Honor

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Capítulo 10

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Capítulo 10

UNA hora después Cam entró en el salón y se sirvió una taza de café del gran recipiente que siempre se encontraba preparado sobre el aparador. Se volvió, mientras bebía con gesto agradecido la aromática infusión, y sus ojos tropezaron con los de Doris Craig, que se hallaba trabajando en una mesita del rincón de la sala. Doris sonrió con gesto amable y Cam asintió, mientras se acomodaba en una de las grandes sillas de cuero que había frente a la chimenea. Al poco rato, Doris se acercó a ella con su propio café.

—Ya ha salido a las pistas —le comentó. La noche anterior no había tardado mucho en adivinar quién daba las órdenes en el grupo de gente que rodeaba a Blair Powell.

—Sí, ya lo sé.

—Lo imagino —dijo Doris—. Debe de resultar muy difícil para ella.

Cam llevaba demasiados años desempeñando su trabajo como para caer en la trampa de la conversación casual con una desconocida, y menos cuando la conversación trataba de alguien tan importante como la hija del Presidente. Sin embargo, había algo auténtico en la mujer que se hallaba sentada a su lado, se encontraba cómoda con ella.

—Supongo que sí.

Doris tal vez no fuese una experta en las complicadas relaciones que se establecían entre una mujer como Blair y las personas que la cuidaban, pero sabía mucho sobre la atracción entre mujeres. Había observado a la reservada agente del Servicio Secreto y a la primera hija la noche anterior durante la cena y posteriormente, cuando el grupo se reunió en el salón. Blair Powell apenas había apartado la vista de la carismática jefa de seguridad, y parecía que la mejor amiga de Blair, Diane, también se sentía cautivada por ella. La mujer objeto de tanta atención, sin embargo, no traslucía gran cosa, a menos que se la examinase, y Doris la había examinado muy de cerca.

Mientras los demás se enfrascaban en la conversación, la mujer morena de ojos gris humo contemplaba a la hija del Presidente con una intensidad tan penetrante que casi podría haberle dejado marcas en la piel. Doris había visto antes aquella mirada en los ojos de mujeres que creían conocer sus propios corazones, sus mentes; en los ojos de mujeres que se negaban a admitir sus verdaderos sentimientos.

—Debe de sentirse sola —comentó Doris en voz queda—. No le vendría mal una amiga.

—Tiene amigas. —Cam suspiró, dejó la taza de café sobre la mesita, fue hasta la chimenea y contempló el intenso resplandor rojo y el crepitar de los leños que ardían brillantemente hasta consumirse—. Necesita ser libre. Algo que nadie puede darle.

—Hay más de una forma de ser libre.

Cam observó cómo ardía el fuego durante unos minutos, consciente de que no había respuesta. Cuando se volvió, se encontró sola.

—Precioso, ¿verdad? —comentó Blair cuando se reunió con Cam en la amplia terraza frontal de la estación de esquí, esa noche después de la cena. La temperatura era muy baja y el aire era tan cortante que le producía cosquilleos en la piel. Una negrura absoluta teñía el firmamento moteado de estrellas tan numerosas y brillantes que daban la impresión de hallarse a orillas del cielo.

—Sí —afirmó Cam, pensativa—. Lo es.

—No debería permitir que Stark juegue al pinacle. —El aliento de ambas dejaba nubecillas de cristales blancos colgando en el aire. A pesar de la temperatura, Blair no sentía frío. Había esperado toda la noche una oportunidad para estar a solas con su jefa de seguridad. Llegado ese momento, se le aceleró el pulso y se le encogió el estómago con una emoción que no podía negar—. Es malísima y peligrosa para sí misma. Si hubiera sido mi pareja, la habría asesinado.

—Los agentes del Servicio Secreto juegan a las cartas por obligación — respondió Cam muy seria, aunque en la comisura de sus labios se dibujó una sonrisa.

—Sí, claro. —Blair se acercó hasta que su hombro rozó el de Cam y ésta, sorprendentemente, no se apartó—. Aunque estoy segura de que los agentes del Servicio Secreto saben hacer muchas cosas.

—Sólo han de ser diligentes. —Cam suspiró—. No se quede fuera mucho tiempo, señorita Powell. Hace más frío de lo que parece.

—Hay remedios para eso, ¿sabe? — Apoyó la mano, que no llevaba guante, sobre la muñeca desnuda de Cam.

—Blair, sé lo difícil que resulta todo esto para usted...

—No creo que lo entienda —dijo Blair, acercándose hasta que se hallaron cara a cara, con los muslos juntos—.

—Parece condenadamente difícil llevarse a la cama a la propia jefa de seguridad sin crear un escándalo nacional.

—Tal vez haya un mensaje en eso.

—Cam retrocedió lo justo para deshacer el contacto. Le resultaba demasiado duro pensar en el calor de la piel de Blair sobre la suya.

