Henry

Henry


Lily

Página 38 de 49

Lily

Max ha vuelto a llamarme unas cuantas veces desde el día que nos acostamos, pero he ido dándole largas. Esta vez no encuentro ya ninguna excusa creíble, y que no suene tanto a excusa, así que le propongo quedar para dejar las cosas claras.

Entro con paso resuelto en Monmouth, el delicioso olor a café me inunda las fosas nasales y se me hace la boca agua. Ni qué decir cuando veo los bollos del mostrador... Pero de repente se me instalan los nervios en la boca del estómago cuando lo veo sentado en una de las mesas, cerca de la cristalera. Está concentrado removiendo la cuchara en su taza de té. Su ceño está salpicado de pequeñas arrugas en lo que parece un gesto de preocupación. Aún así, con su pelo alborotado del color de la miel y su jersey de lana gris tan inglés, está adorable. Pongo los ojos en blanco. Céntrate a lo que vienes, Lily, que precisamente, no es babear por él.

Levanta la vista y me ve antes de llegar a la mesa. Sonríe, pero esa sonrisa no le llega a los ojos. Dejo el bolso en la banqueta libre, me quito el abrigo y me siento.

—Hola.

—Hola, Lily.

Se muerde los labios, nervioso. Yo me quedo embobada medio segundo. ¡Espabila!

—Bueno pues...

—Sé lo que me vas a decir.

Le miro asombrada.

—¿Lo sabes?

—Por tu actitud de estas últimas semanas, me hago una idea.

—Entonces... ¿qué?

—Entonces... nada. ¿Qué quieres que haga?

Estoy alucinando. Nunca me había visto en una situación como esta. Por lo visto, últimamente me estoy dejando llevar demasiado por mi espíritu vanidoso.

—Yo, yo...

Resoplo.

—¿Tú...?

—Es que no sé qué más decir, Max. Bueno, ni siquiera me has dado tiempo a explicarme.

—Ya he escuchado más veces ese tipo de explicaciones, quería ahorrarte tiempo.

Abro los ojos de par en par.

—Pues ya que parece que estamos en plan ahorro, voy a ahorrarte también mi café.

Me levanto de la silla. Él me coge del brazo.

—Siéntate, por favor.

Hago lo que me dice. A continuación llama a la camarera y le pide mi café.

—Gracias.

—Mira Lily, estoy empezando a hartarme de esta actitud moderna de la que presumís ahora las mujeres.

—¿Cómo dices?

—El “lo siento, pero no quiero nada serio porque hasta ahora solo he salido con cabrones que no han hecho más que joderme”. ¿Te suena? Claro que te suena. Es la excusa que me ibas a soltar en cuanto te has sentado en esa silla. ¿Me equivoco?

Me quedo callada un momento antes de responderle, asimilando sus palabras.

—No.

—El problema está cuando das con un tío que no es un cabrón, pero lo juzgáis como tal. ¿Qué te parecería que yo pensara de ti que eres una zorra calientapollas?

Casi se me desencaja la mandíbula. Joder con el librero. Me cabreo.

—¡Yo no soy una zorra!

La gente de alrededor se gira y nos mira. Max niega con la cabeza.

—No he dicho que lo seas. Pero, ¿cómo te sentirías si yo lo pensara?

—No muy bien, supongo.

Me mira alzando una ceja.

—¿Me entiendes ahora?

Bajo la vista a la taza y remuevo el azúcar ya disuelto de mi café.

—Sí, te entiendo.

—También es posible que yo no sea el tipo de tío con el que acostumbras a salir, seguramente te vayan los tíos más guapos.

¿Pero qué está diciendo? ¿Qué no es guapo? ¿Tú no tienes espejos en casa, Max?

—No, no eso. Es por lo que has dicho antes. Y eso de que no eres guapo, bueno, podría discutírtelo.

—¿Te parezco guapo? Mi hermana dice que soy un esmirriado.

Se echa a reír.

—Pues sin ánimo de ofender, tu hermana no sabe lo que dice.

Se sonroja.

—Gracias, supongo.

—Mira, aunque no me hayas dejado decírtelo antes necesito hacerlo. No quiero salir con nadie, Max. Estoy harta de dolores de cabeza, y eso es lo que hasta ahora me han traído los hombres.

—¿Y ya das por hecho que yo voy a ser otro dolor de cabeza más?

Me apoyo con los codos en la mesa.

—No lo sé. Dímelo tú.

—Lillian, ¿qué quieres que te diga? Yo no sé qué es lo que buscas en un hombre. Pero si me das la oportunidad, me esforzaré por dártelo.

—¿En serio me acabas de decir eso? Pero si apenas me conoces, Max.

—Bueno, entonces tú me dirás si merece la pena que me arriesgue con una desconocida.

Me lo pienso un rato antes de contestarle. Quizá tenga razón y él merezca la pena, quizá no sea otro dolor de cabeza. Pero si yo tampoco me arriesgo, no lo sabré nunca.

—No sé si merecerá la pena o no. Pero por lo menos, tu aburrida vida de librero será más divertida conmigo.

Se echa a reír a carcajadas. Después me coge de la mano.

