Honor

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VI

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Fue una comida muy agradable. Robert, explicó cómo empezó su afición a esta actividad. Sus trabajos con Alexander Schleicher, pero sobre todo casi ningún estudiante comía mientras él relataba los vuelos en los campeonatos del Röhn en Wasserkuppe. Los jóvenes aspirantes a pilotos, miraban con cara de asombro y tensa atención, mientras escuchaban el vívido relato que les hacía Robert de sus aventuras en el aire. Se les notaba la admiración de tener delante de sus ojos una persona que ya había conseguido unas metas que a ellos se les antojaban todavía muy lejanas en esta actividad.

Acabada la comida se dirigieron a un cobertizo que se encontraba en la parte trasera de la universidad. La vieja puerta de madera chirrió al abrirse, y dentro del local, cubierto por abundante polvo y telarañas en sus esquinas, se encontraba una gran mesa o bancada en donde yacía el ala derecha de un velero en construcción. En silencio todos se aposentaron alrededor de la construcción en madera.

Robert, sin esperar ninguna indicación, empezó a examinar con gran atención cómo estaba construida. A medida que lo hacía, sin apartar los ojos de la madera todavía sin barnizar y envuelto todo en el olor de la novavia o pegamento que unía las piezas, iba preguntando.

—¿Qué perfil están aplicando a este ala? —preguntó Robert.

—El Götingen 535 —respondió con parsimonia Stefan.

Se hizo un silencio expectante, hasta que respondió.

—Es muy grueso. Es un perfil antiguo, con él el avión tendrá demasiada resistencia al aire para hacer planeos a gran velocidad. Habría que hacerlo más fino, utilizar este mismo perfil, que es bueno pero con un espesor del 16%.

—¡Pero con ese espesor, el velero subirá mal en las térmicas!

—dijo Stefan de una manera inquisitiva.

—Ya lo sé —respondió Robert—. El vuelo a vela moderno se basa en la velocidad, cuanto más rápido se hagan los planeos más distancia se puede volar a lo largo de un día. Es cierto que con un perfil fino se asciende peor, pero estará de sobra compensado por la velocidad media que se puede obtener a lo largo de la jornada. Hoy día no se trata de mantenerse en el aire, eso ya se superó hace años, ahora lo que se busca es volar lo más lejos posible, cubrir la máxima distancia.

Uno de los alumnos dijo con timidez.

—Yo he estado haciendo los cálculos de resistencia, y con un espesor de ala tan fino el larguero que tiene que soportar toda la carga no tendría suficiente rigidez.

Robert, dejó de mirar atentamente el ala, levantó el torso y se dirigió a una mesa en donde estaba extendido un gran papel en blanco. Le hizo una seña al alumno que había hecho la observación para que le siguiese. Cogió un lápiz y empezó a dibujar unos bosquejos.

—En lugar de un solo larguero, podríamos diseñar un larguero principal, y dos falsos largueros, uno cerca del borde de ataque, la parte frontal del ala, y otro por la parte de atrás, dando resistencia a los alerones. Estos tres largueros si los unimos entre si por unas costillas laterales, podrían soportar de sobra los esfuerzos del ala en vuelo. En Alemania los últimos proyectos tenían ya esta distribución de las cargas alares. Sería más o menos así —siguió dibujando sobre el tablero.

—Otra solución sería mantener el único larguero y poner unas riostras, unos montantes que saldrían del fuselaje a la mitad del ala, para soportar las cargas, pero esa solución me gusta menos, pues crearía resistencia. Lo único es que no habría que cambiar el diseño del ala tal como ahora está hecha ahora.

Con habilidad empezó a hacer unos esquemas moviendo con agilidad el lápiz sobre el papel.

Todos los alumnos y Stefan estaban mirando con religioso silencio los dibujos que iba haciendo Robert.

 

 

***

 

La tarde entera estuvieron todos ayudando a mejorar y cambiar el diseño del velero polaco. Stefan estaba asombrado de las ideas y conocimientos de Robert, de su seguridad a la hora de exponer sus argumentos.

Al final del día entre todos habían cambiado por completo el prototipo del velero, y del tablero de dibujo surgía un planeador con unas líneas audaces e innovadoras.

