Helena

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Helena

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—¡No, yo quiero seguir escuchándolo! ¡Es muy divertido! ¿Qué es Bloomingdale’s?

—Genial...

Alex pone los ojos en blanco.

—Es una tienda Nora, la próxima vez que vuelva te traeré algo de allí.

—¿Ropa interior?

Alex se deja caer para atrás en la arena.

—Oh, no... eres una mala influencia...

—No le hagas caso, te traeré unas cuantas braguitas de Disney, ¿ok?

—¡Siiiii! ¡Mis preferidas!

Me doy la vuelta y me mira con ojos asesinos, me entra la risa otra vez.

—Y tú, qué mal perder tienes...

Se incorpora, me rodea la cintura con los brazos y me aprieta contra él. Su erección me roza el trasero y no puedo evitar girarme y mirarle con los ojos como platos. ¿Qué es esto? Pregunto moviendo solo los labios. Ropa interior de Bloomingdale’s, ¿eh?... Me responde moviendo los suyos.

—Nora sigue tú.

O lo mato.

—Nora, a ver cómo terminas el cuento que te juegas una bolsa de dulces.

—¡Tramposo!

Me vuelvo y le doy un manotazo. Nora se coloca de frente a nosotros y sigue la historia.

—Disfrutó mucho de la cena con el herrero...

—Noooora...

—¡Cállate, Alex!

No puedo parar de reírme.

—Pero Helena en el fondo estaba enamorada del príncipe Alex.

—¿Ves? Eso ya me gusta más.

Le doy un codazo para que se calle.

—Entonces un día el príncipe Alex decidió bajar a decirle algo cuando fue a dejar el pan.

Y le dijo que le gustaba mucho, pero que sus padres no le iban a dejar casarse con ella por no ser de sangre azul. Y ella le dijo que por qué no se escapan a un reino en el que no importara el color de la sangre para casarse. Así que una noche se escaparon los dos y encontraron el reino donde nada importaba y podían estar juntos. Y se casaron y fueron felices para siempre.

Alex aplaude.

—¡Muy bien, Nora! Te has ganado la bolsa más grande de la tienda.

—¿A ti te ha gustado, Helena?

—Claro que sí, yo también quería que la panadera se casara con el príncipe. Era solo para hacerle de rabiar.

—¿Te casarás con el tío Alex, entonces? Tú me gustas mucho, Helena.

Me abraza con fuerza. Yo me quedo sin palabras.

El día de vuelta a Nueva York me levanto fatal. No quiero volver a casa y estoy de mal humor. Meto la ropa en la maleta sin doblarla y me pongo de los nervios porque no consigo cerrar la cremallera.

—Déjame que lo intente yo. Pero no me muerdas.

Resoplo y no le contesto. Se sienta encima de la maleta y consigue cerrar la cremallera. Se queda sentado y se cruza de brazos.

—Levántate o me la vas a romper.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—No me pasa nada.

—Helena, te has levantado de un humor horrible, has hecho la maleta con mala leche y me estás mirando como si quisieras asesinarme. No me digas que no te pasa nada.

Me siento a su lado en la cama y me quedo mirando a un punto en el espacio. Alex sigue esperando a que le conteste. Se levanta, deja la maleta en el suelo y vuelve a sentarse a mi lado despacio, como si fuera a morderle.

—¿No quieres contármelo?

Me coge de la mano y frunzo el ceño. Él intenta soltarme pensando que no me ha gustado el gesto pero yo le aprieto la mano con fuerza.

—Me va a costar mucho dejar esto.

Sonríe y me echa el brazo por los hombros dándome un apretón.

—Sabes que podemos volver siempre que quieras.

Asiento y le miro. Sus labios acarician los míos. Yo le agarro por la nuca y le invado la boca con mi lengua, buscando la suya. Me empuja por los hombros y me deja caer hacia atrás en la cama sin despegarse de mí. Me desabrocha los botones de la chaqueta poco a poco y yo tiro del bajo de su jersey y se lo saco por la cabeza. Le desabrocho los pantalones, me baja la cremallera. Le quito los calzoncillos, me arranca las bragas. Mis bragas favoritas, te voy a...el pensamiento se nubla en mi mente cuando me penetra con fuerza. Me arqueo contra su cuerpo y suspiro. Me agarra por las nalgas y me levanta del colchón mientras me embiste. Yo clavo mis dedos en sus hombros con fuerza y suelta un gruñido. El calor comienza a arremolinarse en mi vientre mientras le siento empujando cada vez más hondo dentro de mí. Uno... dos... tres... ooohh... ocho... nueve... diez... más rápido... doce... trece... catorce... Mis gemidos aumentan de decibelios, y con los primeros espasmos musculares, Alex me coge de la cintura y me incorpora para unir sus labios con los míos mientras nos corremos juntos, y nuestros gemidos quedan unidos en nuestras bocas.

