Helena

Helena


Helena

Página 19 de 27

Le hago más de rabiar. Frena el coche y para en el arcén.

—¡¿Qué haces?!

—Quiero mirarte a la cara mientras hago la apuesta. Dime, chica... ¿qué ganas si pierdo?

—Una noche en el karaoke.

—¡De ninguna manera!

—¿Ves? Eres un cobarde.

—Pero qué mala leche tienes, ¿no has tenido bastante con la cancioncita de hoy? Mañana nos esperan lluvias torrenciales en Suecia.

—Y luego soy yo la exagerada...

—¿Y qué gano yo si pierdes?

—No voy a perder.

—Estás muy segura de ello, me estás haciendo trampas.

—¡Yo no hago trampas! ¿Qué quieres que haga si ganas?

—Que duermas los fines de semana en mi casa.

—Pero eso son... ¡todos los fines de semana! Yo no he dicho que te vaya a llevar todos los fines de semana al karaoke.

—¿No estás tan segura de que vas a ganar? ¿Quién es la cobarde ahora, Connors?

Me da un codazo. Mi orgullo me puede y además es imposible que haya menos de cien llamadas. Vas a chupar karaoke pero bien, Lindgren.

—Vale, vale, acepto. Si hay menos de cien llamadas ganas tú, si hay más de cien gano yo.

—¿Y si hay cien justas?

—Yo me quedo con las tres cifras, gano yo.

—Suerte, Connors.

—Tú la vas a necesitar más que yo, Lindgren.

Llegamos al hotel y voy corriendo a la mesilla para coger el teléfono. Miro la pantalla.

—No, no, no, no...no me lo puedo creer.

La carcajada de Alex retumba por toda la habitación.

—¡Noventa y nueve llamadas, Hel! Cuando llegue a Nueva York te iré haciendo un hueco en el armario.

De repente el móvil me vibra en la mano. Miro la pantalla. Mi madre. ¡Salvada por los pelos! Le enseño la pantalla a Alex mientras me echo a reír.

—Creo que te quedas con las ganas amor, más te vale que vayas afinando la voz.

—¡Eso es trampa! ¡Esa llamada no vale! ¡Tramposa!

—Luego hablamos, anda.

Descuelgo el teléfono y lo aparto un poco de la oreja para recibir el primer grito. Pero para mi sorpresa habla en un tono moderado, y no sé qué será peor, si mi madre cabreada o mi madre tan cabreada que ya no le sale ni gritarme.

—Helena, por dios... ¿dónde estás?

—Mama, siento no haberte llamado. Te llamé tres días antes de venirme a Suecia, pero no me cogiste el teléfono.

—¡¿Estás en Suecia?!

Oh, oh...Ahora sí que tengo que despegarme el teléfono de la oreja.

—Sí...

—¡¿Me estás diciendo que has hecho un viaje de casi cuatro mil millas y no me has llamado siquiera para decirme que has llegado bien?!

—Yo...mama...lo siento. Con los nervios del viaje se me olvidó volverte a llamar...

—¡¿Qué se te olvidó llamar?! ¡Helena, que soy tu madre!

—Lo sé, no tengo perdón. Pero igual me perdonas un poquito si te prometo que este verano iré a Kansas una semana...

—Quince días.

—Mama... ¿diez?

—Quince días Helena, me lo debes.

—Vaaaale, quince días.

No sé cómo voy a pasar quince días sin Alex... y encima en la cuna del aburrimiento. Debo de haber puesto pucheros sin darme cuenta porque Alex se acerca con el teléfono en la oreja, mientras discute con su abuela, y me coge de la barbilla para que le mire.

—Si quieres iré contigo. No, no, abuela, se lo decía a Helena.

—¿En serio? ¿Harías eso por mí?

—¿Qué haría por ti?

—Estoy hablando con Alex, mama.

Asiente con la cabeza y sonríe. Después pone los ojos en blanco y me hace un gesto de ahora hablamos cuando termine de discutir con mi abuela.

—¿Helena?

—Sí, mama, sigo aquí. Es que Alex me estaba diciendo que vendrá conmigo a Kansas.

—¡Oh, qué bien! Estoy deseando conocerle.

—Ya me imagino, ya...

—¿Qué? Soy tu madre, ¿no? Tendré que saber con quién andas para arriba y para abajo de viaje.

—Que sí...Bueno, ¿quieres que te cuente lo bien que me lo estoy pasando o nada más que llamas para darme sermones?

—No, cariño, no. Cuéntame.

Me paso media hora contándole los días que llevo aquí y las cosas que he visto. La noto contenta por saber que todo me va bien. Y yo estoy contenta de saber que ella está bien también. Me despido con la promesa de llamarla en cuanto vuelva a Nueva York y ruego por favor que no se me vuelva a olvidar porque me hace quedarme un mes en Kansas.

Me despierto con unos besos pequeños por toda la cara.

—Alex...ahora no...

Una risa infantil. Abro los ojos.

—¡Nora!

Me siento en la cama y se tira a mis brazos. Yo la abrazo con fuerza y me la como a besos. No para de reír con esa risa cantarina que tiene.

—¡Hola, Helena!

—¿Qué haces tú aquí?

Miro a Alex que nos observa apoyado en la mesa de la habitación.

—Mi tía la trajo hace diez minutos. Me preguntó si queríamos que pasara el día con nosotros y bueno, supuse que te gustaría.

—¿Pasar el día con esta bruja? ¡Ni hablar!