—Puede, pero no me interesa. Sólo me interesas tú. —Blair se inclinó hacia delante y, con los labios casi pegados a los de Cam, susurrón: Ven a mi habitación esta noche, Cam.

—Por favor.

—Me temo que ha malinterpretado mis atenciones —dijo Cam sin alterarse. Blair Powell era, sin duda, la mujer más atractiva que había conocido y, por si fuera poco, se revelaba conmovedoramente vulnerable en sus momentos de descuido. Cam habría deseado que existiese alguna forma de aliviar el dolor de la joven, pero no podía permitir que su compasión interfiriese en su eficacia. Se recordó a sí misma que aquella hermosa seductora estaba menos interesada en ella que en utilizarla como instrumento para romper las cadenas de su invisible prisión. Ni siquiera se lo reprochaba, pero ese ejercicio de recuerdo le ayudó a ignorar el martilleo de su corazón y el bullir de la sangre en sus entrañas—. Sólo me preocupa su bienestar físico. No me interesa ninguna otra cosa.

Aquellas palabras desgarraron a Blair, que se estremeció. Había perdido la cuenta de los años en que no se acercaba a una mujer con verdadero deseo. El rechazo le dolió. El dolor y el hecho de haberse expuesto a él la irritaron. Se volvió y caminó rápidamente hacia la puerta, precisando en tono cáustico—: No confunda la lujuria con el afecto, comandante. Mi interés hacia usted, como creo que dijo una vez, es estrictamente biológico.

Cam la vio marchar, luchando con su propia decepción y, no podía negarlo, con su pena. Naturalmente, sabía que sólo se trataba de una conquista ocasional, pero eso no amortiguaba las hirientes palabras de Blair.

Una llamada a la puerta de Cam la arrancó del profundo sueño y le inyectó la adrenalina de la alerta en un instante. Cogió la pistola de la mesilla al poner los pies en el suelo. El reloj marcaba las 4.44 de la mañana. Atisbó por el ojo de la cerradura y se sintió aliviada al comprobar que al otro lado de la puerta no estaba el jefe de turno del equipo de Blair. «Blair se encuentra bien.»

Cam abrió la puerta un par de centímetros y susurró:

—¿Qué ocurre, Stark?

Paula Stark miró a su jefa con el rostro demudado. Tragó una vez de forma audible y se pasó la lengua por los labios secos con nerviosismo.

—Tengo que hablar con usted, comandante.

—¿No puede esperar?

—No, señora, no puedo.

—De acuerdo, agente, entre. —Cam abrió la puerta para que entrase su subordinada y volvió a colocar el arma en la pistolera que estaba sobre la mesilla. Encendió la lámpara y le indicó a Stark una silla ante la mesita que había junto a las ventanas. Se sentó frente a ella y la miró con curiosidad. Por un instante, le dio la impresión de que Stark iba a llorar.

—Quiero que me traslade — manifestó Stark categóricamente.

—¿Hay alguna razón que justifique que me despierte en medio de la noche para decirme una cosa así? —le preguntó Cam en tono cortante. La asaltó un mal presentimiento sobre la dirección que iba a tomar la conversación.

—Necesitaba decírselo ahora. Pretendo marcharme a primera hora de la mañana.

Cam suspiró y se reclinó. Se frotó la cara con las manos y, luego, examinó a la mujer pálida que tenía enfrente.

—¿Quiere contarme de qué se trata?

—Yo... no creo que pueda seguir desempeñando mi misión.

—Eso no fue lo que afirmó el día en que yo me incorporé.

Paula Stark miró a Cam por primera vez y sus hombros se pusieron tensos.

—Entonces no me había acostado con ella.

Cam sintió un agarrotamiento en el fondo del estómago y apretó la mandíbula para tragarse la maldición que pugnaba por salir de sus labios. Se levantó bruscamente, golpeó la silla y se dirigió al otro extremo de la habitación. Luego se volvió con tal rapidez en aquel reducido espacio que Stark se estremeció.

—¿Ha perdido la maldita cabeza?

—Comandante... Yo... no tengo disculpa, señora. —Stark se levantó con las piernas temblando—. Le enviaré mi dimisión tan pronto...

—Siéntese. —Cam apretó los puños, hirviendo de rabia y con su imponente compostura a punto de resquebrajarse. Sabía por instinto que no manejaba bien el asunto, pero reaccionó inmediatamente con una furia profunda y algo que, para su incomodidad, se asemejaba mucho a los celos—. ¿Cómo diablos ha ocurrido?

—No lo había planeado. Yo..., no sé... Sólo... Ella... —Stark levantó las manos en un gesto de indefensión—. La acompañé a su habitación, estuvimos hablando y luego ella me be...

—No quiero detalles —le espetó Cam.

