Honor

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Capítulo 9

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Capítulo 9

—SÍ.

—Nuestra Blair es toda una experta, ¿lo sabía?

—No me sorprende —comentó Cam—. Tiene mucho talento.

—Le gusta esquiar en las pistas sin marcar. Se arriesga mucho.

—No lo dudo.

Diane estudió los oscuros ojos grises en busca de un significado oculto. Que ella recordase, nunca había conocido a nadie tan inescrutable. Y no porque la agente fuera fría. Irradiaba vigor, exhibía una abrumadora confianza en sí misma y parecía afrontarlo todo con intensidad.

Aunque su cuerpo esbelto y de músculos firmes y su pícara belleza hacían que Cameron Roberts resultase enormemente atractiva, no se trataba de una cuestión de atracción física. Aquella mujer parecía un hervidero de promesas, la promesa de la pasión, algo que Diane deseaba experimentar a toda costa. Pero, como había supuesto, no descifró nada en la expresión de Cam. «¿No hay nada que quiebre su compostura?»

—Sí, Blair es una mujer con muchas habilidades ocultas. —Diane se apoyó en el hombro de Cam mientras se ceñía el cinturón. Aunque no se molesta en esconder algunos de sus intereses. No me cabe duda de que lo ha notado.

Cam no pensaba hablar de Blair Powell con Diane Bleeker ni con ninguna otra persona.

—¿Cómo va la galería? Espero que resulte un buen negocio.

—Ah, ya entiendo —murmuró Diane, aprovechando para apretar el pecho contra el brazo de Cam—. Nuestra Blair es zona prohibida. Aunque a mí me parece estupendo. Me interesa mucho más usted. Cam se rió ante la insistencia de la mujer. Costaba trabajo enfadarse con alguien que declaraba tan abiertamente sus intenciones. En otro lugar o en otro momento no lo hubiera resistido. Le impedía responder una combinación del pasado y su extraña indiferencia presente. Carecía de capacidad para mantener una relación íntima o un compromiso coherente. Durante los meses posteriores a la muerte de Janet no había podido tocar a una mujer, ni siquiera superficialmente. La relación impersonal con Claire satisfacía sus necesidades físicas y se contentaba con eso. Funcionaba y podía trabajar, que era lo único que quería. Se apresuró a disipar los recuerdos y advirtió:

—Me temo que voy a decepcionarla.

—Oh, lo dudo mucho.

—Me siento halagada... —empezó Cam.

Diane se rió.

—Por favor, comandante. No hace falta que me explique las numerosas razones por las que usted cree que es inabordable. Me sobra paciencia y me gusta la caza. Si no, ¿dónde radica el placer de ganar?

Cam sacudió la cabeza y sonrió a aquella mujer sofisticada y segura de sí misma que estaba a su lado.

—Entonces no diré nada más.

—Bien. —Diane rodeó la muñeca de Cam con sus dedos largos y elegantes, y le dio un suave apretón antes de retirarlos—. Sería en vano.

Ambas se acomodaron en sus asientos para el despegue. Blair las observaba desde el asiento del pasillo, una fila detrás. Conocía muy bien la táctica de Diane. La conocía desde niña y había presenciado sus numerosas conquistas, pero por primera vez le importaba el resultado que consiguiese. La imagen de la mano de Diane sobre el brazo de Cam había provocado una reacción que no podía ignorar.

Odiaba la idea de que Diane tocase a Cam, pero aún le resultaba más dura de aceptar la posibilidad de que Cam le devolviese las caricias. Instintivamente, sabía que Cameron Roberts no haría el amor con una mujer casualmente. Aunque no podía suponer hasta qué punto ese hecho condicionaba la vida de Cam.

El grupo fue recibido en la puerta de la cabaña por una morena de cuarenta y tantos años que, incluso en invierno, mostraba señales de un bronceado duradero. Su figura ágil y esbelta denotaba un estilo de vida enérgico. Los saludó calurosamente y los guió hasta una sala rústica, en la que había sofás y sillas de cómodo aspecto frente a una gran chimenea de piedra. A última hora de la tarde el fuego relucía en el hogar. Las luces, ocultas por las desnudas vigas de madera del techo, eran tenues y, junto con los postreros rayos de sol que se filtraban a través de las grandes ventanas, bañaban la habitación con un débil resplandor dorado.

—Me llamo Doris Craig —anunció y extendió la mano cuando Cam traspasó el umbral—. Dejen sus equipos aquí hasta que hayamos repartido las habitaciones. Luego mandaré a alguien para que suba su equipaje.

Miró a Cam y a Blair, que estaba a la derecha de Cam. Naturalmente, Doris la reconoció y ya contaba con que la seguiría un séquito. Sin el menor asomo de timidez, volvió a extender la mano.

—Encantada de que haya venido, señorita Powell. Hay cuarenta y cinco centímetros de nieve compacta con siete centímetros de nieve fresca de anoche. Las pistas están perfectas.

