cambiará la vida —se mofó Jeremiah, aún molesto—. Cuando te arreste un policía estatal que busca a los idiotas como tú que obviamente cruzan la frontera para comprar esa mierda. —Jeremiah extendió la mano y tiró de un par de las rastas rubias de Reece—. ¿Acaso no puede ser más obvio que vas a comprar hierba? Al menos ponte una puta gorra.

Reece se apartó bruscamente de su hermano e Isobel pudo verlo perder rápidamente su humor generalmente tranquilo, algo que solo su hermano parecía ser capaz de provocar en él.

—¿Por qué no dejas de meterte en lo que no es asunto tuyo? Estoy harto de que siempre intentes controlarme la vida. Solo eres mayor que yo por tres minutos, imbécil.

—Vamos, chicos. Calma. —Isobel se metió entre ellos y se volvió hacia Reece—. A todas estas, ¿dónde están Dean y Brent? ¿Por qué no están contigo hoy?

Reece suavizó su expresión de inmediato.

—Mel y el señor Kent llevaron a los niños a visitar a los padres de él en el este. Ya no podrá volar para el próximo mes.

—Ah, claro —recordó Isobel—. Ella me contó. He estado tan ocupada que olvidé que era este fin de semana. —Pausó por un momento y luego continuó—: Bueno, que se diviertan con el compost. —Levantó el panecillo hacia los demás tipos que se levantaban de la mesa—. Iré a los establos en un rato.

—Diría que nos veremos afuera —dijo Jeremiah—, pero estoy bastante seguro de que no querrás acercarte a menos de tres metros de nosotros sin un traje radiactivo.

* * *

Varias horas después, Isobel se sentía genial. Había llevado a una de las yeguas más dulces del rancho, apropiadamente llamada Sugar, a un largo viaje al campo. Wyoming no era el tipo de lugar que normalmente habría pensado que era hermoso. No era demasiado verde o exuberante.

En cambio, tenía más bien una belleza austera: amplios espacios abiertos, arbustos pequeños y colinas que se mezclaban entre sí, con montañas a lo lejos.

Estar allí con solo la yegua como compañía hizo que la vida se sintiera más grande. No podía comprender el alcance del gran mundo exterior y no sentir que todos sus problemas eran… pues, pequeños. Dios, ¿por qué se permitió ponerse tan neurótica con todo?

La comida.

El sexo.

Hunter.

¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué se obsesionó?

«Por otra parte, la locura podría estar en tu ADN».

Cerró los ojos y exhaló. Exhalo toda la mierda tóxica. E inhaló la belleza del mundo que la rodeaba.

Bajó una mano y acarició el cuello de Sugar, apretando los muslos para llevar al caballo hacia adelante. No era verdad. No dejaría que fuera verdad.

Perspectiva. Eso era lo que necesitaba. Necesitaba cabalgar por aquí tan a menudo como pudiera para poder poner su mierda en perspectiva.

El mundo era grande y hermoso.

Tenía que dejar de tomarse todo su propio drama tan en serio, dar un paso atrás y oler las flores silvestres.

Tal vez la forma de cambiar era dejar de esforzarse tanto. Simplemente dejar que el cambio ocurriera naturalmente sin analizarlo todo hasta la locura. Confiar en que todo estaría bien.

Dejar de estar tan asustada todo el tiempo.

Se rio.

—Es más fácil decirlo que hacerlo, ¿eh, Sugar?

Aun así, se sintió despreocupada mientras acariciaba nuevamente el cuello de Sugar, luego tiró suavemente de la rienda izquierda para girar a Sugar y darle la vuelta.

Las nubes de lluvia habían comenzado a acumularse en el gran cielo y no quería quedar atrapada en el aguacero.

El viaje de regreso fue igual de tranquilo. Cuando volvió a ver la granja de los Kent, se sintió centrada. Claro que podía tomarse la vida con calma.

Hasta volver al trabajo el lunes.

De acuerdo, a lo mejor necesitaría hacer otro viaje largo mañana para asegurarse de que estaba centrada, pero nunca se había sentido más segura de su capacidad para asumir el futuro.

