Henry

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Henry

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estoy para que me follen.

—¡Tira anda, descarada!

Sarah empuja a Jenna y me mira disculpándose. Yo le hago un gesto con la mano para que no se preocupe. Una anécdota divertida de la noche que acabaré compartiendo con Lily mañana, en la hora de la comida. Si es que se levanta a comer, claro.

Dentro pido otra copa y le hago jurar a Lily que no me deje pedir más. Creo que con las que llevo me basto y me sobro. Holly se acerca a decirle a Tara algo al oído y me roza la mano al pasar.

¿Ha sido casualidad o lo ha hecho aposta? La miro por si cruza alguna mirada conmigo que me dé a entender que no ha sido fortuito, pero no me presta atención. Creo que estoy empezando a imaginarme cosas.

Voy al servicio y cuando vuelvo no veo a Lily por ninguna parte. Miro a la barra por si hubiera ido a por algo más pero no está.

—Tara, ¿dónde ha ido mi prima?

—A casa.

—¡¿A casa?!

—Sí, dijo que estaba cansada y se fue.

—¡¿Y me deja aquí plantado?!

—Nos dijo que te dijéramos que, como parecía que te lo estabas pasando bien, no quería fastidiarte. Te puedes quedar con nosotras, si quieres.

—Pero se fue a casa sin mí.

—Si el problema es el transporte, no te preocupes. Yo te llevo, Henry.

—Gracias, Tara. Podía haberme avisado, por lo menos.

—Dijo que seguro que si te lo decía te irías con ella, que eres muy cabezota.

Se echa a reír.

—En eso tiene razón. Y tengo muy mala leche también. Ésta, mañana me va a oír.

Mientras los dos nos reímos, Holly nos mira con el ceño fruncido. Me da la impresión que cree que voy a llevarme a Tara a la cama. Pero me he dado cuenta de que Tara es demasiado dulce para mí en estos momentos, y no se merece a un tío como yo que le joda la vida. No es que Holly se lo merezca, pero creo que ella está más preparada para lo que yo puedo ofrecer, y ella tiene para darme lo que yo necesito en estos momentos. Así que me acerco a ella y le agarro del brazo.

—No frunzas el ceño. No tienes de lo que preocuparte.

Al principio me mira desconcertada, pero luego entiende por dónde van los tiros y me sonríe con la sonrisa de Depredadora. Otra vez.

—Vas a hacer que tenga que volver a pegarme a la barra o a salir fuera.

—Creo que es hora de que nos vayamos.

—Estoy de acuerdo.

—Tara, cielo, vámonos.

—¿Ya? ¿Tan pronto?

—No es pronto, son las cuatro de la mañana.

—Otras veces nos vamos más tarde.

Holly levanta las cejas y hace un gesto con la cabeza en mi dirección. Como si yo no las estuviera mirando. Tara abre la boca muy grande.

—Aaaaahhh, lo pillo.

—¡Gracias a Dios!

Holly pone los ojos en blanco y se da la vuelta haciéndonos un gesto para que la sigamos.

En la calle la niebla ha bajado todavía más y hace un frío que te cala hasta en los huesos.

—¿Cogemos un taxi?

—¡Ni hablar! Ya os llevo yo.

—No hace falta, Tara.

—Que sí, que os llevo yo. Además vivo muy cerca de Holly...

Se muerde los labios en un gesto incómodo. Yo me echo a reír.

—Vale, tienes razón. Así nos aseguramos de que tú también llegues bien a casa.

En el coche no sé lo que me pasa, pero no dejo de soltar gilipolleces por la boca y las dos no paran de reírse. Bueno, sí sé lo que me pasa. Es la última vez que me emborracho de esta manera.

Que ya tienes 34 años Shelton, joder.

—Deja de hablar, Henry, por favor. O tendremos un accidente.

Tara lleva toda la máscara de pestañas corrida y las lágrimas de la risa le van dejando churretones por las mejillas. Menos mal que el trayecto es corto y en diez minutos paramos frente a unas casas bajas de tres plantas.

—¿Dónde vives, Tara?

—Aquí mismo, dando la vuelta a la manzana. No te preocupes, llegaré bien.

Me sonríe por el retrovisor. Nos bajamos del coche y Tara se baja también. Le da un beso a Holly en la mejilla y se despide de ella. Después se acerca a mí y le pongo la mejilla también. Abre los ojos con sorpresa.

—¿No me ibas a dar un beso a mí?

Frunzo el ceño para se relaje y se echa a reír.

—¡Claro! Eres el único chico con el que he podido mantener una conversación sin que me haya dado vergüenza ruborizarme, ha sido un alivio. Gracias, Henry.

Me da un sonoro beso en la mejilla.

—Cuando quieras, repetimos.

Sonríe y asiente con la cabeza. Es verdaderamente adorable.

