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Kate » Capítulo 2

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Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Martes Sept./30/2036

Wicca +4

 

Kate llevaba un buen rato observando el monitor cardíaco. La luz de la mañana entraba diáfana por las ventanas de la habitación 326 en el Hospital Monte Sinaí y aún así, la joven se sentía un aturdida y con pocas ganas de hablar.

La voz de su madre sonó apagada desde el aseo.

—Tranquila cariño, no te vas a morir.

Kate volvió la cabeza intentando sonreír.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque eres igual que tu padre y la mala hierba nunca muere. —Afirmó Annette sosteniendo un vaso de agua.

—Papá… —Dijo Kate.

—No ha podido venir. Cosas del trabajo. Como siempre.

—¿Qué me pasó? —Preguntó Kate bastante confundida.

—¡Te encontraron inconsciente en el despacho! ¡Sabía que algún día nos darías un disgusto con esa dieta que haces!

—…

—Si no llega a ser por tu compañero… ¿Hall?… ¿Wall?…

—Walsh… Bill Walsh… —Afirmó Kate tratando de incorporarse sobre el respaldo de la cama.

—Exacto. Bill Walsh. Un hombre encantador. Lástima que no sea abogado.

—¡Mamá!

—¿Has visto las flores que han enviado?

Kate echó un vistazo a la mesa auxiliar repleta de margaritas, tulipanes y gladiolos.

—Este ramo es de Bruce McKellen. —Apostilló Annette.

—Mamá… Por favor… —Volvió a decir Kate.

—Por Dios hija… Parece que cualquier cosa que diga, te molesta…

Kate se preguntó cuánto tiempo más tendría que aguantar a su madre. No se encontraba con fuerzas y su forma de ser la agotaba.

—¿Qué han dicho los médicos? —Quiso saber.

—Te han hecho algunas pruebas. El doctor Park diagnostica agotamiento y estrés. Yo digo que tienes anemia. —Afirmó Annette poniendo la palma de la mano en la frente de su hija.

Kate cerró los ojos un momento.

 

—No me extrañaría nada. Con lo mal que comes y duermes… Y tantos fines de semana trabajando. ¿Por qué no pasas unos días en casa? Podríamos cocinar juntas.

—Mamá… Ya hemos hablado de esto antes.

—No sé cómo puedes tomarte la salud tan a la ligera, hija. —Afirmó de forma categórica Annette.

Kate estaba a punto de darse por vencida cuando alguien vino al rescate tocando la puerta con firmeza.

Una cabeza se asomó con prudencia.

—¡Señor Hall! —Exclamó Annette. —¡Qué alegría verle!

Bill respondió con timidez.

—Perdón. No quisiera interrumpir.

—No se preocupe. Ya me iba. Necesito hacer algunas compras. Arthur nunca perdonaría que volviese de Nueva York con las manos vacías. ¿Verdad querida?

Kate se apresuró en contestar.

—Si mamá. ¡Vete tranquila!

—Adiós Katherine. Te dejo en manos del apuesto señor Wall.

Bill esbozó una sonrisa tonta.

—Le ruego que tenga un poco de paciencia, hoy está un poco irascible. —Dijo Annette antes de marcharse.

El compañero de Kate asintió y cerró la puerta.

—Tu madre es muy simpática. —Afirmó.

—A veces me saca de quicio. —Dijo la joven malhumorada. —Debo de tener un aspecto horrible.

 

—Efectivamente. Estás espantosa. —Afirmó Bill socarrón.

Kate se puso roja como un tomate.

—Gracias por los ánimos.

—Te echamos de menos. ¿Estás mejor?

—No ha sido nada. Un simple desmayo. —Se apresuró a decir Kate. —Mi madre está convencida de que tengo anemia. —Respondió Kate quitando importancia.

—¿Te traigo una hamburguesa de Freddie´s?

—¡No por Dios!

Bill sonrió.