Stark se puso rígida otra vez, pero sus ojos eran sinceros y su voz firme cuando habló.

—Ella me lo pidió y yo no me negué.

—Dios mío —murmuró Cam. «¿No hay fin para el caos que esa mujer es capaz de crear? Ahora me toca enfrentarme a la posible ruina de la carrera de una mujer muy competente»—. ¿Quién lo sabe?

—Nadie. Esperé hasta que el pasillo estuvo vacío para salir de su habitación.

Cam se obligó a pensar por encima de la rabia. El futuro de Stark dependía de eso.

—¿Cómo se siente ahora?

Stark miró a su jefa, sorprendida. Antes no se le había ocurrido pensarlo.

—No lo sé.

—¿Está enamorada de ella? —le preguntó Cam en voz baja. Por alguna razón, las palabras salían de su boca con dificultad.

—Me parece que no —respondió Stark, muy incómoda—. Fue... algo físico.

—Sí, no me cabe duda —dijo Cameron para sí. Se negaba a imaginar a las dos mujeres juntas, pero le costaba trabajo apartar de su mente la imagen de Blair haciendo el amor con aquella mujer. Sacudió la cabeza y se esforzó por centrarse en el asunto que se le había presentado—. Ojalá hubiese alguna forma de pasar por alto esto, agente Stark, pero no la hay. Aunque usted no sienta nada personal hacia ella, no puedo confiar en su objetividad. No puedo confiar en que consiga que su relación con ella no nuble su juicio. Sería peligroso para ella...y también para usted.

—Ya lo sé, comandante. —Stark contempló sus manos cruzadas sobre la mesa con una expresión del mayor desconsuelo—. No he pensado en otra cosa durante las últimas tres horas. Desde que... nosotras... He estado dándole vueltas a lo que debía hacer.

—¿Por qué me lo ha contado?

—Porque, si lo averigua sin que yo se lo haya dicho, arruinaría mi credibilidad para siempre — respondió Stark al momento, en tono sorprendido—. He cometido un error, pero sé cuál es mi deber.

—¿De veras? —Cam la miró con creciente respeto. Stark ganó crédito al no desviar la mirada mientras Cam la examinaba, inflexible, en un prolongado silencio—. ¿Está en condiciones de jurarme que no existe ningún vínculo romántico entre usted y la señorita Powell?

—Sí, señora, lo juro.

—Puede continuar en su puesto, agente Stark. Si veo que su entendimiento o sus actos se encuentran afectados de alguna forma, la trasladaré inmediatamente sin considerar las consecuencias que ello tenga sobre su carrera.

—Sí, señora. Lo entiendo, señora.

—Starkse levantó, casi en posición de firme—. Muchas gracias.

Cam asintió, con un cansancio repentino. Cuando la puerta se cerró tras la joven agente, se tendió sobre la cama y contempló el techo. Sentía un dolor interno, un dolor por la pérdida de algo que ni siquiera sabía que necesitaba. Cerró los ojos, por fin, e intentó ignorar la imagen de Blair Powell desnuda, con sus piernas enredadas en torno a la difusa figura de Paula Stark. Como el sueño no la vencía, acabó por levantarse, se duchó y bajó a recibir el amanecer.

—¿Puedo sentarme con usted?

—Como quiera.

A Blair no le pasó inadvertida la tensión de la voz de Cam ni la furia fría que empañaba sus ojos.

—Supongo que ya sabe que anoche tuve compañía.

—Lo han puesto en mi conocimiento.

Por alguna extraña razón, a Blair no la satisfizo aclararle a su distante jefa de seguridad que no era irreemplazable, sobre todo en la cama. De hecho, había sentido una inquietud desconocida durante toda una noche de desasosiego. Por primera vez, según recordaba, se arrepentía de un escarceo sexual. Se arrepentía de haber deseado otro cuerpo bajo sus labios y sus dedos mientras hacía el amor con Paula Stark. Se arrepentía de no haber amado a la joven que yacía agotada y vulnerable entre sus brazos. Se arrepentía de haber engañado a la mujer que se había llevado a la cama.

—¿Se da cuenta de que ha puesto la carrera de ella en peligro? —preguntó Cam entre dientes, procurando por todos los medios no perder la calma. No sabía muy bien con quién estaba más enfadada, si con Paula Stark por su falta de criterio o con Blair Powell por su total carencia de discreción a la hora de elegir compañeras de cama. Al mirar a Blair, Cam tuvo que esforzarse para no imaginar aquellos labios suaves y sensuales sobre su cuerpo. Aunque fugazmente, conocía los abrazos de Blair y, a pesar de su ira, le costaba trabajo borrarlos de la memoria—. Stark... Dios mío.