Una llovizna comenzó a caer justo cuando llegó al establo.

Agarró el calzador y sacó la pierna derecha de Sugar, cayendo al suelo.

—Qué buena chica. —Le frotó la cruz a Sugar y le dio una palmadita. Era un caballo muy dulce. Lo que la hizo querer ir a ver a su otro caballo favorito.

Necesitaba cepillar a Sugar y darle un poco de agua, pero cuando pasaron por el compartimento de Bright Beauty, Isobel se puso de puntillas.

—Hola, chiquilla hermosa… ¡Beauty! —gritó alarmada.

Beauty estaba en el suelo, rodando de un lado a otro, con un capa de sudor cubriéndole el brillante pelaje y una espuma rosada en las fosas nasales.

Tan rápido como pudo, Isobel ató las riendas de Sugar alrededor de la clavija del compartimento y luego abrió la puerta.

—¡Beauty! —se arrodilló.

Dios mío. Beauty se había visto bien tan solo unas horas antes, aunque, claro, Isobel apenas le había echado un vistazo para saludarla antes de su viaje. Maldición. Había estado tan involucrada en sus propias preocupaciones que no había estado prestando atención.

Beauty trató de rodarse, pero no pudo llegar muy lejos en los confines del compartimento. Esos eran todos los signos clásicos de cólicos. Lo que podía matar a un caballo en cuestión de horas si no se trataba correctamente.

Isobel se secó los ojos e intentó pensar. Primero, necesitaba que Beauty volviera a ponerse de pie. Luego tomarle los signos vitales. Vale. Ella podía hacerlo.

Saltó y agarró el cabestro de Beauty de un gancho justo afuera del compartimento. Se lo deslizó por la cabeza, se lo abrochó y luego le colocó una correa al cabestro.

—Vamos, niña. Arriba. —Tiró de la correa principal con todas sus fuerzas—. Levántate.

Beauty jaló en oposición. Isobel clavó los talones y tiró con fuerza. Y, finalmente, después de un par de momentos tensos, Beauty se puso de pie. Sin embargo, inmediatamente tiró del agarre de Isobel, girando la cabeza hacia su costado y moviéndose de un lado a otro.

Luego retrocedió, pateándose el estómago con las patas delanteras.

—¡Tranquila, niña! —chilló Isobel, soltando más la correa y presionando la espalda contra la puerta del compartimento cuando Beauty volvió a bajar.

Mierda. Tener la parte trasera de un caballo de casi seiscientos kilos justo enfrente no se sentía bien, pero Isobel sabía que mostrar lo asustada que estaba solo haría que Beauty se pusiera más tensa.

—Calma, calma —Isobel trató de relajar al caballo. Tiró de la correa principal y se acercó al hocico de Beauty—. Calma. Así es, niña. Voy a averiguar qué te tiene mal y te haré sentir mejor, ¿de acuerdo, cariño?

Tal vez fue solo su imaginación, pero pensó que Beauty se calmó un poco con su voz.

—Así es, así es —la calmó Isobel.

Salió corriendo para agarrar algunos equipos y luego se apresuró a regresar para poder tomarle los signos vitales a Beauty. Su temperatura estaba bien, pero su ritmo cardíaco era casi el doble de lo normal.

No era bueno. No era para nada bueno.

Isobel continuó con una evaluación interna. ¿Era solo gas? Ese sería el mejor de los casos. ¿O tenía un intestino retorcido que le causaba el bloqueo? Ese sería el peor de los casos porque necesitaría cirugía.

Lo que descubrió en cambio fue la posibilidad intermedia. Tenía una impactación: una sección gruesa del intestino se le había endurecido, probablemente por forraje sin digerir, y este se le había acumulado en un espacio de quince centímetros.

—Está bien —susurró Isobel—. Está bien, está bien, está bien.

Retiró la mano y se quitó el guante, sacándolo junto con el termómetro del compartimento. Se apresuró hacia el lavadero, tirando el guante de plástico y frotando tanto el termómetro como sus manos.

