Honor

Honor


Capítulo 11

Página 13 de 19

Capítulo 11

MIENTRAS esperaba un vuelo en la terminal, marcó un número conocido de Washington y concertó una cita con la que constituía la única esperanza que tenía de arrancar a Blair de su pensamiento.

—Oh, Dios... No puedo —exclamó Cam con voz entrecortada—. Lo siento... Quiero hacerlo, pero... no puedo.

La rubia alzó la cabeza y contempló el torso de Cam.

—Tu cuerpo no me dice eso.

—Estoy cansada —suspiró Cam, con un agotamiento no sólo físico—. Demasiado cansada.

—No hace falta que hagas nada. — Claire apoyó la mejilla en el muslo de Cam, mientras con una mano acariciaba el interior de sus piernas—. Además, aún no he terminado.

—Creo que yo sí. No es culpa tuya.

—Cam acarició con los dedos el cabello que caía sobre la nuca de su visitante y la arrastró ligeramente—. Tiéndete a mi lado.

Claire se deslizó entre las piernas de Cam, se levantó y se apoyó contra su cuerpo. Su cabeza descansaba sobre el hombro de Cam. Puso una mano sobre el estómago de Cam y lo acarició en círculos. Casi nunca habían estado de aquella forma, tan cerca y durante tanto tiempo. Existía una intimidad nueva entre ellas, maravillosa y temible a la vez. Los límites entre el negocio y el afecto se habían borrado tiempo atrás, pero hasta entonces Cam había mantenido la relación bajo control. Algo había cambiado, y había sido la clienta de oscuros cabellos. Había caído una barrera y la mujer cautelosa de antes había quedado al descubierto y resultaba aún más deseable, si cabía.

Claire apretó los labios contra el hombro de Cam.

—Déjame. Lo necesitas.

—No. —Cam se apartó tras besar a Claire en la frente y dijo—: Déjame que te haga el amor.

—No se trata de eso —protestó Claire amablemente, temerosa de la pena que sentirían a continuación las dos—. No tienes por qué hacerlo.

—Necesito hacerlo —insistió Cam. Era la primera vez que lo sugería. Deseaba tocar a alguien, necesitaba saber si aún podía—. Después de todo este tiempo, quiero devolverte algo.

—Pues abrázame —pidió Claire, que entendía lo que Cam no había dicho. Sabía que Cam pretendía algo más que darle las gracias: iba a decirle adiós, lo supiese o no. A lo largo de los años había vivido muchas despedidas. Pero aquella resultaría la más dura—. Abrázame. Es lo único que deseo.

—Puedo hacerlo —murmuró Cam, con los labios sobre la sien de Claire. La meció, cerró los ojos y procuró dejar la mente en blanco. Intentó no pensar en la furia y la confusión que sentía cuando se imaginaba a Blair haciendo el amor con otra desconocida. Trató de ignorar los celos, a sabiendas de que no tenía derecho a ellos. Procuró pasar por alto el simple hecho de que deseaba que fuese Blair la mujer a la que acariciaba y que estuviese a su lado por la noche.

Suspiró y acarició el brazo de Claire con las yemas de los dedos.

Claire oyó los firmes latidos bajo la mejilla mientras deslizaba los dedos sobre la piel encendida de Cam. Con suavidad, siguió el perfil de las costillas y las caderas, acarició la ligera curva de la parte inferior de sus pechos y puso la palma de la mano sobre los firmes músculos del estómago. No se apresuró. El amanecer marcaría el final.

Cam se relajó lentamente bajo las generosas caricias. Luego, la conciencia de la respuesta de su cuerpo a la atención de Claire eclipsó sus pensamientos. Sintió un cosquilleo en la piel, los músculos de sus piernas se tensaron y sus caderas se movieron con cada caricia sutil. El clítoris volvió a hincharse anticipadamente. En esa ocasión, la urgencia había desaparecido y se permitió el lujo de aceptar el placer. Un único punto de sensaciones barrió su mente, que se centró en la presión pulsátil entre sus piernas.

—Aahh... Genial.

