Hermana

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Capítulo 16

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Hay algo en mi cabeza que me hace regresar de golpe a la realidad, y me pregunto horrorizada qué cojones estoy haciendo. Me aparto de Tom a toda prisa, gracias a Dios que esto no ha ido más allá de un beso. No es que esté bien que le haya besado, por supuesto, pero no quiero ni imaginar lo que habría pasado si hubiera acabado acostándome con él.

—¡No, Tom! —Me echo hacia atrás el pelo, la coleta se me ha deshecho—. No puedo, lo siento. Esto no está bien. —Al ver que se inclina hacia delante para intentar besarme de nuevo, me echo hacia atrás e insisto con firmeza—: Estoy hablando en serio, te he dicho que no.

Dios, la cabeza me da vueltas y me cuesta pensar. Las extremidades no me responden bien, las siento pesadas y aletargadas.

—¿Estás segura?

—Sí, por completo.

Por un efímero instante creo vislumbrar un rictus de enfado en su rostro, pero no sé si habrán sido imaginaciones mías.

—Pues es una lástima —me dice, con una pesarosa sonrisa.

Me incomoda que estemos tan cerca el uno del otro. Estoy sentada en el borde del sofá, y si él se me acercara más acabaría poco menos que sentado en mi regazo.

—Luke es un hombre con suerte, puede hacer lo que le dé la gana sin que haya consecuencias —comenta con sequedad.

Me masajeo las sienes con la punta de los dedos para intentar despejarme la cabeza, cada vez me cuesta más pensar con claridad.

—Dos errores no equivalen a un acierto —me limito a decir.

Ahora que la tormenta de furia ha amainado, mi lógico y analítico cerebro de abogada está empezando a funcionar, aunque el pobre no lo tiene nada fácil en medio de la espesa neblina que me embota la cabeza. No tengo ninguna prueba que demuestre que Luke se haya acostado con Alice. Antes estaba enfadada, dolida y celosa, y es increíble lo intensas que son esas emociones cuando colisionan en un caótico batiburrillo. Son como un montón de espaguetis cocidos que se entremezclan y se enredan en una maraña, yo prefiero mil veces el proceso mental que podríamos equiparar a la pasta cruda: predominan las líneas rectas, hay orden y es fácil de seguir.

—No estoy pidiéndote que hagas las maletas, dejes a Luke y te vengas a vivir conmigo —me dice Tom—. Lo único que hago es ofrecerte un lugar seguro donde puedes refugiarte todo el tiempo que quieras. —Alarga la mano hacia mi copa de brandi y me la ofrece—. Ten, acábatela y a ver si te sientes mejor.

—No. Gracias, pero prefiero no beber más. No sé qué tendrá esta cosa, pero es muy fuerte. Dios, qué cansada estoy. —Me pesan los párpados, podría quedarme dormida en este mismo momento.

—Anda, quédate aquí sentada y relájate. Voy a prepararte un café.

—Gracias, buena idea.

Él agarra una almohada mientras yo me giro y me reclino contra el respaldo del sofá, y me la coloca detrás de la cabeza. Me apoyo en ella y, al cerrar los ojos, noto cómo me acaricia la frente con la mano.

—¿Amigos? —me pregunta.

—Amigos. —Mi voz suena tan cansada como me siento.

Lo siguiente que sé es que estoy tapada hasta la barbilla con una sábana que tengo remetida bajo los hombros, y cuando abro los ojos tardo un momento en poder centrar la mirada. No sabría decir dónde estoy. La luz que ilumina el lugar es tenue, pero aún no ha anochecido. Miro alrededor y de repente sé con vívida claridad dónde estoy: en la sala de estar de Tom.

