Honor

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Capítulo 7

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Capítulo 7

A la mañana siguiente Blair abandonó su habitación, sola, un poco antes de las siete. No dijo nada cuando los dos agentes del Servicio Secreto salieron de la habitación de enfrente y se pusieron a su lado. Una vez en el vehículo, se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Oyó que el jefe del equipo llamaba a Cam y la informaba de la hora aproximada de llegada a la residencia. «Estupendo. Realmente me apetece verla en este momento.»

Cam estaba esperando en la entrada lateral de la Casa Blanca cuando el Suburban frenó. Observó cómo Blair descendía y se fijó en sus ojos, ligeramente hundidos, y en su expresión tensa. Habría que darse prisa para conseguir que despachara al gabinete de prensa sin necesidad de anunciar que había pasado la noche fuera. Y Blair tenía toda la pinta de haber pasado la noche fuera y levantada, tirándose a alguien. Cam se imaginó que su aspecto no debía de ser mucho mejor que el de Blair, porque se sentía fatal. No se saludaron. Cam guió a Blair a través de la entrada de servicio y por un laberinto de pasillos hasta el ascensor que conducía a los aposentos de la familia.

—Estaré fuera con los coches. El avión sale a las ocho y media.

—Estupendo.

El trayecto al aeropuerto apenas media hora después fue igual de frío.

En el avión, Blair le echó un vistazo al pasillo y se tendió en los asientos de atrás. Cam se acomodó en el primer asiento, se inclinó y cerró los ojos. No había dormido mucho. Ninguno de ellos lo había hecho. Entre seguir el rostro de Blair y vigilar el hotel el resto de la noche, la mitad del equipo había trabajado en una noche que contaban tener libre. Cuando el avión aterrizó en Nueva York cuarenta minutos después, Cam acompañó a Blair al vehículo de servicio que esperaba y se sentó a su lado en la parte de atrás. Al cabo de una hora Blair debía reunirse con el alcalde para presidir el desfile del día de Año Nuevo.

—¿Adónde, señorita Powell? — preguntó Cam automáticamente. Desde la desaparición de Blair la noche anterior y su tardía aparición esa mañana, toda la agenda había cambiado. Cam no tenía ni idea de sus planes y la enfurecía aquella desventaja.

Por una vez, Blair se mostró obediente.

—Debo ir a casa a cambiarme.

Cam asintió, le transmitió el mensaje al conductor y al coche que las seguía y se recostó en el asiento. Aplacó su ira. No le daría a Blair la satisfacción de saber lo desasosegante que había sido para ella el interludio del bar. Las horas vividas con Claire le habían proporcionado satisfacción a su cuerpo, pero no habían borrado el recuerdo de la boca de Blair en la suya ni la exigente promesa de sus manos sobre su cuerpo. Era un recuerdo que a Cam no le agradaba, y los ligeros arañazos que observó en los labios de Blair le indicaron que había pasado la noche satisfaciendo sus necesidades con una extraña.

«Por Dios, Roberts, no seas idiota. Cualquiera servirá, al menos mientras ella lleve las riendas. Lo que ocurrió es que estabas a tiro.»

Cuando se detuvieron ante al apartamento de Blair, Cam envió a Mac a por café mientras ella aguardaba en el vehículo. Cerró los ojos sin pensar en nada. Cuando la puerta volvió a abrirse, levantó la vista y la desvió rápidamente, mientras Blair Powell se deslizaba en el asiento de atrás y se sentaba frente a ella. Aquella mujer no se parecía nada a la que Cam había seguido hasta el bar gay de Washington la noche anterior. La otra era salvaje, indómita e indomable. Blair se comportaba como una depredadora, mucho más peligrosa aún porque resultaba irresistible. Era hermosa como los animales salvajes y Cam había caído presa de su poder aunque se empeñase en negarlo.

En aquel momento veía a una mujer elegante y refinada, sin el menor parecido con la criatura de la noche anterior, aunque igual de inalcanzable. El hambre feroz que transmitían los ojos de Blair había sido sustituida por una calma glacial. Si alentaban pensamientos detrás de la pared de hielo azul, no se traslucían. Llevaba abierto el abrigo de confección y, debajo, un traje entallado, cuya chaqueta desabotonada dejaba al descubierto una blusa de seda. La falda se subió cuando cruzó las piernas. Cam la encontró tan atractiva de aquella forma como la noche anterior. Y no se sentía más segura, pues era bien consciente de los acelerados latidos de su corazón.

A modo de defensa, Cam se obligó a centrarse en el trabajo que venía a continuación. Era una de las apariciones más peligrosas de Blair, puesto que estaría al descubierto y muy visible en medio de una multitud. Cuando llegaron a la zona de visión central, donde el alcalde y Blair comentarían el paso del desfile, la jefa de seguridad del alcalde, una pelirroja de poco más de cuarenta años, muy seria, saludó a Cam.