—Si le sirve de algo a su sentido de la ética, la iniciativa no partió de ella exactamente. —Blair empujó la silla y se levantó, sin haber probado el desayuno que estaba sobre la mesa. Luego miró a Cam con una especie de remordimiento y habló en tono amargo—: Y he terminado con ella. No volverá a ocurrir.

La hija del Presidente se retiró, de repente, sin esperar respuesta. Ni siquiera le dirigió una mirada a Paula Stark.

Cam permaneció sentada, observando cómo Blair atravesaba el comedor con pasos airados. Se esforzó por mantener la compostura, pues sabía que la furia sólo contribuiría a nublar su juicio y a dificultar su trabajo. Dos agentes salieron del comedor para seguir a Blair a una distancia discreta. Cam confiaba en que estuviesen preparados por si la hija del Presidente decidía salir del hotel.

«Déjala ir y haz tu trabajo. Limítate a hacer tu trabajo.»

Media hora después Cameron tomó su equipo y la recibió en el exterior una maravillosa mañana de Colorado. El aire era claro como el cristal y el sol arrancaba a la nieve un resplandor blanco que la obligó a ponerse enseguida las gafas de esquí. Sabía, por la comunicación que había mantenido con el jefe de equipo del turno de día, que Blair estaba en las pistas superiores preparándose para dedicar la mañana a un largo y difícil descenso. Esquió hasta el telesférico para reunirse con ellos.

Cuando Cam llegó a la cima, Blair iniciaba su primer descenso por la ladera. Cam fue tras ella, dejándole distancia para maniobrar sobre la inclinada pendiente. Mientras la seguía, no apartaba los ojos de aquella veloz figura que se abría paso sobre las prístinas laderas nevadas. La asaltó una momentánea punzada de sorpresa cuando una figura oscura surgió de una arboleda situada a seis metros de la pista y se dirigió hacia Blair Powell.

Cam no se rendía ante la emoción del miedo; ralentizaba los reflejos y nublaba la razón. Durante el segundo que tardó en coger la pistola, vio cómo la figura se interponía en el camino de Blair, que cayó entre nubes de nieve y hielo. En el mismo momento, a Cam la dominó una sensación de haber vivido aquello antes que la aturdió. La imagen de Janet cayendo y de una explosión roja sobre su pecho se deslizó en la mente de Cam como una diapositiva conocida en una pantalla nítida, y se le encogió el estómago mientras el pánico amenazaba con apoderarse de ella.

Cam se esforzó por apartar aquella imagen de su mente tan rápidamente como había aparecido y centró toda su atención en Blair. El atacante había caído por la fuerza del choque y se debatía para levantarse en la nieve a escasos metros de Blair. Cam se detuvo al lado de la joven y se quitó los esquís inmediatamente. Luego se lanzó sobre su cuerpo inerte, mientras apuntaba con la pistola a la figura próxima. Con la otra mano sacó la radio del cinturón y gritó con voz ronca:

—¡Código rojo! ¡Código rojo!

Cam se acurrucó sobre el cuerpo inmóvil de Blair para protegerlo, mientras varios agentes salían de entre los árboles con las pistolas preparadas y le gritaban al atacante que se tumbase. Lo rodearon en cuestión de segundos. En cuanto Cam tuvo la certeza de que Blair ya no corría un peligro inminente, pulsó las frecuencias de la radio y pidió transporte urgente y un helicóptero de evacuación médica que las recogiese en la pendiente. Luego, con el corazón acelerado al máximo, se apartó con cuidado del cuerpo de Blair. Se apresuró a enfundar la Glock y a quitarse los guantes.

«Dios, que no esté mal herida. Por favor, ella no.»

Blair yacía de espalda, con los ojos cerrados. No se movía, y su cara estaba pálida, muy pálida.

—Blair, ¿puede oírme? —Cam apretó dos dedos contra la arteria carótida, debajo de la mandíbula de la joven. Notó el pulso fuerte y firme, aunque parecía inconsciente.

—¿Comandante? —gritó una voz cercana.

Con dedos levemente temblorosos, Cam abrió la parka de Blair y deslizó la mano dentro, buscando alguna herida. Cabía la posibilidad de que el atacante le hubiese clavado un cuchillo o un punzón durante el choque. Sin mirar siquiera a los otros agentes, gritó:

—Llévenlo a un lugar seguro. Y que venga la maldita unidad de evacuación médica. Ahora mismo.

Una parte de su cerebro trabajaba eficientemente, según las reglas, pero un terror que amenazaba con asfixiarla dominaba la otra. Deslizó la mano bajo el jersey de Blair y no encontró rastros de sangre. Rozó con los dedos el terso abdomen y, luego, intentó palpar la espalda de la joven sin darle la vuelta.

—¿Cam? —susurró Blair, aturdida—. ¿Cam?

—Sí. —Cam miró los descentrados ojos azules de Blair y se sintió aliviada—. No se mueva.

—Qué... Dios, mi cabeza... Qué...