—Entonces, ¿habrá una primera cita?

—¿Y esto que se supone que es?

—Esto no era una cita. Pero si esta noche sales a cenar conmigo, lo será. ¿Trato?

Me sonríe. Asiento.

—Trato.

—Paso a recogerte a las ocho. Tengo que volver a Foyles ahora. Mi padre necesita ayuda con unas facturas.

Pone cara de resignado.

—Está bien. Nos vemos luego.

Se levanta y se acerca para darme un beso en la mejilla. Yo le tiro del jersey y se lo doy en los labios.

—No hace falta que seas tan mojigato tampoco.

Se marcha riéndose.

***

Vuelvo a casa y me encuentro a Henry sentado en el sofá con cara de pena y preocupación. Me siento a su lado y le echo un brazo por los hombros.

—¿Sigue enfadada?

—Sí.

—¿Has probado a sentarte con ella y hablarlo seriamente?

—Estos días de atrás apenas me ha dirigido la palabra, tampoco he tenido mucha oportunidad. Y hoy la he acompañado a su casa para que recogiera algunas cosas, y el hijo de puta de su ex se la ha destrozado a golpes.

—¡¿Qué?!

Le miro alarmada. Ahora entiendo su gesto preocupado.

—Ha roto todos los muebles del salón y del dormitorio.

—Hank, eso es muy serio.

—Lo sé. He llamado a la policía. Lo han puesto en búsqueda y captura. Pero mientras tanto, ¿qué? No quiero ni pensar si la encuentra a ella antes, lo que sería capaz de hacerle.

Apoya los codos en las rodillas y se tapa la cara con las manos.

—Seguirás llevándola al trabajo, ¿no?

—Por supuesto. Pero temo que un día sea tan confiada que salga a la calle sola. Si le hace algo yo... Lil, yo lo mato.

Le acaricio el brazo para tranquilizarle.

—Ssssh... No va a pasar nada de eso. Si te quedas más tranquilo, dile que se puede venir aquí con nosotros, no me importa.

—No quiere ni oír hablar de eso. Ya se lo propuse.

—Pues mantenla vigilada. Pero tú también ten mucho cuidado, ese tipo de hombres no se andan con tonterías. No me gustaría que os ocurriese nada malo, a ninguno de los dos.

—¿Y crees que a mí sí? Lil, es una jodida cabezota. Si se entera de que la sigo o algo, pondrá el grito en el cielo.

—Ahora está enfadada, pero supongo que llegará a entenderlo.

—¿Y cuánto tiempo va a estar así?

—Bueno, ten en cuenta que te acostaste con otra. La has traicionado, Hank. Y no con una cualquiera, con la zorra mayor. Yo no sé si te lo perdonaría. Además ella ya te había prevenido, y no le hiciste caso.

Pone los ojos en blanco.

—Gracias por los ánimos, Lil. Pero ya tengo más que de sobra con sus reproches.

—Es lo que yo pienso, Hank. Pero yo no soy ella. A lo mejor algún día te perdona, no pierdas la esperanza. Seguro que debajo de todo ese rencor que ahora siente, aún te sigue queriendo.

—Seguiré intentándolo, al menos. Y ahora cambiemos de tema, por favor. ¿Tu cita con el librero?

—Según él no era una cita. Ya sabía lo que iba a decirle.

—¿Y?

—Pues que al final ha conseguido convencerme para tener una cita de verdad. Esta noche me ha invitado a cenar con él.

Se echa a reír.

—Creo que es un buen tío, Lil.

—Eso espero. Estoy harta ya de besar ranas, Hank.

***

A las ocho bajo a la calle puntual como un reloj. Raro en mí, porque siempre tardo más de la cuenta.

Me lleva a cenar a un restaurante italiano muy mono, en Marylebone, que se llama Strada. La comida está buenísima pero me contengo de comer como si no hubiera mañana, como suelo hacer cuando la comida me vuelve loca. Por primera vez me da un poco de vergüenza, no quiero asustarle en nuestra primera cita.

Hablamos casi toda la cena de libros, y cuando volvemos a su coche me da un paquete envuelto.

—No tenías que traerme nada.

—Ábrelo.

Desenvuelvo el paquete y abro los ojos con sorpresa. Es otro libro de Carlos Ruíz Zafón. Acaricio la portada.

—Marina.

—Sí, te encantará. Se me olvidó decirte que tu primo estuvo ayer en la librería. Encargó otro ejemplar de La Sombra del Viento para un envío.

Le miro extrañada. Qué raro que no me lo haya dicho.

—No me ha comentado nada. Supongo que será para Emily.

—¿Emily?

—Su secretaria.

—Qué atento.

—Es una larga historia...

—Bueno, ¿te gusta entonces?

—Sí, claro. Pero no tenías por qué.

—Ventajas de salir con un librero, pequeña.

Me guiña un ojo. Yo sonrío y me acerco despacio hasta que mis labios rozan lo suyos. Su beso vuelve a ser dulce, como ningún otro de los que me han dado. Y entonces pienso que a lo mejor tiene razón. Que él no es como los demás. Que él merece el volver a arriesgarme.

Ir a la siguiente página

Report Page