Suena el teléfono.

—¿Qué día es hoy?

—Buenos días, Alex...

—Buenos días, Hel. ¿Qué día es hoy?

—¿Me llamas para preguntarme el día? ¿Qué pasa que no tienes calendario en la oficina? Luego me acercaré a alguna tienda a comprarte uno...

Se echa a reír.

—Hel, dime qué día de la semana es hoy.

—Jueves.

—Mañana te quiero en mi casa por la tarde.

—¿Por qué me lo recuerdas? Si ya sabes que iba a ir.

—Perdiste una apuesta, ¿recuerdas?

Oh, no... la maldita apuesta...

—¡Yo no perdí!

—Claro que sí, no seas tramposa. La llamada de después no contaba. Te veo mañana, cariño. Y trae ropa para el fin de semana.

Me cuelga y yo me quedo con el teléfono de la mano como una tonta hasta que el señor Burke me llama a su despacho con urgencia.

—Sé que no te va a gustar lo que voy a pedirte, Connors...

—Otro discurso más no, por favor...

Se echa a reír.

—No, no más discursos. No te preocupes. Necesito que lleves al Meaning unos informes urgentes. Cuando termines, puedes tomarte el resto de la tarde libre.

—¿Tengo que dárselos a Shelton?

Solo de pensarlo me pongo enferma.

—No, no. Solo entrégalos en recepción. Se los entregarán a Lowell directamente.

—¿Y por qué no llamas a un mensajero?

—Helena, prefiero que los entregues tú en mano, ¿lo harás?

Me agarra del brazo y me da un apretón.

—Lo haré.

—Gracias, Hel.

Recojo mi escritorio y veo como me tiemblan las manos de los nervios. Resoplo y me retiro el pelo de la cara. No puedo dejar que esto me siga afectando tanto. Salgo y me despido de Nat.

—¿Dónde vas, Hel?

—Al Meaning.

—¡¿Al Meaning?!

Su voz resuena por toda la recepción y se tapa la boca con la mano. Después baja la voz.

—¿Y a qué diablos vas al Meaning?

—Tengo que llevar unos informes.

—¿Y por qué tienes que llevarlos tú?

—No lo sé, Nat. Supongo que será algo muy confidencial.

—Burke es gilipollas.

—No te preocupes. No me importa. Me voy ya, me ha dado el resto de la tarde libre y quiero hacer unas compras.

—Anda, ve.

Le guiño un ojo y salgo por la puerta con una tranquilidad que no tengo.

Doy vueltas a la manzana para encontrar un aparcamiento lo más lejos posible. Encuentro uno lo bastante lejos como para que no vea mi coche. Tardo cinco minutos andando.

Entro en recepción rogando que la gilipollas de Jessica no ande por aquí también.

—Buenas tardes, señorita. ¿En qué puedo ayudarla?

Un chico de unos veinticinco me sonríe desde detrás del mostrador.

—Buenas tardes, soy Helena Connors de Skyland Publishers. Vengo a entregar un sobre para el señor Lowell.

—¿Quiere subir a entregárselo?

Un sudor frío me recorre el cuerpo.

—No, no, mi jefe me dijo que podía dejarlo aquí y ya se encargarían de dárselo.

—Sí, no se preocupe. Ahora mismo aviso para que bajen a por ello.

—Muchas gracias.

—Qué tenga una buena tarde, señorita Connors.

—Igualmente.

Le sonrío. Bien, ahora vete echando leches. Me giro y me doy de bruces con un pecho duro como una piedra.

—Perdo...

Me quedo sin aire.

—Hola, Hel.

—Yo... ya me iba. Adiós, Henry.

Me sujeta del brazo.

—No, espera.

—¿Qué quieres?

—Solo saber qué tal te fue por Suecia.