Lo siguiente que registra mi cerebro es el sonido de una pausada respiración, pero cuando intento girar la cabeza me duele tanto que me conformo con dirigir los ojos hacia mi derecha. Veo a Tom dormido en el sofá junto a mí, vestido con una camiseta y unos pantalones de deporte. Lo sucedido en las últimas horas va apareciendo poco a poco en mi mente como si se tratara de ese juego de la patata caliente, con cada minuto que pasa se va desvelando de forma gradual una nueva capa de mi memoria.

Aparto la sábana a un lado de golpe y siento un enorme alivio al ver que aún estoy completamente vestida. Lo único que me falta es la chaqueta, que se encuentra sobre el brazo del sofá, y también los zapatos; a juzgar por cómo están tirados en el suelo, está claro que no me los quité con las manos, sino que me los saqué directamente con los pies. Encima de la mesa hay dos copas de brandi, una medio llena y la otra vacía, y una taza llena hasta arriba de un café que ya está más que frío; también veo sobre la mesa una cámara, un móvil, un pañuelo de papel estrujado y el expediente del caso McMillan.

Recuerdo de repente que besé a Tom y me inunda un pánico cegador. ¡Le besé!, ¡besé a Tom! Y no fue un besito en la mejilla, sino uno de verdad.

¡Mierda!

La siguiente capa de mi memoria se despliega y recuerdo que le dije que no, que detuve las cosas antes de que pudieran ir más allá. Le doy gracias al cielo, aliviada, pero soy plenamente consciente del sentimiento de culpa que me martillea en el pecho.

Tengo que regresar a casa para intentar arreglar este despropósito en el que se ha convertido mi vida.

Me pongo los zapatos procurando no hacer ruido y me levanto. Estoy un poco tambaleante, pero me aferro al respaldo del sofá mientras recobro el equilibrio y, una vez que me siento con fuerzas, agarro mis cosas y salgo de puntillas del apartamento.

Cuando me meto en mi coche rebusco en mi bolso hasta encontrar el móvil, y el corazón me da un vuelco al ver la lista de mensajes y llamadas perdidas. Tres llamadas perdidas y un mensaje de texto de Pippa; cinco llamadas perdidas y tres mensajes de texto de Luke, y creo que tres mensajes de voz. No entiendo cómo es posible que no me haya enterado de nada… ah, el móvil está silenciado. ¿Cómo puede ser?, yo creía que tenía el volumen casi al máximo. Desbloqueo la pantalla a toda prisa, con torpeza, y me pongo frenética al ver los mensajes.

—¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda!

Tengo ganas de llorar, ¿cómo ha podido pasar algo así? Me da hasta miedo escuchar los mensajes de voz. Tengo uno de Luke y otro de Pippa… ¡Dios, se me ha olvidado por completo que tenía que ir a recoger a las niñas! ¿Cómo es posible?, ¿qué cojones me pasa? ¿Acaso solo pienso en mí misma? Estaba tan atareada preocupándome por Alice y por cómo está afectándome a mí todo esto, que mi hija y la hija de mi amiga se me han olvidado, y ahora…, mierda…, ahora tengo un mensaje de voz bastante tenso de Pippa, me dice que está en el hospital con Daisy y que está furiosa conmigo y que me responsabiliza por completo de lo que ha pasado.

Coloco el teléfono en la unidad de manos libres y pulso el botón para llamar a Luke. Me tiemblan las manos mientras introduzco a toda prisa la llave de contacto y salgo a toda velocidad rumbo al hospital general de Brighton. Se me pasa por la mente el hecho de que me he tomado dos copas de brandi con el estómago vacío. Ahora me encuentro bien, tan solo tengo un incipiente dolor de cabeza. Ojalá me hubiera tomado esa taza de café. Recuerdo de repente que llevo una botella de agua en el bolso y, con una mano, logro sacarla y alzar la boquilla deportiva.

El agua está un poco caliente, pero me da igual. Estoy bebiendo con ansia cuando Luke contesta.