—Capitán Landers —se presentó la pelirroja con energía, mientras extendía la mano y contemplaba a Cam sin disimulo.

Cam asintió y le devolvió el firme apretón.

—Cameron Roberts.

Tras mirar de pasada a su colega, Cam supervisó el podio donde debía sentarse Blair. Frunció el entrecejo al observar que la parte trasera de la elevada plataforma quedaba abierta en la zona de aparcamiento de los camiones y furgonetas que transportaban el equipo de sonido y la parafernalia de vídeo. Cualquiera podía acercarse por allí, por lo que llamó a Mac para que situase a varias personas en el lugar. Landers observó la maniobra y se apresuró a ordenar a dos de los suyos que se uniesen a los agentes del Servicio Secreto.

Blair contemplaba divertida cómo las dos jefas de seguridad se valoraban la una a la otra subrepticiamente, como dos perros supervisando el territorio común. Estaba segura de que Stacy Landers era lesbiana, y la forma en que había mirado a Cameron Roberts se lo había reafirmado. Durante un breve instante sintió una oleada de celos.

No cabía duda de que Roberts era una de las mujeres más fascinantes que había conocido y tampoco dudaba de que serían muchas las mujeres que reclamaban su atención.

El hecho de que la preocupase, aunque sólo un momento, la había irritado muchísimo. Blair volvió a dedicarse a sus actividades, centrándose en el alcalde y su séquito. Desde luego, no estaba dispuesta a permitir que Cameron Roberts ocupase más lugar del necesario en sus pensamientos.

Mientras ofrecía respuestas despreocupadas a la amable conversación del alcalde, Blair intentaba no pensar en la noche anterior ni en el hecho de que, cada vez que le arrancaba un grito a su ansiosa conquista, hubiera deseado que fuera Cam respondiendo a sus caricias. Sabía perfectamente que el cuerpo que se retorcía bajo el suyo no era el de la mujer que había poseído durante un instante fugaz en el bar. Tampoco podía olvidar el efecto que le había causado el contacto con Cam.

El deseo que irradiaba el cuerpo de Cam era sobrecogedor. Su encendida respuesta había excitado tanto a Blair que su efecto prolongado la condujo al orgasmo cuando hacía el amor con la joven desconocida. No se había desnudado, ni siquiera había permitido que la tocara, pero se corrió pensando en Cam. Ni siquiera en aquel momento lograba apartarla de su mente. La respiración rápida de Cam, la brusca elevación de sus caderas bajo la mano de Blair: todo aquello había encendido su pasión como no lo había hecho nadie desde que tenía memoria. Sólo de pensarlo se agitaba de nuevo. «Dios, que pase. No se rendirá. Lo único que le importa son las normas y los reglamentos.»

—¿Está lista, señorita Powell? — preguntó cortésmente el asistente del alcalde, arrancándole una sonrisa automática.

—Sí, por supuesto.

Por suerte, podía participar en un acto de aquel tipo sin pensar. Había vivido en el primer plano desde la adolescencia. Sonreía en el momento apropiado, hacía las pertinentes observaciones elogiosas sobre los participantes y resultaba distinguida y encantadora. Para facilitar las cosas, las cámaras la adoraban. Con cualquier luz parecía como si su rostro hubiera sido esculpido en una moneda griega. Por su personalidad y su aspecto, solían pedirle que presidiese acontecimientos mediáticos de aquel estilo. Lo hacía porque tenía que hacerlo y porque le importaba la imagen de su padre.

Sin embargo, el aspecto pagaba su precio. Era consciente de que los hombres le dedicaban miradas apenas veladas de mal disimulado deseo. No lo habría soportado en ninguna otra circunstancia. Si hubiese sucedido en la calle, donde no la reconocían fácilmente, habría dejado bien claro que carecía de interés. Pero, de aquella forma, se convirtió en una involuntaria participante en la farsa. Nunca se había acostumbrado del todo y aquel subterfugio la humillaba a sus propios ojos y la ponía furiosa. Sólo por la noche, cuando se despojaba de su personaje público y se aferraba a lo poco que poseía de su propia vida, se sentía ella misma.

Por alguna extraña razón, aquella tarde tenía la clara conciencia de que Cameron Roberts se hallaba detrás de ella, fuera del ángulo de enfoque de las cámaras. El hecho de que Cam supiese la verdad sobre ella hacía que, en cierta manera, el evento transcurriese de un modo un poco más llevadero; su presencia le recordaba a Blair cómo era en realidad. Cuando el acto terminó, dio las gracias a todos y se retiró, cansada. Cam se colocó enseguida a su lado.