—¿De qué vas, Henry? Esta faceta sarcástica nueva no te pega nada. O por lo menos no pegaba con el Henry que yo conocí.

—El Henry que tú conociste no tiene nada que ver con el de ahora.

—Qué pena.

—¿Pena? ¿Por qué? Ya que el otro Henry no me funcionó, a ver si me funciona el nuevo.

—Prueba, a lo mejor a Jessica no le hace falta que seas buena persona. Solo con que te la folles bien follada le sobra.

—Helena, ¿sabes dónde estás?

Ya está amenazando.

—Sí, en Meaning Holdings. Y si sigo aquí aún es porque me estás reteniendo. Suéltame, tengo prisa.

Me suelta pero antes me acaricia el brazo poniéndome la piel de gallina. Él se da cuenta y sonríe de medio lado.

—¡Vete a la mierda!

Acelero tanto el paso que a las puertas de cristal autómaticas apenas les da tiempo a abrirse y a punto estoy de atravesarlas.

Camino sin rumbo buscando un sitio donde comprar un calendario para Alex, solo para fastidiarle un poco. Y no sé si ha sido sin querer o no, mis pies se detienen delante de la librería. De nuestra librería. H & H Books. Un cartel de traspaso está colgado en la puerta. Una lágrima solitaria se me escapa y resbala por mis mejillas.

Recuerdo el día de la inauguración. Su sonrisa, sus ojos azules brillando de alegría, sus manos enlazadas a las mías nerviosas, su emoción... ¿He destruido también su sueño? Me siento en un banco a llorar. Yo no tengo la culpa, no la tengo... él me dejó.

El teléfono vibra en mi bolso. Me seco las lágrimas con los guantes y lo cojo.

—¡Hola, cariño!

—Hola, Alex.

—¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?

—No... no.

—¿Helena, dónde estás?

—Haciendo unas compras.

—¿Por qué estás llorando?

—No estoy llorando.

—Dios, Helena. No me mientas. No me gusta.

—No es nada, Alex. ¿Puedo acercarme a tu casa?

—No tienes que pedirme permiso, Hel. Prepararé algo de cenar, si quieres.

—Sí, por favor. Necesito estar contigo.

—¿Quieres que vaya a buscarte?

—No, no. Tengo aquí el coche.

—Ten cuidado, ¿ok?

—No te preocupes, vikingo. Estoy bien.

Cuelgo y me levanto del banco. Miro la librería por última vez, me doy la vuelta y echo a andar sin mirar atrás.

Los meses pasan volando. Y el verano llega casi sin darme cuenta.

Hoy hace un día horroroso para ser Nueva York y principios de julio. Para colmo llego al trabajo y el aire acondicionado está estropeado. Nat se da aire con un montón de papeles.

—Hel, espero que hayas traído un ventilador o te va a dar algo ahí dentro.

—¿Es para tanto?

—No, cariño. Es para más.

—¿Y no han venido a arreglarlo aún?

—Sí, los técnicos están en ello. Burke se ha puesto hecho una fiera y han venido echando leches. Pero dicen que va para largo. ¿Preparada para sudar la gota gorda?

—¡Qué remedio!

Me echo a reír y entro en mi despacho. Oh, dios, Nat tiene razón. Me va a dar algo...

Llevo dos horas trabajando y esto es insoportable. Tengo la camisa pegada al cuerpo y creo que las piernas se me están fundiendo con la silla. Suena el teléfono.

—Connors, ¿qué tal vas?

—Pues no sé qué decirle, señor Burke. No sé si soy Helena o un polo derretido en el desierto.

Se echa a reír a carcajadas.

—Los técnicos me han dicho que tardarán unas horas aún. Sal a comer mientras para que le dé un poco el aire.

—Gracias, jefe.

Cuelgo. Cojo el bolso y vuelve a sonar el teléfono otra vez. Verás cómo se ha arrepentido...

—Hel, te paso una llamada.

—¿De quién?

—Sorpresa.

—¿Sorpresa? Nat, ¿estás de coña?

—Jajajaja no.

Espero un segundo.

—Buenos días, cariño.

—¿Alex?

—¿Quién si no?

—¿Pero por qué me llamas aquí?

—No me coges el móvil.

—¡Oh, mierda! Se me olvido ponerle el sonido...

—Me lo imaginaba.

Se echa a reír.

