Gypsy

Gypsy


Capítulo 14

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Capítulo 14

 

No se podía creer la suerte que estaba teniendo, miró hacia su derecha y observó disimuladamente a Paddy el Guapo poniéndose el cinturón de seguridad. Después de disfrutar de una tarde estupenda en casa de Manuela, charlando un montón con Grace, que era divertida y muy cariñosa, conociendo a todos sus parientes, incluido el hermano de Patrick, Sean, que era el dueño del Boxing Gym, y a un montón de gente más, por supuesto a toda la plana mayor de La Marquise S.L. alrededor del mundo, se había ido como en una nube a casa, soñando con Paddy el Guapo, que no solo era guapo, sino también un verdadero encanto, maravilloso con sus hermanitos, adorable con sus abuelos, con sus primos y sus tíos… gracioso e inteligente, sexy a rabiar, la vida parecía querer compensarla aún más por sus últimos nefastos meses y le daba un último regalo de Navidad: Paddy iba a Kilkenny con ellos.

La invitación de Grace de pasar el día fuera de Dublín le había parecido súper generosa y necesitaba tanto salir con gente de su edad que no había dudado ni medio segundo en ir con ellos a Kilkenny, sin imaginar, ni en sus mejores sueños, que su primo Paddy haría de chófer en la excursión, así que cuando a las ocho en punto de la mañana tocaron el claxon de un coche, salió corriendo y se lo encontró al volante de un jeep del año de la polca, casi le da algo. Era demasiado perfecto para ser cierto y se subió al vehículo decidiendo que lo primordial para disfrutar de su buena fortuna era no perder el norte. Él debía tener un rosario de novias y ella acababa de romper con su novio de toda la vida, así que fin de la historia. Lo importante era disfrutar del paseo y nada más. Nada más, Úrsula.

Viendo cómo ponía en marcha el coche, apoyaba el brazo en el respaldo de su asiento para hacer la maniobra de retroceso, casi se ahoga. Olía maravillosamente bien, como a jabón de toda la vida, y no había gesto más sexy en un tío que ese, con los ojazos celestes mirando por la luna trasera y la boca entreabierta… Tragó saliva y fijó la vista al frente contando hasta diez. Paddy suspiró muy cerca de ella, giró el volante y aceleró el jeep con total naturalidad, aunque parecía el modelo de un anuncio de perfume. No llevaba jersey ni chaqueta, solo un polo azul celeste y unos vaqueros desteñidos, tenía un cuerpazo, y esos brazos fuertes cubiertos por ese vello rubio precioso, las manos grandes y bonitas, con las uñas muy cuidadas, y un reloj deportivo que era una verdadera pasada…

–Ya verás tú cuando Grace vea mi coche –le dijo encendiendo la radio.

–¿Por qué?

–Porque querían llevarse el 4X4 de mi padre, pero yo prefiero mi cacharro, por viejo que sea.

–Pues a mí me parece una pasada.

–Gracias. –La miró de reojo y sonrió, disolviéndole los huesos de todo el cuerpo.

–¿Qué música es esa? –Desvió los ojos y el tema, y él asintió subiendo el volumen.

–¿Te gusta?, son The Kilkennys, me encantan, tocan música tradicional irlandesa y ya que vamos a Kilkenny…

–¿Y tocan Spanish Lady?

–Pues sí –soltó una risa suave indicándole con la cabeza que Grace y Diego ya estaban esperándolos en la acera–, tocan Spanish Lady, de hecho, es la primera canción de este CD. Escucha.

No conocía gente así, definitivamente no, pensó al poco tiempo de compartir viaje con Grace, Diego y Paddy. Los tres eran gente normal, con sus vidas, sus responsabilidades y problemas, como todo el mundo, pero, sobre todo, eran personas súper cálidas, divertidas y con mucho sentido del humor. Se rio un montón con ellos antes de llegar a Kilkenny, no escuchó ninguna queja durante el trayecto, ningún chisme o crítica, como solía ser habitual entre sus amigos, y antes de llegar a la ciudad ya estaba completamente enamorada de los tres.