—¿Lista para marcharse? —Su tono sonó amable. Resultaba evidente el agotamiento de Blair.

—Dios mío, sí.

Blair no se relajó hasta que subieron al Suburban para dirigirse a su apartamento.

Cam se sentó frente a ella en silencio. Sin embargo, no era el silencio pesado e incómodo del trayecto anterior desde el aeropuerto, sino más bien una conveniente recuperación de energía tras la tensión de la tarde. Blair tuvo que reconocer que se había sentido segura. A pesar de todos los años que llevaba viviendo experiencias de esa clase, nunca había superado del todo la sensación de ser vulnerable. Había algo en la presencia de Cameron Roberts que le permitía olvidar momentáneamente que millones de ojos se fijaban en ella. Y no porque las docenas de predecesores de Roberts no se hubiesen tomado el trabajo en serio, sino porque Blair siempre percibía que trabajaban por deber y no por ella. Lo que hacía a Cam tan atrayente, y al mismo tiempo tan irritante, era el hecho de que, cuando se centraba en ti, podías estar segura de que te estaba viendo.

—Gracias por hacerlo tan bien — dijo Blair.

—De nada.

—Suba, comandante —le pidió Blair cuando el coche se detuvo delante del edificio—. Podemos repasar la agenda del resto de la semana.

Cam se apresuró a ocultar su sorpresa ante una invitación tan inusual.

—Claro.

Cuando las puertas de atrás se abrieron, Cam salió primero. Echó un vistazo rápido a la calle, se cercioró de la seguridad de la zona y le tendió la mano a Blair. Fue un gesto automático y lo hizo sin pensar.

Blair dudó un segundo y, luego, tomó la mano que se le ofrecía. El contacto era firme y frío, y no prestó atención al cosquilleo que experimentaron sus propios dedos.

—Gracias.

Los otros miembros del equipo las acompañaron al ascensor privado que conducía al ático de Blair y, a continuación, se dirigieron al segundo ascensor para ir a la sala de control situada debajo. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso superior, Cam salió y, en un gesto rutinario, barrió visualmente el vestíbulo. Sacó la pistola con un movimiento veloz. De pronto, se volvió hacia Blair, que se encontraba a su lado, y la cogió por la cintura. La empujó con fuerza hacia el ascensor, protegiéndola del vestíbulo con su propio cuerpo.

—Quédese detrás de mí —ordenó, mientras pulsaba el botón del portal—. Mac —dijo en tono urgente al micrófono—. Precinte el edificio. Que el equipo uno se reúna con nosotras en el ascensor. Tenemos un código rojo.

—¿Qué pasa? —preguntó Blair, nerviosa.

—Vamos a evacuar. —Cam levantó la mano para hacerla callar y siguió comunicándose con el segundo oficial al mando—. Hay un paquete junto a la puerta del apartamento de Egret. Llame a la brigada de explosivos.

La puerta del ascensor se abrió y cuatro agentes las rodearon inmediatamente.

Cam abría paso, caminando delante de Blair para bloquear la visibilidad de su cuerpo.

El grupo empujó a la desconcertada joven por el vestíbulo y las puertas dobles de cristal hasta un coche que esperaba. En unos segundos el Suburban circulaba a toda velocidad entre el tráfico de última hora del día de Año Nuevo.

—Que salgan los civiles del edificio —ordenó Cam cuando oyó por la radio lo que sucedía en la sala de mando—. Reúnanlos a todos para interrogarlos. Quiero una lista de todas las personas que han estado en el edificio esta última semana. Bien...

Avisaré cuando lleguemos a la casa segura.

—¿Qué?

—Preguntó Blair—.

—¿Adónde vamos?

—A un alojamiento temporal — respondió Cam.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Hasta que pueda evaluar el grado de amenaza.

La casa segura era, en realidad, una amplia suite en el piso más alto de uno de los hoteles más exclusivos de la zona residencial. En cuanto entraron, Cam volvió a establecer comunicación con Mac. Mientras tanto, Blair se dedicó a caminar en silencio por el salón. Cuando Cam acabó de hablar, Blair se enfrentó con ella.

—¿Le importaría explicarme qué diablos está ocurriendo?

—Alguien le ha dejado un regalo. Hasta que averigüemos qué es y quién lo ha hecho, no estará a salvo en casa.

—¿Y debo suponer que se cree que me voy a quedar aquí? —preguntó Blair, incrédula.

—No tengo tiempo para discutir con usted. Lo que importa en este momento es su seguridad, no su comodidad. Cuando sepa lo que hay en la caja y cómo consiguieron acceder al ático sin que nuestras cámaras de vigilancia lo grabasen, le daré una idea de cuándo podrá regresar. Hay que renovar todo el sistema de seguridad y hacer un barrido de su apartamento.