La tumbo encima de la cama y le hago cosquillas. Se ríe a carcajadas mientras se retuerce para escaparse.

—¿Quieres ver el regalo que te traje de Luleå?

—¿Me trajiste un regalo?

Le brillan los ojos como a mí el día de Navidad.

—Pues claro que te traje un regalo. Bueno, son dos...

—¡Si, por favor!

Empieza a saltar en la cama dando palmas. Me levanto y cojo la bolsa de los regalos. Me deja asombrada cuando los abre intentando no romper el papel. Vaya, viene de familia entonces. Está tan entusiasmada que quiere estrenar ya el vestido.

—Nora, es un vestido de verano. Hace doce grados en la calle...

—Pues me pongo un jersey debajo.

—¡Ni hablar! Luego si te pones enferma tu madre me echará las culpas a mí.

—Helena... por favor, convéncele.

No me puedo creer que en tan poco tiempo la pequeña ya me tenga a sus pies. Alex tiene razón, hace demasiado frío para ese vestido. Pero me pone esos ojitos...que igual con unos leotardos y un jersey de lana, podemos arreglarlo. Somos dos contra uno, así que al final Alex se da por vencido.

—Si se pone mala, te las ves tú con mi tía, Hel. Ahí donde la ves no veas la mala leche que se gasta.

—Vamos, no será para tanto. ¿A qué no, Nora?

—Bueno... mama cuando se enfada... ¡se enfada! Pero no te preocupes, yo le diré que no has sido tú.

—¿Le vas a decir que ha sido idea mía?

Alex la mira con el ceño fruncido.

—Sí.

Se echa a reír y le saca la lengua.

—¡Serás bruja! ¡Ven aquí! Y me vas a explicar ahora mismo qué es eso de enseñarle a Helena piropos en sueco.

Corre detrás de ella mientras la niña se parte de risa. Yo los miro y el corazón comienza a latirme con fuerza. Y sin darme cuenta aún, le entrego un pedazo de él a Nora. Para siempre.

* * *

Y así pasamos el día con la pequeña. Paseamos por Estocolmo mientras Alex me va enseñando algunos de los lugares más turísticos de la ciudad. Bueno, nosotros paseamos mientras Nora va colgada como un mono del brazo de su tío Alex. La niña lo quiere con locura y yo me muero de amor cada vez que la coge en brazos y juega con ella. ¿Qué me está pasando?

—Que estás enamorada de él hasta las trancas, Helena. Pero una parte de ti todavía se resiste, ¿por qué? No se lo merece.

—No lo sé, no sé por qué...

Quedamos con Eija cerca de su trabajo a la hora de comer.

—¿Qué tal te estás portando con Helena, Nora?

—Bien, mama. ¿A qué si, Helena?

Como está sentada a mi lado me abraza por la cintura y me mira con una sonrisa tan grande como sus ojos. Me echo a reír.

—Sí, se está portando bastante bien.

Eija mira a Alex y él hace un gesto negativo con la cabeza. ¿Qué pasa aquí? Espero que luego me lo cuente...

—Helena, traje a casa de la abuela unas diademas para disfrazarnos. ¿Irás mañana?

—¡Claro! Me encanta disfrazarme.

—Mentirosa...

—¿No te dije que te volvieras a Nueva York?

Por la tarde Alex nos lleva al Bergianska trädgården, el jardín botánico de Estocolmo. Nora corre por los jardines mientras Alex y yo paseamos cogidos de la mano. Me arrimo un poco a él porque están bajando las temperaturas y creo que debería haberme puesto algo más de abrigo que esta cazadorita de cuero. Muy mona sí, pero poco práctica. Alex me mira y sonríe.

—Tienes frío, ¿eh? Ven aquí, anda.

Me pasa el brazo por los hombros y me estrecha contra su cuerpo. Noto como su calor traspasa mi ropa y me recorre el cuerpo quitándome el frío. ¿Por qué siempre está que arde?

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Me mira sorprendido, le parecerá raro que le pida permiso.

—Dispara.

—¿Cuántos años tiene Eija?

—Es joven, ¿eh?

—Pues bastante, parece tu hermana en vez de tu tía.

Me tapo la boca con la mano. Desde luego qué bocazas soy a veces.

—Lo siento, no quería decirlo de ese modo.

—No pasa nada, cariño. Mi abuela tuvo a mi padre muy joven. Luego los otros vinieron mucho más tarde. Tan tarde que Eija nació solo un año antes que yo.

—Vaya... entonces os habréis llevado bien desde pequeños.

—Sí, bueno, Aina, Eija y yo éramos una especie de tres mosqueteros. Andábamos todo el día juntos corriendo por ahí.

No puedo evitar ponerme rígida cuando oigo ese nombre. Alex lo nota y se para. Me coge de los hombros.

—No quiero que pienses nada raro de Aina, ni siquiera que se te pase por la cabeza, ¿vale?

—Yo... lo siento. No he podido evitarlo.

Me abraza y le aprieto con fuerza. Esta es la mía.

—Oye, ¿pasaba algo en la comida?

Se retira y me mira interrogante.

—¿Por qué lo preguntas?

—No sé, puede que sean imaginaciones mías, pero me ha parecido que manteníais una especie de diálogo mental entre Eija y tú.

Vuelve a echarme el brazo por los hombros y me da un empujoncito para que eche a andar.

—No, no es nada Hel.

Respuesta incorrecta vikingo...