—No pasa nada. Está a salvo. — Cam palpó con cuidado los costados de Blair y, a continuación, el pecho. Seguía sin haber señales de heridas.

«Gracias a Dios.»

—¿Qué hace?

—Comprobaciones —murmuró Cam, cuyo temor se amortiguó al advertir que la voz de Blair sonaba más fuerte.

—He... querido que hiciese esto, pero... no aquí —comentó Blair en un tono débil, con una sonrisa insegura. Intentó incorporarse, pero esbozó una mueca cuando sintió una descarga de artillería en la nuca. Se dejó caer entre leves lamentos.

—Maldita sea, quédese quieta.

—Qué remedio... ¿Qué... diablos.. ha pasado?

—Aún no lo sé —respondió Cam con tristeza. Subió la cremallera de la chaqueta de Blair y se quitó la suya. Blair estaba temblando, así que puso su chaqueta sobre el cuerpo de la joven—. ¿Cómo se encuentra?

—No se la quite —murmuró Blair—. Se va... a congelar.

—Cállese, Blair —susurró Cam y sonrió—. ¿Qué le duele?

—La cabeza. —Blair movió con cautela los brazos y las piernas. Su visión era clara y, aparte del tremendo dolor de cabeza que sentía, se encontraba tranquila—. Estoy bien.

—La sacaremos de aquí dentro de un minuto —dijo Cam dulcemente. Levantó la radio y rugió: ¿Dónde demonios está la unidad de evacuación?

Durante unos instantes sólo oyó interferencias y, luego, la voz de Mac.

—Las nubes han retrasado al helicóptero. Una ambulancia viene de camino y llegarán moto nieves dentro de un par de minutos.

—Entiendo. —A Cam no le gustaba aquello. Era una chapuza. Deberían haberles informado de que no había helicópteros disponibles. Aunque, en aquel momento, no podía hacer nada.

—No quiero ir al hospital. —Blair le sujetó el brazo con una fuerza sorprendente—.

—Los medios de comunicación se lanzarán sobre esto.

—Mi padre asiste a una cumbre sobre desarme y no es preciso molestarlo.

—De acuerdo. Me ocuparé de eso.

—Cam no iba a discutir con Blair. En aquel momento su equipo conducía al sospechoso al hotel. Lo interrogaría ella misma en cuanto Blair recibiese asistencia.

Tenía que enfocarlo como un atentado contra la vida de Blair, pues daba por sentado que de eso se trataba. El tiempo de respetar los deseos de Blair había pasado. Aquello no admitía compromisos—. Ya me encargaré yo.

—Usted manda, comandante. —Blair se fijó en que Cam apretaba la mandíbula y se dio cuenta de que no había posibilidad de negociaciones—. Al menos déjeme llamarlo y decirle que estoy perfectamente..., antes de que esto salga en las noticias.

—Por supuesto. En cuanto la saquemos de la montaña. —Pasó la mano por el cabello de Blair—. No se mueva, la camilla llegará enseguida.

Blair agarró la mano de Cam y entrelazó sus dedos con los de ella.

—No se vaya.

—No —susurró Cam. Quería abrazarla, pero sabía que no podía. Por demasiadas razones. Se contentó con agacharse en la nieve y acercarse a ella—. No, claro que no me iré.

Seis horas después Cam saludó a Stark, que se hallaba sentada ante la habitación de Blair Powell, en el hospital. Stark se puso en pie de un salto.

—Comandante.

Cam la miró y se fijó en los tres vasos de café vacíos que había en el suelo. A Stark le brillaban los ojos demasiado y se apreciaba el temblor de sus manos desde metro y medio de distancia. Cam levantó la radio y llamó.

—Mac, envíe un relevo para Stark ahora mismo.

—Me encuentro bien, comandante.

—No, no se encuentra bien. Vaya a dormir un poco.

—Cam ignoró el rubor de Stark y abrió la puerta con cuidado. Se detuvo un instante en la penumbra para comprobar si Blair estaba despierta.

—¿Cam?

—Sí.

—Entre, pero no encienda la luz. Me hace vomitar.

—Entendido. —Cam se acercó a la cama y miró a Blair. Le pareció demasiado pálida. Tuvo que reprimir las ganas de estirarse y tocarla, e intentó disimular su preocupación—.

—¿La he despertado?

—No. Tramaba mi fuga —respondió Blair débilmente.

Cam se rió con un matiz de sarcasmo.

—¿Por qué será que la creo?

Una tenue sonrisa se dibujó en los labios carnosos de Blair. Durante un segundo, en sus ojos resplandeció una alegría juvenil que hacía años que no experimentaba.

—Tal vez porque empieza a conocer mis artimañas.

—No. —Cam acercó una silla a la cama, se sentó y se inclinó para que Blair pudiese verla sin incorporarse. Luego le dijo con dulzurad: Dudo mucho de que llegue a conocer todas sus artimañas.

