Hunter

Hunter


Capítulo 14

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Capítulo 14

HUNTER

Hunter había tenido un día de mierda.

Isobel lo había dejado solo después del sexo. Otra vez.

Al igual que Janine.

Maldijo su suerte con las mujeres mientras asistía el parto del potro de los Juárez y luego pasó el resto de la mañana haciéndole exámenes al ganado de Ben Fenton en busca de tuberculosis. Acababa de regresar a la autopista en dirección norte cuando repicó su teléfono.

Tenía el teléfono con Bluetooth y respondió sin mirar el número.

Y entonces sonó la última voz que esperaba escuchar. Cuando oyó lo frenética y asustada que estaba Isobel, sintió un nudo en el estómago.

Resultó que solo estaba triste por un caballo y ella no estaba en problemas, pero su instinto de protección inmediata ya se había activado. Debía realizar controles de embarazo en la granja de los Pimentel, pero esos podían esperar. Había comenzado a llover de todos modos y podía posponerlos simplemente por eso, o eso se dijo a sí mismo.

Salió de la autopista y dio la vuelta en el siguiente paso elevado, yendo a diez por encima del límite de velocidad para poder llegar a ella lo antes posible.

Sonaba muy compungida. El caballo era importante para ella, eso estaba claro. Para ella, este no era otro caso más.

Pero, a decir verdad, incluso en los casos habituales, había visto cómo se conectaba con los animales. Tenía ese talento. Solo los veterinarios realmente buenos lo tenían. Amaban a los animales. Podía ser tanto un obstáculo como un rasgo positivo.

En la universidad hablaban sobre desarrollar un desapego de los pacientes, probablemente como se suponía que debían hacer los médicos con los pacientes humanos. Eso siempre le había parecido mal a Hunter. Los animales adoloridos simplemente lo hacían sentir mal a un nivel básico. La gente podía mentirte y traicionarte, pero los animales no te engañaban, robaban ni manipulaban. Te podían lastimar, eso estaba más que seguro: nunca debías quitarle los ojos de encima a una vaca o posiblemente saldrías volando con una patada por ser impertinente. Pero los animales rara vez eran maliciosos, y si lo eran, era solo porque los humanos los habían hecho ser de esa manera. Como un par de perros de una red ilegal de peleas de perros que había atendido sin cobrar hace unos años.

Solía enorgullecerse de que amaba a los animales como Isobel lo hacía. Pero ya no era así. Todo se había convertido en una rutina a partir del año anterior. Era algo mecánico, era un robot con traje de Hunter.

Hasta que llegó ella. Solía decir que la forma en que alguien trataba a los animales podía decir todo lo que se necesitaba saber de esa persona. Entonces, ¿qué le decía la obvia empatía que Isobel sentía por todos sus pacientes sobre ella?

La lluvia había comenzado a arreciar con tanta fuerza que sus limpiaparabrisas apenas podían seguirle el ritmo. Estuvo a punto de perder el desvío hacia la granja de los Kent.

La canción de Florida Georgia Line en la radio fue interrumpida por tres pitidos largos.

«Una advertencia de tormenta severa entró en vigencia para los condados de Natrona y Carbon hasta las nueve de la noche».

—Ni que lo digas, genio. —Hunter sacó la llave del encendido y tomó el impermeable del piso del lado del pasajero.

Estaba feliz de tener algo que lo distrajera de pensar en Isobel. Lo que le duró… tres punto dos segundos.

Ella lo había dejado. Sin despedirse ni nada.

«¿Qué esperabas después de maltratarla durante tantas semanas?».

Apretó la mandíbula cuando se detuvo junto a los pocos vehículos estacionados frente a la casa de la granja. Saltó al cajón de la camioneta, tomó sus instrumentos y cerró la caja de herramientas.

Estaba aquí para ayudar a un caballo enfermo. Eso era todo. Haría lo mismo por cualquier otro dueño de caballo que llamara tan aterrado. No era nada más que eso.

Trotó por el costado de la casa. Conocía bien la granja. La había visitado por años. Los caballos que Xavier traía a menudo estaban en mal estado. Había atendido a caballos que estaban llenos de parásitos, partos difíciles, laceraciones y otras lesiones hasta casos de laminitis. Y varios casos de cólicos. No siempre terminaban bien.

Cuando alcanzó a ver el establo también pudo ver a uno de los gemelos, no sabía si era Reece o el otro, parado justo en la puerta del establo. Desapareció tan pronto como vio a Hunter. Sin duda para anunciar su llegada.

Isobel salió disparada como un rayo segundos después, ignorando la lluvia torrencial.

Definitivamente era inapropiado notar lo bien que se veía con un par de vaqueros apretados y una camiseta húmeda de color granate que abrazaba cada una de sus deliciosas curvas.

Sí. Completa y jodidamente inapropiado.

La observó por más tiempo del necesario.