—¿Y qué pasa con mi trabajo? — preguntó Blair, preocupada. No pudo ocultar el temblor de su voz—. Todo mi trabajo se encuentra en el loft. Hay protección contra el fuego, pero no contra una horda de descuidados agentes del Servicio Secreto que van a patear el apartamento.

Cam se acordó de los montones de lienzos y de trabajos a medio hacer que ocupaban casi la mitad del espacio del loft de Blair. El trabajo era irreemplazable y, posiblemente, muy valioso. Sin embargo, lo que vio en los ojos de Blair no fue preocupación por la pérdida material, sino por la pérdida de sus creaciones.

Para un artista perder su trabajo era como para otra persona perder una parte del cuerpo.

—Lo entiendo —se apresuró a decir Cam—. Hablaré con Mac y me aseguraré de que todos comprendan lo que hay en su apartamento. Tenemos que registrarlo todo. Podría aparecer una cosa escondida en cualquier parte. Si alguien ha sido capaz de invadir su seguridad para dejar un paquete junto a su puerta, debemos asumir que también tuvo acceso al interior de su apartamento. Lo siento, es lo mejor que puedo hacer.

Blair analizó la mirada de Cam y encontró sinceridad y empatía en la profundidad de sus oscuros ojos grises.

—Gracias —susurró, en un tono dulce.

—En cuanto tengamos la situación bajo control, mandaré que alguien le traiga su ropa. ¿Desea algo más?

—¿Una cara diferente? —Blair hizo una mueca—. ¿Puede traerme a alguien que me dé un día de anonimato?

—¿Y qué le parece una pizza y seis botellines de cerveza Corona?

Blair se rió a su pesar.

—Si eso es lo mejor que se le ocurre, comandante, es usted un coñazo. Sin embargo, considerando los límites que nos imponen las circunstancias, acepto.

Como estaba previsto, tuvieron que pasar seis horas para que Cam se convenciese de que no había peligro en el edificio de apartamentos. El paquete envuelto en simple papel marrón que habían dejado junto a la puerta de Blair no contenía ninguna bomba. Los perros enviados para investigarlo no mostraron el más mínimo interés y tampoco detectaron nada que los excitase en el apartamento. Media docena de agentes registraron el loft y no encontraron pruebas de manipulación.

Mac iba de camino con el paquete y algunas cosas para unos cuantos días. Cam calculó que tardarían un poco en cambiar todas las cerraduras del edificio, rehacer los pases de seguridad de los equipos de limpieza, los hombres de mantenimiento y los ocupantes de los otros apartamentos, y revisar los de los visitantes de paso que habían estado en el edificio la semana anterior. Aún no le había contado los planes a Blair y no le apetecía mucho hacerlo. Hasta que tuviesen una idea más exacta de lo que había ocurrido, no podía permitir que Blair abandonase la casa segura.

Cam intentaría permanecer allí en persona al menos los primeros días. Mac se encargaba de organizar la vigilancia del hotel durante las veinticuatro horas del día.

La suite se componía de dos dormitorios, una amplia zona de estar y un bar, y contaba con un televisor de pantalla plana. Estarían apiñados, pero se las arreglarían.

Un golpe en la puerta captó la atención de Cam. Atravesó la habitación rápidamente mientras introducía la mano en la chaqueta para abrir el broche de su pistolera. Se tranquilizó cuando Mac anunció que era él.

—¿Qué tiene para mí? —se apresuró a preguntarle.

Mac llevaba en las manos un paquete del tamaño de una caja de zapatos.

—Esto. Los chicos de explosivos y los técnicos de pruebas han terminado con él.

—Excelente. —Cam indicó a Mac que la siguiese hasta la mesa de la sala de estar.

Blair apareció en la puerta del dormitorio principal cuando Cam iba a coger el paquete.

Sus miradas se cruzaron y Cam leyó la pregunta que Blair no se atrevía a formular.

—Acompáñenos, por favor, señorita Powell —dijo Cam en voz baja. Ante la rápida expresión de sorpresa de Mac, se limitó a mirarlo con firmeza. No tenía que dar explicaciones. Le tocaba hacerlo.

Cuando Blair se sentó a la derecha de Cam ante la mesita, Cam examinó con cuidado el exterior del paquete.

La única dirección que aparecía era el nombre de Blair escrito en letras de imprenta con un rotulador mágico de color negro. No había sello de correos ni otras señales de identificación. El envoltorio parecía papel corriente de embalaje precintado con cinta adhesiva. Cam levantó la tapa con cautela, apartó el papel y quedó al descubierto una caja de cartón. Había ligeros residuos de polvo para detectar huellas dactilares por todas partes, dentro y fuera. Abrió las solapas y sacó una simple hoja de papel. La miró durante un segundo y, luego, la colocó sobre la mesa para que Blair y Mac pudiesen leer las palabras escritas en ella. En su mandíbula se tensó un músculo cuando releyó las palabras manuscritas.