* * *

Y como lo prometido es deuda, al día siguiente vamos a casa de sus abuelos a pasar la tarde con Nora jugando a los disfraces. Saco todo mi arsenal de maquillaje y ella se vuelve loca.

—¡Oh, cuántas cosas! ¿Me dejas que te pinte yo?

—¡Claro!

Me siento en el suelo con las piernas cruzadas y cierro los ojos. Noto como me pasa la brocha y me hace cosquillas, yo muevo la nariz y se echa a reír.

—¡No te muevas o quedarás mal!

—Vaaaale. No me muevo.

Me quedo quieta y continúa deslizando sus dedos por mis párpados, supongo que me estará echando alguna sombra de ojos. Por dios, que no sea la azul...

—Mmmm...Nora, estás dejando a Helena muy guapa.

Abro un ojo y veo a Alex entrar por la puerta aguantándose la risa.

—¡Cállate, cromañón!

Nora me mira con la cabeza de lado.

—¿Qué es un croma...? Bueno, eso que has dicho.

—Voy a matar a mi hermana cuando volvamos... Anda, a ver cómo se lo explicas.

Alex se apoya en la mesa y se cruza de brazos.

—Pues un cromañón es un hombre prehistórico, de las cavernas. Vamos, alguien como tu tío Alex.

Se tapa la boca y suelta una risita.

—Mi madre dice que mi tío es un vikingo.

—Bueno, eso también.

Nos echamos a reír las dos.

—Reíros, reíros... pero no soy yo el que lleva puesto esa sombra azul horrorosa.

Oh, no... mira que tengo mala suerte.

—Nora cariño, no le hagas caso. A mi seguro que me gusta.

Cuando termina no me deja que me mire en el espejo. Quiere que la maquille yo a ella antes.

Media hora después estoy delante del espejo, no sé si reír o llorar. Soy una mezcla entre un tigre y... ¿Lady Gaga?

—Toma Helena, te faltan las orejitas.

Sí, me faltaban las orejitas, claro... Me pasa la diadema y me la pongo. Y de repente me entra la risa. La verdad es que no me importa el aspecto que tengo ahora mismo, lo que de verdad me importa es lo feliz que me he sentido volviendo a ser una niña como ella.

—¿Te gusta?

—Sí, Nora. ¡Me encanta!

Le doy un beso en la punta de la nariz, que tiene pintada de negro con unos bigotes de gato en las mejillas.

—¡Vas a mancharte!

—No importa, quería darte ese beso.

Le guiño un ojo.

—¡Quiero que nos hagamos una foto!

—¿En serio?

Asiente con entusiasmo.

—¡Ve a por la cámara entonces!

—¡Abuelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Echa a correr gritando por el pasillo. Unos brazos me rodean la cintura y Alex me apoya en su pecho duro como el mármol. Se acerca a mi oído y me dan escalofríos.

—Gracias, Hel.

—¿Por qué me das las gracias ahora tú? ¿No decías que no te gusta que te las de yo?

—Por portarte tan bien con Nora.

—¿Y cómo esperabas que me portara?

Le miro por encima del hombro curiosa.

—No sabía si te gustaban los niños.

—Bueno, mi experiencia con ellos es nula. Nunca he tenido uno.

—¿Y qué tal tu primera experiencia?

—Es difícil no querer a Nora, Alex. Es tan alegre, su risita... A veces me recuerda a mí antes de que mi padre... se fuera.

En ese momento vuelve corriendo por el pasillo con la cámara de la mano. Alex me da un beso en la mejilla y me suelta. Le coge la cámara a Nora y nos dice como colocarnos. Sonrío a la cámara.

—¡Esta foto la enmarco!

—Ni se te ocurra, Lindgren...

Lo digo con los dientes apretados mientras sonrío y en la foto salgo horrorosa. Así que la repetimos porque creo que a Alex se lo puedo impedir, pero seguro que Nora la pondrá en su habitación.

Después de cenar Nora y Eija se van a su casa. La niña no deja de protestar, pero Alex le promete que al día siguiente bajaremos a la playa y se va sin rechistar.

—¿Estás seguro, Alex? No quiero estropearos las vacaciones teniendo que llevar a Nora a todos los sitios.

—Helena está encantada con ella, no te preocupes Eija.

—¿Estropearnos las vacaciones? No, no, Eija. No hay nada que me apetezca más que pasar el día con ella.

—Vaya, gracias.

Alex se cruza de brazos.

—Vamos, Alex. En Nueva York ya me tienes para ti solo.

—En Nueva York, la mayor parte del tiempo, te comparto con Sylvia.

Eija se echa a reír a carcajadas.

—No has cambiado nada, sobrino...

—No le hagas caso, Eija. Está exagerando.

—Sí, lo hace la mayor parte del tiempo.

—Bueno, ¿vais a dejar de meteros conmigo?

Eija resopla y lo abraza.

—Anda, ven aquí. Si sabes que eres mi sobrino favorito.

—¡Si soy el único que tienes!

—Y al paso que va Olsen, seguirás siéndolo. Mañana os dejo a Nora en el hotel antes de irme a trabajar, ¿ok?

Ayudo a Karin a recoger en la cocina. Tararea una canción mientras seca los platos y yo sonrío. Tiene una voz muy bonita. Sin darme cuenta me apoyo en la mesa y me quedo quieta escuchándola. Ahora canta un poco más alto y distingo la letra de la canción, aunque no puedo entenderla porque canta en sueco. Se da cuenta de que me he quedado parada y se calla.