—Sí.

Entre ligeros gemidos, levantó la pelvis apremiando a Claire en silencio para que bajase la mano. Se le escapó un suspiro cuando dos dedos se cerraron sobre la punta de su clítoris y lo frotaron en toda su extensión. La humedad invadió el interior de los muslos de Cam y, cuando una suave caricia extendió el cálido flujo sobre el bulto de sus nervios en tensión, volvió a gemir.

—Dios, eso hace que quiera correrme —murmuró casi sin aliento.

—No te apures —susurró Claire dulcemente. Deslizó los dedos dentro y, luego, hacia dentro y hacia fuera, con un ritmo firme que se acoplaba a los movimientos inconscientes de Cam. Sintió la creciente presión y notó que los delicados tejidos se hinchaban cada vez más entre sus dedos, hasta que parecían a punto de explotar.

—Quiero correrme. —El tono era urgente.

—Sí, pronto.

Entre convulsiones, Cam agarró las sábanas con la mano izquierda, mientras su brazo derecho abrazaba a Claire estrechamente. Hundió la cara en el dulce consuelo de la piel de Claire y dejó que su cuerpo se rindiese a lo inevitable. Cuando se le encogió el estómago y de sus entrañas salió un grito ronco, el rostro de Blair Powell asomó en el interior de sus párpados.

Blair se encontraba a quinientos kilómetros de distancia, en un estudio en el cuarto piso de un edificio del Greenwich Village que había conocido días mejores.

Echó un vistazo a la ropa que colgaba en el perchero que había en un rincón, sin prestar atención a la mujer que la había llevado hasta allí.

—Bonita colección de corbatas — comentó Blair, mientras palpaba las tiras de seda y algodón dobladas en un colgador, al final del perchero. Sin mirar a la otra mujer, añadió: A ver cómo podemos utilizarlas. ¿Por qué no te desnudas y te tiendes boca abajo en la cama?

—¿Qué? —La joven masculina la miró sorprendida. Evidentemente, el cabello rubio y largo de Blair, el maquillaje y los pechos sin sujetador bajo la ceñida camiseta blanca no equivalían a «mujer femenina».

—Ya me has oído —ordenó Blair y se volvió con un puñado de corbatas de seda en la mano—. Ahora, hazlo.

Aunque odiaba renunciar a su supuesta posición de dominio, la compañera de Blair estaba intrigada y, sobre todo, un poco excitada ante el tono autoritario de la voz de Blair. Procurando mantener la fachada de indiferencia, la culturista se quitó el cuero y los vaqueros, las bragas, las botas y los calcetines. Desnuda, con una intensa sensación de incertidumbre, se tendió boca abajo sobre su cama, agradecida de que la almohada le permitiese esconder el rostro.

—Mejor. —Blair se acercó a ella y deslizó el lazo de una de las corbatas en torno a la muñeca derecha de la mujer. Apretó la tira de tejido contra el borde del sofá cama y el bastidor, y luego hizo lo mismo con la otra muñeca y los dos tobillos. Cuando la joven morena estuvo totalmente inmovilizada, retiró la almohada.

—Quiero que puedas respirar. Pero mantén los ojos cerrados.

Blair retrocedió, encendió varias velas que había visto en el alféizar de la ventana y las colocó sobre la mesita del rincón. Observó el cuerpo de la mujer a la parpadeante luz de las velas. Resultaba hermosa: la piel era lisa y tersa, del color del cacao claro; los músculos se tensaban bajo la superficie cubierta de sudor; el cabello, espeso y brillante, se rizaba en la base del cuello, y su rostro de perfil se definía claramente y parecía arrogante incluso en reposo. En conjunto, era un buen ejemplar de sexualidad de mujer masculina.

Con todo, Blair hubo de esforzarse para no comparar su figura con las líneas largas y esbeltas del cuerpo de Cam. No quería recordar la seductora madurez grabada en los elegantes rasgos de Cam, la ardiente sensualidad de sus ojos oscuros ni la ansiada suavidad de sus labios carnosos. Durante la última semana había utilizado todos los medios a su alcance para olvidar el viaje en avión y el abrazo de Cam: horas y horas de trabajo, aislada en el loft. Pero no había funcionado. Sólo se le ocurría una manera de apartarla de su cabeza: llenando sus sentidos con la vista, el sonido y el tacto de otra mujer.