—¡Clare! ¿Dónde cojones estabas? ¡He estado intentando contactar contigo, y Pippa también! Se suponía que tenías que ir a recoger a las niñas, ¿has recibido alguno de mis mensajes?

Está enfadado conmigo, de eso no hay duda, pero, para ser sinceros, en los últimos tiempos eso no es ninguna novedad.

—Sí. Lo siento, tenía el móvil silenciado. ¿Qué ha pasado?

—Pues básicamente que para cuando la reunión de las Brownies ha terminado tú no te has presentado a recoger a las niñas, así que la Lechuza Marrón o comoquiera que se llame ha llamado a casa y Alice ha tenido que ir a por ellas. Las ha llevado al parque cuando venían de vuelta, y Daisy ha sufrido un accidente. Se ha caído de un trepador o algo así, la cuestión es que se ha roto un brazo y en este momento Pippa está en el hospital con ella.

—¡Dios, lo siento mucho! ¿Está bien Hannah?

—Sí.

—¿Por qué ha sido Alice quien ha ido?

—Porque era la única que podía hacerlo.

Detecto un cierto titubeo en su voz, y eso me hace insistir.

—¿Por qué?, ¿dónde estabais mamá y tú?

—Tu madre había ido a una reunión del WI, y yo…, eh…, pues me había quedado dormido, la verdad. Alice no quería despertarme, así que ha ido a Burlington a por ellas.

—¿A pie?

—No, en mi coche.

—¿Puede conducir aquí? —No creo que esté asegurada, ¿qué pasa si tiene un accidente?

—¡Por el amor de Dios, Clare! ¡No es momento de hacer de fiscal! Por cierto, ¿dónde estás?

—Necesitaba darme un respiro para pensar con claridad. Mira, no puedo hablar ahora, estoy a punto de llegar al hospital. Hablamos luego.

Cuelgo antes de que la conversación pueda ir más allá. Contarle que he pasado la tarde con Tom no va a ser tarea fácil y quiero hacerlo cara a cara para poder explicárselo bien, no a través del teléfono mientras conduzco y estoy preocupada por Pippa y Daisy.

Decir que soy persona non grata sería quedarse muy corta. Le pregunto a la recepcionista de la sala de urgencias dónde se encuentra Daisy Stent y avanzo junto a la hilera de cubículos, pero aún estoy a medio camino cuando Pippa poco menos que se abalanza contra mí.

—¡A buenas horas apareces! Un poco tarde, ¿no?

No se molesta en bajar la voz, y yo le lanzo una mirada de disculpa a una enfermera que se vuelve hacia nosotras. Pippa nunca ha sido de las que se callan, siempre dice lo que piensa y eso es algo que me encanta de ella y que ha dado pie a muchas anécdotas graciosas. Siempre bromeamos sobre el hecho de que carece de filtros, pero hoy no resulta tan gracioso ser víctima de su mordaz lengua.

—Lo siento muchísimo, Pippa. De verdad. Me ha surgido un imprevisto y tenía el teléfono silenciado. Lo siento. —Suena patético y soy patética.

—¿Qué cojones ha pasado?, ¿dónde estabas?

En sus ojos arde una intensa furia y los tiene enrojecidos por el llanto.

—He tenido una discusión en casa y he salido a que me diera un poco el aire para tranquilizarme. Lo siento mucho, Pip, te lo digo de corazón. ¿Cómo está Daisy?

—Tiene el brazo roto, Baz está con ella. Van a enyesárselo de un momento a otro.

—¿Hay algo que pueda hacer?

—¿Quién, tú? Lo dudo mucho. Lo único que tenías que hacer era ir a recoger a las niñas, y mira lo que ha pasado. ¿Por qué cojones ha ido Alice a por ellas?

—Era la única persona disponible.