Se las arregló para dirigir la atención a su rostro cuando se acercó a él. Particularmente cuando lo abrazó por el cuello.

—Ay, gracias a Dios que llegaste. —El abrazo terminó casi tan rápido como comenzó. Lo soltó y trotó hacia los establos, haciendo un gesto con la mano para que lo siguiera.

Todavía estaba procesando la sensación de esa cálida mujer envuelta a su alrededor, pero logró mover las piernas para seguirla.

Cuatro hombres estaban parados alrededor del compartimento del caballo en cuestión.

—Gracias por quedarse conmigo, chicos. Sé que el juego está por comenzar. Ya estoy bien.

—No nos molesta quedarnos —expuso el mayor de los cuatro. Hunter creía que se llamaba Nicholas. Nunca antes había escuchado hablar al chico, a pesar de que venía cada par de meses.

Isobel colocó una mano sobre el brazo de Nicholas, con mirada enternecida.

—Está bien. No hay nada más que hacer excepto quedarse de pie. Pero realmente aprecio que me hayan ayudado a calmarme hasta que llegara el veterinario.

—Tú eres la veterinaria —replicó el gemelo.

Isobel solo negó con la cabeza. Hizo un gesto a Hunter para que se acercara al compartimento.

—No seas ridículo, Jeremiah.

Ajá, entonces era el gemelo maravilla número dos. Fulminó a Hunter con la mirada cuando le pasó por un lado. Aparentemente, el gemelo número uno les había contado lo que había visto detrás del bar. Lo que hizo que Hunter se molestara porque era problema de Isobel y no le gustaba la idea de que alguien hablara así de ella.

Hunter le devolvió la misma mirada y abrió la puerta. En este momento era más importante atender a la paciente. Puso sus herramientas en el suelo y luego entró al compartimento.

Por el aspecto de la yegua, se dio cuenta de inmediato que no estaba bien. Isobel apareció justo a su lado.

—Acabo de verificarle el pulso y está en setenta —dijo en voz baja—. Está empeorando.

Hunter sacó su estetoscopio y fue al lado del caballo, palpando suavemente el intestino y buscando actividad.

Su interior estaba en silencio. Demasiado silencio. No era algo bueno. Un intestino sano debería gorgotear. El bloqueo estaba deteniendo las funciones normales.

Sacó una manga de plástico y se la colocó para hacer un examen rectal. Encontró exactamente lo que Isobel le había descrito por teléfono.

—¿Cuándo fue la última vez que trataste de caminar con ella? —Retiró la mano y se quitó la manga, encerrándola sobre sí misma para contener la suciedad.

—Cuando te llamé.

Hunter asintió.

—Intentemos sacarla de nuevo.

Isobel se mordió el labio inferior con preocupación.

—Vamos, cariño, vamos a dar otro paseo. —Isobel trató de entregarle las riendas a Hunter, pero él solo negó con la cabeza.

—Ella se sentirá más cómoda contigo.

Isobel asintió mientras Hunter abría la puerta del compartimento. Los demás hombres se habían ido a la casa.

La yegua dio varios pasos rígidos hacia adelante. Entonces comenzó a mover los ojos de forma salvaje, mostrando la parte blanca.

—¡Suéltala! —Hunter agarró a Isobel y la puso detrás de él justo cuando el caballo se levantó y luego se arrojó al suelo, rodando y retorciéndose.

—¡Tenemos que ayudarla! —gritó Isobel, pero Hunter la mantuvo firmemente detrás de él. La yegua rodaba de un lado a otro, claramente en extremo dolor.

Pero donde Isobel solo veía a un querido animal adolorido, Hunter tenía la experiencia suficiente para ver a una criatura de instinto de casi seiscientos kilos lista para arremeter contra lo que se le acercara.

—Tengo algo de Xilazina en mi kit de herramientas. Ve a buscarlo. —Lo había dejado detrás de ellos cerca de la puerta del compartimento. Haría lo que fuera para alejarla del caballo volátil.

Ella estaba ansiosa por ayudar y él se relajó tan pronto sintió que se alejaba de su espalda. Solo entonces se aventuró hacia el caballo que se retorcía.

Respiró de forma lenta y calmada. La única forma de lidiar con un caballo en pánico o adolorido era emitiendo un aura de calma. Y no podías mentirles. Los caballos eran los mejores detectores de mentiras.

Aunque si un caballo estaba bajo suficiente dolor, no importaría que fueras el Dalai Lama, igual te atacarían.

Después de dar tantas vueltas, la correa de la yegua se había enredado debajo de ella. Hunter se inclinó, asegurándose de acercarse ligeramente por la izquierda para que el caballo siempre pudiera mantenerlo a la vista. Acercarse sigilosamente a un caballo era una mala idea para todos los involucrados.

La yegua se calmó un poco al verlo acercarse.

