Helena

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Sylvia

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Sylvia

¿Pero este tío es gilipollas o qué? Si se piensa que voy a montar un numerito de celos por dejarse calentar con la primera fresca que se le cruce, lo lleva claro. Ya estoy más que acostumbrada a estas cosas. Además sé que lo está haciendo aposta para joderme. ¿Te crees que soy tonta, Joe? Sé de sobra que odias bailar... Me doy la vuelta y me pongo a hablar con Helena. Pero no puedo evitar mirar de vez en cuando de reojo. Vale, lo sé, soy masoca. Él también me mira de vez en cuando mientras se restriega con la morena de la minifalda a.k.a. cinturón. No se podía haber buscado a una más vulgar, qué mal gusto. La muy zorra parece estar disfrutando. Deja. De. tocarle.

—¿Sylvia?

Sin querer me he vuelto a dar la vuelta y he dejado a Helena con la palabra en la boca.

—Sí, perdona. ¿Qué me decías?

—Que se te ha salido una teta del vestido y todo el mundo te mira.

—Ah, sí, sí...

—¡¡Sylvia!! ¿Me estás escuchando?

—Sí, digo no...lo siento, Hel.

—¿Quieres pasar de Joe e intentar divertirte?

Claro, como si fuera tan fácil. Tú como tienes al sueco comiendo de tu mano... Vale, eso ha sonado a envidia pura y dura, lo retiro.

—¿Pedimos otra?

Pero el Gilipollas termina de rematarme la noche cuando se acerca con la Fresca de la mano. Como se le ocurra presentármela le saco los ojos.

—Alex, me voy. Tengo que suspender los planes de mañana, viene Erin.

—Ok.

¿Quién es ERIN? ¿Otra golfa? ¿Y se lleva a esta a casa también? Me hierve tanto la sangre que si me ponen ahora mismo un termómetro, explota.

—Adiós, Helena. Sylvia...

Tu madre...

Me mira y le dedico mi mirada de odio matador mientras rechino los dientes. Veo como se va con la Fresca de la mano y solo quiero ahogarlo y descuartizarlo.

—Syl, como sigas apretando así el sofá vas a arrancar la tela.

Me miro las manos y las relajo. Helena que me mira con pesar. No quiero dar pena.

—No me mires así, Hel. No la había más ordinaria, no...

Helena se echa a reír a carcajadas. Pues a mí no es que me haga mucha gracia.

—Vamos Syl, seguro que va a llevarla a casa. ¿A qué si, Alex?

Genial. Ahora Alex también se compadecerá de mí. Pero Alex se encoge de hombros. Prefiero que sea sincero. Helena le da un codazo.

—Déjalo, Hel. Que haga lo que quiera.

Pero en el fondo me jode, me jode que se lleve a otra a casa y se la folle en la misma cama donde ha estado follando conmigo. Se me llenan los ojos de lágrimas y me maldigo por ser tan tonta.

—Voy un momento al baño, ¿quieres venir, Syl?

—No, no. Me quedo aquí con Alex.

Danielle vuelve de la calle y se despide de nosotros, dice que va a rematar la noche. Me da que al final aquí todos la rematan menos yo. Hasta el gilipollas ya estará follando con la Fresca. Tengo que irme de aquí ya.

—Hel, me voy a casa.

—Espera, ¿quieres que te llevemos?

No, por dios. Con la mala leche que tengo ahora mismo no aguanto ni una carantoña más.

—No, Hel. No hace falta. De verdad.

La cojo de la mano y trato de sonar sincera para que no insista.

—¿Estás segura?

Sonríe, Sylvia, sonríe.

—Claro, no pasa nada.

—Bueno te acompañamos hasta el coche, creo que es hora de irse ya. ¿Alex?

—Sí, vámonos.

¡Oh, por favor! Quiero gritarles a los dos. ¡Ya sé qué vais a echar un polvo pero dejar de restregármelo! Obviamente no se lo grito porque, primero: no lo hacen aposta, y segundo: si no me voy a la cama con un tío es porque no quiero. Será por tíos en el Kiss. Ja ja ja. Mentira. El problema no es que no quiera acostarme con ninguno de estos, no. El problema es que quiero acostarme con Joe. Desesperadamente. ¡Deja de pensar!

* * *

Llego a casa y me desnudo con rabia. Me pongo mi pijama de algodón. Ese que uso cuando no llevo a nadie a casa, y que guardo al fondo de la cómoda porque jamás admitiría que es mío. Y como la mala leche agota, y mucho, me duermo en cuanto cierro los ojos. Sueño con minifaldas, cinturones y un polvo que se queda a medias.

