Honor

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Capítulo 12

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Capítulo 12

—¿HAY una emergencia? —preguntó Blair con mayor brusquedad de la que había pretendido. Se encontraba frente a Cam y sólo llevaba puesta una bata, pues acababa de salir de la ducha cuando la informaron de que su jefa de seguridad subía a verla—. No es buen momento. ¿No lo podemos dejar para después?

Hacía casi diez días que no veía a Cam. Desde el regreso de la estación de esquí había trabajado febrilmente: pasó horas y horas pintando lienzos y creando dramáticas imágenes abstractas de ira, añoranza y deseo frustrado. Cuando al fin se agotaron sus emociones, apartó los ojos del caballete y notó que las paredes del loft se le echaban encima. La imagen espontánea de Cam la perseguía. El consuelo que le proporcionó el abrazo de Cam en el avión resultaba más difícil de olvidar que el deseo sexual que la había atormentado antes. La lujuria se podía controlar, ignorar o, si hacía falta, satisfacer en cualquier parte. Sentía por Cameron Roberts algo que no había experimentado desde que era inocente y creía en el amor. Y aquello la asustaba más que nada en el mundo.

—¿Qué pasa? —preguntó Blair en voz baja cuando no obtuvo respuesta. Cam, normalmente imperturbable, parecía tensa y sus ojos tenían profundas sombras de fatiga. De repente, a Blair le dio un vuelco el corazón—. ¿Mi padre?

—No —se apresuró a responder Cam—. No, lo siento. Se encuentra bien.

—Entonces, ¿qué sucede?

—Ha habido otro contacto del acosador —informó Cam—. Anoche dejó una fotografía.

—¿Mía? Blair se estremeció por dentro y el estómago se le encogió al pensarlo.

—Sí. Fue tomada anoche, cuando salía del edificio.

—Dios mío —exclamó y se acordó del apartamento que acababa de dejar y de una mujer desprevenida que dormía entre sábanas revueltas—.

—¿Me siguió? Cam, hay una mujer...

Cam negó con la cabeza, procurando no alterar la expresión de su rostro.

—No hay motivo para creer que se encuentre en peligro. El apartamento en el que pasó la noche fue vigilado todo el tiempo.

—¿Dónde me encontraron?

—Aquí. —Cam sonrió con tristeza—.

—Por una vez nos acompañó la suerte y seguimos su taxi.

Blair estudió la cara de Cam.

—¿Quién estuvo en el bar?

—Primero yo, luego Stark.

—No la vi.

—No, ya me lo imaginaba.

—Cam —dijo Blair en un tono sereno y con una expresión grave en los ojos. «No quería que tú lo vieras. Sólo pretendía no... no desearte durante unas horas.»

Cam hizo un gesto impaciente con la mano. No dejaría que la distrajesen sus sentimientos acerca de la aventura sexual de Blair, sobre todo en aquel momento.

—Eso no importa. Nos importa la situación con el sujeto no identificado.

—¿Y cuál es, exactamente? — preguntó Blair con interés, tras comprender que Cam había cortado toda posibilidad de hablar de cuestiones personales.

—Las fotografías tal vez no sean más que su forma de demostrarnos que se encuentra aquí, un gesto vacío. Pero también pueden indicar que progresa. Y he de admitir que sí.

Blair suspiró profundamente.

—¿Y qué va a hacer al respecto?

—Creo que debo informarla de que voy a volar a Washington para discutirlo con el director adjunto y, probablemente, con el jefe de personal. Le anticipo que se va a constituir un grupo de trabajo para investigar y detener a ese individuo.

Blair no dijo nada y se volvió para contemplar el parque desde las ventanas.

Pensó que ya sabía cómo se sentía un animal enjaulado.

—¿Qué supondrá eso para mí? Cameron notó la rigidez de la espalda de Blair y el ligero temblor de su voz. Por unos instantes, deseó abrazarla y consolarla. En vez de eso, se obligó a responder.

—Imagino que la sacarán de la ciudad hasta que lo pongan bajo custodia.