Principalmente, para que negarlo, viajó todo el tiempo obnubilada con Paddy, mirando de reojo sus gestos, oyendo su voz grave y preciosa, con ese acento endiablado que compartía con Grace y que tanto a Diego como a ella les hacía mucha gracia, pero también aprovechó para admirar el paisaje, la lluvia que caía a raudales y el centro de Kilkenny, donde llegaron para recoger en el ayuntamiento unos papeles de la abuela paterna de Grace, antes de dar un paseo por ahí y acabar comiendo en el restaurante de un amigo de la familia O’Keefe. Una mañana perfecta, redonda, que a ella le dibujó una sonrisa perpetua en la cara.

–¿París?, ¿una La Marquise París?, qué interesante, Manuela no me había dicho nada.

–Es que Manu es muy discreta –comentó Diego tomando un sorbo de su copa de vino. Habían pedido pescado para comer y el dueño del local había insistido en que probaran un vino blanco español que tenía en la bodega–. Muy bueno, probadlo, chicas, está delicioso.

–¿Tú no bebes, Paddy? –Se atrevió a preguntar cuando él llegó a la mesa y se sentó a su lado cogiendo la servilleta.

–Muy poco y menos si tengo que conducir.

–Nuestro Paddy es un deportista, Úrsula, se cuida muchísimo –dijo Grace y le sonrió–. ¿Tú también haces mucho deporte, no?

–Lo que puedo.

–Boxea muy bien –opinó Paddy y ella se sonrojó negando con la cabeza.

–Ojalá, tengo mucho que aprender.

–No es verdad, hay que tener cuidado con ella –insistió y suspiró, probando su salmón al horno–

es muy peligrosa.

–¿Y cuándo inauguran en París? –Desvió el tema al ver los ojos atentos de Grace sobre ella y Diego la miró.

–El veintiocho de enero.

–¿Enero?, ¿es una buena época para inaugurar un local?

–Phillipe Levallois, el chef responsable de La Marquise Londres, es mundialmente conocido, tres estrellas Michelin desde hace cinco años… –intervino Grace– y París será suyo, una empresa de La Marquise S.L., pero él lo llevará al cien por cien y la gente está como loca por ir a probar su cocina.

Ya tienen reservas hasta abril y eso que faltan veinte días para la inauguración.

–Vaya, qué increíble, ¿y dónde está?

–En la Place Vendôme…

–Precioso lugar.

–Sí, el tío Patrick tiene mucha suerte para dar con locales…

–¡Paddy O’Keefe Jr.! –dijo alguien a su lado y los cuatro lo miraron con sorpresa–, dichosos los ojos que te ven, macho.

–Hola, Shane, ¿qué tal estás?

–No tan bien como tú. –El tipo, que era moreno y lucía un tatuaje muy llamativo por todo el cuello, la miró a ella y le guiñó un ojo. Úrsula dejó de comer, observó a los demás y notó que Grace se tensaba en la silla–. ¿No me presentas?

–A mi prima Grace y a su marido Diego ya los conoces. Úrsula, te presento a Shane O’Hara.

–Hola, encantada.

–Hola, Úrsula, ¿de dónde eres?

–España.

–¿España?, les van mucho los españoles a los O’Keefe, ¿sabes?

–¿Cómo dices? –apenas le entendió, porque tenía un acento incluso más cerrado que el de los O’Keefe, y se fijó en cómo Diego extendía la mano y la posaba sobre el brazo de Grace, lo que empezó a preocuparla un poco.

–Oye, Paddy –susurró el tipo rascándose la barbilla–, mi hermano Kieth está ahí fuera y ya que te hemos visto le gustaría hablar contigo, si haces el favor. Quisiera limar asperezas, ya sabes que él no tiene nada que ver con Bridget y…

–No tenemos nada que hablar con tu hermano –soltó Grace y Diego dejó de comer y la miró a los ojos–. Es verdad.

–Si me levanto y salgo –intervino Paddy, sin apartar los ojos de la mesa– alguien acabará en el hospital y no seré yo, así que déjame en paz, Shane, estamos comiendo.

–Vale, vale, hombre… está claro que te han informado muy mal, pero, bueno, tú mismo, yo solo…

–Paddy tiró el tenedor encima del plato, Úrsula dio un respingo y vio como se apoyaba en el respaldo de la silla y miraba a ese tipo tan raro fijamente, sin mover un solo músculo de la cara–, muy bien, tío, lo siento. Buen provecho.