—Justo la noticia que quería oír. — Blair sonrió, complacida ante la falta de pretensiones de Doris y ante el genuino calor de su recibimiento—. Me cuesta esperar.

Doris asintió con un gesto de comprensión.

—Amanece a las cinco y media de la mañana. Después de que se instalen y cenen, les enseñaré los mapas de las pistas. Pueden planear el recorrido de la mañana.

—Pensaba dar una o dos vueltas esta tarde.

—Bueno, anochecerá dentro de hora y media. Si se da prisa, puede esquiar en una de las pistas más pequeñas.

—Muéstreme un lugar para cambiarme —dijo Blair y tomó la bolsa en la que guardaba su equipo.

Doris percibió la repentina tensión que se generó en el grupo de personas que rodeaban a Blair, pero parecía la fiesta de Blair y, si ella quería esquiar, no cabía duda de que esquiaría.

—Por aquí.

Cuando Blair siguió a Doris por la sala y desapareció en un vestíbulo, Cam se volvió hacia los demás. Intentaba mantener los nervios bajo control y ocultar la preocupación que sentía. «No llevamos aquí más de diez minutos y ya se ha lanzado a una excursión peligrosa. Por Dios bendito.»

—Muy bien, a moverse todos. Mac, ocúpese de las habitaciones; las prefiero todas en el mismo piso. Procure que haya alguien a cada lado de la habitación de Egret y frente al vestíbulo. —Mientras buscaba su equipo entre el montón apilado en el suelo, añadió: Stark, Taylor, pónganse el equipo, averigüen en qué pista va a correr y, luego, sígannos. Asegúrense de que llevan un botiquín de urgencias. Ahora voy a cambiarme para ir a esquiar con ella.

Como siempre, la falta de consideración que mostraba Blair ante la necesidad de proporcionarle protección los había colocado en una situación difícil. No disponían de tiempo para supervisar bien la zona y tampoco sabían con quién podría encontrarse en las pistas. A Cam la sorprendió que la cogieran del brazo y se detuvo en seco. Por unos instantes, se había olvidado completamente de Diane Bleeker.

—A estas alturas ya debería haberse acostumbrado a ella, comandante —comentó Diane en tono amable—. Desde que la conozco, se ha negado a admitir que no puede comportarse como el resto del mundo. Siempre ha deseado ser alguien corriente.

—Nunca será una persona corriente —repuso Cam. Pensó en su propia niñez y en lo que había significado crecer entre los amigos diplomáticos de su padre y el círculo de artistas mundialmente famosos de su madre. Recordaba ver cómo los demás niños se dirigían caminando a la escuela desde la limusina que la conducía casi a todas partes. Había deseado convertirse en alguien anónimo, una más en la multitud, pero sabía que era imposible. Conocía la tristeza de sentirse diferente y la soledad de vivir separada, por mucho que sus padres intentasen crear una apariencia de vida normal. Y se trataba sólo de la hija de un diplomático. «Dios, ¿cómo habrá sido para Blair?»

Diane percibió las emociones que parpadearon fugazmente en los ojos oscuros de Cam. La asombró la profundidad de la compasión y el entendimiento de la otra mujer y la asustó un poco su propia respuesta. Hacía tiempo que sólo deseaba mantener una mera relación física con las mujeres, pero aquello parecía distinto. Había algo casi hipnótico en la reserva de Cam, algo seductor en su misterio. Despertaba el deseo de conocerla sin que invitase a hacerlo de forma consciente.

—Si me disculpa —dijo Cam, cortésmente, mientras se alejaba con la mente puesta en Blair.

—Por supuesto. Estoy segura de que Blair la necesita. —A Diane la sorprendió darse cuenta de que hablaba en serio y, mientras observaba cómo la agente morena se marchaba, por una vez en la vida envidió a su antigua amiga.

—¡Dios, ha sido genial! —exclamó Blair. Sacudió la nieve de sus botas y se quitó la parka de esquí. Luego se dirigió al pequeño bar que había en un rincón del enorme vestíbulo—. Me apetece una copa de vino —le dijo al barman y se volvió hacia Diane y Cam: ¿Y a vosotras?

—Para mí un Martini —pidió Diane.

—Café —apuntó Cam.

—Una pista fabulosa, ¿verdad? — comentó Blair. Echó la cabeza hacia atrás y se soltó el pelo. Sus ojos resplandecían, y el aire frío había teñido de color sus mejillas.

—Todo ha salido como en los anuncios —repuso Cam. Esquiaba desde que tenía tres años, pero le había costado bastante mantenerse a la altura de Blair. La joven no sólo era una experta, sino que resultaba increíblemente temeraria. Bajo la luz menguante del atardecer había descendido por aquella pista desconocida con total abandono.

