Henry

Henry


Emily

Página 37 de 49

Emily

Miranda me prepara la habitación de invitados con entusiasmo. Yo aún sigo cabreada como una mona. No es justo que tenga que hacer lo que él diga. Ya no. Y lo que más me jode es que tiene razón. Aunque no haya vuelto a recibir noticias de George, no quiere decir que haya dejado de ser una amenaza para mí. No he recibido noticias porque cambié de número. Si ha seguido insistiendo en contactar conmigo puedo imaginarme que, a estas alturas, lo único que se le pasará por la cabeza no será darme una paliza, no. Será estrangularme o algo peor.

—Mañana viene él a recogernos.

—¿Shelton?

—Sí.

—Oye, Em. ¿Ha pasado algo? No entiendo por qué estás tan cabreada.

—Estoy cansada, Mir. Mañana te lo cuento todo, ¿vale? Solo quiero irme a la cama.

—¿No vas a cenar nada?

—No, no tengo mucha hambre. Además comí algo en el aeropuerto.

Miento para que no insista.

—Vale, como quieras. Si necesitas algo, avísame. Te he puesto una manta extra, por si tienes frío.

Sonrío.

—Gracias, Mir.

Le doy un beso en la mejilla.

—Hasta mañana, Em.

Me meto en la habitación y enciendo la luz de la mesilla. Saco el pijama de la maleta y me desnudo a cámara lenta, sin ganas. Dejo el móvil en la mesilla y cuando apago la luz, se ilumina la pantalla. Lo cojo y veo que tengo un mensaje. De él.

Tengo un mes para que no me olvides. Dame la oportunidad de demostrarte que te quiero

Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas se me acumulan con rapidez en los párpados. Vuelvo a dejarlo en la mesilla y me echo a llorar en silencio.

***

Oigo el timbre de la puerta en sueños. Y después a Miranda dando gritos. Grita algo así como...

—¡¡Oh, Dios, Em!! ¡¡Oh, Dios, Em!!

Cuando me quiero dar cuenta la tengo sentada encima de la cama sosteniendo un ramo de flores.

—¿Qué pasa, Mir? ¿Qué hora es?

—Son las seis y media de la mañana. Y pasa, que mira que ramo te acaban de mandar.

—¿A mí? ¿Estás segura? ¿A estas horas?

—Yo tampoco sabía que los repartidores de flores trabajaban tan pronto. Viene a tu nombre, Em.

—Pero si nadie sabe que estoy...

Un momento. No creo que se haya atrevido. Ay, Dios...

—¿Viene con tarjeta?

—Sí, toma.

Me tiende un sobre.

—¿Quién es H. W. S.?

Por suerte no ha caído aún en las iniciales. Abro primero la tarjeta antes de contestarle.

La dueña de mis noches, esa luz que entrega cada pétalo de amor, que aspira a las sonrisas con sabor, esa luz que recompone mis emociones, esa luz.

Las lágrimas me corren por las mejillas. ¿De dónde ha sacado la letra?

—Em, ¿qué pasa? ¡¿Es de George?! Porque si es de ese animal, ahora mismo lo tiro a la basura.

—No, no. Es una historia un poco larga. Esta noche, mientras cenamos, te lo contaré todo.

—¿Pero de quién es el ramo?

—Mejor que no lo sepas, de momento.

—¿Pero a qué viene tanto secretismo?

—Es que es complicado y llegaremos tarde si te lo cuento ahora. Venga, haz un esfuerzo y controla tu curiosidad hasta esta noche.

Sonrío y me limpio las lágrimas.

—No tengo más remedio...

A las siete y media, puntual como un reloj, nos espera Henry en la calle con su Mercedes. Nos saluda con una sonrisa y un buenos días, yo contesto pero sin sonrisa. Me abre la puerta del copiloto, pero yo abro la de detrás y me monto al lado de Miranda. Vuelve a cerrarla y coge aire, pero no dice nada. Ella nos mira a los dos curiosa, pero tampoco hace ningún comentario.

Cuando me siento en mi mesa, me arrepiento de no haberle dado ni las gracias por el ramo. Pero estando Miranda delante, tampoco quería hablar mucho. No hasta que lo sepa todo, por lo menos.

Cojo el móvil y tecleo un mensaje.

Gracias por el ramo, es precioso, pero no tenías que haberlo hecho.

Le miro desde el despacho pero no hace amago de sacarse el suyo del bolsillo o donde quiera que lo tenga. Espero, pero no recibo respuesta.

Miranda me demuestra que no tiene una pizca de tonta cuando a mitad de la tarde entra como una tromba en mi despacho, y cierra la puerta.

—¡Ay, Dios mío...! ¡Ay, Dios mío...!

—¿Qué te pasa?

—¿Que qué me pasa? ¿H. W. S.? ¿No me digas que...?

Señala con un dedo a su espalda mientras abre la boca al máximo. No le contesto, y claro, da la callada por respuesta.