Kate pensó que tenía una bonita sonrisa.

—Deberías descansar, jovencita.

La puerta volvió a abrirse y por ella entró un doctor acompañado de una enfermera.

—Hola Kate. ¿Cómo te encuentras? —Preguntó Jason Park al tiempo que estrechaba la mano de Bill,

—He sobrevivido la visita de mi madre. —Dijo Kate con ironía.

El doctor Park asintió sonriendo mientras anotaba los datos reflejados en el monitor.

—Eritropoyetina y complementos vitamínicos. —Dictaminó Park entregando un papel a la enfermera.

Kate frunció el ceño.

—¿Eritroqué...?

—Lo toman los deportistas para aumentar su rendimiento. Pronto estarás bien.

Kate no parecía muy convencida.

—¿Los deportistas? ¿Qué deportistas?

Park no parecía inclinado a dar más explicaciones.

—Soy amigo de tus padres y nos conocemos desde que eras pequeña pero ahora tengo que dejarte, Kate.

—Pero… —Kate nunca había visto al doctor tratarla con tanta prisa.

—El Comité Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud quiere que vaya al edificio de Naciones Unidas y llego tarde.

Kate y Bill se miraron extrañados.

—¿Naciones Unidas? ¿Qué ocurre? —Preguntó Kate.

—Ni siquiera en la cama de un hospital eres capaz de aplacar ese olfato de reportera. —Dijo el médico sonriendo antes de abandonar la habitación.

Jason Park dejó el Hospital Monte Sinaí después de haber cumplido su palabra de haber echado un vistazo rápido a Kate.

Arthur Brennan era un buen amigo. Era lo mínimo que podía hacer por él.

El doctor tuvo que recorrer un buen trecho de la quinta avenida antes de poder subir a un taxi.

—Al 885 de la segunda avenida. —Indicó. —Deprisa.

En Naciones Unidas, el Doctor Joao Pereyra presidía la mesa de la sala 415b. Estaba nervioso, así que comenzó a juguetear con la placa que le identificaba como Director General Adjunto de la Organización Mundial de la Salud.

De repente, Jason Park entró de manera atropellada acaparando todas las miradas.

—Lo siento. No he podido llegar antes.

—No te preocupes Jason. Sabemos lo ocupado que estas. Gracias por venir. —Respondió Pereyra.

Park se tomó un momento para tratar de identificar al resto de los presentes.

Reconoció con facilidad a los miembros habituales del comité, el austriaco Wilhelm Pichler, Director Ejecutivo de Emergencias Sanitarias así como a los Subdirectores Generales Olsson y Kobayashi.

—Sin embargo, también hay caras desconocidas. —Pensó mirando a los tres extraños con los que compartía sala.

Pereyra tomó la palabra.

—Les presento al Doctor Jason Park, del Hospital Monte Sinaí. Es, sin duda, el mejor epidemiólogo de Estados Unidos además de un excelente jugador de golf.

Todos sonrieron antes de dirigir sus miradas a Park que se levantó ligeramente de su asiento para saludar.

—No hagan mucho caso… —Dijo un poco cohibido.

Pereyra continuó.

—Estos caballeros son los embajadores de Rusia, Estados Unidos y China ante Naciones Unidas. Los señores Korovin, Lynch y Zhang.

El doctor Park inclinó levemente la cabeza. No estaba acostumbrado a la presencia de embajadores en el comité.

—Por favor, luces.  —Dijo Joao.

La sala quedó a oscuras y la imagen de un mapa con varios puntos rojos salpicando el hemisferio norte quedó proyectada.

El Dr. Pereyra comenzó su exposición.

—Esto, —Dijo señalando con un puntero.- son los principales focos de un brote desconocido. Apareció hace pocos días en el hemisferio norte y se extiende rápidamente hacia el sur.

El Jason Park intentó procesar aquellas palabras.

