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—¿Qué tal el primer día?

—No sé qué decirte.

—¿Por qué?

—No me gusta mi nueva secretaria.

Se echa a reír.

—Seguro que es vieja y no te pone nada.

—No, no es vieja.

—¿No es tu tipo?

—Lily, yo no voy a trabajar para ligarme a mi secretaria, así que me importa tres narices cómo sea.

—¿Entonces por qué no te gusta?

—No sé, es patosa, descarada... No me gusta y punto.

—Pues ten cuidado porque luego son esas las que se meten en las camas de hombres como tú.

Me guiña un ojo.

—Ni en sueños...

—Nunca digas nunca, Hank.

—Pues esta vez no voy a decir nunca, voy a decir jamás.

Me echo a reír y le doy un tirón en el pelo.

—¡Oye! Deja mi pelo en paz. Tírale de la coleta a tu nueva secretaria ahora.

Vuelve a colocársela en su sitio.

—¿Qué hay de cenar? Me muero de hambre.

—No he hecho nada, tienes unos macarrones que sobraron de mi almuerzo. O puedes venirte conmigo y unas amigas a cenar fuera...

Pone morritos.

—Paso, Lily. Pero gracias de todas formas.

—¿Vas a estar aquí encerrado, no sé...siempre?

—No, es que estoy cansado. No tengo muchas ganas de salir hoy. Otro día, ¿vale?

—Vale, otro día. Mis amigas van a flipar contigo. Sobre todo Holly que acaba de separarse y está desatada.

Se ríe.

—Pues ya sabes que estoy fuera de servicio. Deberías avisarlas.

—Vamos, Hank, ¿has hecho también voto de celibato?

—Pues casi.

—¿No me digas que llevas sin acostarte con nadie desde lo de Helena?

Escuchar su nombre de repente me corta la respiración. Noto como si alguien me estuviese apretando el corazón con fuerza.

—Lily...

—Lo siento. Lo siento de veras. No debí decir eso.

Me agarra del brazo y me da un apretón.

—No, no te disculpes.

—¿Estarás bien?

—Claro, cenaré y a la cama. Venga, ve a arreglarte o lo que tengas que hacer.

Me sonríe y me da un beso en la mejilla.

—Descansa, Hank.

—Tú diviértete y ten cuidado, ¿ok?

—Volveré de una pieza, no te preocupes.

—Oye, ¿y tú no trabajas mañana?

—No, tengo el día libre porque me toca trabajar el sábado. Mientras, tú te quedarás en la cama todo el día...

—Bueno, mañana dormirás tú mientras yo trabajo. No te quejes.

—No me quejo. Además me gusta salir los jueves.

Me guiña un ojo y se va.

Me suena el despertador y apenas puedo abrir los ojos. Menos mal que es viernes y me espera un fin de semana de descanso total. Mientras desayuno oigo la puerta de la calle abrirse y unas llaves que se caen al suelo. Cojo la taza de café y voy al salón. Lily entra tambaleándose mientras se quita los tacones. La miro divertido mientras tropieza con la alfombra y está a punto de romperse los dientes. Me mira y frunce el ceño.

—¿Qué te hace tanta gracia?

Sus labios se fruncen mientras aguanta la risa, pero enseguida estalla en carcajadas.

—No digas nada. Y sí, vengo borracha como una cuba. Me voy a la cama. Hasta mañana, Hank.

Pasa por mi lado y a punto está de caerse encima de mí y tirarme el café.

—Llámame si te encuentras mal.

Hace un gesto con la mano sin darse la vuelta.

—No te preocupes, una vez que me duerma no me despierto hasta mañana para ir a trabajar.

—¿Quieres que traiga algo de cenar cuando vuelva y...?

—¡No hables de comida que vo...!

Sale corriendo al baño y la escucho vomitar.

Pues sí que lleva una buena... Me acerco a la puerta del baño pero sin asomarme. Sé como son las mujeres para estas cosas, odian que las vean vomitando.

—¿Estás bien, Lil?

