Honor

Honor


VI

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VI

 

Volver a volar

 

—Señor, en una hora darán el briefing de la misión en el dispersal.

La imagen de un ayudante con una bandeja llena de tazas de te en la mano sacó a Robert de su somnolencia.

—¿Quiere una taza?

—No muchas gracias —respondió mientras se incorporaba un poco en su hamaca. Se había quedado dormido acariciado por el sol del mediodía.

Metió una mano en el bolsillo de la cazadora de vuelo y allí descubrió un viejo sobre. Dentro tenía una cuenta de los gastos que había hecho en la cantina del bar.

El sobre le recordó a aquella carta que por primera vez desde que salió de Alemania, recibió de Peter cuando llevaba ya algún tiempo en Polonia. Esa carta cambió su vida en esta su nueva patria.

 

***

 

Era ya el comienzo del invierno. El frío empezaba a morder por las calles de Varsovia. Había estado con la familia de Klara trabajando con su padre, en el sótano, tratando las maderas, lijando, pegando, dando forma con mimo, con cariño, a la caja de un piano de cola. Parecía mentira que de ese diseño pudieran salir unos sonidos llenos de la belleza sublime que una persona como Klara era capaz de extraer tocando con maestría sobre el teclado.

Cuando llegó a su casa, abrió la puerta. Dentro, bajo una luz mortecina, su hermana y su madre se afanaban inclinadas sobre unas máquinas de coser, arreglando la ropa que les habían confiado para su confección. En un rincón estaba su padre, Salomón, estático, sin expresión en el rostro, como una planta, inmóvil. La misma visión de todos los días desde que le dio el ictus cerebral.

—Robert, tienes una carta para ti.

Lo primero que le pasó por su cabeza, es quién le podía escribir a él. La cogió y al dar la vuelta observó el remite, Peter Wolf.

La situación de su vida normal, Varsovia, Klara, la música, todo pareció de golpe desvanecerse, para que afloraran en su memoria los recuerdos, tan cercanos, de Alemania, Poppenhausen, el vuelo sin motor.

Se fue a su cuarto y estuvo unos minutos recordando su vida anterior antes de abrir con delicadeza esa carta que le trasportaba a su infancia.

Eran varias cuartillas escritas a mano. Peter le contaba, en unos primeros párrafos, la pena y vergüenza que había pasado por las circunstancias en las cuales se había tenido que marchar de su patria, Alemania. Robert levantó por unos momentos la vista de la carta y pensó para si: ¿Mi patria? ¿Alemania? En el fondo se daba cuenta ahora de que se sentía apátrida o más ligado a Polonia que a su lugar de nacimiento.

Siguió leyendo y disfrutó con avidez de lo que le contaba su amigo respecto al vuelo a vela. Los concursos del Röhn, la cantidad de veleros nuevos y de participantes, las nuevas técnicas. Peter con gran generosidad, relataba sus últimos logros y le decía que si él, Robert, hubiese estado allí seguro que habría ganado al campeonato. Le hablaba de la nueva responsabilidad que tenía de ir organizando clubs de vuelo sin motor, a lo largo de la geografía del país. Clubs que infundían en la juventud, el adoctrinamiento del partido del gobierno y formaban en la incipiente aviación a un motón de nuevos pilotos.

Annette le ponía al final unas pocas líneas. No le quedó más remedio que comparar la escritura de Annette, algo infantil e irregular, con la manera que tenía Klara de escribir. Esa letra elegante, culta, las expresiones de una persona de una inteligencia viva y cultivada.

Pero lo más interesante de toda la carta era unas pocas notas que venían al final. Peter le relataba cómo en el último concurso de Wasserkuppe, había participado un velero construido en Polonia pilotado y diseñado por un polaco que tenía gran interés en entrar en contacto con Robert. Este piloto e ingeniero, llamado Stefan Grzeszcyk. Trabajaba en la universidad de Lwow. Peter le relataba cómo este diseñador de veleros había sabido de la habilidad de Robert para volar, de cómo fue unos de los pioneros en descubrir las ascendencias térmicas, y que estaría encantado de contar con su colaboración.

