Hook

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¡Mala educación!

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splendoroso con su abrigo de capitán, de brocado escarlata y dorado, y con su garra bruñida y centelleante bajo el sol de la mañana, James Garfio se encontraba en el alcázar del

Jolly Roger, pensando en lo afortunado que era.

Una sonrisa arrugó sus facciones angulosas cuando contempló la multitud de piratas que lo miraban desde la cubierta principal, más abajo. Como perros fieles y leales. Smee se encontraba a un costado, con una expresión radiante detrás de las gafas. Jack estaba al otro lado, como una versión en miniatura de su nuevo mentor, vestido como Garfio desde el sombrero hasta las botas. Era el tercer día del plazo del Capitán para la reaparición de Peter Pan…, la nueva versión mejorada, esperaba, aunque cualquier versión habría servido. Garfio se retorció el bigote con expresión amistosa. El último día, el día en que su adorada y maravillosa guerra por fin comenzaría, el día en que Peter Pan se enfrentaría a su merecido fin.

Danzó de puntillas, como una bailarina. Ah, ya olía la pólvora de los cañones disparados y percibía el desgarrante sonido del disparo.

Pero lo primero es lo primero.

—Smee, la caja, por favor —ordenó.

El contramaestre sacó enseguida una caja chata de madera. La abrió delante de Jack y dejó a la vista un interior forrado de terciopelo, que contenía varias filas de pendientes de oro. Jack los miró sin pronunciar palabra.

Garfio se inclinó junto al chico.

—Tienes muchas posibilidades, Jack. ¿Cuál elegirás? ¿Cuál, Jack?

El niño vaciló un instante, pensativo. Luego extendió bruscamente la mano enguantada y cogió un pendiente en forma de garfio exactamente igual al que llevaba el Capitán.

—¡Ah, fantástico, Jack! —declaró Garfio, radiante—. Excelente elección. ¿Sabes? El momento en que un pirata recibe su primer pendiente es un acontecimiento muy especial. —Lanzó un vistazo a la tripulación—. ¿Verdad, muchachos?

—Sí, Capitán —gritaron como un solo hombre, y más de un rostro curtido se arrugó de satisfacción. No eran más que ganado.

Garfio volvió a mirar a Jack.

—Ahora, Jack, voy a pedirte que

mueevas la cabeza a un lado…, sólo un poco.

Giró la cabeza de Jack para dejar a la vista la oreja del niño.

—Así —asintió con una sonrisa. Acercó la punta de su garfio al lóbulo—. Ahora prepárate, Jack, porque te va a doler de verdad.

Lanzó una carcajada. Jack entornó los ojos.

Un cacareante sonido hizo que Garfio se detuviera en seco. Todas las miradas se alzaron hasta la vela mayor, sobre la que la brillante luz del sol proyectaba una sombra.

Era la sombra de Peter Pan.

Una espada atravesó limpiamente la vela, y la silueta de Peter Pan cayó sobre la cubierta. Los rudos piratas se encogieron.

Smee abrió los ojos desmesuradamente mientras se agachaba detrás de Garfio.

—¡Capitán! ¡Es un fantasma! —jadeó.

Pero Garfio esbozó una sonrisa cargada de valentía.

—Creo que no, Smee. Creo que el espantajo ha regresado.

—¿Quién es, Capitán? —preguntó Jack, frunciendo el ceño.

Una figura saltó desde detrás de la lona y se deslizó por el rayo de sol como si patinara sobre hielo, aterrizando exactamente sobre la imagen que había proyectado.

Y allí estaba Peter Pan, espada en mano, con una sonrisa en los labios, y la juventud y la alegría reflejadas en el rostro. Desde el follaje de la cabeza hasta las botas, las polainas y la túnica ceñida con un cinturón y festoneada como las hojas del propio Árbol de Nunca Jamás, parecía la encarnación del antiguo Pan. Los piratas se apartaron de él rápidamente, y en su esfuerzo por despejar el camino, las patas de palo y los alfanjes de unos tropezaban con los de los otros. La sonrisa de Garfio se amplió de satisfacción. Smee se agachó un poco más a la sombra del Capitán. Jack miraba fijamente.

Peter se irguió, dio un manotazo en el aire y descendió directamente delante de la escalera del alcázar que conducía al puesto de Garfio.

Durante un instante todos contuvieron la respiración al mismo tiempo.