—¡Sí, sí! ¡Tú vete a trabajar! ¡Qué yo ya me apa...!

Vuelvo a oír como vomita otra vez.

—Creo que voy a llamar y no voy. Me quedo contigo.

—¡No, no! ¡Vete Hank, de verdad! ¡Ya me encuentro algo mejor!

—Lily, no sigas gritando. Estoy aquí.

—¡Ni se te ocurra entrar!

—No te preocupes, que no estoy mirando. Voy a hacerte algo para el estómago, ¿ok? Así me quedo más tranquilo.

—Hay manzanilla en uno de los muebles de la cocina. Creo que en el que está el café.

—Vete a la cama, que ahora te lo llevo.

Le dejo la manzanilla en la mesilla y me despido de ella en el pasillo cuando sale del baño.

—Lily, si te encuentras peor...

—Lo sé, te llamo. No te preocupes, estaré bien.

Me acerco a darle un beso en la frente pero se echa hacia atrás.

—No, no. Mi aliento apesta a alcohol. Y a algo peor... ¡Puag! Anda, vete ya.

Pongo los ojos en blanco.

—Hasta luego, enana.

Son las nueve de la mañana y Emily todavía no ha aparecido por la oficina.

Genial. Mi segundo día aquí y mi secretaria llega tarde. Todo este rato no he hecho más que mirar la puerta entreabierta de su despacho, y apenas he podido concentrarme en mi trabajo.

Cuando me canso de mirar su mesa vacía me acerco a recepción.

—Señorita Mitchell, ¿sabe por qué la señorita Smith no ha llegado aún?

—No, no lo sé señor Shelton. Es muy raro que Emily falte al trabajo.

—¿Podría hacerme el favor de llamarla?

—Claro.

—Gracias. Avíseme cuando sepa algo.

Al volver a mi despacho, la puerta entreabierta vuelve a tentarme. Esta vez no me lo pienso y entro. Me acerco a su escritorio mientras recorro la habitación con la mirada. Tiene dos cuadros en las paredes, uno de un paisaje otoñal y el otro con un campo de trigo. Todo está ordenado y colocado en su sitio.

Además es una maniática del orden...

Encima de su mesa hay un marco, pero no puedo ver la foto porque está mirando hacia el lado contrario. Lo cojo. Es una foto de Emily abrazada a un hombre. Ella sale sonriente, una sonrisa preciosa por cierto.

¡¿Cómo dices?! Él tiene una cara de capullo que no puede con ella. Me fijo en Emily otra vez. Y me doy cuenta de que es muy guapa, sin esas gafas de sabionda parece otra. Las pocas pecas que le salpican la nariz la hacen más guapa aún. Y los hoyuelos que se le marcan al sonreír...

—¿Se puede saber qué hace usted en mi despacho?

Se me cae el marco de fotos de la mano y no me da tiempo a sujetarlo, por lo que se estrella contra el suelo. Me agacho, lo cojo y lo vuelvo a colocar en su sitio. Por suerte el cristal no se ha roto. Me doy la vuelta y me encuentro a Emily apoyada en la puerta con los brazos cruzados.

—¿Por qué ha llegado tarde a trabajar, señorita Smith?

Ladea la cabeza y sonríe.

—He preguntado yo primero. ¿Qué hace en mi despacho, señor Shelton?

—Yo...eeehhh...

Ahora coge aire y su cara cambia a cabreo absoluto.

—Ya le ayudo yo, estaba fisgoneando.

—Yo no estaba... ¿fisgoneando?

La miro con el ceño fruncido.

—Sí, cotilleando, curioseando, metiéndose donde no le llaman, vamos.

—Yo no estaba haciendo nada de eso.

—¡¿Entonces qué estaba haciendo en mi despacho?!

—No grite, por favor.

La muy zorra me tiene contra la pared, no sé lo que decir porque tiene razón. Y yo no soy nada bueno inventándome excusas.

—Voy a ahorrarle el mal trago que veo que está pasando, señor Shelton. Salga de mi despacho ahora mismo. Y la próxima vez que se vea tentado de entrar, asegúrese primero de que esté yo dentro.

