Grey

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Sábado, 21 de mayo de 2011

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¿Otra vez?

¿Ya?

—¿Ahora mismo, señorita Steele? —La beso en la comisura de la boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.

Así me aseguro de que no me toques.

Ella me obsequia con una breve y dulce sonrisa y se pone boca abajo. Mi polla se estremece, encantada. Le desabrocho el sujetador y le deslizo la mano por la espalda hasta las nalgas.

—Tienes una piel realmente preciosa —digo mientras le retiro el pelo de la cara y le abro las piernas.

Con delicadeza, le cubro el hombro de suaves besos.

—¿Por qué no te has quitado la camisa? —me pregunta.

Es muy preguntona. Mientras esté boca abajo sé que no podrá tocarme, así que me incorporo, me quito la camisa sin desabrochármela y la dejo caer al suelo. Del todo desnudo, me tumbo sobre ella. Tiene la piel cálida, se derrite contra la mía.

Mmm… Sería fácil acostumbrarme a esto.

—Así que quieres que vuelva a follarte… —le susurro al oído, besándola.

Ella se retuerce de forma muy excitante debajo de mí.

Oh, esto no va a funcionar. Quédate quieta, nena.

Deslizo la mano por su cuerpo hasta la parte trasera de sus rodillas, le levanto las piernas y se las separo para que quede bien abierta debajo de mí. Ella contiene la respiración, expectante, espero. No se mueve.

¡Por fin!

Le acaricio el culo y dejo que mi peso repose sobre ella.

—Voy a follarte desde atrás, Anastasia.

Con la otra mano, le agarro el pelo a la altura de la nuca y tiro suavemente para colocarla bien. No puede moverse. Tiene las manos lejos, extendidas sobre la sábana; no suponen ningún peligro.

—Eres mía —susurro—. Solo mía. No lo olvides.

Desplazo la mano que me queda libre hasta su clítoris y empiezo a trazar lentos círculos.

Sus músculos se flexionan debajo de mí cuando intenta moverse, pero mi peso la mantiene en su sitio. Le recorro la línea del mentón con los dientes. Su suave aroma se impone sobre el olor a sexo.

—Hueles de maravilla —susurro mientras le froto la nariz detrás de la oreja.

Ella empieza a mover sus caderas en círculo siguiendo las caricias de mi mano.

—No te muevas —le advierto.

Si no, pararé.

Poco a poco, le introduzco el pulgar y lo hago girar una y otra vez, y me centro en acariciarle la pared anterior de la vagina.

—¿Te gusta? —digo para provocarla, y le mordisqueo la oreja.

Mientras mis dedos siguen atormentándole el clítoris, empiezo a mover el pulgar dentro y fuera. Ella se pone rígida, pero no puede moverse.

Gime mucho, y cierra los ojos con fuerza.

—Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, Anastasia, me gusta, me gusta mucho.

De acuerdo. A ver hasta dónde llegas.

Retiro el pulgar de su vagina.

—Abre la boca —le ordeno, y cuando lo hace le meto el dedo entre los dientes—. Mira cómo sabes. Chúpame, nena.

Me chupa el pulgar… con fuerza.

Joder.

Y por un momento imagino mi polla dentro de su boca.

—Quiero follarte la boca, Anastasia, y pronto lo haré.

Me tiene sin aliento.

Cierra los dientes alrededor de mi dedo y me muerde con fuerza.

¡Ay! ¡Joder!

—Mi niña traviesa.

Se me ocurren varios castigos dignos de semejante atrevimiento; si fuera mi sumisa, podría infligírselos. Esa idea hace que mi polla crezca hasta tal extremo que parece a punto de explotar. La suelto y me siento sobre las rodillas.

—Quieta, no te muevas.

Saco otro condón de la mesilla de noche, rasgo el envoltorio y desenrollo el látex sobre mi erección.

La observo y veo que sigue sin moverse excepto por el subir y bajar de su espalda a causa de la anticipación.

Es maravillosa.

Vuelvo a tumbarme sobre ella, la agarro del pelo y la sujeto para que no pueda mover la cabeza.

—Esta vez vamos a ir muy despacio, Anastasia.

Ella ahoga un grito y la penetro hasta que no puedo más.

Joder. Qué sensación…

Al retirarme un poco muevo las caderas en círculo, y luego vuelvo a deslizarme hasta su interior. Ella gime y sus extremidades se tensan debajo de mí cuando intenta moverse.

Oh, no, nena.

Quiero que te estés quieta.

Quiero que sientas esto.

Acepta todo este placer.

—Se está tan bien dentro de ti —le digo, y repito los movimientos trazando a la vez círculos con las caderas.

Despacio. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Ella empieza a estremecerse desde el interior.

—No, nena, todavía no.

No pienso dejar que te corras.

Al menos mientras me lo esté pasando así de bien.

—Por favor —grita.

—Te quiero dolorida, nena.

Salgo de su cuerpo y me hundo otra vez en ella.

—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.

—Christian, por favor —me suplica.

—¿Qué quieres, Anastasia? Dímelo. —Sigo con mi lenta tortura—. Dímelo.

—A ti, por favor.

Está desesperada.

Me quiere a mí.

Buena chica.

Aumento el ritmo y su cuerpo empieza a estremecerse, receptivo de inmediato.

Entre embestida y embestida pronuncio una palabra.

—Eres… tan… dulce… Te… deseo… tanto… Eres… mía…

Sus extremidades tiemblan por la tensión que le supone estarse quieta. Está a punto de llegar.

—Córrete para mí, nena —gruño.

Y ella, obediente, se convulsiona alrededor de mi sexo mientras el orgasmo la rasga por dentro y grita mi nombre contra el colchón.

Oír mi nombre en sus labios desata mi placer, y alcanzo el clímax y me desplomo sobre ella.

—Joder, Ana —musito, agotado pero eufórico.

Me retiro casi de inmediato y ruedo por la cama hasta quedar boca arriba. Ella se acurruca a mi lado mientras me quito el condón, cierra los ojos y se queda dormida.

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