—Podría —susurró Blair—, si me da la oportunidad de enseñárselas.

Cam sonrió e hizo caso omiso de la observación. Blair estaba herida, era vulnerable, y no era el momento de pelearse.

—¿Cómo se siente?

—De pena —respondió Blair en un inusitado rasgo de candor—. Me siento como si me hubiera atropellado un camión.

—¿Quiere que llame a la enfermera? ¿Puedo hacer algo? — preguntó Cam. Odiaba verla así. Prefería infinitamente su fuego y su furia.

—Me basta con su compañía.

Cam miró la mano de Blair, que yacía inmóvil sobre las mantas del hospital.

Recordó la gracia con la que la misma mano se había deslizado sobre el cuaderno de dibujo y había captado su parecido con una perspicacia asombrosa. Salvo su madre, nadie la había retratado de una forma tan certera. Sin intención, cubrió los finos dedos de Blair con los suyos. Sólo pretendía infundirle confianza, y se encontró con que los dedos de Blair, entrelazados con los suyos, se la infundían a ella.

—¿Ha hablado con su padre?

—Sí. Gracias.

—Bien. —Lo había pasado mal solucionando todas las prioridades. Por un momento, en la montaña había pensado que Blair estaba herida, tal vez de gravedad. El miedo asfixiante superó la mera preocupación por la persona a la que debía custodiar.

No soportaba la idea de que Blair sufriese ningún daño y no se atrevía a analizar en detalle los motivos. Se aclaró la garganta y trató de ignorar el repentino cosquilleo que sintió en su mano cuando los dedos de Blair se entrelazaron aún más con los suyos.

—Su atacante era un chico de dieciséis años que decidió esquiar montaña abajo y surgió entre los árboles, procedente de una pista contigua. No debía estar allí, pero nadie vigiló aquella parte del descenso. No tenía ni idea de quién es usted y, de hecho, no creo que lo sepa.

—Entonces, ¿de momento estoy segura? —preguntó Blair con una pizca de amargura.

—No parece que haya relación con los hechos de Nueva York. Hemos logrado que esto pase inadvertido y no creo que los medios de comunicación le dediquen mucho espacio.

Blair suspiró, agradecida.

—Gracias. Quiero salir de aquí esta tarde y volver a la cabaña.

—¿Por qué tampoco me sorprende eso? —dijo Cam con resignación—. Me he tomado la libertad de consultar con sus médicos y me han dicho que, si su dolor de cabeza mejora, le darán el alta encantados.

—Estupendo. Puedo soportar un dolor de cabeza. Aquí dentro me siento como en una pecera.

—¿Está segura? —Reprimió las ganas de retirar unos mechones dispersos de cabello rubio que caían sobre las mejillas de Blair—. Se ha llevado un buen golpe ahí fuera.

—Los he recibido peores en el cuadrilátero. —Blair trató de hablar en tono displicente, pero su voz sonaba débil—. Aguantaré con resignación. Déjeme salir, por favor.

El ruego era tan poco propio de ella que a Cam se le encogió el corazón de compasión. Soltó la mano de Blair y se levantó.

—Haré los preparativos.

—Gracias.

—No tiene por qué dármelas — respondió Cam, con un nudo en la garganta.

«Estás bien, y eso es lo único que importa.»

Cam casi había llegado a la puerta cuando Blair habló.

—Y gracias por protegerme esta tarde —dijo delicadamente. Aún notaba el inesperado consuelo del abrazo de Cam mientras yacía entre sus brazos sobre la nieve.

—Tampoco tiene por qué agradecerme eso, señorita Powell. — Cam agarró el pomo de la puerta con tanta fuerza que le dolieron los dedos. Durante un instante fugaz volvió a sentir el extraño terror que había experimentado al ver caer a Blair. No podía permitirse aquel sentimiento hacia ella. No podía permitirse sentir nada por ella. En un tono más áspero del que pretendía, añadió: Sólo hice mi trabajo.

Luego se fue, y Blair se quedó sola de nuevo.

—¿Qué tal su cabeza? —preguntó Cam tras ocupar un asiento al lado de Blair. Había estado observándola desde el despegue, media hora antes. La joven rubia se había puesto cada vez más pálida y su rostro estaba blanco como la cera. Los ojos azules, habitualmente claros como el cristal, se habían convertido en oscuros charcos de dolor.

—Sobreviviré —respondió Blair en voz baja. En realidad, el menor movimiento vertical del avión le producía una oleada de náuseas que amenazaba con romper su admirable autocontrol. Por suerte, el cielo estaba despejado y el avión se dirigía a Nueva York con muy pocas turbulencias. En otras circunstancias, temía haberse puesto en evidencia.