—Soy un desastre, lo sé.

—¿Qué tal el día?

—Fatal, pero fatal. Se ha estropeado el aire acondicionado y hace un calor aquí de mil demonios.

—Y seguro que estarás sudando, con la camisa pegada al cuerpo...

—¡Alex! ¡Eres un pervertido!

—Jajajaja Hel, me lo pones a tiro. ¿Quieres que te lleve algo?

—No sé... ¿un cubo con hielo para meterme dentro?

—Mmmm... ¿y ver como tus pezones se endurecen...?

—¡Por dios! ¡Vale ya!

Me echo a reír a carcajadas.

—En serio, Hel. ¿Necesitas algo?

—No, cariño. Voy a salir a comer con Nat, a ver si encontramos un sitio con aire acondicionado a tope. Luego te llamo, ¿ok?

—Vale. Te quiero.

—Y yo.

Nat y yo nos arrastramos hasta los ascensores donde el calor es ya insoportable.

—Creo que me voy a desmayar.

—Aguanta, Hel. Solo nos quedan diez plantas...

—¿Y cómo vamos a salir a la calle con esta ropa pegada al cuerpo? ¡Dios, mi alma por una ducha!

—Qué suerte, yo daría la mía por un buen polvo. Pero claro, como a ti no te hace falta...

Pongo los ojos en blanco y le doy un empujón para que salga del ascensor.

En la calle el bochorno no ayuda. Nos metemos en la primera cafetería que nos pilla de camino. Casi me pongo a llorar cuando siento el aire fresco en mi piel.

—¡Madre mía! Vamos a trasladar aquí los ordenadores, por favor.

—Díselo a Burke, seguro que te escucha.

—No empieces, Hel...

Me echo a reír.

Cuando volvemos de comer me encuentro una sorpresa en recepción. Mi vikingo con una... ¿caja enorme?

—Alex, ¿qué haces aquí?

Se acerca y me da un beso. Nat pone cara de oooh, qué bonito... La mato.

—He venido a aliviar a mi reina.

Me pongo roja hasta las orejas.

—¿Aliviar...? Mmmm... qué bien suena eso.

—¡Nat!

Me guiña un ojo.

—No la hagas caso, últimamente está en celo...

—Es un ventilador, Nat. Helena no me dejaría meterle mano en la oficina.

Se echan a reír.

—Sois unos pervertidos los dos. Anda, ven conmigo.

Me sigue al despacho. Dentro abre la caja y saca un ventilador enorme. Lo enchufa.

—Gracias, cariño. No sé qué haría sin ti.

Le echo los brazos al cuello y le acaricio los labios con los míos hasta que él abre la boca y yo le invado con mi lengua...

Llaman a la puerta. Me despego de Alex y me aliso la camisa.

—Adelante.

—Helena, necesito un informe... ah, hola... ¿Alexander?

Alex le tiende la mano y mi jefe se la estrecha.

—Puede llamarme Alex.

—¿Eso es un ventilador, Helena?

—Sí... Alex vino a traérmelo. Le dije que hacía demasiado calor aquí y, bueno, yo soy de tensión baja. No quiero desmayarme.

—Sí, sí, no te preocupes.

Hace un movimiento con las manos para no darle importancia.

—Necesito que me hagas un informe de las cuentas de los dos últimos años, ¿ok?

—Claro.

Alex me mira y me agarra del brazo.

—Yo... ya me voy, Helena.

—No, no, por mí no lo hagas. A Helena todavía le quedan diez minutos de su hora de la comida. Connors, ¿lo tendrás antes de las siete?

—Sí no me pide usted nada más, supongo que sí.

Sale por la puerta dejándonos a solas otra vez. Alex se acerca a mí y me coge por la cintura.

—¿Por dónde íbamos, pequeña?

—No, no. Aquí ni se te ocurra.

—Tu jefe ha dicho que te quedan diez minutos... ¿uno rapidito?

—¡¿Estás loco?! ¡Que mis paneles no son insonorizados, cromañón!

—De verdad que un día le devuelvo esa a mi hermana.

—¿El qué?

—La manía de llamarme cromañón, ya se te ha pegado a ti también.

Imita la voz de Danny y me echo a reír.

—Bueno tú la llamas demonio.

Imito yo la suya y se ríe también.

—Oye, antes de que se me olvide. Venía también a decirte que ya tengo los billetes para Kansas.