Robert, se tendió sobre la cama mirando al techo sin soltar la carta de su amigo que tenía en su mano derecha. ¡Volver a volar! pensó… sentir de nuevo la pasión del vuelo, de montarse en un velero, de recobrar esas sensaciones perdidas.

Al final venía la dirección de este ingeniero polaco y el teléfono. Llamaría al día siguiente desde el taller del padre de Klara, pues en su nuevo hogar ellos no lo tenían.

¿Donde estaba esa universidad de Lwow?

Klara le había dejado una guía y un atlas de Polonia para que conociese mejor su nueva patria.

Le costó encontrarlo, estaba en el sudeste del país, bastante alejado de Varsovia. ¿Podría ser éste su nuevo destino?

 

***

 

Al día siguiente, acudió muy de mañana, como hacía siempre al taller del padre de Klara. Una vez más empezó a trabajar la madera para acabar la confección de la caja de un gran piano. Se empezó a preguntar si pronto estaría ya construyendo otra vez veleros y volándolos para mejorar los diseños. Quería esperar un poco de tiempo para llamar, pues le parecía demasiado temprano a primera hora de la mañana.

Cerca ya del mediodía habló con su patrón pidiéndole permiso para efectuar una llamada de larga distancia. Éste amablemente accedió a la demanda de Robert.

Después de descolgar el teléfono, una operadora le informó de que la conexión tardaría por lo menos unos sesenta minutos. Cuando estaban almorzando en un alto en el trabajo, sonó con su timbre metálico el viejo teléfono del taller. Robert salió como una flecha a coger el auricular, mientras, trataba de tragar de un golpe la comida que estaba masticando.

Una voz femenina surgió al otro lado del hilo telefónico.

—Si ¿Quién llama?

—Buenos días, ¿Podría hablar con el señor Stefan Grzeszczyk? —Intentó por todos los medios que su acento al hablar el idioma polaco, pareciera lo más genuino posible.

—¿Quién le llama?

—Dígale que es de parte de Robert Stanko.

—Mantenga la línea por favor, le buscaré a ver si está libre.

—¡Es una llamada de larga distancia desde Varsovia! —dijo con voz suplicante Robert.

—De acuerdo, trataré de ser lo más rápida posible —respondió la voz femenina, mientras se escuchaban varios ruidos, como si moviesen una silla.

Estuvo unos minutos esperando, mientras en su mente preparaba en el mejor polaco que podía hablar, el discurso que quería soltarle. Por fin se escucharon algunos sonidos al otro lado de la comunicación telefónica, y una voz masculina, que a Robert le pareció con un tinte joven preguntó.

—Buenos días soy Stefan Crzeszcyk, ¿Con quien hablo?

—Me llamo Robert Stanko, querría…

La voz al otro lado del teléfono resonó un tanto áspera.

—Me parece que no le conozco. Mire estoy bastante ocupado ahora y no tengo tiempo…

Robert interrumpió con firmeza.

—Mi nombre es posible que no lo recuerde, he estado trabajando con Alexander Schleicher en la fábrica de Poppenhausen en el Röhn, he participado en concursos y competiciones en Wasserkuppe, me dio su teléfono Peter Wolf, unos de los diseñadores e impulsores del vuelo a vela en Alemania y…

—¡Ah si! perdone señor… ¿Cómo dijo que se llamaba?

—Robert, Robert Stanko.

—Tanto Alexander como Peter me hablaron muy favorablemente de usted durante la última competición a la cual tuve la suerte de asistir —la voz de su interlocutor se había vuelto amable y suave—. Recuerdo que usted fue uno de los pioneros en saber aprovechar las ascendencias térmicas. Óigame, con su técnica ha revolucionado el vuelo a vela. Ahora se pueden conseguir cosas impensables. Usted liberó a los veleros de estar volando solo sobre las montañas, y nada más que cuando había viento favorable.

Se hizo un pequeño silencio que aprovechó Robert.

—Muchas gracias por sus palabras. Ahora estoy en Varsovia, tuve que salir de Alemania en unas circunstancias un poco… extrañas.

—Lo sé —respondió Stefan bajando la voz—, no apruebo en absoluto esa discriminación que ha hecho Alemania sobre algunas poblaciones que vivían en su territorio. Es una indignidad.

Robert cogió el hilo de nuevo.

