Gulag

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II - La vida y el trabajo en los campos » 15 - Las mujeres y los niños

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Un prisionero holandés, Johan Vigman, también escribe sobre los jóvenes a quienes «probablemente no les importaba realmente tener que vivir en estos campos. Oficialmente se suponía que trabajarían, pero en la práctica era la última cosa que harían nunca. Al mismo tiempo se beneficiaban de las comidas regulares y tenían la oportunidad de aprender de sus compinches».[81]

Hubo excepciones.

Aleksandr Klein cuenta la historia de dos muchachos de trece años arrestados por guerrilleros, que fueron sentenciados a veinte años en el campo. Ambos permanecieron diez años en los campos, y lograron mantenerse juntos declarándose en huelga de hambre cuando alguien intentaba separarlos. Debido a su edad, la gente los compadecía, y les daba trabajos fáciles y comida extra. Ambos consiguieron matricularse en los cursos técnicos del campo, y se convirtieron en ingenieros competentes antes de ser liberados en una de las amnistías que siguieron a la muerte de Stalin. Si no hubiera sido por los campos, escribió Klein, «¿quién habría ayudado a dos niños campesinos semianalfabetos a convertirse en personas educadas, en buenos especialistas?».[82]

Sin embargo, cuando, a finales de los años noventa, comencé a buscar memorias de personas que hubieran sido menores prisioneros, descubrí que era muy difícil encontrar alguno. Con la excepción de las de Yakir, de Kmiecik, y de unas cuantas más reunidas por la Sociedad Memoria y otras organizaciones, había muy pocas.[83] Sin embargo, había habido cientos de miles de esos niños, y muchos todavía debían de estar vivos. Incluso sugerí a una amiga rusa que pusiéramos un anuncio en el periódico para tratar de encontrar a alguno de esos supervivientes y entrevistarlo. «No —me contestó ella—. Todos sabemos en qué se han convertido». Las décadas de propaganda, de carteles cubriendo los muros de los orfanatos, agradeciendo a Stalin «nuestra infancia feliz», no consiguieron convencer al pueblo soviético de que los niños en los campos, las calles y los orfanatos se hubieran convertido en otra cosa que en miembros plenos de la considerable y omnipresente clase criminal de la Unión Soviética.

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