Cam acercó la cabeza, aunque los otros agentes y Diane se sentaban diez filas por delante y se hallaban enfrascados en sus conversaciones o durmiendo. Blair y ella se encontraban solas. Aun así, Cam no quería que nadie oyese su conversación privada.

—No tiene que ser una heroína.

—¿Por qué no toma un par de analgésicos e intenta descansar?

Blair comenzó a sacudir la cabeza, pero se detuvo de pronto cuando un ligero movimiento hizo que se le encogiese el estómago.

—Créame, comandante, no soy una heroína. El problema es que los analgésicos me sientan peor que el dolor.

—Me temo que a mí me ocurre lo mismo. —Cam se movió en el asiento, retiró el apoyabrazos central y estiró el brazo izquierdo sobre los respaldos. Señaló hacia su hombro con un ademán de la barbilla y sugirió: Inclínese y cierre los ojos durante el resto del vuelo. Seguramente será lo único que la alivie un poco. Créame, he estado en su situación más de una vez. Sólo hay una forma de aguantar: con pastillas o durmiendo.

Blair carecía de fuerzas para poner en tela de juicio el tono amistoso de Cam y supuso que el gesto de amabilidad obedecía a la compasión, más que a otro tipo de sentimientos especiales hacia ella. No obstante, en ese momento necesitaba precisamente lo que Cam le ofrecía: simple consuelo humano.

—Gracias. —Se movió con cuidado y se apoyó en el costado de Cam, de modo que su cabeza descansaba en la curva del brazo de la agente. Sabía que no iba a dormir, pero tal vez el dolor se amortiguase si cerraba los ojos.

—De nada. —Cam estiró las piernas y se recostó en el asiento. Al cabo de un par de minutos se dio cuenta, por el movimiento rítmico del pecho de Blair, de que la joven se había dormido. El débil zumbido de fondo de los motores y el calor del cuerpo de Blair le proporcionaron una sensación de paz que había olvidado hacía mucho tiempo.

Miró por la ventanilla sin pensar en nada. Durante aquellas preciosas horas, no deseaba más que la presencia de Blair. Y, cuando se quedó dormida, apoyó la mejilla sobre los suaves y fragantes cabellos de Blair.

Cuando el avión aterrizó, Cam y Blair se despertaron al mismo tiempo.

Ninguna de las dos se movió. La mano de Cam había resbalado del asiento, se curvaba con delicadeza sobre el costado de Blair y descansaba debajo de su pecho.

Mientras dormía, Blair se había dado la vuelta y había rodeado la cintura de Cam con su brazo. Apoyaba la cabeza bajo la barbilla de Cam y reposaba entre sus brazos.

Estaban abrazadas como si siempre hubiera sido así.

Cuando los ocupantes de la cabina comenzaron a levantarse y estirarse, Cam retiró el brazo del cuerpo de Blair, aunque no quería soltarla.

—Señorita Powell, tenemos que salir.

Con un suspiro Blair se enderezó, se mesó los cabellos despeinados y se fijó en que ya no le dolía la cabeza.

—Sí, claro.

Miró a Cam y la sorprendió percibir una fugaz expresión de algo semejante a la pena en su atractivo rostro. Pero enseguida regresó la impenetrable máscara profesional.

—La veré en tierra. —Cam se levantó del asiento y añadió: Parece que está mejor. ¿Se encuentra bien?

—Sí, gracias, comandante.

Cam sonrió y la dejó para hablar con su gente sobre los planes de transporte hasta el apartamento. Diane avanzó por el pasillo hasta el asiento vacío de Cam.

—Estabais muy cómodas ahí juntitas —observó secamente.

—Déjalo ya, Diane —dijo Blair en voz baja.

Diane se tragó la observación que iba a hacer. Había algo en la voz de su antigua amiga que la puso sobre aviso. De hecho, se las veía muy bien juntas. Demasiado bien juntas.

Era como si se hubiesen abrazado mil veces antes. Diane se limitó a sacudir la cabeza y a silenciar sus palabras de advertencia. Algo le dijo que Blair no la escucharía.

Cam puso la taza de café de cartón sobre la mesa de trabajo y miró a Mac con una expresión interrogadora en las cejas.

—¿Sigue arriba?

—Sí, desde hace tres días — respondió Mac y sacudió la cabeza—.

—¿No hay reunión?

—No. Sólo un mensaje en el que informa que no tiene planes. —Cam no sabía muy bien qué pensar, pero aquello no le gustaba. Desde que habían aterrizado en Triboro, Blair no era la misma. Anunció que iba a trabajar en su estudio y que no necesitaría mantener reuniones diarias con Cam, y ésta no protestó, pues le dio la impresión de que ello equivaldría a invadir la intimidad de Blair.