—Desde que salí de allí no he podido volar ni estar ligado de nuevo a la aviación sin motor. Querría retomar ese camino otra vez. Mi llamada es para pedirle consejo y ayuda si es posible.

Se hizo un silencio en la conversación. A Robert le pareció angustioso, hasta que Stefan comenzó de nuevo a hablar.

—Le seré sincero, nos hacen falta personas como usted. Perdone ¿Es usted diseñador, ingeniero de aviación?

—No, he sido constructor. Se tratar y manejar bien la construcción en madera. Es lo que hacía en la fábrica de Alexander Schleicher. Me ocupaba de los cálculos de peso, y de esfuerzo de las alas. También he sido allá el piloto experimentador para mejorar las características de vuelo de los veleros. Trabajaba en estrecha cooperación con Alexander, Peter y el ingeniero Jacobs. Bueno también sabrá que he sido unos de los pilotos de competición de la fábrica y…

—Si, si, se todo eso —cortó Stefan. Hizo una pausa mientras respondía—: mire nos vendría muy bien su aportación a nuestro trabajo. Estamos inmersos en la construcción de un nuevo velero. Se llama “SG3”, y puede ser unos de los aviones con más rendimiento en el momento presente... con permiso de los alemanes—soltó una carcajada— ¿Podría acercarse hasta la universidad de Lwow la semana que viene?

—¿Qué día? —respondió sin titubeos Robert.

—Estamos a jueves… déjeme ver mi agenda… puede ser el martes al mediodía, podríamos comer juntos con el resto de los que estamos involucrados en este diseño. Pregunte cuando llegue a la universidad por el departamento técnico de aviación. Está en un edificio detrás de la universidad politécnica de Lwow. Allí le esperaremos.

—Muchas gracias Stefan, allí estaré.

Cuando colgó el auricular, le parecía flotar sobre una nube. Su mente se deslizó a las sensaciones del vuelo, a sentirse otra vez dueño del espacio.

La tarde la dedicó a seguir su trabajo, aunque lo hacía pensando nada más en volver a sentir de nuevo las alegría de ser un pájaro, una persona libre en el aire.

 

***

 

No le dijo nada a su patrón, el padre de Klara, pues quería hablar con ésta primero para comunicarle sus noticias.

Cuando acabó el trabajo subió al piso de ella para relatar la conversación que había tenido con Stefan.

Klara hacía sus ejercicios de piano. Estaba preparando el concierto para piano y orquesta número uno de Franz Lizst. Como siempre Robert se sentó junto a ella, en silencio, admirando esa maestría que a él le parecía única mientras sus dedos corrían a gran velocidad sobre las teclas. La rapidez y la habilidad con la que movía sus manos le parecía fantástica.

En un último acorde, levantó el torso mientras resoplaba por el esfuerzo realizado.

—Éste húngaro me lleva de cabeza. Él era un virtuoso único en su tiempo tocando este instrumento, pero te aseguro que interpretar su concierto número uno para piano y orquesta me está costando mucho. Me duelen ya los dedos, y es solo memorizando la técnica y sus notas. Todavía le tengo que dar mi personal interpretación. ¡El problema es que el concierto es dentro de menos de un mes! —Como regañando a la partitura mientras levantaba su mano hacia ella, dijo en un mohín —¡Ay Franz Lizst lo que me estás haciendo sufrir!

Se puso en pie y cogiendo la mano de Robert, le dijo.

—Anda vamos a dar una vuelta por la calle. Llevo encerrada todo el día aquí con el piano.

El frío y la oscuridad apenas eran atenuadas por unas mortecinas luces que producían las farolas de gas que adornaban la calle. Había poca gente por las aceras y tan solo el metálico sonido de los tranvías rompía el silencio. Junto a la esquina había una cafetería cuyos cristales estaban empañados por el frío del exterior.

La puerta chirrió al abrirla y dentro en una estancia que contenía una atmósfera pesada, abundante de humo producido por los que fumaban, tomaron asiento alrededor de una mesa circular de mármol. Después de pedir unos cafés. Robert empezó a relatar a Klara la conversación que había tenido con Stefan Crzeszcyk.