—No te muevas.

Blair, completamente vestida, saltó sobre la cama y se extendió sobre la mujer dominada. Acarició con los dedos la superficie de los brazos atados, saboreó la sal de su nuca y le chupó el lóbulo de la oreja. Oyó un vago gemido cuando apresó la suave piel de la mandíbula entre los dientes y tiró de ella ligeramente, para borrar continuación los puntitos de dolor con un beso.

—No —susurró Blair cuando su cautiva intentó volver la cara, buscando desesperadamente sus labios. Se incorporó un poco y le acarició los hombros, la espalda y los costados, y acabó en las nalgas, bien formadas. Blair descendió y frotó aquellos recios glúteos, los separó y dejó al descubierto la hendidura que se abría entre ellos. Acarició el arrugado músculo y, luego, lo apretó ligeramente.

—Oh, por favor —gimió la joven desconocida, con un matiz de miedo en la voz.

—Tranquila —dijo Blair con dulzura—. No te haré daño.

Se arrodilló entre aquellos muslos fuertes, que temblaban, y rodeó los tejidos sensibles con un dedo mojado. Un espasmo sacudió el tenso esfínter cuando Blair acarició el borde exterior.

—Oh, Dios. —Ya no había miedo, sino necesidad.

Blair recorrió con la lengua los muslos abiertos de la mujer y saboreó por primera vez los flujos espesos y embriagadores del deseo de su joven amante. Lamió los pliegues hinchados, dibujó los surcos con la lengua y besó el clítoris crecido, moviéndose seductoramente de un lugar a otro.

—Si tú... Oh, vas a hacer que me corra —jadeó la joven.

—Pronto —murmuró Blair.

—Lo quiero ahora..., muchísimo. Blair se perdió en las sensaciones: en el olor asfixiante, la increíble suavidad, el maravilloso calor. Era la mujer, una mujer, cualquier mujer. Cuando hundió más la cara y se sumergió, sintió cómo temblaba el inminente orgasmo de su amante en sus labios. Rápidamente, se extendió sobre la cama y rodeó la cintura de la mujer, acariciando frenéticamente los hinchados tejidos con los labios y la lengua. Cuando el cuerpo que tenía debajo se convulsionó entre sollozos, gritos y gemidos ahogados, Blair cerró los ojos con fuerza, deseando retener únicamente aquel increíble momento de intenso contacto. Pero incluso cuando la mujer alcanzó el clímax en su boca, no pudo evitar desear que fuera Cameron Roberts la que se rendía a su tacto.

Cam dio la vuelta y buscó el teléfono en la mesilla. El reloj digital marcaba las cinco menos cuarto. Estaba desorientada; no sabía dónde se encontraba ni qué hora era exactamente. No había nadie con ella en la cama, pero percibió un calor que sugería que había sido ocupada no hacía mucho. Como el teléfono no dejaba de sonar, sus ojos se adaptaron a la oscuridad y reconoció su propia habitación en Washington. Al levantar el auricular, su mente registró el reciente vuelo desde Nueva York y sus frenéticos intentos de olvidar a Blair Powell en brazos de otra mujer.

—Roberts —gruñó, procurando apartar aquellos incómodos pensamientos.

—Soy Mac, comandante. Siento molestarla, pero creo que querría saber...

De pronto Cam se sentó en la cama, con la mente clara como el cristal y el corazón acelerado.

—¿Egret? ¿Está bien?

—Sí, señora —se apresuró a asegurar Mac—. La hemos vigilado constantemente y conocemos su paradero. Pero acabamos de recibir otro mensaje de Loverboy.

Así llamaba el equipo de seguridad al sujeto no identificado que había dejado la nota en la puerta de Blair.