—Perdón… No entiendo…

—Será mejor dejar las preguntas para el final. —Respondió Pereyra antes de proseguir.

—Llevamos setenta y dos horas sin saber nada de cualquier población situada al norte de un amplio eje que va desde la Bahía Resolute en Canadá hasta Nordvik en Siberia.

El embajador ruso carraspeó.

Pereyra hizo un gesto para darle la palabra.

—Todavía no estamos seguros con respecto a Nordvik.

El Director General Adjunto de la OMS asintió.

—Tampoco tenemos claro lo ocurrido con tres cruceros en Groenlandia. El Nordic Sea estableció contacto con su naviera en Hamburgo desde Savissivik. Reportaron pasajeros enfermos a bordo y solicitaron asistencia sanitaria urgente. No hemos vuelto a saber nada de ellos ni del equipo enviado.

—¿Hablaron de síntomas? —Preguntó el doctor Olsson.

—Si. Hemorragias internas y sangrado abundante por la cavidad nasal, boca, oídos…

Jason Park se puso lívido. El relato de Pereyra era sumamente inquietante.

—¿Qué van a hacer? —Quiso saber el embajador de China.

Pereyra respondió con rapidez.

—Vamos a declarar una alerta urgente por enfermedad contagiosa desconocida. En dos horas salgo para Ginebra. Me gustaría pedirte que me acompañaras Jason.

El doctor Park respondió sin pensar.

—Por supuesto.

El embajador norteamericano objetó.

—¿Están seguros? ¿Han pensado en las consecuencias? Van ustedes a proporcionar un buen dolor de cabeza al presidente Wilkinson a las puertas de unas elecciones. ¿Y si fuese una falsa alarma? —Apuntó Lynch.

—Nosotros no somos políticos, embajador. Nuestro cometido es salvar vidas, el del presidente, dar la cara ante sus votantes. —Respondió tajante Pereyra.

—Espero que sepan lo que están a punto de hacer. —Respondió el embajador visiblemente molesto.

—Asumiremos todos los riesgos.

Dos horas más tarde, el doctor Jason Park vería alejarse la pista 4L/22R del Aeropuerto Internacional JFK desde la ventanilla de su asiento en el vuelo 2804 de Swissair con destino a Ginebra.

Ni siquiera había podido hablar con su mujer.

 

 

 

 

Washington D.C.

Estados Unidos.

Miércoles Oct./01/2036

Wicca +5

 

—Damas y caballeros, con ustedes, el Presidente de los Estados Unidos de América.

Los doscientos integrantes de la Fundación Irving Palmer se levantaron en el salón Astor para aplaudir al Presidente Wilkinson que apareció acompañado de la Primera Dama.

Juntos, se dirigieron al estrado.

—¡Oh Ferguson! ¿No es maravillosa? —Preguntó Miss Redcliff a su marido en la mesa número ocho.

—¡Adorable! —Exclamó la esposa de Marcus Bell, Director General Ejecutivo de Farmacéuticas Wellmouth, Greensboro en Carolina del Norte.

Belinda Bell se estaba esforzando por retener hasta el más mínimo detalle de la cena.

Del salón Astor, se decía en el último número de la revista Washingtonian lo siguiente: “Constituye el epítome del buen gusto capitalino. Lo suficientemente sobrio como para no resultar presuntuoso y lo suficientemente lujoso como para que el cliente selecto pueda cenar tranquilo.”    

Impresionaba especialmente el techo, de estilo artesanal renacentista e iluminado por cuatro impresionantes candelabros de cristal en cascada de doce brazos. La ávida mirada de Belinda se recreó en los diseños policromados, poniendo especial atención al rico troquelado de las vigas y a los contrachapados de madera noble.

Desde luego, la estancia era todo un acierto. Transmitía distinción.

El presidente Wilkinson comenzó su alocución.