—¿Entonces te vas a ir para Lwow? —dijo Klara con un acento que no denotaba el más mínimo entusiasmo.

—Tu vida es el piano. La mía es la aviación, el vuelo sin motor.

Klara le miró fijamente a los ojos mientras le cogía una mano.

—Lo sé, y no te puedo pedir que te quedes aquí. Lo que no te imaginas es la ayuda, el soporte que me da tu presencia.

—¡Pero si yo apenas se nada de música, de tu mundo de pianos y conciertos!

—Te parecerá mentira —dijo ella mirándole fijamente a los ojos—, cuando estás a mi lado, mientras yo ensayo y ensayo, las cosas me salen mejor, no sé, es que tú estés físicamente junto a mi, tu admiración que noto en la manera cómo me observas. Eso me da fuerzas me estimula.

Robert besó con delicadeza la mano de Klara que conservaba entre las suyas, en un gesto que a él mismo le causó sorpresa.

Ella dijo.

—Debes hacer lo que te diga tu corazón, lo que tú buscas para tu futuro. La verdad, ¿quieres estar toda la vida haciendo pianos con mi padre?

Robert respondió sin titubeos.

—No sé si soy bueno o malo fabricando pianos, tu padre dice que sé muy bien tratar las maderas, pero mi vida es el vuelo. Desde que era pequeño yo he querido volar. Es muy posible que eso te parezca infantil, de una persona inmadura. Pero además sé positivamente, lo he podido comprobar, que tengo buenas facultades para el vuelo, no solo para la construcción de los veleros sino también para volarlos. La vida me dio digamos… como un sexto sentido para sentir el aire, la atmósfera. A lo mejor en una anterior reencarnación, como creen los hinduistas yo fui un pájaro —dijo con un rictus sonriente.

Klara se quedó un momento pensativa. Después empezó a reír y dijo.

—Pues yo debo venir de la diosa Kali, que tenía cuatro brazos. ¿Te imaginas las piezas de música que podría tocar con tantos dedos?

Con un aire jocoso añadió.

—Que cosa tan extraña que estén aquí dos judíos hablando de los dioses del hinduismo.

—Bueno, creo que aunque los dos somos judíos —respondió Robert—, tampoco ejercemos demasiado como tales, por lo menos yo.

—En eso tienes razón —dijo Klara—.Yo no suelo ir a la sinagoga como han ido mis padres, pero el estigma de ser judío lo llevamos encima. Fíjate a ti lo que te ha costado, abandonar tu patria, Alemania, y que tus padres hayan perdido su trabajo, su sistema de vida.

Robert quedó un tanto pensativo. Ella prosiguió.

—Aquí te mueves en un barrio y en un ambiente judío, pues estamos rodeados por personas que lo son, pero te aseguro que aunque la población judía en Varsovia es muy grande, no creas que es bien aceptada en todas partes. También aquí hay racistas

—De verdad que no entiendo ese racismo. No somos negros ni amarillos, ni de otra raza. Quizás es posible que tengamos otra filosofía de la vida, otra religión, pero creo que hay que respetar a los que no piensan como tú.

Se quedaron los dos un momento callados, mientras sorbían el café caliente, y después él dijo.

—Esta noche le diré a mi madre y a mi hermana mis intenciones de ir a Lwow, y mañana hablaré con tu padre. De todas maneras primero me tengo que entrevistar con este diseñador y piloto que es Stefan Crzeszcyk, a ver que es lo que me propone, pero te digo que mi intención es recobrar mi vida en la aeronáutica, en el vuelo sin motor.

Después se dirigió a ella y le dijo mirándola fijamente a los ojos.

—No te preocupes vendré aquí lo más frecuentemente que pueda, a verte a ti, a ver a mi familia. Tú tienes que seguir en Varsovia, la música, los conciertos, el conservatorio, están aquí, no puedes perder eso, es tu vida.

 

***

 

Cuando llegó a su casa, encontró, como todos los días a su hermana y a su madre trabajando con las máquinas de coser. Su padre Salomón, estaba sentado en una butaca, la cara sin expresión, mirando sin ver el trabajo de su mujer. No quiso decir nada hasta que las dos recogieron todo y se prepararon para cenar. Ayudó a su padre a moverse hasta una silla junto a la mesa en la cual estaban los platos y cubiertos para la cena.

