Helena

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Danielle

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Danielle

Ojalá me llame. Pero el desgraciado de Oliver no me llama.

El jueves ya tengo un cabreo de campeonato. ¿Pero qué se habrá creído este? Ni un triste mensaje para preguntarme, no sé... ¿Qué tal estoy? ¿Te siguen doliendo los pies? ¿Quedamos y echamos unos cuantos polvos salvajes de estos míos...?

Pues yo no pienso llamarle.

El sábado el cabreo se convierte en una mala hostia que si fuera un tornado arrasaría medio planeta.

El lunes, el tornado arrasaría el planeta entero.

Me aburro. Me aburro como una ostra. Llamo a Sylvia. No me coge el teléfono. Llamo a Helena. Está con mi hermanito de fin de semana romántico... ¿Y cómo es que no me ha dicho nada este imbécil? Luego quiere que le cuente yo todo. A la zorra de Jess ni mencionarla, me pregunto con quién de los dos tontos se estará revolcando hoy.

Me voy de compras. No aguanto más en casa. Sylvia sigue sin cogerme el teléfono. ¿Dónde coño se habrá metido?

Parada en Bloomingdale’s. Subo en el ascensor directa a la planta de lencería. ¡Cling! Se abren las puertas del ascensor y, ¿a quién veo...? ¿Qué coño hace ÉL aquí? Y tonteando con una dependienta además. Creo que me va a salir una úlcera de la mala leche que me está entrando.

—¡Ay!

Se cierran las puertas del ascensor y a mí se me había olvidado medio cuerpo dentro. Me escondo detrás de una columna y los observo. Ella es la típica tonta, de risita tonta, que se toca todo el rato el pelo mientras de vez en cuando le sobetea a él sin querer, queriendo. Debe de tener el ego ya por las nubes, el chulito.

—¡Qué guapo eres Oliver! Jijiji.

—Lo sé.

—¿Me llevas al cine, Oliver? Jijiji.

—Mejor te arranco las bragas, tonta.

—Pero... soy virgen. Jijiji

—No importa, mi polla no hace ascos a ninguna.

Mi conversación mental me está cabreando al máximo. ¿No vas a darme tu teléfono, Danielle? ¡Qué tonta, qué tonta, qué tonta!

Doy la vuelta a la columna porque ya me he cansado de ver el tonteo que se traen los dos y me voy caminando por el pasillo buscando a otra dependienta para preguntar. Me encuentro con una que está etiquetando unos tangas preciosos.

—Perdona, ¿sigue trabajando aquí Martha?

—¿Martha? ¿Morena con el pelo rizado?

—Pues la verdad es que no lo sé. La novia de mi hermano fue la que me dijo que preguntara por ella.

—Es que soy nueva y no sé si es la única Martha, pero espera aquí que voy a buscarla.

Vuelve enseguida con una chica de más o menos mi edad.

—Hola, soy Martha.

—Hola, me llamo Danielle. Verás es que la novia de mi hermano lleva unos conjuntos preciosos de lencería y me dijo que los había comprado aquí y que preguntara por Martha.

—Pues tengo que ser yo. No hay más Marthas en Bloomingdale’s.

—Ok, Martha. Pues soy toda tuya.

—Ven conmigo entonces.

Cinco minutos con ella y ya llevo las manos cargadas hasta arriba. Qué buen gusto tiene esta chica. Así está mi hermano todo el día empalmado, pensando en Helena con conjuntos como este. Ja ja ja. Me río mentalmente. Verás como me acerque la zona de Agent Provocateur, ya sí que fundo la tarjeta...

—¿Danielle?

¡¿Qué?! Esto debe ser coña... Me doy la vuelta con las manos llenas de culottes y sujetadores de encaje.

—¡Hombre, Oliver! ¿Qué haces tú por aquí?

Aparte de tontear con las dependientas.

—He venido a comprar un regalo.

—Ah... ¿en la sección de lencería?

—Sí, le quiero regalar algo a alguien especial.

—Genial...

Creo que debe de haber oído como rechino los dientes.

—¿Y tú? ¿Renovando vestuario?