La siguiente jornada siguiente se desplazaron a un pequeño y recoleto campo de aviación. La hierba estaba fresca y algo alta y el terreno era muy llano y sin obstáculos.

Metido en un hangar se encontraba un velero de escuela, un diseño simple que llamaban Komar. Era un velero de ala alta con montantes y cabina abierta.

Fue invitado por el aeroclub de Lwow a volarlo.

En ese momento Robert se dio cuenta de que llevaba más de un año sin pilotar un avión. ¿Habría perdido su habilidad? ¿Se acordaría verdaderamente de volar?

No pudo dudar. Con algo de inquietud, pero procurando que no se notase, se metió en la cabina, se ató los cinturones de seguridad, y esperó el despegue.

Delante del velero se posicionó una avioneta de ala alta. Iban a remolcarle con ella. En ese momento se dio cuenta de que él nunca había hecho un despegue remolcado por avión, siempre había salido lanzado por las “gomas”. Casi le entró el pánico. Todos le estaban observando. En su fuero interno, tenía que reconocer que su experiencia no era tan grande como los demás pensaban. De todas formas, ya no era momento de vacilaciones, había que volar.

La avioneta empezó a moverse lentamente tensando el cable que le unía con el velero. Un ayudante sostenía el ala del planeador manteniendo ésta horizontal y simultáneamente tenía un brazo levantado. Cuando el cable estuvo ya tenso bajó el brazo y la avioneta metió motor a fondo. El velero empezó a deslizarse sobre la hierba aumentando la velocidad. Robert sentía el corazón acelerado y esa extraña sensación de… ¿miedo? En el estómago. Trataba de mantener las alas horizontales, y maniobrando con los controles seguir lo más fielmente posible a la remolcadora. En pocos segundos la suavidad del aire le envolvió. ¡Estaba volando de nuevo! Se le fue toda la aprensión. Se encontró una vez más en su elemento. Empezó a sentirse otra vez un pájaro.

La avioneta le remolcó hasta unos setecientos metros y allí Robert, soltó el cable que le unía a ella. Maniobró para hacerse con los controles del aparato. Volaba como lo había hecho siempre, con suavidad y coordinación.

Notó un pequeño empujón, ¿sería una térmica? Metió el velero en ceñidos virajes, y aunque este planeador tenía tan solo unos instrumentos primarios, se dio cuenta de que estaba remontando algo de altura.

Jugando con las nubes, con el viento, se mantuvo en el aire por más de una hora. Incluso se atrevió a hacer algunos virajes muy cerrados y maniobras semiacrobáticas para probar la maniobrabilidad del aparato. Al final aterrizó muy cerca de donde estaban Stefan y los alumnos de la universidad.

Todos se acercaron a él y le preguntaron con curiosidad.

—¿Qué tal ha encontrado el velero?

A Robert le daban ganas de gritar de alegría por haber vuelto a sentirse en el aire, pero reprimiendo su entusiasmo, con faz seria, empezó a desgranar lo que de él esperaban.

Poco a poco, sin salir de la cabina, rodeado de todos, fue relatando las virtudes y defectos del velero. El mando de profundidad era demasiado “nervioso” habría que equilibrar mejor el elevador. Lateralmente era algo inestable, el timón de dirección adolecía de suficiente mando…

Los que le rodeaban asistían a esta disección de las características del velero como si un catedrático les estuviera dando una lección magistral. Al final Robert dijo.

—Este avión es bueno para la instrucción inicial, pero hay que hacer algo más competitivo, un planeador que sea capaz de luchar con los diseños alemanes, y eso es lo que está en los papeles de dibujo y en las maderas que hay en el cobertizo de la parte trasera de la universidad.

 

***

 

El jueves fue invitado a dar una conferencia sobre el futuro del vuelo a vela. El salón estaba lleno de gente, no solo de los alumnos de ingeniería aeronáutica, sino de muchas personas ansiosas de conocer que era “eso de volar sin motor”.

Fue presentado por Stefan Crzeszcyk de una manera que a él le habría dado vergüenza admitir, como un piloto excepcional, descubridor y pionero de este deporte, y que había logrado grandes records, cosa que no era verdad, en esta actividad.