Tres días después sigo de un humor de perros. En el trabajo la gente ya ni me tose. Mi jefe me llama a su despacho y me echa una bronca de campeonato. O cambio de actitud o me ponen de patitas en la calle. Genial. Solo me faltaba que me echaran por culpa del Gilipollas. Me llaman al móvil. Helena.

—¡Hola rubia!

—Sylvia, ¿se puede saber qué te pasa? Llevo sin saber de ti dos días.

—Helena, eres peor que un novio. Bueno no, depende de qué novio, claro. Eres peor que un novio de esos que se pasa la vida al teléfono con su novia llamándose cari tal y cari cuál. Cari, cuelga tú. No, cuelga tu primero cari.

La oigo reírse a carcajadas.

—Estás fatal.

—Estaba de meditación.

—¿Meditación? ¿Tú?

—Sí, ¿qué pasa? Que sea una chica... digamos... directa, no quiere decir que no medite.

—¡Venga Sylvia! Que a mí no me la das.

—Señorita Dupray, no puede hablar por el móvil en sus horas de trabajo.

¡Mierda! Mi jefe inoportuno como siempre. Al final me echan...

—Lo siento, Hel. No puedo hablar contigo ahora. Luego te llamo.

Cuelgo.

—Lo siento, jefe. Era la portera de mi edificio. Al parecer mi gato se ha caído del poyete de la ventana y se lo ha encontrado espachurrado en la acera.

—Vaya, pues lo siento mucho señorita Dupray...

Jódete, no tengo gatos.

Me siento en mi mesa y me pongo a trabajar. En serio. Pitido del móvil. Miro alrededor a ver si anda mi jefe por ahí. Solo faltaba que me volviera a pillar con él de la mano. No está.

Ya estás pasando a recogerme en cuanto salgas de trabajar. Planta 20, por si se te había olvidado.

A sus órdenes, jefa... Pero en realidad tengo muchas ganas de estar con ella. A ver si se ha enterado de quién es la tal Erin. Otra fresca seguro. No, no y no. No voy a preguntarle nada de Joe. Pero nada de nada.

No aguanto ni cinco minutos. Según entramos en el ascensor ya la estoy bombardeando a preguntas.

—¡¿Has visto a Joe?!

—¡Sylvia!

—¿Qué? Es solo una pregunta.

—¡Que me estás clavando las uñas en el brazo!

Es verdad.

—Lo siento, Hel.

—No le he visto, no. Ya le oíste que canceló los planes con Alex y ayer yo me quedé en casa.

—¿Sabes quién es Erin?

—No, no pregunté...

—¡¿Y por qué no le preguntaste a Alex?!

—¡Ay, Syl! No sé, no me acordé. Te noto un poco histérica, no sabía que Joe te afectara tanto.

—Y no lo hace.

—Pues cualquiera lo diría según te estás comportando.

Helena se cruza de brazos.

—Está bien...

Me paso la mano por la frente y me tapo los ojos.

—Helena, no lo soporto más. Llevo de mal humor desde que Joe se fue con la tía esa de la discoteca. No hago más que imaginármelos en la cama. Me estoy volviendo loca.

—¿Has probado a llamarle?

—¡Jamás!

—Sylvia, puede que esa actitud tuya haya sido lo que ha causado que Joe se fuera con otra. Piénsalo.

Y lo pienso... y lo pienso... y... ¡maldita sea! Puede que tenga razón. Al final decido llamarlo cuando llegue a casa. Y ahora que estoy más tranquila, me voy a tomar algo con Helena.

* * *

Damos un paseo hasta la quinta y buscamos un Starbucks. Adoro los frapucchinos del Starbucks. Me vuelven casi tan loca como un buen polvo mañanero.

Helena está algo preocupada con el trabajo que se le avecina para febrero.

—¡Pero si todavía queda un mes!

—Lo sé Syl, pero solo de pensarlo ya me agobio.

Suena su móvil.

—¿Alex?... Sí, estoy tomando algo en el Starbucks de Park Avenue... Ok... Hasta ahora.

Cuelga. Me mira.

—¿Y?

—No, nada. Era Alex. No te importa que se acerque, ¿verdad?

Me pone esa sonrisa que enseña todos los dientes y que significa porfiporfiporfi.

—Nooooo, no me importa.

Me abraza y me da un beso en la cara que suena tan fuerte que los de la mesa de al lado se nos quedan mirando.

—Helena, deberías habérmelo dado en la boca. Así tenían tema para masturbarse esta noche.

—¡Sylvia!

Se echa a reír a carcajadas. Y yo también.