—Sí, algo así. Bueno, si me disculpas...

Me vuelvo hacia Martha y lo ignoro.

—¿Necesitas opinión?

Ah, pero... ¿todavía sigues aquí? Cojo aire y vuelvo a darme la vuelta.

—¿Sobre qué?

—Sobre la ropa que te vas a llevar.

Por un momento me quedo alucinada. ¡Pero tendrá morro!

—No, gracias. Ya tengo a Martha que me aconseja.

La pobre Martha, que no entiende nada, nos mira con cara de poker.

—Pero Martha no va a entrar en el probador a vértelos puestos, ¿no?

—No, ni tú tampoco.

Agarro a Martha del brazo y echo a andar con ella por el pasillo.

—¡Danielle!

—¡Chao, Oliver!

Martha contiene la risa.

—No, no, ríete. Es un gilipollas.

Me despido de Martha con una sonrisa de oreja a oreja y dos bolsas llenas de ropa interior de morirse. Compro un par de vestidos también y salgo por la puerta de Bloomingdale’s más feliz que una niña con zapatos nuevos.

* * *

Parado en la acera hay un chico montado en una moto que me hace señas para que me acerque. Me doy la vuelta por si hubiera alguien detrás de mí y meto la pata, pero no hay nadie. Frunzo el ceño extrañada y me señalo a mí misma. ¿Es a mí? El chico asiente con la cabeza. Me acerco.

Cuando se quita el casco me quedo con la boca abierta.

—¿Tú? ¿Otra vez?

—Es que no me he ido, te estaba esperando.

—¿Para qué?

—Para llevarte a tomar algo.

—Te lo agradezco, pero ya he quedado.

Me agarra del brazo y me acerca a él.

—Mentira.

—¿Cómo dices?

—Que es mentira. No has quedado.

—¿Y tú que sabes?

—Intuición masculina, supongo.

—Pues háztelo mirar porque te está fallando.

—Venga monta en la moto, Danny.

—¡¿Pero qué dices?! Jajaja...ni loca.

—¿Te da miedo?

—No, pero ya te he dicho que he quedado.

—Y yo te he dicho que eso es mentira.

—¡Ay, Oliver! Olvídame, anda.

Echo a andar antes de que me suba a la moto y acabemos revolcándonos vete tú a saber dónde.

—Danielle, no me llamaste.

Me quedo clavada en el sitio. Pero no me doy la vuelta.

—Tú a mi tampoco.

—Pensaba que no querías que te llamara.

¡Pues no pienses, joder!

—Yo... borré tu número sin querer. Adiós, Oliver.

Me suena el teléfono pero sigo andando. Vuelve a sonar otras dos veces. Espero que sea Sylvia dando señales de vida.

Apúntalo otra vez y no lo pierdas.

¿Pero qué...?

¿Sabes que tus piernas también son preciosas sin esos tacones torturadores?

Me paro y sonrío.

Déjame que te invite a cenar, por favor.

Me doy la vuelta y le miro mientras le respondo al mensaje.

Ya, cenar... Tú lo que quieres es verme con un conjunto de los nuevos.

Se echa a reír.

Pues no te lo voy a negar, pero también tengo ganas de estar contigo y que solo hablemos. Por favor... ¿Danielle?

Me mira y me pone morritos. Me acerco a la moto y me subo detrás.

—Toma, ponte esto.

Me pasa un casco.

—¿Y las bolsas?

—Espera, creo que cogerán debajo del asiento.

—Mira que si se rompen, te mato.

—Tranquila, mi moto no come bragas. Al menos hasta ahora.

Se baja de la moto y me tiende la mano para ayudarme a bajar. Pero antes me acaricia el muslo con los dedos y me sonríe. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

Arranca la moto y se me tensa todo el cuerpo. Me dan un miedo horroroso. Me agarro a su cintura con fuerza.

—Danny, no puedo respirar.

—Lo siento.

—No te pongas nerviosa, por la ciudad no suelo hacer el loco.

—Ya me dejas más tranquila...

La madre que lo parió.

