Hacker

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Capítulo 6

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Capítulo 6

—Randall Grove.

Esa fue la respuesta de Nefilim. Solo dos palabras. Un nombre y un apellido que a Max no le decían nada.

—Tendrás que ser un poco más concreto, me temo.

—A nosotros también nos extrañó. Lo conocíamos, claro. Detectamos a las personas con su inteligencia y capacidades, pero dejamos de hacerle el seguimiento rutinario en 2008.

Max se imaginaba lo que estaba a punto de oír y no le hacía ninguna gracia.

—De muy pequeño dio muestras de una gran capacidad de aprendizaje. Las primeras pruebas de inteligencia determinaron que se trataba de un crío superdotado. De hecho, su cociente intelectual era mayor que el de Einstein. Era un crío creativo, aplicado, feliz.

—Imagino cómo os frotaríais las manos cuando lo descubristeis.

—Nos gusta encontrar personas capaces de trabajar con nosotros y cumplir con nuestros estándares de exigencia.

—Os gusta transformar personas normales en… otra cosa. —Max no tenía una palabra adecuada que definiera lo que opinaba de los métodos de reclutamiento y adiestramiento de la SCLI.

—Estaremos de acuerdo en que ninguno de nuestros empleados es normal. De todas formas, tampoco es que importe mucho. No llegamos a acercarnos a él. En 2008 su padre se suicidó. Él era apenas un adolescente. De repente se convirtió en un crío completamente anodino. De vez en cuando comprobábamos su evolución. Muchos de nosotros confiaban en que su dejadez repentina se debiera a un trauma por la muerte de su padre. Pero no. Jamás volvió a destacar en nada.

—Y sin embargo me dices —interrumpió Max— que él es el cerebro pensante de toda esta operación. ¿No es una teoría un poco arriesgada?

—Lo sería. De hecho, al primer agente que lo investigó hace unos meses, cuando nos llegaron los primeros indicios de lo que estaba a punto de pasar, ni siquiera se le ocurrió que pudiese estar involucrado. Definió su carrera laboral como errática, sin un objetivo preciso. Al parecer dimitió de todos y cada uno de sus puestos poco antes o poco después de que lo ascendieran a cargos intermedios.

—¿Entonces…?

—La cuestión no es cuántos trabajos tuvo, sino dónde lo contrataron.

—¿Bancos?

—Así es. Bancos, entidades financieras, aseguradoras, fondos de inversiones e incluso dos partidos políticos. Los dos más importantes de este país, para ser exactos.

Sin duda, el tipo era un genio. Había pasado años infiltrado en todos los puntos estratégicos del sistema que pretendía dinamitar.

—De acuerdo, ya veo por dónde vas —aseguró Max—. Pero no puede ser que trabaje solo. La operación que me has descrito necesita de un entramado de colaboradores considerable.

Nefilim asintió.

—Movámonos —dijo—. Llevamos mucho tiempo aquí.

Max estuvo de acuerdo.

—Randall Grove empezó a trabajar en su venganza el mismo día que su padre murió. El hombre no había hecho nada de manera diferente al resto de padres de familia de clase obrera de Inglaterra.

—O sea que trabajaba hasta deslomarse y no se las había apañado para poder ahorrar, ¿no?

—Es una manera de decirlo. Otra es que no fue un hombre previsor. Se quedó sin empleo, como muchos otros, agotó las ayudas procedentes del Gobierno y terminó colgándose de la viga de un establo.

—¿Un establo?

—Al parecer unos amigos los habían invitado a pasar un fin de semana en el campo. Quizá para convencer al señor Grove de que cambiase de vida. El viernes todo fue bien. Cena animada, unas copas de vino de más, los críos se acostaron temprano porque no aguantaban a sus mayores…

A Max le extrañó ese nuevo giro en el modo de hablar de Nefilim. Hasta hacía un momento parecía estar a punto de caer en un colapso nervioso. Ahora se refería a la familia Grove como a unos parias. Como si la culpa de su desastre financiero no recayera en un sistema económico corrupto desde la base. Max decidió que aquella nueva manera de expresarse se debía más a la necesidad de Nefilim de recuperar su equilibrio personal, afectado por el problema a gran escala en el que la SCLI estaba envuelta, que a una postura ideológica firme.

—Y entonces, ¿qué fue mal?