Salgo del despacho de Emily con el mayor bochorno que he pasado en mi vida, y todo gracias a ella. Esto me pasa por entrometido. Me siento en mi mesa e intento no pensar en nada que no sea trabajo.

***

Dos horas después y con el tema del bochorno guardado en un cajón, sigo dándole vueltas.

—Señorita Smith, venga a mi despacho.

Cuelgo el teléfono. Lleva toda la mañana con la puerta cerrada, así que no he tenido más remedio que llamarla. Quiero que me explique por qué ha llegado tarde.

La veo salir de su despacho con cara de mala leche. Se para en mi puerta y espera.

—¿Puedo pasar?

—Pues claro que puede pasar, para eso la he llamado.

Esta mujer es un peligro para mis nervios.

—Dígame qué necesita, señor Shelton.

—Necesito que me explique por qué ha llegado tarde hoy.

Se acerca a mi escritorio y coge aire, soltándolo luego bruscamente.

—Si le soy sincera, no tengo excusa.

—¿Qué le ha pasado en la cara?

Se lleva la mano a la mejilla y sus ojos reflejan algo parecido al miedo.

—Nada.

El maquillaje no consigue disimular el moratón que le cubre la mejilla izquierda. No sé cómo no me di cuenta antes. Me levanto de la silla y me acerco a ella.

—¿Nada?

—Nada que le incumba.

—Déjeme ver eso.

Alargo la mano para tocarla pero ella se aparta.

—¡No me toque!

—¿Quién te ha hecho eso?

—¡Nadie! ¡No me lo ha hecho nadie! Me tropecé en casa y me di un golpe con el marco de la puerta. Ayer pudo comprobar lo torpe que soy.

—¿Por eso llegó tarde?

—Pues sí. Me estuve poniendo hielo hasta que bajó la hinchazón. ¿Contento?

—Por ahora. Puede volver a su despacho.

—Gracias.

Me lanza una mirada asesina y se va. Me dejo caer en la silla resoplando.

El sábado por la noche Lily insiste en que salga por ahí con ella y sus amigas. No sé cómo no está cansada y se mete en la cama a dormir.

—Me lo prometiste, Hank.

—Sí, pero no te dije que fuera a ser este sábado.

—Venga anda... Por favor...

Me pone morritos y sé que no se va a cansar hasta que le diga que sí.

A la mierda mi fin de semana de descanso.

—Por no oírte...

—¡Bien! ¡Voy a llamar a las chicas!

—Lily, no quiero que hagas de lianta esta noche.

—No, no te preocupes. Además no hace falta que haga de lianta, ellas ya se apañan solas.

Sonríe con malicia.

—Me voy a arrepentir...

—¡Es broma! Ya verás cómo te caen bien.

Me guiña un ojo mientras coge el teléfono y marca un número. Oigo como habla con sus amigas entusiasmada. Sé que espera que me líe con alguna de ellas para olvidar a... Se me hace un nudo en la garganta.

Deja de pensar en ella. Me voy al baño y me meto en la ducha para despejar un poco la cabeza.

***

—¡¿Vamos a ir todos en tu coche?!

—¡Ya estamos con mi coche!

—Lily, ahí no cabemos los cuatro.

Resopla.

—Tara lleva su coche también, así que no te preocupes. Igual prefieres ir con ella.

Pongo los ojos en blanco.

—Preferiría ir en taxi, si te digo la verdad. Si nos pasamos un poco de la raya con la bebida...

—¿Vas a emborracharte, Hank?

Se echa a reír.

—¡No! No digo que yo vaya a emborracharme ni nada de eso, pero...

—¡Anda, monta en el coche! Después de la borrachera del otro día, se me han quitado las ganas de beber más alcohol por unos cuantos fines de semana.

Me meto como puedo en La Miniatura y procuro no protestar para que Lily no se ría de mí.

Conduce como una temeraria por Londres, tocando el claxon cada dos por tres a los que no se apartan de su camino.

—¡Dios, Lily! ¿Por qué vas tan rápido?