—Estimados Señor Director de la Fundación, patronos y distinguidos miembros de la junta:

 

Quisiera expresar, un año más, mi satisfacción por estar compartiendo con ustedes esta velada. No hay palabras para agradecer la labor de esta institución, consagrada a la necesaria tarea de obtener fondos para la investigación de enfermedades raras; no sólo en Estados Unidos sino a nivel internacional. No porque una afección afecte a un porcentaje pequeño de la población, ésta es menos importante. 

 

Es por ello que la administración que presido ha dedicado en el último año más de seiscientos millones de dólares en ayudas para la investigación farmacéutica. Cuando el empuje del sector público converge con la iniciativa privada, nacen los más brillantes y beneficiosos proyectos para la sociedad. Es mi deseo esta noche, que todos los presentes rindamos un merecido tributo a los hombres y mujeres que trabajan por toda América en instituciones esta.

Por ellos, alzo mi copa y que Dios les bendiga.

Belinda brindó con solemnidad.

—¡Por el presidente! ¡Qué Dios le bendiga! —Exclamó.

—¡Y por la Fundación! —Apostilló su marido.

A continuación, el Presidente Wilkinson y los invitados fueron dejando la cena con discreción.

Pese a sus denodados esfuerzos, Belinda no había podido hablar con la Primera Dama. Marcus no era tan importante todavía como para que ella pudiese acceder a un círculo tan reducido pero estaba segura de que nadie podría culparla si, al llegar a casa, mentía un poco al respecto.

—En Greensboro se van a morir de envidia. Especialmente esas arpías del Country Club. Vaya que sí. —Se dijo. —¡Marcus!

—Dime, Belinda.

—¿Nos vamos?

Su marido se despidió de algunos amigos influyentes y se reunió con su ella en el hall del hotel.

—¿Contenta? —Preguntó antes de subir al taxi.

—Ha sido un viaje muy productivo. —Respondió Belinda tomado la mano de su esposo.

No muy lejos de allí, la comitiva presidencial llegaba a la Casa Blanca al filo de las nueve de la noche.

Ted Wilkinson estaba agotado aunque optimista ante la perspectiva de poder disfrutar de un rato libre con Anne.

Con las elecciones tan cerca ambos necesitaban distraerse un poco.

—Estaría bien un rato de televisión juntos. —Pensó tratando no pensar demasiado en su  legislatura.

En el frente doméstico, la industria automovilística amenazaba con movilizaciones por todo el país. El Congreso, en manos del partido republicano, insistía en el equilibrio presupuestario con lo que el programa demócrata de incentivos, tan importante para el sector, estaba a punto de desaparecer.    

En el ámbito internacional, las tensiones con Rusia seguían en aumento a cuenta de Ucrania.

Un conflicto que llevaba años enquistado y en el que ninguna administración había tenido el coraje de intervenir.

—Ucrania pertenece al área de influencia rusa. No podemos involucrarnos. —Ese era el argumento invariable de todos los Secretarios de Estado.

A Ted Wilkinson no le gustaba la idea de dejar que Moscú continuara interfiriendo y, aunque fuese contra el parecer de los asesores, el presidente llevaba meses maniobrando para encontrar una solución firme de afrontar la espinosa cuestión.

—¿Y si propiciamos más sanciones? —Preguntó Ted a su esposa mientras subían las escaleras que conducían a sus dependencias en la Casa Blanca.

—¿Te refieres a los rusos? Piénsalo bien, Ted.

—No dejo de darle vueltas. —Respondió el presidente.

—¿Quieres saber mi opinión?

—Por supuesto.

—Déjalo en manos de la Unión Europea.

Ted Wilkinson soltó un bufido.

—¡No puedo entregar Ucrania a esa pandilla de burócratas!

—Tendrán que posicionarse y nosotros les apoyaremos, pero entre bambalinas. —Razonó Anne.

—Lo pensaré.

 

La Primera Dama sonrió y se detuvo un momento en el rellano para contemplar a su marido.