Al rato aparece Alex por la puerta. Helena sonríe. Pero se le queda la sonrisa congelada en la boca cuando detrás aparece Joe. Y a mí por poco se me descuelga la mandíbula cuando veo que entra seguido de una morena de infarto. Miro a Helena. Ella me dice que no con la cabeza. Vamos, que no entiende nada. La cara de Alex cuando nos ve no tiene precio. Otro que tampoco entiende nada. ¿Pero qué es esto? Acelera el paso y se acerca a nuestra mesa.

—Helena, ¿por qué no me dijiste que estabas con Sylvia?

—¡Yo qué sé! Supuse que pensarías que no estaba sola.

—Pero tenías que haberme dicho...

—¡¿Y te traes a la nueva novia de Joe a tomar algo conmigo?! ¡¿Alex estás loco?!

—Ella no es la nueva novia...

—No pasa nada Alex, de verdad.

Le agarro de la mano y le doy un apretón, pero mi pulso me traiciona. Me levanto de la silla justo cuando Joe llega hasta la mesa con la Fresca número 2. Y ahora la trae agarrada de la mano. Lo que le faltaba ya a mi estado de nervios.

—Hola... Helena, Sylvia.

—Devuélveme la llave de mi apartamento ahora mismo.

—¿Qué?

Me mira sorprendido. Me sorprendo hasta yo misma de haber dicho eso, pero es lo que se merece. Ya está bien.

—Que me devuelvas la llave de mi apartamento, ¿estás sordo? No sé en qué momento de enajenación mental se me ocurrió dártela.

Suelta la mano de la Fresca número 2 y su mano se acerca peligrosamente a mi brazo. Yo me aparto para que no me toque.

—Sylvia, de verdad esto no es lo que parece.

—Me da igual lo que creas que yo pienso que parece. Dame la llave. Ya.

—No.

—Joe no quiero montar un numerito aquí, pero sabes que soy capaz. Dame. La. Llave.

La Fresca número 2 se muerde los labios para no reírse, esto ya es el colmo.

—¿Te diviertes, guapa? Pues disfruta ahora, porque esto es lo más divertido que te va a pasar con él. Acuérdate de mí cuando estés en su cama...

—Sylvia, te estás pasando.

—¡Qué me des las putas llaves, Joe! No te lo voy a decir más veces.

Va a decirme algo pero en el último momento mueve la cabeza y se calla. Saca las llaves del bolsillo y desengancha la mía de su llavero. Me da un pinchazo en el corazón. Me la da y me agarra de la mano.

—Te estás equivocando, Syl. Y te lo voy a demostrar, aunque no ahora.

—¡Vete a la mierda, Joe!

Cojo el bolso y me despido de Helena y de Alex.

—Me voy contigo, Sylvia.

—No, no, quédate. Por favor, Hel.

Asiente y me da un beso en la mejilla.

* * *

Lloro hasta que no puedo más. Borro su número del móvil y lo estrello contra la pared. Me arrepiento y echo a correr para cogerlo a ver si lo he roto. Uuuffff. No. Empieza a sonar y del susto se me cae al suelo. Es Helena. No se lo cojo porque no tengo ganas de hablar con nadie. Vuelve a llamar, así que pongo el móvil en silencio. Me acuesto sin cenar. No tengo hambre.

Calor. Mucho calor. Noto como si tuviera una estufa encima de mí. Seguro que tengo fiebre. No me puedo mover. Intento estirar las piernas y noto que tengo algo entre ellas. Otra... ¿pierna? ¡Dios mío! ¡¿Me ha crecido otra pierna mientras dormía?! Abro un ojo. Veo un brazo que no es el mío por encima de mi hombro. ¡Ay dios, ay dios...pero si yo no me traje a nadie ayer a casa! ¿O sí? Intento que no me domine el pánico. Me quito el brazo de encima con cuidado y me doy la vuelta despacio.

—Pero...pero...¡¡Joe!! ¡¿Se puede saber qué coño haces en mi casa?! No, no...espera. ¡¿Qué coño haces EN MI CAMA?!

Le pateo las piernas para que me suelte y me siento en la cama, mirándolo con mala hostia.

—Tranquila, Sylvia.

—¿Tranquila? ¡¿Tranquila?! ¡Definitivamente tú eres gilipollas profundo! ¡¿Cómo has entrado si no tienes llave?!

—Hice una copia.

—¡¿Qué has hecho qué?!

—Una copia.

—¡¿Pero cómo tienes la poca vergüenza de hacer una copia de la llave de mi casa?!

—Sylvia...