No sé ni dónde sujetarme para no ir dándome golpes con la ventanilla, ni como este coche de juguete no ha volcado ya en una curva.

—¡Llegamos tarde!

—¡¿Qué?! ¡¿Me estás diciendo que vamos a matarnos por no llegar diez minutos tarde?!

—Veinte.

—¿Y quién tiene la culpa?

—Yo, lo sé. No sabía que ponerme.

—Lily, reduce ahora mismo la velocidad.

—Vaaaale.

Pisa el freno poco a poco. Menos mal que no ha frenado de golpe o me veo estampado en la luna frontal.

—Espero que no conduzcas así habitualmente o vamos a tener una charla seria, tú y yo.

—Solo conduzco así cuando llego tarde, papá.

La miro con la boca abierta.

—Que es nunca. Así que cierra esa bocaza, anda.

Entre mi secretaria y mi prima preveo una vida nada tranquila en Londres...

***

Las amigas de Lily nos esperan ya a la entrada del pub. Yo me echo a reír en cuanto veo la entrada.

—¿Una vaca? ¿En serio?

—Es uno de los mejores sitios de Londres. Holly tuvo que hacer la reserva porque siempre está lleno. Espera a verlo por dentro, ¡es chulísimo!

—No lo dudo.

Me coge del brazo.

—Henry, esta es Tara.

Lo primero que pienso al verla es en el corte de pelo tan raro que lleva. Es corto como un chico por detrás, pero por delante lleva el flequillo largo, y le cae sobre su ojo derecho. Su ojo izquierdo es oscuro y almendrado. Tiene la carita pequeña y aniñada, así que el corte raro le queda bastante bien. Es bonita y menuda, como una muñeca. Con una minifalda y unas piernas de vértigo, pero una muñeca al fin y al cabo. Me estrecha la mano con una sonrisa casi infantil. Y su voz suena dulce cuando me suelta un

encantada de conocerte.

—Y esta es Holly.

Holly ya es otra historia. Es de esas chicas que podrían cortarte hasta la respiración con una simple caída de pestañas. Su melena anaranjada brilla como el fuego a la luz de los luminosos de la entrada. Sus ojos verdes enmarcados con sombra negra son impresionantes. Es como una bruja de cuento, una de esas brujas que te hipnotizan y te llevan a su cabaña con sus encantos, para después comerte vivo. Y si hay que ser sincero a mí no me importaría que Holly me comiera vivo, es más, ya me las arreglaría para comérmela yo a ella antes. Todos estos pensamientos pasan por mi cabeza mientras la pobre Holly sostiene su mano en alto esperando a que yo me digne a darle la mía.

—¡Oh! ¡Lo siento, Holly! Se me ha ido el santo al cielo.

Más bien al infierno entre tus piernas, bruja. Céntrate, Shelton. Se echa a reír y hasta su risa es arrolladora, como un tren de mercancías.

¿Y esta chica está separada? Pues o bien el tío es un gilipollas o ella, al final, ha sido muy lista.

—No pasa nada. Encantada, Henry.

Me sonríe y me da un golpe el corazón en las costillas. Creo que no es consciente de lo que hace. Se ve que es algo natural en ella desconcertar a los hombres, porque a pesar de todo, su mirada no desprende la típica malicia de las mujeres que se saben, y se creen, las reinas del mambo. Y yo no sé lo que me pasa hoy, pero preveo que no me voy a aburrir esta noche.

—Bueno, y ya que están hechas las presentaciones, ¿podemos entrar a cenar, por favor? ¡Tengo hambre!

—Seguro que ya estás pensando en los pretzel, Lily.

—Pues no, Tara. Sabes que yo soy más de los postres del Bodo’s.

¡Ah, sí! Bodo’s Schloss, el nombre de este sitio. De esos nombres fáciles, para unas prisas. Lily me agarra del brazo y tira de mí. Pasamos al lado de la vaca de la entrada y yo no puedo evitar sonreír.

—Bueno, ¿qué te parecen estas dos?