Luego el Capitán dio un paso adelante.

—Peter Pan —lo saludó, y su voz sonó como el siseo expectante de una serpiente—. Es verdad, el tiempo vuela. Y tú también, por lo que veo. Estás en forma. Dime, ¿cómo lograste embutirte en esa estupenda malla?

Los piratas lanzaron una carcajada y aplaudieron ante el ingenio de su Capitán. Mientras Peter ponía un pie en la escalera que conducía al lugar donde se encontraba su adversario, Garfio dio un golpe con el pie en la cubierta y la escalera se movió, de forma que la alfombra roja resbaló. La sonrisa de Garfio se ensanchó todavía más.

Peter se ruborizó pero continuó su ascenso hasta llegar al alcázar, donde quedó frente al Capitán.

—James Garfio, entrégame a mis hijos, y tú y tus hombres quedaréis libres.

La carcajada de Garfio fue un estallido de mofa.

—¿De veras? ¡Qué amable! —fingió reflexionar—. Te diré lo que haremos. ¿Por qué no les preguntamos a las encantadoras criaturas lo que prefieren? Empieza por éste, ¿por qué no? ¿Jack? Alguien quiere hablarte, hijo.

Una zalamera mezcla de deferencia y consideración apareció en su anguloso rostro mientras acompañaba a Jack hasta colocarlo frente a él. No pasó por alto el hecho de que parte del engreimiento abandonó la mirada de Pan al ver lo que le habían hecho a su hijo. Tomó nota de la conmoción que se apoderaba de él.

—Jack…, ¿te encuentras bien? —preguntó Peter rápidamente—. ¿Te ha hecho daño? ¿Dónde está Maggie? Prometí que vendría a buscaros y aquí estoy. Nunca más me perderéis. Jack, os quiero.

Jack no respondió. No había reconocimiento en su mirada. Más valía que hubiera sido el hijo de Garfio, a pesar de que parecía recordar que era otra persona. Miró a Peter un momento más y luego retrocedió, en actitud desafiante.

—¿Prometer, dices? —Se burló Garfio—. ¡Ja! Una palabra sin valor para ti, Peter. ¿Y puede ser que te haya oído hablar de cariño? Por los huesos de Barbacoa, ¡eso sí que es verdadero descaro!

Peter no le hizo caso. Se adelantó hacia Jack.

—Jack, dame la mano. Nos vamos a casa.

Jack sacudió la cabeza con obstinación.

—Estoy en casa.

Garfio se mofó. Miró fijamente a Peter con los ojos entrecerrados.

—Ya ves, Peter, ahora es mi hijo. Me adora. Y, a diferencia de lo que ocurre contigo, yo estoy preparado para luchar hasta el fin por él.

Empujó a Jack detrás de él y levantó el garfio en actitud amenazadora.

—¡He esperado mucho tiempo para estrechar tu mano con esto! —siseó—. ¡Prepárate para enfrentarte a tu funesto destino!

Peter se agachó con prudencia y levantó la espada. Entonces Garfio señaló a los componentes de su tripulación pirata y entre ellos surgió un ansioso estruendo de expectación. Peter vaciló sólo durante un instante, luego bajó saltando la escalera del alcázar y giró para enfrentarse al ataque.

Los piratas se precipitaron sobre él instantáneamente, desenvainando alfanjes y dagas, y haciendo brillar las hojas. Peter no se dejó amilanar y rechazó las cuchilladas y las estocadas con la agilidad y la rapidez de un gato. Noodler y Bill Jukes estaban en primera fila, pero Peter los apartó como si fueran figuras de cartón, de forma que ellos tropezaron y acabaron cayendo sobre sus compañeros.

Desde el alcázar, Garfio lo observaba, tomándose su tiempo para desenvainar la espada y practicar una rápida serie de estocadas y paradas. Jack, que había sido momentáneamente olvidado, observaba la batalla con expresión dubitativa.

Había algo familiar en Peter Pan.

—¿No lo conozco, Capitán? —preguntó con cautela.

—No lo habías visto en tu vida —se burló Garfio, concentrándose en su práctica.