Cuando acabaron de cenar y su hermana iba a recoger la vajilla, ya les hizo una seña para que no se moviesen.

—Tengo que deciros una noticia. Las dos se quedaron expectantes.

—Recibí una carta de Peter y me dio la dirección y el teléfono de un diseñador y piloto de vuelo sin motor. Hablé con él y he quedado para ir a verlo el martes que viene.

—¿Nos vas a dejar? —respondió con una cierta angustia su madre.

—No lo sé. Tengo que ir a verlo, pero si me ofrece trabajo querría quedarme allí.

—¿Dónde es allí? —preguntó su hermana.

—En la universidad de Lwow.

—¿Y eso dónde está? —volvió a preguntar ella.

—A unos 400 Kilómetros de aquí, hacia el sureste.

Se hizo un espeso e incómodo silencio, que fue roto por su madre.

—El dinero que tú aportas todavía nos es muy necesario. Vamos sacando el negocio adelante, pero tenemos muchas deudas, las máquinas de coser, los gastos del piso…

—Mamá, no te preocupes, yo seguiré mandando todo el dinero que pueda para ayudaros.

Robert se quedó pensativo antes de seguir.

—Tienes que comprender que mi vida es volar, no es lo que estoy haciendo ahora. No quiero seguir en el taller de música del padre de Klara.

—¿No estás a gusto allí? —preguntó su madre.

—No se trata de eso, es que aquello no es mi vocación. Trabajar haciendo pianos es solo una manera de ganarme la vida.

—Pues no creas que yo me encuentro feliz trabajando con la máquina de coser —dijo su hermana.

—¿Os parece egoísta que intente buscar un trabajo, una actividad que me llene?

La madre de Robert se quedó pensativa un momento, meditó su respuesta y dijo.

—También tengo miedo de que tengas un accidente. Volar es algo peligroso. Acuérdate de los pilotos que se mataron en Wassekuppe. Tú mismo fuiste testigo de cómo se estrellaron con sus aviones.

—Preferiría morir en un avión antes que quedarme inútil cuando ya tenga muchos años.

La madre de Robert, Sara, quedó muda, bajó la vista y discretamente miró a su marido Salomón que sentado en la silla, con la mirada perdida, no se enteraba de nada de lo que estaba pasando.

Robert se dio cuenta al instante de que los ojos de su madre se humedecían. Se levantó y se fue hacia ella.

—Perdona mamá, no me refería a él —dijo señalando a su padre—, esto ha sido un accidente. Quizás soy muy egoísta. No debo dejaros a las dos solas para que cuidéis de nuestro padre.

—No Robert, busca tu vida, tienes derecho a ella. Tu hermana y yo saldremos adelante. No te preocupes, todo ira bien.

Él busco la mirada de su hermana Gretel, que movía la cabeza afirmativamente con cara de resignación.

 

***

 

Después de decirle su deseo de ir durante una semana a Lwow al padre de Klara, éste no quedó muy conforme con su decisión. Parecía echarle en cara que le había dado un trabajo y que debía, en correspondencia, continuar con él. No obstante, al final, aunque de mala gana respetó su decisión.

 

***

 

La semana siguiente cogió el tren para ir hasta Lwow. El trayecto era largo, casi un día de viaje.

Muy de mañana se metió en un apartamento, relativamente aseado, de un tren que partía hacia el sur. El destino era Medika. Llevaba una pequeña maleta en donde había metido algo de ropa, sus cosas de aseo, y llevaba consigo todo el dinero que tenía ahorrado en previsión de que pudiese ocurrir cualquier imprevisto.

El tren, tirado por una negra máquina de vapor, arrancó entre grandes resoplidos envueltos en vapor. Lentamente cogieron una velocidad moderada, y en poco tiempo estaban ya fuera de Varsovia.

La llanura polaca, verde, bastante despoblada, desfilaba delante de sus ojos. Iban en el mismo apartamento una mujer mayor, parecía campesina, con un pañuelo de apagados colores sobre la cabeza, que charlaba sin parar con otros dos hombres de mediana edad. Robert no quería establecer conversación con ellos, y cerró los ojos para que pensaran que iba dormido.