Según me bajo de la moto, Oliver tiene que sujetarme para que no me caiga. Las rodillas me tiemblan de los nervios.

—¿Ves como no ha sido tan malo?

—¿Tú crees?

Le señalo mis piernas que tiritan descontroladas. Sin esperármelo se agacha y me coge en brazos.

—¡¿Pero qué haces?!

—Pues llevarte.

—Bájame al suelo ahora mismo.

Tengo la cara del color de un tomate maduro.

—Vale.

En cuanto mis pies tocan el suelo se me doblan las rodillas. Ollie vuelve a sujetarme por la cintura.

—¿Puedes andar, Danielle?

—Sí, sí. Solo necesito una tila...

Me lleva a un restaurante que se llama Three of Cups en First Avenue. Me gusta.

—Este sitio es muy... tú.

—¿Muy yo? ¿Y eso que significa?

—Que te pega.

—¿Y por qué me pega?

Apoya los codos en la mesa y se inclina hacia delante alzando una ceja. Yo me muerdo el labio por no pegarle a él un mordisco. Qué boca tiene...

—No sé. Te pega y punto.

Se echa a reír.

Cenamos y resulta que es encantador. De serpientes, eso sí... Le gustan los deportes de riesgo. A mí no. No me puedo concentrar en la conversación. Sus labios me nublan la mente. Me estoy poniendo mala de pensar en lo que pueda venir después.

—¿Danny? ¿Me estás escuchando?

—¡Sí, sí, claro!

—¿Qué te estaba diciendo?

Dioses, ¡os necesito! Como siempre, ni puto caso a la pobre Danielle.

—Mmmm... ¿qué te ibas a tirar en paracaídas el mes que viene?

—Eso lo dije hace media hora...

—¿Qué te gustan mucho las Harley’s...?

Le miro arrugando la nariz.

—¿Se puede saber dónde estabas los últimos diez minutos?

Fantaseando contigo en la cama, no lo dudes.

—Pues aquí.

—¿Y por qué no sabes de lo que te estaba hablando?

—¡Ay, Oliver! ¡Haces muchas preguntas!

—Porque no me gusta hablar con las paredes.

—Oye, lo siento. Es que me distraes.

¡¿Por qué he dicho eso?! Por favor, por favor...que no me haya oído. Una vez más los dioses se hacen los sordos. Estoy empezando a pensar que me odian de verdad.

—¿Te distraigo?

—¿Ves? Ya estás otra vez con las preguntas.

—¡Es que me estás volviendo loco, Danielle! No sé si es que eres así normalmente o solo conmigo. Si no te interesa mi conversación dímelo y te llevo a casa. No quiero hacerte perder el tiempo ni perder yo el mío tampoco.

¡Será posible! ¿Ahora le hago perder el tiempo?

—Vale, llévame a casa entonces.

Se levanta de mala leche, paga la cena y salimos por la puerta sin dirigirnos la palabra.

—¿Dónde vives?

—Si quieres me cojo un taxi.

—Vale.

¡¿Qué?! Abre el asiento y saca mis bolsas. Me las da cabreado. Se monta en la moto y se va, dejándome plantada en la acera con una cara de gilipollas de campeonato.

Paro al primer taxi que pasa. Le doy la dirección y me recuesto en el asiento cerrando los ojos.

* * *

Cuando llego a casa suelto las bolsas en el sofá. Un momento... ¿por qué hay tres bolsas si yo sólo llevaba dos...? Cojo la intrusa y miro dentro. Otro conjunto de lencería. Lo saco y se me abre la boca de golpe. Qué preciosidad, que sexy, qué... ¡todo! ¿Pero esto de dónde ha salido? De repente me quedo helada y me llevo la mano a la boca conteniendo un grito. El regalito de Oliver a la persona especial... Un torrente de celos y envidia por esa desconocida me cae como un chaparrón. Cojo la bolsa para guardarlo y se cae una tarjeta al suelo. Resoplo. Lo que me faltaba. Con carta de amor y todo. Me pienso si agacharme a recogerla o pisotearla y escupirla. Al final la cojo porque la voy a leer. Me da igual invadir su intimidad, bastante invadió él la mía la semana pasada.