Pongo los ojos en blanco.

—Y yo que pensaba que se te había olvidado...

—¿No quieres que vaya?

—No, no es eso. La que no quiero ir soy yo.

—Venga, Hel. Seguro que lo pasamos bien.

—¿Estás de coña? Tú no sabes lo que es Valley Falls. Alex, no hay nada. Es un pueblo de mala muerte.

—Bueno algo habrá para ver por ahí.

—Granjas, granjas y más granjas.

—Bueno pues tendré que comprarme unas cuantas camisas de cuadros.

—Qué tonto eres.

* * *

Y al final el viaje a Kansas no resulta tan aburrido. Aunque mi madre no ha parado de dar el coñazo los quince días que hemos estado, parecía más la novia de Alex que yo. Pero estoy contenta porque mi madre le ha aceptado, y eso es un paso más para superar mi pasado. Esta vez además, no me ha dolido tanto estar allí y enfrentarme a mis recuerdos.

Ha pasado ya un año desde aquella primera noche en el Havanna. No me puedo creer que esté aquí de vuelta, con él. Como si fuera el primer día. Sylvia me sonríe con complicidad, creo que las dos estamos pensando lo mismo. Después de arreglar las cosas con Joe, ahora parece otra. Danielle aún sigue en la cuerda floja con Oliver, hoy parece que es su día bueno, porque se sonríen y se hacen carantoñas.

Alex me coge de la mano y me saca a la pista a bailar. Le doy la espalda y me apoyo en él. Me agarra por la cintura, yo subo los brazos y me engancho a su cuello, me balanceo, suavemente... m e susurra al oído.

—¿Recordando viejos tiempos?

Me doy la vuelta y me echo a reír.

—Sí, pero nada de cuartos cambiadores hoy.

Me coge la cara entre las manos.

—No, hoy lo haremos en nuestra cama.

—¿Nuestra?

—Pasas ya más tiempo en mi casa que en la tuya, Hel. También es tu cama.

Sonrío. Ya no me asusta hablar de un futuro juntos.

Mientras estoy con Danny en la barra pidiendo bebida, veo a Jess de lejos agarrada a Matt.

—Danny, mira a tu derecha. No me lo puedo creer.

Danielle mira y pone los ojos en blanco.

—Con lo grande que es Nueva York y aquí llegó la zorra mayor...

Me echo a reír.

—¿Ya no os habláis?

—No, últimamente nada más que me llamaba para contarme sus experiencias sexuales con este y con...

Coge aire.

—Oh, lo siento, Helena.

—No te preocupes, Danny.

—No me di cuenta.

—¿Siguen juntos? ¿Ella y...Henry?

—Hasta dónde yo sé sí. Hace dos meses que no le cojo el teléfono. ¿Estás bien?

Me coge del brazo.

—Sí, Danny.

—Oye puedes contármelo, Hel. Ahora no está mi hermano.

—No, es solo que me parece tan injusto. No sé, yo estuve tres años con él y es una persona maravillosa, Danny. Creo que no se merece esto.

—Entiendo que después de tanto tiempo juntos no quieras que le hagan daño. Pero no puedes hacer nada. Yo solo espero que el tiempo ponga a Jessica en su sitio. ¡Y también espero que no nos vea! ¡Venga vamos!

Cogemos las bebidas y nos mezclamos con la gente, manteniéndonos siempre lejos de Jessica. Aunque dudo que vea más allá de los morros de su acompañante, porque parece que están pegados con pegamento.

—Hel, ¿nos vamos a casa?

—¿Ya?

—Tengo allí mi regalo...

—Yo también.

Le sonrío y le guiño un ojo. Me agarra de la mano y nos despedimos de los demás, que quieren quedarse un rato.

—¡Hala, a rememorar la noche rubia!

Sylvia me da un azote en el trasero y yo le pongo los ojos en blanco.

—Entonces hoy no voy a dormir a casa, ¿no, bror?

—Haz lo que quieras, Danielle. Últimamente es lo que haces.

—Vamos, vamos. No empecéis vosotros dos a pelearos ahora.

Me lo llevo antes de que empiecen con sus discusiones familiares.

—Espérame aquí.

Me deja al pie de las escaleras muerta de curiosidad. Pero no tarda mucho, apenas han pasado dos minutos y me llama para que suba a su habitación.