El ataque de los piratas contra Peter se intensificó, la multitud de armas se acercaba cada vez más. Jukes y Noodler se habían levantado nuevamente y animaban a sus compañeros. Peter esperó hasta que estuvieron casi encima de él, y luego se lanzó hacia arriba, volando hasta el peñol, desde donde le gritó a Jack:

—¡Jack! ¡Escúchame, Jack! ¡No lo creerás, pero encontré mi pensamiento feliz! ¡Tardé, Jack, pero, cuando por fin lo hice, logré elevarme! ¿Y sabes cuál fue mi pensamiento feliz, Jack? ¡Fuisteis vosotros!

Garfio palidecía. Giró, corrió hasta la barandilla de la cubierta y cortó la cuerda que ataba la red del cargamento, que quedó suspendida exactamente encima de Peter Pan.

Instintivamente Jack gritó, a modo de advertencia, sin detenerse a pensar en lo que estaba diciendo.

—¡Papá! ¡Cuidado!

Demasiado tarde. La pesada red cayó sobre Peter, arrastrándolo fuera del peñol y hasta la cubierta. Los piratas cayeron sobre él gritando y haciendo relumbrar las armas. Peter se puso en pie con dificultad, se enderezó con la espada de Pan en ristre y lanzó un grito de batalla.

Jack quedó boquiabierto.

—¡Ése es mi papá! —Se dijo en un susurro, en tono incrédulo—. ¡Lo es, de verdad!

De pronto, de todas partes surgieron gritos de respuesta y aparecieron los Niños Perdidos. Salieron todos al mismo tiempo, chillando y lanzando sus gritos de batalla. Llevaban la cara embadurnada con pinturas de guerra y se protegían el cuerpo con armaduras: yelmos hechos con calabazas vacías, chalecos y almohadillas para rodillas y brazos hechos con ramas de bambú entrelazadas con tiras de cuero, hombreras fabricadas con conchas y madera, y plumas y cintas de brillantes colores colgadas por todas partes. Rufio encabezaba el primer grupo de chicos, que salieron disparados desde un trampolín. El esquife de los Niños Perdidos, el

Dark Avenger, pareció surgir de la nada, balanceándose junto

Jolly Roger. Un grupo realizó un abordaje trepando por una banda. Ace y unos cuantos chicos se lanzaron desde chigres y palos que sobresalían del embarcadero. Otros bajaban en cuerdas y se arrastraban por la barandilla desde el agua.

Garfio lo miraba todo con expresión incrédula. Parecía que caía una lluvia de Niños Perdidos. Agarró a Smee por la pechera de la camisa.

—¡Llama a la milicia! ¡Necesitaremos hasta el último hombre!

Smee subió a toda velocidad la escalera que conducía a la cubierta de popa e hizo sonar una campana de latón.

—¡Oh, cielos, oh, cielos! ¿Qué…, qué será de Smee? —murmuró; su entusiasmo por la guerra de Garfio había disminuido considerablemente.

Los Niños Perdidos y los piratas se enzarzaron en una batalla; Rufio y su pandilla bajaron balanceándose de la jarcia, haciendo entrechocar sus palos de guerra con el afilado acero. Peter se había liberado de la red y se unió a ellos. La cubierta principal se convirtió enseguida en un campo de batalla.

El Capitán Garfio cargó en dirección a la barandilla del alcázar; tenía los ojos brillantes.

—¡Por la sangre de Billy Bones, me encanta una buena guerra! ¡Es el comienzo perfecto de un día perfecto! —Se volvió hacia Jack—. Es la primera vez que verás sangre, ¿eh, hijo?

Jack palideció. «¿La primera vez que vería sangre?». Empezaba a pensar que, después de todo, ser pirata no era tan maravilloso.

Un pequeño grupo de Niños Perdidos subió a todo correr la escalera del alcázar, agitando sus palos de guerra. Pero Garfio los estaba esperando y los hizo bajar otra vez, uno tras otro.

Se oyó otro grito cuando Carambola apareció en el embarcadero con los demás Niños Perdidos. Se precipitó por la pasarela, derribando piratas a su paso y lanzando unos cuantos al mar.

En medio del barco, Peter y Rufio habían reunido un grupo de Niños Perdidos para hacer frente a un ataque pirata que empezaba a desplegarse en el alcázar. Carambola y Ace se unieron a ellos. Aparecieron ballestas, arcos, cerbatanas y tirachinas que lanzaron contra los piratas una lluvia de proyectiles duros, nudosos, con las puntas embadurnadas de pegamento. Las pistolas y los alfanjes pasaban volando.