Eres muy hermosa.

¿Por qué te desperdicias con quienes no te merecen?

Sé lo singular y preciosa que eres.

Puedo perdonar tus pecados.

Te vigilo.

Espero tu señal.

—Oh, Dios —exclamó Blair. De repente, sintió frío, como si una mano extraña hubiese acariciado su piel desnuda, e, inconscientemente, se inclinó hacia Cam.

—Que Grant devuelva esto al laboratorio de análisis caligráfico y me hagan un informe sobre el papel — ordenó Cam con tono pétreo. «Hijo de puta. Nunca más volverás a acercarte a ella.»

—Entendido —dijo Mac en voz baja.

—Quiero una vigilancia fotográfica en tiempo real durante las veinticuatro horas del día de la calle del edificio de apartamentos. Asigne nuestro mejor personal técnico a ello. Quiero ver a todos los reincidentes, los vagabundos y a cualquiera que parezca mínimamente sospechoso. —Cam apoyó las palmas sobre la mesa, porque sentía unas ganas enormes de golpear algo. Horas antes, Blair había comparecido ante miles de personas. La noche anterior había paseado por las calles de Washington con una desconocida. Según todos los informes, hacía semanas que era vulnerable. «Y nosotros hemos estado sentados tranquilamente sin hacer nada para protegerla. Bueno, pues se acabó.»—Es un acosador, ¿verdad? — preguntó Blair, deseando que hubiese otra explicación.

—Me temo que sí —respondió Cam. Era la peor de las noticias. Los acosadores resultaban impredecibles y difíciles de identificar, y solían tener antecedentes penales. Blair Powell estaría en peligro en cualquier parte. El trabajo de Cam se había vuelto diez veces más duro y, habida cuenta de las dificultades que entrañaba seguirle el rastro a un sujeto reticente, la tarea se presentaba negrísima.

—¿Cuándo puedo volver a casa? — preguntó Blair en voz baja.

—No antes de una semana — respondió Cam, sinceramente.

—¡Seguro que está de broma! Cam se rió sin ganas.

—Ojalá.

—¿Debo informar al jefe de personal, comandante? —preguntó Mac.

—Lo haré yo. —Cam suspiró—. Quería revisar primero las cintas de las cámaras de vídeo. ¿Las tiene?

—Por favor, no meta a Washburn — se apresuró a decir Blair.

—Debo hacerlo. Ya lo sabe — respondió Cam.

—¿No puede esperar? Si informa a la Casa Blanca, esto saldrá mañana en las noticias. No volveré a disfrutar de otro momento de paz.

Cam la miró desde su lado de la mesa. Había algo parecido a la súplica en sus ojos.

—¿Puede dejarnos un minuto? —le dijo Cam a Mac.

Mac la miró con cara de ir a protestar, pero tras un segundo salió al vestíbulo.

Cam se inclinó hacia Blair y le habló con dulzura.

—Esto es grave. No puedo ocultárselo a mis superiores.

—No me diga que le importa que la reprendan. —Blair se rió, incrédula.

—Ésa no es la cuestión. Si esto va a más, necesitaré ayuda. No estoy dispuesta a arriesgar su seguridad para proteger su intimidad.

—No estamos hablando de mi intimidad. —Blair alzó la voz, aunque hizo un esfuerzo por controlarse. Estamos hablando de mi vida íntima y no quiero que salga en las noticias de las seis.

—¿De verdad le preocupan las noticias?

—Tal vez no. Aunque, al fin y al cabo, da igual. —Blair rozó de pasada la mano de Cam, en un gesto que sorprendió a las dos—. No hay mucha diferencia entre verse acosada por un admirador obsesionado o por una horda de periodistas hambrientos.

De cualquier forma, yo soy la víctima.

Cam sacudió la cabeza, sin hacer caso a la punzada de empatía ni al calor de los dedos de Blair sobre su piel.

—Aunque fuera posible, no lo haría. No nos ha facilitado mucho la labor de protegerla. Sinceramente, no puedo confiar en usted.

—¿Y si pudiera? ¿Si le prometo seguir la ley al pie de la letra? ¿Me daría un poco más de tiempo? Tal vez consiga aclarar el caso en cuestión de días.