—Oh, lo siento Karin.

Me sonrojo. No pretendía incomodarla.

—Canto horrible, ¿verdad?

Se echa a reír.

—No, no. Tienes una voz preciosa, de verdad. Por eso me quedé parada a escucharte, ni siquiera me había dado cuenta. Yo sí que canto fatal, o por lo menos es lo que dice Alex.

Se acerca a mí sonriendo.

—No le hagas mucho caso, hay veces que dice esas cosas para fastidiar a la gente. Pero viendo lo enamorado que está de ti, aunque tuvieras una voz horrible, seguro que él piensa que cantas como los ángeles. Aunque no quiera admitirlo. Los hombres son así.

Se ríe.

—Sí, y luego dicen que somos nosotras las complicadas...

Resoplo.

—Helena, ¿puedo decirte algo?

—Claro.

—Creo que no le había visto mirar a nadie de la forma en que te mira a ti. Ni siquiera con Aina tenía esa ilusión en la mirada. Y por alguna extraña razón, sé que tú no le harás daño, sé que le harás feliz porque nunca le había visto así, Helena.

—Yo...también soy muy feliz con él.

—Anda, ve a llamarle que me tiene que echar una mano con el fregadero. Creo que hay algo atascado y Johann es capaz de romperme una tubería. Ese hombre es un desastre con las herramientas.

Me acerco al salón riéndome y le digo a Alex que vaya a la cocina a ayudar a Karin. Voy a seguirlo cuando Johann me agarra del brazo.

—Helena, ¿te importa quedarte aquí conmigo, min skatt?

—No, claro que no.

—Ven, siéntate aquí en el sofá.

Me acerco y me siento a su lado.

—¿Qué significa eso que me has dicho? ¿Min...?

—Min skatt. Mi tesoro.

—Bueno voy aprendiendo algo. Cuando vuelva a Nueva York pienso apuntarme a un curso intensivo de sueco.

Se echa a reír.

—Lo digo en serio. Me pone bastante nerviosa ir a los sitios y no entender nada. Si llego a saberlo en la universidad hubiera escogido sueco en vez de francés.

—Eso nunca se sabe, skatt. Seguro que si hubieras escogido el sueco te habrías echado un novio francés.

Me río a carcajadas.

—Con la suerte que tengo yo, seguro.

Le oigo que coge aire y lo suelta despacio.

—Helena...

—¿Ocurre algo Johann?

—¿Te ha contado Alex ya lo de Aina?

El pánico se apodera de mí y empiezan a temblarme las manos. Las pongo en las rodillas y aprieto para calmarme.

—No.

Me coge de la mano al verme tan nerviosa.

—Hace años, mi hijo conoció a una irlandesa muy guapa que había viajado con sus padres a Estocolmo. Venían de Los Angeles por negocios y se quedaban un mes aquí. Se volvió tan loco por ella que, cuando Breanna volvió a Los Angeles, mi hijo solo tardó dos meses en hacer la maleta y trasladarse allí, sin nada más que un título universitario y apenas experiencia en el mundo. Breanna amaba Suecia, así que siguieron viniendo muy a menudo por aquí, hasta que consiguieron crear un bufete propio y las visitas se fueron espaciando. Cuando Alexander y Danielle nacieron, volvieron a venir más a menudo y las vacaciones de verano las pasaban aquí. Y en una de esas vacaciones fue en la que Alex conoció a Aina. Debían de tener unos 7 u 8 años.

—¿Solo?

—Sí, eran unos críos. Aina venía de un pueblo al norte, sus padres se habían divorciado y ella se vino con su madre a vivir a Sodërmalm. Comenzó a ir al colegio con Eija y pronto se hicieron inseparables. Cuando Alex vino ese verano, se unió a ellas y comenzamos a llamarles los tres mosqueteros. El único rato en el que no estaban juntos era cuando estaban durmiendo.

—¿Y Danny?

—Bueno, a Danielle en realidad nunca le gustó Aina. Siempre he creído que mi nieta tiene un sexto sentido para las personas, como su abuela. Pero jamás dijo nada sobre ella. Se limitaba a quedarse en casa con Karin y no les hacía caso.

Pienso en la vez que Danielle me dijo que sabía que era yo era buena y no sabía por qué. Así que es herencia de familia...

—Todos los veranos que siguieron a ese fueron prácticamente iguales. Si se enfadaban, enseguida hacían las paces. Si alguno se ponía enfermo, los otros dos lo acompañaban. Así pasaron todos juntos por varicelas, sarampión...

Me sonríe con tristeza. Presiento que esta historia no va a tener un final feliz.

—Al principio Alex no tenía ningún tipo de interés en ella, más que el de la amistad. Hasta que Aina empezó el instituto y los chicos empezaron a fijarse en ella. Aquellos veranos de después dejaron de salir juntos. Aina y Eija quedaban con chicos y no querían que Alex fuera con ellas. Así que tuvo que quedarse más a menudo en casa con Danielle, y se pasaba el día de mal humor. Nosotros pensábamos que era porque las chicas no le incluían en sus planes, pero en realidad era que se había enamorado de Aina y no soportaba verla salir con otros. Eija nunca le contaba nada de lo que hacían juntas y eso lo cabreaba más. Cuando Alex empezó la universidad pegó un gran cambio, dejó de ser el chico de andares desgarbados que era y pasó a ser...bueno, como es ahora.

Me guiña un ojo.