–Gracias.

–Adiós. Adiós a todos –se despidió el otro y ella localizó por el rabillo del ojo al dueño del restaurante y a dos de los camareros observando la escena con el ceño fruncido. Miró a Paddy y comprobó que respiraba hondo antes de volver a coger los cubiertos.

–¿Pedimos otra ensalada? –preguntó como si nada y llamó con la mano al camarero.

–Sí, está buenísima –dijo Diego y ella miró a Grace a los ojos intentando entender qué estaba pasando.

–Jimmy, otra ensalada y más agua, por favor.

–Claro, Paddy y lo siento, no vimos a…

–Está bien, no pasa nada.

–¿Qué ha pasado? –se atrevió al fin a preguntar y los tres la miraron como si hablara en otro idioma–. Lo siento, yo…

–No pasa nada, ese tipo es familia política de mi hermana Bridget, acaba de separarse y no quiero meterme en sus líos.

–Entiendo –había sido muy violento y le temblaban un poco las rodillas, pero decidió no ser impertinente y no hacer más preguntas, así que sonrió y bebió un poco más de vino–, ¿y vosotros cuándo volvéis a Nueva York?

–Mañana por la noche.

La comida siguió como si nada, como si nadie hubiese amenazado con salir a la calle y mandar a alguien al hospital, y cuando se subieron otra vez al coche para regresar a Dublín ya había olvidado esos minutos tan raros, entretenida con las historias de Paddy sobre su paso por los Estados Unidos o las de Grace y Diego sobre La Marquise Nueva York, que daban para escribir un libro, o dos, decían ellos muertos de la risa, haciendo que el tiempo se pasara volando y que ella no pensara ni una sola vez en su incertidumbre laboral, la infidelidad de Javier o los malos rollos de sus últimos meses. Un verdadero relax que acabó cuando los Vergara se bajaron en casa de Manuela y Patrick y Paddy el Guapo enfiló hacia la suya para dejarla sana y salva en su apartamentito helado y vacío, por otra parte, una casa que ni siquiera era suya sino propiedad de los Donnelly, pensó de pronto con una congoja enorme abriéndosele en el pecho, deseando, con toda el alma, que ese día no terminara jamás, aunque terminó, claro, justo en el momento en que Paddy aparcó frente a la casa y la miró levantando las cejas.

–Me lo he pasado genial, muchas gracias.

–Sí, ha sido estupendo, tenemos que repetir.

–Claro, cuando quieras, yo no tengo coche así que… en fin…

–Ya nos veremos y organizamos algo.

–Claro, gracias otra vez… –Se quitó el cinturón de seguridad y se acordó de su anorak–. Mi abrigo.

–Está aquí detrás –él medio giró hacia el asiento de atrás, se estiró y agarró el anorak con una mano mientras Úrsula no hizo nada por contenerse y lo miró abiertamente, de muy cerca, sin poder apartar la vista de esos ojos preciosos y claros bordeados por unas pestañas tan espesas…–, aquí lo tienes.

–Gracias…

Y entonces ocurrió, ya daba igual la vergüenza o el sentido común, simplemente siguió mirándolo hasta que pasó de sus ojos a su boca sin querer, Paddy se inclinó un poco hacia ella y ya está, lo agarró por el cuello y lo besó, directamente, con la boca abierta, sintiendo su aliento cálido pegado a ella y el sabor delicioso de esa lengua enérgica y experta que le devolvió el beso inmediatamente, sin ningún reparo, mucho rato, porque era insuperable y no podía dejarlo, hasta que algo le pinzó la espalda, se apartó de un salto y levantó las manos.

–Lo siento, lo siento, Paddy, acabo de romper con mi novio y estoy un poco perdida, lo siento mucho, no debí… discúlpame –intentó abrir la puerta del Jeep y los dedos temblorosos se lo impidieron, percibió perfectamente cómo se ponía roja hasta las orejas y como él, muy amable, pasaba el brazo por encima para abrir sin ninguna dificultad el seguro y cierre de la puerta–, lo siento.