Blair se giró de pronto y la furia tiñó de morado sus ojos azules.

—Quiere decir que me encerrarán en una residencia con guardias las veinticuatro horas del día, como si mi vida significara tan poco que puedo alejarme sin dejar nada atrás.

—No. —Cam dio un paso adelante, pero se detuvo. Hizo un esfuerzo para calmarse y declaró con firmezas: Como si su vida fuese demasiado importante para arriesgarla un solo momento.

—¡Gilipolleces! —exclamó Blair—. A su gente sólo le interesa proteger la reputación del gobierno de los Estados Unidos y de las personas que lo componen.

—Blair...

—No, Cam. Por lo menos, no me mienta. —Blair se volvió, fue al otro lado de la habitación y se escondió detrás de la división que circundaba la zona de dormitorio.

Después de unos minutos, Cam la siguió. Blair guardaba ropa en una maleta de mala gana.

—¿Qué se supone que va a hacer? — preguntó Cam con una frialdad mortal.

Blair no se molestó en mirarla. Dejó caer la bata al suelo y se quedó desnuda. Se puso unos vaqueros y un jersey y se calzó unos mocasines. Se dirigió en silencio al vestidor y buscó la cartera y las llaves. Cuando al fin miró a Cam, no había expresión en su rostro.

—Voy a salir de aquí. No le aconsejo que intente detenerme. No creo que a mi padre le guste que me maltrate una agente del Servicio Secreto. —Cogió su bolso y se quedó atónita cuando Cam la agarró con fuerza por los hombros y la detuvo en seco.

—¡Me importa una mierda lo que piense su padre! —estalló Cam—. También me importa una mierda lo que piense usted. No va a salir de este apartamento.

Durante un instante fugaz, Cam se convirtió en todas las personas que habían conspirado para mantener a Blair cautiva en una vida que no había elegido. Soltó las llaves y alzó la mano contra el rostro de Cam. No le pegaba a la mujer que no había hecho más que intentar protegerla, sino a las numerosas personas sin rostro que, cumpliendo órdenes, habían contrariado sus deseos.

Cam, prevenida, interceptó el golpe con el brazo izquierdo, enfadada no porque Blair hubiese intentado pegarle, sino por su terca resistencia a admitir que estaba en peligro. Una oleada de deseo incontrolable superó el miedo de Cam. Arrastró a Blair hacia sus brazos y cubrió la boca de la joven con la suya, besándola brutalmente, mientras le sujetaba los brazos con las manos y se fundía en un abrazo con la sorprendida joven.

Por un momento, Blair estaba tan impresionada que no pudo reaccionar, pero no opuso la menor resistencia. Cuando sintió la boca de Cam en la suya, la besó a su vez y su lengua buscó con urgencia la de Cam, mientras sus brazos la enlazaban por la cintura y las piernas de ambas se confundían.

La respiración de Cam se quebró en su pecho cuando la abandonó la razón.

Había deseado tanto a Blair de una forma que parecía definitiva que su cuerpo perdió el control rápidamente. Gimió, enterró el rostro en el cuello de Blair y metió la mano debajo del jersey para tocar su piel.

Blair arqueó la pelvis hacia Cam y echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndole su cuello como si fuera un sacrificio.

—Oh, Dios, Cam. Dios, sí..., tócame.

El sonido de la voz de Blair atravesó la conciencia de Cam y la paralizó cuando recuperó el conocimiento. «¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo?»

Cam frenó sus febriles caricias, pero no soltó a la mujer que tenía entre sus brazos. Se la acercó aún más a sí misma y apretó los labios contra la oreja de Blair.

Temblando de deseo, susurró en tono urgente:

—Lo siento, lo siento. Perdóname.

—¡No! —Blair ahogó un gritó, agarró a Cam por el pelo y la obligó a echar la cabeza hacia atrás—. Mírame.

Entre gemidos, medio loca, Cam miró a Blair a los ojos.

—Tócame —le susurró al alma de Cam—. Te necesito.