—Está bien —se susurró a sí misma—. Puedes hacerlo. Este será tu trabajo. —Pero de alguna manera parecía que había menos en juego con los animales de otras personas. Y Hunter siempre estaba allí si se equivocaba.

Hizo una pausa a mitad de la fregada. Podría ir a llamarlo y obtener una segunda opinión.

Pero no. Había sentido la impactación. Sabía qué hacer a continuación. Y ella lo había ayudado con aquel caso de cólicos el otro día.

Sí, ese había sido un poco diferente. Sospechaban que se trataba de un intestino torcido, pero el propietario no había querido pagar la cirugía, lo cual era comprensible ya que podría costar más de lo que valía el caballo.

Cuando Hunter llamó más tarde para hacerle seguimiento al caso, el dueño le dijo que el caballo no había llegado al amanecer.

Isobel apretó los ojos con fuerza ante esa posibilidad. No. Eso no le pasaría a Beauty. Beauty ya había sobrevivido mucho: un dueño cruel que había exigido lo imposible de ella, superando sus límites incluso estando herida.

Ahora Beauty finalmente tenía la vida que se merecía. Estaba viviendo su final feliz en esta granja de caballos con dueños que se preocupaban por ella y estaban felices de dejarla ser ella misma.

¿Y que todo eso estuviera en riesgo ahora, justo cuando apenas se le estaban curando las patas para poder disfrutar de su nuevo hogar?

Era cruel. Estaba mal.

Isobel no dejaría que eso sucediera. Apretó la mandíbula antes de ponerse a trabajar.

Primero le dio a Beauty un analgésico oral. Luego comenzó a tratar de purgar su sistema con el aceite mineral.

—Vamos, niña. Puedes hacerlo.

Una hora después, Isobel seguía intentándolo. Estaba empapada con sudor y la mezcla de aceite mineral y agua que le caía encima.

Beauty estaba un poco aletargada por el medicamento y no se sacudía con tanta violencia. Isobel se alegró de que Beauty no estuviera pasando por tanto dolor, pero tampoco estaba segura de si eso significaba que las tripas de la yegua seguían funcionando como era necesario para poder pasar la comida engominada.

—Está bien —se susurró para sí misma, mirando alrededor del establo. Deseaba que uno de los chicos estuviera cerca para pedirles su opinión. Había salido corriendo a revisar el cobertizo de compost, pero todo lo que vio fue que faltaban los vehículos de cuatro ruedas.

No pudo evitar sentir que lo estaba haciendo todo mal. Sí, estaba siguiendo el procedimiento al pie de la letra, pero a pesar de eso, ¿por qué Beauty no estaba pasando la comida?

Isobel miró a Beauty. ¿Tal vez necesitaba otro paseo?

Después de hora y media tratando de purgar su cuerpo, se había detenido y había llevado a Beauty a dar un corto paseo por el granero. Esperaba que eso pudiera aflojar las cosas. No podían salir ya que la lluvia había arreciado. De todas formas, no importaba mucho, porque incluso en los limitados confines del establo, Beauty estaba rígida y no tenía ganas de moverse mucho. Apenas habían recorrido dos tramos del establo antes de regresar al compartimento.

Entonces Isobel volvió a insertar el tubo y comenzó de nuevo con el aceite mineral.

Y ahora había pasado otra media hora y aún nada. No había deposiciones. Ni siquiera le salía un gas.

—¿Qué tal otro descanso, cariño? Lo has estado haciendo muy bien. —Isobel le dio unas palmaditas a Beauty en el costado del cuello y le retiró el tubo del hocico. Beauty resopló y sacudió la cabeza cuando estuvo libre.

—Lo sé —la reconfortó—. No debe ser cómodo. No te mereces nada de esto. Te sentirás mejor, te lo prometo.

Pero incluso mientras lo decía, Isobel temía que fuera una mentira.

«Fracasas en todo lo que haces. ¿Tienes idea de lo decepcionado que está tu padre de ti? De tal palo, tal astilla».

Isobel cerró los ojos con fuerza para reprimir los recuerdos. ¿Por qué siempre eran las palabras horribles las que recordaba y no las buenas? Estaba segura de que su padre le había dicho cosas bonitas a lo largo de los años.