–No sé por qué te disculpas, a nadie le amarga un dulce.

–¿Cómo dices? –Lo miró a los ojos y entonces fue él el que la agarró por la nuca y la besó, varias veces, hasta que se apartó y le guiñó un ojo.

–Ya estamos en tablas.

–Vale, buenas noches… –abrió la puerta y saltó a la acera, estaba lloviendo y se salpicó de agua, pero eso era lo de menos, siguió su instinto, respiró hondo y se asomó dentro del jeep–, oye, Paddy.

–¿Qué? –La miró con una media sonrisa y en ese preciso instante decidió que al carajo con todo.

–¿Tú tienes novia?

–A veces.

–¿Y ahora?

–No, ¿por qué?

–Porque si no tienes una novia esperándote para cenar te invito a mi casa, bueno, a mi apartamento, podemos cenar y… si te apetece.

–Voy a aparcar.

–Estupendo… –Observó con el corazón desbocado como se alejaba de ella y como a media calle

frenaba y ponía las luces de emergencia para aparcar. Por un segundo tuvo dudas y calibró la dimensión de lo que estaba haciendo. Jamás en la vida había besado primero a un tío, ni lo había invitado descaradamente a su casa, no al menos a uno al que casi no conocía, pero le dio igual. Tenía veinticuatro años, estaba en un país extraño, en una ciudad extraña y se moría por estar con Paddy el Guapo, así que menos prejuicios estúpidos y más naturalidad, se repitió, viéndolo caminar hacia ella con tanta seguridad, guardándose las llaves del coche en el bolsillo del pantalón… con la lluvia mojándole el pelo y la cazadora de cuero…

–¿Entramos?

–Sí, claro. –Respiró hondo y abrió la reja de la casa, entró por el caminito de piedra y giró hacia la izquierda para subir la escalera junto al garaje que la llevaba a su apartamento, entró y lo dejó pasar.

Él dio un paso dentro del saloncito y se detuvo, se giró, superó la distancia que los separaba, la sujetó por la nuca y la besó.

Cayeron sobre la cama a los tres minutos de entrar en el piso, se quitaron los abrigos y el resto de la ropa mientras no paraban de besarse y Úrsula concluyó que, si había tenido arrestos para llegar hasta ese punto exacto, tendría que ir hasta el final y sin cortarse un pelo. En un pis pas lo desvistió y se lanzó como una leona a besar ese pecho marcado y suave que tenía, a lamerle el cuello y la boca sin muchas florituras y cuando lo tuvo encima de las sábanas, completamente desnudo y a su merced, se le puso encima y propició que la penetrara con un movimiento preciso, demoledor, porque era mucho más de lo que esperaba, y gimió al borde de un orgasmo antes de que sus caderas pudieran reaccionar.

Paddy sonrió sobre su boca, la agarró por el trasero con las dos manos y, sin dejar de penetrarla, la giró en la cama y se le puso encima. Todo lo demás fue un no parar, como locos y como jamás lo había hecho con nadie. Con un estilo canalla y algo salvaje que la dejó jadeando y con los ojos llenos de lágrimas cuando llegaron juntos a un primer clímax largo y potentísimo que la hizo, literalmente, gruñir pegada a su cuello.

–Úrsula… –sintió que le acariciaba el pelo y abrió los ojos. Era de día, porque la luz entraba por las ventanas y se acordó de que no había cerrado las cortinas antes de irse a dormir. Imposible hacerlo estando devorando a Paddy el Guapo hasta la madrugada. Giró, se tapó con el edredón y lo miró a los ojos. Ya estaba vestido, con el abrigo puesto y sujetaba una tarjeta con los dedos–, buenos días, tengo que irme.

–Claro, ¿qué hora es?

–Las ocho, tengo trabajo, toma. –Le entregó la tarjeta, se acercó para darle un beso rápido en la mejilla y se puso de pie–. Llámate tú, no tengo tu número y tengo prisa.

–Vale, adiós.

–Adiós. –Le guiñó un ojo antes de abrir la puerta, salió, cerró despacio y Úrsula sonrió con el cuerpo agradablemente dolorido, se pasó la mano por el pelo y se echó a reír.

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