—¡¡Ni Sylvia ni hostias!! ¡Sal de mi cama, de mi casa y de mi vida ahora mismo!

—Sylvia, cállate.

—¡¿Qué me calle?! ¡¿Me estás mandando callar en MI casa?! ¡Pero bueno esto ya es el colmo!

—Sí, cállate.

Me levanto de la cama por no tirarme encima de él y sacarle los ojos. Le grito todos los insultos de mi repertorio y cuando termino, cojo aire y vuelvo a empezar. ¿Un momento? ¿Pero qué es esto? Se está... ¿riendo?

—¡¿Te estás riendo animal?!

Las carcajadas retumban ahora por toda la habitación. Yo creo que ya estoy echando humo.

—Sylvia, mírate. Estás gritando como una loca y solo llevas puesto encima un tanga. No solo me río nena, es que me estás poniendo cachondo.

Mi primera reacción es taparme las tetas, como si no las tuviera ya bien vistas... Después cojo la sábana y tiro de ella para cubrirme, dejándole a él desnudo encima de la cama. Se me seca la boca de golpe. No puede ser Sylvia, céntrate.

—Vete de aquí, Joe. ¡Ahora!

—Sylvia no voy a ir a ninguna parte. Vas a escucharme lo quieras o no, ¿me oyes?

—Claro que te oigo animal, pero no quiero escuchar lo que tengas que decir.

Se levanta cabreado y se planta delante de mí. Lo tengo completamente desnudo y yo apenas puedo mantener la vista fija en sus ojos.

—Sylvia, cuando digo que vas a escucharme es que vas a escucharme. ¡¿Te queda claro?!

Se inclina sobre mí y yo me pongo de puntillas.

—¿O qué?

—O te amordazo y te ato a la cama, y entonces me escuchas sí o sí.

Me callo y me cruzo de brazos. La sábana cae al suelo y vuelvo a estar desnuda delante de él.

—Venga, habla. Estoy deseando escuchar la excusa de mierda que te has preparado.

—No me he preparado ninguna excusa. Solo voy a decirte la verdad.

—¿La verdad sobre qué? Lo he visto todo con mis propios ojos. No hace falta que me digas ninguna verdad.

—Erin es mi prima, Sylvia.

—Invéntate algo mejor. Pensaba que eras más inteligente. Bueno, o por lo menos lo pensaba hasta la noche de fin de año. Esa noche ya me di cuenta de que eres tonto perdido. ¡Ah! Y de que tienes un gusto horroroso.

Pone los ojos en blanco.

—No me acosté con esa chica, no sé ni siquiera su nombre.

—Joe, no lo estás arreglando. Me has dicho que me ibas a decir la verdad.

Me agarra por los hombros y me zarandea.

—¡Y te la estoy diciendo, maldita sea! ¡Erin es mi prima! ¿No te llamó anoche Helena?

—¿Qué tiene que ver Helena en todo esto?

—¡Ayer le dije que te llamara para contártelo, joder! La chica del Kiss reconozco que fue para fastidiarte. ¡Pero te juro que no me acosté con ella, Syl!

—¡¿Y lo de ayer, qué?!

—No sabía que ibas a estar allí. Alex me dijo que iba a tomar algo con Helena y Erin no conoce a nadie aquí. La llevé para que se conocieran.

—¡¿Y por qué la cogiste de la mano?!

—Eso fue idea de ella. Sabía algo de lo nuestro y quería ayudarme...

—¿Algo de lo nuestro? ¡¿Algo de lo nuestro de qué?!

—Iba a decírtelo Sylvia, pero no me dejaste. Como siempre, te cabreas y no atiendes a razones.

—¿Me quieres explicar qué habrías hecho tú si yo me hubiera ido de la mano de un...? Bueno, obviamente yo habría tenido mejor gusto que tú, claro. Qué habrías hecho, ¿eh? A lo mejor no te hubieras cabreado porque a lo mejor yo he sido tan tonta de pensar que tú sentías algo por mí.

Me coge por sorpresa cuando me estampa un beso en los labios.

—Y claro siento algo, Sylvia. Por eso lo he hecho. Quiero que dejes de estar conmigo siempre a la defensiva. Quiero de dejes de contestarme cada vez que no te sales con la tuya. ¡Me pones dolor de cabeza, mujer!

—Pues anda que tú...

—Pero aún así, te quiero. Quiero estar contigo y quiero que lo nuestro salga bien. Pero como no empieces a cambiar de actitud, creo que esta relación no va a llegar a ninguna parte.

Por primera vez en mi vida me dejan sin palabras. Empiezo a mover los labios, parezco un pez boqueando, pero no me sale sonido alguno.

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