—No puedo —murmuró Cam, angustiada. No podía hacerlo. No podía sentirlo tanto ni quererlo tanto. No había tocado a otra mujer con pasión desde la mañana en que había hecho el amor con Janet por última vez. Seis horas después la sostenía, impotente, mientras moría. Había prometido no volver a experimentar nunca la añoranza ni la pérdida—. Dios, no puedo.

—No, claro que no. —Blair se apartó de ella con paso inseguro y se pasó las manos temblorosas por el cabello. Tenía los ojos morados de pasión y de dolor ante el rechazo de Cam—. No figura en la descripción de tu trabajo, ¿verdad, comandante? No puedes sentir nada por mí porque interferiría en tu deber, ¿verdad?

Cam sacudió la cabeza con tanta fuerza que pensó que no aguantaría, pero consiguió hablar con voz firme.

—Cuando me reúna con el director adjunto en Washington, dimitiré de esta misión.

—No importa lo que pienses de mí, no voy a arriesgar tu seguridad quedándome. No puedo cumplir con mi deber sencillamente porque no soy capaz de pensar en ti como si fueras sólo una misión.

Cuando Cam se volvió para marcharse, Blair la llamó.

—¡Espera!

El leve matiz de impotencia que se desprendía de su voz hizo que Cam se detuviese y, con voz ronca, preguntó:

—¿Qué?

—Esta tarde, a la una, he de asistir a la inauguración de la nueva ala para niños en el hospital municipal. Hace meses que está prevista, y hay niños que tal vez... no se encuentren allí... después. —Blair quería tocarla, sólo para consolarse, pero no se atrevió a moverse—. ¿No es posible esperar hasta más tarde?

Cam asintió lentamente, consciente de que, si se daba la vuelta, la abrazaría otra vez.

—Iré a Washington después.

—Gracias —susurró Blair cuando Cam salió.

A las doce y media del mediodía Cam se presentó ante la puerta de Blair, vestida con la misma ropa que llevaba por la mañana. Sólo se había cambiado la camisa y había sustituido la blanca por una de seda de color gris claro. Llamó a la puerta y Blair abrió inmediatamente.

Se había puesto un sencillo vestido tubo negro adornado con un collar de perlas grises. Los tacones bajos la situaban a la altura de Cam. Cualquiera que las viese juntas opinaría que formaban una magnífica pareja.

—¿Estarás conmigo en el hospital? —preguntó Blair, mirándola a los ojos con un insólito gesto de vulnerabilidad—. Desde lo de mi madre... odio los hospitales.

—Sí, todo el tiempo —dijo Cam en voz baja, pues sabía lo difícil que resultaba para ella aquella visita.

—Yo. Te lo agradezco —susurró Blair.

Cuando Blair se aproximó a Cam, ésta le acarició la mano suavemente.

—Todo saldrá bien.

Tres agentes se unieron a ellas cuando salieron del ascensor y caminaron hacia las puertas del vestíbulo. Mac había ordenado que el Suburban esperase junto a la acera, con las puertas de atrás abiertas y el motor en marcha. El claro sol de la tarde atravesaba las grandes puertas de cristal y proyectaba un resplandor cegador sobre sus rostros. Stark y Fielding salieron primero, seguidos por Cam y Grant, con Blair entre ellos. Cam alzó la vista automáticamente, aunque el sol la obligó a parpadear, para observar los edificios del otro lado de la placita. Más que verlo, percibió un movimiento en alguna parte a través de la bruma que recortaba las cornisas ornamentales de los tejados.

El instinto de Cameron Roberts constituía su fuerza motriz, la única cosa de su vida que jamás cuestionaba y de la que no dudaba. Se adelantó a Blair rápidamente y la empujó hacia el refugio de la entrada. Luego debió de tropezar, porque a continuación se recordaba de rodillas en la acera, tratando de recuperar el aliento. Una cacofonía de gritos llenó su cabeza mientras los agentes gritaban a los micrófonos.

«Código rojo, código rojo... Oh, mierda, mierda...»