«Por pura casualidad, tal vez.» Cam fue hacia las ventanas que se asomaban a Central Park. La decisión parecía simple. El protocolo exigía que, al primer signo de amenaza, intensificase las medidas de seguridad en torno al sujeto. No notificarlo a sus superiores la colocaba, sin duda, en una posición arriesgada. Por otro lado, era la primera vez que sorprendía un mínimo signo de cooperación en Blair Powell. Necesitaba esa cooperación para arreglar la situación. Aquello requería sentido táctico y, al menos por el momento, tenía suficientes colaboradores como para permanecer dentro del margen de seguridad. Desde una altura de veinte pisos contempló los caballos y las calesas que circulaban por las calles del parque, bajo la luz de las farolas. Blair permanecía callada en el otro extremo de la habitación, pero Cam sentía sus ojos clavados en su espalda. Blair había sido vulnerable y, sobre todo, estaba asustada. Cam intentó dar la impresión de que aquello no afectaba a su decisión.

—Lo mantendré en silencio entre tanto, siempre que no haya más amenazas. —Cam se apartó de la ventana, con las manos hundidas en los bolsillos—. Y contando con que colabore conmigo.

—Trato hecho. —Blair se relajó enseguida.

—A la siguiente señal de contacto, tendré que avisar al jefe de personal. Es lo mejor que puedo hacer.

—Gracias.

Cam observó a Blair atentamente con un hombro apoyado en la pared. No había dormido nada la noche anterior: había perseguido a Blair y, luego, había intentado ahuyentar el fantasma sexual de la joven. Era casi medianoche. Se hallaba exhausta y aún le quedaban horas de trabajo.

—¿Tiene alguna idea de quién podría hacer algo así?

—¿Y por qué habría de tenerla? — repuso Blair, a la defensiva, en un tono de sorpresa.

—Tal vez no haya sido el primer intento de contacto —comentó Cam amablemente. El estómago se le encogió al percibir una fugaz ráfaga de horror en el rostro de Blair—. ¿Le ha llamado la atención alguien que se comportase deforma extraña?

—No.

—¿Alguien que intentase acercarse a usted en el gimnasio o en la galería, o tal vez en un bar?

—No, nadie.

—¿Alguien con quién haya pasado la noche?

—Lo ha visto con sus propios ojos —dijo Blair sin alterarse, con la mirada fija en el rostro de Cam—. Las mujeres con las que salgo no tienen ni idea de quién soy. Si me conocen de algo es por el nombre de Allison.

—Su segundo nombre —observó Cam—. ¿Y qué me dice de los nombres de ellas?

—¿Me puede dar una lista o sus direcciones?

—No, a menos que las palabras «nena», «cariño» y «corazón» le sirvan de algo —respondió Blair en tono mordaz.

—¿Y alguien a quién haya frecuentado con más regularidad?

—No ha habido nadie —declaró Blair, cortante.

Cam se pasó la mano por el pelo y soltó un suspiro involuntario. Había contado con que tal vez surgiese una pista entre las relaciones sexuales de Blair. Si el acosador era completamente anónimo y totalmente desconocido para Blair, sólo podrían capturarlo —a él o a ella— por pura casualidad.

—Muy bien —dijo Cam—. Cuando Mac regrese, necesito que visione las cintas de seguridad con nosotros. Talvez reconozca a alguien entrando o saliendo del edificio.

—De acuerdo. —Se sentía como si hubiese pasado cuarenta y ocho horas sin dormir y al mirar a Cam se dio cuenta de que también ella se encontraba agotada. El traje habitualmente impecable de la agente se veía arrugado y se le marcaban círculos oscuros bajo los ojos. Blair notó la necesidad de apartarle el pelo despeinado de la frente y sintió un deseo aún más inquietante de quitarle la chaqueta y llevarla al sofá. En la escena siguiente se imaginó a sí misma desabotonando la camisa de Cam. Se levantó de pronto y borró las imágenes de su mente.

—Voy a dormir un rato, ya que me van a tener despierta el resto de la noche — afirmó, en tono tajante.

Cam observó la espalda erguida de Blair mientras caminaba por la sala, hasta que cerró de golpe la puerta del dormitorio. Luego, se dejó caer en el sillón, cansada, y se permitió unos minutos de calma antes de que comenzase la larga noche. No supo más hasta que oyó llamar a la puerta y percibió movimiento en la habitación. Abrió los ojos y vio a Blair a punto de abrir la puerta.

—¡Blair! —Cam atravesó la habitación antes de que Blair tuviese tiempo de girar el pomo de la puerta. La agarró por el brazo y le dijo bruscamente: —Deje que lo haga yo.

—¿Qué? —preguntó Blair, sorprendida. La jefa de seguridad había sacado la pistola y mostraba una expresión resuelta. Por primera vez, Blair fue realmente consciente de la gravedad de la situación. También comprendió que Cameron Roberts había hablado en serio de protegerla. La cicatriz reciente en el muslo de Cam era un elocuente testimonio de su disposición a la hora de arriesgarse para proteger a otros.