—¡Te lo dije! ¡Emily Rose Smith, te lo dije!

—¡Baja la voz, Mir! ¿Conforme?

—¡No, claro que no estoy conforme! Quiero que me lo cuentes. Todo. Es evidente además, que algo os ha pasado porque apenas os dirigís la palabra.

—Te lo voy a contar. Te lo prometo. Pero espera a esta noche, por favor.

—Vale, vale. Solo una cosita...

Pone los dedos en esa posición que hacemos cuando decimos esa frase y arruga la nariz.

—Dispara...

—¿Es tan bueno en la cama como parece?

Abro los ojos como platos y le lanzo un bolígrafo. Ella se marcha riéndose por el pasillo.

Me asomo a su despacho un rato después.

—¿Señor Shelton?

Levanta la mirada del ordenador y me mira sorprendido.

—Dígame, señorita Smith.

—Tengo que ir a por unas cosas a casa, así que no es necesario que nos espere.

—Yo os llevaré.

—No, no hace falta. Gracias. Miranda viene conmigo.

Me doy la vuelta y vuelvo a mi despacho sin darle tiempo de réplica.

A la hora de salir están los dos esperándome en recepción.

—Le dije que no hacía falta que nos llevara.

Miranda me mira con una interrogación pintada en su cara.

—¿Por qué?

—Tengo que pasar a por unas cosas a mi casa, Mir. Ya me acompañas tú.

—Pero yo no puedo, Em. Clases de pintura.

¡Mierda! Las clases...

—Entonces acercaré a la señorita Mitchell hasta su casa y luego iremos a la suya.

—No, no hace falta, señor Shelton. Cogeré el metro.

Miranda, no seas cabrona. La miro con los ojos entrecerrados. Después me vuelvo hacia él.

—Está bien. Lo haremos como usted dice. Miranda, el señor Shelton te llevará a casa. Y luego iremos a por mis cosas.

—Pero no hace...

—¡Mir!

—Vale, vale.

Le doy un empujón para que camine hasta los ascensores, mientras Henry nos sigue con una sonrisa. Pues no te vas a salir siempre con la tuya...

Después de dejar a Miranda, seguimos dirección Homerton. Conduce despacio y yo estoy empezando a ponerme nerviosa.

—¿Por qué vas tan despacio?

—Porque no soy un peligro público.

—Bueno, eso podría discutírtelo.

—¿Soy un peligro público? ¿Por qué?

Se echa a reír mientras me mira por el retrovisor. Yo resoplo y no le contesto.

Cuando llegamos a mi casa me entra un pánico horroroso y empiezo a hiperventilar. Me acabo de dar cuenta de que George todavía tiene llaves.

—Emily, ¿qué pasa?

Cierro los ojos e intento controlarme.

—No sé si George...

—¿Crees que puede estar dentro?

—Tiene llaves. No me las ha devuelto.

—Déjame abrir a mí.

Me quita las llaves de la mano y abre la puerta.

—Quédate aquí fuera hasta que me asegure de que no está.

Asiento.

Espero durante unos minutos. Oigo a Henry maldecir.

—¡¿Qué es lo que pasa?!

—¡Puedes entrar, Em!

Camino por el pasillo aún temblando. Y del miedo paso a la mala hostia en cuanto piso el suelo del comedor. Todos los muebles están destrozados. El televisor está en el suelo con la pantalla molida a golpes. Echo a correr hacia mi habitación. El panorama es todavía peor. Las cortinas están arrancadas, la lámpara de la mesilla hecha añicos, los armarios abiertos y casi toda mi ropa desparramada por el suelo. Y los libros de mis estanterías destrozados, con las páginas arrancadas y esparcidas encima de la cama.

Me llevo las manos a la cabeza y me dejo caer de rodillas al suelo llorando. Los pasos de Henry se acercan. Se pone de rodillas a mi lado y tira de mí para abrazarme. Yo me agarro a su cintura y lloro hasta que me canso.

—¡Maldito hijo de puta!

—Dios, Em. Solo de pensar lo que podría hacerte a ti, me pongo enfermo. No quiero que te muevas de casa de Miranda. ¿Me oyes?

Asiento.

—Sí...

—Yo solucionaré esto.

—¿Cómo?

—Ya me las apañaré. Mientras tanto tú no salgas sola, a ningún sitio.

—Estoy cansada de decirte que no hagas ninguna tontería.

—Te lo prometo, de verdad. Voy a llamar a la policía. Y quiero que les cuentes todo, ¿vale?

—Está bien.

En veinte minutos se presentan dos agentes en casa y tres más de la científica. Durante una hora me interrogan y toman fotos.

Nos dicen que no nos quedemos aquí y busquemos un sitio más seguro. Henry les explica dónde estoy viviendo, y también que voy a estar acompañada en todo momento.

—Recoge lo que necesites y vámonos de aquí.