—No se me olvidará ese verano en el que entró por la puerta cargando las cuatro maletas que traían Danielle y él. Los brazos delgaduchos que siempre había tenido se habían transformado en los brazos de todo un vikingo.

Puedo imaginarme la escena y me echo a reír con la comparación. Mi vikingo...

—Creo que hasta su tía Eija se enamoró de él. Y por supuesto, Aina. Aunque si te soy sincero ya no sé si fue enamoramiento o capricho, porque Aina se convirtió con el tiempo en una chica malcriada, que a base de chantaje conseguía todo lo que quería. Y Alex era demasiado bueno para verlo venir. Ese verano volvieron a hacerse inseparables y comenzaron una relación. Al principio solo se veían en verano, el resto del año se lo pasaban al teléfono o escribiéndose cartas. Tres años después, Alex tuvo una bronca muy fuerte con su padre porque quería abandonar los estudios para venirse a vivir aquí con ella.

Por suerte Aina se opuso también, es lo único que tengo que agradecerle. Porque ella ya tenía otros planes desde hacía tiempo. Cuando Alex acabó la carrera, Aina cogió las maletas y se mudó con él sin pensárselo. Mi hijo le ofreció un trabajo en el bufete como secretaria para ayudar a Breanna y no lo quiso. Aina lo que quería era ser actriz. ¿Cómo iba ella a aceptar un trabajo de secretaria habiendo tantas oportunidades en Los Ángeles? O eso era lo que ella creía, al menos. Los dos primeros años les fue bien. Ella cayó en gracia en una agencia y solían llamarla para pequeños papeles de extra y algunos anuncios. Pero no se había mudado a Los Ángeles para papeles pequeños y al final se metió en un mundo que se la vino muy grande.

Le miro con los ojos como platos.

—Empezó a tomar drogas, Helena. Iba a fiestas y volvía a casa borracha como una cuba, mientras Alex la esperaba despierto toda la noche. No le dejaba acompañarla, así que no quiero imaginar a qué tipo de fiestas iba. Pero Alex se empeñaba en ayudarla, él tenía la esperanza de que algún día abriera los ojos y se diera cuenta de las cosas. Pero lo único que hizo fue cerrarlos un día para no volverlos a abrir.

Las lágrimas comienzan a derramarse por el borde de mis párpados.

—¿Qué...?

Apenas me sale la voz.

—Murió de sobredosis, Helena. Alex la encontró al volver una tarde del trabajo.

Me llevo las manos a la boca horrorizada. Y se me escapa un grito ahogado.

—Triste, ¿verdad?

—Oh, dios mío. No puedo imaginar algo peor, eso es...es...

—No llores, min skatt. Pensábamos que no se recuperaría de aquello, pero gracias a ti vuelve a haber luz en sus ojos.

Me sonríe y me limpia las lágrimas.

—Por eso querías que me fuera con Karin.

Alex está apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. No le hemos oído llegar, así que no sé cuánto ha podido escuchar, pero a juzgar por su cara de cabreo ha oído lo suficiente.

—Alex, no te enfades. Yo le pregunté...

—No, Helena. No hagas eso. Te lo he contado yo porque creo que él estaba siendo demasiado cobarde para contártelo, y merecías una explicación. No me gusta andar con secretos en esta casa.

Johann también está enfadado.

—Helena, mañana te buscaré un vuelo de vuelta a Nueva York.

—Pero, ¿por qué?

Le miro asustada. Yo no quiero irme, y menos ahora que sé lo mal que tuvo que pasarlo. Solo quiero estrecharle entre mis brazos y darle consuelo.

—¿No quieres irte después de lo que has oído?

Se le escapa una risa irónica.

—No, claro que no Alex. Yo solo...

No me deja terminar.

—Pero si me dejas porque tengo una hija, quiero que sepas que...

Ahora soy yo la que no lo dejo terminar. Me acaban de sacar todo el aire de los pulmones y apenas puedo hablar pero cojo aire con fuerza.

—¡¿Qué?! Tú... tú... ¿tienes una hija?

Alex mira a Johann y se echa las manos a la cabeza.

—No se lo has dicho...

—No, claro que no se lo he dicho. Tenías que ser tú el que se lo dijera, hijo. Y no así, maldita sea. Lo siento, Helena.

Me coge de la mano y me aprieta dándome consuelo. Siento un nudo en el estómago que casi no me deja respirar.

—Estas no son cosas para hablarlas aquí. Vámonos, Helena.

Miro a Johann y asiente con la cabeza.

—Ve con él.

Me coge de la mano y me lleva hacia la puerta. Coge el abrigo del perchero y me lo pone.

—¿No... nos despedimos de Karin?

—Ella entenderá por qué nos marchamos así, también ha sido cómplice de esto.

Obviamente sigue cabreado.

Hacemos todo el viaje hasta el hotel en silencio. En la habitación se pasea nervioso mientras se aprieta el puente de la nariz. Yo me siento en la cama y espero. Pero parece que no va a soltarlo nunca.

—Vamos Hel, un poco de ayuda. Quiere contártelo y no sabe cómo.

—¿Y qué hago? No sé ni qué decir.

—Empieza con un por qué.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

Se para y me mira. Se acerca y se sienta a mi lado en la cama.

—Tenía miedo de perderte, Hel.

—Pero, ¿por qué? Yo... no entiendo nada. ¿Crees que iba a dejarte porque tuvieras una hija?