—Lil, te dije que nada de enredos esta noche.

—No estoy enredándote, te estoy preguntando qué te parecen mis amigas.

—No lo sé aún. Te lo diré cuando termine la noche y las conozca un poco.

—¡Venga Hank, no me jodas! ¡Si te has comido a Holly con los ojos!

La miro con la boca abierta y las cejas alzadas.

¿Tanto se me había notado?

—No me la he comido con los ojos, qué exagerada eres.

—Vale, te has quedado mirándola como un gilipollas lo que ha parecido una eternidad, mientras ella esperaba algo incómoda con la mano flotando en el aire. ¿Cómo llamarías a eso?

Cojo aire y lo expulso con fuerza. No se le escapa ni una.

—Sí, la he mirado más de la cuenta. Lo sé. Es muy... guapa.

—¿Solo... guapa?

Bajo la voz para que no me oigan.

—¡Joder, Lily! ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué no me importaría follármela?

Hemos llegado a la mesa así que no le da tiempo a responder. Pero la muy cabrona me dedica una sonrisa de medio lado.

El sitio es gracioso. Está decorado como una casa de madera de las montañas, con sus manteles de cuadros y sus camareras vestidas estilo tirolés. La cena resulta bastante divertida.

Tres mujeres y yo, ¿qué mas quiero? Tara es tímida y habla tan bajito que tengo que preguntarle cada dos por tres qué es lo que ha dicho, provocándole un sonrojo adorable en las mejillas. Holly es más habladora y se ríe a menudo, pero apenas me presta atención, lo que aumenta aún más mi interés. Lily seguro que se divierte apostando a cuál de las dos voy a tirarme esta noche. Y para qué engañarnos, si pudiera las metería a las dos en mi cama, pero no creo que vaya a darse el caso.

Cuando acabamos de cenar nos vamos a la zona que tienen para tomar copas. La cabina del DJ es un antiguo teleférico, o al menos eso es lo que parece, montado sobre un palé de madera. Yo no soy mucho de bailes pero a la una de la mañana y ya con unas cuantas copas de más, las chicas me arrastran a la pista y bailo lo que puedo. La verdad es que con la que llevo encima, me da igual parecer ridículo o no.

Tara me sonríe tímidamente. Creo que quiere decirme algo y no se atreve. Me acerco a ella y le echo un brazo por los hombros, consiguiendo que se ponga de color granate.

—Dime, Tara.

—¿Qué?

—¿Quieres decirme algo?

—Yo... yo...

—¿Te da vergüenza?

—Bueno, es que es una tontería. Sí, me da un poco de corte.

—Dímelo, no pasa nada.

—Es que las chicas no quieren acompañarme a la barra a pedir otra copa, y a mí me da mucha vergüenza ir sola...

—¿Quieres que te acompañe?

—Sí, por favor. Lo están haciendo aposta. Siempre lo hacen.

—¿Por qué?

—Porque dicen que ya soy mayorcita para ir sola a los sitios.

—¿Pero por qué te da vergüenza?

—Si te soy sincera, no me entiendo ni yo. Pero me pongo muy nerviosa y me empiezan a sudar las manos... Solo me pasa en sitios llenos de gente, ¿eh? No pienses que soy tan rara.

Se echa a reír.

—No te preocupes. Venga te acompaño.

Echa a andar hacia la barra y les levanta el dedo corazón a mi prima y a Holly.

Mientras esperamos las bebidas me habla un poco de ella, pero sin levantar mucho la mirada. Trabaja en una tienda de ropa y algunos fines de semana hace algún trabajo extra de camarera para pagarse sus clases de canto.

—¿Así que cantas bien?

—Bueno... lo intento, al menos.

—Me encantaría oírte cantar.

Se pone roja hasta las orejas y mira al suelo.

—¡Eh, tranquila! Hoy por ser la primera noche, no te haré pasar más vergüenza de la que estás pasando.

Me mira y sonríe.

—Te juro que es algo involuntario, lo del sonrojo y eso. Hay veces que debo de parecer tonta.