El ataque pirata se desvaneció en una cacofonía de gritos y chillidos.

—¡Volved a formar filas, ratas inmundas! —vociferó Garfio, furioso—. ¡Recordad los fuegos que os forjaron!

Por supuesto, los piratas no tenían ni idea de lo que Garfio quería decir, pero de todas formas se apresuraron a obedecer. Era dudoso que supieran en qué se estaban metiendo, pues no habían aprendido nada de las anteriores escaramuzas con los Niños Perdidos. Pero si alguna característica tenían era la perseverancia, de modo que siguieron lanzando alaridos espeluznantes en medio del entrechocar del acero.

Bajo la dirección de Peter, los Niños Perdidos formarón dos líneas, los de delante arrodillados, los de atrás de pie.

—Quietos, chicos —ordenó Peter—. Que vean de qué madera estamos hechos.

Los piratas avanzaron aullando. Peter alzó la espada.

—¡Primera fila…, resplandor! —gritó.

Se alzó una serie de espejos que captaron la brillante luz del sol y la lanzaron directamente a los ojos de los piratas que atacaban. Éstos cerraron los ojos, deslumbrados por el brillo. Chocaron unos contra otros y cayeron al suelo.

Entonces apareció Ace en la vanguardia de los Niños Perdidos, sosteniendo un cañón de aspecto terrible sobre el que se había montado una jaula llena de gallinas chillonas. Ace hizo girar la boca del arma para apuntarla en dirección a los piratas y empezaron a salir huevos que se aplastaban contra ellos y los derribaban. Los huevos salían disparados a la misma velocidad con que eran puestos. El arma escupía yemas formando un chorro amarillo. Los cascarones eran expulsados con verdadero estrépito. Cuanto más rápido ponían las gallinas, más rápido salían los huevos.

Entonces sucedió lo peor. Ace retrocedió y los Niños Perdidos volvieron a formar filas. Se colocaron tubos de bambú sobre los hombros, se dispusieron bombas de mano y se lanzaron montones de canicas contra los piratas y sobre la cubierta. Todos resbalaron y cayeron unos sobre otros, en un enredo de brazos y piernas que se agitaban.

De pronto, de la oscuridad del túnel salieron otros piratas, atraídos por la campana de Smee. Se lanzaron al ataque con las armas en ristre, gritando ferozmente. Pero los Niños Perdidos los esperaban, formando dos filas. Los de la primera se arrodillaron, con unas catapultas apuntaladas sobre los hombros. A medida que los de la fila de atrás dejaban caer tomates podridos en el lugar adecuado, accionaban la catapulta. Una, dos y tres veces; los piratas caían sentados, cegados y asfixiados. Otros resbalaban y caían formando un revoltijo. Cuando un grupo poco afortunado intentó un ataque frontal desde la pasarela, Carambola se hizo un ovillo y los Niños Perdidos lo hicieron rodar por la rampa, para derribar a los piratas como si fueran bolos.

Rufio y un grupo de Niños Perdidos habían abierto la reja de la escotilla principal. A medida que capturaban a los piratas, los lanzaban al interior de la bodega. Magullados, manchados de huevo y embadurnados de tomate, los miembros de la tripulación de Garfio desaparecían rápidamente de la vista. Los que no eran lanzados por la escotilla, caían por la pasarela hasta el muelle. Por todas partes estaban perdiendo la batalla.

En el alcázar, Garfio observaba con una mezcla de rabia y desesperación. Las cosas no estaban saliendo como él había previsto.

—¡Smee —aulló—, haz algo inteligente!

Sin dudarlo ni un instante, Smee se encerró en el camarote del Capitán. Garfio se enfureció. En estos tiempos resultaba difícil conseguir buenos empleados, pensó amargamente.

Empezó a caminar en dirección a la escalera del alcázar, decidido a que alguien pagara por esta injusticia, y se topó con Rufio.

—¡Garfio! —exclamó el líder de los Niños Perdidos.

El Capitán sonrió y le hizo señas para que se acercara.

Pero Peter subió volando desde la cubierta principal y se detuvo entre ambos, con la espada de Pan en alto.

—No, Rufio —declaró—. Garfio es mío.

Y el temible Capitán podría haber sido suyo, si no hubiera sido porque en ese momento Peter oyó una voz conocida que gritaba desde el muelle:

—¡Jack! ¡Jack! ¡Ayúdame!