—No serías la primera. Y las circunstancias son un poco... especiales. Yo no sabía cómo te lo ibas a tomar. Estaba asustado porque te quiero demasiado como para perderte.

Me está rompiendo el corazón. No podría quererle más en este momento como lo quiero. Es tan vulnerable que podría romperse con una palabra mal dicha, y desde luego no quiero que pase eso.

—¿Quién es la niña? ¿Dónde está? Oh, dios. Tengo tantas preguntas en la cabeza ahora mismo...

—¿Te estoy haciendo daño? Porque yo no quería que esto pasara.

—No, cariño. Solo... dime, ¿quién es la madre?

—Su madre está muerta.

La respuesta me golpea tan fuerte que me deja sin aliento.

—¿Era... era...?

—Sí, era ella.

—Pero tu abuelo no me dijo nada de un embarazo.

—Ya le oíste, quería que te lo contara yo. Y creo que es justo.

—¿Pero cuando...?

—La niña nació antes de que se metiera en eso, si es a lo que te refieres. Muchas veces pienso que se metió en ese mundo porque para ella fue un castigo. No quería responsabilidades, ¿sabes? Solo le importaba su jodida carrera de actriz. Quiso quitársela de encima pero yo se lo impedí. Era mi hija, ¡maldita sea!

Se apoya en las rodillas y rompe a llorar. Le rodeo con los brazos y le aprieto contra mí.

—Lo siento mucho, cariño. Tuvo que ser horrible.

Se separa de mí para mirarme a la cara.

—Sí, lo fue. Pero ahora ya no me importa todo eso. Estar contigo me ha hecho olvidar todo aquello y querer ser feliz otra vez.

Le limpio las lágrimas y le doy un beso en los labios.

—Y... ¿la niña?

—La di en adopción.

—Dios mío... después de luchar por ella, ¿la dejaste ir? ¿Y no has vuelto a verla?

—Claro que la veo, siempre que vengo a Suecia estoy con ella. La dejé ir en unas circunstancias muy especiales, Helena. Créeme que si no hubiera sido así, ella estaría conmigo.

—Pues entonces te estoy fastidiando los planes de verla esta vez...

—No, claro que no, Hel. ¿Me prometes que pase lo que pase estarás conmigo?

—Siempre.

Se acerca a mí y me besa, con fuerza y desesperación. Se aferra a mí como un barco a la deriva y yo no quiero soltarle, nunca. Cuando termina, me mira y me sonríe.

—Mi tía Eija adoptó a esa niña. Nora es mi hija.

Si me pinchan, no sangro. Tengo que agarrarme al borde de la cama para no caerme. Ahora lo entiendo todo. El gesto de Eija en la comida, seguro que preguntando si yo ya lo sabía. Ahora me doy cuenta del parecido de Nora con Alex, los gestos que hacen exactamente iguales. Y el amor que se tienen el uno por el otro.

—Ella... ¿no lo sabe?

—No, no lo sabe. Eija quiere decírselo pero no toda la familia está de acuerdo. Y yo, sinceramente, no sé qué será lo mejor para ella. Lleva toda la vida pensando que Eija es su madre y ha crecido sin un padre sin problemas. No sé hasta qué punto estaría bien contárselo. ¿Entiendes ahora por qué no te había dicho nada?

Casi no pego ojo en toda la noche tratando de asimilar la historia. Doy vueltas y vueltas en la cama. Necesito un café pero no tengo donde ir a buscarlo. De vez en cuando se me escapan unas lágrimas al volver a recordar la historia que me ha contado Johann. Cuando pienso en Nora y en su madre que no quería tenerla... Tengo que levantarme al baño para no despertar a Alex con los sollozos. Vuelvo a la cama y no consigo dormirme. Siento la mano de Alex que acaricia mi brazo.

—¿Qué te pasa, mi amor?

—Nada Alex, duérmete.

Sigo dándole la espalda, no quiero que vea que he estado llorando. Me coge por la cintura y se encaja en mi cuerpo. Me da un beso en el cuello y yo me aparto. Noto como da un respingo y quiero gritar. No quiero hacerle esto, pero ahora mismo no sé ni cómo me siento. Me suelta y se da la vuelta, dándome a mí la espalda. Siento un dolor agudo en el pecho. Me duele el corazón por él, porque no se merece lo que le pasó y tampoco se merece como me acabo de portar yo ahora mismo. Y por eso, cuando siento que se ha dormido, vuelvo al baño y lloro con todas mis ganas.

—Helena, despierta. Eija me ha llamado y ya trae a Nora para acá.

Apenas puedo abrir los ojos, los tengo hinchados. Alex se está vistiendo y me da la espalda. ¿Soy yo o su voz ha sonado demasiado fría?

—Cariño...

Sigue vistiéndose y no se da la vuelta, ni siquiera me responde.

—¿Alex?

Se endereza y coge aire con fuerza antes de darse la vuelta. Me mira serio.

—¿Qué te pasa en los ojos?

Me los froto e intento no darle importancia.

—Nada, es solo que anoche no dormí mucho. Quería pedirte perdón por...

—¿Estuviste llorando?

Me lo dice con indiferencia y me duele en el alma. Aunque supongo que me lo merezco después de lo de anoche. Me levanto sin contestarle y voy hacia el baño, pero me agarra del brazo.

—Dime, Helena. ¿Estuviste llorando?

—¿Y qué más te da?

Me suelto del brazo y me meto en el baño dando un portazo. Echo el pestillo. Me siento en la taza del váter e intento no volver a llorar. El manillar de la puerta comienza a moverse, primero despacio y luego más fuerte.