Arranca el coche y se aleja sacando una mano por la ventana y diciendo adiós. Miro a Holly y de repente me doy cuenta de que me siento un poco incómodo con la situación.

—¿Qué pasa?

—No sé, es que es un poco raro.

—¿Raro? ¿El qué?

—La situación.

—¿Por qué?

—Es que tú y yo no... quiero decir, antes de... no...

—¿Quieres decirme que antes de venir no nos hemos morreado y calentado a lo bestia en el Bodo’s, no?

—Algo así.

Se echa a reír.

—Henry, es que yo no soy así. Tengo una hija, ¿sabes?

—Sí, Lily me dijo algo.

—Pues por respeto a mi hija no suelo enrollarme con tíos en los bares. No quiero que el día de mañana se encuentre por Facebook una foto de su madre metiéndole la lengua hasta la garganta al primer tío que se encuentre en un bar. Ya sé que tú no estás dentro de ese grupo, pero tampoco me haría gracia que me viera en una foto morreándome con el primo de Lily.

—Vale, lo entiendo. Y me parece muy bien tu actitud.

—Gracias. Y ahora creo deberíamos dejar de perder el tiempo en charlas y emplearlo en hacer lo que llevamos deseando hacer toda la noche.

—¿Y eso es...?

Me acerco a ella con una ceja alzada.

—¡Cómo si no lo supieras ya!

—Lo sé, pero quiero que me lo digas tú.

La cojo por la cintura y acerco mi nariz a la suya hasta que nuestros labios se rozan.

—¡Pues una receta de muffins, no te jode!

Rompo a reír a carcajadas. Se suelta de mi abrazo y me agarra de la mano tirando de mí hacia las escaleras de su edificio.

—Sé que no va a sonar muy erótico, pero ten cuidado no te tropieces con algún juguete de Alice. Mi casa es como un terreno minado.

Me echo a reír.

—Suena tierno.

Me mira y me sonríe mientras me coge de la mano y me lleva hasta su dormitorio. Camino hasta ella y le cojo la cara entre las manos. Acerco mi boca a la suya hasta que nuestros labios se rozan. Ella muerde despacio mi labio inferior y mi polla se endurece al instante. Desliza su mano por mi camiseta hasta el bulto entre mis piernas, y me acaricia. Yo cierro los ojos y se me escapa un gemido. Le desabrocho la blusa despacio y le acaricio los pechos por encima del sujetador de encaje negro. Busco el broche a su espalda y lo desabrocho con dos dedos. Le quito la blusa y el sujetador, y me lanzo a la desesperada a comérselos. Su perfume me inunda las fosas nasales. Ella gime en respuesta a los mordiscos que le doy en los pezones. Tira de mi camiseta y me la saca por la cabeza. Después sus manos buscan la cremallera de mis pantalones. Me la baja con rapidez, como los pantalones y los calzoncillos. Me empuja hacia la cama. Yo la agarro del trasero y la arrastro conmigo. Le arranco el tanga de un tirón, pero no se queja. Helena siempre se quejaba cuando le rompía la ropa interior.

Helena... Helena... Sal de mi cabeza, por favor. Me coge por las muñecas y me sube los brazos por encima de la cabeza. Se queda ahí sujeta mientras se roza contra mí, arriba y abajo, arriba y abajo. Noto la humedad de su entrepierna. Vuelve a morderme los labios. Se estira hasta la mesilla y abre un cajón. Saca un condón y me lo coloca sin apenas moverse de dónde está. Vuelve a rozarse otra vez y me sonríe. Sabe que me está volviendo loco con ese movimiento. Se incorpora un poco y se coloca la punta de mi polla en la entrada de su sexo. De un movimiento se ensarta en mí. Yo arqueo la espalda y me muerdo los labios al notar cómo me rodea su calor. Cuánto tiempo sin sentir esta sensación tan placentera. Holly comienza a moverse despacio. Sus pechos se bambolean y yo no puedo dejar de mirarlos, son preciosos. Alargo una mano y le acaricio uno, suave al principio, después con más fuerza. Con la otra mano le agarro el trasero y marco el ritmo que quiero que siga. Ella gime cada vez más alto. Cuando siento que no puedo más, cambio de posición y la coloco debajo de mí. Ella enreda las piernas en mi cintura y se agarra a las sábanas. La embisto con fuerza, una... dos... tres veces. Ahora es ella la que me agarra del trasero y marca el ritmo.

—Más fuerte, Henry. Más...

Empujo con más fuerza mientras el sudor me cae por la frente. Cuando voy a correrme la cojo por la cintura y me incorporo sentado sobre los talones, con ella encima. Hundo la cara entre sus pechos y ella se echa hacia atrás mientras los espasmos la recorren. El bombeo en su interior me hace explotar y me corro mordiéndome los labios para no gritar un nombre que no es el suyo.

***

Me despierto con un ligero dolor de cabeza. Menos mal que no es una resaca de las graves. Holly sale del baño con una toalla en la cabeza y el cepillo de dientes metido en la boca.