—¿De qué se trata? —preguntó Cam, mientras se levantaba de la cama y buscaba su ropa por la habitación. Se fijó en una hoja de papel doblada que se encontraba sobre el tocador y la guardó en el bolsillo de los pantalones.

—Fotografías —respondió Mac con tristeza—. Hay un primer plano muy bueno de Egret saliendo del edificio anoche. Con infrarrojos, calidad profesional.

—Hijo de puta. Eso significa que ha estado vigilando el edificio desde un lugar cercano. ¿Cómo las han encontrado? —Con el teléfono debajo de la barbilla, Cam se abotonó la camisa y pasó un estrecho cinturón de piel por las tiras del pantalón. Un momento después encontró un zapato y buscó el otro bajo la cama.

—Taylor se fijó en un sobre de papel Manila que se hallaba en el mostrador del vestíbulo, cuando entró para hacer el turno de noche. Iba a nombre de Egret.

De pronto Cam se detuvo en el centro de la habitación, con un zapato en una mano y el teléfono móvil en la otra, y sintió un breve estremecimiento de júbilo.

—¡Entonces lo tenemos! Hay cámaras de vídeo en el vestíbulo y en la entrada.

Debe de existir una imagen de él. Quiero que lleven todas las cintas al centro de mando para visionarlas. Comprueben también las matrículas de los coches aparcados junto al parque ahora mismo. Luego pónganse en contacto con las compañías de taxis para investigar todos los desplazamientos de las últimas veinticuatro horas en un radio de diez bloques en torno a la casa de Egret.

—Eso es mucho trabajo de campo, comandante —dijo Mac, en tono de duda.

—Procure que se haga —espetó Cam.

—¡Sí, señora!

—Tomaré el próximo vuelo regular. Reúna a todo el equipo, a los turnos de día y de noche, a las siete en punto.

—Entendido.

—Mac —continuó Cam, con una voz más serena—, que Egret regrese a su apartamento.

Se hizo el silencio en la línea. Mac se aclaró la garganta y escogió las palabras con cuidado. No sabía muy bien por qué, pero le resultaba incómodo dar aquella información.

—Comandante, en este momento Egret está con una mujer no identificada, que casi con toda seguridad ignora su identidad. Si la despertamos, no podremos garantizar el silencio en lo relativo a su identidad.

Cam recordó a la joven que Blair había acariciado en el bar.

Evidentemente, Blair se había ido a casa con ella. ¿Por qué no? La desconocida encajaba con el tipo de conquista que excitaba a Blair.

—Entonces quiero que la recoja un coche en cuanto ponga el pie en la acera. Y Mac, si alguien la pierde, se juega el trabajo.

—Le aseguro que regresará lo antes posible. —Cuando colgó el teléfono, pidió con fervor que se cumpliera su promesa.

A las siete menos un minuto Cam entró en el centro de mando y se dirigió a la cabecera de la mesa, en torno a la cual se hallaba reunido el equipo. A pesar de no haber dormido, parecía centrada y atenta. Sin más preámbulos, dijo:

—Vamos a analizar la fotografía. Jeremy Finch, un agente bajo, con ligero sobrepeso y gafas, se aclaró la garganta. Era el bicho raro del grupo: el genio de la informática y el mago de la técnica.

—Hemos analizado la elevación potencial y el ángulo de visión haciendo una extrapolación a partir de las sombras y de la hora aproximada del día.

—Corte el rollo, agente —espetó Cam, en una extraña manifestación de impaciencia.

—Bueno, básicamente, la fotografía se hizo desde uno de los edificios que hay frente al de Egret, al otro lado de Gramercy Park. —Miró la mesa con gesto incómodo.

—¿Desde el tejado?

—No necesariamente, comandante.

—Finch parpadeó tras las gafas—. Las proyecciones de altura sugieren un lugar por encima de los veinticinco metros.

—Eso nos deja un montón de sitios potenciales, agente Finch. —Cam lo miró y se tragó otra observación sarcástica. Él no podía fabricar las pruebas.