—Helena, abre la puerta.

—¡No! ¡Déjame en paz!

—¡Abre la puerta o la tiro abajo!

—¡He dicho que me dejes en paz!

—¿Vas a dejarme? ¿Es por eso por lo que llevas llorando toda la noche? ¡Vamos, dímelo! ¿Quieres que te lo ponga fácil, Helena? ¿Quieres que me vaya?

Da un puñetazo en la puerta y me levanto de golpe a abrirla porque es capaz de tirarla abajo al final.

—¡No! ¡No voy a dejarte, gilipollas!

Abro la puerta y no me espero encontrarle con la cara empapada de lágrimas.

—No voy a dejarte. Solo estaba tratando de pedirte perdón.

Le cojo la cara entre mis manos y me pongo de puntillas para besarle. Él me rodea con sus brazos y me estrecha con fuerza contra su cuerpo. Le limpio las lágrimas y le sonrío.

—Perdóname por lo de anoche. Demasiadas emociones en un solo día y estaba confusa, eso es todo. Pero te quiero, vikingo. Eso no ha cambiado.

Me coge de la nuca y me aprieta con fuerza contra su boca. En ese momento suenan unos toques en la puerta. Alex me suelta y me mira con esos ojos azules tan llenos de amor.

—Ve a lavarte la cara, anda. O Nora va a pensar que he estado jugando contigo a boxeo esta noche.

Me echo a reír mientras me meto en el baño.

Oigo como abre la puerta y Nora entra como un terremoto.

—¡¡Helena!!

—Helena esta en el baño, liten häxa.[22]

Me lavo la cara con agua bien fría y mientras me estoy secando con la toalla siento unos brazos alrededor de mis piernas.

—¡Hola, Hel!

—Buenos días, cariño.

Me agacho para darle un beso y se engancha de mi cuello para que la coja en brazos. Ella me da un sonoro beso en la mejilla.

—¿Qué te ha pasado en los ojos? Los tienes hinchados.

Me coge la cara con sus manitas y ladea la cabeza como hace cuando siente curiosidad.

—Nada, solo que ayer no pude dormir muy bien.

—¿Tenías pesadillas? Yo a veces sueño con un monstruo muy feo que sale del armario.

—¿Ah, sí? ¿Pues sabes cuál es el truco para quitarse de encima a los monstruos feos del armario, de debajo de la cama, de detrás de la puerta y los demás?

—¡No, dímelo!

—Pegarles un buen bofetón en la cara cuando los tengas cerca.

Se pone las manos en la boca y suelta una risita. La adoro cuando hace ese gesto tan de niña. Pongo mi cara seria para que se crea de verdad lo que estoy diciendo y no vuelva a temer a las pesadillas.

—Lo digo en serio, un buen bofetón y no volverán más.

—¿Anoche le diste tú un bofetón al monstruo?

—Oh, no. Yo ya hace tiempo que los abofeteé a todos y ya no me visitan en sueños.

—Entonces, ¿por qué no dormiste bien? ¿El tío Alex roncaba muy alto?

Rompo a reír a carcajadas.

—No, según el tío Alex, la que ronco soy yo.

—Y es verdad.

Alex entra y coge el frasco de colonia. Se perfuma y sale guiñándome un ojo.

—¿Quieres que te cuente un secreto?

—¡Sí, sí!

Acerca su oreja a mi boca. Yo le susurro.

—No puedo dormir bien porque echo de menos mi almohada.

Abre los ojos como platos y frunce el ceño.

—Sí quieres te presto la mía. Yo puedo dormir sin ella.

Le acaricio el pelo y la estrecho contra mí.

—Sé qué harías eso por mí, pero no hace falta. Seguro que hoy ya duermo mejor. La brisa de la playa me ayudará a dormir.

Cierro los ojos y la sostengo así un rato. Noto su corazón latiendo un poco más rápido que el mío. Sonrío pensando en cómo, sin querer, Nora ha entrado en mi vida, y en mi corazón.

—No podremos bañarnos en la playa ahora porque hace frío, pero el tío Alex me ha dicho que podemos hacer castillos en la arena si el día está templado.

Me mira emocionada.

—¿Castillos en la arena? Pero yo no sé hacerlos...

Le pongo un puchero.

—¡No te preocupes! ¡Yo te enseño!

—¡Bieeeeeeeeeen!

Doy vueltas con ella en brazos mientras se ríe a carcajadas. Y en una de esas vueltas veo a Alex que nos observa desde la puerta del baño. Me sonríe. Yo me paro y le sonrío también. Sus labios se abren. Te quiero, Hel. Después los míos. Y yo también, Alex.

Estamos solos en la playa a pesar de que no hace tanto frío, pero Alex dice que la gente no suele bajar si no hace calor. Una pena porque la playa, aunque es pequeña, es bastante bonita. Nora me agarra de la mano y echa a correr para que la siga. Me lleva hasta la orilla.

—Mira, toca el agua.

Me agacho con cuidado para no mojarme los pies y un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando mis dedos rozan el agua.

—¡Está helada!

Risitas infantiles. Vuelve a cogerme de la mano y me lleva de vuelta a la arena. Se sienta y tira de mí para que haga lo mismo. Me enseña a hacer castillos de arena, aunque yo ya sé hacerlos. Pero me gusta que ella hable sin parar y me coja de las manos para guiarme.