Abro la boca sorprendida cuando cruzo la puerta. Ha llenado la habitación de velas y rosas rojas.

—Oh, Alex...

—Hay 365 rosas exactamente. Una por cada día que he pasado a tu lado.

Me acerco a él y lo abrazo con fuerza. Le miro a los ojos y no me salen las palabras para expresar lo que siento. Él me sonríe y me da un beso suave en los labios. Me coge de la mano y me acerca a la cama, donde hay una caja de tamaño mediano.

—Tu regalo.

—¿Qué es?

Le miro con el brillo-especial-Navidad en los ojos.

—Ábrelo.

Rompo el papel de regalo. Es una caja blanca, cerrada, así que sigo sin saber qué es. Abro la tapa. Dentro hay corcho blanco. Algo frágil. ¿Qué será? Lo saco y lo pongo encima de la cama. Tiro de uno de los corchos y me llevo las manos a la boca de la sorpresa y la emoción.

—Alex...

No sé si llorar, reír... es tan bonito que me recorren escalofríos por todo el cuerpo. Lo saco y lo alzo delante de mí. Un Alex y una Helena patinando sobre hielo me devuelven la mirada desde una figura de unos cincuenta centímetros de alto.

—Es preciosa.

Me vuelvo hacia él y abrazo la figura.

—Como tú.

Se acerca, me quita la figura y la deja en el suelo.

Me coge por el trasero y me levanta para besarme.

—¡Espera, espera! Falta tu regalo.

—Luego me lo das.

Vuelve a pegar sus labios a los míos y yo intento despegarme otra vez.

—¿No quieres verlo?

—Mi regalo siempre serás tú, Hel.

—Pero eso no vale, no te hacen ilusión mis regalos.

—Sí me hacen ilusión, cariño.

—Pues déjame que te lo dé.

—Vale.

Me deja en el suelo y voy a la habitación de Danny a por él. No se fiaba de Alex y me lo guardó en su armario.

—Espero que te guste.

Se lo doy con una sonrisa.

—¿Otra caja?

—Sí, pero me temo que no es algo tan bonito como lo tuyo.

—No seas tonta.

Abre el papel con cuidado, como siempre. Yo me muerdo los labios nerviosa. Cuando lo saca de la caja sonríe como un niño.

—¿Por qué crees que no iba a gustarme?

Se sienta en la cama y da un golpecito para que me siente a su lado. Abre la primera hoja y lee en voz alta.

—Nuestro primer año juntos. Alex y Helena.

Va pasando las hojas del álbum despacio, como si quisiera recordar con exactitud cada momento. Me echa un brazo por el hombro y me acerca a él. Cuando cierra la última página me da un beso en el pelo.

—Nena, es precioso. Lo guardaré como un tesoro.

—Me alegro de que te haya gustado.

Lo deja con cuidado en el suelo y se pone de pie. Me tiende la mano para que me levante yo también. Su mano se desliza por mi espalda hasta que encuentra la cremallera de mi falda y la baja despacio. La dejo caer por mis piernas. Sus dedos me acarician los costados mientras me sube la camiseta. Alzo los brazos para que termine de quitármela. Me desabrocha el sujetador y lo tira al suelo. Coge mi cara entre sus manos y me besa. Sus labios arden con los míos. Le agarro por la cintura y le acerco más a mi cuerpo. Interrumpe el beso y me mira a los ojos.

—Ahora desnúdame tú.

Su erección presiona los botones del pantalón. Le acaricio con una mano mientras con la otra se los desabrocho despacio. Le desabrocho la camisa despacio también, recreándome en cada botón y en la piel de debajo. Le rozo con mis dedos y mis labios el pecho y sigo hasta su espalda. Me paro detrás de él, mientras me mira sonriendo por encima del hombro. Le acaricio el trasero y termino con un buen pellizco. Me encanta su trasero.

—Te gusta, ¿eh?

Vaya, ya volvió el lector de mentes.

—Me gusta todo, Alex. Pero tienes un culo tremendo.

Se echa a reír.