—Así es —susurró—. Volvamos a ponerte de pie. Luego podemos darte más medicamentos y ver si podemos hacer que te sienta mejor.

Extendió la mano hacia el arnés alrededor de su nariz. Esto funcionaría o lo mordería por hacerlo. No trabajabas con caballos durante todo el tiempo que él tenía haciéndolo sin sufrir algunas mordidas en el camino.

Intentó no pensar en eso. En cambio, mantuvo una conversación lenta.

—Así es, niña. Volvamos a ponerte de pie. Aquí vamos. Permíteme llegar hasta la cuerda que está debajo… —Rastreó el arnés hasta donde se enganchaba con la rienda principal y tiró suavemente—. Levántate. Vamos, cariño. Arriba. —Añadió más órdenes a su voz cuando tiró de la correa principal y se volteó para poner las patas en la tierra. Finalmente, volvió a ponerse de pie.

Dejó escapar un gemido y luego resopló bruscamente por la nariz. Los caballos solo gruñían así cuando tenían un dolor intenso.

Maldición. Pasó la mano por la correa para tener un control estricto de la yegua y luego la condujo de vuelta al compartimento.

Respiró con un poco más de calma una vez que la tuvo confinada otra vez. Solo para encontrar a Isobel esperando ansiosamente, con una jeringa en la mano.

¿Va a estar bien?

Podía notar por la tensión en su garganta que le temía a su respuesta. Ella era inteligente y acababa de presenciar lo mismo que él. Nada de eso daba buena espina.

—Vamos a ponerle esta inyección y veremos cómo responde. —Extendió la mano y ella le colocó la jeringa en ella. Se quitó la gorra y volvió a entrar al compartimento. Isobel lo siguió. Intentó no pensar en que la tenía a sus espaldas. Sabía que ella esperaba que lograra un milagro. Deseaba poder hacerlo.

¿Por qué no podía ser solo un caso de cólico común y corriente?

No podía cambiar las cosas que no podía controlar. ¿No había aprendido hasta ahora cuán inamovible era el universo cuando había decidido qué camino tomar? Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, bla bla bla. ¿No era eso de lo que había tratado de grabarse el año pasado?

Se le tensó la mandíbula y la relajó a la fuerza mientras aplicaba la inyección.

—¿Ahora qué? —le preguntó Isobel.

—Nos toca esperar y ver si responde al analgésico. Solo en casos severos, los caballos siguen mostrando dolor después de darles la Xilazina. Mientras tanto, echémosle un vistazo al color de las encías.

—Dios mío, se me olvidó hacer eso. —Isobel retorció las manos.

—Está bien. Lo vamos a hacer ahora.

Hunter levantó los labios del caballo para examinar las encías y dejó salir un suspiro profundo. Mierda. Debían ser de color rosa salmón.

Las de Beauty tenían un color vino tinto. Isobel volvió la cabeza hacia Hunter, con los ojos muy abiertos por el miedo.

Si las encías del caballo se volvían completamente moradas, significaba que la impactación en el intestino estaba cortando tanto flujo de sangre que los intestinos dejaban de funcionar. En ese momento, la muerte del caballo probablemente era inminente en unos quince o treinta minutos.

—Tenemos que llevarla a cirugía. —La cara de Isobel se tornó blanca al retroceder rápidamente, chocando con la puerta del compartimento. Apenas pareció notarlo. Se llevó las manos al pelo y se dio la vuelta—.Dios mío, el remolque. Tenemos que buscar el remolque para caballos. No está conectado a nada, pero si busco a los muchachos, ellos pueden ayudar y luego podremos…

—Isobel. —Hunter la hizo salir del compartimento y luego le puso una mano en el brazo. Estaba muy afectada emocionalmente, pero tenían que ser realistas. Y estar seguros.

—No estoy seguro de que sea la mejor idea. No tengo equipo para cirugía de animales grandes en mi clínica. Remito esos casos al gran hospital de animales en Casper cuando es necesario. Pero Casper está a una hora y media de distancia en un buen día. —Hizo un gesto por la puerta del establo abierta hacia donde todavía estaba lloviendo a cántaros—. Con la tormenta… —Negó con la cabeza—. No me gusta transportar un remolque para caballos en un clima como este.

Isobel contorsionó sus facciones con ira y le retiró los brazos de encima.

—Tenemos que intentarlo. Morirá si no hacemos nada. Yo pagaré por todo, no me importa cuánto cueste.

—Eso no es lo que yo… —Él mismo lo pagaría si se tratara de eso.

—Estás perdiendo el tiempo que Beauty no tiene discutiendo sobre esto. —Isobel se volvió y se alejó bajo la lluvia.

Hunter levantó las manos. Qué mujer tan endemoniadamente terca.

Corrió a través de la lluvia para alcanzarla, con las botas chapoteando sobre el profundo lodo con cada paso.

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