A Blair se le encogió el estómago al pensar en que pudiesen herir a Cam y, durante un segundo, dudó, sin levantar la mano del pomo.

—Póngase detrás de mí, por favor —ordenó Cam con firmeza, al tiempo que retiraba cuidadosamente la mano de Blair. Se interpuso entre Blair y la puerta y, con la pistola a la altura del hombro, preguntó: ¿Quién es? —Stark y Mac —contestó Mac.

Cam entreabrió la puerta el espacio que permitía la cadena de seguridad y escudriñó el iluminado vestíbulo. Mac y la joven agente se encontraban en la entrada.

Bajó la pistola y franqueó la puerta para que entrasen. Cuando pasaron, echó un vistazo al vestíbulo, guardó su automática de servicio y cerró la puerta.

—¿Han traído las cintas?

—Las cintas y la cena —respondió Mac y abrió varias bolsas. Miró a su jefa, pues sabía que tenía que estar cansada y hambrienta. La hija del Presidente también observaba a la comandante. Mac no logró discernir bien la expresión de su rostro, pero semejaba una mezcla de fascinación e incertidumbre. Había también algo más, algo que le recordaba la forma en que los hombres miraban a las mujeres. Era la primera vez que veía algo tan abiertamente sexual entre mujeres. Por un instante se preguntó si la comandante se daba cuenta, e incluso si se daba cuenta la propia Blair.

—Bien —Cam habló en tono enérgico—. Que todo el mundo coja lo que quiera para comer y empecemos a visionar esas cintas. Señorita Powell, me temo que habré de rogarle que las vea con nosotros. Resultará aburrido, pero tal vez reconozca a alguien.

—Por supuesto —asintió Blair con un tono de voz inusitadamente sumiso—. ¿No me prometió alguien una Corona?

Cam miró a Mac y enarcó una ceja.

—¿Mac?

—Ya voy —obedeció mientras se dirigía al teléfono para llamar al servicio de habitaciones.

Tres horas después, las cajas de pizza estaban vacías, el pack de seis botellas de Corona se había acabado y el amanecer se avecinaba. Habían visionado cintas de los dos días anteriores sin encontrar nada fuera de lo corriente. Era improbable que apareciese alguien en los días previos, pero también iban a revisar esas cintas. Con el movimiento de la mañana, los agentes iniciarían el trabajo intensivo de interrogar a los empleados del edificio y a todos aquellos que se supiese que habían hecho repartos en su interior.

—Tomemos un descanso —ordenó Cam, lanzando un suspiro—. Mac, Stark, informen a los demás de lo que nos interesa de los interrogatorios. Me quedaré aquí con la señorita Powell. Revisaremos la situación a mediodía.

Cuando los dos agentes se fueron, Cam se volvió hacia Blair.

—Debería dormir un poco. Esta tarde quiero repasar cualquier cosa que recuerde de las semanas anteriores que le haya parecido extraña.

—De acuerdo. —Blair se detuvo junto a la puerta del dormitorio principal, miró a Cam y sugirió en voz baja: Usted también debería descansar algo.

—Mis pensamientos, sin ir más lejos. —Cam esbozó una ligera sonrisa y le dedicó una expresión curiosamente amable—. Ya sé que esto es duro para usted. Resístalo conmigo unos cuantos días y confío en que podamos volver a la normalidad.

—¿Normalidad? —preguntó Blair, con un deje de tristeza—. Comandante, no la reconocería.

Cam se quedó pensativa cuando la puerta se cerró. Sentía la soledad de Blair en el ambiente y la sentía, sorprendentemente, como si fuera suya. Apartó aquella idea de su mente y se tendió en el sofá, rindiéndose por fin a la fatiga.

Cuando se despertó, tras un primer momento de desorientación, reparó en que la habían tapado con una ligera manta. Se oía una respiración suave en la tranquila habitación. Al cabo de unos segundos, distinguió la figura de alguien sentado junto a ella.

—¿No podía dormir? —preguntó Cam en la oscuridad.

—No. Siempre me cuesta dormir en una cama que no sea la mía. —Soltó una carcajada sarcástica—. Seguramente por eso nunca paso la noche con nadie.

—Deje la puerta abierta e inténtelo otra vez —sugirió Cam—. A veces lo único que hace falta es oír la respiración de otra persona.

Blair se asombró. No había sido su intención hablar y la amable respuesta la cogió desprevenida. No recordaba la última vez que había consentido que alguien se acercase tanto. La asustaba y recurrió de forma automática a sus bien conocidas defensas.

—Creo que sería mejor que me acompañase al dormitorio. Le garantizo que al menos una de las dos dormirá..., al fin.

Cam se incorporó y extendió los brazos sobre el sofá. Apenas discernía el rostro de Blair en la penumbra.