Volvemos a estar frente a frente. Su aliento agitado roza mi cara. Mis manos le rodean el cuello y mis dedos se enredan en su pelo. Me coge en brazos y tumba en la cama. Me baja las bragas con cuidado y hunde su cabeza entre mis piernas. Agarro con fuerza las sábanas y las retuerzo entre mis dedos. Su lengua se desliza arriba y abajo entre mis pliegues y sus dedos me retuercen los pezones. Oh, dios...voy a correrme. Alzo las caderas con los primeros espasmos del orgasmo y Alex me sujeta por la cintura para que no me mueva. Sigue moviendo su lengua mientras mi cuerpo se agita de placer.

—¡Alex, que me muero!

Levanta la cabeza y se echa a reír, dándome a mí un respiro.

—¿Te hace gracia, Lindgren? Te vas a enterar...

Le empujo y le tumbo bocarriba en la cama. Abro la mesilla donde recuerdo que guardaba las esposas. Le esposo al cabecero de la cama mientras me mira aguantándose la risa.

—Aprovecha para reírte ahora, que luego te va a tocar suplicar.

Y tirando de mi repertorio de imágenes de pelis porno. Bastante pocas la verdad, vista una, vistas todas... le hago la mejor mamada de toda mi vida sexual y acaba suplicándome que le suelte para echarme uno de los mejores polvos de toda mi vida sexual.

Y un año después aquí estoy, en la fiesta de Navidad del Skyland. Burke me ha prometido que este año no hay discursos. Gracias a dios...

Mi jefe se acerca para saludarnos y veo a Henry de refilón que entra en la sala. Pero esta vez estoy tranquila, he decido que no me va a afectar más.

Me quedo a solas con Nat y mientras hablamos noto que me mira fijamente. Yo giro la cabeza un segundo y por un momento vuelvo a aquella noche, cuatro años antes...

—Helena, no sigas por ahí.

Alex vuelve del baño y me siento fatal.

—Voy a por algo para beber, ¿qué quieres que te traiga?

—Un zumo de arándanos, cariño. Tengo mucha sed.

Ahora sí que me quedo sola, Nat está hablando con un grupo de gente que no conozco. Localizo a Henry al final de la barra, está de espaldas a mí y está solo. Empiezo a ponerme nerviosa, no sé lo que hacer. ¿Se lo digo? ¿No se lo digo? Me duele ver cómo está jugando la zorra de Jess con él de ese modo, pero no sé cómo se lo va a tomar Alex. Y ahora tampoco sé si siguen juntos o no. ¿Por qué no ha venido con ella?

—Déjalo estar. Ya es mayorcito para saber lo que hace.

—Es injusto, no se lo merece.

—Ya, pero a ti eso ya no debería importarte.

—¡Pero me importa! Lleva casi un año engañándole.

Me acerco a él sin pensármelo y le agarro del brazo.

—¿Podemos hablar un momento?

Me mira extrañado y a continuación echa un vistazo a mi alrededor.

—¿Sin tu novio delante?

—Sí, sin mi novio delante, ¿o prefieres que le avise?

—No, no. Tengo curiosidad por saber qué es lo que me tienes que decir que no quieres que él oiga.

—Te repito que si quieres le llamo, no tengo nada que ocultar, Henry.

—No, dime lo que me tengas que decir y ya está.

—Sigues con Jess, ¿verdad?

—¿A qué viene esa pregunta?

—¿Sigues con ella o no?

—Sí, sigo con ella.

—La verdad no sé cómo decirte esto... Bueno, supongo que solo te lo puedo decir de una manera. Jess se está tirando a otro. De hecho se lo lleva tirando desde...siempre.

Abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor y la cierra. Se pasa la mano por el pelo, retirándose un mechón de la frente y se cruza de brazos. Me mira serio.

—¿Algo más?

—¿Qué más quieres? ¿No te parece suficiente que tu novia se esté acostando con otro hombre?

—Jamás hubiera pensado que podrías llegar a ser tan cría.

—¡¿Qué?!

—¿Cómo puedes ser tan cría, Helena?

—¡¿Pero qué estás diciendo?!

Alzo la voz sin querer y varias miradas se dirigen a nosotros.

—¡¿Vas a venir a decirme tú que mi novia se está tirando a otro?! ¡Precisamente tú! Que no hacía ni un mes que habíamos terminado y ya te estabas abriendo de piernas a otro hombre. No sé ni cómo te atreves...

Le doy un bofetón que le vuelvo la cara. Se empieza a oír un murmullo en la sala. Pero estoy tan ciega de la rabia que no le presto atención.