¿Verdad? No lo sabía. Temía que todo lo que él viera cuando la miraba era a su madre. Una historia que estaba destinada a repetirse. Apenas podía mirarla a la cara.

—Ya vuelvo. —Isobel sentía la garganta rasposa al murmurar las palabras antes de salir del compartimento.

No le haría ningún bien a Beauty si colapsaba justo en frente de ella.

Suficiente. No podía hacerlo. No por su cuenta.

Se dirigió a la casa, con las botas clavándoseles en el barro empapado con cada paso. Las llamadas de granjas llevaban a Hunter por todo este condado y los dos que lo rodeaban. Podría tomarle horas llegar dependiendo de las emergencias que ya tuviera en su agenda. Y eso era sin la lluvia y si es que estaba lo suficientemente cerca de la autopista para tener señal móvil.

Mientras tanto, los cólicos podían empeorar en un segundo y ser mortales.

Dios mío, debería haberlo llamado tan pronto como se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo a Beauty. ¿Moriría Beauty porque había sido demasiado orgullosa como para pedir ayuda?

Abrió la puerta trasera y corrió hacia el teléfono, ignorando el barro que estaba dejando por todo el piso. Sacó el teléfono de pared de la horquilla y marcó el número de Hunter segundos después. Se mordió el labio y caminó de un lado a otro en la cocina mientras esperaba que repicara.

Repicó.

Y repicó.

—Maldita sea. —Se pasó una mano por el pelo.

—¿Hola? —Surgió el sencillo saludo de Hunter del otro lado.

—¡Hunter! ¿Eres tú? O sea, ¿de verdad eres tú y no tu contestador?

Silencio por un segundo. Entonces escuchó—: ¿Isobel?

—Oh, gracias al cielo, Hunter. Bright Beauty, una de las yeguas, tiene cólicos. Está muy mal. Tiene una impactación en el intestino delgado. Está muy mal, Hunter. He estado tratando de purgarla con aceite mineral por una hora y no se ha movido ni un milímetro. No sé qué hacer. Traté de caminar con ella también, pero nada…

—Oye, oye, oye. Baja la velocidad. ¿Cuándo comenzó a presentar síntomas?

—No lo sé. La acabo de encontrar en su compartimento cuando regresé de un paseo con otro caballo, no lo sé. —Buscó en el reloj de pared. Ya eran las tres y quince— .¿Quizás a las dos? La vi unas horas antes, pero no noté nada. Pero realmente no estaba prestando atención. Si hubiera…

—¿Le diste un analgésico?

—Banamina. Diez centímetros cúbicos por vía oral. Frecuencia cardíaca de sesenta y cinco. Estoy muy preocupada. —Respiraba rápido—. ¿Puedes venir?

No lo dudó un segundo.

—Estaré allí en cuarenta y cinco minutos.

Isobel se dejó caer contra la pared mientras luchaba contra las lágrimas.

—Gracias, Hunter. —Tragó saliva, con los dedos blancos alrededor del teléfono.

—Sip. —Creyó que había colgado, pero luego volvió a escuchar su voz al otro lado de la línea—. La vamos a ayudar. Estará bien.

Isobel asintió fervientemente, pero se dio cuenta de que Hunter no podía verla.

—Vale. —Su voz era poco más que un susurro.

—Vale —repitió.

Pero aún no escuchaba el clic que significaba que había colgado.

—¿Quieres que me quede en la línea hasta que llegue?

A veces, cuando no era un completo imbécil, Isobel pensaba que Hunter Dawkins era algo perfecto.

Se secó una lágrima naciente antes de que le cayera por la mejilla.

—Debería ir con Beauty y no estoy segura de que el teléfono llegue tan lejos. —Era un teléfono fijo. Estaban tan lejos que no había señal móvil—. Gracias, Hunter. —Esperaba que él pudiera oír lo mucho que lo decía en serio.

—No te preocupes. —Esta vez sí colgó.

Durante un largo segundo, Isobel apretó el teléfono contra su pecho. Luego lo volvió a dejar en la horquilla y salió velozmente.

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