—Sí, señora, ya lo sé. —Finch asintió con gesto compungido. Como los demás agentes, estimaba su posición en el equipo y sentía lealtad hacia su firme y exigente comandante—. Sabemos que el fotógrafo dispone de una ubicación fija, en vez de un vehículo. Por tanto, existen más posibilidades de encontrarlo, pues se mantiene relativamente estacionario.

—Tiene razón. —Tardó un minuto en serenarse. Su impaciencia nacía del miedo y debía vencer ambas emociones. Blair Powell no sufriría daño. No en aquel momento.

—Nunca—. Muy bien. Quiero una lista con todos los ocupantes de los edificios de cada lado de la plaza, no sólo los de la calle situada enfrente de este edificio. Tal vez viva en un sitio y utilice otro diferente para la vigilancia. Interroguen a los agentes inmobiliarios, administradores de fincas y empresas que alquilan apartamentos para sus empleados. Posiblemente nuestro sujeto no identificado esté aquí sólo de forma intermitente, cuando los negocios lo reclaman.

—Hemos destinado personal para que comiencen los reconocimientos a la hora de apertura de las oficinas — indicó Mac.

—Bien. Finch, traiga las cintas de anoche. A ver si localizamos el depósito del sobre.

Dedicaron unos momentos a revisar otros métodos para reducir la lista de potenciales perpetradores que pudiesen acceder a los edificios vecinos. Cam diseñó el cambio de cobertura necesaria en ese momento, pues el nivel de amenaza había subido.

Por último, recorrió la mesa con la vista y miró a sus agentes a los ojos.

—Tengo que informar de esto a la Casa Blanca. Llegados a este punto, debemos reconocer que Blair Powell se encuentra en inminente peligro de asesinato o de intento de secuestro. Voy a recomendar que permanezca recluida hasta que consideremos que la amenaza se ha neutralizado. Es posible, más bien probable, que la investigación se retire de nuestra jurisdicción. —Levantó la mano para pedir silencio cuando los agentes se movieron en sus asientos y protestaron, entre murmullos.

»Sé cómo se sienten, y creo que somos los mejores para protegerla y también para llegar al fondo del asunto. Pero las situaciones de este tipo se convierten casi siempre en un asunto político, y cabe la posibilidad de que no se nos permita opinar nada al respecto. Si se da el caso, espero total colaboración con quien dirija la investigación. Recuerden: lo esencial es la seguridad de Egret. No hay sitio para el ego ni para la ambición personal en lo que a ella atañe.

Esperó un instante.

—¿He sido clara al respecto?

La respondió un coro de «Sí, señora».

—Bien, pues vamos a trabajar. Mac, un momento, por favor. —Cam se volvió hacia él cuando los demás salieron—. En cuanto la señorita Powell llegue a casa, infórmeme.

—Me reuniré con ella para advertirla de la situación. Eso es todo.

Mac se limitó a asentir. No era día de nada, más que de obedecer órdenes. La comandante echaba chispas.

Cam atravesó el centro de mando hasta los ascensores y abandonó el edificio sin hablar con nadie. Cruzó la plaza para dirigirse a su apartamento y se quitó la ropa nada más entrar. Fue al cuarto de baño y entró en la ducha, abrió el agua fría de lleno y dejó que arrastrase la fatiga de su cuerpo y de su mente. Estaba furiosa, furiosa porque alguien se había atrevido a amenazar a Blair Powell sin ningún motivo, sólo por el papel que representaba.

Estaba furiosa consigo misma por permitir que sus sentimientos hacia Blair interfiriesen en su deber. Y la ponía furiosa el terror ante cualquier daño que pudiese sufrir Blair.

Cuando sonó el teléfono dos horas después y Mac la informó de que Blair había vuelto a su apartamento del ático, Cam se hallaba sentada ante los amplios miradores de las ventanas, vestida con una camisa blanca almidonada, pantalones de seda negra y una chaqueta de seda de color gris marengo. Había esperado la llamada con la mente muy tranquila. Por primera vez en aquellas últimas semanas se sentía segura de sí misma.

Ir a la siguiente página

Report Page