—Métanla... dentro —ordenó Cam, pero su voz se convirtió en un susurro en medio de una columna de niebla roja. Agarraba la pistola con la mano derecha, pero le costaba mucho trabajo levantar el brazo. Con gran esfuerzo giró la cabeza y buscó a Blair. A pesar de su visión borrosa, distinguió a Blair rodeada por agentes, que tiraban de ella hacia el edificio. Blair parecía resistirse y extendía una mano en dirección a Cam.

Alguien lejano gritó el nombre de Cam con un alarido de dolor animal y agónico.

Luego, silencio.

«Ella se encontraba a salvo.»

La mente de Cam pensaba con bastante claridad. Blair estaba a salvo y ella había cumplido su deber. Aceptó la extraña lasitud que la envolvía y se dejó caer de espaldas lentamente. Después abrió la mano y depositó la pistola en la acera. Cam cerró los ojos cuando su corazón dejó de latir, tras contemplar el cielo más azul que había visto en su vida.

Mac atravesó las dobles puertas de cristal cuando Blair esquivó a Stark. Al pasar, Blair tropezó con el hombro del asombrado Taylor y corrió por el vestíbulo en dirección a la entrada. Iba a salir cuando Mac la sujetó por detrás, la agarró con ambos brazos y tiró de ella.

—¡Señorita Powell, no!

—Suélteme —gritó Blair. Miró más allá de Mac y vio a Cam inmóvil en el suelo.

Terriblemente inmóvil. En la acera había un enorme charco de sangre de un rojo brillante. En un lugar cercano sonaban sirenas—. ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Está ahí fuera sola! ¡Suélteme!

—El equipo médico de urgencia llegará enseguida. —La conducía hacia las escaleras, fuera de la línea de fuego—. ¡Stark, llame el ascensor!

Blair creyó que le iba a explotar la cabeza. Quería permanecer con Cam.

Era una luchadora experimentada y, rápidamente, clavó un codo en el plexo solar de Mac, cuyo pecho se quedó sin aire, de modo que soltó a Blair. La joven se escurrió, pero la atraparon los otros tres agentes y la arrastraron por el vestíbulo hasta el ascensor.

—Llévenla al centro de mando — ordenó Mac cuando las puertas se cerraron.

—Suéltenme. —La voz de Blair sonó tan enérgica y firme que los tres agentes la obedecieron, retiraron las manos y se apartaron de ella.

Stark, pálida, con un leve temblor en la voz, preguntó:

—¿Está herida?

—No. —Blair se tambaleó ligeramente cuando el ascensor se detuvo en el octavo piso. Al abrirse las puertas, todos se quedaron quietos durante un instante, en estado de shock. Stark volvió a hacerse cargo de la situación.

—Venga por aquí, por favor, señorita Powell.

—Sí —respondió Blair y salió como ciega, incapaz de ver nada salvo a Cam en el suelo. Parpadeó ante el fuerte destello de las luces del techo y contempló la habitación.

Había estado allí antes, pero pocas veces. Parecía una oficina grande, salvo por la hilera de monitores de pantalla plana que ocupaban casi todo un extremo del recinto. Se dirigió hacia ellos automáticamente. Tardó sólo un instante en encontrar el que ofrecía la imagen captada por la cámara de la entrada del edificio. Puso las manos sobre el mostrador de la terminal de trabajo y se inclinó hacia delante, tratando de descifrar lo que veía.

Dos personas, probablemente del servicio médico de urgencia, atendían a Cam: una, a horcajadas sobre su cuerpo, le presionaba el pecho rítmicamente y la otra le colocaba tubos en los brazos. Alrededor había policías con equipo de combate. Mac se había arrodillado en la acera al lado de Cam.

—Señorita Powell —le dijo Stark, en voz baja, al oído—. No creo...

—¿Puede agrandar esta imagen? — preguntó Blair sin apartar los ojos de la pantalla.

—Yo... no...

—Por favor, Paula. —En la voz de Blair había un tono de urgencia contenida—.

—Quiero verle la cara.