No obstante, la atmósfera del centro de mando recordaba la calma antes de la tormenta. Todos esperaban que Blair rompiese su aislamiento en cualquier momento y los lanzase de nuevo a una caza enloquecida. Por su parte, Cam casi deseaba que lo hiciera. Había algo desconcertante en aquel repentino cambio de conducta de Blair.

—Prefiero al enemigo que conozco —murmuró Cam en una extraña manifestación de enfado. Tomó el café y se dirigió a su pequeña oficina acristalada. Mac la miró y pensó que Blair Powell no era la única que se comportaba de una forma rara.

Cuando la semana avanzó sin cambios, la espera se convirtió en la nueva rutina.

Cambiaban los turnos, entraban y salían agentes. Los que estaban de turno pasaban las horas leyendo, jugando a las cartas y preguntándose cuándo estallaría la bomba. Cam permanecía el menor tiempo posible en el centro de mando. Corría, hacía ejercicio y leía en su apartamento. Dio órdenes estrictas de que la llamasen en el momento en que Blair diese indicación de prepararse para salir del edificio y procuró no pensar en lo mucho que echaba de menos verla todos los días. Ocho días después del regreso de Colorado se produjo al fin la llamada.

—Egret ha volado —informó Mac.

—¿Qué? ¿Sola?

—Sí, señora. Acaba de tomar un taxi para ir al centro.

—Maldita sea —exclamó Cam—. ¿Cómo han permitido que sucediera?

—No había ningún modo de detenerla físicamente.

—La incomodidad de Mac resultaba obvia, incluso por teléfono—. Abandonó el edificio sin avisar, salió a la calle y paró un taxi. Por suerte, subimos al coche rápidamente y la hemos seguido.

Cam suspiró, aliviada.

—¿La han localizado?

—Afirmativo. Espere un segundo. Cam recorrió el salón sujetando el teléfono móvil con la mano. Aunque no se habían producido más contactos del individuo que había dejado la nota ante la puerta de Blair, temía que no fuera el único que vigilaba a la hija del Presidente. Blair iba sin escolta, y a Cam le preocupaba su seguridad.

—Acaba de entrar en un bar de Houston —informó Mac.

—¿Nombre y dirección? —preguntó Cam lacónicamente.

—Rendezvous —respondió Mac y, a continuación, le dio la dirección.

—Que un equipo permanezca fuera con el coche. Iré hasta allí.

No había pasado un cuarto de hora cuando Cam entró en el bar y escudriñó la atestada pista de baile y las mesas circundantes en busca de Blair. Al filo de la medianoche de un sábado el lugar estaba lleno. Las luces eran tenues y el humo impregnaba el aire, dificultando la visión. Cam se abrió camino entre los grupos de personas que ocupaban el perímetro del recinto, pues suponía que Blair habría buscado la penumbra. Tras asegurarse bien, la vio hablando con una joven que lucía unos tatuajes muy llamativos en los brazos.

La mujer que acompañaba a Blair era, sin duda, una culturista concienzuda. La ceñida camiseta blanca sin mangas que llevaba pretendía exhibir su bien trabajado físico y los vaqueros de corte bajo y con botonadura dejaban ver los musculosos muslos a la menor oportunidad. En aquel momento, la mano de la mujer acariciaba el brazo desnudo de Blair y, poco a poco, se acercaba a su pecho. Cam apretó los dientes y trató de ignorar el proceso de seducción. Al observar cómo Blair se apretaba contra la otra mujer, se acordó del breve instante en que se había acercado a ella de la misma forma, rindiéndola fácilmente con un beso. El cuerpo de Cam se excitó enseguida al recordarlo y se le endureció el clítoris casi al momento.

«Dios, ¿qué diablos te pasa?»

Cam se obligó a no prestar atención a la vibración que sentía entre los muslos.

No obstante, tuvo que desviar la mirada cuando Blair tomó el rostro de la mujer con las manos y lamió lentamente el borde de su mandíbula antes de meter la lengua entre los labios separados. En aquel punto, Cam admitió al fin que no podía hacer lo que había ido a hacer allí. No resistía ver cómo Blair tocaba a otra mujer y, en ese caso, tampoco podía protegerla. La dominaba la ira cuando habló al micrófono de la muñeca con voz ronca.

—Quiero que el primer equipo entre ahora mismo a realizar la vigilancia. —

Volvió la espalda bruscamente cuando las dos mujeres empezaron a besarse con pasión, mientras sus manos se acariciaban con abandono. En cuanto vio que Stark y Grant entraban en el bar, se abrió paso entre la gente y salió a la calle. Se dirigió al segundo coche y llamó por la radio al cuartel general—. Mac, sustitúyame durante las doce horas siguientes. Si hay una emergencia, avíseme. Si no, no estoy disponible. —Sin esperar respuesta, golpeó con fuerza la mampara de cristal para llamar la atención de Taylor—. Lléveme al aeropuerto.

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