El cabello ya plateado del presidente contrastaba con sus ojos negros, tan profundos e indescifrables. Su marcado mentón le daba aquel aspecto de emperador romano del que a ella le gustaba tanto reírse.

—¡Ave, César!

Y a pesar de haber oído mil la burla, Ted siempre respondía con una buena carcajada. En muchos aspectos, ambos mantenían la inocencia del tiempo en el que se habían conocido.

Y eso, a Anne, le gustaba.

—¿En qué piensas? —Preguntó Ted.

—En el día que te conocí.

Wilkinson sonrió.

—¿Te refieres al día en el que casi me matas, después de la conferencia de tu padre?

Anne frunció el ceño, divertida.

—Me refiero al día en que cruzaste sin mirar el carril bici.

—Arrollaste al Presidente de los Estados Unidos. —Dijo Ted con solemnidad.

—Por entonces no eras presidente de nada y yo era la hija de un gobernador.

Una llamada les interrumpió.

Ted se disculpó y se levantó para atender el teléfono.

Anne supo que cualquier plan para el resto de la noche acababa de quedar automáticamente cancelado.

—Tengo que irme. —Dijo Ted unos minutos más tarde.

—¿Es grave? —Preguntó Anne con tono mimoso.

—Se trata de algo relacionado con la alerta emitida ayer por la Organización Mundial de la Salud. Quieren que me reúna inmediatamente con un experto.

Anne torció un pequeño gesto de fastidio.

—No pasa nada. Ve a hacer tu trabajo. —Le susurró dándole un beso.

Ted Wilkinson se ajustó la corbata y salió al encuentro de su Jefa de Gabinete.

Mientras, en el despacho oval, el doctor Jason Park esperaba contemplando las fotos familiares del Presidente.

—Ayer Ginebra, hoy la Casa Blanca. No me pagan lo suficiente. —Pensó.

La puerta se abrió y entró en la estancia Ted Wilkinson acompañado de Marge Stanley.

—Señor Presidente. Le presento al Doctor Jason Park. Uno de nuestros mejores epidemiólogos. Acaba de regresar del cuartel general de la OMS en Ginebra. Creo que debería escucharle.

—Encantado. —Se apresuró a decir tímidamente el Doctor Park.

—El placer es mío. —Respondió cortésmente el Presidente. —¿En qué puedo ayudarle doctor?

Park tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Verá… Señor Presidente… No soy hombre de andar con rodeos.

—Se lo agradezco. —Dijo Wilkinson.

—Está usted a punto de enfrentarse a la mayor crisis de la historia en nuestro país.

El Presidente tomó asiento.

Aquella iba a ser una larga noche.

 

 

Rehovot.

Israel.

Jueves Oct./02/2036

Wicca +6

 

Salomón Rubin volvió a echar un vistazo a los últimos resultados.

 

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System Entry Code: 03467f570gh654af071410022036… Running.

El profesor no se sorprendió. Los errores en la simulación venían siendo una constante desde el inicio del proyecto. Pese a todo, habían hecho importantes progresos.

A finales de los años noventa simplificaron los algoritmos lo que permitió una reducción significativa en los tiempos de cálculo y ahora, Fat Betty disponía de 82.000 procesadores de 260 núcleos. El supercomputador era capaz de procesar más de un trillón de operaciones de coma flotante por segundo. Los resultados que obtenían en poco más de dos horas, llevaban semanas años atrás.

Todavía era temprano y el Laboratorio de Astrofísica del Weizmann Institute of Science estaba vacío.

A Salomón le gustaba madrugar, llegar antes de que los más de treinta integrantes del equipo comenzasen a trabajar en las amplias y modernas instalaciones. La mayoría eran jóvenes, gente brillante y entusiasta.

Nunca los tuvo mejores.

—Tendrás los recursos. Israel trabajará para ti. 

Aquellas fueron las palabras del primer ministro.