—No estoy preparada.

Las palabras sonaron tranquilas, en un tono que podía sugerir cierto pesar. No obstante, la réplica dio en el clavo. Blair sabía muy bien que su ofrecimiento iba en serio. Quería quedarse dormida con Cam a su lado.

—Pues anoche parecía preparada.

—Aquello era pura biología — afirmó Cam sin alterarse.

—Biología —gruñó Blair—. ¿Se llama así ahora? Estaba caliente y preparada.

—Niéguelo si así se encuentra mejor, pero yo sí sé lo que sentí.

—No estoy negando nada. Lo que digo es que no puede haber nada entre nosotras.

—Tranquila, comandante. No le pido un compromiso para toda la vida. —Blair dejó la silla y se acercó al sofá; se inclinó y puso un brazo a cada lado del cuerpo de Cam. Escasos milímetros separaban sus rostros—. ¿Por qué finge que no quiere? Cam permaneció inmóvil. La sexualidad flotaba en el ambiente. El cuerpo de Blair irradiaba calor y el ligero aroma del deseo hacía que le hirviese la sangre. Sabía perfectamente que Blair había notado su excitación. No podía reprimir los latidos de su corazón ni su respiración acelerada.

—¿Qué necesita para convencerse?

—Dígame que no desea que la toque —susurró Blair, acercándose más—. Le aseguro que soy tan competente como cualquier profesional a la que acude para que satisfaga sus necesidades.

—Señorita Powell, no quiero mantener una relación sexual con usted —dijo Cam en tono pausado. La había sorprendido la rapidez y acierto de Blair a la hora de recobrar información. Sin embargo, no se avergonzaba. Había muy poca diferencia entre el sexo ocasional que Blair practicaba y el que buscaba ella en el anonimato y la intimidad—. Lo único que busco es cooperación.

Blair percibió la determinación en su voz. La habían rechazado antes, pero nunca lo había hecho nadie a quien desease tanto. Lo que más la irritaba era que conocía el deseo de Cam. Cameron Roberts representaba todo lo que no podía tener en su propia vida: independencia, autodeterminación y libertad. La conciencia de aquello añadía fuego a su necesidad de despojar de restricciones a la reservada agente. Durante unos momentos fugaces, en la cumbre del desahogo, había pretendido poner la voluntad de Cam entre sus manos. Al menos, así había empezado.

Pero en aquel instante era algo más, algo mucho más peligroso. Deseaba el consuelo de la presencia de Cam en la oscuridad. Se enderezó lentamente.

—Si me mantiene encerrada mucho tiempo en este lugar, no me haré responsable de mis actos.

—Le prometo conseguir que esto resulte lo más breve y menos doloroso posible. —

Cam reconoció el tono de concesión de su voz y se rió—. Estoy segura de que se puede confiar en usted, aunque dure mucho tiempo.

«No esté tan segura, comandante. Si tengo que estar junto a usted las veinticuatro horas del día, no garantizo que pueda confiar en mí misma.»

Blair torció el gesto cuando Paula Stark sacó otro diez de un palo antes de que se hubiesen jugado los ases. Si asistía a más jugadas estúpidas de su «pareja», era capaz de coger la pistola de Mac y dispararle.

Se le había agotado la paciencia. Llevaba tres días sin salir del apartamento.

Acababan de tomar una cena china preparada, y Cam había dejado a Blair con Stark, Mac y Taylor mientras se dirigía al edificio de Blair a reunirse con los otros agentes. Blair sentía enormemente su ausencia. Parecía como si hubiese electricidad en el aire cuando Cam estaba allí. Miró hacia la puerta, aliviada, cuando oyó llamar.

—¿Qué tal se le da el pinacle, comandante? —preguntó cuando Cam cruzó la habitación para acercarse a ellos.

Cam enarcó una ceja en señal de interrogación.

—¿Se juegan dinero? Blair se rió.

—Si lo hiciéramos, me temo que se enfrentaría a un buen problema.

—En ese caso, juego. ¿Parejas? Paula Stark se retiró de la mesa.

—Ocupe mi puesto, por favor. Nunca he sido buena con las cartas y, además, debo regresar al centro de mando.

Cam se sentó frente a Blair. Jugaban como si llevasen años haciéndolo. Cada vez que Cam pujaba, tenía la impresión de que Blair adivinaba sus intenciones. Era una cosa curiosa y emocionante a la vez. No pasó mucho tiempo sin que Mac y Taylor se quejasen de que las dos mujeres utilizaban una especie de señal secreta. La puntuación se escoró tanto que acabaron por rendirse.

—Habría jurado que formaría una estupenda pareja, comandante — comentó Blair en tono ligero—. Estoy convencida de que resulta igual de buena en todo.

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