—¡Maggie! —gritó Peter al reconocerla, y salió volando otra vez.

En el muelle, el carcelero al que Garfio había confiado la misión de vigilar a Maggie y a los niños esclavos había llegado a la conclusión de que la suerte no estaba del lado del Capitán. Dado que su intrépido jefe estaba ocupado en ese momento y el camino de salida de la ciudad parecía despejado, decidió que era un buen momento para pensar en salvar el pellejo.

Aunque no sin un pequeño detalle que cubriera sus necesidades futuras, por supuesto.

Deslizó la llave de hierro que llevaba colgada del cuello en la cerradura y abrió la puerta. Lanzó una mirada feroz a los rostros ansiosos de los niños esclavos que se apiñaron ante él y los empujó para que salieran corriendo.

—¡Jack! ¡Jack! —gritaba frenéticamente una niñita desde la ventana.

—¡Cierra el pico, maldita niña! —rugió—. Sólo me quedaré el tiempo suficiente para reclamar mi parte, y luego…

Se detuvo en seco. Otro niño prisionero estaba lanzando por la ventana una cuerda hecha con unas cortinas viejas trenzadas.

—¡Oye! ¿Adónde crees que vas? ¡Apártate de esa ventana!

El niño prisionero corrió a protegerse y la sala anterior se vació a medida que los otros niños huían a los rincones de la posterior. Sólo quedó la niña, que seguía pidiendo ayuda a grito pelado. Él la cogió bruscamente y la apartó de la ventana.

Peter apareció volando detrás de él, aterrizó de un patinazo y quedó frente a un segundo pirata que apareció en el mismo instante por otra puerta. El segundo pirata echó un vistazo a Peter y se largó por donde había llegado.

Peter entró corriendo en la segunda sala. El carcelero soltó a Maggie como si fuera un hierro candente y dio media vuelta.

Maggie abrió unos ojos como platos.

—¿Papi?

Peter corrió enseguida tras el carcelero, persiguiéndolo alrededor de un gigantesco globo terráqueo, haciéndolo girar mientras pasaba.

—Qué pequeño es el mundo, ¿verdad? —comentó, mientras pinchaba el pecho del pirata con la punta de la espada.

El desesperado carcelero se aplastó contra una estatua griega, en un intento de protegerse, pero Peter llegó detrás de él antes de que se diera cuenta. Derribó la estatua de un empujón e inmovilizó al desventurado pirata en el suelo.

Maggie corrió a los brazos de Peter.

—¡Papi! —gritó alegremente.

Él la levantó en brazos y la hizo girar juguetonamente, y luego la estrechó contra su pecho.

—Te quiero mucho —susurró.

—Yo también te quiero —respondió ella.

—Nunca volveré a perderte.

—Póngame el sello, cartero.

Él la besó en la frente mientras Latchboy y algunos otros Niños Perdidos entraban a toda prisa en la sala.

Peter los saludó agitando una mano.

—Ésta es Maggie, mi hija —anunció, mientras dejaba a la pequeña en el suelo.

—Hola —los saludó Maggie.

—Hola —respondieron los Niños Perdidos con expresión vacilante.

Peter ya estaba caminando en dirección a la puerta.

—Estarás a salvo con ellos hasta que yo vuelva, Maggie —dijo por encima del hombro—. Tengo que ir a buscar a Jack. Chicos, defendedla a capa y espada.

Les hizo un rápido saludo y se elevó en el aire.

Latchboy y los otros chicos apenas lo miraron: tenían los ojos fijos en Maggie.

—¿De verdad eres una chica? —musitó Latchboy finalmente.

Los Niños Perdidos retiraban de las cubiertas del

Jolly Roger los pocos piratas que quedaban, cerraban la escotilla principal sobre aquellos que habían sido capturados y perseguían a los demás por la pasarela y las bandas. Incluso Tickles había desaparecido, liberado de su concertina y perseguido por Don’t Ask. Carambola, cansado de rodar por las rampas, había colocado su preciado dispositivo de Prohibido el Paso en Todas las Direcciones; abriéndose camino entre varios montones de piratas con su extraña arma, había fijado la mira, apretado el gatillo y lanzado con sus tubos cuatridireccionales un líquido hediondo a la cara de los desconcertados piratas, dejándolos aturdidos y con dificultades para respirar.