Salomón recordó complacido la entrevista en el huerto de una casa del gobierno a las afueras de Tel Aviv.

Por primera vez su interlocutor comprendía perfectamente la importancia de lo que se traía entre manos.

Y así, entre naranjos en flor, toda la maquinaria del estado hebreo fue puesta a disposición de su visión.

JASON iba a disponer de recursos ilimitados.

La tecnología más avanzada, conseguida a través del servicio de inteligencia más eficiente del mundo, estaría disponible. No hubo avance que, en cuestión de semanas, no estuviese en su escritorio. Listo para ser replicado

Un aviso parpadeó en la pantalla del terminal.

 

Incoming call. /… Asset:

Col. David Dayan. Israeli Air Force.

ID#:DD428568/K

Security Clearance: Granted.

Loc: ISS Harmony.

Status:Urgent/*.Encrypted.*

T&D: 06:21 h.Oct/02/2036.

El profesor Rubin observó la alerta, dio un sorbo al batido de plátano con miel que su esposa Sara había preparado en casa y aceptó el desencriptado de la llamada.

La imagen del Coronel Dayan apareció borrosa en la pantalla.

—¡David! —Exclamó Salomón —¿Ocurre algo?

David Dayan mostraba un semblante preocupado.

—Salomón… ¿Qué está pasando con la OMS? ¿Enfermedad contagiosa desconocida?… ¿En serio?…

—Aquí estamos igual de sorprendidos. Mi opinión es  que no presenta buen aspecto. Es posible que al final no sea nada, pero no me gusta. Todo parece demasiado confuso. —Respondió Rubin.

—Internet es un hervidero de rumores. Parece que el pánico empieza a cundir en varias ciudades y aquí en la estación, Viktor Zaitsev está asustando a la tripulación con todo tipo de conclusiones disparatadas.

—Debéis mantener la calma. —Dictaminó tajante Salomón.

—Es fácil de decir pero el ruso habla de conspiraciones y lo que es peor, de miles de muertos. Intoxica el ambiente hasta el punto de poner en peligro el proyecto. 

—¿Qué hay de Wang? —Quiso saber Rubin.

—Wang intenta averiguar lo que ocurre. ¿Vas a decírmelo Salomón? Si hay alguien que puede saberlo, eres tú.

Rubin emitió un profundo suspiro.

—Es cierto que hay gente muriendo en el norte.

—¿Cuánta gente?… Oh Dios mío… ¿Zaitsev tiene razón?

—Todavía no lo sabemos. David, tenéis que mantener la calma.

—¿De qué estamos hablando, Salomón? ¿Armas biológicas? ¿Quién ha podido? ¿Irán?

—Parece que esta vez no han sido ellos.

—¿Quién entonces? ¿Qué dicen los americanos?

—Están igual de confundidos. Zaitsev está bien informado, está pasando en Siberia, Groenlandia, Alaska y Canadá. Se pierde el contacto con las poblaciones y tampoco se sabe nada de la gente que acude a socorrer las zonas afectadas. La ONU está estudiando emitir un comunicado conjunto pero ya conoces a los rusos. No harán nada hasta que sea demasiado tarde.

—Dios.

—El fenómeno sigue un patrón norte-sur y es global. Lo más preocupante es que, sea lo que sea, se mueve rápido, David.

—¿Cómo es posible?

—Lo único que tenemos son las llamadas desesperadas a los servicios de emergencia por parte de la gente afectada. Se han enviado decenas de helicópteros, muchos se estrellan en pleno vuelo. Los camiones cargados de medicinas y alimentos se quedan varados en las carreteras al poco de entrar en las zonas contagiadas. Pocas personas saben a ciencia cierta esto que te estoy contando, David. Hay que evitar que el pánico se apodere de la población.

El Coronel Dayan tragó saliva.

—¿Cómo se contagia?

—No lo sabemos.

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