Diane, una esquiadora competente, las había perseguido a metros de distancia, esquiando con habilidad, pero con mucha más prudencia. Cam había situado agentes en la cabecera y en la parte baja de la pista, en constante comunicación por radio con ella, la única que sostenía una proximidad física real con Blair. A pesar del bajo riesgo que entrañaba aquel aislado centro turístico, no quería perder de vista a Blair. Hacía diez años que no esquiaba de una manera tan agresiva. Sabía que a la mañana siguiente tendría agujetas.

Aun así, valía la pena presenciar el placer que experimentaba Blair. La chica estaba radiante y Cam se la imaginó en otras circunstancias. Irradiaba una alegría y una luminosidad que Cam no había visto antes. Blair, más que hermosa, resultaba impresionante.

Cam se obligó a apartar la vista de la hija del Presidente y dejó la taza de café sobre la barra del bar.

—Creo que me vendría bien una ducha.

—¿Bajará a cenar, comandante? — preguntó Blair en voz baja. Le había encantado esquiar, pero le había gustado aún más la compañía.

Cuando veía la figura tensa de Cam a su lado, se sentía más completa que nunca.

—Sí —respondió Cam antes de volverse para murmurar algo al micrófono de su solapa. Un hombre, robusto y pelirrojo apareció en la puerta casi inmediatamente.

Satisfecha al comprobar que su sustituto se encontraba cerca, se retiró.

Blair la vio marchar. También Diane, que calculó si la agente del Servicio Secreto se daba cuenta de lo reveladora que resultaba la expresión de sus ojos oscuros.

Cuando Cam miraba a Blair, el placer se presentía con dolorosa evidencia. Sin embargo, se desvanecía con la misma rapidez con la que aparecía. Diane se preguntó qué fuerza de voluntad empleaba Cam para controlar sus sentimientos por completo. Y también se preguntó por qué necesitaba hacerlo.

Poco después de las cinco de la mañana, Blair empujó las puertas de vaivén de la cocina y se guió por el aroma del café. Encontró a Doris sentada ante una mesa de madera llena de marcas, con capacidad para dieciséis personas; bebía el humeante líquido mientras hacía un crucigrama. Doris la saludó con una sonrisa y le señaló la cafetera.

—Gracias —dijo Blair, mientras buscaba una taza. Se movió despacio y se sentó al lado de Doris.

—Buenos días. —Como no obtuvo respuesta, esperó hasta que Blair bebió un sorbo de café y, luego, preguntón: ¿Dónde están sus amigos? Blair hizo una mueca y sopló para enfriar el café.

—Seguro que hay uno en la puerta de atrás y otro en el comedor.

—No lo pone muy divertido.

—No mucho. —Blair la observó con cautela. No percibió más que amabilidad en la expresión y franqueza en el tono, así que esbozó una breve sonrisa—. Bueno, podría mentir y decir que estoy acostumbrada. En realidad, sí que estoy acostumbrada, pero nunca he conseguido ignorarlo. Me fastidia.

—Lo imagino. Pero, por otro lado, supongo que es imposible dejarla andar sola por ahí.

—Eso parece. —Blair se rió; se trataba de esas escasas ocasiones en las que hablaba de sus propias circunstancias sin añadir trazas de resentimiento—. Mi jefa de seguridad estaría completamente de acuerdo.

—¿La agente Roberts?

—Sí.

—Me he fijado en que se vuelca mucho en su bienestar. —No había el menor asomo de indirecta en su voz.

Blair se ruborizó, lo que le produjo una profunda consternación.

—Eso supondrá un consuelo — añadió Doris—, siempre que no la moleste.

—Sí —susurró Blair, preguntándose si aquella mujer leía los pensamientos.

Doris se reclinó y examinó a la maravillosa joven que tenía enfrente. No evocaba al personaje famoso, sofisticado y bien vestido que tantas veces había visto en la televisión y en los artículos de las revistas. Aquella mujer era hermosa de verdad, sin maquillaje, despeinada, con unos vaqueros gastados y una sudadera que apenas ocultaba la sugerente forma de sus senos. Doris jamás la habría reconocido como la hija del Presidente, pero tampoco habría pasado por alto su atractivo.

—¿Puedo preguntarle cómo se le ocurrió venir aquí? —inquirió Doris.

—Una amiga mía, Tanner Whitley, ha estado alojada aquí.

Doris arqueó una ceja ligeramente al recordar a la joven y atractiva magnate de los negocios que la había visitado a principios de temporada.

—Una de mis huéspedes más interesantes —comentó—. Vino con otra mujer muy guapa, si mal no recuerdo.

—Tanner acostumbra a hacerlo. — Blair la miró directamente a los ojos y le agradó comprobar que la otra mujer no desviaba la mirada.

—No debe preocuparse por mi discreción, señorita Powell. Mi único afán consiste en proporcionar a mis huéspedes una buena ocasión para esquiar e intimidad. Sólo espero que disfrute de siete días de excelentes carreras. No me importa nada su vida personal.

Blair se rió.

—Vaya, tal vez sea la única persona de los Estados Unidos que dice algo así en serio.

—Creo que tiene usted razón. — Doris también se rió.

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