—Sí, señora. —Stark se acercó al teclado y ajustó el ángulo de visión y el zoom. Los ojos de la comandante estaban cerrados y parecía dormida, si no fuera por el hilillo de sangre que se deslizaba por la comisura de sus labios.

—¿Puede conseguir sonido? — susurró Blair con voz ronca y puso los dedos sobre la superficie del monitor, encima de la mejilla de Cam. «Cam. Oh, Dios. Esto no puede ser cierto.»

—No, lo siento. —Stark temía romper a llorar. Se mordió el interior del labio para apartar la mente de la terrible escena que ofrecía la pantalla y de la desesperante imagen de Blair mirándola.

—Quiero ir al hospital —murmuró Blair, que continuaba sin apartar la vista cuando apareció la camilla y colocaron el cuerpo de Cam sobre ella. No vio nada más. Entonces se enderezó, temblando, aunque no hacía frío—. Ahora mismo, por favor.

—Eso no será posible —dijo Stark con la mayor amabilidad, aunque el tono no dejaba lugar a la negociación. Esperaba que la llamase Mac o alguien en cualquier momento para darles instrucciones de evacuar a una casa segura. Le sorprendía un poco que los del equipo de armas y tácticas especiales no hubiesen subido.

Blair se volvió hacia ella. Sus ojos azules brillaban con la frialdad de la nieve invernal.

—Iré con usted o sin usted, agente Stark. Elija.

Tras eso, Blair se alejó y dejó a Stark gritando a su micrófono de muñeca la única frase que garantizaba la movilización de todo el equipo.

—Egret ha volado.

Mac iba en la parte de atrás de la ambulancia. Necesitaba ponerse en contacto con Stark, pero dudaba de la seguridad de los vínculos de comunicación a larga distancia. Observó el proceso de reanimación con un nudo en el estómago. «Al menos Egret está a salvo. Stark sabe lo que hay que hacer. Dios, ¿por qué novamos un poco más rápido?»

Tardaron una eternidad en llegar al hospital, situado a quince manzanas.

—Tiene que esperar fuera, señor.

—Mire. —Le mostró su identificación a la mujer morena con la bata azul marino de cirujano—. No pienso dejarla.

La agobiada cirujana frunció el entrecejo.

—Entonces, quítese del medio.

—Entendido —murmuró, estirando el cuello para ver qué sucedía al otro lado de la cortina blanca. Parecía un caos controlado, o tal vez sólo un caos. Un montón de gente rodeaba a la comandante y todos le hacían algo. La mujer del servicio de urgencia seguía a horcajadas sobre su pecho, apretando los brazos rítmicamente mientras contaba con la firme cadencia de un metrónomo.

«Uno, dos, tres, cuatro..., respira... Uno, dos, tres, cuatro..., respira...»

Le habían cortado casi toda la ropa. Tenía un agujero sobre el pecho izquierdo, del que manaba un montón desangre.

«Necesitamos otra cadena... Cuelguen más fluido... ¡Hijo de puta!... No encuentro la presión sanguínea... ¿Dónde diablos está el 0 negativo?»

Mac miró los monitores y lo que vio le encogió las entrañas. No había nada en ellos.

«Pónganle otra vez epinefrina intracardíaca... ¿Nada?... Apriétele el pecho...»

La cirujana alta, de mirada fría, extendió la mano y una enfermera le pasó un escalpelo.

«Vamos allá. He conseguido un ritmo... Mierda, aún no hay pulso... Mantenga la compresión... Nada... Bombee más sangre...»

Mac evitó mirar las manos de la mujer dentro del pecho de la comandante. Se fijó en la línea verde y plana que atravesaba la pantalla y, luego, le dio un vuelco el corazón cuando un pitido se convirtió en varios y, por fin, en una secuencia firme de pitidos. De pronto, se le doblaron las rodillas. «¡Oh, gracias a Dios!»

La cirujana se detuvo y miró el lector de presión con un gesto que habría resultado temible si hubiera tenido una pistola en la mano. Parecía encontrarse en medio de una batalla.

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