—Tiennfff... cfff...ff...cofffnnna.

—¿Qué?

Se echa a reír y cierra la boca para que no se le salga la pasta de dientes. Me hace un gesto con la mano para que espere. Oigo como se enjuaga y vuelve a salir del baño.

—Te decía que tienes café en la cocina, por si te apetece.

—Sí, estaría bien. Gracias.

La sonrío.

—¿Me acompañas?

—Oh, no. Yo ya he desayunado. Tengo que recoger a Alice a las 12 y me he levantado antes.

—¡¿Qué hora es?!

No me gusta nada andar tarde en casas ajenas.

—Tranquilo, son solo las 11.

—¿Solo? Debería llevar dos horas despierto.

—¡Anda ya! Es domingo. Los domingos no están hechos para levantarse a las 9.

—Los míos sí.

—¿Por qué?

—Pues...

Me quedo pensando una razón por la que me levanto los domingos a esa hora, pero no la encuentro.

—La verdad es que no lo sé. Rutina supongo.

Me echo a reír.

—Venga que te acompaño con el café, creo que me he quedado con hambre y tengo un bizcocho de zanahoria para chuparse los dedos.

Me guiña un ojo.

***

—¿Se llamaba Emily tu ex?

Escupo sin querer todo el café en la encimera.

—¿Cómo dices?

Holly lo limpia con un trapo mientras se ríe.

—Lo siento.

—Es que has mencionado unas cuantas veces su nombre mientras dormías.

Dios, no me lo puedo creer, se está convirtiendo en una pesadilla. No solo tengo que aguantarla en la vida real, sino que también en sueños.

—Sería un mal sueño, seguro...

—¡No, qué va! Parecía que estabas disfrutando mucho con ella. De hecho se te ha puesto dura y todo.

Al final me va a sentar mal el desayuno. Creo que tengo que empezar a preocuparme.

—Emily no es mi ex. Es mi secretaria.

—¿Tienes sueños tórridos con tu secretaria? Muy típico de los hombres.

Se echa a reír a carcajadas.

—Pues la verdad es que me pone más dolor de cabeza que otra cosa. Gracias a Dios no me acuerdo del sueño.

—Ya...

No me cree, pero de verdad que no me acuerdo de nada.

—Oye, ¿y cómo sabes lo de Helena?

—¿Helena?

—Mi ex novia.

—¡Ah! Lily nos dijo que estabas fuera de servicio debido a una ex que te había jodido hace un tiempo. Por lo visto esta noche se te olvidó colgarte el cartel.

Se apoya en la encimera y me sonríe.

—Holly yo...

—No hace falta que me des explicaciones, Henry. Sé lo que ha significado lo de esta noche. Ahora, si quieres repetir algún día, pues bien. Pero si no, tampoco te sientas culpable. Yo no busco relaciones románticas ni nada de eso, al menos no todavía.

—Lily me dijo que estabas separada.

—Sí.

—¿Qué fue lo que te pasó?

Suspira.

—No, espera. Si no quieres contestarme lo entenderé. Siento haberte preguntado.

—No pasa nada.

—Es que no me explico por qué alguien querría dejarte.

—Bonito cumplido, gracias. Pero no fue él el que me dejó. Fui yo. Nos conocimos en la universidad, el primer año. Él era el típico macarra por el que nos dejamos atraer las gilipollas como yo. Y diez años después aún estaba tan ciega de amor que no lo vi venir. Cuando me quise dar cuenta llevaba más de un año tirándose a mi hermana.

Casi me caigo de la banqueta de la impresión.

—No me lo puedo creer.

—Ya, yo tampoco al principio. Jamás pensé que la mojigata de mi hermana llegara a convertirse en una zorra destroza hogares. Tienen razón cuando dicen que las calladitas son las peores.

—¿Seguís teniendo relación? Quiero decir, con tu hermana.

—Oh, sí. Para mí no hay peor castigo que ver cómo sufre ahora cuando me ve. La culpa le va a acompañar siempre, mientras yo voy con la cabeza bien alta. Y a ti, ¿qué te paso? Si no quieres contestarme, también lo entenderé.

—Mi prometida me dejó plantado en el altar.

Se lleva la mano a la boca.

—Lo siento.

—Yo también. Por eso me trasladé a Londres, para olvidar todo aquello.

—Henry, me encantaría seguir charlando contigo, pero tengo que recoger a Alice.

Me mira con pesar.

—Sí, ok.

Me levanto de la banqueta y me sorprende con un abrazo. Su pelo húmedo me hace cosquillas en la nariz. Su champú huele a melocotón. Después se separa, me mira y me da un beso en la mejilla.

—Lo pasé muy bien anoche. Así que, si quieres repetir, ya sabes. Sin compromiso, ¿ok?

—Gracias, Holly.

—No hay de qué.

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