—Nora, me parece que este viaje estás pasando bastante de tu tío Alex...

—Oh, vamos. ¡No seas infantil! Ven aquí a sentarte con nosotras, no pasa nada porque te manches un poco las manos y la ropa.

Risita infantil otra vez. Alex se sienta entre Nora y yo. Y ella se lanza encima de él tirándolo a la arena de espaldas.

—¡A ti también te quiero, tío Alex!

¿A ti también te quiero? ¿Eso quiere decir que a mí me quiere?

—¡Nora, voy a llenarme de arena!

—Qué quejica eres...

Se incorpora con la niña en brazos.

—¿Qué has dicho?

—Que eres un quejica.

—¿Quejica yo?

Coge un puñado de arena y me lo tira a la cabeza. Yo abro la boca de par en par por la sorpresa.

—¿Me acabas de tirar un puñado de arena, Lindgren?

—Sí.

—Nora, aparta.

La niña se baja del regazo de su tío y se coloca a un lado mirándome mientras se aguanta la risa.

—¿Qué vas a hacer, Hel? Solo era una broma.

Alex se va echando para atrás en la arena poco a poco. Y me mira con los ojos entrecerrados.

—¡Esto es la guerra, Lindgren!

Cojo impulso y me lanzo encima de él tirándolo para atrás otra vez. Intenta agarrarme las muñecas pero yo soy más rápida y me da tiempo a coger un puñado de arena y restregárselo bien por la cabeza. Me agarra por la cintura y consigue volcarme y ponerse encima de mí. Me sujeta de las muñecas y las pone por encima de mi cabeza.

—¿Ahora qué?

—Ahora nada.

Acerca su cara a la mía y nuestros labios se rozan.

—¿Te rindes?

—¡Jamás!

Le doy un mordisco fuerte en el labio de abajo y me suelta las muñecas. Yo aprovecho para incorporarme y volver a tumbarle debajo de mí. Me coge de la nuca y me acerca el oído a su boca para susurrarme.

—No sabes cómo me estás poniendo con este tira y afloja...

—¡Alex!

Me levanto de golpe y miro a Nora. Pero la pequeña está partiéndose de risa y parece que no ha oído nada.

—¡Helena te ha ganado!

—Sí, cariño. Helena me ganó hace tiempo.

Muevo la cabeza y sonrío. Sabe como desarmarme con una frase.

* * *

A mediodía Alex trae una manta del coche y unas bolsas, y almorzamos en la playa manchados de arena hasta las cejas. Después me coge de la mano y tira de mí para sentarme entre sus piernas y yo cojo a Nora y la pongo entre las mías. Nos abraza a las dos.

—¿Queréis que juguemos a algo?

—¡Sí, sí!

Nora se remueve para mirarle.

—Vamos a jugar a los cuentacuentos. Yo empiezo un cuento, después sigue Helena y terminas tú, Nora. ¿Os parece bien?

Nora aplaude y asiente con la cabeza.

—Había una vez un príncipe muy guapo. ¿Qué digo guapo? Guapíiiiisimo. Todas las princesas de los reinos de alrededor estaban locas por él. Se llamaba Alexander.

—¡Venga ya!

Me echo a reír a carcajadas.

—¿Qué?

—Pero el príncipe Alexander era tan vanidoso que solo estaba enamorado de su reflejo en el espejo.

—¡Eh! No te he dicho que continúes.

Nora empieza a reírse también.

—¿Puedo seguir yo ya, príncipe Alexander?

—No, aún no he terminado mi parte. Todas las princesas de los reinos de alrededor estaban enamoradas de él, pero él solo tenía ojos para la chica que venía todos los días a traer el pan al castillo, Helena.

—¡¿Cómo dices?! ¡¿Tú eres el príncipe y yo una panadera?! ¿Pero qué cuento es este?

Nora ya se ríe a carcajadas y a Alex comienza a entrarle la risa también.

—¿Puedo seguir?

—Sigue, sigue. Pero más te vale que me guste el cuento...

—El príncipe Alex la observaba llegar todos los días al castillo desde su ventana. Y ella siempre lo miraba y le sonreía.

—Un momento... ¡de eso nada! Así, ¿sin más? ¿Ya le sonreía como una tonta?

—Deja de interrumpir que ya hablarás cuando te toque a ti. Bueno, pues el príncipe Alex cada día estaba más enamorado de ella, pero sabía que sus padres se opondrían a una boda como esa. Él tenía que casarse con una princesa de sangre azul....sigue tú, Helena.

Me aclaro la garganta y cojo carrerilla.

—Así que como la panadera no tenía nada que hacer con el príncipe, y además él se creía muy guapo y en realidad no era para tanto, un día decidió salir a cenar con el hijo del herrero, que tenía unos músculos de acero y estaba mucho más bueno.

—¡Helena!

—¿Qué?

—No me gusta como sigue el cuento.

—Pues te aguantas, a mí tampoco me gusta ser la panadera.

Nora no hace más que pegar carcajadas y yo apenas puedo aguantarme la risa.

—Cambia eso ahora mismo.

—Helena acudió a la cita con sus mejores galas...dentro de lo que una panadera de reino se podía permitir, claro... Pero eso sí, la ropa interior de Bloomingdale’s...

Me tapa la boca con la mano y yo se la quito. Alex se tapa los oídos y yo ya rompo a reír hasta que se me saltan las lágrimas.

—Me niego a seguir escuchando el cuento. Y Nora también.

Ir a la siguiente página

Report Page