Dentro del camarote de Garfio, Smee se afanaba en reunir los tesoros más valiosos del Capitán y en meterlos en sus pantalones.

—¿Qué será de Smee? —Repetía una y otra vez—. Ahora le ha llegado el turno a Smee. Sí, así es.

Un nudo de piratas y Niños Perdidos irrumpió en el camarote, luchando mientras entraban y derribando todos los muebles y accesorios que encontraban por el camino. Al verlos, Smee quedó horrorizado y se escondió detrás de una bandera de la Cruz Roja que había confiscado. Cuando dos piratas se acercaron demasiado con sus armas, él dejó caer la bandera sobre sus cabezas y al mismo tiempo le robó a uno de ellos el pendiente de oro.

—Bonito, bonito —murmuró, probando la pureza del oro con los dientes mientras se acercaba a la puerta con los pantalones y la bolsa rebosantes.

Al llegar a la otra pared, se detuvo ante una estatua de Garfio, retorció la nariz del Capitán y de pronto se abrió una mirilla.

«Toda precaución es poca», pensó.

Miró hacia el exterior cautelosamente.

Garfio estaba en la parte delantera del alcázar, otra vez enfrentándose a Rufio, con los ojos rojos de furia. Jack se encontraba detrás de él, custodiado por Jukes y Noodler.

—Rufio, Rufio —susurró Garfio para incitar al chico.

Rufio avanzó con la espada desenvainada, haciendo fintas a medida que se acercaba.

—Pío, pío, Garfio ya es mío —canturreó.

El Capitán sonrió burlonamente.

—Es lamentable, pero no tienes futuro como poeta.

Peter volaba con todas sus fuerzas para llegar hasta ellos, pero esta vez tardó demasiado. Garfio y Rufio se enzarzaron en una batalla, luchando con sus espadas, entre estocadas y quites, ataques y obstrucciones. Rufio perdió la espada en una ocasión y la recuperó. De un golpe, Garfio hizo sonar la campana del barco. Fue una batalla igualada entre el hombre y el muchacho, el pirata y la juventud, hasta que el taimado Capitán enganchó la espada de Rufio con el garfio y hundió la suya en el cuerpo del muchacho.

Rufio cayó sobre la cubierta, jadeante, en el momento en que Peter llegaba a su lado. Peter se arrodilló con expresión de incredulidad y apoyó en su regazo la cabeza veteada de rojo del chico.

Jack se libró de Jukes y Noodler, corrió hacia Peter y se detuvo junto a su hombro. Rufio lo miró fijamente.

—¿Sabes qué me gustaría? —Susurró y luego miró a Peter—. Tener un padre como tú.

Entonces, y porque ni siquiera en el País de Nunca Jamás las cosas terminan siempre bien, murió.

Se produjo un breve silencio, mientras Jack miraba fijamente a Rufio. Tuvo la sensación de que el estómago se le había convertido en una piedra. Porque, a pesar de que en apariencia era una réplica de Garfio, Jack era decididamente muy distinto por dentro, donde importa. La emoción de ser un pirata se había desvanecido hacía tiempo, y también se habían evaporado la rabia y la decepción por ser el hijo de Peter Banning. Esta vez su padre había cumplido la promesa: había vuelto a buscarlo a él y a Maggie. Y el recuerdo de Jack quedó avivado por el cumplimiento de esa promesa: el recuerdo de su hogar y su familia, de tardes serenas entregados a juegos de mesa en la cocina, de que le leyeran y leer, de palabras de aliento y sabiduría ofrecidas cuando la vida se ponía un poco difícil, de todas las cosas que eran buenas y verdaderas con respecto a sus padres.

Se volvió para mirar a Garfio y se le llenaron los ojos de lágrimas. Su verdadero padre jamás habría matado a alguien.

—Sólo era un niño, Capitán, como yo —dijo. Le temblaban los labios, pero tensó la mandíbula, en actitud resuelta—. ¡Es de mala educación, Capitán Garfio! —declaró—. ¡De muy mala educación!

Garfio pareció anonadado.

Peter se levantó. Se estaba acercando a Garfio, con la espada en ristre, cuando Jack lo llamó:

—¡Papá!

Peter se volvió. Jack sacudía la cabeza lentamente.

—Llévame a casa, papá. Sólo quiero volver a casa.

—Pero… pero ya estás en casa —farfulló Garfio.

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