—Yo no me abro de piernas a cualquiera, que te quede claro. No soy como la zorra de tu novia. Y la verdad, tienes razón...debería haber dejado que siguieras siendo un cornudo.

Me agarra del brazo y me aprieta con fuerza.

—¿Estás segura que todo esto no son celos, Helena? Porque de una niñata como tú es lo único que me puedo esperar.

—Estás loco, ¿celos? Por dios... ¡Me estás haciendo daño, suéltame!

Lágrimas de impotencia y rabia comienzan a resbalar por mis mejillas. Dios, que imbécil soy... Sigue apretándome con fuerza el brazo.

—Ahórrate las lágrimas, Helena.

—¡Vete al infierno!

—Hace tiempo que me mandaste allí. Cuando decidiste no abrir los ojos y luchar por mí. Cuando preferiste tirarte a otro sin pensar si me dolía o no.

—¡¡Me dejaste tú, pedazo de cabrón!!

Se hace un silencio enorme en la sala. Todo el mundo nos mira. Veo que Natalie se lleva las manos a la boca y mira a mi jefe. Éste me hace un gesto negativo con la cabeza para que termine con todo esto. No me puedo creer que me esté jugando mi puesto de trabajo por alguien a quien le importo una mierda. Y lo peor de todo es que también puedo jugarme mi relación.

—Suéltala, Henry.

La voz de Alex suena fría como el hielo. Cierro los ojos y me limpio las lágrimas de las mejillas. Henry me suelta.

—Llévatela de aquí. No hace más que desvariar.

Le miro y muevo la cabeza hacia los lados.

—Algún día te tragarás esas palabras.

Veo un momento de duda en sus ojos, pero Alex me coge del brazo y tira de mí.

—Vámonos, Helena.

Monto en el coche y miro por la ventana porque no estoy preparada para enfrentarme a su mirada aún. Las lágrimas no han dejado de correr por mis mejillas desde que hemos salido por la puerta. Si solo pudiera volver atrás en el tiempo...

—¿No vas a decir nada?

—¿Y qué quieres que diga? Esto no se arregla con un lo siento, Alex. ¿Crees que no lo sé?

—No, esto ya no tiene arreglo, pero por lo menos merezco una explicación. Y sin mentiras de por medio.

—Yo nunca te he mentido.

—Mírame a la cara por lo menos para decírmelo. ¡Helena, toda nuestra relación ha sido una jodida mentira!

—¡No! No te atrevas a decir eso. Alex, te quiero.

Le miro y tiene la frente apoyada en el volante. Sus hombros empiezan a temblar y escucho los primeros sollozos.

—Tú nunca me has querido Helena, no dudo de que lo hayas intentado pero...

—Alex, por favor. Eso no es verdad.

—¡Claro que es verdad!

Sus ojos hinchados por las lágrimas me miran con dolor y yo quiero morirme por estarle haciendo tanto daño sin merecérselo. Esto es una pesadilla, por favor, despierta ya.

—No llores, por favor.

—¿Entonces qué ha significado lo de hoy? Si él ya no te importa, ¡¿por qué has ido a decirle lo de Jessica, Helena?!

—Porque no me parecía justo...

—¿Justo para quién? ¿Para él? ¿O para ti?

—Para él...

—¡¡Y una mierda!!

Da un golpe en el volante del coche.

—Alex...

—Deja de mentirme ya Helena, y deja de mentirte a ti misma. Sigues enamorada de él y lo sabes. Nuestra relación no ha significado nada porque no has conseguido superar la anterior. Pero no te preocupes, yo no me arrepiento de esto. Jamás me arrepentiré de quererte como te he querido.

No puedo parar de llorar. Apenas me sale la voz.

—Pero yo te...

—¡¡No!! ¡No te atrevas a volver a decirme que me quieres! ¡¿Me oyes?! Te llevo a tu casa.

Ni siquiera replico. Sé que no va a creer nada de lo que le diga. No cuando ahora piensa que nuestra relación ha sido una mentira.

* * *

Me paso la noche llorando con el teléfono de la mano. Marco su número una, dos, tres veces...ninguna de ellas me responde. A la cuarta tiene el teléfono apagado. Me duele mucho haberte fallado, Karin. Haberos fallado a todos. Y por segunda vez en mi vida, mi mundo vuelve a desmoronarse.

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