Robert, de una manera pausada, intentando sacar su mejor polaco, fue exponiendo cómo el comienzo de este deporte surgió por las restricciones impuestas a Alemania por el tratado de Versalles. Cómo todo nació en Wasserkuppe. De que manera ocurrió el desarrollo del vuelo a vela. Al principio volando por delante de las laderas, aprovechando el viento, y cómo, no se atribuyó a si mismo el descubrimiento, posteriormente subiendo en las burbujas, llamadas térmicas, que se desprendían de la superficie terrestre.

—El vuelo a vela se puede resumir en tres fases —concluía su disertación.

—La primera, es el dominio de la máquina, saber despegar, hacer virajes, aterrizar. Esto se puede hacer en un planeador elemental, y no es difícil. Volar un velero no es algo auténticamente complicado.

—La segunda es saber extraer la energía de la atmósfera, saber aprovecharse de la ascendencia que producen las montañas, las térmicas. De esa manera nos podemos mantener volando en el aire durante horas, no limitándonos a un simple planeo.

—Pero todo esto tiene una aplicación, una meta. —Hizo un silencio expectante, hasta que dijo con lentitud—: el vuelo de distancia.

—El vuelo a vela no consiste en mantenerse en el aire, eso demuestra poco, la meta es la consigna olímpica: Citius, altius fortius, llegar más lejos, más alto. Ser auténticos pájaros. La energía el combustible, lo proporciona el sol, la atmósfera, y el motor que aprovecha ese combustible, es nuestra mente, la habilidad del piloto que maniobrando con maestría sabe extraer a ese aire todo su potencial.

—No hay un deporte, una actividad, tan limpia, tan excitante. Cada vuelo de distancia es una auténtica aventura, imprevisible, maravillosa. Sabemos de dónde salimos, pero no podemos saber cómo se desarrollará el vuelo, en dónde y cuando acabará, esa incertidumbre lo hace estimulante, atrayente, irresistible…

Todo el auditorio quedó con la atención suspensa, y unos tímidos aplausos fueron seguidos por atronadores ovaciones del público puesto en pie.

Las palabras de Robert, había encendido el entusiasmo, sobre todo en los jóvenes.

Siguió a esta disertación un coloquio, bastante técnico sobre la construcción y el diseño de los veleros que fue llevado simultáneamente por Stefan y Robert.

 

***

 

El lunes siguiente, recorría en tren el camino de vuelta para llegar de nuevo a Varsovia. Iba exultante. La universidad y el aeroclub de Lwow, le habían ofrecido el trabajo de organizar el vuelo a vela, de completar el diseño de un velero experimental. Una máquina de alto rendimiento capaz de competir con los diseños alemanes. El dinero que le ofrecían por este trabajo no era excesivo, pero eso a Robert apenas le importaba. Para él lo esencial es que volvía a volar, a ser de nuevo un aviador.

Llegó a media tarde a Varsovia, y antes de ir a su casa se acercó al portal de Klara. Quería contárselo a ella antes que a nadie.

Desde el rellano de la escalera, se escuchaban las notas del piano, ella estaba una vez más ensayando ese enrevesado concierto de Franz Lizst. Le dio un poco de aprensión tocar el timbre de la puerta y así interrumpir los ejercicios de Klara, pero después de algunas vacilaciones lo hizo.

Escuchó cómo enmudecía el piano, y los pasos de una persona que se acercaba a abrirle.

—¿Ah, eres tú?

No expresaba excesivo entusiasmo la manera de decir esta frase por parte de Klara.

—Perdona, he estropeado tus ensayos.

—No, está bien, creo que debo descansar un rato, hay un pasaje del concierto que no consigo dominar, un respiro me vendrá bien.

Mientras, hizo una seña para que entrase Robert. Fueron al saloncito en donde estaba el piano de cola. Una chimenea exhalaba chisporroteos mientras daba calor a la estancia y esparcía un aroma a madera silvestre. Klara preguntó indolentemente, casi por compromiso.

—¿Qué tal te ha ido?

El derroche de entusiasmo, de optimismo y de alegría que puso Robert en el relato que hizo sobre su estancia en Lwow, conmovió a Klara.