 

***

 

El viaje era largo y, cansado de estar en su asiento, se levantó para dirigirse al pasillo. Las ventanas del tren estaban casi todas empañadas por el frío exterior. Estuvo bastante rato mirando la campiña que desfilaba delante de ellos. En el fondo pensaba que este terreno era muy parecido a Alemania, llanuras verdes, pocas montañas, y pequeñas casas que salpicaban el paisaje. Habría que esperar a la primavera para poder hacer verdaderos vuelos a vela. Durante el otoño y el invierno, todo estaba encharcado de agua, y el cielo se mostraba habitualmente cubierto por nubes bajas.

Volvió al apartamento y vio que la campesina mantenía una conversación con uno de los hombres. Su entrada interrumpió el diálogo.

Éste era una persona de mediana edad, bien vestido, que viajaba con un maletín que llevaba abierto y en donde afloraban bastantes papeles. Se dirigió a Robert en una lengua que no comprendía. Al notar la falta de respuesta de él, volvió a interpelarlo en un polaco con un acento peculiar.

—Perdone, ¿No habla el ukraniano?

—Pues no —respondió Robert—, me dirijo a Lwow.

—¡Ah, yo también! —respondió el hombre—. ¿Ha estado alguna vez allí?

—No, le verdad nunca he estado allí y no conozco nada de esa ciudad.

El hombre se incorporó discretamente de su asiento, mientras le tendía la mano.

—Me llamo Wladyslaw Sosnkowski

—Robert Stanko —respondió mientras también se levantaba ligeramente de su asiento y estrechaba la mano tendida.

—No le extrañe que estuviésemos hablando en ukraniano, es uno de los idiomas que se hablan en Lwow, sobre todo por los campesinos —dijo esta última frase apuntando con el brazo y la mano abierta hacia la mujer de edad, que no parecía hablar el polaco.

—Yo creía que esta ciudad era una parte antigua de Polonia.

—Y lo es —dijo Wladyslaw— pero la historia ha dado muchas vueltas en esta zona del mundo. Hoy día la mayoría de la población es polaca, pero también hay muchos judíos, se estima en más de setenta y cinco mil, los que viven en Lwow, superior ahora a la población ukraniana.

Robert, no quiso comentar nada de su ascendencia judía, pues era reticente a mostrar de dónde venía después de lo que le había sucedido en Alemania.

Wladyslaw, era un ingeniero que trabajaba en Fabryka Lokomotyw, más conocida por FABLOK, una gran fábrica estatal de máquinas a vapor para los ferrocarriles polacos. Tenía una verborrea incesante, y contaba con auténtica pasión sus ensayos con una nueva técnica para fabricar ferrocarriles de gran velocidad movidos a vapor.

Robert, casi dejaba escapar su imaginación, mirando la campiña a través del ventanal del apartamento, entre tanto respondía algún, si…ya… mientras su interlocutor no paraba de hablar.

Por fin se hizo un silencio relativo, pues el rítmico sonido del andar incesante del tren invadía los vagones.

Parecía como si Wladyslaw esperase de Robert una confesión sobre sus actividades.

Empezó a desgranar su explicación diciendo que iba a la universidad de Lwow a entrevistarse con un ingeniero en aviación, para impulsar una nueva actividad deportiva, casi desconocida, el vuelo sin motor.

 

***

 

El resto del viaje discurrió entre preguntas constantes de Wladyslaw sobre esa aviación sin motor, que él no tenía ni idea de su existencia.

Para Robert fue casi un alivio llegar al final del día a Lwow y librarse de Wladyslaw, aunque éste con gran gentileza, le indicó un par de residencias en donde alojarse, ya que él había estudiado en esa misma universidad.

 

***

 

Al día siguiente, a media mañana se dirigió en busca de Stefan Crzeszcyk.

Éste era una persona de unos cuarenta años, con muy poco pelo en la cabeza, que en su día habría sido rubio, y una apariencia descuidada. Al darle la mano percibió una piel curtida y ruda, se veía que no solo diseñaba aviones, sino que también los construía,

Antes de dirigirse a la nave en donde estaban ensamblando el velero, le invitó a comer junto a una serie de estudiantes que le ayudaban en el diseño del planeador.

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