Cojo algo de ropa de la que hay desperdigada por el suelo y que no está rota. Porque el muy cabrón también me ha destrozado buena parte de mi vestuario. Por suerte, el baño lo ha dejado intacto y me puedo llevar las cosas de aseo que me hacen falta.

Me reúno con Henry en el pasillo.

—¿Solo llevas eso?

—Ha destrozado la mayoría de mi ropa.

Coge aire cabreado y lo suelta de golpe.

—¿Necesitas que te lleve de compras? Yo lo pagaré.

—¡No! No, gracias. Ya has hecho bastante. Me apañaré de momento con esto y lo que tengo en casa de Miranda.

Aparca cerca del portal de Mir y me acompaña hasta la misma puerta de su casa.

—Si pasa algo, llámame. Por favor.

—No te preocupes, aquí no va a encontrarme. Gracias por lo de hoy.

Se acerca a mí. Miranda abre la puerta en el momento justo, porque creo que iba a besarme.

—Oh, señor Shelton. Ya tengo la cena hecha, ¿quiere cenar con nosotras?

La miro con los ojos bien abiertos. Henry sonríe.

—Gracias Miranda, pero creo que mi prima me mata si no aparezco a cenar hoy su delicioso Shepherd’s pie. Ya me ha llamado para decirme que lleva una hora en la cocina, y eso es todo un record. Otro día mejor.

Le guiña un ojo y ella sonríe.

—Pues voy a ir poniendo la mesa para las dos. Hasta mañana, señor Shelton.

—Hasta mañana, Miranda. Cuida de Emily.

—¿Ha pasado algo?

Me mira preocupada.

—Ahora te lo cuento, Mir.

Asiente y se va. Nos quedamos los dos solos otra vez.

—Bueno, me voy. Hasta mañana, Emily.

Se da la vuelta pero antes de que se vaya, le sujeto del brazo.

—Gracias.

—No tienes por qué dármelas.

Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla. Cierro los ojos mientras el corazón me golpea fuerte en el pecho. Cuando vuelvo a abrirlos, ya se ha ido.

Cierro la puerta a desgana. Ahora me toca el interrogatorio Miranda. Está terminando de poner la mesa y la cena huele de maravilla.

—¿Necesitas que te ayude?

—Sí, a despejar todas las incógnitas.

Pongo los ojos en blanco.

—Mir, George ha destrozado mi apartamento.

—¡¿Cómo dices?!

Levanta la mirada mientras coloca los cubiertos en la mesa.

—Ha destrozado todo. El salón, mi habitación, mi ropa...

—¡¡Será hijo de la gran puta!! ¿Has llamado a la policía?

—Sí, Henry llamó. Han estado allí tomándome declaración.

Se acerca y me echa el brazo por los hombros.

—Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, ¿me oyes?

—Lo sé. Es solo que... mis cosas, Mir. Mis libros. Ha arrancado las páginas y las ha tirado encima de la cama. Lo ha dejado todo hecho una mierda.

—No te preocupes, Em. Imagínate que hubieras estado en casa. Oh, Dios mío... Bueno, mejor no te lo imagines. Eso son solo cosas materiales, la que importa eres tú.

—Eso dice Henry.

Alza una ceja y frunce los labios.

—¿Eso dice Heeeeenry? ¿Ya no es El Estirado?

—Anda, vamos a sentarnos a cenar y te lo cuento. Que sé que te mueres de ganas por oírlo.

—Y tú te mueres de ganas de contármelo, ¿sabes que eres una zorra? ¿Por qué no me has llamado ni una sola vez?

—Lo siento. No quería hablar de ello hasta que no estuviera segura de que la cosa iba a funcionar. Pero no ha terminado bien, así que no te hagas ilusiones...

Le cuento nuestra breve historia y cuando termino me mira con tristeza.

—Siento que haya acabado así, Em.

—Ya, yo también.

—¿Has pensado en perdonarle? Sé que es difícil perdonar una traición, pero creo que está bastante arrepentido. Te mandó un ramo de flores precioso.

—Lo pienso todos los días desde que pasó. Pero estoy confusa.

—Entiendo que necesitas tiempo. Pero no te cierres en banda. Él puede llegar a ser lo mejor que te puede pasar.

—Ya lo es.

Miranda me sonríe y me coge de la mano.

—Ahora eres una zorra con suerte. ¿Lo sabes, no?

Me echo a reír.

—Eres lo peor...

Cuando cojo el teléfono para poner el despertador veo que tengo un mensaje.

Siento no haber contestado antes a tu mensaje, pero me olvidé el teléfono en casa. No tienes que darme las gracias. Y sí, tenía que hacerlo. Siento mucho también por todo lo que has tenido que pasar hoy, ojalá pudiera borrarlo de tu mente, ojalá pudiera borrar todos tus malos recuerdos

Las manos me tiemblan mientras vuelvo a dejarlo en la mesilla. ¿Así cómo voy a dejar de quererte?

Ir a la siguiente página

Report Page