Robert contaba de una manera viva, el encuentro en la universidad con Stefan Crzeszcyk, la emoción que sintió cuando una vez más pudo acariciar las maderas pulidas, tratadas y cariñosamente dispuestas para conformar un avión. La aprensión inicial que tuvo al ir a volar de nuevo, y la restallante alegría que sintió al encontrarse otra vez en el aire, al sentir las reacciones del velero, al aprovechar de nuevo las ascendencias que proporcionaba la naturaleza. Por último la posibilidad de volver a trabajar en el proyecto de un nuevo velero de competición, de organizar el incipiente deporte del vuelo a vela en esa universidad.

—Lo único malo, es que tendré que irme de Varsovia —añadió Robert—, no quiero dejar de verte, de hablar contigo, de poder perfeccionar gracias a ti tu idioma, tu manera de hablar, pero sobre todo el contacto con tu universo, con la música…

Klara puso sus dos manos sujetando la cabeza de Robert y le dio un profundo, lento y ardiente beso. Él se quedó casi sin habla, no se lo esperaba. Con la cara pegada a la suya ella dijo con una voz sensual y casi en un susurro, mientras le miraba fijamente con los ojos húmedos.

—Estemos donde estemos yo quiero seguir junto a ti. Tú eres mi inspiración, mi soporte, yo también lo seré para ti, para tus vuelos. Lo que quiero es que disfrutes en tu aviación, lo mismo que yo disfruto con la música, nos ayudaremos el uno al otro.

Volvieron a besarse, con intensidad. No había nadie en la casa de Klara, pues tanto su hermano como su padre estaban todavía en el trabajo.

Las caricias y besos se fueron haciendo más y más intensos, hasta que ambos acabaron rodando por el suelo en una apasionada y frenética expresión de amor.

Cuando la calma y relajación llegaron después del estallido de pasión que les había envuelto a los dos, ella dijo.

—Vamos, vistámonos, que pueden llegar de un momento a otro mi padre o mi hermano.

Mientras, ella se levantaba de la alfombra que estaba junto al fuego de la chimenea, y que había sido testigo de esa pasión desenfrenada entre los dos. Se puso el vestido y se arregló el pelo recobrando su normal seria compostura.

Ya sentados junto al fuego, esperaron la llegada del padre de Klara.

 

***

 

Momentos después se escuchó cómo la puerta de la calle se abría e Isaac saludaba a ambos.

Robert le contó a él sus proyectos mientras le agradecía la ayuda que le había dado hasta ese momento para trabajar en la construcción de instrumentos de música.

En un principio, Isaac, mostró un cierto disgusto porque Robert abandonase su taller, pero ayudado por Klara, al final comprendió que debía de buscar su propio camino como cualquier persona de su edad.

La joven pareja que había expresado su amor, sin necesitar ninguna declaración, se despidió en la puerta del piso, y aprovechando que el padre de ella estaba en sus habitaciones, sellaron su encuentro con otro intenso y apretado beso, colofón de la apasionada tarde que habían vivido por primera vez juntos.

 

***

 

Más tarde Robert llegó a su casa. Una vez más relató con todo detalle su viaje a Lwow y las perspectivas de trabajo que se le presentaban. Su madre no se oponía, tan solo expresó su miedo a la aviación, a que tuviera un accidente. Su hermana Gretel se alegró, pero en el fondo de una manera fingida. Ella lo que tenía era envidia de que su hermano pudiera dedicarse a algo que representaba su pasión, su aliciente para la vida. Gretel no tenía más opción que quedarse junto a su madre, con la costura, con los arreglos de sastrería que casi era la única fuente de dinero para mantener el hogar donde vivían y sacar adelante los costosos tratamientos y las medicinas de su padre, que la verdad no servían para nada, pues lo único visible era el deterioro constante tanto de su mente como de su cuerpo.

 

***

 

Esa noche, despierto, boca arriba, con las luces apagadas, Robert vislumbraba que una nueva vida se le abría por delante. También recordó con delectación cómo habían hecho el amor Klara y él. No podía perder a esa muchacha, alta, elegante, de una sensibilidad especial, y que si la naturaleza no la había adornado de una gran belleza física, la había dotado de un alma refinada, de una bondad singular y de una inteligencia superior. Robert se sintió feliz, mientras sus ojos se cerraban y se hundía en un sueño reparador.

 

 

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