—¡Qué va! A los tíos nos parece adorable que una chica se sonroje.

Y como respuesta a eso, sus mejillas se vuelven a teñir de rosa y se echa a reír.

—¿Ves?

Se señala la cara.

—Bueno, ahora era justificado. Te estaba diciendo un cumplido.

De repente una mano se desliza por el hueco de mi brazo y me agarra.

—¿Vais a quedaros en la barra cotorreando toda la noche?

—¿Tanto estábamos tardado?

—Ufff... Holly y yo estábamos empezando a aburrirnos sin tu presencia.

Holly me mira y me sonríe. Me quedo clavado en el sitio. No es una sonrisa cualquiera. Podría distinguir esa sonrisa entre mil por todas con las que me he cruzado en la vida. Sonrisa de Depredadora. Así, con mayúscula.

¿Y si al final me estaba equivocando con la inocente pelirroja? Pruebo con una sonrisa de vuelta. Una sonrisa de Depredador. Y ella frunce los labios y sigue sonriendo. Siento como mi sangre corre rauda y veloz por mis venas siguiendo una sola dirección. Tengo que girarme y pegarme a la barra para que no se den cuenta de que estoy empalmado. Como un puto adolescente. Cierro los ojos y me paso la mano por la frente. Una mano se posa en mi hombro.

—¿Te pasa algo, Hank?

—No, Lily. Estoy bien. Solo tengo un poco de calor aquí dentro. Creo que voy a salir a que me dé el aire.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, no hace falta. Saldré cinco minutos solamente.

Antes de irme miro a Holly, no hay ni rastro de la Depredadora de antes. Pero me mira y sé que se ha dado cuenta de todo, y me sonríe alzando una ceja. Me voy de allí antes de que consiga que la arrastre hasta el baño y me la folle sin piedad. Mi polla traidora responde a ese pensamiento dando un latido.

Fuera, una niebla espesa rodea todo. Apenas puedo ver tres metros más allá de mí.

Bienvenido a Londres, Shelton. Un grupo de chicas sale por la puerta riéndose, supongo que van tan mal como yo a estas horas. Cuando pasan por mi lado, una de ellas se para y me hace un repaso de arriba abajo. Gracias a Dios mi erección ha disminuido considerablemente. Las demás se giran para ver qué es lo que le ha llamado la atención y de repente tengo a seis tías borrachas mirándome con ojos como platos.

¿Pero es que llevo la bragueta bajada o qué?

—¡Maaaadre mía! ¿Pero dónde has estado tú toda mi vida?

Me echo a reír a carcajadas por la ocurrencia.

—Jenna, creo que no deberías escuchar tanto a Rihanna.

—¡¿Pero tú lo has visto?! ¡Ahora me dirás que este tío no es el tío más bueno que has visto en tu vida!

Observo la conversación de las dos amigas divertido. Las demás siguen mirándome con la boca abierta.

—Anda, vámonos a casa. Debe estar flipando, el pobre.

—¡Qué no! Yo no me voy a casa hasta que no me dé su número de teléfono.

—¡Jenna! ¿Estás loca? No, déjalo. Estás borracha. Anda vámonos, y reza porque mañana te despiertes y no te acuerdes del ridículo que estás haciendo.

—Pero Sarah, míralo...

—Ya, ya lo veo.

Me mira con ojitos de colegiala enamorada y yo le sonrío. La verdad es que la chica está bastante buena... No, no, no. A ver, que no tengo veinte años ahora.

—Y sonriendo es todavía más guapo...

—Jeeenna...

—Vale, vaaale. Pero como sea el hombre de mi vida y lo deje escapar por tu culpa, te juro que te mato.

La tal Sarah me mira con cara de resignación y suspira. Yo por fin me digno a hablar.

—No pasa nada.

—Qué voz... Creo que se me han desintegrado las bragas.

—¡¡Jenna!!

Se da la vuelta para irse pero se gira una última vez.

—¡Solo dime tu nombre!

—Henry, me llamo Henry.

—Por Dios, si hasta tiene nombre de

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