—Nuestras fuentes no están seguras. Es decir, existen todo tipo de rumores, desde luego. Pero lo que dice el informe policial es claro: Randall Grove, el hombre al que tendrás que dar caza, tendría por aquel entonces unos diecisiete años. Se levantó temprano, no desayunó, salió directamente de la casa y se metió en el establo. Vio a su padre, ya con el rigor mortis, balancearse en el extremo de una cuerda. Por lo visto una de las vacas le golpeaba con la testuz. El chico dijo que parecía que quisiera despertarle.

—Por amor de Dios, Nefilim. Podrías haberme ahorrado los detalles escabrosos.

—Te he dicho que te lo contaría todo, y es lo que estoy haciendo. Necesitas saber a quién te enfrentas. Este crío ya no es un crío, sino un hombre de veintiocho años que ha empleado los últimos diez en elaborar un plan para hundir la economía mundial por venganza. Su grupo se llama La Furia. El tipo es más inteligente que tú y que yo juntos. O eso dicen los datos que la SCLI recopiló durante su infancia y primera adolescencia. De hecho, es tan listo y tan paciente que nos ha engañado como a principiantes.

—Y lo peor no es eso, ¿verdad? Lo peor es que este tipo de personas creen de verdad que la causa por la que luchan es justa. Y no paran hasta conseguir lo que desean…

—O morir en el intento —terminó Nefilim—. Así es. Además, como has dicho antes, no está solo.

—Por supuesto. Necesitará la ayuda de otros expertos informáticos, como poco.

—Ese es casi el menor de nuestros problemas. Lo verdaderamente preocupante es que ha sabido localizar a personas como él. A víctimas, sí, pero también a simpatizantes de esas víctimas, a sujetos antisistema a los que ha encandilado con sus postulados. Y la mayor parte de ellos son como él.

—¿Ha reclutado un ejército de superdotados?

—Un ejército, sí, pero no de superdotados, sino de hombres y mujeres que, simplemente, pasan desapercibidos. Gente completamente normal, con trabajos normales, comportamiento normal.

—Invisibles —casi susurró Max.

—El empleado del banco que se dejó matar ayer cumplía a la perfección con el perfil. Sus compañeros no fueron capaces de decirnos de qué equipo de fútbol era aficionado o si prefería el rugby. Solo sabían que tomaba té y que nunca había tenido un problema con nadie. Tampoco destacaba por ser especialmente colaborador. Durante los interrogatorios una de las empleadas se echó a llorar. Dijo que no podía recordar cómo era su cara.

—Así que tengo que encontrar un grano amarillo en un campo de maíz. Y además, este grano en concreto está protegido por la lealtad de una legión de personas invisibles, algunas de las cuales pueden sembrar el caos con solo teclear un par de líneas de código informático.

—Hay algunos detalles que juegan a nuestro favor en realidad.

Max sonrió con amargura. Algunos detalles. ¿Cómo qué? ¿El equivalente de la kriptonita?

—Hay algunos espacios a los que no se puede acceder desde conexiones remotas. Lugares completamente analógicos. Además, para controlar el sistema que han montado, necesitarán al menos un centro de control. Allí almacenarán servidores e instalaciones. Ya estamos trabajando en la localización de lugares donde el gasto de energía llama la atención por lo desmesurado. Por supuesto, no hay ninguna seguridad de que los datos que hallemos sean correctos o, directamente, encerronas. No sabemos dónde se han infiltrado ni dónde no.

—No me das mucho con lo que trabajar.

Nefilim no contestó de inmediato, lo que indicó a Max que lo que iba a decir a continuación no le gustaría demasiado.

—No te doy muchas herramientas, pero tendrás un compañero.

Max se detuvo bajo uno de los enormes plátanos que poblaban el parque.

—Eso no va a pasar. Lo sabes. Tengo un equipo. Trabajo con ellos o solo.

—Esta vez no —contestó Nefilim—. No es negociable. Semus Riordan es un hacker. Ha estado infiltrado en grupos de todo tipo y condición.

—¡Claro que sí! ¡Tiene sentido! Como habéis sufrido una brecha en vuestra seguridad, os aseguráis de no sufrir la segunda incluyendo a un pirata informático en el caso.

—Habla con él, Max. Te necesito en esto. Y tú necesitarás a Semus. Créeme.

Max no dijo nada. Ahora comprendía a qué venía la propensión de Nefilim a las confesiones. Claro que se lo había contado todo, tragedia personal de Randall Grove incluida. Y el detalle de los doce muertos en Suecia, la vergüenza aparente de decir que se habían infiltrado en sus propios sistemas. Había jugado con él desde el principio. Lo había ablandado para darle aquel mazazo final. Trabajar con un extraño.

No había rechazado un caso de la SCLI jamás. Quizá aquel fuera el primero.

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