Danielle, esto te hará las piernas igual de bonitas que tus tacones, pero sin dolor de pies. Aquí me quedaré rogando por ser yo el que te lo vea puesto,

Ollie.

Me caigo de culo al suelo. ¡Seré gilipollas!

Me paso los dos días siguientes mandándole mensajes al móvil de perdón sin recibir respuesta.

Al final me armo de valor y me presento en su casa. Me abre la puerta una pelirroja tapada solo con una toalla. ¡¿Qué?! Me he quedado sin habla y ella me mira con el ceño fruncido.

—¿Hola?

Tengo bloqueo mental. ¡Habla, Danielle!

—Eeehhh... ¿Oliver...?

¡¿Pero por qué no me habré dado la vuelta y me habré ido...?! La pelirroja sonríe y asiente.

—Sí, un momento. ¡Ollie!

Abre un poco más la puerta y le veo sentado en el sofá en calzoncillos y comiéndose una manzana. Como no...tenía que ser una manzana.

—¿Danny?

Se levanta de golpe y viene hacia la puerta.

—Yo... yo... creo que esto ha sido un error.

Doy dos pasos hacia atrás.

—No, espera. Pasa si quieres.

Esta está loca. ¿Qué quieres que hagamos un trío, guapa?

—Déjalo, mejor me voy y os dejo que sigáis... con lo que fuera que estuvierais haciendo.

Hago un gesto con las manos como si no me importara.

—Danielle, ¿qué haces aquí?

Oliver se apoya en el marco de la puerta y apoya la otra mano en la cintura. Típica postura de chulo. Pero yo ya estoy que me muero por él. ¡Será posible!

—Venía a devolverte algo que se te coló por error entre mis bolsas.

—Vale, dámelo.

¡¿Qué?! Por favor que esté de broma...

—¿Oliver se puede saber qué te pasa?

—A mi nada, Danielle. Dame lo que has traído y vete.

—No hace falta que me hables así.

La pelirroja coge unas llaves de la entrada y sale al descansillo.

—Ollie, yo mejor me voy. Gracias por dejarme utilizar tu ducha.

—De nada, Monica. Cuando quieras...

Le guiña un ojo y me dan ganas de cogerle de los huevos y retorcérselos. La pelirroja me echa una mirada de disculpa y abre la puerta de enfrente.

—¿Es tu vecina?

—Sí, pero también me la follo de vez en cuando. Ya sabes, cuando alguna niñata me deja con el calentón...

—Eres un cabrón, Oliver.

—Lo que tú digas. ¿Dónde está la bolsa que te di sin querer?

—No me la diste sin querer.

—¿Ah, no?

—Yo también se cuando mientes.

—Has venido a dármela, ¿no?

Me quedo callada resoplando por la nariz. Meto las manos por debajo de mi falda y tiro del culotte hasta que me lo saco por los pies. Me quito la cazadora y me desabrocho los botones de la camisa.

—¿Qué haces, Danny?

Me sujeta la muñeca.

—¿No quieres que te devuelva tus cosas?

—¡¿Lo llevabas puesto?!

—¡Pues claro que lo llevo puesto! ¿O me lo habías regalado para ponérselo a mis muñecas?

Tira de mí hacia su casa y cierra la puerta de un portazo. Me pega a la pared y mete la mano por debajo de mi falda. Desliza sus dedos por mi raja húmeda, ya me tiene como una moto.

—Dios, Danny...

—¿Te has quedado con ganas de más?

Le muerdo los labios con fuerza.

—¿Con ganas de más?

Retira la cara y me mira con el ceño fruncido.

—Cuidado con lo que vas a decir Danielle, que abro la puerta y te vas.

—¿No decías que tenías a la pelirroja para calmarte los calentones?

—La cagaste, venga vete.

Abre la puerta y me empuja fuera.

—¡No, Oliver, no! Por favor...

Le empujo otra vez hacia dentro y cierro la puerta. Le meto la lengua hasta la garganta para que no le dé tiempo a replicarme.

Y vuelve a follarme como un animal. Tres veces.

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