No quiero decirle que Luke estaba durmiendo, ya es bastante malo de por sí que uno de los dos la haya cagado. Antes de que pueda disculparme de nuevo, Pippa me espeta con firmeza:

—Mira, Clare, ya sé que todos cometemos errores, pero cuando uno es responsable de un niño, del hijo de otra persona, no hay lugar para equivocación alguna. Aún no le he comentado esto a Baz, pero antes de que él llegara Daisy me ha dicho que Alice la ha empujado a propósito.

¿Qué? ¡No digas tonterías!, ¡ella sería incapaz de hacer algo así!

—Piensa lo que te dé la gana, pero Daisy no es ninguna mentirosa y jamás mentiría sobre algo así. Ya sé el rollo ese de que todos los padres creen que sus hijos son unos angelitos y sé que Daisy no lo es, pero te repito que jamás mentiría sobre algo así.

—A lo mejor se ha confundido…

Lo sugiero mientras por dentro me preparo para seguir siendo el blanco de la furia de mi amiga, y me pregunto si Alice sería capaz de hacerle daño a una niña de forma intencionada. Me parece una idea bastante descabellada, ¿por qué habría de querer hacer algo así? No, no tiene sentido, pero aun así hay una vocecilla en mi interior que pone en duda mis razonamientos; al fin y al cabo, no sería la primera vez que Alice hace algo que se sale de la norma establecida.

La voz de Pippa me arranca de mis pensamientos.

—No, mi hija no se ha confundido. Le he preguntado a Hannah al respecto, y solo repite una y otra vez que no sabe lo que ha pasado.

—Bueno, es posible que no lo sepa. —La madre que hay en mí se impone de inmediato a la cerebral abogada para salir en defensa de su hija—. Estoy segura de que mi hija no está mintiendo.

—Claro, y yo estoy segura de que la mía tampoco. Ve a hablar con Hannah y después me dices si crees que está diciendo la verdad.

—Estás siendo injusta, Pippa. Hannah jamás mentiría. —Cruzo los dedos, consciente de que todos los niños dicen alguna que otra mentira—. Al menos en algo como esto.

—Depende de quién esté aplicando la presión.

—Ahora que lo pienso, ¿dónde están Alice y ella?

—Se han ido. Yo no quería tener a Alice cerca, y Hannah estaba muy afectada.

—¿Puedo ver a Daisy?

—¿Para qué?, ¿para someterla a un interrogatorio sobre el accidente? ¿Vas a exigirle que jure decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

—¡Venga ya!

—Mira, ahora no es momento para ponerse a discutir. Tengo que regresar junto a Daisy, y tú a tu casa para solucionar lo que sea que le esté pasando a tu familia.

No tengo más remedio que aceptar su decisión.

—Está bien. Sabes que siento mucho lo que ha pasado, ¿verdad?

—Tengo que irme.

—Sí, vale. Como Daisy viene a casa a pasar el fin de semana, podré resarcirlas a las dos. Bueno, si tiene el brazo lo bastante bien para venir, claro. Si no, podría venir aunque fuera a merendar… ¿Qué opinas?

Ella me mira en silencio por un largo momento antes de afirmar con sequedad:

—No creo que eso sea buena idea en este momento.

—Hannah se va a llevar un disgusto.

Mi hija está deseando que llegue el fin de semana, lo tiene todo planeado: una minisesión de belleza, una merienda al aire libre, una película con palomitas, y que su amiga se quede a dormir en casa. Lleva semanas planeándolo.

—No me sentiría tranquila sabiendo que Alice está cerca de mi hija, y después de lo sucedido ni siquiera sé si Daisy querría ir a tu casa. No te lo tomes como algo personal, Clare. El problema no eres tú, sino tu hermana.

—¡Estás castigando a Hannah por un error mío!

—¿Y no crees que Daisy también ha recibido un castigo? ¡Tiene un brazo roto! Por el amor de Dios, Clare, ¡deja de pensar siempre en ti misma! Daisy no va a pasar el fin de semana en tu casa. ¡No quiero que esté cerca de la loca de tu hermana, y punto!

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